La natividad de la santisima virgen maria

ArqRobertoSaldivarOl 642 views 190 slides Dec 30, 2015
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Pero tú Belén de Éfrata, pequeña entre las aldeas de Judá, de ti saldrá el jefe de Israel”. Así comienza la liturgia de la Palabra en este día dedicado a la celebración del Nacimiento de Nuestra Madre. La primera lectura nos da la clave para contemplar hoy la escena evangélica que la Igl...


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Arq. Roberto Saldivar Olague, [email protected]
Tel.+52-492-92-7-62-95

Discernimiento del autor y breve compilación de publicaciones de LA VERDAD CATOLICA,
CRUZADA DE SANTA MARIA, CATHOLIC.NET y de la predicación de los Hermanos Franciscanos
Y de la Biblia de América.






LA NATIVIDAD DE LA SANTISIMA VIRGEN MARIA.

Arq. Roberto Saldivar Olague, [email protected]
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Discernimiento del autor y breve compilación de publicaciones de LA VERDAD CATOLICA,
CRUZADA DE SANTA MARIA, CATHOLIC.NET y de la predicación de los Hermanos Franciscanos
Y de la Biblia de América.
EL HERMANO MAYOR
Rm 8,28-30; Mt 1,18-23
El anuncio del futuro nacimiento de Jesús sorprendió a José y modificó para siempre su
vida. Su prometida esperaba un hijo por obra de Dios. A los ojos del carpintero y de los
vecinos de Nazaret aquello resultaría incomprensible. El misterio del amor de Dios por su
pueblo Israel, afectaría la existencia cotidiana de aquella pareja, que tendría que
apresurar los desposorios y acoger al niño que se convertiría en el Emanuel, la presencia
viva de Dios en medio de su pueblo. Cuando José asimiló aquel desafío, se puso en obra
y acogió a María y a su hijo Jesús, como suyos.
La Carta a los romanos nos expone de manera elocuente el proceso de identificación con
Cristo, que hemos de concretar todos los bautizados. Es nuestro hermano mayor, nuestro
referente y modelo. La vida católica consiste en modelar la propia existencia, siguiendo
las actitudes y las opciones fundamentales que asumiera Jesús en relación a Dios, a los
necesitados y a los pecadores. No se trata de negar nuestra personalidad, sino de
asimilar creativamente la mentalidad y el proceder de Cristo Jesús.
“Por lo demás, sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le
aman; de aquellos que han sido llamados según su designio. Pues a los que de antemano
conoció, también los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que fuera él el
primogénito entre muchos hermanos; y a los que predestinó, a ésos también los llamó; y a
los que llamó, a ésos también los justificó; a los que justificó, a ésos también los glorificó.”
Pero tú Belén de Éfrata, pequeña entre las aldeas de Judá, de ti saldrá el jefe de Israel”.
Así comienza la liturgia de la Palabra en este día dedicado a la celebración del
Nacimiento de Nuestra Madre. La primera lectura nos da la clave para contemplar hoy la
escena evangélica que la Iglesia nos propone: la concepción de Jesús. Ante las dudas de
José, ante la ley irrevocable del pueblo de Israel, la pequeñez de la Virgen ¡la más
pequeña de las doncellas del pueblo!. Su silencio, su dependencia de la decisión de su
querido José, que se consumen en un mar de dudas aguijoneado por el enemigo de todo
hombre. La Virgen, pequeña, protagonista de una escena sin ni siquiera estar presente en
ella.
Pequeña la concibió su madre, Santa Ana. Quizá la escena de José acogiendo a María
nos lleve a imaginarnos a la familia en que nació María, y con la que todavía vive.
Ver la pequeñez de una familia asentada en una aldea minúscula de Galilea como es
Nazaret. Galilea, una tierra impura, cuyos habitantes en el pasado habían abandonado el
Dios de Israel. Que se habían mezclado con los paganos que habitaban sus tierras y
habían aceptado sus dioses. “Pero tú, Belén de Éfrata, pequeña entre las aldeas de Judá,
de ti saldrá el jefe de Israel”. Sin milagros. Sin grandeza humana. Sin ser nadie dentro del
pueblo de Israel. Pero sí siendo parte de ese Resto de Israel fiel al Señor de sus padres.
Quince años de preparación en casa de San Joaquín y Santa Ana para decir sí a la
Encarnación del Verbo. No importa la pequeñez en la que nace María. Tampoco la

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irrelevancia en la que se desarrolla su vida, ni el vulgar futuro que por posición le
correspondía. Allí donde los hombres no veían nada sobresaliente, el Padre sonreía ante
la que había de ser la Madre de su Hijo.
Terminar nuestra contemplación gozando en esa mirada amorosa del Creador. Gustar
con él la pureza de un alma ya concebida sin pecado.
De un alma especialmente preservada para ser primero Madre del Redentor y después,
de toda la humanidad “Dios los predestinó a ser imagen de su Hijo, para que Él fuera el
primogénito de muchos hermanos”. Ver la maravilla que tenía preparada. Ver su alegría
ante un alma que después de tantos siglos y milenios se entrega por fin totalmente a Él.

Y desear ser nosotros como esa alma transparente y humilde. Ser todo suyos. Ser como
levadura en medio de la masa, del mundo en el que vivimos. Insignificantes a los ojos de
los que nos rodean pero fruto que madura a los ojos de Dios. Centrados en la mirada de
Dios, que todo lo ve, y olvidados de la de los hombres que solo se fija en apariencias. Y
mirando a ese Padre que nos regala tan buena Madre, decirle: “Gracias”.
El nacimiento de Jesucristo fue de esta manera: Su madre, María, estaba desposada con
José y, antes de empezar a estar juntos ellos, se encontró encinta por obra del Espíritu
Santo. Su marido José, como era justo y no quería ponerla en evidencia, resolvió
repudiarla en secreto. Así lo tenía planeado, cuando el Ángel del Señor se le apareció en
sueños y le dijo: José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo
engendrado en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre
Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados. Todo esto sucedió para que se
cumpliese el oráculo del Señor por medio del profeta: Ved que la virgen concebirá y dará
a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel, que traducido significa: Dios con
nosotros.

La Liturgia no acostumbra celebrar el nacimiento terreno de los santos la única excepción
es San Juan Bautista. Celebra, en cambio, el día de la muerte, día del nacimiento para el
cielo.
Por el contrario, cuando se trata de la Santísima Virgen. Aparece claramente el
paralelismo entre Ella y su Hijo Jesucristo. De los dos, la Iglesia celebra con fiestas
propias, su concepción, su nacimiento y su vuelta a la Casa del Padre.
Tenemos que ver el misterio de hoy en el contexto del pecado original.

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En aquel momento, Dios prometió la llegada de una Mujer, contrapuesta a la serpiente
tentadora: “Pongo hostilidad entre ti y la mujer, entre tu linaje y el suyo: él herirá tu cabeza
cuando tú hieras su talón. (Gen 3,16) Al nacer María, comenzó a cumplirse esta promesa.
Porque Ella es la Virgen Madre que da a luz un Hijo que será el Salvador del mundo.
Porque Ella es la Colaboradora de Aquel que conseguiría la victoria definitiva sobre la
serpiente infernal. Por eso, María es la nueva Eva, es decir, la Madre de la vida y Madre
de los vivientes.

Y así se inició, con el nacimiento de la Virgen, la plenitud de los tiempos. Con ello, Dios
daba al mundo como la garantía concreta de que la salvación ya estaba inminente.
Por todo eso la festividad es una invitación a la profunda alegría. Toda la creación se
alegra y goza con el nacimiento de María.
Y a lo largo de los siglos, los católicos han expresado con mucho simbolismo y creatividad
su júbilo y regocijo. Si Jesucristo es la luz y el sol de justicia, entonces María es:
La aurora y la estrella que anuncia el sol,
El regazo de la encarnación divina.
El preludio y la esperanza de salvación,
La puerta virginal a través de la cual Dios hizo su entrada en la tierra.
Pero no sólo la creación se alegra con la fiesta. No sé si podemos imaginamos como el
mismo Dios se regocija con el nacimiento de María.
Allí está la nueva creatura del paraíso, la nueva Eva tal como Dios la pensaba en su
proyecto original de la creación. Ella es la culminación, la corona de todo lo creado, la
obra maestra del Padre:
La Virgen más hermosa y más pura,
La Hija más querida y más anhelada,
La Madre más amorosa y más santa.

Queridos hermanos, ¡alegrémonos todos, unidos con Dios y con la creación entera de
esta celebración de júbilo y fiesta, de este día en que recordamos el nacimiento de María,
Madre de Jesús y Madre nuestra!
¡Qué así sea!
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Padre Nicolás Schwizer

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UNA FUERZA QUE CURABA
1 Co 6, 1-11; Lc 6, 12-19
La narración sumaria que nos comparte el evangelista san Lucas transmite una situación
de entusiasmo y exaltación popular. Jesús ha desatado un movimiento favorable en torno
suyo: la gente lo busca porque su vida mejora; sus palabras tienen una novedad que
llama la atención y hace reflexionar en la necesidad de cambiar la forma de relacionarse
con Dios y con las personas. Jesús no es el típico seductor que manipula a las multitudes
jugando con sus emociones, es un profeta que llama al cambio interior y que no demanda
una fidelidad a ciegas.
Cuando se ha dado el paso es necesario reajustar las inercias añejas. Éste es el
planteamiento que propone san Pablo a los católicos de Corinto. No pueden seguir los
procesos jurídicos establecidos de manera ingenua.
El diálogo, la reconciliación y el restablecimiento de la justicia son tareas ineludibles
cuando los católicos viven conflictos; el recurso al arbitraje de un juez es la última
posibilidad. Primero conviene abrirle espacio al entendimiento y el perdón fraterno.
Señor Jesús, en varias ocasiones el Evangelio hace mención que pasaste la noche en
oración… y yo que batallo para hacer mi meditación de 10, 15 ó 20 minutos. Tu oración es
fruto de tu amor, de tu dependencia a Dios. Ilumíname para yo pueda crecer también en
mi amor y que ahora sepa disponer mi corazón para hacer la voluntad del Padre en este
día.

Jesucristo, enséñame a orar. Haz que te ame a tal punto, que me sea imposible no
seguirte.

Cuando las decisiones se convierten en algo urgente y complejo, su oración se hace cada
vez más larga e intensa. En la inminente elección de los Doce Apóstoles, por ejemplo,
Lucas destaca la duración de la oración preparatoria de Jesús: "En esos días, Jesús se
retiró a una montaña para orar, y pasó toda la noche en oración con Dios. Cuando se hizo
de día, llamó a sus discípulos y eligió a doce de ellos, a los que dio el nombre de
Apóstoles". Observando la oración de Jesús, deben surgirnos diversas preguntas: ¿Cómo
rezo yo? ¿Cómo rezamos nosotros? ¿Qué tiempo dedicamos a la relación con Dios? ¿Es
suficiente la educación y formación a la oración actualmente? ¿Quién nos puede
enseñar? [...] Escuchar, meditar, callar ante el Señor que habla, es un arte que se
aprende practicándolo con constancia. Ciertamente, la oración es un don que exige, sin
embargo, el ser acogido; es una obra de Dios, pero que exige compromiso y continuidad
por nuestra parte, sobre todo la continuidad y la constancia son importantes. Benedicto
XVI, 30 de noviembre de 2011.
«Caminar, edificar y confesar» son las prioridades de la Iglesia. Lo dijo el Papa Francisco
durante la misa en la Capilla Sixtina.
En estas tres lecturas veo que hay algo en común; es el movimiento. En la primera
lectura, el movimiento en el camino; en la segunda lectura, el movimiento en la edificación

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de la Iglesia; en la tercera, en el Evangelio, el movimiento en la confesión. Caminar,
edificar, confesar.
Caminar. (Casa de Jacob, vengan caminemos a la luz del Señor (Is 2,5). Esta es la
primera cosa que Dios ha dicho a Abrahán: Camina en mi presencia y se irreprochable.
Caminar: nuestra vida es un camino y cuando nos paramos, algo no funciona. Caminar
siempre, en presencia del Señor, a la luz del Señor, intentando vivir con aquella honradez
que Dios pedía a Abrahán, en su promesa.
Edificar. Edificar la Iglesia. Se habla de piedras: las piedras son consistentes; pero piedras
vivas, piedras ungidas por el Espíritu Santo. Edificar la Iglesia, la Esposa de Cristo, sobre
la piedra angular que es el mismo Señor. He aquí otro movimiento de nuestra vida:
edificar.
Tercero, confesar. Podemos caminar cuanto queramos, podemos edificar muchas
Cosas, pero si no confesamos a Jesucristo, algo no funciona. Acabaremos siendo una
ONG asistencial, pero no la Iglesia, Esposa del Señor. Cuando no se camina, se está
parado. ¿Qué ocurre cuando no se edifica sobre piedras? Sucede lo que ocurre a los
niños en la playa cuando construyen castillos de arena. Todo se viene abajo. No es
consistente. Cuando no se confiesa a Jesucristo, me viene a la memoria la frase de León
Bloy: “Quien no reza al Señor, reza al diablo”. Cuando no se confiesa a Jesucristo, se
confiesa la mundanidad del diablo, la mundanidad del demonio.
Caminar, edificar, construir, confesar. Pero la cosa no es tan fácil, porque en el caminar,
en el construir, en el confesar, a veces hay temblores, existen movimientos que no son
precisamente movimientos del camino: son movimientos que nos hacen retroceder.
Este Evangelio prosigue con una situación especial. El mismo Pedro que ha confesado a
Jesucristo, le dice: Tú eres el Mesías, el hijo de Dios vivo. Te sigo, pero no hablemos de
cruz. Esto no tiene nada que ver. Te sigo de otra manera, sin la cruz. Cuando caminamos
sin la cruz, cuando edificamos sin la cruz y cuando confesamos un Cristo sin cruz, no
somos discípulos del Señor: somos mundanos, somos obispos, sacerdotes, cardenales,
papas, pero no discípulos del Señor.
Quisiera que todos, después de estos días de gracia, tengamos el valor, precisamente el
valor, de caminar en presencia del Señor, con la cruz del Señor; de edificar la Iglesia
sobre la sangre del Señor, derramada en la cruz; y de confesar la única gloria: Cristo
crucificado. Y Así la Iglesia avanzará.
Deseo que el Espíritu Santo, por la plegaria de la Virgen, nuestra Madre, nos conceda a
todos nosotros esta gracia: caminar, edificar, confesar a Jesucristo crucificado. Que así
sea. Gran homilía de PAPA FRANCISCO.

En nuestra sociedad donde todo se hace para usar y tirar, las cosas salen en serie, sin
características propias: los mismos modelos de zapatos, el mismo estilo de vestir, las
mismas comidas, el mismo diseño de construcción, las mismas expresiones de
vocabulario... queremos igualarnos tanto que perdemos hasta la identidad. La sociedad

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nos masifica, nos despersonaliza, nos hace iguales.

Con Dios no es así; para Él cada uno es único, singular e irrepetible: Dios no hace las
cosas en serie. Dios nos conoce y nos llama por nuestro propio nombre y al identificarnos
nos da el ser que nos autentifica. Su amor nos crea en cada momento porque su Palabra
llega directa al corazón y desde esta interpelación nos potencia y dinamiza para la misión
que cada uno trae a la vida. El gran secreto de la vida es sabernos amados.
Con esta certeza nuestra vida se llena de sentido, basta que Él susurre mi nombre al oído
para que todo se llene de emoción. Es la confianza de sabernos amados con un único
amor, grande y fuerte.


¡Oh Dios, que desde la eternidad pensaste en mí y que en un momento concreto de la
historia pronunciaste mi nombre para llamarme a la vida y que formaste mi sr en el seno
de mi madre. Gracias por el amor que me regalas cada día. Te pido tu gracia para que
siempre pueda cumplir la misión que me encomiendas y así cooperar a la salvación del
mundo en nombre de tu Hijo Jesucristo nuestro Señor.

Hemos querido olvidar las cosas que no nos ayudan a construir un futuro mejor. Así nos
los dice la primera lectura: dar muerte a todo lo terreno que no nos ayuda. Cómo se
entrelaza con el evangelio que nos narra las bienaventuranzas. ¡Cuántas veces hemos
meditado este evangelio!
La ilusión de una juventud llena de vida. Nos invita a reflexionar sobre el texto de las
bienaventuranzas:
En la base de ellas se halla una pregunta que Ustedes ponen con inquietud: ¿por qué
existe el mal en el mundo?
Las palabras de Cristo hablan de persecución, de llanto, de falta de paz y de injusticia, de
mentira y de insultos. E indirectamente hablan del sufrimiento del hombre en su vida
temporal. Pero no se detienen ahí. Indican también un programa para superar el mal con
el bien. Efectivamente, los que lloran, serán consolados; los que sienten la ausencia de la
justicia y tienen hambre y sed de ella, serán saciados; los operadores de paz, serán
llamados hijos de Dios; los misericordiosos, alcanzarán misericordia; los perseguidos por
causa de la justicia, poseerán el reino de los cielos.
¿Es ésta solamente una promesa de futuro? Las certezas admirables que Jesús da a sus
discípulos ¿se refieren sólo a la vida eterna, a un reino de los cielos situado más allá de la
muerte? Sabemos bien, queridos jóvenes, que ese “reino de los cielos” es el “reino de

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Dios”, y que “está cerca”. Porque ha sido inaugurado con la muerte y resurrección de
Cristo. Sí, está cerca, porque en buena parte depende de nosotros, los católicos y los
verdaderos cristianos “discípulos” de Jesús.
Así, el católico vence el mal; y Ustedes, vencen al mal con el bien cada vez que, por
amor y a ejemplo de Cristo, se libran de la esclavitud de quienes miran a tener más y no a
ser más.
Cuando saben ser dignamente sencillos en un mundo que paga cualquier precio al poder;
cuando son limpios de corazón entre quien juzga sólo en términos de sexo, de apariencia
o hipocresía; cuando construyen la paz, en un mundo de violencia y de guerra; cuando
luchan por la justicia ante la explotación del hombre por el hombre o de una nación por la
otra; cuando con la misericordia generosa no buscan la venganza, sino que llegan a amar
al enemigo; cuando en medio del dolor y las dificultades, no pierden la esperanza y la
constancia en el bien, apoyados en el consuelo y ejemplo de Cristo y en el amor al
hombre hermano. Entonces se convierten en transformadores eficaces y radicales del
mundo y en constructores de la nueva civilización del amor, de la verdad, de la justicia,
que Cristo trae como programa de las bienaventuranzas que Cristo les propone.
El Apóstol indica que quien ama a su hermano está en la luz, y el que le aborrece está en
las tinieblas; ¿Qué sentido tienen estas palabras? San Juan habla dos veces de victoria
sobre el maligno; es decir, de la victoria sobre el instigador del mal en el mundo. Es
idéntico tema al encontrado en las bienaventuranzas.
Ahora bien, sabemos que es Jesús quien nos da esa “victoria que vence el mundo” y el
mal que hay en él, que lo caracteriza, porque “el mundo todo está bajo el maligno”.
El amor a Dios y al prójimo es el distintivo del católico; es el precepto “antiguo” y “nuevo”
que caracteriza la revelación de Dios en el Antiguo y Nuevo Testamento. Es la “fuerza”
que vigoriza nuestra capacidad humana de amar, elevándola, por amor a Dios, en el amor
al “hermano”. El amor tiene una enorme capacidad transformadora: cambia las tinieblas
del odio en luz.
El Señor es bueno con todos. ¡Bienaventurados seremos Señor!
En la cruz está la vida y el consuelo, y ella sola es el camino para el cielo. (Santa Teresa)
LA FUERZA DE LAS BIENAVENTURANZAS
1 Co 7, 25-31; Lc 6, 20-26

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Y de la Biblia de América.
Tanto la proclama de las bienaventuranzas como la exhortación del apóstol san Pablo a
los corintios manejan una perspectiva de futuro.
Las situaciones cotidianas van a cambiar; no se puede seguir viviendo como se hacía en
el pasado. Las injusticias, las carencias y el sufrimiento de la gente humilde, llegarán
pronto a su término. Dios inaugura su señorío e invita a la gente de buen corazón a
sumarse a ese movimiento de renovación interior, que tendrá repercusiones en las
relaciones sociales.
El reino ha llegado y nada será igual. En la perspectiva de san Pablo, emerge la
certidumbre del final de los tiempos; Cristo glorioso recapitulará todas las cosas. De ahí
que los proyectos y realidades mundanas quedarán relativizados. Las cosas que tanto
nos afanan en este mundo son efímeras, no tiene caso apegarnos excesivamente a ellas,
porque se incrementa la dependencia y el sufrimiento.

Gracias, Señor, por este momento de oración. Qué dicha y alegría el poder experimentar
tu presencia, tu cercanía. Humildemente te pido, ¡ven Señor Jesús! Ilumina mi oración
para que crezcan mi fe y mi fortaleza para saber escogerte siempre a Ti
Jesús, dame la sabiduría para saber reconocer en dónde y cómo se encuentra la
felicidad.
Se rinde un culto idolátrico al dinero. Porque se ha globalizado la indiferencia!, se ha
globalizado la indiferencia: a mí ¿qué me importa lo que les pasa a otros mientras yo
defienda lo mío? Porque el mundo se ha olvidado de Dios, que es Padre; se ha vuelto
huérfano porque dejó a Dios de lado.
Algunos de ustedes expresaron: Este sistema ya no se aguanta. Tenemos que cambiarlo,
tenemos que volver a llevar la dignidad humana al centro y que sobre ese pilar se
construyan las estructuras sociales alternativas que necesitamos.
Hay que hacerlo con coraje, pero también con inteligencia. Con tenacidad, pero sin
fanatismo. Con pasión, pero sin violencia. Y entre todos, enfrentando los conflictos sin
quedar atrapados en ellos, buscando siempre resolver las tensiones para alcanzar un
plano superior de unidad, de paz y de justicia. Los católicos tenemos algo muy lindo, una
guía de acción, un programa, podríamos decir, revolucionario.
Les recomiendo vivamente que lo lean, que lean las bienaventuranzas que están en el
capítulo 5 de San Mateo y 6 de San Lucas, y que lean el pasaje de Mateo 25.
Del santo Evangelio según san Lucas 6, 20-26

En aquel tiempo Jesús alzando los ojos hacia sus discípulos, decía: «Bienaventurados los
pobres, porque Suyo es el Reino de Dios. Bienaventurados los que tienen hambre ahora,
porque serán saciados. Bienaventurados los que lloran ahora, porque reirán.
Bienaventurados serán cuando los hombres los odien, cuando los expulsen, los injurien y
proscriban su nombre como malo, por causa del Hijo del hombre. Alégrense ese día y
salten de gozo, que su recompensa será grande en el cielo. Pues de ese modo trataban
sus padres a los profetas». «Pero ¡ay de Ustedes, los ricos!, porque han recibido su

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consuelo. ¡Ay de Ustedes, los que ahora están hartos!, porque tienen hambre. ¡Ay de los
que ríen ahora!, porque tendrán aflicción y llanto. ¡Ay cuando todos los hombres hablen
bien de Ustedes!, pues de ese modo trataban sus padres a los falsos profetas.
En el Evangelio de Mateo, escrito para las comunidades de judíos convertidos de Galilea
y Siria, Jesús es presentado como el nuevo Moisés, el nuevo legislador. En el Antiguo
Testamento la Ley de Moisés fue codificada en cinco libros: Génesis, Éxodo, Levítico,
Números y Deuteronomio. Imitando el modelo antiguo, Mateo presenta la Nueva Ley en
cinco grandes Sermones dispersos en el evangelio:
a) el Sermón del Monte (Mt 5,1 a 7,29);
b) el Sermón de la Misión (Mt 10,1-42);
c) El Sermón de las Parábolas (Mt 13,1-52);
d) el Sermón de la Comunidad (Mt 18,1-35);
e) El Sermón del Futuro del Reino (Mt 24,1 a 25,46).
Las partes narrativas, intercaladas entre los cinco Sermones, describen la práctica de
Jesús y muestran como él observaba la nueva Ley y la encarnaba en su vida.
Mateo 5,1-2: El solemne anuncio de la Nueva Ley. De acuerdo con el contexto del
evangelio de Mateo, en el momento en que Jesús pronunció el Sermón del Monte, había
apenas cuatro discípulos con él (cf. Mt 4,18-22). Poca gente. Pero una multitud inmensa
le seguía (Mt 4,25). En el AT, Moisés subió al Monte Sinaí para recibir la Ley de Dios. Al
igual que Moisés, Jesús sube al Monte y, mirando a la multitud, proclama la Nueva Ley.
Es significativo: Es significativa la manera solemne como Mateo introduce la proclamación
de la Nueva Ley: “Viendo la muchedumbre, subió al monte, se sentó, y sus discípulos se
le acercaron. Y, tomando la palabra, les enseñaba diciendo: «Bienaventurados los pobres
de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos.” Las ocho Bienaventuranzas forman
una solemne apertura del “Sermón de la Montaña”. En ellas Jesús define quien puede ser
considerado bienaventurado, quien puede entrar en el Reino. Son ochos categorías de
personas, ocho puertas para entrar en el Reino, para la Comunidad. ¡No hay otras
entradas! Quien quiere entrar en el Reino tendrá que identificarse por lo menos con una
de estas categorías.

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Mateo 5,3: Bienaventurados los pobres de espíritu. Jesús reconoce la riqueza y el valor
de los pobres (Mt 11,25-26). Define su propia misión como la de “anunciar la Buena
Nueva a los pobres” (Lc 4,18). El mismo, vive como pobre. No posee nada para sí, ni
siquiera una piedra donde reclinar la cabeza (Mt 8,20). Y a quien quiere seguirle manda
escoger:¡o Dios, o el dinero! (Mt 6,24). En el evangelio de Lucas se dice:
“¡Bienaventurados los pobres!” (Lc 6,20). Entonces, ¿quién es “pobre de espíritu”? Es el
pobre que tiene el mismo espíritu que animó a Jesús. No es el rico. Ni es el pobre como
mentalidad de rico. Es el pobre que, como Jesús, piensa en los pobres y reconoce su
valor. Es el pobre que dice: “Pienso que el mundo será mejor cuando el menor que
padece piensa en el menor”.
1. Bienaventurados los pobres de espíritu => de ellos es el Reino de los Cielos
2. Bienaventurados los mansos => heredarán la tierra
3. Bienaventurados los que lloran => serán consolados
4. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia => serán saciados
5. Bienaventurados los misericordiosos => obtendrán misericordia
6. Bienaventurados los limpios de corazón => verán a Dios
7. Bienaventurados los que trabajan por la paz => serán hijos de Dios
8. Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia => de ellos es el Reino de los
Cielos
Mateo 5,4-9: El nuevo proyecto de vida. Cada vez que en la Biblia se intenta renovar la
Alianza, se empieza estableciendo el derecho de los pobres y de los excluidos. Sin esto,
¡la Alianza no se rehace! Así hacían los profetas, así hace Jesús. En las
bienaventuranzas, anuncia al pueblo el nuevo proyecto de Dios que acoge a los pobres y
a los excluidos. Denuncia el sistema que ha excluido a los pobres y que persigue a los
que luchan por la justicia. La primera categoría de los “pobres en espíritu” y la última
categoría de los “perseguidos por causa de la justicia” reciben la misma promesa del
Reino de los Cielos. Y la reciben desde ahora, en el presente, pues Jesús dice “¡de ellos
es el Reino!” El Reino ya está presente en su vida. Entre la primera y la última categoría,
hay tres otras categorías de personas que reciben la promesa del Reino. En estos tres
dúos transparentan el nuevo proyecto de vida que quiere reconstruirla en su totalidad a
través de un nuevo tipo de relaciones: con los bienes materiales (1er dúo); con las
personas entre sí (2º dúo); con Dios (3er dúo). La comunidad católica debe ser una
muestra de este Reino, un lugar donde el Reino empieza a tomar forma desde ahora.

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Los tres: Primera dúo: los mansos y los que lloran: Los mansos son los pobres de los que
habla el salmo 37. Se les quitó su tierra y la van a heredar de nuevo (Sal 37,11; cf Sal
37.22.29.34). Los afligidos son los que lloran ante la injusticia en el mundo y entre la
gente (cf. Sl 119,136; Ez 9,4; Tob 13,16; 2Pd 2,7). Estas dos bienaventuranzas quieren
reconstruir la relación con los bienes materiales: la posesión de la tierra y el mundo
reconciliado.
Segundo dúo: los que tienen hambre y sed de justicia y los misericordiosos. Lo que tienen
hambre y sed de justicia son los que desean renovar la convivencia humana, para que
esté de nuevo de acuerdo con las exigencias de la justicia. Los misericordiosos son los
que tienen el corazón en la miseria de los otros porque quieren eliminar las desigualdades
entre los hermanos y las hermanas. Estas dos bienaventuranzas quieren reconstruir la
relación entre las personas mediante la práctica de la justicia y de la solidaridad.
Tercer dúo: los puros de corazón y los pacíficos: Los puros de corazón son los que tienen
una mirada contemplativa que les permite percibir la presencia de Dios en todo. Los que
promueven la paz serán llamados hijos de Dios, porque se esfuerzan para que la nueva
experiencia de Dios pueda penetrar en todo y realice la integración de todo. Estas dos
bienaventuranzas quieren reconstruir la relación con Dios: ver la presencia actuante de
Dios en todo y ser llamado hijo e hija de Dios.
Mateo 5,10-12: Los perseguidos por causa de la justicia y del evangelio.
Las bienaventuranzas dicen exactamente lo contrario de lo que dice la sociedad en la que
vivimos. En ésta, el perseguido por la justicia es considerado como un infeliz. El pobre es
un infeliz. Feliz es el que tiene dinero y puede ir al supermercado y gastar según a su
voluntad. Los infelices son los pobres, los que lloran. En la televisión, las novelas divulgan
este mito de la persona feliz y realizada. Y sin darnos cuenta, las telenovelas se vuelven
el patrón de vida para muchos de nosotros. ¿Quizás si en nuestra sociedad todavía hay
lugar para estas palabras de Jesús: “¡Bienaventurados los perseguidos por causa de la
justicia y del evangelio! ¡Felices los pobres! ¡Felices los que lloran!”? Y para mí que soy
católico y católica, de hecho ¿quién es feliz?
Todos queremos ser felices. ¡Todos y todas! Pero ¿somos realmente felices? Por qué sí?
¿Por qué no? ¿Cómo entender que una persona puede ser pobre y feliz al mismo tiempo?

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¿Cuáles son los momentos en tu vida en que te has sentido realmente feliz? ¿Era una
felicidad como la que fue proclamada por Jesús en las bienaventuranzas, o era de otro
tipo?
Si miramos a nuestro mundo vemos gentes que son pobres, que pasan hambre, que
sufren, que son excluidos y proscritos... y a nadie se nos ocurre llamarlos dichosos ni
tampoco ellos mismos se sienten como tales. Por el contrario vemos gente rica, que
disfruta de todas las comodidades posibles y goza el momento presente como si poseyera
el mayor tesoro, y todo los miramos con cierta envidia y los calificamos como gente con
suerte.

¿Cómo entender el Evangelio? ¿Dónde está el contraste? ¿Cómo explicar estas
antinomias?
El Evangelio es una fuerza revolucionaria que trastorna la mentalidad de este mundo
presente; las personas que se dejan alcanzar por su influjo se abren a nuevas
dimensiones y son capaces de descubrir la riqueza del compartir, de gozar la alegría de la
entrega, de experimentar la paz en medio del desconcierto...

Todos necesitamos hacernos pobres de ambicionar cosas superfluas; salir de nuestros
egoísmos para acercarnos a los otros; reír con los que ríen y llorar con los que lloran.
Que mi cercanía y apoyo a una persona que sufre, le haga experimentar el amor de
Cristo.
Dios de cielos y tierra que alimentas los pájaros del campo y no olvidas nada de lo que
has creado, te pido por todos los hombres que pasan hambre para que descubran en tu
Palabra la fuerza que los conforte y encuentren hermanos que sacien su necesidad.
Empezamos nuestra oración invocando al Espíritu Santo: “Ven Espíritu Divino e infunde
en nuestros corazones el fuego de tu amor”.
El papa Francisco ha convocado el Año Jubilar de la Misericordia. Se iniciará el día 8 de
diciembre (día de la Inmaculada Concepción) y concluirá el día 20 de noviembre de 2016.
En la carta, con la que ha convocado el año de la Misericordia, el Papa nos alienta a ser
misericordiosos como el Padre, recordándonos que tenemos que encargarnos de
nuestros hermanos, en especial de los que más sufren, de los más débiles. En definitiva
de nuestros prójimos. Estos son los pobres, los emigrantes, los que no tienen trabajo, los
refugiados que huyen de la injusticia de sus países. Debemos rezar por ellos para que el
Señor los consuele y para que nosotros sepamos salir de nosotros mismos y entregarnos
para servirles de apoyo en los momentos difíciles que están pasando.

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Las lecturas de la Misa nos hablan también de la misericordia. Debemos ser
misericordiosos como el Padre es misericordioso, porque eso es lo que le gusta al Señor
y es lo que nos va a hacer felices y nos va hacer sentirnos plenos. “Misericordiosos como
el Padre” es el lema del Año de la Misericordia. Éste nos recuerda también a la parábola
del hijo pródigo, donde el Padre perdona y acoge a su hijo con gran amor. También nos
recuerda el episodio del buen samaritano, que ve al necesitado y lo acoge.
En la lectura de la carta a los colosenses, el apóstol san Pablo nos exhorta a vestirnos de
misericordiosos, vistiendo el uniforme de la misericordia. Ayudándonos y enseñándonos
mutuamente, no como el que hace algo por hacerlo sin más, si no como el que lo hace
con amor y se deja la vida en ello. La paz del corazón será el termómetro que nos indique
si estamos en el camino de amar como el Padre nos ama.
Pidamos la intercesión la de nuestra madre la Virgen. Qué ella nos enseñe a ser
misericordiosos y servidores de los demás. Qué sepamos también ver el rostro de Cristo
en los más débiles para que no pase por delante de nosotros sin movernos interiormente
a la virtud.
LA VIVENCIA COMUNITARIA
1 Co 8,1-13; Lc 6,27-38
La toma de decisiones es un asunto personal, que conviene realizar en un clima de
reflexión y discernimiento. Si bien la norma suprema es la propia conciencia, no es un
criterio exclusivo. Las decisiones de un católico también deben atender a la sensibilidad
de los hermanos en la fe. Esa merma de autonomía, no es contraria a la propia dignidad,
si se realiza de forma consciente y por solidaridad con los hermanos que tienen una
sensibilidad moral más estrecha. Vivir de esa manera es descentrar nuestro propio yo,
incorporando a la persona de Cristo y a los hermanos a nuestra vida. Quien se haya
decidido a seguir a Cristo, reajustará sus relaciones humanas. No puede seguir viviendo
como prisionero de los viejos esquemas de conducta.
El descubrimiento del amor bondadoso de Dios es un cambio radical que nos anima a
tratar a las personas con quienes interactuamos con la misma bondad que Dios nos trata.
De la carta de san Pablo a Timoteo escogemos esta frase para nuestra oración:
“Doy gracias a Cristo Jesús, nuestro Señor, que me hizo capaz, se fio de mí y me confió
este ministerio.”
En este texto tan rico san Pablo da gracias porque Jesús le hizo capaz, se fio y le confió
una misión.

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Que oración tan bonita dar gracias por los dones que Dios nos ha dado. A nosotros
también nos ha hecho capaces para la misión que nos da en la vida. Se ha fiado de
nosotros una y otra vez a pesar de nuestras miserias continuas. Nos ha confiado una
misión tan grande que no nos queda otro camino que pedir fuerzas a Dios. Nosotros no
podemos solos. Con Él todo lo podemos.
“Bendeciré al Señor, que me aconseja,
Hasta de noche me instruye internamente.
Tengo siempre presente al Señor,
Con él a mi derecha no vacilaré.”

Hay que bendecir al Señor y tenerle siempre presente. Él nos aconseja y nos instruye
internamente. Para no vacilar en nuestras decisiones salvadoras le necesitamos tener
presente a todas horas. Tenemos que dejar aconsejarnos e instruirnos por Él.
La escucha en silencio es lo que mantiene nuestro oído atento. Cuanto ruido oímos
durante todo el día. Necesitamos un rato de oración diaria que permita abrir nuestro
corazón a Dios. Si Dios nos está a mi derecha me pierdo en el sendero de la vida, me
salgo fácilmente de su voluntad y doy tumbos fuera del camino.
“Sácate primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la mota del ojo de tu
hermano.”
Si andamos centrados en Dios porque cuidamos dedicarle tiempo a Él nuestra vida será
un bastón que sostendrá a otros que vacilan en su camino. Veremos claro y de la mano
llevaremos a los que nos rodean a Dios. Seremos faros que iluminan multitud de
oscuridades.

Por lo tanto demos gracias a Dios y bendigámosle. Sigamos el sendero de los justos.
Llevemos el Mensaje a cada corazón que nos acompaña en el día a día.
LAS MOTIVACIONES DEL APÓSTOL
1 Co 9, 16-19. 22-27; Lc 6, 39-42
San Pablo nos comparte las motivaciones profundas que animan su labor como
evangelizador. En primer lugar se siente orgulloso de haber sido invitado a sumarse a la
misión evangelizadora, habiendo sido como bien sabemos, un perseguidor de los
católicos. Es tanta la gratitud que siente con Cristo Jesús, que se desvive por servir de

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manera intachable a comunidades y personas de las más diferentes condiciones. La
congruencia con que vive su fe cristiana es la mejor estrategia para allegarse la
credibilidad. En ese sentido, ensambla la exhortación inicial del Evangelio: el discípulo
tiene que asemejarse a su Maestro. Pablo se identificó plenamente con el Señor Jesús,
que hablaba con autoridad (hacía lo que decía), por eso el apóstol aprendió a vivir
congruentemente con el evangelio de la gracia que predicaba. Era un pastor exigente
consigo mismo y por tanto, podía ser exigente con las comunidades a su cargo.

Padre mío, gracias por tu paciencia y por tu misericordia. Te pido perdón por las veces en
que he ignorado tu presencia. Ayúdame a descubrir en esta oración los medios que tengo
que concretar para ya no defraudarte y corresponder siempre a tu amor.
Hoy vemos que la perseverancia en esa lucha por lograr unirse cada vez más a la
voluntad santísima de Dios, pues en ello estriba la verdadera perfección, tiene su premio.

Aunque la vida esté llena de dificultades, desalientos y trabajos, también es verdad que es
muy corta y que es pasajero el sufrir. Pronto llegará el fin de la jornada y ahí
encontraremos el descanso y el premio si hemos sabido luchar por Jesucristo.

Qué hermoso programa el seguir a Cristo buscando hacer felices a los que viven a
nuestro lado sin pensar en nosotros mismos y a la vez cuánta fuerza de voluntad y cuánta
abnegación nos exige y qué premio tan grande nos conquista para el cielo. Ser viriles en
la caridad, ser generosos y magnánimos, sin entregarnos a la estrechez tacaña de lo que
es obligación estricta. Más allá comienza el amplio campo de la delicadeza y de las
atenciones, del sacrificio y de la afabilidad ingeniosa para dar gusto a los demás en todo.
Hay que llegar al detalle y no despreciar las pequeñas ocasiones de sacrificarse dando a
nuestro hermano una muestra de atención, un rostro alegre, una palabra de aliento, una
condescendencia en la conversación.

Hay que aprovechar esa vida tan pequeña, que es un punto en medio de la eternidad,
pues al final nos espera el premio, la corona; nos espera la inefable dicha de poseer a
Dios, a Jesús, con plenitud y sin temor de perderle más.

Hacer el ejercicio constante de no juzgar la actuación de las personas con las que
convivo.

Señor, Tú me enseñas que nunca debo juzgar ni criticar a los demás. Haz que logre tratar
a los demás como Tú me tratas Señor: comprendiendo sus limitaciones, disculpando sus
faltas, poniendo atención a sus necesidades, sin guardar ningún rencor, ningún
resentimiento, con la capacidad de ser misericordioso y bondadoso, siempre y con todos.

