Cualquiera sea la marcha que queramos emprender, antes hay que trazar el
conjunto de ideas que nos orientará en el camino. La improvisación, que tanto
recomiendan algunos, no es tan confiable como la quieren hacer ver. ¿Qué sería
de un médico cirujano si improvisara en plena intervención? Sus ideas deben ser
claras y precisas, producto de profundos estudios. Desde luego que la
improvisación funciona para algunos, pero la vida nuestra es muy importante
como para dejarla en manos de la improvisación. Cualquiera sea la acción a
realizar, conviene tener una idea o conjunto de ideas al respecto para proceder
inteligentemente.
Descartes aconseja no aceptar nunca nada como verdadero. Esto es difícil. Nosotros
somos criaturas con un alto sentido metafísico de la creencia. Desde chiquitillos
nos obligan a creer en todo. Somos entes creyentes. Esto quiere decir que nuestras
estructuras cognoscitivas se moldean al punto, que nos es casi imposible
abandonar un credo. Empezamos creyendo, por imposición, en el Coco o en el
Bicho (una suerte de monstruo raro que antiguamente (…) empleaban los padres
para hacer obedecer a sus hijos). La profunda y erudita sociología domestica era
algo así: ¡Uuuyyy! Ahí viene el Bicho…). La filosofía del Coco o del Bicho
representa la primera neurosis instalada en la mente de un niño. Luego vienen
otros credos: los duendes, las hadas, los ángeles, Dios, los ovnis, y que el próximo
presidente nos sacará del caos actual… Por eso siempre tenemos algún grado de
tristeza: creer mucho y no ver materializada una migaja de nuestras creencias,
deprime.
No aceptar nunca nada como verdadero puede entenderse como no aceptar nunca
ninguna creencia como verdadera. Una creencia es un acto imaginativo que logra
legitimarse ontológicamente (fundamento incuestionable de su existencia) en la
realidad cotidiana. También Descartes aconseja evitar cuidadosamente la
precipitación. Esto es bueno. Las grandes estupideces humanas se han cometido
por precipitación. Finalmente, es bastante complicado desprenderse de los
propios juicios, como Descartes lo hizo, hasta que no se presenten al espíritu en
forma tan clara y distinta que no admitan la más minina duda. Sin embargo, hay que
dudar razonablemente.
Con Descartes podemos hacer un ejercicio básico, y pensar más detenidamente,
no sólo las ideas propias, sino todas aquellas afirmaciones que nos llegan y
recibimos pasivamente sin cuestionar, procurando no precipitarnos tanto ante
afirmaciones, creencias, comentarios, chismes, etc., dándolos por verdaderos,
sino analizando la procedencia, la intencionalidad, el contexto del que han salido,
hasta contar con cierto grado de certeza y confiabilidad. Dudar razonablemente
es saludable, porque contribuye a una vida más perspicua y menos ingenua.