i
I
JEAN ANOUIT
tido de Antígona. Todo lo llevab a hacia Ismena: su
afición ala danza y a los iuegos,
su afición a la felici'
dad y al éxito, su sensualidad también, pues lsmena es
mucho más hermosa que Antígona, y sin embargo
una noche, una noche de baile en que sólo había dan'
zado con Ismena' una noche que Ismena estaba des'
lumbrante con su vestido nuevo, Hemón fue a buscar
a Antígona que soñaba en un rincón, como en este
momento, rodeando las rodillas con los brazos, y le
pidió que fuera su mujer. Nadie comprendió nunca
por qué. Antígona alzó sin asombro sus ojos graveg
hasta él y le difo que sí con una sonrisita triste... La
orquesta atacaba una nueva danzar lsmena reía a car'
cajadas, a\lá, en medio de los otros muchachos, y en
ese mismo momento, él iba a ser el marido de Antígo'
na.Ignoraba que jamás existiría marido de Antígona
en esta tierra y que ese título principesco sólo le daba
derecho a morir.
Ese hombre robusto, de pelo blanco, que medita
allá, cerca de su paje, es Creón Es el rey, tiene arru'
gas, está cansado. Juega el difícil iuego de gobernar
a los hombres. Antes, en tiempos de Edipo, cuando
sólo era el primer personaje de la corte, gustaba de
la música, de las bellas encuadernaciones, de los
prolongados vagabundeos por las tiendas de los pe-
queños anticuarios de Tebas. Pero Edipo y su hiio
han muerto. Creón dei6 sus libros, sus objetos, se
arremangó y ocupó su puesto.
A veces, por la noche, está fatigado y se pregun-
ta si no será inútil gobernar a los hombres. Si no se'
rá un oficio sórdido que ha de dejarse a otros más
apáticos... Y ala mafiana siguiente, se plantean pro'
eNtfcoNR
blemas concretos que es preciso resolver, y Creón se
levanta tranquilo, como un obrero al comienzo de la
jornada.
La anciana que está tejiendo, al lado de La nodri-
za qtre ha criado a las dos chicas, es Eurídice,la mu-
jer de Creón. Teierá durante toda la tragedia hasta
que le llegue el turno de levantarse y morir. Es bue-
tra, digna, amante. No presta ninguna ayuda a
Creón. Creón está solo. Solo con su pequeño paje,
que es demasiado pequeño y que tampoco puede na-
da por é1.
Aquel muchacho pálido,
eu€ está allá, en el fon-
do, soñando pegado a la pared, solitario, es El men-
saiero. Él vendrá a anunciar la muerte de Hemón
dentro de un rato. Por eso no tiene ganas de charl¿r
ni de mezclarse con los demás. Él ya sabe...
Por último, los tres hombres rubicundos que jue-
gan a las cartas, con el sombrero echado sobre la nu-
ca, son Los guardias. No son malos individuos, tie-
nen muier, hijos y pequeñas dificultades como todo
el mundo, pero detendrán a los acusados, dentro de
un instante, con la mayor tranquilidad del mundo.
Huelen a ajo, a cuero y a vino tinto y no tienen nin-
guna imaginación. Son los auxiliares, siempre ino-
centes y siempre satisfechos de sí mismos, de la jus-
ticia. Por el momento, hasta que un nuevo iefe de
Tebas con el debido mandato les ordene detenerlo,
son auxiliares de justicia de Creón.
Y ahora que los conocen a todos, podrán repre-
sentar para ustedes la historia. Comienza en el mo-
mento en que los dos hijos de Edipo, Eteocles y Po-
linice, que debían reinar en Tebas un año cada uno,
tz6 r27