Pero como uno de los nobles de la corte mora, conversando con el
comendador, se permitiera alusiones obscenas a la Santísima Virgen,
el caballero cristiano sacó la espada y de un tajo partió en dos la
cabeza del blasfemo. Atacado por los compañeros de éste, se defendió
en desigual lucha, hasta que llegó el Zagal y al enterarse de lo
acaecido, presentó sus excusas a don Juan de Vera, castigando a los
responsables de la afrenta. Cuando, al regresar al campo de los
cristianos, contó aquél lo sucedido a su jefe, éste le escribió al moro
dándole gracias, y regaló al comendador el mejor de sus caballos, por
su firmeza en la defensa de la fe.
Otra anécdota. En cierta ocasión la Reina pasó revista a los
soldados que asediaban la ciudad de Baza, en poder del enemigo, y
como siempre, levantó inmediatamente el espíritu de la tropa. No
satisfecha con eso, mostró su intención de recorrer las trincheras de la
zona norte, en la primera línea del frente. Como dicha visita resultaba
altamente peligrosa, ya que todo aquel sector estaba bajo el fuego
enemigo, el marqués de Cádiz informó de los deseos de la Reina al
jefe árabe Cid Hiaya, pidiéndole que mientras durase la inspección,
suspendiera las hostilidades. No sólo aceptó el jefe moro tal
proposición sino que, cuando Isabel, montada a caballo, estaba
examinando las fortificaciones, salió de la ciudad el ejército
musulmán, en formación de parada, los estandartes al vuelo y tocando
la banda, con su príncipe al frente, en vestido de gran gala. Saludó con
respeto a la reina católica desde su caballo y ordenó después a sus
jinetes efectuar exhibiciones de destreza en homenaje a Isabel.
Terminadas las cuales, se retiraron, tras saludar de nuevo cortesmente
a la Reina. Cuando luego de enconadas batallas la plaza mora se
rindió, los Reyes colmaron de honores a Cid Hiaya, que acabaría
abrazando la fe católica y casándose con una de las damas de Isabel.
Nos cuentan las crónicas que en un intervalo entre los combates, y
aprovechando un viaje que la corte hacía de Sevilla a Córdoba, el
séquito hizo un alto en Moclín, para que el príncipe heredero don Juan,
que a la sazón tenía doce años, fuese armado caballero.