HOMILÍA DEL DOMINGO 2º DEL TO. CICLO C. DIA 17 DE ENERO DEL 2016
La felicidad de las personas
La actuación de Jesús en Caná muestra su preocupación por la felicidad de un joven
matrimonio en la fiesta de sus bodas. Toda la escena es un “signo” cargado de hondo
significado. A Dios le interesa la felicidad de las personas, de la pareja humana. Hoy Jesús se
nos manifiesta superando cualquier obstáculo por difícil que sea, cualquier desajuste que
impide la felicidad deseada.
Una cosa es clara: Entre los desajustes que pueden darse hoy en una pareja, no es el menos
importante el desajuste religioso. Cada vez son más los matrimonios que discrepan
profundamente en su actitud religiosa. Mientras uno de ellos se siente creyente, el otro vive su
fe de manera vacilante o ha abandonado toda vinculación con lo religioso.
Esta situación relativamente nueva entre nosotros requiere una mayor comprensión. El hecho
de que el marido o la esposa se declare más o menos increyente, eso no tiene por qué
conducir a la pareja al abandono total de Dios. Al contrario, esa situación puede ser un
estímulo para plantearse juntos el verdadero sentido de la vida desde su raíz.
En todo momento, pero en esta situación sobre todo, es necesario extremar más que nunca el
mutuo respeto, un respeto profundo y sincero. Porque cada uno es responsable de su propia
vida. Ni el que no cree ha de menospreciar al que cree como si la fe de éste fuera fruto de la
ingenuidad, ni el creyente ha de sentirse superior porque tiene unas creencias o acepta unas
prácticas religiosas.
Lo importante en la vida, en toda vida, es exigirse coherencia. Que cada uno se esfuerce por
actuar de manera coherente con sus propias convicciones, con lo que dice que son sus valores
fundamentales. Porque son lo hechos lo que ponen de manifiesto la verdad de nuestra vida o
la frivolidad de nuestros planteamientos verbales. Y aquí hay una cosa muy importante para el
creyente: No ha de olvidar que la fe se encarna, se manifiesta en la vida diaria: en el trabajo y
en el descanso, en el amor conyugal y en la dedicación a los hijos, en la convivencia familiar y
en la vida social. Y ahí precisamente se nos tiene que notar que todos somos hijos de un Dios
que nos ama y quiere que vivamos como hermanos, felices.
Lo que se ha de evitar a toda costa en esta situación, aplicable también a la relación hijos-
padres, es la discusión polémica, crispada o la mutua agresividad sobre temas religiosos.
Pienso que, por lo general, este tipo de reacciones proviene de una falta de seguridad, de un
cierto acomplejamiento o de confusión.. Porque el que habla desde una experiencia interior
gozosa, ese lo hace con una actitud abierta y comprensiva.
Y no es cuestión de cerrarse en sí mismo porque en el terreno de las creencias, el diálogo
confiado y comprensivo es fructífero y enriquecedor y ha de comenzar por mostrar qué es lo
que a cada unos le aportan sus propias convicciones. El creyente debería comunicar cómo su
fe en Dios le estimula a vivir de manera responsable y esperanzada. Y el que ha abandonado
toda referencia religiosa debería exponer desde dónde da un sentido último al misterio de la
existencia.
En la familia siempre hay un punto de encuentro y es el amor mutuo y el proyecto común de
buscar juntos el bien de la pareja y el de los hijos. El cristianos, por su parte, cree en un Dios
que ama con amor infinito a toda persona, a quien le busca con sincero corazón y a quien
camina por la vida a tientas sin saber a dónde dirigir sus pasos.