autoritaria, pero era la voz lo que realmente importaba; muy profunda, sonora,
melodiosa, compasiva; era el tono vocal lo que servía para seleccionar a cada
candidato a iterador. Una voz dulce, deliciosa y pura que comunicaba razón,
sinceridad y confianza. Una voz por la que valía la pena buscar entre cien mil
personas con tal de encontrarla.
—Verdad y mentiras —prosiguió Sindermann—. Verdad y mentiras. Acabo de
llegar a mi tema favorito, ¿os dais cuenta? Vuestra cena se va a retrasar.
Una oleada de risas barrió la sala.
—Grandes acciones han dado forma a nuestra sociedad —dijo—. La más
grandiosa de ellas, físicamente, ha sido la unificación formal y total de Terra por parte
del Emperador, en cuya secuela externa, esta Gran Cruzada, estamos ocupados ahora.
Pero más grandioso, intelectualmente, ha sido el podernos despojar de aquel manto
tan pesado llamado religión. La religión maldijo a nuestra especie durante miles de
años, desde la superstición más ínfima a los cónclaves más elevados de la fe espiritual.
Nos condujo a la locura, a la guerra, al asesinato, pendía sobre nosotros como una
enfermedad, como la bola de unos grilletes. Os diré lo que era la religión… No,
vosotros me lo diréis. ¿Tú?
—Ignorancia, señor.
—Gracias, Khanna. Ignorancia. Desde los tiempos más remotos, nuestra especie
se ha esforzado por comprender el funcionamiento del cosmos, y allí donde esa
comprensión ha fracasado o no ha sido suficiente, hemos llenado los huecos,
recubierto las discrepancias, con la fe ciega. ¿Por qué gira el Sol en el cielo? No lo sé,
de modo que lo atribuiré a los esfuerzos de un dios del sol con un carruaje dorado.
¿Por qué muere la gente? No puedo decirlo, pero elegiré creer que se trata de la
tenebrosa tarea de una parca que se lleva las almas a un supuesto más allá.
Su público lanzó una carcajada. Sindermann descendió del podio y avanzó hasta
los peldaños delanteros del escenario, fuera del alcance de los micros. Sin embargo,
aunque bajó el volumen de la voz, su adiestrado tono, aquella hábil herramienta de
todos los iteradores, transportó sus palabras con una claridad perfecta, sin amplificar,
por toda la sala.
—Fe religiosa. La creencia en los demonios, en los espíritus, en una vida después
de la muerte y en todos los otros símbolos de una existencia sobrenatural, existió
simplemente para que todos nos sintiéramos más cómodos y conformados
enfrentados a un cosmos inconmensurable. Eran concesiones, refuerzos para el alma,
muletas para el intelecto, plegarias y amuletos de la suerte para ayudarnos a través de
la oscuridad. Pero ahora hemos presenciado lo que es el cosmos, amigos míos. Hemos
pasado a través de él. Hemos estudiado y comprendido la textura de la realidad.
Hemos visto las estrellas desde atrás y descubierto que no tienen mecanismos de
relojería, ni carruajes dorados que las transporten. Nos hemos dado cuenta de que
Dios no es necesario, ni ningún dios, y por extensión ya no necesitamos demonios,
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