María casa edificada sobre la roca de la fe, ella escuchó la Palabra de Dios y la puso
en práctica; sus labios proclaman la misericordia de Dios.
12 de setiembre, memoria del Santísimo nombre de María. Un día entrañable para
recordar a aquella que es la primera católica, peregrina de la fe, que ha realizado en sí la

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que toda la Iglesia espera alcanzar. Unida ya a la plenitud de la redención vive con Jesús
para siempre y vela con afecto maternal por los que aun peregrinamos.
Esta fiesta se une a la celebrada el día 8 del nacimiento de María y la que celebraremos
el 15 de la Virgen unida a la Pasión del Señor. Así en una semana María es protagonista
de nuestra oración desde su entrada en la historia de la salvación con su nacimiento a su
colaboración al píe de la cruz. En forma de síntesis el nombre de María nos remite a la
persona que veneramos y podemos invocar en nuestra ayuda como se ha hecho en la
Iglesia por generaciones:
"El nombre de María es la llave de las puertas del cielo" (San Efrén)
“En los peligros, en las perplejidades, en los casos dudosos, piensa en María, recurre a
María, no dejes que abandone tus labios; no dejes que se aparte de tu corazón” (San
Bernardo)
“Que tu nombre, oh María, no puede pronunciarse sin traer alguna gratia a aquel que lo
hace con devoción... permítenos, oh Señora, que a menudo podamos acordamos de
nombrarte con amor y confianza; ya que esta práctica muestra la posesión de la gracia
divina, o bien es una petición para que la recobremos pronto” (San Buenaventura)
“Por esto nombre se purifica el corazón, se ilumina la mente, se inflama el alma, se
ablanda el pecho, se endulza el gusto y el afecto se hermosea” (San Bernardino de Siena)
"Y el nombre de la Virgen era María. Digamos también algo de este nombre, que significa
estrella del mar. Conviene perfectamente a la Madre de Dios. Como el astro emite su rayo
de luz, así la Virgen dio a luz a su Hijo; ni el rayo disminuyó la claridad de la estrella, ni el
Hijo la virginidad de la Madre... María es el astro deslumbrante y sin igual, necesario a
este mar inmenso; es la estrella que brilla por sus méritos y nos alumbra con sus
ejemplos. "Oh tú, quienquiera que seas, que en el flujo y reflujo de este mundo te das
cuenta que caminas no tanto en tierra firme como en medio de tempestades y torbellinos,
no apartes la vista del astro espléndido ni no quieres desaparecer entre el huracán. Si se
levanta la borrasca de las tentaciones, si tropiezas con los escollos de las tribulaciones,
mira a la estrella, Invoca a María. Si eres juguete de las olas de la soberbia o de la
ambición, de la calumnia o de la envidia, mira a la estrella, invoca a María. Si la avaricia, o
la cólera, o los halagos de la carne azotan la nave de tu alma, vuelve tus ojos a María. Si
asustado por la enormidad de tus pecados, o avergonzado de ti mismo, o tembloroso ante
el juicio terrible ya cercano, sientes que se ahonda debajo de tus pies el abismo de la
tristeza o de la desesperación, piensa entonces en María. En los peligros, en las

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angustias, en la duda, piensa en María, invoca a María. Esté continuamente en tus labios,
esté en tu corazón; imítala y así tendrás su ayuda de un modo seguro. Siguiéndola, no
yerras; rogándola, no te desesperas; pensando en ella, no te extravías. Apoyado en ella,
no caes; amparado por ella, no temes; guiado por ella, no te fatigas, al que ella favorece,
llega a puerto seguro. Y de este modo sentirás en ti mismo la verdad de esta palabra: el
nombre de la Virgen era María." (San Bernardo)
Sea hoy nuestra oración acudir a María señora nuestra.
FORMAMOS UN SOLO CUERPO
1 Co 10,14-22; Lc 6, 43-49
El criterio que proporciona el Evangelio de san Lucas para distinguir a los católicos
genuinos de los que no lo son, es el de los frutos. No es posible escuchar distraídamente
la Palabra de Dios y tomar al vuelo algunas "buenas intenciones" para cumplirlas en un
hipotético futuro. El oyente atento de la Palabra pasa de inmediato a la acción. En ese
sentido la carta a los Corintios no puede aprobar que un católiico viva con el corazón
dividido, pretendiendo servir a Dios y dejándose arrastrar por las prácticas idolátricas. Son
opciones totalizadoras que implican a toda la persona. El que se vincula a través del
bautismo con Cristo Jesús, no puede estar al servicio de prácticas religiosas que
propagan el servilismo, la alienación y la pérdida del autocontrol de la voluntad, para
dejarse arrastrar por alguna pasión egoísta.

Señor, Señor, soy de esos que te llaman y no hacen lo que dices. Dame una fe fuerte,
segura, que pueda dar frutos de bondad, así estaré construyendo mi vida sobre la roca
firme de Tu Amor.

Dios mío, ayúdame a producir frutos buenos y abundantes.
No todos los que me dicen ‘Señor, Señor’, entrarán en el Reino de los Cielo, estos hablan,
hacen, pero les falta otra actitud, que es precisamente la base, que es precisamente el
fundamento del hablar, del actuar: les falta escuchar. Por eso Jesús continúa: ‘Quien
escucha mis palabras y las pone en práctica”. El binomio hablar-actuar no es suficiente…
nos engaña, tantas veces nos engaña.
Y Jesús cambia y dice: “el binomio es el otro, escuchar y actuar, poner en práctica: ‘quien
escucha mis palabras y las pone en práctica será como el hombre sabio que construye su
casa sobre la roca. Quien escucha las palabras pero no las hace suyas, las deja pasar, no
escucha seriamente y no las pone en práctica, será como el que edifica su casa sobre
arena. Cuando Jesús advierte a la gente sobre los ‘falsos profetas’ dice: ‘por sus frutos les
conoceréis’. Y de aquí, su actitud: muchas palabras, hablan, hacen prodigios, hacen
cosas grandes pero no tienen el corazón abierto para escuchar la Palabra de Dios, tienen
miedo de la Palabra de Dios y estos son ‘falsos cristianos’. Es verdad, hacen cosas
buenas, es verdad, pero les falta la roca. (Cf Homilía de S.S. Francisco, 25 de junio de
201, en Santa Marta).

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Cristo nos enseña que la Misericordia de Dios es más fuerte que la dureza del pecado.
Podríamos pensar, leyendo superficialmente este pasaje, que tendrían razón los que
piensan en la "predestinación eterna", que si hemos nacido zarza no hay nada que hacer;
por más que nos matemos trabajando por ser buenos, ¿para qué, si al fin y al cabo me
condenaré? Soy árbol malo y no bueno. Estoy condenado a chamuscarme eternamente
en el infierno.

Pero esto sería tan absurdo como haber venido el mismo Verbo de Dios al mundo y haber
sufrido tremendamente por unos pocos afortunados. A Dios no le importa dejar 99 ovejas
por una que se le escapa del redil; a Dios no le importa esperar toda una vida por el hijo
que se le ha ido de su casa; a Dios no le importa llenar de besos y celebrar con fiesta
grande al que parecía muerto por el pecado.

Nuestro Dios es un Dios de tremenda misericordia. Ya lo dice el mismo Cristo en el pasaje
antes leído: ¿por qué me llamáis: "Señor, Señor", y no hacéis lo que digo? El vino para
que el hombre tenga vida eterna en El. El nos enseña el camino. De nuestra parte está el
hacerle caso o no.
Si eres un árbol malo, - pocos podemos gloriarnos de dar buenos frutos -, mira a Cristo,
comienza a edificar sobre su roca, deja que El arregle las cosas, colabora activamente
con la gracia. El lo hará todo, si le dejas. Y de zarza llegarás a ser deliciosa higuera.
Darás frutos de salvación. Si Dios ya hubiera dispuesto quién se salva y quién no, habría
mandado a sus ángeles a sacar la cizaña del trigo y a quemarla. Pero ha dejado el campo
sin tocar porque espera tu respuesta a su amor. Está esperando que le des permiso para
que edifique un grandioso palacio inamovible en la roca de su Corazón, y llegues a ser un
delicioso árbol para los demás.

¿Podríamos ser tan obstinados en cerrar las puertas a un Dios que no se cansa de buscar
a su oveja perdida?

Empezaré a leer diariamente un pasaje del Evangelio para construir mi vida sobre la
Palabra de Dios.

Jesucristo, quiero iluminar mi vida con la luz de tu Palabra y conducirme en todo
siguiendo tus criterios. Quiero construir mi vida con el cimiento fuerte de la oración, sólo
así será una construcción que va prevalecer a pesar de las tempestades y dificultades
que puedan surgir.
Para nuestra oración podemos tener el buen sabor de boca del día que dejamos atrás, el
Dulce Nombre de María; y tener como telón de fondo el día que viene mañana, la
Exaltación de la Cruz. Para este día de mañana nos viene muy bien la primera lectura,
uno de los cánticos del Siervo de Yahvé, del libro de Isaías.
En la primera lectura leemos el Cántico del Siervo de Yahvé. Un amigo en proceso de
conversión, medio agnóstico- medio creyente, está leyendo la Biblia, me comentaba como
le había llamado la atención este pasaje: “sin duda, es que habla de Jesús”, decía. Y es
cierto. Realiza ahora tú la composición de lugar, contempla la escena que se lleva a cabo

Arq. Roberto Saldivar Olague, [email protected]
Tel.+52-492-92-7-62-95

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cuando Jesús cumple esta profecía. Contempla a un Jesús humillado, escarnecido…
Imagina, también, la manera actual en la que Jesús es humillado (daños al Santísimo
Sacramento, maltrato a los pobres…). Y ahora consuela a Jesús. Todo un Dios que se
deja consolar por mí y por ti. Dile que le quieres, que puede contar con tu hombro para
descansar, con tus brazos para abrazar… Escucha a Jesús que te da las gracias, que con
sus gestos te lo agradece… Escucha sus palabras enternecedoras que te pide un favor,
que te pide ser partícipe de su vida misionera.
Para consolar a Jesús, que es el sentimiento que surge en nosotros tras la lectura del
libro de Isaías, nos responde como hacerlo la segunda lectura: las obras, la fe y las obras.
Es decir, la respuesta al Amor de Dios, dice la Iglesia, es la fe, la creencia, y esta fe se
concreta en una conversión de vida, que a su vez se traduce en las obras, en mi vida
cotidiana, en mis actos y palabras. un amigo le decía a otro amigo: “habla de Dios solo
cuando te lo pregunten, vive de tal manera que no puedan dejar de preguntarte por Él”:
esta es la manera de resumir la reflexión de la segunda lectura. Y para reafirmar todo lo
dicho anteriormente, Cristo nos dice muy claro que para llegar a Dios, al Cielo, hay que
cargar con la Cruz. Sea cual sea la Cruz nuestra…
Para que nuestra oración no se convierta en algo temeroso y pesaroso, tras reflexionar en
“lo que cuesta ser católico”, el salmo nos invita a confiar en el Señor: léelo, saboréalo, y
piensa en Cristo mientras lo leas, la confianza vendrá por sí sola. Te darán fuerzas
también esas palabras que te invitan a renovar tu entrega a Cristo, a vivir la oración de
hoy (vivir la oración, orar la vida): “Quien pierde su vida por mí, la encontrará”.
Degusta la oración. Culmina este “rato de Cielo” con un diálogo con la Virgen. Por intentar
relacionarlo todo (Dulce Nombre de María, el día de ayer; Exaltación de la Cruz, mañana;
temática de la oración de hoy), puedes tener este coloquio con la Virgen sobre la Cruz y la
entrega a Cristo en los demás: ¿cuáles son tus miedos, tus preocupaciones, al hablar de
la Cruz del católico? Coméntalo a la Virgen y escucha, ¿qué te responde?
TEN PACIENCIA CONMIGO
Si 27, 33-38,9; Rm 14, 7-9; Mt 18, 21-35
Jesús Ben Sira no desconocía la virulencia de la venganza, ni tampoco la desfachatez de
quienes recibiendo el perdón de parte de Dios, se obstinaban en negarlo a sus hermanos.
Ese doble discurso es cuestionado de forma radical. No se puede usar dos reglas para
medir una misma conducta. La incongruencia de tal proceder está ampliamente retratada
en la parábola del Evangelio. El Señor Jesús contrapone a dos deudores que debían
deudas bastante dispares; mientras que uno debía millones, el otro unos cientos de

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pesos. El proceder insensato del que estaba sumido en deudas resulta más detestable,
porque habiendo experimentado con anticipación la cancelación de su deuda, no lo
recordó unos instantes después. El descaro está retratado de forma contundente. De ahí
que el Señor nos invite a perdonar las ofensas con la misma prontitud que acogemos el
perdón de parte del Padre. Recordar nuestra experiencia de pecadores perdonados, nos
ayuda a mantenernos compasivos con los demás.

Señor, yo necesito de tu perdón y tu misericordia. Sé que puedo acudir a ti con todos mis
defectos y pecados. Tú me quieres perdonar. Me esperas con tu corazón de Padre para
que yo llegue y acepte tu amor. Tú reinas y gobiernas con misericordia, y nada te agrada
más que poder perdonar.


Señor Jesús, Tú moriste por mí en la cruz para librarme de mis pecados. ¡Ayúdame a
reconocerlos y a pedirte perdón con un corazón humilde! ¡Dame la gracia de perdonar a
los demás como Tú me perdonaste a mí!


Toda ofensa entre los hombres encierra de algún modo una vulneración de la verdad y del
amor y así se opone a Dios, que es la Verdad y el Amor. La superación de la culpa es una
cuestión central de toda existencia humana; la historia de las religiones gira en torno a
ella. La ofensa provoca represalia; se forma así una cadena de agravios en la que el mal
de la culpa crece de continuo y se hace cada vez más difícil superar. Con esta petición el
Señor nos dice: la ofensa sólo se puede superar mediante el perdón, no a través de la
venganza. Dios es un Dios que perdona porque ama a sus criaturas; pero el perdón sólo
puede penetrar, sólo puede ser efectivo, en quien a su vez perdona. El tema del "perdón"
aparece continuamente en todo el Evangelio.[...] La parábola del siervo despiadado: a él,
que era un alto mandatario del rey, le había sido perdonada la increíble deuda de diez mil
talentos; pero luego él no estuvo dispuesto a perdonar la deuda, ridícula en comparación,
de cien denarios que le debían: cualquier cosa que debamos perdonarnos mutuamente es
siempre bien poco comparado con la bondad de Dios que perdona a todos.


Dios nos muestra su amor perdonándonos nuestros pecados, deudas infinitas que
tenemos con Él. Nos ofrece su misericordia para que también nosotros podamos ser
misericordiosos con los demás. El perdón es una característica del amor perfecto de Dios
a los hombres. Pero Él necesita de nosotros para que su misericordia llegue a la gente.
Quiere que nosotros seamos instrumentos de su perdón. Quiere mostrarles a los hombres
su perdón a través de nosotros. Cuando nos invita a amar como Él mismo nos ama,
también se refiere al perdón. El perdón es la perfección de la caridad. Nos cuesta mucho
porque requiere que venzamos nuestro orgullo y que seamos humildes. Pero solamente
así podemos ser sus apóstoles y llevar su amor al mundo. Dios nos necesita y nos llama a
esta misión maravillosa: ser instrumentos de su amor y de su perdón.

Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar? Con esta respuesta Jesús no nos dice que
perdonar sea fácil, sino que es un requisito absolutamente indispensable para nuestra
vida. Podríamos decir que es un mandamiento, porque nos dice ¡perdona! De otra forma
el corazón se encuentra como una ciudad asediada por el enemigo, la caridad rodeada
por el odio y el progreso espiritual sumergido en un pozo profundo.

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Por otro lado, no debemos preocuparnos por la correspondencia del otro si hemos hecho
lo que estaba de nuestra parte. Cada uno es diverso y, por lo tanto, cada uno dará
cuentas a Dios de lo que ha hecho con su vida y con sus acciones.

Nuestro corazón deber ser un castillo donde sólo reine Dios. Él es amor, como dice san
Juan en su primera epístola, y como tal aborrece el odio. Si, por el contrario, permitimos
entrar al odio en nuestro corazón, Cristo abandonará el sitio que estaba ocupando dentro
de nosotros porque no puede ser amigo de quien odia. Por este motivo debemos trabajar
en amar en lugar de odiar, comprender en lugar de pensar mal, perdonar en lugar de
buscar la venganza.

Odiando, matamos nuestra alma. El deseo de venganza significa que se quiere superar al
otro en hacer el mal y esto en vez de sanar la situación la empeora. Pidamos a Cristo la
gracia de contar con un corazón como el suyo que sepa amar y perdonar a pesar de las
grandes o pequeñas dificultades de la vida.


Hoy perdonaré de todo corazón a aquella persona que no he sabido perdonar o a quien
hoy me pueda dar un disgusto.


Jesús, hoy te ofrezco mis pecados y mi debilidad, porque soy tu deudor. Sé que me
quieres perdonar. Por eso vengo con una gran confianza. Confío en tus méritos y en tu
muerte. Yo quiero ser el instrumento de tu perdón. Dame esta gracia. Yo sé que perdonar
es la solución de muchos de mis problemas. Ayúdame a ser humilde y a aceptar mis
propios defectos y los de las personas a mi lado. ¡Ayúdame a ser un apóstol de tu perdón!

"Señor, toma este corazón de piedra, y dame un corazón de hombre: un corazón
que te ame, un corazón que se alegre en ti, que te imite y que te complazca." (San
Ambrosio)
En medio de esa semana grande con María (Natividad, Dulce Nombre, Dolores), se alza
la cruz. Todos somos de María, con María. Lima venera la imagen del famosísimo Señor
de los Milagros que hace 300 años.
En muchas localidades del planeta se celebrará también la fiesta de la “exaltación” de la
cruz; ¡qué paradoja para muchos!, escándalo, locura…pero para nosotros FUERZA Y
SABIDURÍA. Rosa de Lima exclamaba: No conozco otra escalera para subir al cielo que
la CRUZ. Si queremos subir hay que bajar. Justo festejamos la fiesta del subir bajando.
¡Madre, haz que su cruz me enamore y que en ella viva y more!
2. “En el camino, el pueblo perdió la paciencia y comenzó a hablar contra Dios y contra
Moisés…y el Señor le dijo: "Fabrica una serpiente…Y todo el que haya sido mordido, al
mirarla, quedará curado" (Libro de los Números 21,4b-9)

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Qué gran pedagogo es el Señor con su pueblo, qué elocuente gesto. Si te viene el dolor,
la tentación, la mordedura de la serpiente, sigue el consejo de Teresa: ¡Pon los ojos en el
Crucificado y todo será fácil!
3. “El Señor, que es compasivo, los perdonaba en lugar de exterminarlos; una y otra vez
reprimió su enojo y no dio rienda suelta a su furor”. (Salmo 78(77),1-2.34-35.36-37.38)
Sí, Señor, nosotros somos rápidos a la cólera, a las soluciones drásticas…Tú eres
lentísimo a la cólera y millonario en piedad, paciencia, misericordia, amor.
4. “Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él
no muera, sino que tenga Vida eterna”. Evangelio según San Juan 3,13-17.
El misterio del hombre, el mío, sólo se esclarece en la cuna del Verbo encarnado, en la
Cruz del Abandonado, y culmina en la Luz gloriosa del Resucitado.

La Cruz es la gran y definitiva lección de Amor para vivir y vivir de amor, siempre,
eternamente.

UNA REFLEXIÓN PARA NUESTRO TIEMPO. - No cabe duda que los refranes populares
están cargados de sabiduría. Efectivamente "nadie da lo que no tiene". Quien no ha
interiorizado el perdón recibido no puede perdonar. Las personas que consiguen una
condonación de su deuda, una amnistía o cualquier manifestación de compasión, no
solamente reciben un beneficio material (cancelación de una multa) sino una oportunidad
para humanizarse y crecer interiormente.
Quien no interioriza la fuerza de los acontecimientos decisivos, aprende a vivir de manera
oportunista, guiándose por cálculos mezquinos: obtener el máximo provecho y realizar el
mínimo esfuerzo. Desde esa perspectiva le apuestan a llevarse "todo el pastel", dejando
al adversario con las migajas.
La nobleza de espíritu se manifiesta cuando se sabe ser generoso en la victoria y no se
humilla al vencido.
BANDERA DISCUTIDA
1 Co 11, 17-26; Lc 2, 33-35
La Carta a los corintios recoge una tradición hermosa sobre la Eucaristía y a su vez,
contiene una crítica frontal a los excesos que desfiguraban la celebración de la fracción
del pan.

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La comunión que crea la copa y el pan compartidos no termina al concluir la celebración.
Es una acción cumbre que va acompañada de gestos de comunión y solidaridades, tanto
anteriores como posteriores a la celebración.
Cuando dichos gestos están ausentes, la celebración se desdibuja y termina siendo un
ritual artificial.
Como memorial de la vida de Cristo que se entrega, tiene que animar a los participantes a
entregar algo de sí mismos a sus hermanos.
El profeta Simeón aparece como un israelita sabio que desentraña de manera anticipada
el misterio de Jesús.
Efectivamente su prédica incluía una renovación profunda de la vida de Israel, y como
todos los cambios radicales, generaría adhesiones y rechazos. La muerte violenta de
Jesús, fue un aparente triunfo de sus adversarios.
Jesús, hoy no quiero pedirte nada, quiero ofrecerte más bien todo lo que soy y mi humilde
esfuerzo de imitar a María, que ante el inmenso e inmerecido dolor que sufrió, supo
guardar en su corazón todo lo que no logró comprender. Con mucha fe, confianza y amor
te suplico, Madre santísima, que intercedas por mí ante tu amado Hijo.

María, acompáñame en mi camino de vida, como lo hiciste con tu Hijo Jesús.

La Madre de Jesús ha sido colocada por el Señor en momentos decisivos de la historia de
la salvación y ha sabido responder siempre con plena disponibilidad, fruto de una
profunda relación con Dios, madurada en la oración asidua e intensa. Entre el viernes de
la Pasión y el domingo de la Resurrección, a ella se le confió el discípulo amado, y con él
a toda la comunidad de los discípulos. Entre la Ascensión y Pentecostés, ella está con y
en la Iglesia en oración. Madre de Dios y Madre de la Iglesia, María ejerce su maternidad
hasta el final de la historia. Le encomendamos todas las fases del paso de nuestra
existencia personal y eclesial, no menos que la de nuestro tránsito final. María nos enseña
la necesidad de la oración y nos muestra que sólo con un vínculo constante, íntimo, lleno
de amor con su hijo, podemos salir de "nuestra casa", de nosotros mismos, con coraje,
para llegar a los confines del mundo y proclamar en todas partes al Señor Jesús, salvador
del mundo.

Cuando Dios había decidido venir a la tierra había pensado ya desde toda la eternidad en
encarnarse por medio de la criatura más bella jamás creada. Su madre habría de ser la
más hermosa de entre las hijas de esta tierra de dolor, embellecida con la altísima
dignidad de su pureza inmaculada y virginal. Y así fue. Todos conocemos la grandeza de
María.

Pero María no fue obligada a recibir al Hijo del Altísimo. Ella quiso libremente cooperar. Y
sabía, además, que el precio del amor habría de ser muy caro. “Una espada de dolor
atravesará tu alma” le profetizó el viejo Simeón. Pero, ¡cómo no dejar que el Verbo de
Dios se entrañara en ella! Lo concibió, lo portó en su vientre, lo dio a luz en un pobre
pesebre, lo cargó en sus brazos de huida a Egipto, lo educó con esmero en Nazaret, lo
vio partir con lágrimas en los ojos a los 33 años, lo siguió silenciosa, como fue su vida, en

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su predicación apostólica...

Lo seguiría incondicionalmente. No se había arrepentido de haber dicho al ángel en la
Anunciación: "Hágase". A pesar de los sufrimientos que habría de padecer. ¡Pero si el
amor es donación total al amado! Ahora allí, fiel como siempre, a los pies de la cruz,
dejaba que la espada de dolor le desencarnara el corazón tan sensible, tan puro de ella,
su madre. A Jesús debieron estremecérsele todas las entrañas de ver a su Purísima
Madre, tan delicada como la más bella rosa, con sus ojos desencajados de dolor. Los dos
más inocentes de esta tierra. Aquella única inocente, a la que no cargaba sus pecados. La
Virgen de los Dolores. La Corredentora.

Ella nos enseña la valentía y pudor con su silencio, con la silenciosa presencia de su
compasión. La belleza que salva es el amor que comparte el dolor y que no necesita
palabra, es la verdad que se expresa callándose, por su presencia de amor. Así es con
que el católico debe sobrellevar el dolor. El dolor es el precio del amor a los demás. No es
el castigo de un Dios que se regocija en hacer sufrir a sus criaturas, es el momento en
que podemos ofrecer ese dolor por el bien espiritual de los demás, es la experiencia de la
corredención, como María. Ella miró la cruz y a su Hijo y ofreció su dolor por todos
nosotros.

¿No podríamos hacer también lo mismo cuando sufrimos? Mirar la cruz. Salvar almas. La
diferencia con Nuestra Madre es que en esa cruz el sufrir de nuestra vida está cargado en
las carnes del Hijo de Dios. Él sufrió por nuestros pecados. Él nos redimió sufriendo. Ella
simplemente miró y ayudó a su Hijo a redimirnos.

Rezar el saludo a la Virgen (Ángelus), preferentemente en familia, o una oración dedicada
a Ella, para acompañarla en su dolor.

Jesús, mi gran anhelo es tener muy cerca de mí a María, mi dulce Madre del cielo. Señor,
gracias por este maravilloso don. En María tengo el mejor ejemplo del seguimiento fiel,
amoroso y sacrificado que debo vivir.
1
er
Dolor
La profecía de Simeón en la presentación del Niño Jesús
Virgen María: por el dolor que sentiste cuando Simeón te anunció que una espada de
dolor atravesaría tu alma, por los sufrimientos de Jesús, y ya en cierto modo te manifestó
que tu participación en nuestra redención como corredentora sería a base de dolor; te
acompañamos en este dolor... Y, por los méritos del mismo, haz que seamos dignos hijos
tuyos y sepamos imitar tus virtudes.
Dios te salve, María,…
2º Dolor
La huida a Egipto con Jesús y José

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Virgen María: por el dolor que sentiste cuando tuviste que huir precipitadamente tan lejos,
pasando grandes penalidades, sobre todo al ser tu Hijo tan pequeño; al poco de nacer, ya
era perseguido de muerte el que precisamente había venido a traernos vida eterna; te
acompañamos en este dolor... Y, por los méritos del mismo, haz que sepamos huir
siempre de las tentaciones del demonio.
Dios te salve, María,…
3
er
Dolor
La pérdida de Jesús
Virgen María: por las lágrimas que derramaste y el dolor que sentiste al perder a tu Hijo;
tres días buscándolo angustiada; pensarías qué le habría podido ocurrir en una edad en
que todavía dependía de tu cuidado y de San José; te acompañamos en este dolor. . . Y,
por los méritos del mismo, haz que los jóvenes no se pierdan por malos caminos.
Dios te salve, María,…
4º Dolor
El encuentro de Jesús con la cruz a cuestas camino del calvario
Virgen María: por las lágrimas que derramaste y el dolor que sentiste al ver a tu Hijo
cargado con la cruz, como cargado con nuestras culpas, llevando el instrumento de su
propio suplicio de muerte; Él, que era creador de la vida, aceptó por nosotros sufrir este
desprecio tan grande de ser condenado a muerte y precisamente muerte de cruz,
después de haber sido azotado como si fuera un malhechor y, siendo verdadero Rey de
reyes, coronado de espinas; ni la mejor corona del mundo hubiera sido suficiente para
honrarle y ceñírsela en su frente; en cambio, le dieron lo peor del mundo clavándole las
espinas en la frente y, aunque le ocasionarían un gran dolor físico, aún mayor sería el
dolor espiritual por ser una burla y una humillación tan grande; sufrió y se humilló hasta lo
indecible, para levantarnos a nosotros del pecado; te acompañamos en este dolor . . . Y,
por los méritos del mismo, haz que seamos dignos vasallos de tan gran Rey y sepamos
ser humildes como Él lo fue.
Dios te salve, María,…
5º Dolor
La crucifixión y la agonía de Jesús

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Virgen María: por las lágrimas que derramaste y el dolor que sentiste al ver la crueldad de
clavar los clavos en las manos y pies de tu amadísimo Hijo, y luego al verle agonizando
en la cruz; para darnos vida a nosotros, llevó su pasión hasta la muerte, y éste era el
momento cumbre de su pasión; Tú misma también te sentirías morir de dolor en aquel
momento; te acompañamos en este dolor. Y, por los méritos del mismo, no permitas que
jamás muramos por el pecado y haz que podamos recibir los frutos de la redención.
Dios te salve, María,…
6º Dolor
La lanzada y el recibir en brazos a Jesús ya muerto
Virgen María: por las lágrimas que derramaste y el dolor que sentiste al ver la lanzada que
dieron en el corazón de tu Hijo; sentirías como si la hubieran dado en tu propio corazón; el
Corazón Divino, símbolo del gran amor que Jesús tuvo ya no solamente a Ti como Madre,
sino también a nosotros por quienes dio la vida; y Tú, que habías tenido en tus brazos a tu
Hijo sonriente y lleno de bondad, ahora te lo devolvían muerto, víctima de la maldad de
algunos hombres y también víctima de nuestros pecados; te acompañamos en este
dolor... Y, por los méritos del mismo, haz que sepamos amar a Jesús como Él nos amó.
Dios te salve, María,…
7º Dolor
El entierro de Jesús y la soledad de María
Virgen María: por las lágrimas que derramaste y el dolor que sentiste al enterrar a tu Hijo;
El, que era creador, dueño y señor de todo el universo, era enterrado en tierra; llevó su
humillación hasta el último momento; y aunque Tú supieras que al tercer día resucitaría, el
trance de la muerte era real; te quitaron a Jesús por la muerte más injusta que se haya
podido dar en todo el mundo en todos los siglos; siendo la suprema inocencia y la bondad
infinita, fue torturado y muerto con la muerte más ignominiosa; tan caro pagó nuestro
rescate por nuestros pecados; y Tú, Madre nuestra adoptiva y corredentora, le
acompañaste en todos sus sufrimientos: y ahora te quedaste sola, llena de aflicción; te
acompañamos en este dolor . . . Y, por los méritos del mismo, concédenos a cada uno de
nosotros la gracia particular que te pedimos…
Dios te salve, María,…

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Gloria al Padre
Oración final

Oh Doloroso e Inmaculado Corazón de María, morada de pureza y santidad, cubre mi
alma con tu protección maternal a fin de que siendo siempre fiel a la voz de Jesús,
responda a Su amor y obedezca Su divina voluntad. Quiero, Madre mía, vivir íntimamente
unido a tu Corazón que está totalmente unido al Corazón de tu Divino Hijo. Átame a tu
Corazón y al Corazón de Jesús con tus virtudes y dolores. Protégeme siempre. Amén.

¡Oh dulce fuente de amor!
La Madre piadosa estaba ¡Oh cuán triste y afligida
junto a la cruz, y lloraba estaba la Madre herida,
mientras el Hijo pendía; de tantos tormentos llena,
cuya alma triste y llorosa, cuando triste contemplaba
traspasada y dolorosa, y dolorosa miraba
fiero cuchillo tenía. del Hijo amado la pena!

¿Y cuál hombre no llorara Hazme contigo llorar
si a la Madre contemplara y de veras lastimar
de Cristo en tanto dolor? de sus penas mientras vivo;
¿Y quién no se entristeciera, porque acompañar deseo
Madre piadosa, si os viera en la cruz, donde lo veo,
sujeta a tanto rigor? tu corazón compasivo.

Por los pecados del mundo, ¡Virgen de vírgenes santas!,
vio a Jesús en tan profundo llore ya con ansias tantas
tormento la dulce Madre. que el llanto dulce me sea;
Vio morir al Hijo amado porque su pasión y muerte
que rindió desamparado tenga en mi alma de suerte
el espíritu a su Padre. que siempre sus penas vea.

¡Oh dulce fuente de amor!, Haz que su cruz me enamore
hazme sentir tu dolor y que en ella viva y more
para que llore contigo. de mi fe y amor indicio;
y que, por mi Cristo amado, porque me inflame y encienda
mi corazón abrasado y contigo me defienda

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más viva en Él que conmigo. en el día del juicio.

Y, porque a amarlo me anime Haz que me ampare la muerte
en mi corazón imprime de Cristo, cuando en tan fuerte
las llagas que tuvo en sí. trance, vida y alma estén;
Y de tu Hijo, Señora, porque, cuando quede en calma
divide conmigo ahora el cuerpo, vaya mi alma
las que padeció por mí. a su eterna gloria. Amén.

UN SOLO CUERPO
1 Co 12,12-14. 27-31, Lc 7,11-17
La exposición que hace el apóstol san Pablo en la Carta a los Corintios pretende animar a
los lectores a que interactúen de forma armoniosa, poniendo sus diferentes dones y
carismas al servicio de la comunidad. La presunción, la vanagloria, la rivalidad y otras
actitudes inmaduras que complicaban la vida de la iglesia corintia, debían terminar. Era
necesario actuar con sensatez, dejándose guiar por el Espíritu, promotor de la unidad,
viviendo conforme a esa dinámica de la comunión profunda.
Las carencias y fortalezas de un miembro tenían que ser asumidas en un clima de amor
fraterno y ayuda mutua.
En el Evangelio, observamos que las personas se acercan a Jesús, cada cual lleva
presente sus necesidades y esperanzas.
En esta ocasión una mujer viuda, que había perdido a su hijo único tiene la fortuna de
cruzar su camino con Jesús.
El evangelista nos refiere que el Maestro tomó la iniciativa, y realizando un gesto de
misericordia y de poder, le devolvió sano y salvo al hijo, que era su único consuelo.
Dios mío, Tan grande es tu amor que no dejas de compadecerte de mí, a pesar de mis
debilidades, porque digo y no hago, ofrezco y no cumplo. ¡Ven a iluminar mi oración!
Dame la gracia que me hará crecer en amor y en fidelidad.

Señor, quiero ser todo para Ti, concédeme olvidarme de mis preocupaciones para poder
escucharte.

«Así les habló a los discípulos, expresando con la metáfora del sueño el punto de vista de
Dios sobre la muerte física: Dios la considera precisamente como un sueño, del que se
puede despertar.

Jesús demostró un poder absoluto sobre esta muerte: se ve cuando devuelve la vida al
joven hijo de la viuda de Naím y a la niña de doce años. Precisamente de ella dijo: "La

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niña no ha muerto; está dormida", provocando la burla de los presentes. Pero, en verdad,
es precisamente así: la muerte del cuerpo es un sueño del que Dios nos puede despertar
en cualquier momento.

Este señorío sobre la muerte no impidió a Jesús experimentar una sincera compasión por
el dolor de la separación. Al ver llorar a Marta y María y a cuantos habían acudido a
consolarlas, también Jesús "se conmovió profundamente, se turbó" y, por último, "lloró". El
corazón de Cristo es divino-humano: en él Dios y hombre se encontraron perfectamente,
sin separación y sin confusión. Él es la imagen, más aún, la encarnación de Dios, que es
amor, misericordia, ternura paterna y materna, del Dios que es Vida. Benedicto XVI, 9 de
marzo de 2008.

Hay una diferencia abismal entre las demás religiones y el Catolicismo. En las demás, el
hombre va en busca de Dios. En el Catolicismo es Dios el que busca al hombre.

Y en la Iglesia Católica, fundada por Cristo, lo vemos todos los días. Este Evangelio es
una prueba más del amor de Dios hacia nosotros, que es infinito. Tiene el arrojo y tesón
del amor de padre y el candor y profundidad del amor de madre. Cristo al ver a la viuda
que se le había muerto todo lo que tenía en el mundo, se compadece de ella. Del Corazón
de Cristo brota esa necesidad de consolar a la viuda y le vuelve a entregar a su hijo.
Y así como Cristo entregó alegría a esta viuda, hoy día Cristo entrega a muchos padres
angustiados su joven hijo que se fue de casa días atrás, ablanda los corazones de los
esposos a punto de separarse, inspira a los grandes empresarios a cambiar de actitud
hacia sus colaboradores y, en vez de hundirles en deudas estratosféricas, hacen un trato
para arreglar cuentas, etc.

Dios sigue obrando milagros para que nosotros podamos ser felices en Él.
Es imposible que a Dios le guste vernos tristes, porque nos ama. Pero si lo estamos...
¿acaso será porque no le hemos permitido a Cristo entrar en nuestras vidas? Pidamos
hoy esta gracia a Cristo Eucaristía.

Hacer una visita al Santísimo Sacramento para escuchar lo que Dios me quiere decir hoy
y dejarlo entrar en nuestra vida.

Señor, sé, como decía san Agustín, que las aflicciones y tribulaciones que a veces
sufrimos nos sirven de advertencia y corrección, y que si tuviera la fe debida, no temería a
nada ni a nadie, porque todo pasa para nuestro bien, si sabemos poner todo en tus
manos.
Pero bien conoces mi debilidad, mi necesidad de sentir tu consuelo y tu presencia, ven a
mi corazón, que quiere resucitar contigo, para poder experimentar el amor de Dios.
“Grande es el misterio que veneramos”, nos dice san Pablo en esta carta a Timoteo.
¿Qué misterio? El de la Encarnación. Dios con nosotros. La realidad del Verbo
humanado. Aquello que, tres veces al día, repetimos con el Ángelus: “El Verbo se hizo

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carne, y habitó entre nosotros”. Escándalo para unos y locura para otros, pero para
nosotros la Fuerza y la Sabiduría.
"El Verbo se hizo carne" es una de esas verdades a las que nos hemos acostumbrado
tanto, que ya casi no nos impacta la magnitud del evento que expresa. Algo
absolutamente impensable, que sólo Dios podía obrar y en la que sólo se puede entrar
con la fe.
El Logos que está con Dios, el Logos, que es Dios, por y para el cual fueron creadas
todas las cosas, que ha acompañado a los hombres en la historia con su luz, se hace
carne y pone su morada entre nosotros, se hace uno de nosotros.
Como dice el Concilio Vaticano II: "El Hijo de Dios... trabajó con manos de hombre, pensó
con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre.
Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de los nuestros, semejante en
todo a nosotros, excepto en el pecado". (GS, 22).
Es importante recuperar el asombro ante el misterio, dejarse envolver por la magnitud de
este acontecimiento: Dios ha recorrido como un hombre nuestros caminos, entrando en el
tiempo del hombre, para comunicarnos su propia vida.
Dios, haciéndose carne, quiso hacerse don para los hombres, se entregó por nosotros,
asumió nuestra humanidad para donarnos su divinidad.
Este es el gran don. Incluso en nuestro dar no es importante que un regalo sea caro o no;
quien no es capaz de donar un poco de sí mismo, da siempre muy poco; incluso, a veces
incluso se intenta reemplazar el corazón y el compromiso de donación de uno mismo con
el dinero, con cosas materiales. El misterio de la Encarnación significa que Dios no lo ha
hecho así: no ha dado cualquier cosa, sino que se entregó a sí mismo en su Hijo
Unigénito. Aquí encontramos el modelo para nuestro dar, para que nuestras relaciones,
sobre todo las más importantes, sean impulsadas con la generosidad y el amor.
Este modo de actuar de Dios es un poderoso estímulo para cuestionarnos sobre el
realismo de nuestra fe, que no debe limitarse a la esfera de los sentimientos y emociones,
sino que debe entrar en la realidad de nuestra existencia, es decir, debe tocar nuestra
vida de cada día y orientarla de manera práctica. Dios no se detuvo en las palabras, sino
que nos mostró cómo vivir, compartiendo nuestra propia experiencia, salvo en el pecado.

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La fe tiene un aspecto fundamental que afecta no sólo la mente y el corazón, sino toda
nuestra vida.
EL AMOR Y LA SABIDURÍA
1 Co 12, 31-13,13, Lc 7,31-35
La generación a la que pertenecían Juan Bautista y Jesús fue privilegiada por la simple
razón de que pudieron interactuar con dos profetas de extraordinaria personalidad.
Dos personas radicalmente fieles a Dios, que en su misión evangelizadora, asumieron
estilos y formas de misionar dispares.
La frugalidad de Juan y la gustosa alegría del Señor Jesús, se convirtieron en pretextos
en manos de sus adversarios, que pretendieron descalificarlos para excusarse de
escuchar su mensaje.
Aquella gente no tuvo la apertura para apreciar la novedad que Dios manifestaba en la
misión de cada uno de sus enviados.
En otra óptica el apóstol san Pablo también realiza una contraposición, entre los dones y
carismas vistosos (sabiduría, elocuencia, generosidad) y el don supremo: el amor. Los
rasgos del amor son extraordinarios porque reflejan la manera de ser de Dios, que acoge
a cada persona de manera incondicional.
El amor trasciende los límites de los mínimos y se desborda en una entrega ilimitada que
busca el bienestar del amado.
Espíritu Santo, te pido el don de la sabiduría para ver y comprender la realidad de mi vida,
desde tu perspectiva. Eso me dará equilibrio a mis juicios y bondad para apreciar los
sucesos de este día y, sobre todo, hará posible que te pueda reconocer en este momento
de oración.

