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Pisa, donde pasó más de tres años. Aunque no residía en Roma, casi toda Europa
lo reconocía como el legítimo papa, y sólo Roma y el sur de Italia reconocían a
Anacleto. En el 1137, con la ayuda del Emperador, Inocencio pudo regresar a
Roma. En el castillo de San Ángel, Anacleto resistía todavía, pero se encontraba
cada vez más aislado. A su muerte en el 1138, los Frangipani hicieron elegir otro
sucesor, Víctor IV, cuyas pretensiones papales no duraron mucho, pues no cabía
duda de que los partidarios de Inocencio habían vencido.
Lotario había muerto a fines del 1137, y Alemania se encontraba dividida entre el
partido de los Hohenstaufen y el de la casa de Baviera. Por diversas razones, el
bando de los Hohenstaufen recibió el nombre de “gibelinos”, y el bando opuesto
fue el de los “güelfos”. Esta división se reflejó inmediatamente en Italia, donde los
güelfos eran el partido papal. Cuando Conrado III Hohenstaufen por fin logró
posesionarse del trono, los güelfos italianos, con el apoyo de Inocencio,
continuaron tratando de socavar el poder imperial en el norte de Italia. Con ese
propósito, el Papa apoyó el movimiento republicano, inspirado en las enseñanzas
de Arnaldo de Brescia, que se esparcía por la región. Con gran alborozo de los
güelfos, varias ciudades imperiales se rebelaron, y se proclamaron repúblicas.
A la postre esta política redundó en perjuicio del Papa, pues las ideas de Arnaldo
fueron penetrando en el centro de Italia, donde se encontraban los estados
pontificios. Uno de éstos, la ciudad de Tívoli, se declaró independiente del poder
papal, y se organizó al estilo republicano. Los romanos, bajo el mando de
Inocencio, atacaron y vencieron a Tívoli. Pero cuando el Papa se negó a
permitirles que saquearan la ciudad, el pueblo de Roma se reunió en el Capitolio y
se constituyó en república, bajo un senado electo por el pueblo. Al mismo tiempo
que reconocían la autoridad espiritual del papa, le negaban el poder temporal. Y
apelaron al Emperador para que regresara a Roma y restaurara el verdadero
Imperio Romano, con su capital en la Ciudad Eterna y el papado bajo él.
Inocencio murió antes de poder responder al reto de los republicanos, y su
sucesor fue Celestino II, de quien, por ser amigo de Arnaldo de Brescia, se