Quizá se vea mejor si hacemos un examen individual de alguna de las virtudes morales.
Sabemos que las cuatro virtudes morales principales son las que llamamos cardinales:
prudencia, justicia, fortaleza y templanza. Prudencia es la facultad de juzgar rectamente.
Una persona temperamentalmente impulsiva, propensa a acciones precipitadas y sin
premeditación y a juicios instantáneos, tendrá por delante la tarea de quitar estas barreras
para que la virtud de la prudencia pueda actuar en él efectivamente. Resulta también
evidente que, en cualquier circunstancia, el conocimiento y la experiencia personales
facilitan el ejercicio de esta virtud. Un niño posee la virtud de la prudencia
en germen; por eso, en asuntos relativos al mundo de los adultos, no puede esperarse
que haga juicios prudentes, porque carece de conocimiento y experiencia.
La segunda virtud cardinal es la justicia, que perfecciona nuestra voluntad (como la
prudencia nuestra inteligencia), y salvaguarda los derechos de nuestros semejantes a la
vida y la libertad, a la santidad del hogar, al buen nombre y el honor, a sus posesiones
materiales. Un obstáculo a la justicia, que nos viene fácilmente a la mente, es el prejuicio,
que niega al hombre sus derechos humanos, o dificulta su ejercicio, por el color, raza,
nacionalidad o religión. Otro obstáculo puede ser la tacañería natural, un defecto producto
quizá de una niñez de privaciones. Es nuestro deber quitar estas barreras si queremos
que la virtud sobrenatural de la justicia actúe con plenitud en nuestro interior.
La fortaleza, tercera virtud cardinal, nos dispone para obrar el bien a pesar de las
dificultades. La perfección de la fortaleza se muestra en los mártires, que prefieren morir a
pecar. Pocos de nosotros tendremos que afrontar una decisión que requiera tal grado de
heroísmo. Pero la virtud de la fortaleza no podrá actuar, ni siquiera en las pequeñas
exigencias que requieran valor, si no quitamos las barreras que un conformismo
exagerado, el deseo de no señalarse, de ser «uno más», han levantado. Estas barreras
son el irracional temor a la opinión pública (lo que llamamos respetos humanos), el miedo
a ser criticados, menospreciados, o, peor aún, ridiculizados.
La cuarta virtud cardinal es la templanza, que nos dispone al dominio de nuestros deseos,
y, en especial, al uso correcto de las cosas que placen a nuestros sentidos. La templanza
es necesaria especialmente para moderar el uso de los alimentos y bebidas, regular el
placer sexual en el matrimonio. La virtud de la templanza no quita la atracción por el
alcohol; por eso, para algunos, la única templanza verdadera será la abstinencia. La
templanza no elimina los deseos, sino que los regula. En este caso, quitar obstáculos
consistirá principalmente en evitar las circunstancias que pudieran despertar deseos que,
en conciencia, no pueden ser satisfechos.
Además de las cuatro virtudes cardinales, hay otras virtudes morales. Sólo
mencionaremos algunas, y cada cual, si somos sinceros con nosotros mismos, descubrirá
su obstáculo personal. Está la piedad filial (y por extensión también el patriotismo), que
nos dispone a honrar, amar y respetar a nuestros padres y nuestra patria. Está la
obediencia, que nos dispone a cumplir la voluntad de nuestros superiores como
manifestación de la voluntad de Dios. Están la veracidad, liberalidad, paciencia, humildad,
castidad, y muchas más; pero, en principio, si somos prudentes, justos, recios y
templados aquellas virtudes nos acompañarán necesariamente, como los hijos pequeños
acompañan a papá y mamá.
¿Qué significa, pues, tener un «espíritu cristiano»? No es un término de fácil definición.
Significa, por supuesto, tener el espíritu de Cristo. Lo que, a su vez, quiere decir ver el
mundo como Cristo lo ve; reaccionar ante las circunstancias de la vida como Cristo
reaccionaría. El genuino espíritu cristiano en ningún lugar está mejor compendiado que en
las ocho bienaventuranzas con que Jesús dio comienzo al, incomparablemente bello,
Sermón de la Montaña.
De paso diremos que el Sermón de la Montaña es un pasaje del Nuevo Testamento que
todos deberíamos leer completo de vez en cuando. Se encuentra en los capítulos cinco,