Señor, ayúdame a tener un encuentro personal decisivo contigo que cambie toda mi vida.

Dios es visible de muchas maneras. En la historia de amor que nos narra la Biblia, Él sale
a nuestro encuentro, trata de atraernos, llegando hasta la Última Cena, hasta el Corazón
traspasado en la cruz, hasta las apariciones del Resucitado y las grandes obras mediante
las que Él, por la acción de los Apóstoles, ha guiado el caminar de la Iglesia naciente.
El Señor tampoco ha estado ausente en la historia sucesiva de la Iglesia: siempre viene a
nuestro encuentro a través de los hombres en los que Él se refleja; mediante su Palabra,
en los Sacramentos, especialmente la Eucaristía. En la liturgia de la Iglesia, en su oración,
en la comunidad viva de los creyentes, experimentamos el amor de Dios, percibimos su
presencia y, de este modo, aprendemos también a reconocerla en nuestra vida cotidiana.
Él nos ha amado primero y sigue amándonos primero; por eso, nosotros podemos
corresponder también con el amor.

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Dios no nos impone un sentimiento que no podamos suscitar en nosotros mismos. Él nos
ama y nos hace ver y experimentar su amor, y de este "antes" de Dios puede nacer
también en nosotros el amor como respuesta.
En el desarrollo de este encuentro se muestra también claramente que el amor no es
solamente un sentimiento.
Los sentimientos van y vienen. Pueden ser una maravillosa chispa inicial, pero no son la
totalidad del amor. Benedicto XVI, Deus caritas est, n. 17.

Es difícil librarse de la influencia del "qué dirán" A todos nos salpica la opinión de los
otros. Todos queremos tener un lugar en el corazón del otro. Nos gusta ser estimados y
nos duele cuando oímos algún comentario no favorable a nuestra persona. Es que se nos
ha preparado más para vivir de la exterioridad que de la riqueza que lleva dentro de sí
toda persona; por eso andamos como veletas al vaivén de la opinión de la gente. Sí, es
difícil tener un criterio personal, ser dueño de sí y vivir felices.

El Evangelio es exigente y no admite componendas: hay valores que no son conmutables
por ninguna opinión; quizá por ser fiel a ellos te toque sufrir la crítica mordaz de la gente,
pero al final lo auténtico da su talla, porque la luz es más fuerte que las tinieblas.

Señor, Jesús, que viniste al mundo como luz, no permitas nos cieguen las tinieblas del
mal, sino que iluminados por el resplandor de tu rostro seamos ante el mundo testigos de
tu amor.

Hacer una visita a Jesús en el Sagrario, reconociéndolo como Dios y Señor de mi vida.
Señor, es triste confirmar la tendencia de justificar mis fallas buscando que la culpa
recaiga en otros. Cuánto amor me falta cuando veo sólo los defectos de los demás en vez
de sus cualidades. Qué insensatez perder la objetividad de los hechos al pretender
engañar a los demás.
Por eso reitero mi petición, por la intercesión de tu Madre Santísima, dame la sabiduría
para optar siempre por la verdad.

San Roberto Belarmino, santo jesuita del cual se pueden sacar algunas enseñanzas para
nuestra oración. Los santos, no lo olvidemos deben ser nuestros amigos por su
intercesión, ejemplo y anécdotas que nos sirven en nuestra vida.
Su padre piensa dada la fama de sus cualidades y sueña con grandes beneficios y
dignidades, pero él piensa en la brevedad de la vida y de las cosas temporales y busca un
lugar donde no hubiese tales dignidades. Ante la insistencia del hijo el padre se rinde:
“He pensado que se debe a Dios lo que más se quiere. He dado la bendición a mi hijo y le
he ofrecido a Dios.” Con una gran preparación, no es extraño que sus sermones
produjeran muchísimas conversiones.
No solo su palabra, sus escritos “Las Controversias” son un baluarte inexpugnable de la
fe y riquísimo arsenal para defenderla frente a protestantes y luteranos y arrancara

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conversiones y muchos hijos desviados, volvieran a la fe y exclamaran “Este libro me ha
perdido” “Me has creado, iluminado y arrancado de la muerte”. Por su labor extraordinaria,
no se libra de que le nombren cardenal pero si del papado aunque tuvo que formar parte
del tribunal de Galileo y fue uno de sus valedores a la hora de buscarle residencia y
publicaciones al notificarle la sentencia de 1616.
Si nos admiran los santos por sus obras, más nos debe admirar su oración de la que
sacan el valor y la fuerza para hacer esas proezas. Seguir su camino es hacer oración
cada día mejor, como les decía a sus monjes san Basilio “que sea una hoguera ardiente
que no se apaga”.
Pero también los textos del día podemos sacar alguna idea que nos ayude a ello para
que sea cada día nueva, creativa, original, como el amanecer o el atardecer, que no hay
dos iguales, como no hay dos hojas iguales, dos seres iguales,… y es que Dios se
prodiga infinitamente con su amor en la naturaleza y en nosotros cuando oramos.
Así lo encontramos en el evangelio de la pecadora, todo un derroche de amor y
misericordia como en el Hijo Pródigo, deseando perdonar, deseando derramar su
misericordia, volcarla sobre nosotros pobres pecadores. Para sentirla, no tenemos más
que acercarnos junto a sus pies, llorar y humedecerlos, enjugarlos, cubrirlos de besos y
escuchar de sus labios: “Tus pecados están perdonados, tu fe te ha salvado, vete en paz”.
Esto mismo sentiremos en la oración si contemplamos la escena y ponemos nuestros
sentidos como nos dice san Ignacio: “ver, mirar, escuchar,.. y acabar con un coloquio con
Jesús, con la pecadora, con Dios Padre que en Jesús nos trae el perdón.
No te olvides de la Virgen tan presente en toda la vida de Jesús a quien felicitas por haber
dicho “Si”, por su nacimiento, dulce Nombre y Dolores que hemos celebrado
recientemente: “Madre, danos de tu fe, la de tu Hijo, que nos perdona y nos salva.
Gracias, Madre”.
LA EXPERIENCIA DEL PERDÓN
1 Co 15,1-11; Lc 7,36-50
La mujer anónima que nos presenta el Evangelio de san Lucas no se intimida ante las
miradas inquisidoras de los comensales.
Traspasó las barreras, abriéndose paso en el "club" de los escrupulosos fariseos y
expresó sin cortapisas la gratitud hacia Jesús.

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Con el lenguaje efusivo del afecto femenino mostró su enorme gratitud. Del suceso
encontramos dos lecturas: la reprobatoria de Simón que desaprueba a Jesús y la
aprobatoria del Maestro, que descifra los gestos de la mujer como expresión de gratitud
por el perdón recibido.
La lección que extrae es contundente: Jesús ofrece el perdón gratuitamente.
El apóstol san Pablo tenía conciencia de haber sido un pecador, un apóstol que no
ameritaba tal nombre. Esa certidumbre le sirvió como un acicate para rendir al máximo y
exigirse una entrega sin fisuras al servicio del Evangelio.
Es un relato maravilloso en todo su desarrollo. Comienza la historia con la invitación de un
fariseo a comer en su casa. En la misma ciudad había una mujer pecadora pública. Al
saber que Jesús estaba allí, cogió un frasco de alabastro de perfume, entró en la casa, se
puso a los pies de Jesús a llorar, mojando sus pies con sus lágrimas y secándoselos con
sus cabellos, ungió los pies de Cristo con el perfume y los besó. El fariseo, entretanto,
ponía en duda a Cristo. Pero Jesús, que leía su pensamiento, le propuso una parábola
sobre un acreedor que tenía dos deudores y a ambos perdonó.
Se aprovechó de aquella parábola para salir en defensa de aquella mujer comparando su
actitud con la de él: la de ella llena de amor y arrepentimiento; la de él llena de soberbia y
vanidad. Tras ello, hace una afirmación que parece la absolución tras una excelente
confesión: “Le quedan perdonados sus muchos pecados, porque ha mostrado mucho
amor”, dice dirigiéndose al fariseo, llamado Simón. Y a la mujer: “Tus pecados quedan
perdonados. Tu fe te ha salvado. Vete en paz”. Los comensales volvieron a juzgar a
Jesús: “Quién es éste que hasta perdona los pecados?”.

Siempre que se mete uno a fondo en la propia vida y comprueba lo lejos de Dios que se
encuentra y ve cómo el pecado grave o menos grave nos domina, se puede sentir la
tentación del desaliento y de la desesperación. Del desaliento en cuanto a sentirse uno
incapaz de superar las propias limitaciones. De desesperación en cuanto a pensar que no
se es digno del perdón misericordioso de Dios.

Dios siempre está dispuesto a perdonar, a olvidar, a renovar. Ahí tenemos la parábola del
hijo pródigo en la que un padre espera con ansia la vuelta de su hijo que se ha ido
voluntariamente de su casa.
Dios siempre nos espera; siempre aguarda nuestro retorno; nada es demasiado grande
para su misericordia. Nunca debemos permitir que la desconfianza en Dios tome
prisionero nuestro corazón, pues entonces habríamos matado en nosotros toda
esperanza de conversión y de salvación.
La misericordia del Señor es eterna. En el libro del Profeta Oseas leemos frases que nos
descubren esa ternura de Dios hacia nosotros: “Cuando Israel era niño, yo le amé...
Cuanto más los llamaba, más se alejaban de mí... Con cuerdas humanas los atraía, con
lazos de amor, y era para ellos como los que alzan a un niño contra su mejilla...” (11, 1-4).

Frecuentemente una de las acciones más específicas del demonio es desalentarnos y

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desesperarnos. “Ya no tienes remedio. Ya es demasiado lo que has hecho”. Y muchos de
nosotros nos dejamos llevar por esos sentimientos que nos quitan no sólo la paz, sino la
fuerza para luchar por ser mejores. Dios, en cambio, siempre nos espera, porque nos
ama, porque no se resigna a perder lo que su Amor ha creado. “Yo te desposaré conmigo
para siempre; te desposaré conmigo en justicia y en derecho, en amor y en compasión”
(Os 2,21). Qué nunca el temor al perdón de Dios nos aparte de volver a El una y otra vez!
Hasta el último día de nuestra vida nos estará esperando.

La misericordia de Dios, sin embargo, no se puede tomar a broma. Ella nace en el
conocimiento que Dios tiene de nuestra fragilidad, de nuestra pequeñez, de nuestra
condición humana, y, sobre todo, del amor que nos profesa, pues “El quiere que todos se
salven y lleguen al conocimiento de la verdad”. La misericordia divina no puede, en
cambio, ser el tópico al que recurrimos frecuentemente para justificar sin más una
conducta poco acorde con nuestra realidad de católicos y de seres humanos, o para
permitirnos atentar contra la paciencia divina por medio de nuestra presunción.

A espaldas de la pecadora sólo hay una realidad: el pecado. En su horizonte sólo una
promesa: la tristeza, la desesperación, el vacío. Pero en su presente se hace realidad
Cristo, el rostro humano de Dios. Ella nos va enseñar cómo actúa Dios cuando el ser
humano se le presta.

La mujer reconoce ante todo que es una pecadora. Esas lágrimas que derrama son
realmente sinceras y demuestra todo el dolor que aquella mujer experimentaba tras una
vida de pecado, alejada de Dios, vacía. Hay lágrimas físicas y también morales. Todas
sirven para reconocer que nos duele ofender a Dios, vivir alejados de Él. A ella no le
importaba el comentario de los demás. Quería resarcir su vida, y había encontrado en
aquel hombre la posibilidad de la vuelta a un Dios de amor, de perdón, de misericordia.
Por eso está ahí, haciendo lo más difícil: reconocerse infeliz y necesitada de perdón.

Cristo, que lee el pensamiento, como lo demostró al hablar con Simón el fariseo, toca en
el corazón de aquella mujer todo el dolor de sus pecados por un lado, y todo el amor que
quiere salir de ella, por otro. Todo está así preparado para el re-encuentro con Dios. Se
pone decididamente de su parte. Reconoce que ella ha pecado mucho (debía quinientos
denarios). Pero también afirma que el amor es mucho mayor que el mismo pecado. “Le
quedan perdonados sus muchos pecados, porque ha mostrado mucho amor”. Se realiza
así aquella promesa divina: “Dónde abundó el pecado, sobreabundó la misericordia”. El
corazón de aquella mujer queda trasformado por el amor de Dios. Es una criatura nueva,
salvada, limpia, pura.

La misericordia divina le impone un camino: “Vete en paz”. Es algo así como: “Abandona
ese camino de desesperación, de tristeza, de sufrimiento”. Coge ese otro derrotero de la
alegría, de la ilusión, de la paz que sólo encontrarás en la casa de tu Padre Dios. No
sabemos nada de esta pecadora anónima. No sabemos si siguió a Cristo dentro del grupo
de las mujeres o qué fue de ella. Pero estamos seguros de que a partir de aquel día su
vida cambio definitivamente. También a ella la salvó aquella misericordia que salvó a la
adúltera, a Pedro, a Zaqueo, y a tantos más.

En nuestra vida de católicos, y muy especialmente en la vida de la mujer, tan sensible a la
falta de amor, tan proclive al desaliento, tan inclinada a sufrir la ingratitud de los demás,
es muy fácil comprender lo que le dolemos a Dios cuando nos apartamos de su amor y de

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su bondad. Por ello, abrámonos a la Misericordia divina para reforzar nuestra decisión de
nunca pecar, de nunca abandonar la casa del Padre, de nunca intentar probar ese camino
de tristeza y de dolor que es el pecado.

La constatación de nuestras miserias, a veces reiteradas, nunca debe convertirse en
desconfianza hacia Dios. Más aún, nuestras miserias deben convencernos de que la
victoria sobre las mismas no es obra fundamentalmente nuestra sino de la gracia divina.
Sólo no podemos. Es a Dios a quien debemos pedirle que nos salve, que nos cure, que
nos redima. Si Dios no hace crecer la planta es inútil todo esfuerzo humano. Somos hijos
del pecado desde nuestra juventud. Sólo Dios pude salvarnos.

Junto a esta esperanza de salvación de parte de Dios, la Misericordia divina exige nuestro
esfuerzo para no ser fáciles en este alejarnos con frecuencia de la casa del Padre. Hay
que luchar incansablemente para vivir siempre ahí, para estar siempre con Él, para
defender por todos los medios la amistad con Dios. El pecado habitual o el vivir
habitualmente en pecado no puede ser algo normal en nosotros, y menos el pensar que al
fin y al cabo como Dios es tan bueno... Estaremos siempre en condiciones o en
posibilidades de invocar el perdón y la misericordia divina?

No olvidemos que como la pecadora siempre tenemos la gran baza y ayuda de la
confesión. Ella hizo una confesión pública de sus pecados, manifestó su profundo
arrepentimiento, demostró su propósito de enmienda. Al final Cristo la absolvió. La
confesión es fundamental para el perdón de los pecados. Más aún, es necesaria la
confesión frecuente, humilde, confiada. Como otras muchas cosas, sólo a Dios se le ha
podido ocurrir este sacramento de la misericordia y del perdón. No acercarse a la
confesión con frecuencia es una temeridad. Tenemos demasiado fácil el regreso a Dios.
El evangelio es muy corto. Este es el texto: “… Jesús iba caminando de ciudad en ciudad
y de pueblo en pueblo, predicando el evangelio del reino de Dios; lo acompañaban los
Doce y algunas mujeres que él había curado de malos espíritus y enfermedades: María
Magdalena. De la que habían salido siete demonios; Juana, mujer de Cusa, intendente de
Herodes; Susana y otras que le ayudaban con sus bienes”. (Lc 8, 1-3).
Jesús sale y recorre ciudades y pueblos. No se queda en casa. La voluntad del Padre es
que anuncie el reino de Dios. En su persona se hace presente el reino de Dios. La señal
de que el reino de Dios está presente no es solamente la predicación. Esta va
acompañada de signos, cura de malos espíritus y enfermedades a algunas mujeres que le
acompañan.
También acompañan a Jesús en estas correrías los Doce apóstoles. El Señor se pone en
marcha y arrastra tras sí a aquellos que ha elegido. Pero le acompañan porque cada día
le van conociendo un poco más, lo mismo que estas mujeres. Cuanto más le conocen,
interiormente, nos dice el evangelio, más le aman. Y cuanto más le aman… llegan a un

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proyecto común. Seguirle para identificarse con Él. Esta es la meta de nuestra vida,
transformarnos en Él.
Este rato de oración es para preguntarnos si realmente mi oración de cada día está
orientada desde esta clave:
¿Conozco cada día más a Jesús? ¿Es el centro de mi vida?
¿Estoy dispuesto a seguirle en medio de las pruebas y del gozo?

María, como Madre de Jesús le conoce, le ama y le sigue en toda su plenitud. María
ayúdanos a seguir a Jesús cada día.
LA CENTRALIDAD DE LA RESURRECCIÓN
1 Co 15, 12-20; Lc 8, 1-3
En la cultura griega como bien sabemos, sonaba paradójico afirmar la resurrección. Por
esa razón san Pablo argumenta con firmeza sobre la centralidad de dicho acontecimiento.
Negar la resurrección de Cristo implica vaciar de sentido la fe católica. No queda
sustentada nuestra salvación; además, dado que el verdadero católico enfrenta
adversidades por causa de su fe, si sus padecimientos en esta vida, no encuentran
consuelo en la venidera, resultamos engañados por una falsa promesa.
Las mujeres que seguían a Jesús y que se solidarizaban con su causa, sirviendo a sus
discípulos, no apostaban su vida en vano. Habían conocido por anticipado la fuerza
vivificadora de Dios, a través de las curaciones que Jesús había obrado en su favor. Las
mujeres curadas sabían por propia experiencia que la palabra de Jesús acarreaba una
mejoría sustancial en sus condiciones de vida.
Qué dicha la de los Doce y de las mujeres que supieron reconocerte y por ello dejaron
todo para acompañarte y servirte. Permite que encuentre la luz y la fortaleza en esta
oración para permanecer siempre fiel a tu gracia, aun cuando se presenten dificultades y
problemas.


Jesucristo, ayúdame a escucharte, acompañándote en la oración, en el Santísimo
Sacramento.

Es indudable que debemos hacer mucho más a favor de la mujer, si queremos dar más
fuerza a la reciprocidad entre hombres y mujeres. Es necesario de hecho, que la mujer no
solamente sea más escuchada, sino que su voz tenga un peso real, un prestigio
reconocido en la sociedad y en la iglesia.

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El modo mismo con el cual Jesús ha considerado a las mujeres -el evangelio lo indica así-
era un contexto menos favorable del nuestro, porque en esos tiempos la mujer era puesta
en segundo lugar. Pero Jesús la considera de una manera que da una luz potente que
ilumina un camino que lleva lejos, del cual hemos recorrido solamente un tramo. Aún no
hemos entendido en profundidad cuales son las cosas que nos puede dar el genio
femenino de la mujer en la sociedad. Tal vez haya que ver las cosas con otros ojos para
que se complemente el pensamiento de los hombres. Es un camino que es necesario
recorrer con más creatividad y más audacia. (Audiencia de S.S. Francisco, 15 de abril de
2015).

Tres mujeres en primera línea. Cada una con su vocación particular y las tres seguidoras
incansables de las huellas de Jesús.

María Magdalena pasó a la historia por ser la primera persona que vio a Cristo resucitado.
Todos recordamos esa escena: ella, llorando junto al sepulcro; el Señor que se le aparece
como si fuera el hortelano. Luego el encuentro y el anuncio a los apóstoles. María
Magdalena, la apasionada discípula que está junto a la cruz en el Calvario, junto a la
Virgen y san Juan.

Había otras mujeres que seguían al Maestro de Nazaret. Juana también le acompañó
desde los tiempos felices de los milagros hasta el dolor del sepulcro tras la muerte de
Cristo. Era una persona importante en la ciudad. Una de esas santas mujeres que sabían
estar, al mismo tiempo, entre la alta sociedad de la época y entre los pobres que
escuchaban las palabras del Mesías.

También Susana ejerció un papel importante. Ella colaboraba con sus bienes para que el
Señor y sus discípulos pudiesen dedicarse a lo importante: la predicación del Reino de los
Cielos.

Son mujeres de actualidad, con un testimonio muy vivo. Son el reflejo del amor a toda
prueba, de la fidelidad y de la ayuda a la obra de Cristo.

Acompañar a Cristo en el Santísimo Sacramento y llevar a los demás un mensaje de
amor de Jesús.

Permite, Señor, que tanto los hombres como las mujeres de hoy tengamos una gran
necesidad de Ti y seamos apóstoles que propaguen tu mensaje de verdad y de caridad.
Vivir fielmente nuestra hermosa vida católica es dar un testimonio de la fe y de la verdad
que profesamos en Cristo Jesús. Él, ante Poncio Pilatos al declararse Rey, Rey Mesías y
testigo de la verdad, se convirtió para nosotros en modelo de cómo hemos de dar
testimonio de nuestra fe y de la aceptación de Aquel que es la Verdad.
El perseverar en ese testimonio a pesar de las burlas, persecuciones y peligros, debe
brotar en nosotros al saber que en la venida de nuestro Señor Jesucristo nosotros
participaremos de la luz inaccesible del mismo Dios, no sólo para contemplarlo, sino para
gozarnos en Él eternamente.

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Toda búsqueda de la verdad, toda recta búsqueda doctrinal o moral, es una búsqueda de
Jesús. Cada vez que cumplo mi deber con rectitud de vida, cada vez que afirmo mis
convicciones, me asemejo a Jesús y estoy «ante Jesús». El me mira y ve que soy, a mi
vez, un testigo de la verdad. San Pablo invita a Timoteo a vivir en el amor, en el
«mandato de Jesús» mientras espera la plena manifestación de Cristo, ¡cuando el amor
será por fin manifiesto y perfecto!
¡Tan evidente es que los reyes como los demás hombres son mortales! ¡Tan claro es que
las civilizaciones son mortales! El único porvenir absoluto es Dios. La inmortalidad de
Dios, la inaccesibilidad de Dios, la eternidad de Dios... ofrecida en Cristo al hombre. ¿Nos
damos perfecta cuenta de que en esto consiste nuestra Fe? Gracias, Señor. A Ti honor y
poder eternos. Amén.
* Salmo 99: Dios, creador de todo, se ha dignado escogernos como pueblo y rebaño
suyo. Él no se ha quedado en promesas, sino que las ha cumplido manifestándonos así
que su misericordia es eterna y que su fidelidad nunca se acaba. En Cristo estas
promesas han llegado a su plenitud. En Él no sólo se ofrece la salvación al pueblo de la
Primera Alianza, sino a toda la humanidad. Por eso nos dirigimos hacia su santuario
cruzando por sus atrios entre himnos, alabándolo y bendiciéndolo.
Nuestra existencia no puede convertirse en una ofensa al Señor, sino en una continua
alabanza de su santo Nombre. Así, guiados por Cristo, que nos ama, podremos llegar al
Santuario Eterno para alabar a nuestro Dios y Padre eternamente, disfrutando de la Gloria
que nos ha reservado en Cristo.
Evangelio: Salió el sembrador a sembrar... Todos los mesianismos judíos esperaban una
manifestación brillante y rápida de Dios. Jesús parece querer rebajar su entusiasmo: el
"Reino de Dios" está sujeto a los fracasos... va progresando penosamente en medio de un
montón de dificultades... ¡Mucha paciencia es necesaria! Como Jesús, ¿me atrevo yo a
mirar de cara las dificultades de mi vida personal... de mi medio familiar o profesional... de
la vida de la Iglesia?...
Otra parte cayó en tierra buena, brotó y dio el ciento por uno. Mateo y Marcos hablaban
de rendimientos diferenciados según la calidad de la tierra: treinta por uno... sesenta por
uno... ciento por uno... Lucas se contenta con un sólo rendimiento: ¡el más elevado! Lucas
se beneficiaba de una más larga experiencia de la vida de la Iglesia y podía ya poner el
acento sobre tal o cual punto, según las necesidades de la comunidad a la que se dirigía.
Aquí, por ejemplo, en el crecimiento del Reino de Dios pasa del "nada" al "todo"... del

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Y de la Biblia de América.
fracaso total de la semilla, a su éxito total. Porque, a diferencia de Mateo y de Marcos,
quiere insistir solamente sobre la perseverancia en el fracaso... No cansarse nunca de
estar empezando siempre...Lo que cae en buena tierra, son los que, después de haber
oído la Palabra, la conservan con corazón bueno y recto, y dan fruto con su
perseverancia.
¡Perseverancia! ¡Uno de los más hermosos valores del hombre! El Reino de Dios no es un
"destello" estrepitoso y súbito: viene a través de la humilde banalidad de cada día, en el
aguante tenaz de las pruebas y de los fracasos. Para mejor descubrir a Dios, para entrar
en sus misterios, es necesario, cada día, con perseverancia, tratar de llevar a la práctica
lo que ya se ha descubierto de El: ésta es condición para entrar y adelantar en su
intimidad.
Dios todopoderoso, que derramaste el Espíritu Santo sobre los apóstoles, reunidos en
oración con María, la Madre de Jesús, concédenos, por intercesión de la Virgen,
entregarnos fielmente a tu servicio y proclamar la gloria de tu nombre con testimonio de
palabra y de vida. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
LA REALIDAD DEL MISTERIO
1 Co 15, 35-37. 42-49; Lc 8,4-15
Los que no hemos tenido la experiencia de encontrarnos con el resucitado no disponemos
de otro acceso al evento, que el testimonio de los que se encontraron con Jesús
resucitado. No era una experiencia fácil de transmitir y comunicar; enfrentaban una
dificultad para hacerse entender.
Las experiencias sensibles que vivimos en este mundo no son equiparables a la vida
plena de Cristo resucitado. Por esa razón san Pablo recurre a comparaciones del mundo
vegetal y animal. Lo esencial es entender que al término de la vida biológica no termina,
sino que prosigue nuestra existencia personal de forma definitiva. En cierto sentido, los
apóstoles "conocían ya los secretos del Reinado de Dios", como dice la parábola del
sembrador y por eso, disponían de una conciencia renovada para comprender el sentido
último de la vida y de la muerte.
Padre mío, quiero tener un corazón bueno y bien dispuesto para ser esa tierra buena que
acoja tu semilla y la haga fructificar. Los afanes, dificultades y distracciones de la vida
ordinaria pueden ahogar fácilmente esta semilla, por ello te pido humildemente que tu
gracia la riegue y fertilice en esta meditación.

Jesús, concede que la semilla de tu gracia crezca y dé muchos frutos para estar cerca de
ti y llevarte a los demás.

Para hablar de salvación, se recuerda aquí la experiencia de cada año que se renueva en

Arq. Roberto Saldivar Olague, [email protected]
Tel.+52-492-92-7-62-95

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el mundo agrícola: el momento difícil y fatigoso de la siembra, y la alegría tremenda de la
recogida. Una siembra que se acompaña con las lágrimas, porque se tira lo que todavía
se podría convertir en pan, exponiéndose a una espera llena de inseguridades: El
campesino trabaja, prepara el terreno, esparce la semilla, pero, como tan bien ilustra la
parábola del sembrador, no sabe donde caerá esta semilla, si los pájaros se la comerán,
si se echará raíces, si se convertirá en espiga. Esparcir la semilla es un gesto de
confianza y de esperanza; es necesario el trabajo del hombre, pero luego se entra en una
espera impotente, sabiendo que muchos factores serán determinantes para el buen
resultado de la recogida y que el riesgo de un fracaso está siempre presente. [...] En la
cosecha todo se transforma, el llanto termina, deja su lugar a gritos de alegría exultante.
Benedicto XVI, 13 de octubre de 2011.

Todos los hombres, de todos los países y épocas, hemos recibido la redención de Cristo.
El pagó por todos los pecados; los de ayer, los de hoy y los de mañana. A todos se nos
han abierto las puertas del cielo.
Sin embargo, la actitud de cada uno ante este regalo de infinito valor es muy diversa.
Para algunos, Cristo no representa nada en su vida. O porque no han recibido todavía su
mensaje, o porque no les interesa. Dan verdadera lástima, porque viven sin saber a lo que
están llamados. Pasan los años como si todo terminase aquí, sin más esperanza.

Otros han oído hablar del Señor, pero su fe es superficial. Viven metidos en el pecado sin
preocuparse lo más mínimo. Son los católicos que han adaptado sus costumbres a las del
mundo. Piensan que así están bien y que al final todo se solucionará. Pero sus malas
acciones le duelen profundamente al Corazón de Jesús.
Sin embargo, un número considerable de personas es consciente de que realmente Dios
les ama y tiene un plan de salvación para cada uno. Son los que, a pesar de sus
limitaciones y caídas, se levantan y siguen por el camino que Cristo les ha marcado. Son
los que han acogido el Evangelio, y los que dan frutos, construyen y santifican la Iglesia.
Son el modelo y testimonio de la vida católica. Por ellos ha valido la pena la entrega de
Cristo en la cruz.

Preguntarme qué puedo hacer para hacer fructificar mi fe y la de mi familia.

Qué fácilmente me olvido de la semilla de gracia que sembraste en mí el día de mi
bautismo. Ayúdame a aprender la lección del Evangelio y dame la fuerza para saber
renunciar a todo lo que me aparte del fruto que mi semilla puede y debe dar. Que sepa
renunciar a mi egoísmo y a todo aquello que constituya un obstáculo para amarte mejor a
Ti y a los demás.

Te invito a releer despacio el Evangelio.
Jesús va de camino por nuestras vidas, y mientras camina nos va instruyendo. Esto es lo
que hacemos cuando leemos y meditamos el Evangelio. En realidad Él siempre está a
nuestro lado, pero solamente le escuchamos cuando abrimos el Evangelio o cuando nos
paramos a meditar sus palabras en un rato de oración.

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Pero como los discípulos, hoy igual que hace dos mil años, tampoco entendemos. Y no
solo no entendemos sino que preferimos no entender porque nos da miedo y nos
distraemos pensando en otras cosas. Jesús les está preparando para el momento más
trascendental de su vida, su Pasión, y ellos… discutiendo por saber quién es el más
importante. Podría ser desalentador, pero Jesús es paciente y misericordioso, y con
suavidad nos reconduce a la verdad. Jesús nos dice como a los discípulos en Cafarnaúm:
¿Quieres ser el primero? ¿Quieres triunfar y ser importante? Mira este es el camino que
yo he inaugurado, este es el camino del discípulo, del católico, que quiere vivir el espíritu
de las bienaventuranzas, y que se resume en una palabra: servir.
Además Jesús como maestro de sabiduría entiende que no bastan las palabras y las
acompaña con una imagen y una acción: “Y, acercando a un niño, lo puso en medio de
ellos, y lo abrazó”.
¿Quién es el más importante? ¿Quién es el más grande? El más pequeño e insignificante
a los ojos de los hombres, un niño, ese es el más grande a los ojos de Dios.
Una vez llegado a este punto de la meditación es importante entrar en diálogo íntimo con
el Señor. Y dejar que el Espíritu del Señor te lleve por donde él quiera. Yo he intentado
ayudarte a la lectura atenta de algunos detalles del texto, pero ahora es cosa tuya y del
Señor. Todavía te voy a ofrecer un apunte de lo que a mí me sugiere, pero siéntete libre
de recorrer este u otro camino.
Todo pasaje del Evangelio lleva implícitas dos preguntas de Jesús: la primera va dirigida a
mi inteligencia, ¿qué te parece?; la segunda es una sugerencia para mi libertad: si
quieres…
Señor, ¿qué me parece? ¿Quieres que sea sincero…? Pues te diré que no te entiendo y
que me parece un disparate lo que dices. En eso soy como tus discípulos (ya es algo,
¿no?). Bueno, no es que quiera ser importante, ni el primero, pero no sé… me gustaría
tener éxito en el apostolado, y atraer a muchos hacia ti; me gustaría hacer bien las
cosas… Creo, Señor, que todo esto son deseos buenos y legítimos…
Entonces siento que Jesús me mira, me sonríe y me dice: si, en una cosa dices la verdad,
en que no me has entendido… Claro que son buenos y legítimos esos deseos, pero yo te
estoy pidiendo un cambio profundo, una conversión del corazón. Todos esos deseos y las
acciones que hagas tienen que nacer de un corazón nuevo: un corazón humilde (“quien
quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos”) y sencillo
(“acercando a un niño, lo puso en medio de ellos”).

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Y al final me llega tu llamada, una vez más, con suavidad, sin violencia, como una oferta
de vida para mi libertad: ya conoces mi camino… si quieres… sígueme.
LOS CAMINOS DE DIOS
Is 55, 6-9; Flp 1, 20-24. 27; Mt 20, 1-16
La conexión entre la primera lectura y el Evangelio es evidente. El profeta Isaías recurre a
una imagen ilustrativa, que compara la diferencia entre el proceder de Dios y el proceder
de los humanos, apelando a la brecha existente entre el cielo y la tierra. Lo que para
nuestros criterios humanos resulta ilógico para Dios no lo es, porque no se atiene al
patrón de los méritos para sancionar nuestra conducta.
La parábola del Evangelio de San Mateo, ilustra la inversión radical de planos que Jesús
inaugura: los primeros son últimos y los últimos primeros.
Dios nos conoce y sabe que los humanos hemos establecido normas e instituciones que
segregan y excluyen a los más débiles y sabe que ese proceder es inequitativo.
Los preferidos de Dios son los más vulnerables, puesto que requieren de apoyo especial.
Jesús sorprende con su parábola a sus oyentes y sorprende con la bondadosa compasión
que acoge a los que padecían rechazo de parte de los "buenos".
Señor, quiero trabajar por Ti, quiero desgastarme por Ti, quiero poner todo lo que soy a tu
servicio. Ilumíname para saber cómo y dónde servirte.
Había mucha necesidad en la viña y este señor pasó casi todo el tiempo yendo por las
calles y las plazas del pueblo buscando trabajadores. Al respecto, ha invitado a pensar en
los que buscó a última hora, nadie les había llamado, quién sabe cómo podían sentirse,
porque al final del día no habrían llevado a casa nada para dar de comer a los hijos.
Papa Francisco ha señalado que a veces parece que estamos más preocupados por
multiplicar las actividades más que por ser atentos con las personas a su encuentro con
Dios. "Una pastoral que no tiene esta atención -ha indicado- se hace estéril poco a poco".
Asimismo ha querido recordar que una pastoral sin oración y contemplación no podrá
nunca alcanzar el corazón de las personas. (Discurso de S.S. Francisco, 19 de
septiembre de 2014).

¿Quién dice que ya no hay trabajo? Jesucristo, en esta parábola, viene a ofrecernos uno:
el trabajo por su viña, por su Iglesia. ¿Y con qué moneda nos pagará? Con la vida eterna.

Es necesario ver cuánta necesidad hay en el mundo. No sólo en las misiones; también en
nuestra ciudad, en nuestra parroquia, quizás también en nuestra propia familia. Porque a
unos les falta el pan y a otros el alimento espiritual, que es la palabra de Dios. ¡Qué
importa la edad o los medios que tengamos! Cada uno tiene una vocación muy concreta
que Dios le ha regalado, una misión insustituible. ¿Cuál es la mía? Mi primera misión es la
de ser católico, por algo estoy bautizado. Y un católico lo es en la medida que da

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testimonio con su vida.

¿Hay otras maneras de trabajar en la viña del Señor? Desde luego: la oración, el consejo
acertado, la ayuda económica, etc. Hay que echarle un poco de imaginación, y seguro
que encontraremos un apostolado que nos venga a la medida. Y si no, pregúntale a tu
párroco.

Cristo te necesita. Necesita tus manos, tu inteligencia, tu servicio para hacer algo por los
demás. Decídete a ser un apóstol y prepárate para el premio de la vida eterna.

Renunciar a los sentimientos de descontento y saber agradecer diariamente a Dios, los
talentos que me ha dado.

Señor, que diferente es tu justicia a la del mundo. Mezquinamente busco la recompensa
de lo que hago por el bien de los demás, olvidando que eso que creo que es
extraordinario, es simplemente mi obligación. Tú eres infinitamente misericordioso y me
colmas con la gratuidad de tus dones. Dame lo único que necesito, la gracia de salir de
esta oración decidido a darlo todo por tu causa; a vencer el miedo, la rutina y los cálculos
egoístas.
Comienza el día y podemos empezar ofreciéndole a Dios todo lo que vamos a hacer.
Puesto el día en sus manos qué menos que darle gracias; hoy te invito a dar gracias a
Dios por dar sentido a nuestra vida, por hacer que un lunes por la mañana con toda la
semana por delante tenga tanto sentido como un viernes por la tarde; agradecer que la
vida no tiene sentido de fin de semana en fin de semana sino que Dios nos regala cada
día, cada momento; nos regala el ahora.
Y ahora, como a San Mateo, nos dice "Sígueme". Escuchar cómo lo pronuncia, a qué
volumen, con qué intensidad, observar cómo mira mientras lo dice, qué gestos realiza con
las manos; quédate anonadado observando como con un "Sígueme" es capaz de que
deje mi mostrador de los impuestos (debilidades, manías, cosas que aún no he dado por
entero a Dios, miserias que no enfrento, actitudes), me levante y le siga.

Así podemos pasar la oración, dejándonos hablar por Jesús, dejándole que ahora me diga
"Sígueme", dejándole que transforme mi corazón, confiando en que, con Él, todo lo
podemos.

Los que han propuesto establecer mecanismos de justicia innovadores, que garanticen el
acceso de oportunidades para los más vulnerables, no recogen el suficiente apoyo de
parte de los sectores privilegiados. La resistencia a redistribuir la riqueza es manifiesta en

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nuestra sociedad. Cada vez que se proponen medidas impositivas que limiten privilegios
de un sector, se activan los mecanismos de los círculos económicos poderosos para
frenarlas. Somos una sociedad insolidaria que no ha tenido la voluntad y la determinación
necesarias para multiplicar las oportunidades.
La frase evangélica no es un desplante retórico: "los últimos serán los primeros"; es un
llamado a activar iniciativas de cambio social y mejora de las condiciones generales de
vida de las personas, que han permanecido como los últimos en cuanto al acceso a las
oportunidades. Cabe recordar que la justicia que no llega pronto, simplemente no es
justicia.
NO NIEGUES UN FAVOR
Pr 3, 27-34; Lc 8, 16-18
La serie de proverbios que nos ofrece la primera lectura se encuadra dentro de la
creencia generalizada en la justa retribución divina: Dios premia a los buenos y castiga a
los malvados. En esa lógica no resulta indiferente el comportamiento hacia los
necesitados. El exhorto fundamental invita a practicar la generosidad y la solidaridad
eficaz con los necesitados de un préstamo o de cualquier auxilio. Las carencias del
prójimo pueden ser vistas como situaciones molestas si nos dejamos aprisionar por el
egoísmo, o como oportunidades para humanizarnos si nos conducimos por el mensaje de
Jesús.
La luz encendida de que nos habla el Evangelio no se reduce a prédicas o discursos
sobre el mensaje católico, es antes que todo, la práctica de las obras de caridad, que son
la manifestación encarnada en nuestra vida, del amor misericordioso del Padre celestial.
Señor, yo creo, confío y te amo, pero quisiera tener una fe más operante y luminosa que
atraiga a los demás. Por intercesión de María, espero que esta oración aumente mi fe, mi
esperanza y mi caridad, porque te amo sobre todas las cosas.

Padre santo, dame la generosidad para compartir con los demás, especialmente con mi
familia, la luz de tu Evangelio.

Esta asamblea brilla en los diversos sentidos de la palabra: en la claridad de
innumerables luces, en el esplendor de tantos jóvenes que creen en Cristo. Una vela
puede dar luz solamente si la llama la consume. Sería inservible si su cera no alimentase
el fuego.
Permitamos que Cristo arda en nosotros, aun cuando ello comporte a veces sacrificio y
renuncia. No tengan miedo a perder algo y quedarse al final, por así decirlo, con las
manos vacías. Tengamos la valentía de usar nuestros talentos y dones al servicio del
Reino de Dios y de entregarnos nosotros mismos, como la cera de la vela, para que el
Señor ilumine la oscuridad a través de nosotros. Tengamos la osadía de ser santos
brillantes, en cuyos ojos y corazones reluzca el amor de Cristo, llevando así luz al mundo.

