La Edad de oro
A esta época pertenecieron grandes músicos como: Juan Carlos Cobián, Pascual
Contursi, Juan D´Arienzo, Julio De Caro, Osvaldo Fresedo, cantantes como Sofía
Bozán, Ignacio Corsini, Enrique Maciel, Agustín Magaldi y Rosa Quiroga.
Entre ellos, muchos fueron los descendientes de inmigrantes italianos, como Osvaldo
Pugliese (apodado “el Santo del Tango”), y Alfredo de Angelis, hijo del violinista Virgilio
de Angelis.
La del cuarenta fue una década dorada para el género, que se interpretaba ya en locales
nocturnos de lujo, cuyos ambientes alimentaron a su vez a los letristas, que en sus
versos contraponían los temas de cabaret y los desbordes de la vida nocturna a la
infancia en el arrabal, paisaje que adquirió entonces ribetes míticos de paraíso perdido.
Grandes orquestas, como las de Juan D’Arienzo, Carlos Di Sarli, Osvaldo Pugliese,
Aníbal Troilo, Horacio Salgán, Ángel d’Agostino o Miguel Caló actuaban a la vez en los
cabarés del centro y en salones barriales, y, con ellos, creció enormemente la industria
discográfica en la Argentina.
Aparecieron letristas de gran vuelo como: Enrique Cadícamo, Cátulo Castillo, Enrique
Santos Discépolo y Homero Manzi, que dieron al tango composiciones inolvidables,
signadas por la amarga crítica de costumbres, el matiz elegíaco y las metáforas
inspiradas en grandes poetas y la recurrente pintura de ambientes sofisticados con
resonancias del poeta modernista Rubén Darío.