-Vamos a ver, profesor Ninheimer, usted le pide a mi cliente la suma de setecientos cincuenta
mil dólares.
-Esa es la..., mmm..., cantidad. Sí.
-Es mucho dinero.
-He sufrido muchos perjuicios.
-No tantos, seguramente. El texto puesto en cuestión se refiere exactamente a unos pocos
pasajes de un libro. Tal vez fueran pasajes desafortunados, pero, a fin de cuentas, a veces se
publican libros con curiosos errores.
Ninheimer hinchó sus fosas nasales.
-Señor, este libro tenía que haber sido la cumbre de mi carrera profesional. Por el contrario, me
presenta como un investigador incompetente, alguien que tergiversa las opiniones de honorables
amigos y colegas, y un apologista de perspectivas ridículas y..., mmm..., obsoletas. ¡Mi
reputación está irremisiblemente destruida! Nunca podré comparecer con orgullo en ninguna...,
mmm..., asamblea de especialistas, sea cual sea el resultado de este juicio. Con toda seguridad,
no podré continuar mi carrera, que ha constituido toda mi vida. El auténtico objetivo de mi vida
ha sido..., mmm..., abortado y destruido.
El abogado no intentó interrumpir la perorata, sino que se limitó a mirarse distraídamente las
uñas.
-Pero, profesor Ninheimer -dijo, en un tono muy tranquilo-, a su edad, usted no puede aspirar a
ganar más de..., seamos generosos..., más de ciento cincuenta mil dólares durante el resto de su
vida. En cambio, le pide a este tribunal que le otorgue el quíntuple de esa cifra.
En un arrebato emocional aún más vehemente, Ninheimer alegó:
-No sólo se me ha destruido en vida. No sé durante cuántas generaciones los sociólogos me
acusarán de..., mmm..., necio o maniático. Mis verdaderos logros quedarán sepultados e
ignorados. No sólo se me ha destruido hasta el día de mi muerte, sino para toda la eternidad,
pues siempre habrá personas que no se creerán que un robot insertó esos textos...
El robot EZ-27 se puso de pie. Susan Calvin no intentó impedírselo. Sin inmutarse, siguió
mirando hacia delante. El abogado defensor suspiró.
La melodiosa voz de Easy resonó claramente:
-Me gustaría explicarles a todos que yo, en efecto, inserté en las galeradas ciertos pasajes que
parecían en abierta contradicción con lo que allí se decía al principio...
Hasta el fiscal parecía tan anonadado ante el espectáculo de un robot de más de dos metros,
levantándose para hablarle al tribunal, que no fue capaz de impedir lo que evidentemente
constituía un procedimiento de lo más irregular.
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