en el centro. En el suelo, delante de la mesa, se coloca una jícara de barro cocido en las que
todos los asistentes irán dejando caer alguna cantidad de dinero con que ayudar a los gastos que
esta ceremonia origina. Debajo de la mesa se colocará la sangre y la cabeza del animal
sacrificado, que ha de permanecer así hasta que concluya el rito, desde que tuvo lugar la
matanza, hasta la madrugada siguiente.
A todos los que asisten a la ceremonia se les traza en las mejillas, con las consabidas cascarillas
unas rayas, contraseñas contra Ikú. Rezos y cantos para los egguns acompañan el sacrificio. Fuera
de la casa, un santero mayor, ya que de esto no pueden ocuparse las mujeres, señala en un palo,
con un trazo de cascarilla, el número de muertos de la familia que son indispensables de invocar
y rogar. Cada vez que se nombre uno, el santero mayor da un golpe en el suelo con el bastón, y
pide por el descanso y la paz de su alma.
Terminado el sacrificio y se haya depositado la sangre y la cabeza del animal debajo de la mesa
altar, a las doce de la noche, la hora en que anda suelta la gente del otro mundo, comienza el
tambor y el baile, donde los cantos son tristes, diferentes a los güemileres, ya que esta ocasión
es sólo para los muertos; porque a excepción de Oyá y Elegguá, no suelen bajar los santos.
A media noche, se les envía a los difuntos su comida al cementerio, a la manigua, o al monte. Si
es difícil penetrar en el cementerio, se les dejará en una de las esquinas. Para ellos se cocina un
plato de ajiaco, lo más parecido a la olla podrida andaluza, pero elaborado con las patas, costillas
y vísceras del animal sacrificado. La carne se fríe, y la consumen con arroz blanco, sin sal, todos
los que asisten al velatorio. Sobre las tres de la madrugada, lo que se había colocado debajo de
la mesa, se saca misteriosamente de la casa, y se le envía al finado a su tumba, o bajo una ceiba
Pero el tambor, los cantos y el baile, continúan. Al amanecer todos asisten a la misa en la iglesia
católica, y de regreso comienzan las labores de limpieza y baldeos eliminatorios en la casa. No
debe quedar ni una partícula de la fúnebre comida. Por último, se descuelga la sábana de la
pared. Cuatro Oloshas levantan por cada esquina del mantel lo que queda en la mesa, y la
depositan con el plato, en el suelo. Inmediatamente, se lleva el plato fuera de la casa y se rompe.
Un toque de tambor batá, con sus sacrificios de aves y otros animales, una misa con su responso
en la iglesia católica aplacará al eggun, ayudándole a marchar; a la vez que se realiza una misa
espiritual.
LEYENDA
Gobernando Obbatalá, ocurrió que Ikú, Ano –la enfermedad-, Ofó –la vergüenza-, y Eyé o Arafé
(Iñá) –la tragedia, el crimen-, tuvieron mucha hambre. Porque nadie moría; porque nadie
enfermaba, ni peleaba ni se abochornaba. Resultado de esta felicidad fue que el bien de unos se
tornó en mal de otros, y que Ikú, Ano, Ofó, Iñá y Eyé, para subsistir, decidieron atacar a los
súbditos de Obbatalá. Éste aconsejó a su pueblo que nadie saliese a la calle, ni tan siquiera se
asomase a las ventanas. Y para calmar a Ikú, Ano, Ofó, Iñá y Eyé, Obbatalá les dijo que
esperasen, que tuvieran un poco de paciencia.