rechazo, que me besa simplemente porque quiere, y mierda, eso es exactamente lo
que necesito: que me necesite.
Separo los labios en señal de invitación, no sólo porque lo deseo, sino porque
está actuando según una confesión que no he tenido que arrancarle, ni siquiera
pedirle. Gime, me rodea con los brazos y el beso se convierte exactamente en lo que
él mismo llamó: imprudente. La sensación de su lengua chocando contra la mía, luego
reclamando, acariciando, es una llama en un polvorín, y me prende fuego.
La necesidad, la lujuria, el deseo, sea lo que sea, me recorre la columna
vertebral y se agolpa, convirtiéndose en un insistente dolor entre mis muslos. Me
pongo de puntillas para acercarme y le rodeo el cuello con los brazos, pero aún no
estamos lo bastante cerca.
Sus manos desabrochan los botones de mi uniforme y, a regañadientes, lo
suelto para que pueda quitármelo. Cae al suelo en algún lugar a la izquierda. Le doy
un tirón a su camiseta , desesperada por sentirlo, y él me hace caso, agarrándola por
detrás del cuello y arrastrándola por encima, dejando al descubierto kilómetros y
kilómetros de piel cálida y húmeda.
Beso la cicatriz que tiene justo encima del corazón y acaricio sus costados con
las manos, mis dedos de recorren las duras hendiduras y surcos de su vientre. No hay
nada en este mundo que se le pueda comparar. Es la perfección total, su cuerpo
esculpido tras años de combate y vuelo.
—Violet. —Me inclina la cabeza y me besa fuerte y profundo, luego lento y
suave, cambiando el ritmo, manteniéndome tensa para más.
Mis manos trazan las líneas de su espalda mientras él introduce sus dedos entre
los mechones húmedos y sueltos de mi trenza, luego tira, arqueando mi cuello antes
de posar su boca en él.
Sabe exactamente dónde estoy sensible y, maldita sea, aprovecha cada
pedacito de ese conocimiento, chupando y lamiendo ese punto al lado de mi garganta
que derrite mis rodillas y hace que mis dedos se enrosquen contra su piel.
—Xaden —gimoteo, mis manos se deslizan por la curva de su trasero. Mío. Este
hombre es mío, al menos por ahora. Aunque solo sean estos minutos.
Me pellizca la delicada piel de la oreja, provocándome un escalofrío que me
recorre la espina dorsal, y entonces su boca vuelve a posarse en la mía, robándome
la cordura y sustituyéndola por pura necesidad. Este beso no es tan paciente ni
controlado como los anteriores. Tiene un toque salvaje y carnal que hace que mi boca
se curve contra la suya, me hace más atrevida. Paso la mano entre los dos y suspiro.
Está duro para mí, su longitud se tensa contra la cintura mientras aprieto.
—Mierda —gruñe, separando su boca de la mía, su respiración tan agitada
como la mía mientras lo acaricio a través de la tela—. Si sigues haciendo eso... —
Cierra los ojos de golpe y deja caer la cabeza hacia atrás.
—¿De verdad te follaré? —Mi núcleo se aprieta.