Una de las edades más
difíciles para la educación
de los hijos es la
adolescencia.
El adolescente empieza a
descubrir su propia
personalidad, y siente
necesidad de afirmarla.
Hay que saber cómo
educarla.
Esto le inclina a la
rebeldía en todos los
órdenes.
La educación, la virtud,
o el buen carácter,
pueden dominar este
espíritu rebelde.
Sin perder la autoridad paterna es bueno lograr la
amistad del hijo, para que se someta de buena gana
al verse tratado con consideración.
El adolescente necesita afirmar su personalidad, su
independencia, quiere ser él, decidir él, ser
responsable de sí mismo.
Empieza su camino hacia la adultez.
Los padres deben ayudar a que su hijo vaya
madurando en su adultez.
No prohibir con autoritarismo, sino obligado por
razones, y siempre, en bien del hijo.
Los adolescentes se muestran
inseguros, les falta unidad interior,
les falta el sentido de la seguridad,
base fundamental de un desarrollo
armonioso.
Ayudándole de esta forma en su autodesarrollo.
El adolescente rechaza todo lo que sea
imposición que pueda poner en peligro su
personalidad naciente.
No acepta que se le trate como a un niño.
El sentimiento de
seguridad lo
adquieren cuando
encuentran, en el
hogar, amor y
autoridad.
El amor materno
es indispensable
para la salud
física y psíquica
del hijo.
Las graves faltas en la
personalidad del adulto
provienen,
principalmente, de la
falta de amor en la
infancia y en la
adolescencia.
La madre debe ser el
corazón del hogar y
mantener en él, vivo, el
fuego del cariño.
Cuidar demasiado del hijo y
endiosarlo con mimos,
puede causar una fijación
en la infantilidad e
impedirle la necesaria
emancipación.
El padre es también
indispensable en la
educación del niño, que
necesita de su dirección y
autoridad.
Hay que dialogar con ellos,
inspirarles confianza, darles
ánimo, oírles con simpatía y
comprensión.
También el padre
debe evitar
demasiada
protección y mimos a
sus hijos.
La autoridad paterna es
imprescindible para el
desarrollo afectivo del hijo.
El amor materno y la
autoridad paterna son las dos
grandes columnas en que
descansa la educación de
niños y adolescentes.
La fuerza de voluntad es muy
importante en la vida.
Se consigue con entrenamiento.
Para conseguirla, es necesario
el premio: el estímulo, la
atención y la alabanza
frecuente. La vida es dura y
sólo a base de coraje se logra
la cima de los fuertes.
Para educar la voluntad, hace falta
un aprendizaje gradual que se
consigue con la repetición de actos
donde uno se vence en los gustos
hasta adquirir «el hábito positivo».
Es necesario no sólo animar a que el
niño se esfuerce por conseguir unas
metas, sino también ir alabando con
cierta continuidad lo poco o mucho
que, de hecho, consiga en cada
momento.
También es necesario darle base moral
sólida, formarle la conciencia,
inculcarle el sentido del deber, corregir
lo defectuoso y dejar bien claro dónde
está la virtud.
Hay que educar en valores.
Los valores son guías de conducta.
La escala de valores marca la conducta de cada
individuo.
Los valores se viven, se sugieren, se comparten, no se
imponen.
El ejemplo es la mejor manera de educar.
La disciplina y el dominio de sí son indispensables en
la formación del ser humano.
El adolescente necesita que le
escuchen y valoren sus puntos de vista,
y sobre todo que se estime su persona y
vea que se preocupen por él.
.
La mejor, más honesta y más
desinteresada ayuda que pueden
encontrar, es la de sus padres