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La sinceridad nos permite ir con la cabeza bien alta, en todo momento. El hombre sincero
es la persona de una sola pieza, sin dobleces, sin compartimentos secretos, sin engaños.

Ser sincero no es nada fácil, porque es más sencillo adaptarse a las circunstancias y
poner buena cara a todos que mantenerse fiel a la palabra dada y a los principios
adquiridos. Por ejemplo, el que está convencido de que la vida humana constituye un
valor supremo y que no puede ser negociada por ninguna ley ni ideología política puede
ser tachado de "conservador", antiguo, etc. Etiquetas incómodas, desde luego. Pero, ¿con
quién prefiere quedar bien? ¿Con unos hombres de ideas pasajeras, o con el Dios eterno,
creador de cuanto hay en el cielo y en la tierra, con el que le ha dado la vida y es su
Señor?

La sinceridad es una virtud que debe forjarse cada día, en cada momento. No se consigue
de una vez para siempre, sino que hay que renovarla en cada ocasión que se presente.
¿Soy sincero en esta respuesta? ¿Soy coherente con mi fe ante esta situación? Es
preciso examinarse diariamente para ver cómo está nuestra conciencia. ¿Es como una
luz? ¿O debo esconderla de los demás, para que no descubran cómo soy?

Porque nada hay oculto que no quede manifiesto. Algún día se revelará la verdad y es
mejor estar preparado desde ahora.

No esconder ni auto-engañarme en mi diario examen de conciencia, al no querer
reconocer lo malo que me apena y que, por eso, prefiero ignorar.

Dar con generosidad. Compartir lo bueno que tengo (material y espiritual), con quien más
lo necesita. No temer el desgaste, no esperar recompensa inmediata, tomar conciencia de
mi responsabilidad como discípulo y misionero de Cristo. Señor, pongo a tu cuidado estos
propósitos para que sean una realidad en mi vida cotidiana.


El evangelio nos da la clave para pertenecer a ese selecto grupo de los que comparten
todo con Jesús.
Pero antes de entrar a fondo en el tema de hoy para nuestra oración, recordemos que
estamos en su presencia, que él envuelve nuestra vida, y démosle gracias por poder estar
un día más con él, por poder ofrecerle todas nuestras ilusiones, alegrías, sufrimientos,
miserias…
En el Evangelio de hoy destaca una frase de Jesús:
«Mi madre y mis hermanos son éstos: los que escuchan la palabra de Dios y la
ponen por obra.»
Ser la madre de Jesús, ser uno de sus íntimos, su hermano, eso parece muy grande, muy
hermoso, como que nos supera. Pues a eso nos llama Jesús.

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“Ser su madre”. Pero, ¿no es su madre la Virgen María? ¿Cómo vamos a ocupar su
puesto? Y, su familia más cercana –se podría traducir parientes-, ¿no es una pretensión
imposible, aunque hermosa, querer ser de los de su casa?
Está claro que para Jesús no. Pero hay una condición: “escuchar la palabra de Dios y
ponerla por obra”. No dice si poco o mucho, bien o mal, pero escuchar y ponerse manos a
la obra.
Y el orden está claro: primero escuchar. Pero no a nosotros mismos, no a nuestro
subconsciente que se busca caminos para llevarnos a lo más cómodo, no a pensamientos
sugeridos por otro, que nos parecen muy nuestros, pero que al final esconden una
trampa. No. Escuchar “la palabra de Dios”. Escucharle a Él. Y su palabra está en primer
lugar en la Palabra, en la Escritura, en los Evangelios. En la Eucaristía de cada día, donde
primero se hace palabra y luego alimento.
“Ojala escuchemos hoy la voz del Señor”; “escucha, Israel, el Señor tu Dios es el Único…”
Después de escuchar, y discernir, y meditar, entonces, poner por obra. Poner por obra
esa palabra. Transformarla en movimiento, en acción fecunda, en obras. Ya sabemos
cuáles. El papa nos las recuerda: siete espirituales y siete corporales. ¿Nos las sabemos?
Y, sobre todo, ¿las vivimos? ¿Pedimos fuerzas al Señor y a su Madre, cada día, al palpar
nuestra miseria e incapacidad para llevarlas a cabo?
Así llegamos a ser “madres” de Jesús, “hermanos” de Jesús. Madres, sí, porque le vamos
dando a luz en los corazones de los que nos rodean, de aquellos a los que intentamos
ayudar. Si no una luz grande, si pequeños destellos que pueden, a la larga, cambiar una
vida. Él lo hará. Tengamos confianza en su acción a través de nuestras pobres manos. Es
Él quien hace el trabajo, aunque para ello nos necesita.
Y hermanos, cercanos, íntimos, a quienes confía los secretos de su corazón.
Miremos a María. Bien entendido este pasaje del Evangelio no habla de un desprecio de
Jesús a su Madre, sino de la mejor alabanza. Ella es la primera que escucha y pone por
obra. Pidámosla que nos arranque de su Hijo la fuerza para seguir su camino.
LA FAMILIA DE JESÚS
Pr 21, 1-6. 10-13; Lc 8, 19-21

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La serie de pasajes evangélicos relativos a las relaciones de Jesús con su familia exhiben
una relación un tanto distante durante su ministerio público. No es que Jesús rechazara a
su familia, sino que con estas frases aparentemente displicentes y frías, estaba invitando
a sus discípulos a que se sumaran a un proyecto nuevo de familia, donde no hubiese
lugar para las relaciones de dominación y manipulación. Los discípulos que respetaran la
dignidad de hermanos, parientes y vecinos conformarían una nueva familia en torno de
Jesús.
Tal como lo refiere el libro de los Proverbios "practicar el derecho y la justicia Dios lo
prefiere a los sacrificios". Esa es la voluntad de Dios que es necesario cumplir con
prontitud si se anhela formar parte de la nueva familia que Jesús quiere conformar con
sus discípulos y discípulas.

Señor, ayúdame a escuchar tu Palabra y a ponerla en práctica, porque eso es lo único
que realmente cuenta para la eternidad. María fue la primera en entender y vivir esta
verdad, por eso, tomado de su mano, le suplico que me guíe en esta oración.

María, intercede ante Dios por mí; alcánzame la gracia de amar a Jesús con tanto amor
como lo hiciste tú.

El vehículo de esta universalización es la nueva familia, cuya única condición previa es la
comunión con Jesús, la comunión en la voluntad de Dios. Pues el Yo de Jesús no es un
ego caprichoso que gira en torno a sí mismo. "El que cumple la voluntad de mi padre, ése
es mi hermano y mi hermana y mi madre": el Yo de Jesús personifica la comunión de
voluntad del Hijo con el Padre. Es un Yo que escucha y obedece. La comunión con El es
comunión filial con el Padre, es un decir sí al cuarto mandamiento sobre una nueva base y
a un nivel más elevado. Es entrar en la familia de los que llaman Padre a Dios y pueden
decírselo en el nosotros de quienes con Jesús, y mediante la escucha a Él están unidos a
la voluntad del Padre.
Resulta decisiva la fundamental comunión de voluntad con Dios, que se nos da por medio
de Jesús. A partir de ella, los hombres y los pueblos son ahora libres de reconocer lo que,
en el ordenamiento político y social, se ajusta a esa comunión de voluntad, para que ellos
mismos den forma a los ordenamientos jurídicos. Joseph Ratzinger, Benedicto XVI, Jesús
de Nazaret, primera parte, pág. 52.

Los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen. Esto nos recuerda otra sentencia: "No
todo el que dice Señor, Señor, sino el que hace la voluntad de mi Padre..." O aquella otra:
"Por sus obras los conoceréis".

Y es que el seguimiento de Jesús hay que hacerlo desde la vida y la realidad de la fe.
María, su familia, habían acompañado a Jesús en su crecimiento humano; ahora se les
está invitando a dar el paso a la dimensión de la fe. Acompañar a Jesús en lo tangible de
la carne, en cierto modo se hace fácil, pero adentrarse en su dimensión divina se vuelve
todo un misterio difícil de asumir.
Querer apresar a Jesús dentro de nuestros conceptos es la tentación de cada día, por eso
la llamada constante a transcendernos, a vivir los valores del espíritu, a dejar a Dios ser

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Dios asumiendo con docilidad sus planes.

Hacer hoy una oración especial por la unidad de todos los miembros de la Iglesia.

Oh, Dios, que a través de tu Hijo te has hecho Palabra encarnada, te pedimos quieras
concedernos una mirada limpia para descubrirte en toda ocasión y así podamos disfrutar
de la presencia de tu Rostro.
Nos acogemos a la luz, fuerza y amor del Espíritu Santo. Y a la intercesión de María,
poderosísima y buenísima madre nuestra.
La humildad y confianza que descubrimos es Esdras (9,5-9) nos sirven de estímulo en la
oración de hoy. La penitencia y oración le han conducido a esas actitudes del corazón.
Desde aquí se abre al agradecimiento “nos ha concedido un momento de gracia,
dejándonos un resto y una estaca en su lugar santo, dando luz a nuestros ojos y
concediéndonos respiro en nuestra esclavitud”.
En su oración, el siervo de Dios, por la fe, va descubriendo y enumerando los signos de la
presencia y cuidados amorosos del Señor para con su pueblo. Y el asombro, al verse “con
delitos que sobrepasan nuestra cabeza, y nuestra culpa llega al cielo… hemos sido reos
de grandes culpas”.
Al vernos reflejados en las palabras de Esdras podemos entonar; la misericordia del
Señor es eterna, no abandona nunca a su rebaño. Aún llenos de culpa y vergüenza se
abaja a limpiarnos
El evangelio de hoy nos presenta a Jesús en la acción de enviar. Sigamos por un
momento esos pasos:
Los REÚNE
Les da poder y autoridad:
Para expulsar demonios
Para sanar enfermedades
Los envió a anunciar el reino de Dios
Les dijo: no lleven nada donde los alojen quédense si no los reciben, salgan de allí..

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Salieron y fueron por todas partes

Los verbos y tiempos de la acción que nos muestran este relato podemos trasvasarlos a
nuestra vida:
Nuestra acción siempre referida al Señor; tenemos autoridad “delegada” para alejar el mal
y sanar; debemos anunciar el Reino (no nuestras opiniones); nuestro modo de vida sea
pobre; el campo de acción sea ilimitado.
De igual modo puede ayudarnos el pensar que Jesús cada día viene a evangelizar
nuestro corazón. Desea expulsar el mal y las enfermedades de nuestro espíritu; nos
anuncia que fuera de Él no encontraremos la felicidad que busca nuestra alma. El modo
en que viene “este profeta diario” es la Eucaristía “vestidura humilde y pobre donde las
haya”; viene, en la confesión, a expulsar al malo y sanarnos de las enfermedades del
alma. Pero que no tengamos que escuchar de sus mismos labios “y si alguien no los
recibe, al salir de aquel pueblo sacúdanse el polvo de los pies, para probar su
culpa.». Prefiramos que infinitas veces, como dice el Salmo de hoy “nos azote y se
compadezca, nos hunda en el abismo y nos saque de él, pues no hay quien escape de su
mano”.

¡Qué sería de nosotros de no haber tenido a una madre! Cuántas heridas sin curar,
cuántos bloqueos limitadores de por vida, cuánta visión oscura de la vida, cuántos días
sin luz ni color ni fiesta. Vamos a querer agarrarnos de la mano de la Virgen. ¡Qué fácil se
hace el camino, libre de tropiezos, cuando se va en brazos de una madre! Vamos a
pedirle una gracia más; concédeme ser “una madre pobre” para poder acoger, curar,
levantar, cuidar, sembrar paz y alegría; para anunciar que Jesús salva de todo mal, de
toda enfermedad de alma, incluso de mí mismo.
ALEJA DE MÍ
Pr 30, 5-9; Lc 9,1-6
El sabio que compuso este capítulo del libro de los Proverbios tenía una experiencia
acendrada en el manejo de los bienes materiales.
Conocía que tanto la pobreza como la riqueza se pueden convertir en situaciones
amenazantes, que terminan vulnerando la justa relación del creyente con su Dios.

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La soberbia o la blasfemia surgen de una valoración equivocada de los bienes materiales.
Ni la carencia ni el exceso son recomendables, sino el disfrute de lo necesario. Quien
dispone de lo necesario y lo acepta con serenidad, trata a sus semejantes y a Dios con
justicia.
Desde esa confianza los discípulos podían marchar a la misión, aun cuando no
dispusieran de bienes en abundancia, sabían que la benevolencia del Padre los
acompañaba y que la generosidad de las personas serviría para cubrir sus necesidades
inmediatas.

Señor, quiero ponerme en camino para predicar tu Reino con mi testimonio de vida. Inicio
poniendo en tus manos mi intención y te pido, en esta oración, que me concedas un
corazón generoso y seguro de su misión, para la cual sólo necesito de tu gracia.

Jesús, dame tu gracia para ser un auténtico discípulo y misionero de tu amor.

Jesús llama a sus discípulos y los envía dándoles reglas claras, precisas. Los desafía con
una serie de actitudes, comportamientos que deben tener. Y no son pocas las veces que
nos pueden parecer exageradas o absurdas; actitudes que serían más fáciles de leerlas
simbólicamente o “espiritualmente”. Pero Jesús es bien claro. No les dice: “Hagan como
que…” o “hagan lo que puedan”.
Recordemos juntos esas recomendaciones: “No lleven para el camino más que un bastón;
ni pan, ni alforja, ni dinero... permanezcan en la casa donde les den alojamiento”.
Parecería algo imposible.

Podríamos concentrarnos en las palabras: “pan”, “dinero”, “alforja”, “bastón”, “sandalias”,
“túnica”. Y es lícito. Pero me parece que hay una palabra clave, que podría pasar
desapercibida frente a la contundencia de las que acabo de enumerar. Una palabra
central en la espiritualidad católica, en la experiencia del discipulado: hospitalidad. Jesús
como buen maestro, pedagogo, los envía a vivir la hospitalidad. Les dice: “Permanezcan
donde les den alojamiento”. Los envía a aprender una de las características
fundamentales de la comunidad creyente. Podríamos decir que católico es aquel que
aprendió a hospedar, que aprendió a alojar.
Jesús no los envía como poderosos, como dueños, jefes o cargados de leyes, normas;
por el contrario, les muestra que el camino del católico es simplemente transformar el
corazón. El suyo, y ayudar a transformar el de los demás. Aprender a vivir de otra
manera, con otra ley, bajo otra norma. Es pasar de la lógica del egoísmo, de la clausura,
de la lucha, de la división, de la superioridad, a la lógica de la vida, de la gratuidad, del
amor. De la lógica del dominio, del aplastar, manipular, a la lógica del acoger, recibir y
cuidar. (Homilía de S.S. Francisco, 12 de julio de 2015).

¿Qué se necesita para predicar el Evangelio? Conocerlo. Nada más.

Arq. Roberto Saldivar Olague, [email protected]
Tel.+52-492-92-7-62-95

Discernimiento del autor y breve compilación de publicaciones de LA VERDAD CATOLICA,
CRUZADA DE SANTA MARIA, CATHOLIC.NET y de la predicación de los Hermanos Franciscanos
Y de la Biblia de América.

Vamos, pues, a descubrir dos lecciones que se esconden en este pasaje de san Lucas.

La primera es la profunda fe que debe tener el enviado a proclamar el Reino de Dios.
Debe poner toda su confianza en Dios y no en sus propios recursos, sabiduría, medios
técnicos, etc. Y esa fe exige también el desapego de las comodidades y la esperanza de
que Dios proveerá todo aquello que necesite el apóstol para cumplir con su labor.

La segunda enseñanza va dirigida a los fieles que acogen al misionero, sacerdote o
religiosa que viene de parte de Dios. Porque si ellos han entregado su vida, su tiempo y
su esfuerzo para darnos a conocer lo más importante, ¿cómo vamos a despedirles sin
darles ni siquiera de comer?

Jesús nos invita a atender las necesidades materiales de la Iglesia. Por ejemplo, ¿sabes
cuántos seminaristas se están formando actualmente? ¿Y cómo lo harán para pagarse los
estudios, la alimentación, el vestido, etc.? Sería muy triste que un joven dejase casa,
familia y amigos para abrazar la vocación sacerdotal y luego no tuviese medios para
completar su formación.

Es buen momento para reflexionar en todo lo que nos da la Iglesia y ver qué aportamos
nosotros a cambio.

Acercar a Cristo, con mi oración y atención, a quien esté pasando por la enfermedad.

Señor, el mundo necesita apóstoles santos. La persona «moderna» se caracteriza por su
insensibilidad e indiferencia ante las necesidades de los demás. Por eso confío en que
esta oración me ayude a pasar mi vida haciendo el bien, pensando bien, hablando bien y
dando no sólo lo que tengo, sino sobre todo, lo que soy, con sencillez y generosidad.
Ofrecemos nuestras vidas al Corazón de Cristo, por medio del Corazón Inmaculado de
Santa María, nuestra Reina y Madre, todos nuestros trabajos, alegrías y sufrimientos. Y lo
hacemos uniéndonos por todas las intenciones por las que se inmola continuamente
sobre los altares.
SANTA MARÍA DE LA MERCED
Ofrecimiento en alegría por los demás. Esto nos recuerda también al mensaje de Fátima
de hace casi 100 años: “¿quieren ofrecer sus vidas por la salvación de todas los
pecadores? Esta pregunta, hoy más que nunca, en una sociedad cautiva del sexo, poder
y dinero (a todos nos afecta) tiene más valor que nunca. Ofrecer nuestras vidas como
sacrificio por los demás. ¿Cómo? Yo respondería una cosa: hacer lo que tenemos que
hacer en cada momento. Esto que parece tan sencillo, conlleva un gran esfuerzo y
sacrificio y es muy redentor y quizá sea la línea común de todo católico para santificar su
vida y ofrecerla en rescate por todos, empezando por uno mismo.

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Por otro lado, podemos traer a la oración la lectura del evangelio. Se nos presenta a
Herodes, un poderoso, un asesino sin escrúpulos. Mandó eliminar a Juan, por seguir las
pasiones bajas de su corazón. Juan el Bautista, el hombre más grande que existirá en la
historia de la humanidad, después del mismo Cristo y la Virgen. Y, después de esto, al
escuchar los milagros y buenas obras que realizaba Jesús, quería conocerlo, porque
pensaba que era Juan, que había resucitado. Tenía una frívola curiosidad. A mí me
parece que a lo sagrado hay que acercarse con devoción y reverencia, no con curiosidad.
¿Queremos conocer a Jesús? Pues pidámosle a la Virgen, que nos muestre a Jesús. Que
nosotros nos acerquemos con amor y reverencia. Que nos libere de nuestras pasiones y
egoísmos, que nos ayude a romper nuestras cadenas.

“Alegrémonos todos los hijos de la Virgen. Viene a rescatar almas, a romper grilletes que
me esclavizan. La primera y más necesitada es mi alma cautiva del egoísmo, padre de
orgullo y pereza. Alegría al pronunciar el nombre de María”.
CUANTO LOS OJOS ME PEDÍAN
Qo,2-11, Le 9,7-9
El autor del libro del Eclesiastés, se presenta como un hombre experimentado, que se da
el título de "predicador". El comparte su experiencia acumulada y confiesa que realizó
numerosos intentos por adueñarse de la dicha a través del disfrute de placeres, riquezas,
poderío y fama en proporciones excesivas.
La cantidad parecía ser la clave de la dicha. El buscador de la sabiduría y la dicha tuvo
que reajustar sus opciones, cuando entendió que todo eso no era sino caza de viento y
persecución de vanidades.
Con un horizonte nuevo reenfocó la perspectiva y comprendió que el disfrute del propio
trabajo es lo que otorga felicidad al corazón humano.
Por su parte Herodes Antipas aparece en el Evangelio como el típico personaje
obsesionado por mantener el poder, por eso mismo está atento a detectar a líderes
sociales y religiosos que puedan subvertir el orden, soliviantar al pueblo y poner en riesgo
su poder.
La aparente curiosidad del monarca por la persona de Jesús no era sino el olfato de un
político suspicaz que no quería correr riesgo alguno.
Señor Jesus, con la señal de la cruz inicio mi oración pidiendo la asistencia de tu Santo
Espíritu. No me mueve la curiosidad, busco encender en mi corazón la fe y el amor al
Padre y la alegría de ser católico. Ilumina mi mente y despierta en mí el deseo de
contemplarte.

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Jesús, ayúdame a orar con atención, para que día con día vaya creciendo en el amor a
Dios y los demás.

Los tres sinópticos coinciden en afirmar que, según la gente, Jesús era Juan el Bautista, o
Elías o uno de los profetas que había resucitado; Lucas había contado con anterioridad
que Herodes había oído tales interpretaciones sobre la persona y la actividad de Jesús,
sintiendo por eso deseos de verlo. Mateo añade como variante la idea manifestada por
algunos de que Jesús era Jeremías. Todas estas opiniones tienen algo en común: sitúan
a Jesús en la categoría de los profetas, una categoría que estaba disponible como clave
interpretativa a partir de la tradición de Israel.
Todas estas opiniones no es que sean erróneas; en mayor o menor medida constituyen
aproximaciones al misterio de Jesús a partir de las cuales se puede ciertamente encontrar
el camino hacia el núcleo esencial. Sin embargo, no llegan a la verdadera naturaleza de
Jesús ni a su novedad. Joseph Ratzinger, Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, primera
parte, pág. 117.
¡Quería ver a Jesús!

La curiosidad es buena, ella nos despierta a la vida. Un niño está siempre manoseando,
curioseando los juguetes y cuanto encuentra en su derredor. Necesita saber.

No es este el caso de Herodes. Se había enterado de que en torno a Jesús había un
movimiento de gente que le seguía; que ese tal Jesús hacia milagros y prodigios, que en
el asombro, incluso se pensaba si habría vuelto Elías... Todo ello despertó recelos y una
inquietud curiosa que no dejaba tranquilo el corazón de Herodes.

¿Por qué quería ver a Jesús? No ciertamente para seguirlo, más bien temeroso de que
alguien le quitara el poder. ¿No había mandado matar a los niños cuando se enteró de
que había nacido “el rey de los judíos”?
El miedo es mal consejero y peor compañero aunque aparente los modales más finos y
corteses.

La pureza de corazón y la rectitud de intención deben ser valores a potenciar por cada
uno de nosotros para que así la paz sea nuestra dicha.

Señor Jesús, libra nuestro corazón de todo mal deseo, purifica nuestra inteligencia de
todo pensamiento malo, fortalece nuestra voluntad para amarte a ti sobre todas las cosas
y servir a los hombres en sus necesidades para que así el mundo sea un hogar de paz
para todos.
Preparamos nuestra oración con esta estrofa del salmo 42: “Envía tu luz y tu verdad, que
ellas me guíen y me conduzcan”. Nos invita a comenzar el día en la presencia del Señor y
centrarnos en los fundamental, la voluntad de Dios. Nos ayudará también al final del día,
en el examen de conciencia, para pedir y dar gracias, para revisar nuestras obras, ¿nos
ha guiado y conducido la verdad? ¿Hemos vivido en la luz del Señor?

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Tomamos el evangelio y nos sorprende el modo de orar de Jesús, no lo pases por alto:
“orando solo en presencia de sus apóstoles”. Me viene pensar en algo central en nuestro
estilo de vida, contemplativos en la acción. En medio del ajetreo, en medio de otros, en
medio del mundo… recogidos en el Señor, unidos a Él, con el corazón en Él. Pide esto al
comienzo del día: permanecer en la intimidad de Dios y vivir así las acciones del día
Al volverse a los discípulos Jesús dialoga con los discípulos y pregunta ¿Quién dice al
gente que soy yo?”. Pasa de la oración a la misión, o mejor dicho, sin dejar la oración se
adentra en la misión, en el conocimiento que los otros tienen de él. Lo llevamos a nuestra
vida y pedimos que al salir hoy de la oración, nos convirtamos en misioneros que
llevemos a otros a Jesús. En misioneros que interpelemos a otros, con nuestra vida, con
nuestro hacer. Que nuestra propia vida sea una pregunta para otros para que les lleve a
Dios.
En la oración de hoy afronta la pregunta de Jesús sobre tu relación con Él. ¿Quién soy yo
para ti? Que te suene nueva, sin que te acostumbres a ella. El Papa acaba de decir en la
homilía en la canonización de Fray Junípero Serra en Washington que tenemos el
problema en nuestra vida del “acostumbramiento”… “la dinámica de la vida a la que nos
vemos conducidos se va convirtiendo en acostumbramiento, con una consecuencia letal,
anestesiamos el corazón. Por eso podemos preguntarnos ¿cómo hacer para que no se
anestesie el corazón? “y responde el Papa, saliendo a anunciar a Jesús,
involucrándonos en la misión.

Por tanto, no desoigamos la pegunta del evangelio por conocida que sea, y sintamos el
deseo que tiene Jesús de que le conozcamos a Él, centremos nuestra vida en El, y le
sigamos sin miedo. “siempre adelante” sin miedo a seguir a Jesús por el camino de dolor
y la cruz, que nos lleva a la gloria. “siempre adelante” como dijo el Papa en la homilía en
Washington: “siempre adelante para que no se anestesie el corazón… siempre adelante,
porque el hermano nos espera”.
SEÑALES DE LOS TIEMPOS
Qo 3,1-11, Lc 9,18-22
El fragmento que nos refiere el libro del Eclesiastés está ordenado en base a una serie de
antítesis y oposiciones: los verbos elegidos hablan de acciones contrapuestas como llorar
o reír.

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El tino y la sensatez de las personas les permiten discernir cuál es el momento y la
circunstancia propicia para realizar cada acción.
Quien no capta que las circunstancias históricas son cambiantes se aferra neciamente a
situaciones que han desaparecido.
Saber leer las señales de los tiempos es una de las recomendaciones que los sabios
como Qohelet y Jesús nos ofrecen. Conforme con ese pensamiento, el Señor Jesús
comienza un nuevo periodo en su vida pública, a mediados de su ministerio comenzará a
desvelar su condición mesiánica, afirmándose como un mesías sufriente que enfrentará el
rechazo y la oposición.
En la primera etapa cumplió señales y realizó curaciones, en lo sucesivo subirá a
Jerusalén para desafiar en nombre de Dios a las autoridades para que acogieran su
llamado decisivo: el reinado de Dios.
En el evangelio se pregunta la opinión de la gente sobre Jesús. Ayer, era a partir de
Herodes. Hoy es el mismo Jesús quien pregunta qué dice la opinión pública, y los
apóstoles responden dando la misma opinión que ayer. En seguida viene el primer
anuncio de la pasión, de la muerte y de la resurrección de Jesús.

Lucas 9,18: La pregunta de Jesús después de la oración. “Estando una vez orando a
solas, en compañía de los discípulos, les preguntó: «¿Quién dice la gente que soy yo?” .
En el evangelio de Lucas, en varias oportunidades importantes y decisivas Jesús aparece
rezando: en el bautismo, cuando asume su misión (Lc 3,21); en los 40 días en el desierto,
cuando vence las tentaciones del diablo con la luz de la Palabra de Dios (Lc 4,1-13); por
la noche, antes de escoger a los doce apóstoles (Lc 6,12); en la transfiguración, cuando
con Moisés y Elías conversa sobre la pasión en Jerusalén (Lc 9,29); en el huerto, cuando
se enfrenta a la agonía (Lc 22,39-46); en la cruz, cuando pide perdón por el soldado (Lc
23,34) y entrega el espíritu a Dios (Lc 23,46).

Lucas 9,19: La opinión de la gente sobre Jesús. “Ellos respondieron: "Unos, que Juan el
Bautista; otros, que Elías; otros, que un profeta de los antiguos ha resucitado." Al igual
que Herodes, muchos pensaban que Juan Bautista hubiera resucitado en Jesús. Era
creencia común que el profeta Elías tenía que volver (Mt 17,10-13; Mc 9,11-12; Mt 3,23-
24; Ec 48,10). Y todos alimentaban la esperanza de la venida del profeta prometido por
Moisés (Dt 18,15). Respuestas insuficientes.

Lucas 9,20: La pregunta de Jesús a los discípulos. Después de oír las opiniones de los
demás, Jesús pregunta: “Y vosotros ¿quién decís que soy yo?”. Pedro respondió: “¡El

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Mesías de Dios!” Pedro reconoce que Jesús es aquel que la gente está esperando y que
viene a realizar las promesas. Lucas omite la reacción de Pedro tentando de disuadir a
Jesús a que siguiera por el camino de la cruz y omite también la dura crítica de Jesús a
Pedro (Mc 8,32-33; Mt 16,22-23).

Lucas 9,21: La prohibición de revelar que Jesús es el Mesías de Dios. “Pero les mandó
enérgicamente que no dijeran esto a nadie”. Les está prohibido el que revelen a la gente
que Jesús es el Mesías de Dios. ¿Por qué Jesús lo prohibió? Es que en aquel tiempo,
como ya vimos, todos esperaban la venida del Mesías, pero cada uno a su manera: unos
como rey, otros como sacerdote, otros como doctor, guerrero, juez, o ¡profeta! Nadie
parecía estar esperando al mesías siervo, anunciado por Isaías (Is 42,1-9). Quien insiste
en mantener la idea de Pedro, esto es, del Mesías glorioso sin la cruz, no va a entender
nada y nunca llegará a tomar la actitud del verdadero discípulo. Continuará ciego, como
Pedro, cambiando a la gente por un árbol (cf. Mc 8,24). Pues sin la cruz es imposible
entender quién es Jesús y qué significa seguir a Jesús. Por esto, Jesús insiste de nuevo
en la Cruz y hace el segundo anuncio de su pasión, muerte y resurrección.

Lucas 9,22: El segundo anuncio de la pasión. Y Jesús añadió: "El Hijo del hombre debe
sufrir mucho y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser
matado y resucitar al tercer día.” La comprensión plena del seguimiento de Jesús no se
obtiene por la instrucción teórica, sino por el compromiso práctico, caminando con él por
el camino del servicio, desde Galilea hasta Jerusalén. El camino del seguimiento es el
camino de la entrega, del abandono, del servicio, de la disponibilidad, de la aceptación del
conflicto, sabiendo que habrá resurrección. La cruz no es un accidente de camino, sino
que forma parte del camino. ¡Pues en un mundo organizado desde el egoísmo, el amor y
el servicio sólo pueden existir crucificados! Quien hace de su vida un servicio a los demás,
incomoda a los que viven agarrados a los privilegios, y sufre.

4) Para la reflexión personal
Creemos todos en Jesús. Pero algunos entienden a Jesús de una manera y otros de otra.
Hoy ¿cuál es el Jesús más común en la manera de pensar de la gente?
La propaganda ¿cómo interfiere en mi modo de ver a Jesús? ¿Qué hago para no dejarme
embaucar por la propaganda? ¿Qué nos impide hoy reconocer y asumir el proyecto de
Jesús?

5) Oración final

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Bendito Yahvé, mi Roca,
que adiestra mis manos para el combate,
mis dedos para la batalla.
Es mi aliado y mi baluarte,
mi alcázar y libertador,
el escudo que me cobija. (Sal 144,1-2)
Al iniciar la oración, debo caer en la cuenta de que Dios me está esperando, ponerme en
su presencia, escuchar lo que Él quiere decirme y contarle lo que yo tengo en mi corazón.
Iniciamos un nuevo curso y nuestra oración debe ir teniendo cada vez más calidad y
profundidad como ocurre en el trato de amistad con las personas con las que convivimos,
que no nos ocurra lo que narra el pasaje que hay nos propone la Iglesia, que los
discípulos no entendían el leguaje; les resultaba tan oscuro, que no cogían el sentido. Y
les daba miedo preguntarle sobre el asunto. Es cierto que convivían con Jesús pero esa
convivencia o era bastante superficial o lo más probable era que su fe en Jesús era
demasiado débil. No basta con hacer la oración –convivir con Jesús- es necesario que
esa convivencia sea profunda e íntima.
La profundidad y la calidad de mi oración es la que me da la fuerza y la creatividad para
anunciar el evangelio de Jesucristo en el ambiente donde vivo. Un anuncio del evangelio
que debe ser con Jesús y como Jesús en humillación y cruz capacitándome para vivir
como contemplativo en la acción y practicar la oración de intercesión.
Oración de intercesión no quiere decir simplemente “rogar por alguien”. Etimológicamente
interceder viene a ser “situarse en el medio” donde el choque tendrá lugar, es colocarse
entre las dos partes en lucha, donde se corre el riesgo de salir herido, incluso de perder la
vida. No se trata de pedir a Dios una necesidad desde un lugar bien protegido. Cristo
intercedió por nosotros no desde el cielo, se hizo hombre y se puso entre el hombre
pecador y el infierno y corrió el riesgo de padecer tantos trabajos de hambre, de sed, de
calor y de frio, de injurias y afrentas, para morir en una cruz; y todo esto por mí. (EE. 116).
El intercesor es distinto al árbitro o al mediador, estos son los que procuran convencer a
una parte para que concedan alguna cosa a la otra parte, esto se da en política y son
ajenos al conflicto estando dispuestos al retirarse si no hay solución. Interceder es estar
allí sin moverse, sin escapatoria y aceptar el riesgo de esta posición de intercesión.

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Al final de la oración no olvidarnos de darle gracias a Dios Padre por las gracias recibidas,
por su luz y por su fuerza, y a la vez pedir perdón por tantas veces como he cerrado el
oído para no escuchar sus palabras de salvación.
RECHAZA LAS PENAS
Qo 11,9-12,8; Lc 9,43-45
Según el Qohelet (Etimologia y presentación.- La palabra Qohélet se deriva del hebreo
qahal, «asamblea», y significa «hombre de asamblea», aquel que convoca la asamblea o
que habla en ella. De aquí la traducción griega ékklésiastés, de 'ekklésía (asamblea), y la
trasliteración latina Ecclesiastes). El gozo de la vida es efímero, cuando llega la vejez se
pierde la capacidad de disfrutar la vida, los atardeceres, el gozo de la comida y de todos
los placeres propios de nuestra condición humana. La visión, el oído, el gusto y la
movilidad disminuyen y se vuelve uno prisionero de sus propias limitaciones.
La postura del autor no es una simple prédica del "carpe diem", (Carpe diem es una
expresión de raíces latinas que fue concebida por el poeta romano Horacio. Su
traducción literal otorga relevancia a la frase “cosecha el día”, cuyo contenido intenta
alentar el aprovechamiento del tiempo para no malgastar ningún segundo).es decir, de la
postura de quienes recomiendan vivir al tope, sin desperdiciar oportunidades para el
disfrute.
El Qohelet no es un hedonista que pretenda maximizar a toda costa la búsqueda del
placer, es un sabio que recomienda vivir con acierto tanto la juventud como la vejez.
Cada una tiene sus fortalezas y debilidades y conviene vivir a tono con la edad. En ese
sentido, Jesús descubre que el final violento se aproxima, no como un destino fatal, sino
como el resultado de una serie de opciones y actitudes que Él asumió. Jesús se prepara
para enfrentar el desenlace violento, haciendo una revisión serena de su vida y su
fidelidad al Padre.
Ven Espíritu Santo, ilumina mi mente y mi voluntad para que nunca tema acercarme a mi
Padre celestial en la oración. Hazme dócil a tus inspiraciones y ayúdame a corresponder
a ellas con generosidad.

Jesús, ayúdame a entender, y a vivir, lo que hoy me quieres decir en esta oración.

Los discípulos reconocen que Jesús no tiene cabida en ninguna de las categorías
habituales, que El era mucho más que "uno de los profetas", alguien diferente. Que era
más que uno de los profetas lo reconocieron a partir del Sermón de la Montaña y a la vista
de sus acciones portentosas, de su potestad para perdonar los pecados, de la autoridad
de su mensaje y de su modo de tratar las tradiciones de la Ley. Era ese "profeta" que, al
igual que Moisés, hablaba con Dios como con un amigo, cara a cara; era el Mesías, pero
no en el sentido de un simple encargado de Dios. En Él se cumplían las grandes palabras
mesiánicas de un modo sorprendente e inesperado: "Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado
hoy". En los momentos significativos, los discípulos percibían atónitos: "Éste es Dios
mismo". Pero no conseguían articular todos los aspectos en una respuesta perfecta»

Arq. Roberto Saldivar Olague, [email protected]
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Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, primera parte, p. 122.

Sólo Jesús sabía cuándo y cómo iba a morir. Ninguno de nosotros puede saberlo. Es un
misterio que sólo Dios conoce. Y como Jesús es una Persona Divina, podía dar a conocer
a sus discípulos cómo sería su muerte.

En toda la historia de la humanidad no encontramos a nadie como Cristo. No existen
documentos que presentasen el nacimiento de nadie, sólo de Jesús de Nazaret. El
Antiguo Testamento está lleno de profecías que anunciaban la venida del Mesías. Decían
que sería descendiente de David, que nacería en Belén, que su Madre sería virgen, que
sería Hijo de Dios, que salvaría a su pueblo, que moriría por los pecados de los demás... y
cuando estuvo entre los suyos les anunció que sería clavado en una cruz y que al tercer
día resucitaría.

Por tanto, Jesucristo es alguien excepcional. Lo demuestra también el hecho que
contamos los años desde que Él nació, al menos en todos los pueblos de influencia
católica. La venida de Jesús a la tierra marcó un hito en la historia del hombre. El Dios
eterno, invisible, todopoderoso, inalcanzable... se hizo carne y fue un hombre como
nosotros. De esta manera podríamos conocer mejor a Dios, porque su mismo Hijo nos lo
revelaría con todo detalle, y se convertiría en el modelo perfecto de hombre, al que
podemos imitar.

Rezar una oración por el día de mi muerte porque solo Dios conoce el día y la hora que
estaremos en su Presencia.

Jesucristo, conocerte y escuchar la Palabra de Dios me debe llevar al compromiso de
saber buscarte con amor y confianza en la oración. Comulgar con tus pensamientos y con
tu voluntad. Muchos te escucharon, pero nunca tuvieron una relación personal contigo, y
los que la tuvieron, aún así te abandonaron en el Calvario. Señor abre mi corazón, quiero
experimentar tu cercanía y tu protección, no permitas que nunca te abandone.
No me pueden negar que este evangelio es un poco fuerte, tanto en algunas de sus
afirmaciones como en su contenido...
Siempre que lo leo, me viene a la memoria una conferencia que escuche, a un sacerdote
misionero javeriano, el P. Alfeo Emaldi.
¡Era impactante su testimonio...! Había escrito un libro titulado "Me corté la lengua..." y en
el mismo narraba el hecho. Os cito textualmente:
"... En los inicios de la revolución China la amabilidad de los revolucionarios era exquisita:
se interesaban por todo, daban dinero, curaban enfermos. Hasta tal punto se portaban
con corrección que le dije a uno de los jefes que mandaban el destacamento: "Si
continuáis así, seremos buenos amigos." Pero no continuaron tan amables y yo sentí un
miedo horrible cuando pensé, ya en prisión, que lograrían hacerme hablar... Si me
volviera mudo, me dije, no hablaría aunque me descuartizaran."

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En un bolsillo del traje chino se encontró con una cuchilla de afeitar. "Estaba asustado y
me reconfortaba con frases evangélicas: "Si tu mano fuera ocasión de escándalo, córtala".
"Entonces quise hacer una prueba primero. Me di un pequeño corte en la lengua; salió un
poco de sangre, pero no sufrí ningún dolor. Esto me animó a cortar del todo. A pesar de
que había seccionado la arteria lingual, tampoco me dolió. Escribí una nota para mi vecino
de celda y llamé al guardián, que no se había dado cuenta de nada. Cuando le pasé la
nota quedó horrorizado al ver mi mano, mi rostro, la pared, el suelo, todo rojo... Entonces
el guardián corrió a dar la alarma y me llevaron al hospital...
Al día siguiente me condujeron a la Comisaría, me interrogaron y me acusaron de haber
cometido un acto de salvajismo contra el gobierno del pueblo. Se me comunicó la
expulsión definitiva. Me embarcaron en un buque inglés que zarpaba para Hong-Kong,
desde donde tomé un avión que me llevó a Italia."
"Si tu mano te hace caer, córtatela: más te vale entrar manco en la vida que ir con las dos
manos al abismo, al fuego que no se apaga.
Y si tu pie te hace caer, córtatelo: más te vale entrar cojo en la vida que ser echado con
los dos pies al abismo.
Y si tu ojo te hace caer, sácatelo: más te vale entrar tuerto en el Reino de Dios que ser
echado al abismo con los dos ojos, donde el gusano no muere y el fuego no se apaga."
Y nos preguntamos: ¿Querrá Dios una Iglesia de mancos..., de cojos…, y de tuertos...?
¡No mis queridos hermanos...! ¡Ciertamente que no...! Entonces..., ¿que nos quiere decir
Jesucristo con estas frases lapidarias del evangelio de hoy...? Muy sencillo, que tenemos
que luchar para que la carne no se nos imponga al espíritu, y le dé jaque mate...
El P. Antonio Royo Marín, O.P. en su obra Teología de la Perfección Cristiana cita diez
medios para sobreponernos a nuestra propia carne, y evitar que la misma nos domine e
impida la santidad personal. Os los enumero para que los repasemos en nuestra oración
de este día.
1º Medio: Mortificarse en cosas lícitas.2º Medio: Aficionarse al sufrimiento y a la cruz.3º
Medio: Combatir la ociosidad.4º Medio: Huida de las ocasiones peligrosas.5º Medio:
Considerar la dignidad del católico. 6ª Medio: Considerar el castigo del pecado.7º Medio:
El recuerdo de la Pasión de Cristo.8º Medio: La oración humilde y perseverante.9º Medio:
La devoción entrañable a María.10º Medio: La Frecuencia de los sacramentos.

