La Humildad, página 12
reflejar en su carácter y conducta al Cristo que se humilló, que vino para servir y que se sacrificó a sí
mismo para perdonar los pecados de todos.
Para su propio crecimiento y transformación.
Debe ser evidente que, si estamos contentos con lo que somos, no procuraremos progresar en
la vida cristiana, agradar a Dios, ni hacer los cambios que Dios quiere hacer en nosotros para que
crezcamos hacia la imagen de Cristo. Experimentar los cambios requiere que seamos enseñables, que
seamos motivados por Dios, que tengamos el deseo, la intención y, sobre todo, la dependencia de
Dios quien es el único que es poderoso para lograr la transformación del hombre. “La humildad es la
verdadera esencia de la santidad....es el suprimir el ego por medio de entronar a Dios. Dónde Dios es
todo, el ego no es nada” (Murray, página 63)
De nuevo hacemos la pregunta, ¿Por qué es tan necesaria la humildad para progresar en todo
aspecto de la vida cristiana? Escuchemos algunas palabras más de Andrew Murray sobre la relación
de la humildad con el pecado:
¡Y, entonces, el orgullo o la pérdida de la humildad, es la raíz de todo pecado y maldad! Fue
cuando los ángeles, ahora caídos, comenzaron a mirarse a sí mismos con complacencia que
fueron llevados a la desobediencia, y fueron echados de la luz celestial a las tinieblas. Así fue
que, cuando la Serpiente respiró el veneno de su orgullo—el deseo de ser como Dios—en los
corazones de nuestros primeros padres, ellos también cayeron de su estado alto a la vileza al
cual el humano se ha hundido. En el cielo y en la tierra, el orgullo—la exaltación del ego—es
la puerta y el nacimiento, y la maldición del infierno.
¡Entonces, lógicamente, nada puede lograr nuestra redención aparte de la restauración de la
humildad perdida, la original y la única relación verdadera de la criatura con su Dios! Así
que, Jesús vino para traer de nuevo la humildad a la tierra, para hacernos partícipes de ella, y
a través de ella a salvarnos. En el cielo se humilló para hacerse hombre. La humildad que
vemos en Él le poseyó en el cielo; le trajo, Él lo trajo, desde allá. Aquí en la tierra “se humilló
a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte”; Su humildad dio a su muerte su valor, y
así llegó a ser nuestra redención. Y ahora la salvación que Él imparta es nada más y nada
menos que una comunicación de Su propia vida y muerte, Su propia disposición y
espíritu—Su propia humildad—como el fundamento y la raíz de Su relación con Dios y Su
obra redentora. Jesucristo tomó el lugar y cumplió el destino del hombre, como una criatura,
por medio de su vida de perfecta humildad. Su humildad es nuestra salvación. Su salvación
es nuestra humildad.
Y así la vida de los salvos, de los santos, necesita llevar la estampa de la liberación del
pecado y la restauración completa a su estado original—su relación entera a Dios y hombre,
marcada con una humildad que lo ha llenado todo. Sin ésto, el creyente no puede permanecer
en comunión con Dios, o experimentar su favor y el poder de Su Espíritu; sin ésto, no
experimentará una fe que persevera, ni el amor, ni el gozo, ni la fuerza. La humildad es el