ciudad. En el corto trecho en el que Juan Marcos y yo pudimos acompañarle,
el jefe de los “correos”, tal y como
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(1) Tanto este curioso servicio de correos, como los que existían en aquella
época, estaban basados en el que había inventado el rey persa Darío, en el
siglo I antes de nuestra Era. Después, el Imperio romano copiaría dicho
servicio de postas, creando un auténtico ministerio, con un complejo personal
de corredores, vigilantes y guardianes de relevos. Estaban previstas, incluso,
velocidades diferentes, de acuerdo con la urgencia de las cartas o mensajes. En
este sentido es muy ilustrativa la Vita Romana, de Paolí. El sistema,
lógicamente, no era muy rápido: el correo imperial, de Roma a Cesarea, por.ejemplo, tardaba 54 días. Y una
carta de Siria a la capital del Imperio, 100
días. (N. del m.)
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suponía, me facilitó una escueta pero valiosa información. Efectivamente,
conocía a los famosos discípulos de Emaús. Pero, ante mi sorpresa, me
aseguró que no eran exactamente discípulos o creyentes en el reino. Se trataba
de dos hermanos, pastores por más señas y, en consecuencia, de pésima
reputación.
Uno de ellos, un tal Cleofás, el mayor, parecía sentir ciertas simpatías por
Jesús. Pero nada más. El otro, Jacobo, en opinión de David, era una persona
inquieta y curiosa que, de vez en vez, acudía a las conferencias y enseñanzas
del Galileo.
“ Seguramente podrás encontrarlos en la casa de José”, añadió, advirtiéndome
que -como buenos pastores- quizá tratasen de engañarme.
No era la primera vez que oía un comentario como aquél. Para ciertos sectores
de la Palestina del tiempo de Cristo, además de la pureza de origen, existía
otra realidad de gran peso social: los llamados oficios o profesiones
despreciables, que rebajaban de forma más o menos inexorable a quienes los
ejercitaban. Y Jeremías hizo un magnífico estudio al respecto. (Zoliner und
Sunder: ZNW, 30, 1931.) Y llegaron a redactarse hasta cuatro listas con estos
trabajos repudiados y repudiables (1).
La verdad, como siempre, se encontraba en un término medio. Aunque
muchos de estos oficios podían conducir a sus ejercitantes a la tentación del
robo, de la picaresca o de la mentira, la realidad, como digo, no era tan
dramática. Cierto que para muchos sacerdotes, escribas, fariseos y puritanos
de la Ley, todos los médicos o pastores o buhoneros eran unos indeseables.
Oficialmente, por ejemplo, a los pastores les estaba prohibida la venta de lana,
leche o cabritos. (Se suponía que podían ser productos robados a los legítimos
dueños de los rebaños o a otros pastores.) Pero, en general, el pueblo liso y
llano convivía encantado con estos artesanos, solicitando sus servicios cuando
lo creía oportuno.
De todas formas, la advertencia de David -precisamente por proceder de un
hombre que consideraba justo y sincero-me puso en guardia. Y al cruzar bajo
la muralla norte nos despedimos. Él siguió hacia el extremo meridional de
Jerusalén y Juan Marcos y yo, hacia el este, en dirección al Templo.
Si hubiera seguido su consejo, acudiendo con él a la mansión
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(1) Según el escrito rabínico Qiddushin (IV-2), los oficios detestables eran los
siguientes: asnerízo, camellero, marinero, cochero, pastor, tendero, médico y
carnicero. En el Ketubot (VII-108): recogedor de inmundícias de perro,.fundidor de cobre y curtidor. En el
Qiddushin (82.a bar.9): orfebre, cardador
de lino, molero, buhonero, tejedor, sastre, barbero, batanero, sangrador,
bañero y curtidor. Y en el Sanhedrín (25): jugador de dados, usurero,
organizador de concurso de pichones, traficante de productos del año sabático,
pastor, recaudador de impuestos y publicano. (Nota del m.)
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de José de Arimatea, no habría tenido que lamentar, una vez más, mi escasa
fortuna...
Antes de partir de la casa de Elías Marcos, yo había solicitado de María, la
dueña, un pequeño favor. La mujer consintió sin reservas ni recelos. Como
extranjero, necesitaba de un guía que simplificase mis idas y venidas por la
ciudad. En cierto modo, así era. Y el joven Juan Marcos saltó de alegría al
recibir la autorización de su madre. Durante aquella jornada -”y todas las que
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