Arq. Roberto Saldivar Olague, [email protected]
Tel.+52-492-92-7-62-95

Discernimiento del autor y breve compilación de publicaciones de LA VERDAD CATOLICA,
CRUZADA DE SANTA MARIA, CATHOLIC.NET y de la predicación de los Hermanos Franciscanos
Y de la Biblia de América.
CUANDO EL MALVADO SE CONVIERTE
Ez 18, 25-28; Flp 2, 1-11; Mt 21, 26-32
El profeta Ezequiel representa un cambio sustancial en la comprensión de la justicia
divina, puesto que afirma el principio de la responsabilidad personal. Cada persona se
hace responsable de sus propias decisiones.
En adelante, el proceder del Señor enfatizará la compasión y la misericordia sobre el
castigo. El Dios de la vida se alegra cuando sus hijos reorientan sus opciones y reajustan
sus relaciones con Él y con sus hermanos. De esa manera cosecharán vida en
abundancia.
La parábola de los dos hijos que nos refiere el Evangelio de san Mateo ilustra ese
planteamiento. Para Dios no hay prisas ni plazos terminantes. Alarga las oportunidades,
regala su perdón y acoge con alegría al hijo desobediente que depone su rebeldía.
En el terreno de los hechos, eso fue lo que hizo el Señor Jesús al acoger a los descreídos
y a las prostitutas. Esa compasión abierta despertó los recelos y el rechazo de la "gente
decente" que cuestionó su proceder.
Señor, gracias por recordarme que tiendo a identificarme con ese hijo del Evangelio que
dice que va cumplir tu mandato pero al final del día no hace nada. Guía esta oración y
dame la fuerza espiritual para descubrir el camino que debo seguir para cumplir pronta y
alegremente con tu voluntad.

No se haga mi voluntad sino la tuya.

El hombre de por sí está tentado de oponerse a la voluntad de Dios, de tener la intención
de seguir su propia voluntad, de sentirse libre sólo si es autónomo; opone su propia
autonomía contra la heteronomía (es un concepto que se aplica a un ser que vive según
reglas que le son impuestas, y que en el caso del ser humano se soportan contra la propia
voluntad o con cierto grado de indiferencia). de seguir la voluntad de Dios. Este es todo el
drama de la humanidad. Pero en verdad esta autonomía es errónea y este entrar en la
voluntad de Dios no es una oposición a uno mismo, no es una esclavitud que violenta mi
voluntad, sino que es entrar en la verdad y en el amor, en el bien. Y Jesús atrae nuestra
voluntad, que se opone a la voluntad de Dios, que busca la autonomía, atrae esta
voluntad nuestra a lo alto, hacia la voluntad de Dios. Este es el drama de nuestra
redención, que Jesús atrae a lo alto nuestra voluntad, toda nuestra aversión contra la
voluntad de Dios y nuestra aversión contra la muerte y el pecado, y la une con la voluntad
del Padre: "No se haga mi voluntad sino la tuya”. En esta transformación del "no" en "sí",
en esta inserción de la voluntad de la criatura en la voluntad del Padre, Él transforma la
humanidad y nos redime. Y nos invita a entrar en este movimiento suyo: salir de nuestro
"no" y entrar en el "sí" del Hijo. Mi voluntad existe, pero la decisiva es la voluntad del
Padre, porque ésta es la verdad y el amor. (Benedicto XVI, 20 de abril de 2011).

Seguramente nos es bastante familiar este refrán: “Obras son amores, que no buenas
razones”. Es probable que nosotros mismos lo hayamos pronunciado miles de veces. Y,
sin embargo, parece que en muchas ocasiones nos olvidamos fácilmente de él....

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En el Evangelio de hoy nuestro Señor nos cuenta la historia de dos hijos. Su padre les
pide que vayan a trabajar a la viña. El primero responde de un modo muy poco cortés y
un tanto violento: -"¡No quiero!" -le dice al padre. En cambio, el otro, con palabras muy
atentas y comedidas, dignas incluso de un caballero: -"Voy, señor" -le contesta, pero no
va. En cambio, el hijo rebelde y “rezongón” se arrepiente y va a trabajar. Y Cristo pregunta
a sus oyentes: -"Cuál de los dos hizo lo que quería el padre?"-. La respuesta era obvia: el
primero. Sus obras lo demostraron.

Y, después del "cuentito", el Señor dirige unas palabras muy duras a los sumos
sacerdotes y jefes del pueblo que le oían: -"Yo os aseguro que los publicanos y las
prostitutas os llevan la delantera en el camino del Reino de Dios"-. ¡Un juicio duro, pero
muy certero! ¿Por qué? Porque los pecadores y las prostitutas son como el primer hijo de
la parábola: a pesar de que sus palabras no eran las más “bonitas” y adecuadas, ellos
hicieron la voluntad del Padre: creyeron en Cristo y se convirtieron ante su predicación.
Mientras que los fariseos y los dirigentes del pueblo judío, que se consideraban muy
justos y observantes, y se sentían muy seguros de sí mismos, ésos son como el segundo
hijo: sus "pose" externo es muy respetuoso y comedido, pero NO obedecen a Dios. Y lo
que Cristo quería era que hicieran la voluntad del Padre.

Yo creo que lo que nuestro Señor quiere decirnos con esta parábola es, en definitiva, que
lo que verdaderamente importa para salvarse no son las palabras, sino las obras. O,
mejor: que las palabras y las promesas que hacemos a Dios y a los demás cuentan en la
medida en que éstas van también respaldadas por nuestras obras y comportamientos.
Estas son las que mejor hablan: las obras, no los bonitos discursos; las obras, no los
bellos propósitos o los nobles sentimientos nada más.

Se cuenta que en una ocasión, la hermana pequeña de santo Tomás de Aquino le
preguntó: –"¿Tomás, qué tengo yo que hacer para ser santa?"–. Ella esperaba una
respuesta muy profunda y complicada, pero el santo le respondió: "Hermanita, para ser
santa basta querer". ¡Sí!, querer. Pero querer con todas las fuerzas y con toda la voluntad.
Es decir, que no es suficiente con un "quisiera". La persona que "quiere" puede hacer
maravillas; pero el que se queda con el "quisiera" es sólo un soñador o un idealista
incoherente. Éste es el caso del segundo hijo: él "hubiese querido" obedecer, pero nunca
lo hizo. Aquí el refrán popular vuelve a tener la razón: "del dicho al hecho hay mucho
trecho".

Por eso, nuestro Señor nos dijo un día que "no todo el que me dice ¡Señor, Señor! se
salvará, sino el que hace la voluntad de mi Padre del cielo". Palabras muy sencillas y
escuetas, pero muy claras y exigentes.

Y nosotros, ¿cuál de estos dos hijos somos?

Hacer una reflexión sobre la calidad de mi participación en la Nueva Evangelización.

Gracias, Señor, por el privilegio de poder trabajar en tu viña. Mi anhelo es estar siempre a
tu servicio y colaborar contigo en la evangelización. Me has enriquecido con muchos
talentos que puedo poner al servicio de la Iglesia, del Movimiento y de los demás. No
permitas que mi miopía, mi egoísmo y amor propio me hagan avaro, indiferente o sordo a
la invitación que diariamente me haces de colaborar en la extensión de tu Reino.

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Nos ponemos en la presencia de Dios antes de iniciar este rato de oración. Le hacemos
presente y si estamos delante de un sagrario, hacemos un acto de amor hacia este Señor
que tanto nos quiere.
Si quieres ver cuánto nos ha amado Jesús, mira la cruz. Si quieres saber cuánto nos ama
Jesús, mira a un sagrario. Su presencia es la prueba más clara de su amor por nosotros;
por ello, que no pase desapercibida esa presencia de Jesús.
Los textos del Evangelio de hoy son sorprendentes: “Maestro, hemos visto a uno que
echaba demonios en tu nombre y, como no es de los nuestros, se lo hemos querido
impedir”.
En nuestro celo por la extensión del catolicismo, nos gustaría que los que no son de los
nuestros no disfrutaran para nada de Dios y de sus grandezas. Si pudiéramos ni el sol ni
la lluvia beneficiaría al resto. Sin embargo Dios no es así; Dios hace llover sobre buenos y
malos. Sale el sol para creyentes y para no creyentes porque Dios sabe amar a todos de
forma única, personal.
En estos últimos años el ecumenismo está haciéndose presente y algunos lo hemos
vivido de forma especial. “El verdadero ecumenismo trata precisamente de hacer crecer la
comunión parcial existente entre los católicos hacia la comunión plena en la verdad y en
la caridad” (S. Juan Pablo II)
Pero esa comunión no llegará si no estamos dispuestos a una verdadera conversión
interior: “No hay verdadero ecumenismo sin conversión interior” (Concilio Vaticano II)

Por lo tanto cada uno debe convertirse más radicalmente al Evangelio, y sin perder a Dios
de la vista debe cambiar su mirada y ver las maravillas que hace Dios con los demás.
Percibimos que el Espíritu también actúa en los demás, descubrimos ejemplos de
santidad en otras comunidades. Nos enriquecemos con las aportaciones culturales y
teológicas de los demás. En definitiva escuchamos de nuevo: “No se lo impidáis, el que
no está contra nosotros está a nuestro favor”.

UNA REFLEXIÓN PARA NUESTRO TIEMPO. - Las personas somos impacientes con los
demás, administramos con tacañería las oportunidades y vamos negándoles el perdón y
la comprensión. La longanimidad y la nobleza de corazón no son nuestra principal

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fortaleza. Las personas que nos tratan con enorme compasión y tolerancia nos aman de
manera incondicional. Esas relaciones nos estimulan a ser mejores personas. Dios nos
trata siempre de esa manera. Si revisamos nuestra historia personal podemos advertir
que en distintos momentos de nuestra vida nos hemos equivocado radicalmente y Dios
nos ha dado otra oportunidad. La conciencia de haber sido perdonados nos da confianza
para recomenzar de nuevo. Nuestra fragilidad está sustentada por el amor compasivo de
Dios, que como Padre y creador nos cuida y protege, con un amor mucho mayor que el
de una madre por sus creaturas. Desde esa certidumbre podemos vivir confiadamente
nuestra vida.
LA VICTORIA DE NUESTRO DIOS
Ap 12,7-12; Jn 1,47-51
El Apocalipsis no es una especie de visión por anticipado del fin del mundo. Es una
revisión profética de la historia que proyecta sobre el futuro las acciones decisivas que
Dios ha realizado a favor de su pueblo.
La fidelidad de Dios está fuera de toda duda para el autor del Apocalipsis, por eso aunque
el presente que viven los creyentes a quienes les escribe, esté marcado por la
persecución y la adversidad, la palabra decisiva no la tendrán la bestia, ni el dragón ni
todos sus aliados. La victoria decisiva corresponderá a nuestro Dios.
Esta creencia consolida la esperanza católica, da sentido a la historia y nos estimula a no
cruzarnos de brazos, a no resignarnos ante el deficiente estado de cosas del tiempo
presente.
Natanael no se había dejado robar la esperanza, por eso siguió con atención a Jesús y
descubrió que Dios se había acordado de su pueblo y venía como soberano a librarlo de
todas sus aflicciones.
Vio Jesús que se acercaba Natanael y dijo de él: Ahí tenéis a un israelita de verdad, en
quien no hay engaño. Le dice Natanael: ¿De qué me conoces? Le respondió Jesús: Antes
de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi. Le respondió
Natanael: Rabbí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel. Jesús le contestó: ¿Por
haberte dicho que te vi debajo de la higuera, crees? Has de ver cosas mayores. Y le
añadió: En verdad, en verdad os digo: veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir
y bajar sobre el Hijo del hombre.

Señor, como Natanael, quiero ser sincero y auténtico, en mi mente y en mi corazón, para
tener la posibilidad real de tener un encuentro de amor contigo en esta oración. Tú sabes
que trato de ser fiel a mi fe, que confío en tu providencia y misericordia, y que te amo con
todo mi corazón. Envía tu Espíritu Santo para que ilumine y guíe esta meditación.

Ángel de mi guarda, ayúdame a ser un auténtico discípulo y misionero de Cristo.

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Volviendo a la escena de la vocación, el evangelista nos dice que, cuando Jesús ve que
Natanael se acerca, exclama: “Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay
engaño”. Se trata de un elogio que recuerda al texto de un Salmo: “Dichoso el hombre en
cuyo espíritu no hay fraude”, pero que suscita la curiosidad de Natanael, quien replica
sorprendido: “¿De qué me conoces?”. La respuesta de Jesús no se entiende en un primer
momento. Le dice: “Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera,
te vi”.
Hoy es difícil darse cuenta con precisión del sentido de estas últimas palabras. Según
dicen los especialistas, es posible que, dado que a veces se menciona a la higuera como
el árbol bajo el que se sentaban los doctores de la ley para leer la Biblia y enseñarla, está
aludiendo a este tipo de ocupación desempeñada por Natanael en el momento de su
llamada. (Homilía de Benedicto XVI, 4 de octubre de 2006).

Los grandes arcángeles de Dios testimonian para nosotros la fidelidad y la pasión y celo
con que los hijos de Dios han de alabar a su Creador. Ellos, lejos de ser seres
desconocidos y “mitológicos” representan los mejores compañeros de viaje, los mejores
sanadores del corazón, los mejores defensores de los intereses de Dios en el mundo.

San Miguel es el fiero defensor de Dios. La narración del Apocalipsis nos lo muestra
expulsando a Satanás de los dominios de Dios, al gran traidor y padre de la mentira que
osó rebelarse contra un Dios tan bondadoso.
Encendido de celo por el Señor blandió la espada y arrojó a todos los obradores de
iniquidad al único lugar en donde pudiesen soportar su soberbia y su rebelión. Por eso
san Miguel es en quien el católico halla el mejor baluarte para defenderse de las
asechanzas demoníacas y gran modelo de fidelidad a Dios. De él hemos de aprender el
celo por las cosas de Dios, celo que consume de pasión y que lleva a una acción
inmediata, tajante, sobre todo cuando Dios se está viendo ofendido por sus enemigos que
incitan sin cesar a la rebelión y desunión.

San Gabriel quizás fue el más afortunado de entre todas las criaturas celestes. A él
siempre lo mandaron a dar mensajes. A él le tocó dar el mensaje más hermoso jamás
oído a la criatura más hermosa jamás vista. Hablar de él lleva irremediablemente a la
contemplación de la Toda Pura, Nuestra Madre de cielo, María. Su ejemplo nos debe
enseñar a predicar sin miedos los designios de Dios a nuestros hermanos en la fe y,
sobre todo, a testimoniar las maravillas obradas por Dios en Ella. Levantemos confiados
la mirada a la Madre y pidamos auxilio al arcángel mensajero para ser fieles a la palabra
de Dios en el mundo.

San Rafael representa la mano providente de Dios que no se olvida de sus hijos que
sufren en el mundo. A él le tocó sanar muchas heridas del cuerpo y, sobre todo, del alma.
Por eso es el arcángel que cura, que alivia las penas del alma, que sabe confortar y
comprender al que sufre. De él hemos de aprender a ser un consuelo más que un horrible
peso, para el hermano que lo necesita. De él, la confianza inamovible en la acción cierta
de Dios en el mundo.

De los tres hemos de aprender a saber servir más que ser servidos. Porque los ángeles
son ministros de Dios. Y de los tres a estar pendientes de su cierta acción en favor
nuestro. ¿Quién sabe si un día cualquiera hemos sido ayudados por un ángel del Señor?

Arq. Roberto Saldivar Olague, [email protected]
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No cerremos las puertas a nadie, no sea que se las estemos cerrando a uno de estos
mensajeros, o más terriblemente, al mismo Señor de la vida y de la historia.

Aprender de los Arcángeles, el deseo de servir siempre.

Jesús, no quiero aparecer ni hacer más, mi aspiración es amarte más, y como
consecuencia, a los demás. No pretendo conocer más, sino tener una relación íntima
contigo. Por ello quiero ofrecerte mi esfuerzo de perseverar en la oración, de acrecentar
mi vida sacramental y de meditar más tu Palabra, sólo así lograré mi anhelo y podré dar
un testimonio que atraiga a los demás.
Festividad de los santos arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael. Esta fiesta nos vuelve a
recordar la existencia de los ángeles por un lado y, por otro, que estos tienen un nombre,
es decir, una identidad definida y una misión que realizar. Es interesante reflexionar hoy
en nuestro rato de oración sobre esto porque no son seres impersonales, abstractos o
imaginarios. Además de los tres arcángeles que celebramos hoy también tenemos cada
uno un ángel que vela especialmente por nosotros, es a quien llamamos el “ángel de la
guarda”. Nos puede parecer una creencia infantil, pero eso es porque nos lo imaginamos
como un niño regordete y travieso que revolotea a nuestro alrededor. O quizás como una
especie de guardaespaldas que nos sigue de cerca con gafas de sol y pinganillo en la
oreja. O como el ordenador del coche fantasma de la televisión que es capaz de detectar
todo tipo de peligros. Pero no es así, sabemos por el evangelio que los ángeles no son
seres impersonales. Mi ángel de la guarda no es un frío funcionario que cumple la misión
de velar por mí como una aburrida rutina. En el capítulo 15 del evangelio de San Lucas el
Señor nos muestra cómo los ángeles tienen sentimientos parecidos a los nuestros, es
decir, gozan y padecen como nosotros, se alegran y se entristecen como nosotros, ¡se
preocupan por nosotros!
Escribe san Lucas: « ¿qué mujer que tiene diez dracmas, si pierde una, no enciende una
lámpara y barre la casa y busca cuidadosamente hasta que la encuentra? Y cuando la
encuentra, convoca a las amigas y vecinas, y dice: "Alégrense conmigo, porque he
hallado la dracma que había perdido." Del mismo modo, les digo, se produce alegría entre
los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta.»
“Del mismo modo”, nos dice el texto. Del mismo modo, podemos imaginarnos que un
ángel de la guarda cuando recupera un alma que había perdido, cuando la encuentra,
convoca a los demás ángeles y les dice: "Alégrense conmigo, porque he hallado un alma
que había perdido." Del mismo modo que nosotros, se afana y preocupa por ella y la
busca cuidadosamente. Cada vez que yo me alejo del Señor, cada vez que me pierdo

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entre los enredos y tentaciones de este mundo, hay un ángel del Señor, uno concreto, con
nombre propio, que sale en mi busca.
Es consolador saberse acompañado y buscado por nuestro ángel de la guarda, saber que
le importamos a alguien, que vela por nosotros, y para quien somos alguien significativo y
querido. Es Palabra de Dios.
NIÑA PONTE EN PIE
Jb 3,1-3.11.16.12.15.17. 20-23; Lc 8,51-56
El sufrimiento del inocente es el tema fundamental del libro de Job. El personaje literario
es el símbolo de todos los creyentes que han vivido fielmente convencidos de la bondad
de Dios y que no obstante, han sufrido maltratos y vejaciones sin haber encontrado una
respuesta a sus quejas y sufrimientos. Por esa razón, Job protesta, maldice la vida y
ansía morirse.
El sufrimiento no tiene explicación razonable, es una experiencia desgarradora. El ser
humano no es omnipotente y se enfrenta con situaciones límite que no puede superar. En
ese momento su espíritu se quiebra como nos refiere la queja amarga de Job: ¡Muera el
día en que nací!
Ante la desgarradora situación del sufrimiento nos queda una esperanza. Jesús entregó
su vida al servicio de los enfermos y necesitados. El dolor del jefe de la sinagoga no lo
dejaba indiferente, por eso acudió a su casa, se solidarizó hasta el límite con su dolor y le
devolvió sana y salva a su hija.
El evangelio cuenta como Jesús decide ir para Jerusalén. Describe también las primeras
dificultades que encuentra a lo largo del camino. Trae el comienzo de la larga y dura
caminada desde la periferia hacia la capital. Jesús deja Galilea y sigue hacia Jerusalén.
No todos le comprenden. Muchos le abandonan, pues las exigencias son grandes. Hoy
pasa lo mismo. A lo largo del camino de nuestras comunidades, hay también
incomprensión y abandono.
“Jesús decide ir hacia Jerusalén”. Esta decisión va a marcar la larga y dura caminada de
Jesús desde Galilea hacia Jerusalén, de la periferia hasta la capital. Esta caminada ocupa
más de una tercera parte de todo el evangelio de Lucas (Lc 9,51 hasta el 19,28). Señal de
que la caminada hasta Jerusalén tiene una importancia muy grande en la vida de Jesús.
La larga caminada simboliza, al mismo tiempo, el camino que las comunidades estaban
haciendo. Trataban de realizar el difícil paso del mundo judío hacia el mundo de la cultura
griega. Simbolizaba también la tensión entre lo Nuevo que continuaba avanzando y lo
Antiguo que se encerraba cada vez más. Y simboliza además la conversión que cada uno
de nosotros tiene que hacer, tratando de seguir a Jesús. Durante el camino, los discípulos

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y las discípulas tratan de seguir a Jesús, sin volverse atrás. No siempre lo consiguen.
Jesús dedica mucho tiempo a la instrucción de los que le siguen de cerca. Un ejemplo
concreto de esta instrucción lo tenemos en el evangelio de hoy. Luego, al comienzo del
camino, Jesús sale de Galilea y lleva a sus discípulos para dentro del territorio de los
samaritanos. Trata de formarlos para que puedan entender la apertura hacia lo Nuevo,
hacia el “otro”, el diferente.

Lucas 9,51: Jesús decide ir para Jerusalén. El texto griego dice literalmente: "Cuando se
completaron los días de su asunción (o arrebato), Jesús volvió su rostro hacia Jerusalén”.
La expresión asunción o arrebato evoca al profeta Elías que fue arrebatado al cielo (2 Re
2,9-11). La expresión volver el rostro evoca al Siervo de Yahvé que decía: “Puse mi cara
dura como piedras, y sé que no seré engañado” (Is 50,7). Evoca también la orden que el
profeta Ezequiel recibió de Dios: "¡Vuelve tu rostro hacia Jerusalén!" (Ez 21,7). Usando
esas expresiones, Lucas sugiere que con la caminada hacia Jerusalén, comienza una
oposición más declarada de Jesús contra el proyecto de la ideología oficial del Templo de
Jerusalén. La ideología del Templo quería a un Mesías glorioso y nacionalista. Jesús
quiere ser un Mesías-Siervo. Durante la larga caminada, esta oposición aumenta y, al
final, termina en el arrebato o en la asunción de Jesús. La asunción de Jesús es su
muerte en la Cruz, seguida de la resurrección.

Lucas 9,52-53: Fracasa la misión en Samaria. Durante el viaje, el horizonte de la misión
se ensancha. Jesús supera las fronteras del territorio y de la raza. Manda a sus discípulos
a que preparen su venida en una aldea de Samaria. Pero la misión junto a los
samaritanos fracasó. Lucas dice que los samaritanos no recibieron a Jesús porque él
estaba yendo hacia Jerusalén. Por esto, si los discípulos hubiesen dicho a los
samaritanos: “Jesús está yendo hacia Jerusalén para criticar el proyecto del Templo y
para exigir una mayor apertura”, Jesús hubiera sido aceptado porque los samaritanos
eran de la misma opinión. El fracaso de la misión se debe, probablemente, a los
discípulos. Ellos no entendieron por qué Jesús “volvió la cara hacia Jerusalén”. La propa-
ganda oficial del Mesías glorioso les impedía entrever. Los discípulos no entendieron la
apertura de Jesús, y la misión fracasó.

Lucas 9,54-55: Jesús no acepta la demanda de venganza. Santiago y Juan no quieren
llevarse la derrota para casa. No aceptan que alguien no esté de acuerdo con sus ideas.
Quieren imitar a Elías y usar el fuego para vengarse (2 Re 1,10). Jesús no acepta la
propuesta. No quiere el fuego. Ciertas Biblias añaden: "¡No sabéis qué espíritu os

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mueve!" Significa que la reacción de los discípulos no era del Espíritu de Dios. Cuando
Pedro sugiere a Jesús que no siga por el camino del Mesías Siervo, Jesús llamó a Pedro
de Satanás (Mc 8,33). Satanás es el mal espíritu que quiere mudar el rumbo de la misión
de Jesús. Mensaje de Lucas para las comunidades: ¡aquellos que quieren impedir la
misión entre los paganos están movidos por el mal espíritu!

Durante los diez capítulos que describen el camino hasta Jerusalén (Lc 9,51 a 19,28),
Lucas, constantemente, recuerda que Jesús está de camino hacia Jerusalén (Lc
9,51.53.57; 10,1.38; 11,1; 13,22.33; 14,25; 17,11; 18,31; 18,37; 19,1.11.28). Raramente,
sin embargo, dice por dónde Jesús pasaba. Sólo aquí, al comienzo del viaje (Lc 9,51), en
medio (Lc 17,11) y al final (Lc 18,35; 19,1), uno va sabiendo algo respecto del lugar por
donde Jesús estaba pasando. Esto vale para las comunidades de Lucas y para todos
nosotros. No podemos parar, aunque no siempre por donde pasamos está claro y
definido. Lo cierto es el objetivo: Jerusalén.

¿Cuáles son los problemas que ya aparecen en tu vida como consecuencia de la decisión
que has tomado de seguir a Jesús?
¿Qué aprendemos de la pedagogía de Jesús con sus discípulos que quieren vengarse de
los samaritanos?
Te dan gracias, Dios, los reyes de la tierra,
cuando escuchan las palabras de tu boca;
y celebran las acciones de Dios:
«¡Qué grande es la gloria de Dios! (Sal 138,4-5)
En un día dedicado a la memoria de san Jerónimo, qué menos que dar gracias a Dios por
la vida de este santo, que tradujo la Biblia del griego y el hebreo al latín (Vulgata). Nuestra
oración se basa en la Palabra de Dios. Pues bien, el conocimiento de esa Palabra se la
debemos en buena parte a la ofrenda de vida que hizo este hombre.
“Las zorras tienen madriguera y los pájaros nidos, pero el Hijo del hombre no tiene
donde reclinar la cabeza”. Estas palabras del evangelio parecen el comentario adecuado
a los cuadros con que muchos pintores han representado a san Jerónimo.
Invocamos al Espíritu Santo, recordamos que siempre en nuestro rato diario de oración
estamos acompañados por la presencia maternal de María. A san José le pedimos por
nuestra perseverancia.

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Sujetemos nuestra imaginación, metiéndonos en una escena en la que Jesús de pie con
su túnica blanca de una sola pieza, camina con discípulos a su alrededor, en nuestra
composición alguno de ellos podría ser uno de nosotros. El Maestro habla de que es lo
esencial y que es lo accesorio, a la hora de tomar una decisión.
En el evangelio de hoy, Lucas va a agrupar tres diálogos distintos, con un hilo conductor
común.
Por el camino le dijo uno “Te seguiré adonde vayas”. Jesús le respondió: “Las zorras
tienen madriguera y los pájaros nidos, pero el Hijo del hombre no tiene donde
reclinar la cabeza.”Este hombre quiere seguir a Jesús, pero él lo previene: ¡Mira lo que
vas a hacer! Ese al que tú quieres seguir no tiene hogar. La seguridad lícita que el hombre
tiene en su casa y entre las cosas que le son familiares, él no la tiene. Él está de paso. Su
forma de vida es la del que no tiene hogar. ¿Podrás tú aguantar eso? ¿Podrás tener la
voluntad de Dios, como único refugio?
A otro dijo: “Sígueme” Él respondió: “Permíteme que vaya primero a enterrar a mi
padre”. Jesús le replicó: “Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a
anunciar el reino de Dios”. Aquí es el propio Jesús el que llama, el llamado le pide
poder cumplir antes con el deber filial de enterrar a su padre. Jesús rechaza la súplica, en
este caso. A lo que debe de estar “muerto”, ya pasado, no debe dedicarle ni siquiera el
tiempo que supone volver para enterrar a su padre.
Al tercero le viene a decir que si se decide por el Reino de Dios, no vuelva a mirar para
atrás.
¡Duras palabras son estas! Aquí la voluntad de seguir al Señor se pone en conflicto con lo
más noble del ser humano: Los vínculos que lo unen con su padre y su madre, su esposa
y sus hijos, la seguridad de un hogar… No te está pidiendo que dejes el pecado. Te está
pidiendo más, dejar las realidades más próximas, más nobles, más valiosas, por su
causa.
Jesús exige radicalidad en el seguimiento, quiere disponibilidad para venderlo todo y
comprar el campo donde se encuentra el tesoro escondido. Atendiendo a la realidad de
nuestra naturaleza esto es imposible para un hombre, solo la gracia sobrenatural hace
posible este seguimiento.

Arq. Roberto Saldivar Olague, [email protected]
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Discernimiento del autor y breve compilación de publicaciones de LA VERDAD CATOLICA,
CRUZADA DE SANTA MARIA, CATHOLIC.NET y de la predicación de los Hermanos Franciscanos
Y de la Biblia de América.
Acabemos estas reflexiones con un coloquio con Jesús. San Ignacio nos lo precisa: “el
coloquio se hace, propiamente hablando, así como un amigo habla a otro, o un siervo a
su señor: cuándo pidiendo alguna gracia, cuándo culpándose por algún mal hecho,
cuándo comunicando sus cosas y queriendo consejo en ellas. Y decir un Padre nuestro”.
DE MIL RAZONES, UNA
Jb 9,1-12. 14-16; Lc 9,57-62
Job está empequeñecido ante la grandeza de Dios. Para el protagonista de este drama,
no hay manera de encararse con Dios y salir airoso. Su poderío es visible en toda la
creación, su soberanía excede a las capacidades humanas, de manera que no es posible
confrontarlo, pidiéndole que justifique su proceder.
Obviamente las palabras de Job son una protesta sutil, de un hombre que parece sentirse
incapaz de defender su causa delante de Dios. Job parece desconsolado, porque sabe
que no puede apelar a un tercero para que resuelva la querella que lo confronta con Dios.
Los tres candidatos a discípulos que nos presenta el Evangelio de san Lucas, conocen las
exigencias radicales que implica el seguimiento de Jesús. No se puede anteponer ningún
valor a la centralidad del reinado de Dios. El bienestar personal, las relaciones familiares y
los deberes filiales quedan subordinados, que no negados, ante la primacía proyecto
salvador de Dios.
Señor, que esta oración renueve mi estilo de vida. Permite que sepa cultivar con esmero
mi corazón de modo que siempre sepa responder a tu llamado, dándote el primer lugar en
todo, único camino para lograr la santidad.

Jesús, dame la fuerza para aceptar todo lo que implique seguir tus pasos, sabiendo cortar
con todo lo que pueda separarme de Ti

Jerusalén es la meta final, donde Jesús, en su última Pascua, debe morir y resucitar, y así
llevar a cumplimiento su misión de salvación. Desde ese momento, después de esa “firme
decisión”, Jesús se dirige a la meta, y también a las personas que encuentra y que le
piden seguirle les dice claramente cuáles son las condiciones: no tener una morada
estable; saberse desprender de los afectos humanos; no ceder a la nostalgia del pasado.
Pero Jesús dice también a sus discípulos, encargados de precederle en el camino hacia
Jerusalén para anunciar su paso, que no impongan nada: si no hallan disponibilidad para
acogerle, que se prosiga, que se vaya adelante. Jesús no impone nunca, Jesús es
humilde, Jesús invita. Si quieres, ven. La humildad de Jesús es así. Él invita siempre, no
impone. (S.S. Francisco, 30 de junio de 2013)

Todos los hombres tienen un ídolo, una persona a quién imitar, se sienten atraídos por su
forma de ser. Lo imitan en todo, buscan tener su misma marca de ropa, peinarse igual, en
fin, su porte gira en lo que es esa persona. Éstas a menudo son artistas o cantantes. Pero
hay algo que no hacen: poner límites a sus seguidores.

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¿Qué tendría Cristo para atraer tanto a las multitudes? No cantaba ni actuaba. Lo único
que hacía era dar a conocer el amor de Dios a los hombres. Ésta fue su arma para que
muchos trataran de seguirlo, y aún hoy muchos jóvenes, hombres y mujeres lo siguen
como ideal de vida.

En este evangelio se nos presenta un Cristo exigente: "quien pone la mano en el arado y
mira hacia atrás no es digno de Mí". Son duras las palabras de la elección de Dios, por lo
que comprenden, pero al mismo tiempo donan una paz y una felicidad inmensas dentro
del alma, porque se sabe que ha sido Dios mismo quien ha llamado. No todos aceptan el
llamado con generosidad, sino que al sentir el peso muchos lo dejan.

Dejemos que Dios nos hable en el corazón y si él nos llama digamos con sinceridad y
generosidad que queremos seguirle, aún sabiendo las dificultades que allí encontraremos.
Pidamos también en una visita o después de la comunión por las vocaciones para que
mande obreros fieles a su mies.

Mantenerme fiel a la doctrina de Cristo, aunque el ambiente sea contrario a mi fe católica.

Jesús, te pido me des la docilidad y confianza para saber escuchar y responder con
prontitud a tu llamada. Permite que sea un testigo de tu amor, auténtico y sincero, de
manera que mi fe se manifieste en mis palabras, obras y acciones. Te pido me concedas
la gracia para ser coherente con mi fe, especialmente cuando las circunstancias sean
contrarias a ella.
Santa Teresita deseaba ser santa, pero se veía demasiada pequeña comparada con los
grandes santos. Ahora bien, creía que ese deseo lo ponía Dios en su corazón y era
verdadero; por lo tanto, había que encontrar el camino: “quiero buscar la forma de ir al
cielo por un caminito muy recto y muy corto, por un caminito totalmente nuevo”. Entonces
repara en un invento reciente, los ascensores, y se pregunta si no habrá un ascensor que
le suba a la santidad, ya que “la ruda escalera de la perfección” es imposible de subir para
su pequeñez. Dispuesta a encontrar una respuesta indaga en la palabra de Dios:
“Entonces busqué en los Libros Sagrados algún indicio del ascensor, objeto de mi deseo,
y leí estas palabras salidas de la boca de Sabiduría eterna: “El que sea pequeñito, que
venga a mí”(Pr 9,4). Y entonces fui, adivinando que había encontrado lo que buscaba. Y
queriendo saber, Dios mío, lo que harías con el que pequeñito que responda a tu llamada,
continué mi búsqueda, y he aquí lo que encontré: “Como una madre acaricia a su hijo,
así os consolaré yo; os llevaré en mis brazos y sobre mis rodillas os meceré” (Is
66,12-13). Nunca palabras más tiernas ni más melodiosas alegraron mi alma ¡El ascensor
que ha de elevarme hasta el cielo son tus brazos, Jesús! Y para eso, no necesito crecer;
al contrario, tengo que seguir siendo pequeña, tengo que empequeñecerme más y más.
Tú, Dios mío, has rebasado mi esperanza, y yo quiero cantar tus misericordias”.

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Jesús nos dice en el evangelio de hoy que para ser grandes en el Reino de los cielos hay
que hacerse muy pequeños, como niños. Santa Teresita nos propone este camino
evangélico de la infancia espiritual para llegar a la santidad. Es un camino hecho de
sencillez y humildad, pues supone no cansarse nunca de estar empezando siempre en la
práctica de la virtud, confiando en la misericordia de Dios en medio de nuestras miserias
con las que nunca pactamos.
Un ejemplo concreto: el rezo del Rosario. Después del testimonio de santa Teresita sobre
sus dificultades para rezar bien esta oración, ya no tenemos excusa para poner manos a
la obra en este mes del rosario:
“Rezar yo sola el rosario (me da vergüenza decirlo) me cuesta más que ponerme un
instrumento de penitencia... ¡Sé que lo rezo tan mal! Por más que me esfuerzo por
meditar los misterios del rosario, no consigo fijar la atención... Durante mucho tiempo viví
desconsolada por esta falta de atención, que me extrañaba, pues amo tanto a la
Santísima Virgen, que debería resultarme fácil rezar en su honor unas oraciones que
tanto le agradan. Ahora me entristezco ya menos, pues pienso que, como la Reina de los
cielos es mi Madre, ve mi buena voluntad y se conforma con ella… La Santísima Virgen
me demuestra que no está disgustada conmigo. Nunca deja de protegerme en cuanto la
invoco. Si me sobreviene una inquietud o me encuentro en un aprieto, me vuelvo
rápidamente hacia ella, y siempre se hace cargo de mis intereses como la más tierna de
las madres”.
Si nos hacemos niños gozaremos también de las caricias de María, Madre nuestra.

VERÉ A DIOS
Jb 19, 21-27; Mt 18, 1-5. 10
Job no deja que le arrebaten su más honda esperanza. Su causa no está definitivamente
perdida. En el tiempo presente no podrá reivindicarse ante sí mismo, ante su familia y sus
amigos y al parecer su esperanza resultará fallida en la dimensión terrenal. No se rinde y
acepta que Dios disponga de los plazos y los términos para establecer justicia de manera
soberana. Job lo afirma sin vacilar: al final se alzará mi Vengador sobre el polvo.
Con esa esperanza firmemente arraigada se sobrepone a la adversidad y persiste en su
indignación, confiando a la vez en Dios. En ese sentido le viene bien el mensaje
evangélico: en el reinado de Dios es necesario hacerse como un niño, en tanto que el
niño es el símbolo de la pequeñez, de la entrega confiada en brazos de su madre. Por esa

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razón, quien mantiene la confianza en Dios, a pesar de la adversidad, alcanzará a ver la
dicha.
Espíritu Santo, dame tu luz en este momento de oración. Con la confianza de un niño pido
también la intercesión de mi ángel de la guarda, de modo que tenga la docilidad para
escuchar la Palabra y seguirla, como una oveja sigue a su pastor.


Jesús, concédeme el don de buscar, con la sencillez y la nobleza de un niño, el amor.

Hay una relación entre Dios y nosotros pequeños: Dios, el grande y nosotros pequeños.
Dios, cuando debe elegir a las personas, también a su pueblo, siempre elige a los
pequeños. Dios elige a su pueblo porque es el más pequeño, tiene menos poder que los
otros pueblos. Hay un diálogo entre Dios y la pequeñez humana. También la Virgen María
dijo: "El Señor ha mirado la humillación de su sierva". El Señor ve el corazón. El Señor
elige según sus criterios y elige a los débiles y los humildes, para confundir a los
poderosos de la tierra.
Todos nosotros con el bautismo somos elegidos por el Señor. Todos somos elegidos. Nos
ha elegido uno a uno. Nos ha dado un nombre y nos mira. Hay un diálogo, porque así
ama el Señor.
La fidelidad católica, nuestra fidelidad, es simplemente mantener nuestra pequeñez, para
poder dialogar con el Señor. Por esto la humildad y la mansedumbre son tan importantes
en la vida del católico, porque guarda la pequeñez, a la que le gusta mirar al Señor. Y
será siempre el diálogo entre nuestra pequeñez y la grandeza del Señor. (Cf Homilía de
S.S. Francisco, 21 de enero de 2014, en Santa Marta).
En cuántas instituciones se da una lucha despiadada en las personas por subir de rango
en su trabajo. Se pisa y se hunde al otro con tal de ser el mejor y estar por encima de los
demás. Llevamos a la práctica la frase maquiavélica de "el fin justifica los medios". Si hay
que ridiculizar, criticar o humillar a nuestro contrincante, lo hacemos.

