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marchaban 13 soldados de infantería como los que protegen hoy los tanques; pero los elefantes
tienen un punto débil: sus ojos. La infantería griega intenta alcanzar su objetivo. Si un elefante
pierde un ojo, se vuelve loco y un elefante es un animal enorme. En medio del caos, Alejandro
ataca el centro del ejército indio y pulveriza su flanco. A pesar de estar atrapado en un doble
ataque mortal, Poros continúa luchando. El centro se colapsa, es un enorme caos de 10 o 12 mil
hombres, animales burros, caballos de todo. No pueden moverse. La infantería sigue
presionándolos también la caballería desde el flanco. El problema de la batalla del Hidaspes fue
la falta de escapatoria. Es un brutal combate cuerpo a cuerpo. Los animales son neutralizados.
La batalla del Hidaspes es espantosa.
El final
Alejandro ordena a lo que queda de su caballería avanzar alrededor de esa masa de hombres
temblorosos y asustados. El ejército de Poros está atrapado en una trampa mortal: no puede
maniobrar. 10.000 soldados presionados unos contra otros 8.000 en una carnicería. Los gritos de
los animales, el ruido de un elefante herido, el relincho de dolor de los caballos. Si un caballo
resbala o caía herido o un soldado caía y recordemos que no usaban sillas de montar, morían
aplastados. Seres humanos heridos por espadas, lanzas o hachas, el ruido y los gritos. El campo
de batalla se cubre de sangre, vísceras y trozos de carne humana y el olor. Siete horas después,
Poros ha perdido ¾ partes de su ejército. Él mismo sigue luchando malherido. Alejandro admira
su valentía y su determinación por seguir luchando pese a una derrota segura. Alejandro ve en
Poros un espíritu afín. No quiere matar a un guerrero que ha llegado a respetar. Así que envía a
un mensajero para ofrecerle un encuentro. El historiador griego Arriano recoge aquella
conversación: “¿Cómo debo tratarte?” –pregunta el heleno; “Como a un rey” –responde Poros;
Alejandro queda tan impresionado por la dignidad y el porte de Poros que le permite seguir
siendo rey y conservar sus territorios y súbditos.
La última gran batalla
En el Hidaspes libró Alejandro su última gran batalla campal de su vida, contra el rey indio Poros
mayo/junio del 326. En recuerdo de la victoria fundó el macedonio las ciudades de Nicea y
Bucéfala. En la continuación de marcha hacia el Este atravesó el Ascenises (Chenab), el
Hidroates (Ravi) hasta llegar al Hifasis (Beas), éste es el punto más oriental que Alejandro
alcanzó en su vida. Desde su partida de Macedonia, sus soldados habían dejado atrás, en ocho
años y medio, un total de dieciocho mil kilómetros, marcha gigantesca que todavía supera a la
del ejército de Napoleón, e incluso a la de la infantería de la Segunda Guerra Mundial. Pero en el
Hifasis, la lluvia tropical de setenta días de duración, el clima húmedo y caluroso, inhabitual para
los europeos, y el temor paralizante para los macedonios de ser conducidos a una lejanía infinita
llevó al ejército a una depresión insuperable. Ante ella, se rindió Alejandro por primera y única
vez en su vida. Renunció a su objetivo de alcanzar el Ganges y el Océano Oriental y regresó.
El regreso
Tras su regreso al Hidaspes, aceleró Alejandro la construcción de la escuadra gigantesca del
Indo que confió a Crátero. Una escuadra gigantesca compuesta de buques de guerra, de
transporte y de carga, flanqueada por numerosos barcos menores y equipada con súbditos de
los pueblos marítimos del Imperio de Alejandro, griegos, carios, chipriotas, fenicios y egipcios,
zarpó al mando de Nearco en noviembre del 326, curso abajo del Hidaspes hacia el Acesines y
de aquí hacia el Indo. Fuertes contingentes del ejército (bajo el mando de Hefestión y de Crátero)
acompañaban por tierra el curso de la escuadra; se trataba de la más potente demostración de