También a los discípulos de Jesús les surgían estos aires de posesión que tiene todo
hombre, por eso le preguntan a Cristo quién será el primero en el reino de los cielos. Sin
embargo, Jesús les saca de dudas respondiéndoles que aquel que sea como un niño.
Respuesta un poco desconcertante porque todos eran ya mayores de edad y como que
eso de volver a las cosas de niño no se vería muy bien en ellos. Obviamente, Jesús se
refería a ser como niños en el espíritu, porque si alguien nos da ejemplo de inocencia,
sencillez, pureza, sinceridad, cariño son precisamente los niños. En ellos no se da el
doblez, morbosidad, envidia que desgraciadamente florece en algunas personas mayores.
Los niños conquistan a todo mundo precisamente por su espontaneidad e ingenuidad que
nace de su sencillez.

Que este evangelio sea una invitación a mirar la intención por la que buscamos las
virtudes espirituales. Si es por amor a nosotros mismos, para que nos vean las demás
personas, para que vean lo bueno que somos, o si las buscamos para crecer en nuestra
vida espiritual con esa sencillez con la que se dirige un niño a sus padres.

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Pidamos a Cristo la gracia de ganarnos el primer puesto en el reino de los cielos por
nuestra sencillez y sinceridad en el momento de servir a los demás.

Ante las tentaciones que se me puedan presentar hoy, pedir a Dios su gracia para evitar,
incluso, el pecado venial.

Gracias, Señor, por mi ángel de la guarda y por la gran esperanza que surge de esta
meditación. La cultura admira a la persona que por su propio esfuerzo tiene éxito, y esto
es bueno. Pero, como tu hijo, debo tener una visión más amplia: atesorar esa confianza y
dependencia a tu gracia, que es la que realmente logrará la trascendencia de mi vida.
Además, siempre recordar que hay muchas ovejas sin pastor que no deben quedarse
atrás ni perderse, si en mí está el poder ayudarles a volver o encontrar el redil. lo haré.
Hoy vivimos tan inmersos y preocupados por las realidades temporales, por el trabajo, el
dinero, la fama, que nos olvidamos fácilmente de las realidades espirituales. En este la
Iglesia nos da un toque de atención para que miremos a esa realidad sobrenatural que
nos rodea. Nos recuerda la existencia gozosa de los Santos Ángeles Custodios. Vamos a
tenerlos muy presentes siempre y hoy de manera especial en la oración. Oremos junto a
ellos, sintámonos unidos a sus alabanzas e himnos. Digamos con el salmista: “Te doy
gracias Señor, de todo corazón; delante de los ángeles tañeré para ti”.
Como primer punto sugiero la conveniencia de hacer un acto de fe en nuestro ángel
custodio. ¿Le has puesto ya un nombre? Es muy conveniente para dialogar con él
llamarle por su nombre. ¿A qué esperas para “bautizarlo”? Por si te ayuda, a mí me gusta
llamarle Jesús Ángel.
La palabra de Dios – Ex 23,20-23- nos asegura que: “Voy a enviarte un ángel por delante
para que te cuide en el camino y te lleve al lugar que he preparado para ti. Respétale y
obedécele”.
Y al meditar el salmo 90 se nos quitan muchos miedos:
A los ángeles ha dado órdenes
Para que te guarden en tus caminos
Tú que habitas al amparo del Altísimo,
Que vives a la sombra del Omnipotente,
Di al Señor: «Refugio mío, fortaleza mía,
Dios mío, confío en ti.»
Él te librará de la red del cazador,
De la peste funesta.
Te cubrirá con sus plumas,

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Bajo sus alas te refugiarás.

¿Quién es el más importante en el reino de los cielos? (Mt 18,1-5.10 )
Es una pregunta que muchas veces se da entre amigos, colegas, colaboradores,
familiares e incluso entre las personas consagradas a Dios. También brotó entre los
apóstoles y discípulos de Jesús. ¡Eran tan humanos! Jesús –maestro de maestros- va a
dar una lección a sus amigos para que se les quede bien grabada. Llamó a un niño y
colocándolo en medio del grupo les dijo: “Os digo que, si no volvéis a ser como niños, no
entraréis en el Reino de los cielos”. En la época de Jesús, los niños –junto con las
mujeres- eran los menos importantes de la sociedad, apenas eran importantes. Sin
embargo, Jesús elige un niño para señalar quién es el más importante en el Reino de los
Cielos. Con ello nos enseña, en primer lugar, que en su Reino los valores están
cambiados con respecto al mundo y en segundo lugar que para entrar en el Reino hay
que hacerse humildes, darse poca importancia según los esquemas del mundo. El que
quiera ganar su vida la perderá y el que la pierda por Jesús la ganará definitivamente.
Además, Jesús nos advierte con no despreciar a los niños por creer que son poco
importantes porque sus ángeles están siempre viendo a Dios, y nosotros si nos creemos
el centro del mundo podemos vernos privados de entrar en el reino de los Cielos, que es
lo verdaderamente importante.

Terminemos la oración dirigiéndonos a María que es la reina de los ángeles, para que
mande a sus servidores que vigilen nuestros pasos: María, madre mía, tú que tanto
cuidaste a tu Hijo Jesús, mientras lo veías crecer en Nazaret, enséñanos a no creernos
los más importantes y envía a tus ángeles para que nos custodien mientras caminamos
hacia el Padre.
ME SIENTO PEQUEÑO
Jb 38, 1. 12-21; 40, 3-5; Lc 10, 13-16
Las dimensiones de la pequeñez y la grandeza se contraponen claramente entre las dos
lecturas. De un lado encontramos a Job, que después de escuchar el monólogo divino,
experimenta la inconmensurable grandeza del Creador y su correspondiente pequeñez.
Job ha vociferado sin saberlo, cuestionando al Señor y en adelante, se callará porque
tantos interrogantes lo rebasan.

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La actitud que Job manifiesta no es la sumisa resignación, sino el reconocimiento humilde
de sus límites. Hay preguntas y cuestiones para las cuales no tenemos respuestas.
Por otra parte, el Evangelio de san Lucas denuncia la vanagloria y el engreimiento de los
poblados galileos que atestiguaron las señales y la prédica del Señor Jesús. El desaire y
el desinterés que los habitantes de Cafarnaúm y Betsaida mostraron hacia el profeta de
Nazaret, los hace responsables de su propia exclusión.

Gracias, Señor, por tu amor y por el prodigio que me das, en este momento, al invitarme a
dialogar contigo en esta meditación. Confío en Ti, Señor, y humildemente pongo mi
mente, mi corazón, mi vida, en tus manos.

Jesús, ayúdame a guardar el silencio necesario para poder escucharte.
Cuando nosotros estamos en tentación, no escuchamos la Palabra de Dios: no
escuchamos, no entendemos, porque la tentación nos cierra, nos quita cualquier
capacidad de previsión, nos cierra cualquier horizonte, y así nos lleva al pecado. Cuando
estamos en tentación, solamente la Palabra de Dios, la Palabra de Jesús nos salva.
Escuchar la Palabra que nos abre el horizonte... Él siempre está dispuesto a enseñarnos
como salir de la tentación. Y Jesús es grande porque no solo nos hace salir de la
tentación, sino que nos da más confianza.
Esta confianza es una fuerza grande, cuando estamos en tentación: el Señor nos espera,
se fía de nosotros así, tentados, pecadores, siempre abre horizontes. Y viceversa, el
diablo con la tentación cierra, cierra, cierra. (Cf. S.S. Francisco, 18 de febrero de 2014,
homilía en Santa Marta)


¡Ay de ti, que has visto muchos milagros y no te has convertido! Son muy duras las
palabras de Cristo contra estas dos ciudades, ciudades que nos pueden representar si no
creemos en los milagros que Cristo va cumpliendo cada día de nuestra vida.

¿Qué milagros ha hecho y no he creído? Cada uno en su vida personal puede decir
cuántos son los milagros que Dios ha hecho en su propia vida, pero los más comunes son
la Eucaristía, la conversión de nuestros corazones, las casualidades que no tienen otro
fundamento que el querer de Dios, nuestra propia vida cuando hemos estado en riesgo de
morir...

Lo que nos pide Cristo en este evangelio es que reflexionemos sobre todos esos milagros,
esas gracias que Dios nos va dado, para que se las agradezcamos como verdaderos
hijos, que aman a su Padre. Seamos agradecidos y pidamos la gracia de ver todo lo que
Dios nos ha dado.

Poner en mi agenda de actividades, el día en que voy a ir a confesarme.

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Señor, hazme darme cuenta que para escuchar y poder responder a tu llamada, debo
limpiar mi mente y mi corazón en el sacramento de la confesión. No soy digno de ser tu
discípulo misionero, por eso te pido me ayudes a crecer en la sinceridad y en la
honestidad, para que sepa aprovechar los medios espirituales que me ofrece tu Iglesia
El evangelio nos presenta a Jesús que recibe a sus discípulos muy contentos de sus
experiencias misioneras, en que se les sometían los demonios en el nombre de Jesús. Y
Jesús les dice qué es lo verdaderamente importante. Transcribo un texto de otro santo
Francisco, San Francisco de Asís, cuya fiesta se celebra el 4 de Octubre, y que comenta
este mismo evangelio de manera inspirada, “En la caridad que es Dios, ruego a todos mis
hermanos, predicadores, orantes, trabajadores, tanto clérigos como laicos, que procuren
humillarse en todo, no gloriarse ni gozarse en sí mismos, ni exaltarse interiormente de las
palabras y obras buenas, más aún, de ningún bien que Dios hace o dice y obra alguna
vez en ellos y por ellos, según dice el Señor: no os alegréis de que los espíritus se os
sometan. Y tengamos la firme convicción de que a nosotros no nos pertenecen sino los
vicios y pecados. El espíritu del Señor, en cambio, quiere que la carne sea mortificada y
despreciada, tenida por vil y abyecta. Y se afana por la humildad y la paciencia, y la pura,
y simple, y verdadera paz del espíritu. Y restituyamos todos los bienes al Señor Dios
altísimo y sumo, y reconozcamos que todos son suyos, y démosle gracias por todos ellos,
ya que todo bien de él procede. Y el mismo altísimo y sumo, único Dios verdadero, posea,
a él se le tributen y reciba todos los honores y reverencias, todas las alabanzas y
bendiciones, todas las acciones de gracias y la gloria, suyo es todo bien; sólo él es bueno.
Y si vemos u oímos decir o hacer mal o blasfemar contra Dios, nosotros bendigamos,
hagamos bien y alabemos a Dios, que es bendito por los siglos”.
HABLÉ DE GRANDEZAS QUE NO ENTENDÍA
Jb 42, 1-3. 5-6. 12-16; Lc 10, 17-24
El desenlace final del libro de Job pone a cada quien en su lugar. Job asume que sus
pretensiones fueron desmedidas, porque intentó indagar secretos que le rebasaban y
falló. Por su parte, Dios sentenció de alguna manera a su favor, desautorizando los
alegatos de Elifaz y los demás amigos de Job, porque no supieron hablar rectamente de
Dios, como sí logró hacerlo Job.
El planteamiento simplista de la retribución: "Dios premia a los buenos y castiga a los
malos", no puede absolutizarse porque termina por sumir en la desesperanza a los que
sufren tantos reveses en la vida.
Por eso mismo el Evangelio de san Lucas plantea un enfoque semejante: el Padre
esconde su misterio ante la mirada de los soberbios y lo desvela ante los ojos de los

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pequeños. Mientras que los eruditos de Jerusalén no descifraron el misterio de Jesús, sí
lo acogieron los campesinos y las mujeres de los poblados galileos.
Gracias, Señor, por mostrarme el camino para llegar al Padre, permite que sea un
pequeño y sea dichoso de estar cerca de Ti

Señor, concédeme ser sencillo para buscar siempre el camino que me lleve a Ti

Siempre como misioneros del Evangelio, con la urgencia del Reino que está cerca. Todos
deben ser misioneros, todos pueden escuchar la llamada de Jesús y seguir adelante y
anunciar el Reino.
Dice el Evangelio que estos setenta y dos regresaron de su misión llenos de alegría,
porque habían experimentado el poder del Nombre de Cristo contra el mal. Jesús lo
confirma: a estos discípulos Él les da la fuerza para vencer al maligno. Pero agrega: “No
estéis alegres porque se os someten los espíritus; estad alegres porque vuestros nombres
están escritos en el cielo”. No debemos gloriarnos como si fuésemos nosotros los
protagonistas: el protagonista es uno solo, ¡es el Señor! Protagonista es la gracia del
Señor. Él es el único protagonista. Nuestra alegría es sólo esta: ser sus discípulos, sus
amigos. Que la Virgen nos ayude a ser buenos obreros del Evangelio. (S.S. Francisco, 7
de julio de 2013)

¡Qué alegría de los discípulos después de una jornada tan exitosa! Los demonios les
temen, curan leprosos, hacen caminar a los paralíticos, dan la vista a los ciegos etc.

Todo perfecto después de unos días de misiones. Como tantos de nosotros que al final de
la semana nos alegramos porque nos ha ido bien en los estudios, hicimos el bien a una
persona, nos subieron el sueldo en nuestro trabajo, nos callamos cuando quisimos decir
una palabra ofensiva a alguien, aumentaron las ventas de nuestros negocios y demás
aspectos positivos que nos pudieron haber pasado. Nos sentimos contentos, como los
discípulos, porque las cosas salieron como nosotros queríamos. Sin embargo, Cristo nos
dice que no debería ser éste el motivo principal de nuestra alegría.

La satisfacción tan agradable y tan necesaria que experimentamos por haber hecho el
bien en esta tierra nos debería llevar a pensar en los méritos que ganamos para el cielo.
Este es el motivo principal por el cual deberíamos de estar contentos. Saber que hemos
actuado de tal forma que nuestros nombres están escritos en el reino de los cielos.

Sabiendo los motivos de nuestra verdadera alegría es como si hubiésemos encontrado el
tesoro que buscábamos en nuestra vida. Custodiemos este tesoro y no permitamos que
los ladrones de la vanidad, avaricia, egoísmo nos lo arrebaten.

Alegrarme con Jesús al hacer el bien en esta tierra, y saber que son méritos para el cielo.

Te doy gracias, Señor, porque esta oración provoca mi anhelo de corresponder a tu amor
con una vida santa. Ayúdame a vivir amando a los demás, por Ti, desde Ti y como Tú me
has enseñado.

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Vamos a imaginarnos un tetraedro –de cuatro caras, como sabemos- para poderlo mirar
desde alguna de las perspectivas que permite tal poliedro para hacer la oración.
Una cara: es domingo. Y eso debe ponernos en un clima festivo de oración:
agradecimiento al Padre de los cielos por la Creación; agradecimiento al Hijo, que nos
redimió con su muerte y resurrección que hoy celebramos; al Espíritu Santo, que nos
permite expresar y recibir el amor del Padre y del Hijo. Domingo, día del Señor, día para
el Señor, día con el Señor.
Otra cara: es 4 de octubre. Y se recuerda a san Francisco de Asís, aquel santo “pobre” y
predicador de la pobreza, tan sensible a las cosas de Dios que le llevó a proclamar:
“Laudato si, oh, mi Signore…” Y, 800 años más tarde, uno que lleva su nombre, el Papa
Francisco, tomó esta alabanza para hablarnos a todos de amar a la naturaleza y, sobre
todo, al ser humano. También podemos rezar con esto.
Otra cara, y van tres: están las lecturas 1ª y 3ª de la Misa de hoy. Y nos hablan del
sacramento del matrimonio, de su indisolubilidad en el amor. ¡Qué términos más bonitos
en ambas lecturas para meditar sobre lo que es el verdadero amor entre un hombre y una
mujer! Fijémonos en algunos y recemos con ellos:
No está bien que el hombre esté solo…
¡Ésta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne!
Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los
dos una sola carne.
Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre.
Dejad que los niños se acerquen a mí… (Sí, este término, entre otras cosas, nos habla
también del verdadero amor entre hombre y mujer, un amor que lleva a aceptar como
venidos de Dios todos los hijos que engendran por amor).

Y otra cara más, y completamos ya el tetraedro: está el precioso salmo de hoy, y que
propongo como última forma de orar hoy.
Que el Señor nos bendiga todos los días de nuestra vida.

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Se trata de una bendición, como se puede observar. ¡Que nuestra boca bendiga y no
maldiga! «Bendecid a los que os maldicen» (Lc 6,28); y luego san Pablo: «Bendecid a los
que os persiguen; bendecid, sí, no maldigáis» (Rom 12,14). Pidamos la bendición de Dios
y demos nuestra bendición a todos, incluso a los que nos persiguen o nos maldicen.
Bendecimos, no porque seamos corteses, sino porque nosotros hemos sido bendecidos
primero, porque la esencia del catolicismo es llenar de la bendición de Dios esta tierra
nuestra querida y cada uno de sus hombres y mujeres; porque de lo que está lleno el
corazón habla la boca.
Salgamos de la oración de hoy –y esta puede ser la prueba de que hemos rezado bien-
llenando el día de bendiciones. En el balance, al atardecer del día, examinémonos del
amor, de la bendición recibida, de las bendiciones emitidas.
Elige la cara del tetraedro desde la que vas a mirar y buena oración.

PD: Si eliges más de una cara para mirar, no pasa nada, nadie se va enterar… ¿o sí?
LO QUE VIERON EN MÍ
Is 5, 1-7; Flp 4, 6-9; Mt 21, 33-43
De viñas y viñadores nos hablan las dos lecturas. Es un símbolo familiar para la cultura
hebrea y por eso mismo, reaparece en numerosos libros bíblicos. El pueblo de Israel es
comparado con una viña; los dirigentes son los viñadores.
Tanto en Isaías como en el Evangelio de san Mateo el veredicto es el mismo: la ineficacia
y el abuso de poder fueron la nota característica. Tal como lo refiere el canto profético de
la viña: Dios esperaba justicia y derecho, es decir, bienes que no lo favorecerían a Él, sino
a su pueblo. Sin embargo, tales frutos no aparecieron por ninguna parte, pues lo que
prevaleció fue la violencia y la injusticia.
Dios no se cruza de brazos, al contrario, una y otra vez envía emisarios para exigir una
rendición de cuentas. Cuando el empecinamiento de los viñadores es desmedido, Dios
toma la decisión definitiva: despoja del encargo a los viñadores ineficaces.
Señor, mi oración sería diferente si tuviera una conciencia más clara de con Quién
pretendo dialogar. No merezco tu amor porque no he sabido corresponderte, pero hoy
todo puede cambiar por tu inmensa misericordia. Aquí estoy humildemente a tus pies,
esperando la gracia de poder experimentar tu presencia.
Dios mío, sé Tú el gran protagonista en mi vida, la única seguridad en mi existencia, que
todo dependa de tu voluntad y no de mis necios caprichos.

Arq. Roberto Saldivar Olague, [email protected]
Tel.+52-492-92-7-62-95

Discernimiento del autor y breve compilación de publicaciones de LA VERDAD CATOLICA,
CRUZADA DE SANTA MARIA, CATHOLIC.NET y de la predicación de los Hermanos Franciscanos
Y de la Biblia de América.
La parábola, sin embargo, nos habla de otra figura, de los que quieren tomar posesión de
la viña y han perdido la relación con el Dueño de la viña. Un Dueño que nos ha llamado
con amor, nos protege, pero luego nos da la libertad. Estas personas sienten que son
fuertes, se sienten autónomos ante Dios.
Éstos, lentamente, se mueven en esa autonomía, la autonomía en su relación con Dios:
“No necesitamos de aquel Dueño, ¡Que no venga a molestarnos!” Y seguimos adelante
con esto. ¡Estos son los corruptos! Los que eran pecadores como todos nosotros, pero
que han dado un paso hacia adelante, como si se hubieran consolidado en su pecado: ¡no
necesitan a Dios! Esto parece, porque en su código genético tienen esta relación con
Dios. Y como aquello no se puede negar, hacen un dios especial: ellos mismos son dios.
Son corruptos.
Esto es un peligro también para nosotros. En las comunidades cristianas los corruptos
solo piensan en su propio grupo. (Cf. S.S. Francisco, 3 de junio de 2013, homilía en Santa
Marta)

La parábola de hoy nos deja atónitos. El dueño del campo plantó una viña, la rodeó de
una cerca, cavó en ella un lagar, edificó una torre y por último la arrendó a unos viñadores
para que la trabajasen. Es aquí donde empieza lo inaudito porque uno a uno los viñadores
mataron a los servidores que envió el propietario.

El propietario podía haber enviado la guardia de la ciudad, sin embargo después de
mandar a varios de sus siervos envía a su hijo único. ¿Dónde está la prudencia de esta
actitud? ¿Dónde está escrito que en caso de que el heredero fuese asesinado el asesino
heredaría los bienes del propietario?

Cualquier persona con un poco de justicia diría que Jesús tomó una actitud un poco
insensata. Sin embargo, Cristo estaba contando su propia historia a los fariseos. ¿Por qué
justamente a los fariseos? Porque quería salvarlos, porque ninguno puede burlarse de
Dios cuya bondad y justicia son infinitas.

Sin embargo, esa viña también podemos ser tú y yo: tantos dones que hemos recibido de
parte de Dios con tanto amor y delicadeza, y que, tal vez, no hemos respondido siempre a
esos cuidados del Viñador celestial. Es más, quizá no le hayamos dado frutos buenos,
sino sólo uvas amargas y podridas. Cristo está esperando que también nosotros “le
demos los frutos a su tiempo”. ¿Qué frutos has dado a Dios hasta el día de hoy en tu
vida? ¿Eres tú uno de esos viñadores homicidas que rechazan a Cristo con su rebeldía,
incredulidad o indiferencia? Ojalá que no.

Cristo es la piedra angular de la historia. Y el reino de los cielos que Cristo ha conquistado
con su muerte por amor a nosotros se entregará sólo a esos que han sabido dar en el
momento oportuno los frutos de la viña al propietario. Cristo por tanto debe ser la piedra
angular de nuestra vida. No podemos permanecer indiferentes ante las exigencias de esta
parábola: o entregamos los frutos al propietario de la viña cuando él nos los pida o no se
nos entregará nada a cambio. No existe una tercera posibilidad. ¿Estaríamos preparados
si Cristo nos pidiera cuentas en este momento?

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Agradecer tantos dones que hemos recibido de parte de Dios con tanto amor y
delicadeza, y responder con obras a esos cuidados del Padre.
La Iglesia nos brinda hoy este día de témporas de acción de gracias.
Esta celebración orienta nuestra oración, y nos resulta relativamente fácil la comunicación
con el HACEDOR de todas las cosas.
Acción de gracias al final del verano por el fruto de las cosechas. Este es el contenido de
las témporas.
En presencia de Dios iniciamos nuestra oración. Pedimos a María, ya desde el comienzo,
que sepamos, como Ella, agradecer los dones del Señor: “porque el Poderoso ha hecho
obras grandes por mí”.
PROPONGO un decálogo de agradecimiento que nos puede ocupar todo el rato de
oración y otros muchos días de nuestra vida
1. Gracias por el don de la vida, origen de todos los demás dones.
2. Gracias por la Iglesia, que me acoge y conduce
3. Gracias por la familia, que me ha dado el ser y me ha educado en la fe
4. Gracias por el ambiente que acompaña mi recorrido católico
5. Gracias por los dones humanos del día a día
6. Gracias por las buenas amistades, que me hacen tanto bien
7. Gracias por los contratiempos, que me hacen ver las cosas en su verdadera
dimensión
8. Gracias por los medios que colocas a mi alcance y que me permiten crecer como
persona y como católico
9. Gracias por todos aquellos que son fieles en el lugar y tarea que les toca vivir.
10. Gracias también por la muerte, ella me ayuda a dimensionar adecuadamente cada
acontecimiento y me permite la unión definitiva con Dios.
Recorriendo pausadamente cada uno de estos puntos acabaremos la meditación con un
coloquio de agradecimiento por tanto bien recibido.

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Terminar recitando despacio el Padrenuestro.
Quienes realizamos la función de ser transmisores de valores o educadores de las
generaciones jóvenes, estamos metidos en un asunto de congruencia y credibilidad. La
conclusión que el apóstol san Pablo comparte a los católicos de Filipos es exigente: "lo
que aprendieron, y recibieron, y oyeron, y vieron de mí o en mí, eso llévenlo a la práctica".
Simplemente y sencillamente yo no podría afirmarlo de manera creíble delante de mis
hijos. Me conocen al dedillo y saben que se interpone una cierta brecha, que a veces se
ensancha y a veces se acorta, entre mi proceder y mi decir. La toma de conciencia de ese
desfase no es motivo de orgullo, al contrario es "una piedra en el zapato" que me estimula
a ser congruente, para no convertirme en un remedo de los viñadores perversos, que
abusaron de su función como administradores y usaron del poder para beneficio personal.
NO HAY DOS EVANGELIOS
Ga 1, 6-12; Lc 10, 25-37
La manera fogosa como san Pablo introduce su postura en relación a la salvación por
medio de la fe es enérgica y muy clara.
No hay dos Evangelios, no conviene dejarse enredar. Por encima del Evangelio de Jesús,
no existen autoridades apostólicas ni espirituales que lo puedan desautorizar.
Los adversarios del Evangelio genuino, pretenden afianzar el camino de obras de la ley
como fundamento de la salvación. Para san Pablo no existe tal opción: la salvación,
entendida como renovación integral de la persona, no puede desplegarse a partir de un
corazón lastrado por la condición pecadora.
Un hombre frágil no puede regenerarse por sí mismo. El sacerdote y el escriba que
pasaron de largo ante el herido, no conocían el rostro genuino de Dios; ellos veneraban a
un ídolo, es decir, a una concepción humana de Dios, donde el culto y la pureza habían
suplantado el rostro vivo del Dios compasivo.
Señor, dame la sabiduría y el amor para descubrir y actuar, buscando el bien de los
demás, en las diversas situaciones de mi vida cotidiana. No permitas que el ajetreo de mis
pendientes me haga pasar de largo y no ver a esa persona que necesita que me detenga
a platicar con ella para darle consuelo o simplemente una sonrisa.

Señor, concédeme un corazón grande para ayudar a todos, en todo momento.

En cambio el samaritano, cuando vio a ese hombre, “sintió compasión” dice el Evangelio.
Se acercó, le vendó las heridas, poniendo sobre ellas un poco de aceite y de vino; luego
lo cargó sobre su cabalgadura, lo llevó a un albergue y pagó el hospedaje por él... En
definitiva, se hizo cargo de él: es el ejemplo del amor al prójimo. Pero, ¿por qué Jesús
elige a un samaritano como protagonista de la parábola? Porque los samaritanos eran

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despreciados por los judíos, por las diversas tradiciones religiosas. Sin embargo, Jesús
muestra que el corazón de ese samaritano es bueno y generoso y que —a diferencia del
sacerdote y del levita— él pone en práctica la voluntad de Dios, que quiere la misericordia
más que los sacrificios. Dios siempre quiere la misericordia y no la condena hacia todos.
Quiere la misericordia del corazón, porque Él es misericordioso y sabe comprender bien
nuestras miserias, nuestras dificultades y también nuestros pecados. A todos nos da este
corazón misericordioso. El samaritano hace precisamente esto: imita la misericordia de
Dios, la misericordia hacia quien está necesitado. (S.S. Francisco, 14 de julio de 2013)

Muchas lecciones les ha dado Nuestro Señor a los fariseos, pero ninguna tan bella como
ésta. Es de esas ocasiones en las que Cristo da a conocer su doctrina y su mandamiento
a todos los hombres, y lo hace de manera muy velada.

Amar al prójimo no es muy fácil, porque requiere donarse a los demás, y ese donarse
cuesta, porque no a todos los tratamos o queremos de la misma manera. Por ello
tenemos que lograr amar a todos por igual, sin ninguna distinción. Quererlos a todos, sin
preferir a nadie. Es difícil más no imposible.

Dios nos ha dado el ejemplo al vivir su propia doctrina: "no hay amor más grande que el
que da la vida por sus amigos", pero Él no la dio solo por sus amigos, sino también por
sus enemigos, y muchos santos han hecho lo mismo.

Imitemos a Cristo en su vida de donación a los demás, y vivamos con confianza y
constancia su mandamiento: "vete y haz tú lo mismo".

Señor, Tú lo sabes todo: mi debilidad al amar a los demás, especialmente aquellos que
están más cerca de mí, porque si hay impaciencia, si hay juicios temerarios, si hay
indiferencia, no hay verdadero amor. Ayúdame a crecer en la convicción de que Tú me
has creado para amar y servirte en esta vida y que sólo superando mi egoísmo mediante
la vivencia del amor, podré gozar de Ti y alabarte eternamente en el cielo.
Como militantes de Santa María, podemos direccionar hoy nuestra oración meditando el
Ave María.
Dios te salve, María: Contemplamos al arcángel Gabriel, en su momento más gozoso;
anunciando a la humanidad entera en su Historia, a través de una adolescente, que Dios
se hace niño para redimirnos. ¡Qué emoción y sentimientos tan fuertes transmitiría
Gabriel, esperando el sí de nuestra madre!

Llena eres de gracia: ¿Cómo puede ser una persona llena de gracia, escogida por Dios,
que no conoce la mancha del pecado, que su vida rebosa de la esperanza del Dios
viviente? ¿Nos animamos a imitarla?

El Señor está contigo: Todos los días, hasta el final de los tiempos, a través de ella, y
con nosotros. En cada momento, Dios está a nuestro lado; contemplándola a ella le
veremos más claro.

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Bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús: Es
el grito de la humanidad a María que se inicia en boca de Isabel, porque lleva a Cristo
dentro de ella, y nosotros también lo llevamos dentro, en la Eucaristía, que nos fortalece
para transmitirlo a los demás.

Santa María, madre de Dios y madre nuestra: ruega por nosotros, pecadores, tibios,
vacilantes, entusiastas pero con altibajos... hoy y en este momento, para que nuestras
decisiones se encaminen siempre a realizar la voluntad de Dios, y en la hora de nuestra
muerte, para que seamos dignos de alcanzar las promesas de nuestro Señor Jesucristo.

MARÍA Y PABLO
Ga 1, 13-24; Lc 10, 38-42
La contraposición que nos expone el Evangelio tiene algo de artificial. El servicio y la
escucha de la Palabra de Dios no se contraponen, más bien se complementan. Basta
mirar al mismo Señor Jesús que adjuntó su escucha obediente de la voluntad de su Padre
con la actitud de servicio y entrega generosa a los hambrientos y enfermos. Quien oye a
Dios y a Jesús se dispone a servirlo en los necesitados.
San Pablo también concilió de manera armoniosa su ministerio de servicio como guía,
maestro y apóstol de las comunidades, en una palabra como un servidor esforzado y
generoso, hasta el punto que afrontó riesgos innumerables por causa del Evangelio, con
su escucha atenta de la voluntad del Padre.
El apóstol no solamente recibió revelaciones de parte de Jesucristo, también se humilló y
asumió una actitud de verdadero discípulo, cuando se dispuso a escuchar el testimonio
del apóstol Pedro, testigo principal de la vida y mensaje de su Señor.
Jesús, así como aquel día entraste en la casa de Marta, hoy también vienes en esta
oración a mi vida. Ayúdame a ponerme espiritualmente a tus pies. Quiero dejar de lado
todas las distracciones, preocupaciones, ideas y sentimientos que me impidan ponerme a
tu escucha.

Jesús, ayúdame a escoger siempre la mejor parte, que es la oración, que es tu Reino, que
es tu amor.

En la Iglesia, contemplación y acción, simbolizadas de alguna manera por las figuras
evangélicas de las hermanas Marta y María, deben coexistir e integrarse. La prioridad
corresponde siempre a la relación con Dios y el verdadero compartir evangélico debe
estar arraigado en la fe. A veces, de hecho, se tiene la tendencia a reducir el término
"caridad" a la solidaridad o a la simple ayuda humanitaria. En cambio, es importante
recordar que la mayor obra de caridad es precisamente la evangelización, es decir, el

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"servicio de la Palabra". Ninguna acción es más benéfica y, por tanto, caritativa hacia el
prójimo que partir el pan de la Palabra de Dios, hacerle partícipe de la Buena Nueva del
Evangelio, introducirlo en la relación con Dios: la evangelización es la promoción más alta
e integral de la persona humana. Como escribe el siervo de Dios el Papa Pablo VI en la
Encíclica Populorum progressio, es el anuncio de Cristo el primer y principal factor de
desarrollo. La verdad originaria del amor de Dios por nosotros, vivida y anunciada, abre
nuestra existencia a aceptar este amor haciendo posible el desarrollo integral de la
humanidad y de cada hombre. (Benedicto XVI, Mensaje para la Cuaresma 2013).


Se cuenta que, en una ocasión, un famoso científico alemán quiso realizar una expedición
por el Amazonas. Era una eminencia en los diversos ramos del saber. Llegado al Brasil, le
pidió a uno de los naturales del lugar que lo llevara en su barca, río adentro. El joven
aceptó con gusto. Durante la travesía, el sabio preguntó al joven: ¿Sabes astronomía?
No. ¿Y matemáticas? Tampoco. ¿Y biología o botánica? –No, yo no sé nada de esas
cosas, señor –le respondió el muchacho, muy confundido—. Yo sólo sé remar y nadar.
¡Qué pena! –le dijo el científico— has perdido la mitad de tu vida. Y guardaron silencio. Al
cabo de una media hora se precipitó una tormenta tropical y la barca amenazaba
naufragar. Entonces el barquero preguntó al científico: ¿Sabe usted nadar, señor? –No –
contestó el sabio-. Y el muchacho, con tono apenado, le dijo: -¡Pues usted ha perdido
toda su vida!

Esta simpática historia nos puede ayudar a comprender que hay cosas buenas y
necesarias, pero que no son las más importantes de la vida. Mientras que otras, aunque
sean aparentemente menos importantes, son las más fundamentales. En otras palabras,
nos descubre el sentido de lo esencial.

El Evangelio de hoy es uno de los pasajes que a mí más me gustan, precisamente porque
nos revela de una manera clarísima el sentido de lo esencial en nuestra vida.

A Jesús le complacía hospedarse en la casita de Betania porque allí tenía buenos amigos
que lo querían, lo acogían con gusto y con quienes pasaba unos ratos de descanso y de
familiaridad muy agradables. Lázaro, Marta y María eran amigos y confidentes de nuestro
Señor. Marta –la hermana mayor— fungía de anfitriona, de ama de casa, y se multiplicaba
para atender lo mejor posible a un Huésped y a un Amigo tan singular. Y la señora de
casa hacía todo lo posible por ofrecerle lo mejor y por "lucirse" en el servicio y en las
atenciones... "Se multiplicaba para dar abasto con el servicio" nos dice el evangelista.

Mientras tanto, María, toda despreocupada, "sin hacer nada", se sentaba plácidamente a
los pies del Señor a escuchar su palabra. Marta, toda nerviosa y ajetreada, se para
entonces un momento y, en tono de queja, le dice a Jesús que le pida a la hermana
menor que la ayude en el servicio, ya que ella no alcanza con todo.

Seguramente esperaba que, ante la petición del Maestro, su hermana se levantara a
ayudarla. Y, sin embargo... ¡le salió el tiro por la culata! No sólo no logró que María le
echara una mano, sino que, además, se ganó una dulce reprensión de parte del Señor:
"Marta, Marta, tú te inquietas y te turbas por muchas cosas... pero sólo UNA es necesaria
–le dice-. María ha escogido la mejor parte, y no le será arrebatada".

Yo creo que no siempre se ha hecho justicia a Marta. Tal vez hemos pensado que Marta

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se ganó la "regañina" del Señor porque estaba equivocada. No. Marta estaba haciendo
una cosa estupenda, maravillosa: estaba sirviendo al Señor. ¡Qué privilegio! Sin embargo,
a pesar de todo, sí tuvo un error, y Jesús no tardó en hacérselo ver. El problema no está
en servir al Señor, sino en la manera de hacerlo. Lo que Jesús reprueba no son sus
servicios y sus atenciones, sino la agitación, la dispersión, el andar corriendo en mil
direcciones y perder la paz del corazón.

Marta se deja ganar por lo urgente y sacrifica lo importante; se queda con lo accidental y
descuida lo esencial; se deja copar por el activismo y olvida la contemplación, la escucha
de la palabra del Señor, que es lo que verdaderamente importa. Olvidó que la llegada del
Señor a su casa era la gran oportunidad para estar con Él y escucharlo, y prefiere, en
cambio, la acción. Pero cae, al mismo tiempo, en la precipitación, en el ruido, en la
agitación y el nerviosismo. "La prisa –nos dice Tito Livio en un pasaje de sus Anales- es
imprudente y ciega". Marta acoge a Jesús en su casa, pero María lo acoge dentro de su
corazón, en su propia intimidad.

Tal vez incluso Marta quería quedar bien ante el Señor, reservándole lo mejor de sus
servicios, pero se quedó en las cosas del Señor; mientras que María escogió al Señor de
las cosas y le entregó su ser entero.
Por eso, creo que habría que preguntarnos hoy a qué damos nosotros más importancia
en nuestra vida: al "actuar" o al "ser"; al activismo y a una cierta "herejía de la acción" o a
la oración y a la contemplación, que es la condición indispensable para una acción
fecunda en el apostolado. Si no tenemos el corazón lleno de Dios, nuestra acción será
sólo un ruido vacío y estéril. "Mucho ruido y pocas nueces", reza el proverbio popular.

No se trata de preferir una de las dos actitudes y de descartar la otra. Hemos de unir las
dos dimensiones en nuestra vida, pero insistiendo en lo ESENCIAL: oración y acción,
escucha y servicio. Pero siempre, poniendo lo primero en el lugar que le corresponde.
Ojalá que a nosotros no nos tenga que llamar la atención nuestro Señor, como a Marta:
"Tú te inquietas y te turbas por muchas cosas, pero una sola es necesaria".

Ojalá que nosotros sepamos, como María, escoger la parte mejor –al Señor- pues nadie
nos lo arrebatará. ¡Él es el Único necesario! Todo lo demás nos lo dará Él por añadidura.

Jesús, gracias por este momento de oración. Quiero permanecer a tus pies, como María,
porque mi vida depende de escucharte y experimentar tu cercanía. Dame la gracia de que
en mi vida triunfe siempre la gracia sobre el pecado, la fidelidad sobre las tinieblas, el
amor sobre el egoísmo, la oración sobre el activismo. Porque sólo si me lleno de Ti, podré
darte a los demás.
Cuantas victorias nos proporciona a nosotros militantes el rezo del rosario. La primera es
su rezo diario. Distraídos, quizás, en medio de la calle, a veces a medias, a prisa…Pero a
diario trayendo en medio del mundo la intercesión de la Virgen. Algo tan sencillo como el
rezo repetido del Ave María, cuanta eficacia en nuestras vidas tiene. El que se acoge a
María no se ve abandonado, persevera y es apóstol.
Hoy tras ponernos en la presencia de Jesús, hacer la oración junto a María. Repetir
muchas veces su nombre, pedirla que ruegue por nuestras necesidades, por nuestras

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debilidades, por nuestras ilusiones. Pedirla que su Hijo nos llene de gracia, ella que es la
medianera. Que no nos deje caer en las tentaciones, que nos haga conscientes de por
donde se nos cuela el demonio. Donde ella está o cuando se la invoca el demonio se
esfuma. Hoy más que nunca el demonio intenta separar a las familias y a las personas,
de cumplir sus compromisos. Cuánto cuesta ser fieles a ellos. Pedirla ella que es la fiel
esclava del Señor. Esa fidelidad es la que nos permite ser libres.
Jesús nos indica como orar, a través del Padrenuestro. A diario lo hacemos en el rezo del
Rosario. Repetirlo en la oración y durante el día. Santificar las realidades con nuestro
trabajo, haciendo la voluntad de Dios en cada momento, extender su reino a través de
nuestras obras y acciones. Hoy la fe, está más amenazada que en el pasado, como
recordábamos al principio. Podemos quizá volver a rezar el Rosario con más fervor.
Somos militante de la Virgen, que ella nos infunda un amor grande a Jesús que culmine
en que llegue a las almas. Hoy tiene que ser un día grande y especial para todos
nosotros.
PERDÓNANOS NUESTROS PECADOS
Ga 2,1-2.7-14; Lc 11,1-4
Esta súplica no es una oración superficial, de ninguna manera; es un reconocimiento de
una doble dimensión propia de nuestra condición de creyentes. De un lado nos abruma la
fragilidad y sucumbimos al embate del pecado; pero por otra parte, nos reanimamos y
salimos adelante cada vez que solicitarnos el perdón y el Señor nos lo concede.
La esperanza en la victoria de Dios y su reinado nos sustentan. El apóstol san Pablo nos
comparte los altibajos y desatinos que contaminaron la relación entre los mismos
apóstoles, cuando trataron de congraciarse con los miembros del partido judaizante. En la
confusión fueron arrollados Pedro y Bernabé. San Pablo se mantuvo firme, no mediatizó
la verdad del Evangelio y resistió sin vacilar. Las tensiones que se generaron en esa
ocasión, dividieron momentáneamente a los apóstoles, la unidad se fragmentó, pero
finalmente prevaleció la fe genuina y se preservó el Evangelio de la libertad cristiana.
Señor, creo y confío plenamente en tu misericordia ante mis debilidades. Permite que este
momento de intimidad contigo sea el medio por el cual aprenda a orar, como Tú quieres
que lo haga. Dame el don de tu Espíritu Santo, e inspírame lo que debo pensar, lo que
debo decir y cómo debo actuar para que Tú reines en mi corazón.

Padre nuestro, que estás en el cielo, te pido que vengas a mi corazón.

Para rezar no hay necesidad de hacer ruido ni creer que es mejor derrochar muchas
palabras. No podemos confiarnos al ruido, al alboroto de la mundanidad, que Jesús
identifica con “tocar la tromba” o “hacerse ver el día de ayuno”. Para rezar no es necesario

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el ruido de la vanidad: Jesús dijo que esto es un comportamiento propio de los paganos.
La oración no es algo mágico; no se hace magia con la oración; esto es pagano.
Entonces, ¿cómo se debe orar? Jesús nos lo enseñó: Dice que el Padre que está en el
Cielo “sabe lo que necesitas, antes incluso de que se lo pidas”. Por lo tanto, la primera
palabra debe ser “Padre”. Esta es la clave de la oración. ¿Es un padre solamente mío?
No, es el Padre nuestro, porque yo no soy hijo único. Ninguno de nosotros lo es. Y si no
puedo ser hermano, difícilmente puedo llegar a ser hijo de este Padre, porque es un
Padre, con certeza, mío, pero también de los demás, de mis hermanos. (Cf. S.S.
Francisco, de 2013, homilía en Santa Marta)

En el mundo del deporte, además de las habilidades personales, un excelente entrenador
juega un papel decisivo. Es parte de nuestra naturaleza el tener que aprender y recibir de
otros. Puede parecer una limitación pero es, al mismo tiempo, un signo de la grandeza y
de la maravilla del hombre.

En el Evangelio del día, los discípulos le piden a Jesús: Señor, enséñanos a orar.... La
oración es el gran deporte, la gran disciplina del católico. Y lo diría el mismo Jesús en el
huerto de Getsemaní: Vigilen y oren para que no caigan en tentación. Él es nuestro mejor
entrenador. Hoy, nos ofrece la oración más perfecta, la más antigua y la mejor: el Padre
Nuestro. En ella, encontramos los elementos que deben caracterizar toda oración de un
auténtico católico. Se trata de una oración dirigida a una persona: Padre; en ella,
alabamos a Dios y anhelamos la llegada de su Reino; pedimos por nuestras necesidades
espirituales y temporales; pedimos perdón por nuestros pecados y ofrecemos el nuestro a
quienes nos han ofendido; y, finalmente, pedimos las gracias necesarias para permanecer
fieles a su voluntad. Todo ello, rezado con humildad y con un profundo espíritu de
gratitud.

Ojalá que sea, el Padre Nuestro, la oración de todas nuestras familias pero, sobre todo, el
reflejo de nuestras vidas como católicos y discípulos de Jesucristo.

Ofrecer a Dios cumplir su voluntad con el rezo meditado del Padre nuestro.

Señor, te pido que me ayudes a vivir siempre unido a Ti en mi oración, sabiendo que no
es lo que diga sino cómo lo diga, lo que importa. Que mi relación contigo no se limite al
tiempo que dedico a mi meditación o la celebración de la Eucaristía. Te necesito
permanentemente cerca de mí, para no caer en la tentación, para poder vivir
auténticamente el amor, para ser un incansable y eficaz discípulo y misionero.
8 octubre 2015. Jueves de la XXVII semana de Tiempo Ordinario – Puntos de
oración
Las lecturas de hoy nos recuerdan cuántas veces vivimos en la desconfianza sin recordar
lo que puede el Señor en nosotros si le dejamos. La súplica de nuestra oración de hoy
puede ser: “Señor, que confíe en tu Amor” y podemos situarnos al inicio de la oración
como uno de esos “arrogantes” que menciona la primera lectura que entregan su vida al
placer y que ignoran la Palabra del Señor. Podemos imaginarnos la vida de esos israelitas
que habían traicionado al Dios de sus padres ante el ejemplo de los pueblos paganos y su

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modo de razonar: “Nos parecen dichosos los malvados; a los impíos les va bien; tientan a
Dios y quedan impunes”. Podemos imaginarnos también ese resto de Israel que se
mantiene fiel a la Ley del Señor que sufrían las injusticias de los otros. Que observaban la
aparente buena suerte de los malos y, sin embargo, perseveraban confiando en el Señor.

Después, podemos dejar que esa situación ilumine nuestra vida, señalando esos
momentos en que nos dejamos llevar por las apariencias y nos dejamos conquistar por el
mundo. Y esos otros en los que nos abandonamos en sus manos para seguir siendo
fieles a pesar de las dificultades o de caminar a contracorriente. Desde esa reflexión,
volvamos el corazón al Señor diciendo: “Dichoso el hombre que ha puesto su confianza
en el Señor” y ver cómo nos responde: “Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y
se os abrirá; porque quien pide recibe, quien busca halla, y al que llama se le abre” o “A
los que honran mi nombre los iluminará un sol de justicia que lleva la salud en las alas”.
En iniciar un coloquio con Él que nos sostiene en silencio en contraste con las
desalentadoras apariencias del mundo.
LA FE Y EL ESPÍRITU
Ga 3,1-5, Lc 11,5-13
Con la pasión al límite, como "un volcán en erupción", san Pablo increpa a los católicos de
Galacia por la confusión en que se han dejado aprisionar. Habían comenzado
acertadamente su camino católico, reconociéndose salvados por la fuerza de la fe en
Cristo y ahora los estaban deslumbrando unos predicadores que querían cargarles el
yugo de la circuncisión y todas las obligaciones de ahí derivadas.
Habiendo recibido el Espíritu, sabrían descifrar la gratuidad de la salvación.
La argumentación de esta carta encaja perfectamente con el Evangelio, donde el Señor
Jesús alecciona a sus discípulos, y los exhorta a que confíen en Dios, que es bueno con
sus hijos. La conclusión resulta impecable: si los humanos son buenos con los suyos, con
cuanta mayor razón lo será el Padre celestial con sus hijos. El don mayor que el Padre
otorga es el la presencia misma de su Espíritu Santo.
Señor, vengo ante Ti con la confianza y la seguridad que Tú eres mi Padre, dispuesto a
darme todo lo bueno que necesito, aunque muchas veces no sepa pedirlo ni agradecerlo.
Me dices que pida, que toque, que busque… esas son las intenciones de mi oración.
Señor, dame las gracias que más necesito para mi santificación.
Porque todo el que pide recibe, y el que busca encuentra y al que llama, se le abrirá'. Pero
se necesita, buscar y tocar a la puerta. Nosotros, ¿nos involucramos en la oración?
¿Sabemos tocar el corazón de Dios? En el evangelio Jesús dice: ‘Pues si ustedes, siendo
malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más su Padre celestial dará el
Espíritu Santo a quienes se lo pidan!’ Esto es algo grande.

Arq. Roberto Saldivar Olague, [email protected]
Tel.+52-492-92-7-62-95

Discernimiento del autor y breve compilación de publicaciones de LA VERDAD CATOLICA,
CRUZADA DE SANTA MARIA, CATHOLIC.NET y de la predicación de los Hermanos Franciscanos
Y de la Biblia de América.
Cuando oramos valientemente, el Señor nos da la gracia, e incluso se da a sí mismo en la
gracia: el Espíritu Santo, es decir, ¡a sí mismo! Nunca el Señor da o envía una gracia por
correo: ¡nunca!
¡La lleva Él mismo! ¡Él es la gracia! Lo que pedimos es un poco como el papel en que se
envuelve la gracia. Pero la verdadera gracia es Él que viene a traérmela. Es Él. Nuestra
oración, si es valiente, recibe lo que pedimos, pero también aquello que es lo más
importante: al Señor. (Cf. S.S. Francisco, 10 de octubre 2013, homilía en Santa Marta).
Cuando recorremos alguna playa o las zonas costeras y percibimos la arena y los
acantilados, no podemos menos que maravillarnos del poder del agua. No es que el agua
sea fuerte en sí... A base de la constancia y la perseverancia es capaz de perforar, limar o
erosionar cualquier tipo de roca o de superficie.
El Evangelio de hoy nos habla de la perseverancia en la oración. “Pedid y se os dará;
buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá...”. Un ejemplo tan humano como el del amigo
que nos viene a pedir tres panes a medianoche, es suficiente para hacernos pensar sobre
la realidad de este hecho.

En el caso de la oración, no se trata de una relación entre hombres más o menos buenos
o, más o menos justos. Se trata de un diálogo con Dios, con ese Padre y Amigo que me
ama, que es infinitamente bueno y que me espera siempre con los brazos abiertos.
¡Cuánta fe y cuánta confianza necesitamos a la hora de rezar! ¡Qué fácil es desanimarse
a la primera! ¡Cómo nos cuesta intentarlo de nuevo, una y mil veces! Y sin embargo, los
grandes hombres de la historia, han sufrido cientos de rechazos antes de ser reconocidos
como tales.
Ojalá que nuestra oración como cristianos esté marcada por la constancia, por la
perseverancia con la cual pedimos las cosas. Dios quiere darnos, desea que hallemos,
anhela abrirnos... pero ha querido necesitar de nosotros, ha querido respetar nuestra
libertad. Pidamos, busquemos, llamemos, las veces que haga falta, no quedaremos
defraudados si lo hacemos con fe y confianza. Dios nos ama y quiere lo mejor para
nosotros. Colaboremos con Él. ¡Vale la pena!

Hacer el esfuerzo de salir de mí mismo, para que mi oración no se limite a la petición.
Señor, redescubrir mi fe por medio del encuentro contigo en tu Palabra y en la Eucaristía,
es la ruta trazada. Esforzarme por conocer más el Catecismo, el Credo y los documentos
del Concilio Vaticano II serán los medios. Y todo será posible con tu gracia, la cual suplico
por la intercesión de tu Santa Madre María, para que también ella me guíe para vivir
plenamente este año de gracia en lo personal, en lo familiar y en la Iglesia.

9 octubre 2015. Viernes de la XXVII semana del Tiempo Ordinario – Puntos de
oración
El que no está conmigo está contra mí. Cristo no puede hablar más claro. ¿Qué tiene de
bueno estar contra el hombre mejor y más genial de la historia, que es Dios?
Si yo echo los demonios con el dedo de Dios, entonces es el reino de Dios que ha llegado
a vosotros. Está claro: Jesús no hacía nada sin el Padre.

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¿Cuento yo con Él para hacer las cosas?
Señor, la vida del hombre que está contra ti está abocada al fracaso, al infierno. Estar
contigo es la única opción razonable, y yo opto por esa decisión, no porque no tenga más
remedio, sino porque tú eres mi Vida, y yo no prefiero la muerte. Tu reino de libertad, de
amor y de paz ya ha llegado, y yo lo prefiero a las mortíferas ofertas que propone Belzebú
y conducen a la esclavitud y a la muerte. No permitas Señor que me deje engañar por el
Enemigo de la Vida.
Dice el Salmo: El Señor juzgará el orbe con justicia. ¿Cómo juzgo yo?
Te doy gracias, Señor, de todo corazón, proclamando todas tus maravillas; me alegro y
exulto contigo y toco en honor de tu nombre, oh Altísimo.
Demos gracias a Dios por este tiempo que nos regala, por la vida, por su misericordia que
nos llena de confianza.
El mes de octubre, es el mes misionero, el mes del rosario.
En 1978 el Papa San Juan Pablo II sorprendió al mundo, poco después de ser elegido
Pontífice, con esta frase en la Plaza de San Pedro: "Mi oración preferida es el
Rosario" (29 de octubre) y luego en muchísimas ocasiones fue recomendando esta
hermosa práctica de piedad. Suyas son las siguientes exclamaciones: "El Rosario es una
escalera para subir al cielo" (29 de octubre 1979). "El Rosario nos proporciona dos alas
para elevarnos en la vida espiritual: la oración mental y la oración vocal" (29 de abril
1979). "Es la oración más sencilla a la Virgen, pero la más llena de contenidos
bíblicos" (21 de octubre 1979). Cuando fue en peregrinación al santuario de Nuestra
Señora del Rosario de Pompeya, San Juan Pablo II hizo allá un bellísimo sermón acerca
del Rosario. En él dijo: "El Rosario es nuestra oración predilecta. Cuando la rezamos, está
la Santísima Virgen rezando con nosotros. En el rosario hacemos lo que hacía María,
meditamos en nuestro corazón los misterios de Cristo" (Lc. 2, 19).
En el año teresiano te invito a reflexionar con esta frase de la Santa: «Buscarte has en mí,
y a mí buscarte has en ti»
LOS HIJOS DE ABRAHÁN
Ga 3, 7-14; Lc 11, 15-26

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Para la tradición bíblica es sabido que Abrahán es el prototipo del creyente; cuando
escaseaban las razones para creer en las promesas, se arriesgó a desinstalarse de sus
seguridades y se puso en camino, confiando únicamente en la Palabra del Señor. Esa fe
confiada le alcanzó la bendición y recibió tierra y descendencia.
Para San Pablo resulta más que claro que la bendición no precisa de las obras de la ley,
sino de la fe. Por ese camino conviene transitar, si se quiere recibir el Espíritu prometido.
En el Evangelio de san Lucas, advertimos que quienes no disponen de la fuerza
penetrante y dinamizadora del Espíritu se escandalizan y rechazan a Jesús.
Inventan excusas infantiles para desautorizar las señales cumplidas por el Maestro,
acusándolo de manera burda de ser aliado de Satanás.
Señor, tu Reino sólo puede existir en la unidad. Mi debilidad me lleva, no pocas veces, a
dividirme interiormente, poniéndote en el centro de mi vida pero sin animarme a quitar
todo aquello que me hace alejarme de tu amor. Te pido, en esta oración, tu luz y la
fortaleza para saber vivir en la unidad de la fe y en comunión con tu voluntad.

Jesús, concédeme la gracia de vivir con autenticidad mi fe católica.

Cuando el espíritu inmundo sale del hombre, ‘vaga por lugares desiertos, buscando
reposo, y no hallándolo, dice: Volveré a mi casa de donde salí. Y cuando la encuentra
‘barrida y adornada’, entonces va y ‘toma otros siete espíritus peores que él, que vienen y
toman posesión de la morada’. Y, así, el postrer estado de aquel hombre resulta peor que
el primero.
La vigilancia…, porque la estrategia de él es aquella: ‘Te has convertido en un católico, ve
adelante en tu fe, te dejo, te dejo tranquilo. Pero luego, cuando te acostumbras y no
vigilas tanto y te sientes seguro, voy a estar de vuelta’. ¡El evangelio de hoy comienza con
el demonio expulsado y termina con el demonio que vuelve! San Pedro lo dijo: “Es como
un león feroz, que gira a nuestro alrededor". Es así.
‘Pero, padre, ¡usted es un poco anticuado! Nos hace asustar con estas cosas...’. ¡No, yo
no! ¡Es el Evangelio! Y no se trata de mentiras: ¡es la Palabra del Señor! Le pedimos al
Señor la gracia de tomar en serio estas cosas. Él vino a luchar por nuestra salvación. ¡Él
ha vencido al demonio! Por favor, ¡no hagamos tratos con el diablo! Él trata de volver a
casa, a tomar posesión de nosotros... ¡No relativizar, sino vigilar! ¡Y siempre con Jesús!
(Cf. S.S. Francisco, 11 de octubre de 2013, homilía en Santa Marta).

La multitud queda admirada ante el milagro que Jesús realiza de arrojar un demonio, pero
algunos lo acusan de echar los demonios por orden de Satanás o le piden un "signo del
cielo", pues el arrojar demonios no parece serlo.

En la respuesta de Jesús se aprecian cuatro pasos:
- un razonamiento: también los discípulos de los rabinos que lo acusan arrojan demonios,
luego ¿también ellos están endemoniados?

- un anuncio: si Jesús los arroja es porque ha llegado el Reino de Dios. (En efecto, en Lc
4,16 Jesús pone de relieve los contornos del reino que viene a predicar, cuya síntesis

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consiste en la liberación de los hombres del poder del pecado por su muerte en la cruz y
su resurrección).

- un ejemplo: la metáfora sobre el hombre débil y el fuerte ejemplifica claramente la
antítesis entre Satanás y Jesús. La conclusión que se extrae de él es que la victoria de
Jesús es radical y definitiva.

- una invitación a ponerse de parte de Cristo, a seguirlo, pero sin bajar la guardia, viviendo
el Evangelio. Jesús no oculta el riesgo que corre quien decide seguir sus huellas: las
fuerzas del mal podrían regresar para vencer al seguidor de Cristo.

Concluyendo, en este pasaje se nota un recrudecerse de las relaciones de Cristo con sus
adversarios. Desde el inicio del Evangelio notamos la oposición que Cristo encuentra
contra su propia persona y contra su mensaje. Este conflicto llegará a su culmen en la
pasión.

Hacer una visita al Santísimo Sacramento para preparar mi próxima confesión
sacramental.

Jesucristo, tu omnipotencia es clara señal de que eres el Hijo de Dios, dador de todos los
bienes. Pero yo no quiero acercarme a Ti para pedir pruebas o los bienes materiales que
ocupan mi atención. Yo sólo te suplico me des la fe necesaria que me permita alejarme de
vivir mi catolicismo rutinariamente. Dame sinceridad de vida y la gracia de ser siempre fiel
a mi conciencia.
10 octubre 2015. Sábado de la XXVII semana de Tiempo Ordinario – Puntos de
oración
Empezamos nuestra oración invocando al Espíritu Santo: “Ven Espíritu Divino e infunde
en nuestros corazones el fuego de tu amor”.
En la lectura del libro de Joel se nos cuenta que el Señor nos protege. Cuida del mal a su
pueblo y prometen la derrota sus enemigos. El enemigo es el pecado. Dios nos envió a su
Hijo, Jesucristo, que venció, con su pasión, muerte y resurrección, el mal y nos abrió las
puertas del Cielo, la Jerusalén Celeste y Santa. En el Salmo repetimos con el salmista:
Alegraos justos en el Señor; hay que alegrarse y llenarse de gozo por cómo nos cuida el
Señor y por lo que nos ama y nos tiene preparado. No hay más gozo que estar con Él y
estar abiertos a la acción de su gracia. El evangelista San Lucas nos relata una escena en
la cual la gente, encantada por la presencia del Señor, le aclama y llaman dichosa a su
madre, núcleo de su familia. He aquí la importancia de la familia. Jesús tuvo como
nosotros una familia. Eso eleva la familia a un nivel trascendental porque el mismo Dios le
ha dado una dignidad capital porque quiso que su hijo naciera en el seno de una familia.
Dios mismo le da a la familia un papel esencial en la Historia de la Salvación.

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LA DICHA DE CREER
Ga 3,21-29, Lc 11. 27-28
La mujer anónima que en el Evangelio de san Lucas elogia a la madre de Jesús, está
reconociendo una sabiduría especial en Jesús. La fatiga de engendrar y amamantar a ese
niño tuvo sus frutos. La madre de Jesús tiene suficientes motivos para enorgullecerse de
su hijo.
El asunto parece concluido, pero de pronto, el Señor replica con una alabanza
excepcional: todos los que escuchen la palabra de Dios y la pongan en práctica,
alcanzarán la verdadera dicha, la felicidad que no termina. En el alegato que sostiene el
apóstol san Pablo con los partidarios de la economía de las obras de la ley, puntualiza el
valor de la misma: es apenas una "niñera", que conduce a las personas bajo coacción
hacia Dios; es la óptica del temor y no de la convicción. Una vez que se ha hecho
presente el Mesías no hay espacio para la imposición jurídica. La fuerza del Espíritu
hermana a hombres y mujeres, a judíos y gentiles en el reconocimiento de la fuerza
salvadora de Jesucristo.
María, enséñame a cumplir la voluntad de Dios, con el mismo amor y sencillez que tú
viviste.
La fe sin el fruto en la vida, una fe que no da fruto en las obras, no es fe. También
nosotros nos equivocamos a veces sobre esto: 'Pero yo tengo mucha fe', escuchamos
decir. 'Yo creo todo, todo...' Y quizá esta persona que dice eso tiene una vida tibia, débil.
Su fe es como una teoría, pero no está viva en su vida.
El apóstol Santiago, cuando habla de fe, habla precisamente de la doctrina, de lo que es
el contenido de la fe. Pero ustedes pueden conocer todos los mandamientos, todas las
profecías, todas las verdades de fe, pero si esto no se pone en práctica, no va a las obras,
no sirve. Podemos recitar el Credo teóricamente, también sin fe, y hay tantas personas
que lo hacen así. ¡También los demonios! Los demonios conocen bien lo que se dice en
el Credo y saben que es verdad. (Cf. S.S. Francisco, 21 de febrero de 2014, homilía en
Santa Marta)

"Más bien, dichosos los que oyen la palabra de Dios y la guardan". Y es que Jesús nos
dirá lo mismo durante la última cena: "Si guardáis mis mandamientos permaneceréis en
mi amor". El Evangelio de hoy toca una de las fibras más sensibles del ser humano: su
voluntad. ¡Cuántos buenos propósitos, cuántas buenas intenciones, cuántos deseos de
conversión... y, qué pocas realizaciones!

Decir, hablar y prometer, cuesta poco. Es el paso del dicho al hecho, lo que marca la
diferencia entre un hombre auténtico y otro de carnaval. Obras son amores y no sólo
buenas razones. Jesús, al ofrecernos este pasaje de su vida, tiene presentes nuestras
miserias y limitaciones. Con ello, no quiere decir que hemos de ser perfectos de la noche
a la mañana: "Nadie es bueno sino sólo Dios".

El Evangelio habla de los que oyen y guardan la palabra de Dios. Estas dos acciones,
implican interés, esfuerzo y generosidad por parte nuestra. Habrá caídas, habrá
dificultades y fracasos. Pero no estamos solos. Jesús subió a la cruz para enseñarnos el
camino, para demostrarnos que es posible escuchar y poner por obra la palabra de Dios.

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Católico no es un nombre, ni una etiqueta de almacén. Católico significa discípulo de
Cristo, imitador del Maestro.

Ojalá que este texto de San Lucas sea un llamado a la coherencia de vida y una invitación
a poner por obra nuestra fe. La fe sin obras es una fe muerta y, la mayor de todas las
obras es la caridad.

Leer diariamente un pasaje del Evangelio, buscando aplicar su enseñanza en mi vida.
Gracias, Jesús, por recordarme que en tu Palabra es donde puedo encontrar tu voluntad.
Es relativamente fácil saber qué es lo que me puede llevar a la santidad; la complicación
se da cuando hay cosas que no me agradan o cuando flaquea mi voluntad. Quiero ser
bueno y generoso como la Virgen María, dame tu gracia para renovar mi fidelidad.

Debemos dejarnos hablar al corazón por la Palabra de Dios, especialmente hoy. Cada
lectura debe darnos luz para nuestra vida habitual y nuestra vida de oración.
“Supliqué, y se me concedió la prudencia; invoqué, y vino a mí el espíritu de sabiduría. La
preferí a cetros y tronos, y, en su comparación, tuve en nada la riqueza.”
Al leer este texto de la primera lectura deberíamos preguntarnos qué es para un católico
la prudencia y la sabiduría.
Lo prudente es discernir a estilo ignaciano nuestras decisiones. Una vez hecha la elección
ir adelante a lo Santa Teresa de Jesús. Con determinación y venciendo los obstáculos.
La sabiduría es ver a Dios en todos los acontecimientos de la vida, y aceptarlos como
regalos suyos. Preguntarse siempre qué es lo que quiere Dios con el regalo que me ha
dado. No nos confundamos, una enfermedad también es un regalo de Dios, una
oportunidad que nos da para realizar algo grande.
“Por la mañana sácianos de tu misericordia,
y toda nuestra vida será alegría y júbilo.”
Si somos prudentes y sabios seremos alegres en todos los acontecimientos de la vida.
Veremos con nuestros ojos la misericordia que tiene Dios con nosotros. La misericordia
de Dios nos sacia, nos llena y experimentamos el júbilo y la paz del corazón. Pidamos en
la oración todos los días que nos sacie de su misericordia.
“La palabra de Dios es viva y eficaz, más tajante que espada de doble filo, penetrante
hasta el punto donde se dividen alma y espíritu, coyunturas y tuétanos, juzga los deseos e
intenciones del corazón.”

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Dejémonos guiar por la palabra de Dios. Ilumina nuestros deseos e intenciones para ir
viviendo según Dios quiere para nosotros.
Si nos dejamos guiar por la Palabra de Dios nuestros deseos e intenciones se irán
purificando poco a poco. Nuestros deseos irán siendo los deseos de Dios y nuestras
intenciones se irán conformando con las intenciones divinas.
“Jesús se le quedó mirando con cariño y le dijo: «Una cosa te falta: anda, vende lo que
tienes, dale el dinero a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego sígueme.»
A estas palabras, él frunció el ceño y se marchó pesaroso, porque era muy rico.”
Jesús nos sigue mirando con cariño pidiéndonos que vendamos aquello que nos aleja de
Él y nos impide seguirlo.
Seamos valientes, prudentes y sabios para ir dejando todo aquello que nos impide ser
realmente felices. Solo seremos felices de verdad si respondemos sí a Dios y le seguimos
guiados por la Palabra de Dios.
EL BANQUETE ESTÁ PREPARADO
Is 25, 6-10; flp 4, 12-14, Mt 22, 1-14
El profeta Isaías describe con un tono más esperanzador que el mismo evangelista san
Mateo, la celebración de un banquete. Para Isaías nadie se quedará fuera, el banquete
está preparado para todos los pueblos. No hay boleto de entrada ni traje de fiesta que se
requiera para ingresar. Dios está "echando la casa por la ventana" y el motivo es digno
del aparente derroche, vinos generosos y platillos sabrosos en abundancia.
La muerte, el llanto y toda señal de sufrimiento han sido triturados. No habrá más lágrimas
ni penas que soportar. Dios ama tanto a sus creaturas que las acogerá en la plenitud de
su vida. El tono exigente del anfitrión del banquete que nos narra san Mateo, pone de
manifiesto la resistencia de quienes se enfadan con la bondad desmedida del Señor. En
ningún rostro volverá a manifestarse la pena, ni el sufrimiento.
Dios mío, me invitas, me llamas incansablemente a tener un encuentro misterioso en el
amor. Tu iniciativa me conmueve. Ayúdame a elevar mi corazón hacia Ti para saber
corresponder a tanto amor, participando dignamente en este banquete de la oración.

Sagrado Corazón de Jesús, en Ti confío.
Jesús nos habla de la respuesta que se da a la invitación de Dios --representado por un
rey-- a participar a un banquete nupcial. La invitación tiene tres características
fundamentales: la gratuidad, la amplitud, la universalidad. Los invitados son muchos, pero
sucede algo sorprendente: ninguno de los elegidos acepta ir a la fiesta, tienen otras cosas

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que hacer, más aún, algunos muestran indiferencia y hasta fastidio. Dios es bueno hacia
nosotros, nos ofrece gratuitamente su amistad, nos ofrece su alegría, la salvación, pero
tantas veces no acogemos sus dones, ponemos en primer lugar nuestras preocupaciones
materiales, nuestros intereses.
Algunos invitados incluso maltratan y asesinan a los siervos que llevan la invitación. No
obstante la falta de adhesión de los llamados, el proyecto de Dios no se interrumpe.
Delante del rechazo de los primeros invitados, él no se desanima, no suspende la fiesta
pero re propone la invitación, ampliándola hasta más allá de los límites razonables y
manda a sus siervos a las plazas y a los cruces de las rutas para reunir a todos aquellos
que encuentren.
Se trata de gente común, pobres, abandonados y desheredados, más aún, 'malos y
buenos', incluso los malos son invitados, sin distinción. Y la sala se llena con los
'excluidos'. El Evangelio, rechazado por alguno, encuentra una acogida inesperada en
tantos corazones.
La bondad de Dios no tiene fronteras y no discrimina a nadie: por esto el banquete de los
dones del Señor es universal, universal para todos. (S.S. Francisco, Ángelus 12 de
octubre de 2014)

Podría sonar demasiado extraño este evangelio porque, ¿cómo es posible que alguien
rechace la invitación a una boda donde habrá vino, música y buen ambiente? Al menos
hoy día son pocos los que rechazarían esta oferta tan especial. Pero es claro que esta
parábola Cristo nos la dibujó así para que comprendiésemos que todos estamos invitados
a participar del gran banquete que celebrará en el cielo.

Sólo nos hace falta cumplir un requisito que el evangelio lo pone como algo externo pero
que en realidad en las bodas se le da demasiada importancia y es el vestido. Es
necesario e indispensable entrar con el ajuar apropiado al gran banquete que Cristo nos
invitará, este ajuar es la vida de gracia. Por eso expulsaron de la boda al hombre que no
llevaba el traje apropiado, porque no estaba en vida de gracia. Y la gracia, como la llama
santo Tomás de Aquino, es "nitior animae" es decir, esplendor del alma, presencia de
Dios en nuestra alma.

Es claro que Jesús no puede habitar en un lugar en donde no tiene amigos, y tampoco
nosotros nos deberíamos atrever a presentarnos a la boda que Él organiza cuando no le
tenemos por amigo. Esto es la vida de gracia, conservar su amistad y por tanto rechazar
enérgicamente todo lo que pudiese ofenderle: revistas indecentes, películas deshonestas,
compañías perjudiciales, ofensas a nuestros padres o hermanos, críticas etc.

Es difícil conservar esta amistad con Cristo, pero si realmente lo tenemos por amigo no
nos atreveremos a ofenderle, sino que al contrario nos esforzaremos por ser cada día
mejores amigos de Él.

Ser sincero con todos y en todo, fortaleciendo esta actitud en el sacramento de la
reconciliación.

Jesús, el vestido de bodas que necesito es el del amor. Cuántas veces doy más

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importancia a mi propia satisfacción en vez de centrar mi atención y esfuerzo en alcanzar
la verdadera comunión contigo. Con la intercesión de María, ayúdame a valorar tu
invitación a la santidad, optando siempre por la virtud en vez del pecado, amando
desinteresadamente en vez de buscar mi propia conveniencia, siendo humilde en vez de
orgulloso
“Dichosos los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica”. Este es el
dinamismo de la fe. María es bienaventurada por que ha creído, y así se ha constituido en
madre de los creyentes. Agradezcamos el don de la fe y cuidémosla como lo más
precioso de nuestra vida; María colabora a ello.
Jesucristo ha dado la vida por todos y a todos llama a su reino. El Espíritu Santo obra esa
unidad moviendo los corazones a la concordia.
Madre de la unidad, santa María del Pilar, ruega por nosotros.
Cuando el espíritu humano se resiste a la trascendencia y se encajona en las
expectativas del consumo, la diversión y los pasatiempos desmedidos, está evadiendo las
preguntas fundamentales que lo inquietan. Es la prevalencia de la vieja sentencia que
encandiló a los contemporáneos de Isaías y sedujo también a los romanos: "comamos y
bebamos que mañana moriremos". El espíritu parece achaparrarse, recluyéndose en la
materialidad de lo efímero. En esa perspectiva no encuentra lugar la preocupación por la
construcción de mejores oportunidades de vida para los excluidos; tampoco resulta
desafiante promover el cambio social o la supresión de las grandes injusticias. ¡Que cada
quien se rasque con sus uñas! El tema del banquete universal que Dios prepara para los
suyos, es decir, para toda la humanidad, lleva una carga de esperanza e inclusión que no
se puede trivializar ni enterrar. Es la esperanza cristiana que nos da identidad y sentido.
PARA QUE SEAMOS LIBRES
Ga 4, 22-24. 26-27. 31, 5,1; Lc 11, 29-32
Nos liberó el Mesías, sentencia san Pablo al cierre del argumento donde contrapone las
dos alianzas; la que produce esquemas de comportamiento apegados a la obligatoriedad
de la ley y la que genera hijos dispuestos a conformarse voluntariamente con los rasgos
de Jesús Mesías.
Esta segunda opción no es el resultado de una acción heroica de la persona, más bien
procede de la vida nueva que el Espíritu incuba en el corazón del creyente. Efectivamente
quien se deja alcanzar por Cristo Jesús, es renovado interiormente para vivir conforme a
la lógica del amor compasivo.
El Evangelio de san Lucas nos puede servir como un espejo y un referente: cuando nos
volvemos reticentes y escépticos y queremos demostraciones reiteradas y evidentes de la
presencia de Dios, es que probablemente hemos perdido la capacidad de ver las señales

Arq. Roberto Saldivar Olague, [email protected]
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que cotidianamente obra el Señor a favor nuestro. La realidad está penetrada por la
presencia amorosa de Dios.
Son palabras duras las del Señor. Y valen también para hoy, y con una actualidad que
espanta. Veámoslo.
Dentro de los deseos del hombre constatamos con bastante frecuencia esa tendencia a
ver "rarezas" por doquier. Nos causa mucho placer, nos devora la curiosidad, nos
arrojaríamos casi sin pensarlo adonde algún evento nos sacie este anhelo de
espectacularidades. Y más si se trata de lo del más allá y todas esas cosas.

Pero también están los "racionales", los que piensan que todo tiene que tener una
explicación científica, como si todo fueran astros y cálculos matemáticos. El día en que
algún científico logre hacer la ecuación que demuestre cuánto amor tiene un hijo por su
madre, seguramente llegará el fin del mundo porque nunca lo logrará. Entonces tenemos
a los demasiado crédulos y a los netamente incrédulos. Los que han pedido signos a
Cristo representan a estos dos bandos. No pedirían nada si fueran verdaderos creyentes.
Veamos si las cosas no están así hoy en día.

Cerremos los ojos. Recordemos personas, situaciones, programas de televisión, etc.
Seguramente saldrán a la memoria aquellos sujetos que buscan hasta en las piedras
volcánicas algún rastro de lo divino, o de los que se montan en una exótica pirámide para
aspirar energía cósmica. También serán rememorados los sabios del mundo que, mirando
estrellas, formulan teorías científicas sobre agujeros negros, quásares y supernovas
mandando, eso sí, a la Inteligencia que los creó a la oscuridad de supersticiones vanas.

Unos y otros piden una señal. ¿Qué ha dicho Cristo hoy por boca del evangelista Lucas?
Que, lamentablemente, somos “una generación malvada”, esto es, no hemos convertido
el corazón al Dios vivo, lo tenemos cegado con nuestra mala conducta y soberbia de la
vida. ¿Cómo pedimos, entonces, una señal de fe si hemos cerrado, con esta actitud, el
corazón a acoger al Señor?

Por eso la única señal será la del profeta Jonás, el hombre que predica la conversión por
toda la ciudad de Nínive, a ver si libremente cada uno de nosotros acepta la propuesta,
muda el corazón, y nos volvemos a Dios. Ya con esto habremos logrado la más grande
señal que Dios haya podido obrar en el alma libre: la conversión por propia y deliberada
iniciativa al Dios que da la vida, Fuente perenne del verdadero creyente, Verdad eterna
del verdadero sabio.
Es mejor no pedir ninguna señal al Señor. Con esto hacemos mejor mérito a nuestra fe en
Él.

Rezar el resto de esta semana, una oración para pedir la humildad.

Señor, ¡qué distinto sería el mundo si los católicos viviéramos en todo tu mensaje
redentor! Mi falta de fe y soberbia inutilizan tu gracia, porque aunque digo que soy
católico, muchas veces, en la vida diaria, me comporto como si no lo fuera, porque
frecuentemente pierdo la paciencia, soy mal humorado y altanero en mi trato con los
demás. Ayúdame para que, lleno de alegría y optimismo, dedique mi tiempo a querer, a
amar, a sonreír y a poner en práctica mi fe para hacer feliz a los demás.

Arq. Roberto Saldivar Olague, [email protected]
Tel.+52-492-92-7-62-95

Discernimiento del autor y breve compilación de publicaciones de LA VERDAD CATOLICA,
CRUZADA DE SANTA MARIA, CATHOLIC.NET y de la predicación de los Hermanos Franciscanos
Y de la Biblia de América.
Sin duda la oración es un ratito de Cielo. Si tenemos el Señor delante en la Eucaristía,
esa ayudita que nos llevamos. Para empezar este rato para Dios, es bueno recordar que
en la oración no somos nosotros los protagonistas, ni tampoco quienes tomamos la
iniciativa: es un momento para Dios, de Dios y con Dios. El buen fruto de nuestra oración
dependerá de la contestación a esta pregunta: ¿cuánto te has abandonado en Dios en
este rato?
Por lo tanto, para que sea fructífero os propongo empezar pidiendo luz al Espíritu Santo,
para que mueva nuestros corazones, encienda nuestras almas, prenda nuestro interior en
fuego de amor divino. Pedimos que mueva y remueva, para acercarnos más a Él y todo
para su mayor gloria.
Así dispuesto os propongo rezar teniendo en mente un sentimiento, una idea y una
imagen:
Sentimiento. Estas lecturas ponen de relieve la majestuosidad y gloria de Dios
Podemos tener de fondo el sentimiento de admiración… gritar de admiración esa
exclamación del arcángel Miguel: ¡¿Quién como Dios?! O aquella frase bíblica: ¿quién tan
grande como nuestro Dios? Sentirnos dichosos por tener un Dios tan glorioso y que ha
querido hacernos partícipes de esa gloria… Métete en escena: tú eres un vagabundo, una
persona sucia, despreciable por todos, y el que de joven fue tu mejor amigo llega a rey.
Ahora, ese rey, anda buscándote por todos los rincones de la ciudad, y una vez te
encuentra, te lleva su palacio, y te hace comer manjares, te viste de seda, te ofrece baños
llenos de lujo y comodidad… ¿qué sentirías? Pues bien, ¿Qué sientes cuando todo un
Dios lleno de majestad y gloria te busca a ti, un pequeño hombrecillo pecador, para
llevarte al Cielo, para estar junto a ti, para hacerte partícipe de su Reino? ¡Disfruta!
Idea: mi actitud personal. Las lecturas nos advierten de los riesgos de dejarnos llevar por
la soberbia, el orgullo, hacernos “los listillos”, fingir y “quedar bien”, en resumen,
fariseísmo e hipocresía… Ante estas advertencias… ¿qué me pregunto y qué hago yo?
Pide humildad, pido amor intenso al Señor…
Imagen: un coloquio. Todos hemos visto esa imagen de Jesús hablando con una persona
en banco. Imagina que tú eres esa persona. Jesús te habla de esos dos puntos
anteriores: te habla de que quiere compartir su gloria contigo, te habla de los riesgos, te
menciona palabras como seguimiento, misión, cruz y Resurrección… ¿qué respondes?
¡Habla con Él! ¡Has coloquio con Él”

Arq. Roberto Saldivar Olague, [email protected]
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Si estos puntos no te ayudan, si te encuentras frío en la oración… Siempre podemos tirar
del día de ayer… Nuestra Madre como pilar de nuestra de vida. Por otro lado, si lees las
lecturas, tú mismo podrás formarte tus puntos. Yo, personalmente, me he propuesto tener
una “Libreta de oración” donde todas las noches preparo unas ideas de oración partiendo
de las lecturas del día, de la oración del militante, de las oraciones de la Misa, de las
circunstancias de mi vida, lectura espiritual (etc.)… y al final hacer balance de esa oración
también por escrito. A mí me está descubriendo un mundo porque le da una estructura y
una unidad a la oración… además, me permito ver la evolución, ver lo que me ayuda, lo
que no… lo comparto con vosotros por si os sirve.
¡Gloria a Dios! ¡Feliz día! ¡Feliz oración!
UNA FE QUE SE TRADUCE EN AMOR
G 5, 1-6; Lc 11, 37-41
En el contexto de una comida en casa de un fariseo Jesús exhibe las incongruencias de la
espiritualidad judía legalista, que tanto el anfitrión como sus iguales practicaban. Vivían
apegados a tradiciones que enfatizaban las exigencias externas de la ley, sin atender a
los valores profundos que ésas resguardaban.
La ley de Moisés no era un entramado de prohibiciones y mandatos, sino un proyecto que
pretendía garantizar el amor, la justicia y la solidaridad. Esto es lo prioritario y todo lo
demás, resulta accesorio.
En ese mismo sentido la carta a los Gálatas concluye de manera semejante. La ley tiene
una función instrumental y pedagógica, puesto que estimula al creyente a vivir amando
como Dios ha amado a su pueblo. No puede uno ampararse en los mínimos que
demanda la letra de la ley, es necesario discernir el espíritu de la misma. La fe que
realmente salva se conoce por la derrama de amor que produce.
Dios mío, Tú eres mi Padre amoroso que anhelas que experimente la auténtica paz y
felicidad al dejarte ser el centro de mi vida interior. Guía mi meditación para que me aleje
de las preocupaciones exteriores y pasajeras y pueda ser dócil a tus inspiraciones.

Jesús, ayúdame a experimentar vivamente tu amor en esta oración para corresponderte
con más docilidad.

El llamamiento profético constituye un desafío para todos nosotros, ninguno excluido, y
nos recuerda que la conversión no se reduce a formas exteriores o a vagos propósitos,
sino que implica y transforma toda la existencia a partir del centro de la persona, desde la
conciencia. Estamos invitados a emprender un camino en el cual, desafiando la rutina,
nos esforzamos por abrir los ojos y los oídos, pero sobre todo, abrir el corazón, para ir
más allá de nuestro “huertecito”.

Arq. Roberto Saldivar Olague, [email protected]
Tel.+52-492-92-7-62-95

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Abrirse a Dios y a los hermanos. Sabemos que este mundo cada vez más artificial nos
hace vivir en una cultura del “hacer”, de lo “útil”, donde sin darnos cuenta excluimos a
Dios de nuestro horizonte. Pero excluimos también el horizonte mismo. Hay que
“espabilarnos”, recordando que somos creaturas, sencillamente que no somos Dios.
Cuando veo en el pequeño ambiente cotidiano algunas luchas de poder por ocupar sitios,
pienso: esta gente juega a ser Dios creador. Aún no se han dado cuenta de que no son
Dios» (Cf S.S. Francisco, 5 de marzo de 2014).

Muchas veces pensamos que tenemos que estar bien presentados para las fiestas, y si
no significa que eres una persona maleducada. Pero ¿por qué nos fijamos en la
presentación exterior cuando lo más importante es la interior?

Cristo se enoja con los fariseos porque no han sabido apreciar la belleza interior sin mirar
la exterior, por eso purifican los vasos por fuera olvidándose de que lo importante está
dentro no fuera.

Pidamos la gracia de purificar nuestros corazones con los sacramentos y las oraciones
que pueden limpiar el interior del hombre. Aprendamos a apreciar en las demás personas
lo bello de sus almas y no tanto la fealdad o suciedad de la persona que está frente a
nosotros.

Señor, dame la sabiduría para no convertir tus mandamientos en un fin (cuando son sólo
medios), ni situarme en una posición floja que busca evadir el esfuerzo. Te ofrezco que,
con tu gracia, viviré una caridad generosa: hacer el bien a los demás, brindar apoyo a
todos, ofrecer la estima sincera y servir en todo lo que me sea posible, éstos sí son los
mejores medios para purificar mis debilidades.

Carta de San Pablo a los Romanos 2,1-11. “Por eso, tú que pretendes ser juez de los
demás… no tienes excusa… El dará la Vida eterna a los que por su constancia en la
práctica del bien”.
Estamos en la víspera de la fiesta de Santa Teresa de Jesús, en el año del Quinto
Centenario de su nacimiento. “Humildad es andar en verdad” –nos dijo. Lo contrario, la
soberbia, es andar en mentira, en la falsedad. “No juzguéis”, eso le corresponde al Juez, a
Dios… A nosotros nos corresponde “la práctica del bien” y punto. Siempre recuerdo una
breve canción de un claretiano con letra de San Antonio María Claret: “Para ti, un Juez;
para los demás, una madre; para Dios, un hijo”.
Salmo 62(61), 2-3.6-7.9. “Sólo en Dios descansa mi alma… porque Dios es nuestro
refugio”.
Lo demás –el mundo, las cosas- cansa, desgasta, te mata…aunque sea “dulcemente”
como el placer, como la eutanasia, pero te deja sin “hogar”, sin paz…¡Señor, sólo Tú eres
mi Descanso!

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Evangelio según San Lucas 11,42-46. “¡Ay de vosotros, fariseos!” Que del dicho al hecho
hay tanto trecho. Sólo en Dios, hay coherencia, unidad, transparencia, humildad, verdad.
Contemplemos los ojos purísimos, transparentes, misericordiosos, toda paz y amor, de
Jesús, frente al doblez, rigidez, dureza de los fariseos y saboreemos el estribillo del
salmo: “¡Solo en Dios!”.
En Santa Teresa, «andar en verdad ante Dios, ante los demás y ante nosotros
mismos» es el síntoma de una personalidad sana. Y es la actitud que nos permite
conocernos, aceptarnos y conquistar nuestro mejor yo. Para evitar la tentación de
creernos más de lo que somos (soberbia) o acentuar tanto nuestra debilidad
(pusilanimidad), la Santa nos previene atinadamente: «Esta es la verdadera verdad:
conocer cada uno lo que puede y lo que Dios puede en él» (Relación, 28) Y nos anticipa
que la prueba, la dificultad o la crisis ponen de manifiesto la verdad: «Pruébanos Tú Señor
que sabes las verdades para que nos conozcamos» (Moradas 3, 1,9). Por último,
describe: «Quienes de veras aman a Dios no aman sino verdades y cosas dignas de
amar» (Camino de Perfección, 40,3). Se oponen a la verdad: la mentira, la falsedad, el
engaño-apariencia, la hipocresía. Teresa sabe que sólo “la verdad nos hará libres” y que
una tarea humana tan liberadora como dolorosa es poner la vida en verdad. Experimentar
nuestro yo, encontrarnos con nosotros mismos descubriendo nuestras posibilidades y
limitaciones y todo, desde el espejo de Dios, de su mirada amorosa. Este es el espejo
teresiano. La humildad y la esperanza son actitudes humanas fundamentales para
caminar en la verdad” (P. Xabier Segura)
«Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón» (Mt 11,29)
Hijo, huye de todo lo que es malo o se asemeja al mal. No te enfurezcas: la cólera
impulsa al crimen. No seas celoso, ni batallador, ni brutal: estas pasiones son causa de
asesinatos. Hijo, no seas sensual: la sensualidad es el camino del adulterio. Que tu
lenguaje no sea atrevido ni arriesgada tu mirada: también esto engendra adulterio...
Guárdate de los embrujos, astrologías, purificaciones mágicas; rechaza el verlas y
escucharlas: esto sería zozobrar en la idolatría. Hijo, no seas mentiroso, porque la mentira
arrastra al robo. No te dejes seducir ni por el dinero ni por la vanidad, que también ellos
incitan al robo. Hijo, no masculles: llegarías a blasfemar. No seas insolente ni malévolo,
también esto lleva a la blasfemia. Ten paz: «los pacíficos heredarán la tierra » (Mt 5,5). Sé
paciente, misericordioso, sin malicia, lleno de paz y de bondad. Tiembla constantemente
ante las palabras que has escuchado (Is 66,2). No te ensalzarás a ti mismo, no entregarás
tu corazón al orgullo. No te encontrarás con los soberbios sino que irás con los justos y

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los humildes. Acogerás los acontecimientos de la vida como un favor, sabiendo que nada
ocurre que no sea en Dios. (La Didajé (c. 60-120), catequesis Judea-católica, 3)
AMOR Y DOMINIO DE SÍ
Ga 5, 18-25; Lc 11, 42-46
Ser guiado por la Ley o por el Espíritu no es asunto de terminología. Detrás de cada
nombre subsiste una realidad diferente. Quien se atiene a los dictados de la ley, de
alguna manera persiste dentro de la lógica del temor y la sanción; en cambio, quien se
abre al impulso vivificante del Espíritu se atiene a la lógica del amor y la donación.
La lista de frutos que proceden de los bajos instintos y la que procede el Espíritu, son
naturalmente contrarias. De un lado está el egoísmo, de otro el amor; de un lado la ira y la
rivalidad y de otro, el dominio de sí y la tolerancia.
Si miramos nuestra propia existencia con un poco de honestidad, descubrimos que en
ocasiones transitamos de un lado para otro, porque no hemos asumido con determinación
las exigencias de la renovación bautismal.
Los "ayes" que Jesús dirige en el Evangelio contra los fariseos, pueden ser una denuncia
de nuestra propia confusión y nuestra doble moral: jueces implacables de los pecados
ajenos y complacientes con nuestro propio egoísmo.
Ven, Espíritu Santo! Porque creo, espero y te amo, te suplico humildemente ilumines mi
oración. Mi corazón es duro para juzgar. No pierde oportunidad para condenar en vez de
buscar el bien. Como fruto de esta oración te pido cambiar esta actitud farisaica.
Señor, dame un corazón sencillo, sincero, autentico y coherente con mi fe.

Siempre el pequeño caso. Y esta es la trampa: detrás de la casuística, detrás del
pensamiento casuístico, siempre hay una trampa. ¡Siempre! Contra la gente, contra
nosotros y contra Dios ¡siempre! '¿pero es lícito hacer esto? Del amor que Cristo tiene por
su esposa, ¡la Iglesia! ¡También aquí debemos estar atentos que no falle el amor! Hablar
de un Cristo demasiado soltero. ¡Cristo se casó con la Iglesia! Y no se puede entender a
Cristo sin la Iglesia y no se puede entender a la Iglesia sin Cristo. Esto es el gran misterio
de la obra maestra de la Creación. Que el Señor nos dé a todos nosotros la gracia de
entenderlo y también la gracia de no caer nunca en estas actitudes casuísticas de los
fariseos, de los doctores de la ley. (Cf. S.S. Francisco, 28 de febrero de 2014, homilía en
Santa Marta)

El Papa San Juan Pablo II dedicó una meditación mariana a proponer esta virtud que el
Evangelio de hoy nos presenta. "Hazte pequeño en las grandezas humanas, y alcanzarás
el favor de Dios" (Si 3, 17-18). Esta expresión bíblica va contra corriente frente a la
mentalidad que frecuentemente encontramos hoy en día: sobresalir a toda costa, abrirse
camino incluso con astucia y sin escrúpulos, buscar los primeros puestos, la fama, los
aplausos, los honores...

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Las palabras de Cristo son una invitación a mirar las cosas desde la perspectiva de la
eternidad, porque "todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será
enaltecido" (Lc 14, 11). Esta dura reprensión a los fariseos toma su fuerza en el ejemplo
que el mismo Cristo da con su vida: siendo Dios, pasó la mayor parte de su vida oculto en
Nazaret, sin mayor pretensión que dar gloria al Padre cumpliendo su sencillo deber de
cada día.

Es una invitación que exige fe y sacrificio. El camino de la humildad no es fácil, pero llena
el corazón de paz y permite avanzar por la vida con la seguridad de tener a Dios a nuestro
lado. Que el ejemplo del Maestro y de la Virgen María, que se declaró siempre la esclava
del Señor, nos ayuden a vivir en la humildad, virtud que tanto agrada y complace a Dios.

Vivir de cara a Dios no cayendo en ningún acto de deshonestidad, por insignificante que
pueda parecer.

Jesús, cuántas veces juzgo y condeno, dizque buscando el bien. Señalar es fácil,
mientras que iluminar la conciencia de los demás sólo puede nacer del amor a Dios y a
los demás. Por intercesión de María, te ofrezco que ante el mal, ayudaré a resolverlo con
la oración y las acciones que pueda hacer. Amarte auténticamente es la única manera en
que puedo amar también a los demás, con total desinterés y donación.
En este rato de oración puedes pensar en las gracias recibidas en este año por su medio
o en las siguientes ideas.
Empecemos por la transverberación. Teresa va subiendo en su unión con Dios y en su
amor a Jesús. Hacia los cuarenta y tantos años, tuvo esta visión:
“Quiso el Señor que viese aquí algunas veces esta visión: veía un ángel cabe mí, hacia el
lado izquierdo, en forma corporal, no era grande, sino pequeño, hermoso mucho, el rostro
tan encendido que parecía de los ángeles muy subidos que parecen todos se abrasan.
Deben ser los que llaman querubines. Le Veía en las manos un dardo de oro largo, y al fin
del hierro me parecía tener un poco de fuego. Este me parecía meter por el corazón
algunas veces y que me llegaba a las entrañas. Al sacarle, me parecía las llevaba
consigo, y me dejaba toda abrasada en amor grande de Dios. Era tan grande el dolor, que
me hacía dar aquellos quejidos, y tan excesiva la suavidad que me pone este grandísimo
dolor, que no hay desear que se quite, ni se contenta el alma con menos que Dios. No es
dolor corporal sino espiritual, aunque no deja de participar el cuerpo algo, y aun
harto.” (Vida 29,13).
¿Me gustaría a mí que me pasase algo de esto? Me duele mucho y amo mucho. Puedes
darle vueltas a esta idea, cual es el grado de tu amor, que efectos te produciría, si luego
aumentaría tu soberbia diciendo: ¡Qué bueno soy!

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¿Por qué a ella si a mí no? La clave nos la da otra frase suya, que escribo de memoria.
Dice: “Importa mucho y es el todo una muy grande determinación de no parar hasta llegar
al fin, suceda lo que sucediere, caiga quien caiga, aunque se reviente en el camino”. Dudo
que sea bueno pedir a Dios una transverberación, pero si, tener esa decisión de escoger
todo lo que va más derecho hacia Dios, que en general es lo más abnegado.
Por último podemos verla en alguna de sus fundaciones posteriores a la transverberación:
es la hora de trabajar. Ha llegado al atardecer a unas casa que le han donado y que no
sabía muy bien en qué condiciones está. Desde luego no la ha visto antes. El tema de los
permisos no lo tiene bien arreglado y quiere poder decir Misa al amanecer y ella y sus
acompañantes se pasan toda la noche, trabajando en casa extraña, con no sé qué picos y
azadones, a la luz de las velas, para arreglar un local para tener una Misa bien digna. Y
después de la Misa llegan los problemas eclesiástico–legales y seguir modificando el
resto.
Miras, ves, aprendes y te pones a soñar: Si Santa Teresa lo hizo, yo quisiera ganarle. No
en los resultados ni la fama, sino en la intensidad del amor.
LLEVAR LA HISTORIA A SU PLENITUD
Ef 1, 1-10; Lc 11, 47-54
No se puede confundir el gran proyecto de salvación que el Padre nos ofrece, con una
visión mezquina de la propia salvación personal. El fariseo denunciado en el pasaje de
san Lucas, subsiste de alguna manera en no pocos católicos, preocupados únicamente
por su propia salvación.
Quienes viven desconectados de la vida y las esperanzas y gozos de sus prójimos, no
han conocido el verdadero designio de Dios.
La Carta a los efesios nos urge a convertirnos en un himno viviente a la generosidad. Los
católicos no somos una casta de privilegiados, ni una cofradía de místicos preocupados
por su santificación personal. Se trata de dejarnos renovar interiormente para, en sintonía
con otros muchos hermanos, realizar acciones que encaminen la historia a su plenitud.
Esa unidad del universo, con todas sus repercusiones medioambientales, vincula los
intereses terrenales, económicos con la sustentabilidad, el bienestar general y la
salvación de todo y de todos.
Padre, Tú derramas tu amor sin distinción, quieres que todos experimenten tu cercanía y
misericordia. ¡Ay de mí porque con mi pobre testimonio católico puedo alejar a otros de tu
cariño! Ilumina mi oración, ven y haz morada en mi corazón, para que sea un auténtico
testigo de tu amor.

Arq. Roberto Saldivar Olague, [email protected]
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Jesús, te pedimos que tomemos la mano de María donde estaremos seguros de ir por el
buen camino, por el camino de la verdad y de la Iglesia, que es la misma verdad.
Jesús recuerda a los doctores de la ley, que Abrahán exultó en la esperanza al ver su día
y se llenó de alegría.
Esto es lo que no entendían los doctores de la ley. No entendían la alegría de la promesa;
no entendían la alegría de la esperanza; no entendían la alegría de la alianza. ¡No
entendían!
No sabían ser felices, porque habían perdido el sentido de la felicidad, que solamente
viene de la fe. Por eso, nuestro padre Abraham ha sido capaz de ser feliz porque tenía fe:
se ha hecho justo en la fe. Estos habían perdido la fe. ¡Eran doctores de la ley, pero sin
fe! Y aún más: ¡habían perdido la ley! Porque el centro de la ley es el amor, el amor por
Dios y por el prójimo.
Solamente tenían un sistema de doctrinas precisas y que precisaban cada día más que
nadie las tocara. Hombres sin fe, sin ley, sin ley, unidos a doctrinas que también se
convertían en una actitud casuística: ¿se puede pagar la tasa al César, no se puede?
Esta mujer, que se ha casado siete veces, ¿cuándo vaya al cielo será mujer de esos
siete? Esta casuística… Este era su mundo, un mundo abstracto, un mundo sin amor, un
mundo sin fe, un mundo sin esperanza, un mundo sin confianza, un mundo sin Dios. ¡Y
por esto no podían ser felices! (Cf Homilía de S.S. Francisco, 26 de marzo de 2015, en
Santa Marta).
La hipocresía es aborrecida por Dios; porque no hay nada peor en el alma de un creyente
que este terrible pecado. Dios aborrece al que no es sincero y quiere aparentar lo que no
es en la realidad.

Dios sigue mandando al mundo de hoy los profetas que predican la verdad, pero de
nuevo el hombre vuelve la vista y hace oídos sordos a la verdad. De nuevo volvemos a
matar la verdad que Dios sigue proclamando.

El Santo Padre, el Papa, es el profeta que Dios ha elegido para que todos los miembros
de su Iglesia encuentren siempre la verdad que salva. Mi fe en Cristo no puede estar
separada de mi fe en la Iglesia y mi fe en el Papa; y de aquí ha de brotar mi certeza de
que en todo momento he de defender al Papa y sus enseñanzas.

¿No seremos nosotros, tal vez, los que estamos matando a nuestros propios profetas?
Porque con frecuencia se escuchan palabras de disconformidad y rechazo hacia quien ha
recibido de Cristo la misión de guiar a la Iglesia. El Papa es esa voz que hoy defiende la
verdad ante los atropellos y las injusticias. Y esa verdad es siempre la misma, no cambia
con los años.

Rezar hoy en especial por el Papa, que tenga fortaleza para guiar a la Iglesia y nosotros
seamos fieles a él.
Con todo acierto la liturgia de la Misa nos presenta en relación los textos de la 1ª lectura y
del salmo penitencial. San Pablo en este pasaje de la carta a los romanos se apropia del

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primer versículo del salmo 31: “Bienaventurados aquellos cuyas maldades fueron
perdonadas, y cubiertos sus pecados. Dichoso el hombre a quien el Señor no imputa
culpa alguna”.
De hecho, no es la única Bienaventuranza neo testamentaria que se apoya en un salmo.
Cuando Jesús, en el Sermón del Monte proclama: “Bienaventurados los mansos porque
ellos poseerán la tierra” (Mt 5, 4), sin duda estaría recordando el pasaje “los mansos
poseerán la tierra” (Salmo 37, 11).
El salmo 31 citado por san Pablo (y que completo hemos de tenerlo ante nosotros) es una
oración de acción de gracias tras reconocerse uno perdonado. Han pasado el sufrimiento
reconocido como castigo, la confesión del pecado, el perdón de Dios. Ahora el orante
medita sobre la experiencia entera o la comunica a otros. Es la nueva dicha, la felicidad
recobrada.
Pero el perdón no se nos ha concedido por buena conducta, por méritos adquiridos, sino
simplemente porque, reconociéndonos pecadores pedimos perdón al Señor nuestro Dios.
“Si reconocemos nuestros pecados, Dios que es fiel y justo, perdona nuestros pecados y
nos limpia de toda injusticia” (1 Jn 1, 8).
Nos sentimos perdonados y, con el salmista, expresamos en términos personales y
generales nuestra experiencia. Pero aunque nos parecería pensar que el acto penitencial
ha terminado no es así. En ese momento (versículo 9), el Señor interviene para
recordarnos que al arrepentimiento y perdón debe seguir el propósito de la enmienda. Por
eso nos indica el nuevo camino que debemos seguir: “No seáis irracionales, como
caballos o mulos, cuyo brío hay que domar con rienda y freno”.
El Señor nos asegura su protección y nos recuerda paternalmente que la terquedad de no
querer reconocer la propia culpa, prolonga y agrava la situación de desgracia.
Convirtamos nuestra oración, con el salmista, en un canto de acción de gracias.
Reconociendo de dónde nos viene todo bien; reconociendo que hemos sido librados
únicamente por su amor; reconociendo la nueva resurrección a la que hemos sido
llevados tras la muerte del pecado.
Con esta invitación final a la alegría y a la acción de gracias, que cierran el salmo, hemos
de cerrar también nuestra oración.
UN HIMNO A SU GLORIA

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Ef 1, 11-14; Lc 12, 1-7
La introducción de la Carta a los efesios reitera con insistencia nuestra vocación a ser y
vivir como "un himno a la gloria de Dios". No se trata de convertirnos en cantores y
recitadores de salmos y alabanzas a toda hora; es algo más demandante, se trata de
alabar al Señor con un lenguaje no verbal y constituirnos en artífices del proyecto que
Dios activa en nuestro corazón. Tampoco caben protagonismos de parte nuestra.
Dios es el que activa los cambios trascendentes, a nosotros nos toca secundarlos con
nuestro compromiso personal. En esa perspectiva, el Evangelio de san Lucas describe la
espiritualidad misionera de los discípulos que viven con gran libertad: no se dejan
intimidar por amenazas, no se preocupan en demasía por su propio bienestar. Saben que
el Padre que los ama, cuida de su vida y los sustenta y auxilia de mil maneras. Conviene
leer nuestra vida como una secuencia de gestos solidarios y amorosos, que personas e
instituciones, nos han ofrecido en nombre de Dios.
Padre, ¿cuál es tu designio de Creador y de Padre sobre mi vida? ¿Cuál es tu voluntad?
Yo deseo cumplirla y estoy seguro que me responderás, escuchando tu Palabra.

Señor, ayúdanos a trabajar por salvar nuestra alma. Estamos en el tiempo para merecer
las gracias que obtuvo para nosotros Jesús, en su Pasión y Resurrección.

Dios es tan grande que tiene también sitio para nosotros. Y el hombre Jesús, que es al
mismo tiempo Dios, es para nosotros la garantía de que ser-hombre y ser-Dios pueden
existir y vivir eternamente uno en el otro. Esto quiere decir que de cada uno de nosotros
no seguirá existiendo sólo una parte que nos viene, por así decirlo, arrancada, mientras
las demás se arruinan; quiere decir más bien que Dios conoce y ama a todo el hombre, lo
que somos. Y Dios acoge en su eternidad lo que ahora, en nuestra vida, hecha de
sufrimiento y amor, de esperanza, de alegría y de tristeza, crece y llega a ser.
Todo el hombre, toda su vida es tomado por Dios y, purificada en Él, recibe la eternidad.
¡Queridos Amigos! Yo creo que esta es una verdad que nos debe llenar de profunda
alegría. El Catolicismo no anuncia solo una cierta salvación del alma en un impreciso más
allá, en el que todo lo que en este mundo nos fue precioso y querido sería borrado, sino
que promete la vida eterna, “la vida del mundo futuro”: nada de lo que es precioso y
querido se arruinará, sino que encontrará plenitud en Dios. Todos los cabellos de nuestra
cabeza están contados, dijo un día Jesús. El mundo definitivo será el cumplimiento
también de esta tierra, como afirma san Pablo: “la creación misma será liberada de la
esclavitud de la corrupción para entrar en la libertad gloriosa de los hijos de Dios”. Por
tanto se comprende que el catolicismo es una esperanza fuerte en un futuro luminoso y
abra el camino hacia la realización de este futuro. Nosotros somos llamados,
precisamente como católicos, a edificar este mundo nuevo, a trabajar para que se
convierta un día en el “mundo de Dios”, un mundo que sobrepasará todo lo que nosotros
mismos podríamos construir. (Homilía de S.S. Benedicto XVI, 16 de agosto de 2010).

Cuando se nos estropea algo en casa (un electrodoméstico, el coche, la computadora...)
nos inquietamos y hacemos todo lo posible para buscar una solución: llamamos al técnico
para que lo arregle. Luego pagamos una cantidad de dinero, y listo. O si la reparación es
muy cara hacemos planes para comprar uno nuevo.

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Tel.+52-492-92-7-62-95

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Sin embargo, todas estas cosas no merecen el cuidado que precisa nuestra vida. Porque
si dejamos de funcionar, ¿quién nos arregla? Los médicos pueden lograr curaciones
asombrosas, pero ninguno sabe resucitar a un muerto.

Cristo nos advierte que debemos temer al pecado, porque ése sí que nos puede llevar
donde no queremos.

Muchos santos contemplaban con frecuencia la realidad de la muerte, y se preguntaban:
¿cómo quisiera vivir yo este día si supiera que es el último día de mi vida?

Mientras vivimos, tenemos esperanzas de salvar nuestra alma. Estamos aún en el tiempo
para merecer las gracias que obtuvo para nosotros Jesús, en su Pasión y Resurrección.
Por eso, siempre hay una oportunidad para rehacer la vida, para levantarse de la caída,
pedir perdón en el sacramento y seguir adelante pensando en el final, en el encuentro
definitivo con Dios.

Como nos pide el Papa: ponernos a la escucha de Dios, que tiene un designio de amor
para cada uno de nosotros, a través de la oración.

Gracias, Jesús, por tu amor y por este momento de oración. Conoces mi debilidad y
cobardía ante las dificultades que hoy tendré que afrontar. Me preocupa el sacrificio que
haré y me inquieta saber que los resultados pueden ser contrarios a lo que espero.
Ayúdame a darme cuenta que Tú te harás cargo de cada minuto y detalle de este día y
que todo lo bueno que resulte, será consecuencia de tu Providencia.
“Estoy crucificado con Cristo; vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí;
vivo de la fe en el Hijo de Dios que me amó hasta entregarse por mí” (Gal 2, 19-20)
Este es el pórtico de entrada a la misa del día en el que celebramos al obispo mártir san
Ignacio de Antioquía que fue condenado a ser devorado por las fieras y escribió cartas a
distintas iglesias para que no impidieran que fuera pasto de las fieras, los católicos con
sus oraciones y le apartasen de tal gracia como es la de dar la vida como Jesús.
Si consideramos la Misa como una catedral o basílica, el pórtico de entrada siempre hace
referencia de alguna manera sublime al núcleo central de nuestra fe que es la pasión,
muerte y resurrección de Jesús nuestro Salvador.
De la misma forma, la liturgia en cada misa, con la antífona de entrada trata de
introducirnos al misterio que vamos a celebrar. Por eso no podemos empezar distraídos,
sino atentos pues en las palabras iniciales se va a sustentar todo el meollo de la
celebración, nada más y nada menos que la réplica, es decir que hoy en la misa se
vuelve a reproducir. ¡Qué gran misericordia la del Señor! No nos puede extrañar que el
papa Francisco proclame un año dedicado a la Misericordia. La palabra que más aparece
en la Biblia, tanto es así que el salmo 136, no hace más que repetir “porque es eterna su

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misericordia” para que se nos meta bien en la cabeza, también frase de Jesús que les
decía a los discípulos recordándoles lo que tenía que padecer.
También a nosotros se nos tiene meter de tal forma que no desconfiemos jamás de su
bondad. Y que el camino más seguro es el de Ignacio, ejemplo que sigue a Pablo como
nos dice el mismo en la primera lectura: “Sigan mi ejemplo y fíjense en los que andan
según el modelo que tienen en mi”
Los dos caminaron atados con cadenas a Roma como Pedro para derramar su sangre.
Podemos acompañarles y ver su valor, su fe inquebrantable que nos transmiten si nos
acercamos a ellos como lo hacían los primeros católicos cuando se enteraban de su paso,
se acercaban y se cruzaban palabras de aliento, firmes en la fe como nos dice san Pablo
más adelante, como peregrinos “ciudadanos del cielo donde aguardamos un Salvador: El
Señor Jesucristo. Él transformará nuestra condición humilde, según el modelo de su
condición gloriosa, con esa energía que posee para someterlo todo”.
Nos metemos en el séquito de los mártires que, como ayer o como hoy en estos
momentos, seguro alguno está en la misma situación entre los perseguidos, en destierro o
refugiados.
Y como ellos siguiendo su ejemplo lleguemos un día a la nave central, al crucero de la
Gloria para cantar todos juntos con María, Reina y Madre de los mártires “estos son los
que vienen de la gran tribulación” y su ejemplo sea nuestra fuerza.
Que La Virgen nos ayude a ser trigo de Cristo, molido en los dientes de las fieras, a fin de
llegar a ser blanco pan, como decía Ignacio en sus cartas a los católicos que andaban
tratando de evitar su martirio.
Estemos muy atentos a las oraciones y lecturas de la misa, que Dios nos habla hoy de
grandes cosas y más cuando se haga presente en el altar, donde se consuma una vez
más el sacrificio de la Cruz y con él el de tantos mártires.
YA LES LLEGA EL REINADO DE DIOS
2 Tm 4, 9-17; Lc 10, 1-9
El capítulo décimo de san Lucas nos reporta el envío de los setenta y dos discípulos en
misión a los pueblos de Galilea. Las recomendaciones son elementales: confianza en
Dios, llegar como portadores de la paz y la salud. La misión no podía quedar reducida a
discursos y promesas, el acento tenía que ponerse en el sitio preciso: el hoy de la
salvación.

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El reino no es promesa, es realidad: ya ha llegado. Las vivencias personales que nos
refiere san Pablo en la Carta a Timoteo muestran las rupturas y tensiones que seguían
afectando a las comunidades cristianas por él fundadas. Algunos colaboradores cercanos
se habían dejado encandilar por el atractivo de los valores materiales. No obstante todas
esas rupturas, el apóstol se sentía seguro, para enfrentar juicios y comparecencias ante
tribunales, porque sabía que el Señor Jesús, estaba a su lado y lo asistía. Efectivamente,
en la vivencia íntima del apóstol, el Reino ya había llegado.

Padre, que San Lucas, modelo de entrega a la predicación del Evangelio hasta la muerte,
nos ayude a llevar a todas las almas al conocimiento de Cristo.

San Lucas, ayúdanos a seguir tu ejemplo y acercarnos a la Virgen, que sea Ella quien nos
ayude a conocer más a Jesús.

Estos setenta y dos discípulos, que Jesús envía delante de Él, ¿quiénes son? ¿A quién
representan? Si los Doce son los Apóstoles, y por lo tanto representan también a los
obispos, sus sucesores, estos setenta y dos pueden representar a los demás ministros
ordenados, presbíteros y diáconos; pero en sentido más amplio podemos pensar en los
demás ministerios en la Iglesia, en los catequistas, los fieles laicos que se comprometen
en las misiones parroquiales, en quien trabaja con los enfermos, con las diversas formas
de necesidad y de marginación; pero siempre como misioneros del Evangelio, con la
urgencia del Reino que está cerca. Todos deben ser misioneros, todos pueden escuchar
la llamada de Jesús y seguir adelante y anunciar el Reino. (S.S. Francisco, 7 de julio de
2013)

San Lucas fue compañero de San Pablo en sus viajes apostólicos, como él mismo
escribió en los Hechos de los apóstoles. En el evangelio de hoy, Cristo manda a sus
discípulos de dos en dos a predicar el mensaje del Reino de Dios. Dios nos ha hecho por
tanto sus evangelizadores, los mensajeros de la Buena Nueva que Cristo ha traído a este
mundo.

Para tal misión Dios ha querido elegir en este mundo a unas personas para que anuncien
su palabra y, con su ejemplo, den testimonio de la venida de Cristo. Seguro que yo
también soy una de esas personas elegidas por Dios.

Ahora bien, Dios nos advierte que nos manda en medio de lobos, porque el mundo en el
que nos toca vivir y predicar la palabra de Dios, muchas veces se cierra al mensaje
católico de la verdad y del amor. Anunciemos por tanto la paz que Dios ha venido a
traernos hace más de 2000 años, pero que nosotros hemos de renovar todos los días;
conseguir que todas las personas que nos rodean sientan en sí la redención que nos ha
traído Cristo en el misterio de la Encarnación.

San Lucas, modelo de entrega a la predicación del Evangelio hasta la muerte, sea quien
nos ayude a llevar a todas las almas al conocimiento de Cristo, para conseguir la paz de
nuestras almas.

Pedir a María, nuestra Madre, que lleve a Jesús todas nuestras intenciones de ser
mejores portadores del Evangelio.

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Jesús, sólo llevándote en mi corazón podré transmitir tu paz, tan necesaria en el mundo
convulsionado por la violencia y la inseguridad. Por intercesión de san Lucas, concédeme
que todos mis pensamientos, palabras y obras siembren la paz, principalmente en mi
propia familia
Aleluya, “El hijo del hombre ha venido para servir y dar su vida en rescate por
todos”.
En la oración de este domingo, más sosegada que a lo largo de la semana, la liturgia nos
propone un evangelio muy claro, cargado de deseos que rozan, en la manera de pedir,
como si fueran derechos adquiridos, por el hecho de ser discípulos de Jesús. Y uno se
puede preguntar, ¿es que los otros diez discípulos no tienen la misma categoría que
Juan y Santiago?
Nos ponemos en la presencia del Señor y tratamos de leer muy despacio este texto.
Primero trato de entender lo que dice. El segundo paso es reflexionar en aquello que me
dice personalmente a mí. Y por último me dispone a tomar una actitud.
Para subir, no hay otro camino más recto que bajar. “Subir bajando”, “subir
sirviendo, abajándose”.
Santiago y Juan a instancias de su madre quieren y desean subir. Le dicen: “Maestro,
queremos que hagas lo que te vamos a pedir”… ¿Qué queréis que haga con vosotros?”
Seguramente contestaron a la vez para hacer más fuerza: “Concédenos sentarnos en tu
gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda”. Y sigue el diálogo entre los hermanos y
Jesús.
Como están dispuestos a beber el cáliz que ha de beber el Señor… si, beberán el mismo
cáliz, pero la otra petición de subir no depende de él.
Ellos quieren subir y Jesús les muestra el camino. Este camino, el único para llegar a la
gloria es servir. Jesús se encarna, baja, para servir.
Y vosotros seguiréis mi camino, nos dice a ti ay a mí: “el que quiera ser grande, sea
vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos”.
Cuántas personas viven ocultas, desapareciendo, sirviendo, como nos invita a vivir el
Papa Francisco, como lo hacen los misioneros que lo dejan todo para dar a conocer a
Cristo, más que con las palabras, con la vida. Tengamos un recuerdo especial para ellos
en este día. Tú y yo también somos misioneros sin saltar a otros países. Solo se puede
ser misionero si se sirve a todo tipo de personas. Palparé cada día que para subir a la

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gloria no otro camino que servir. Sólo así, “subiré bajando, sirviendo”. Al estilo de Jesús
de Nazaret.
“Porque el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su
vida en rescate por todos”.
DOMINGO MUNDIAL DE LAS MISIONES
Is 56, 1. 6-7; 1 Tm 2,1-8; Mt 28,16-20
La experiencia del exilio había sensibilizado el corazón de muchos israelitas. No podían
continuar viviendo su elección como si fuesen privilegiados. Dios amaba con la misma
intensidad a todas las personas, independientemente de la raza o cultura que proviniesen.
La casa de oración estaría abierta para todos los pueblos. Las promesas ya no estaban
restringidas a un linaje, la puerta de acceso a la plenitud de la vida se había ensanchado.
Desafortunadamente esta perspectiva universalista no prevaleció, sino que se afianzó una
visión excluyente que discriminaba a los gentiles.
La resurrección de Cristo abrirá otro horizonte. Jesús resucitado convoca a los discípulos
en Galilea, para relanzar la misión desde un nuevo enfoque: ya no permanecerán en los
poblados aledaños al lago de Genesaret, tendrán que marchar a los cuatro puntos
cardinales, para testimoniar la excelencia del amor de Dios, manifiesto en la persona de
Cristo, revestido de autoridad.
Dios mío, gracias por quedarte conmigo, por estar ahí todos los días de mi vida. Perdona
mi frialdad, mi falta de atención, mi falta de correspondencia a tanto amor, al no cumplir tu
mandato de evangelización con más generosidad y convicción.

Dios Padre, Jesús salvador, Espíritu Santo santificador, iluminen y guíen mi oración para
aceptar y comprender más el misterio de la Santísima Trinidad.

También ellos han escuchado las palabras del mandato de Jesús: “Vayan, y hagan
discípulos a todas las naciones”. Nuestro compromiso de pastores es ayudarles a que
arda en su corazón el deseo de ser discípulos misioneros de Jesús. Ciertamente, muchos
podrían sentirse un poco asustados ante esta invitación, pensando que ser misioneros
significa necesariamente abandonar el país, la familia y los amigos. Dios quiere que
seamos misioneros. ¿Dónde estamos? Donde Él nos pone: en nuestra Patria, o donde Él
nos ponga.
Ayudemos a los jóvenes a darse cuenta de que ser discípulos misioneros es una
consecuencia de ser bautizados, es parte esencial del ser católico, y que el primer lugar
donde se ha de evangelizar es la propia casa, el ambiente de estudio o de trabajo, la
familia y los amigos. Ayudemos a los jóvenes. Pongámosle la oreja para escuchar sus
ilusiones. Necesitan ser escuchados. Para escuchar sus logros, para escuchar sus
dificultades, hay que estar sentados, escuchando quizás el mismo libreto, pero con
música diferente, con identidades diferentes. ¡La paciencia de escuchar! Eso se los pido
de todo corazón. En el confesionario, en la dirección espiritual, en el acompañamiento.

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Sepamos perder el tiempo con ellos. Sembrar cuesta y cansa, ¡cansa muchísimo! Y es
mucho más gratificante gozar de la cosecha… ¡Qué vivo! ¡Todos gozamos más con la
cosecha! Pero Jesús nos pide que sembremos en serio. No escatimemos esfuerzos en la
formación de los jóvenes. (Homilía de S.S. Francisco, 27 de julio de 2013).
Hace apenas dos semanas celebrábamos la solemnidad de la Ascensión del Señor, y la
Iglesia nos ofrece en el Evangelio de hoy un pasaje que bien podría servir también para la
fiesta de la Ascensión: son las últimas recomendaciones que Jesús hace a sus discípulos
antes de subir al cielo. Pero aquí está el núcleo del mensaje: "Vayan y hagan discípulos
en todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu
Santo". ¡Somos católicos porque fuimos bautizados en el nombre de la Santísima
Trinidad! Desde la pila de nuestro bautismo somos hijos de nuestro gran Padre Dios, que
se nos dio a conocer en tres personas distintas.

Muchas veces, cuando no entendemos alguna cosa, un poco en plan de broma decimos
que "es más oscuro que el misterio de la Santísima Trinidad". Y, sin embargo, nada es
más cercano a nuestra vida católica que este maravilloso dogma. Cuantas veces nos
persignamos a lo largo del día, invocamos el nombre bendito de la Trinidad. ¿Y qué otra
cosa decimos, sino: "En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo"? Además,
cada vez que rezamos el Gloria, hacemos un acto de adoración y de glorificación a la
Trinidad Santísima: "Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo". Pero, tal vez no somos
muy conscientes de este misterio. Sabemos que Dios es Uno y Trino a la vez, pero no
mucho más...

El verdadero amor, el amor más bello, más hermoso y noble es el amor puro y casto, el
amor que sabe olvidarse de sí mismo y renunciar al propio egoísmo, al propio capricho y
al placer desordenado para pensar en el bien y en la felicidad auténtica de la persona
amada.

Desafortunadamente la sociedad está muy secularizada estamos bombardeados de
hedonismo, de sexo y de erotismo... ¡Da una pena enorme ver a tantos jóvenes, en la flor
de la vida, ya con ideas erróneas sobre el amor y con comportamientos a veces tan
desviados! Por eso hay que proponerle a los jóvenes estas ideas para tratar de sembrar
así en su corazón valores nobles y sentimientos generosos. Y como los jóvenes aman lo
bello y lo grande, responden a estos ideales de un modo positivo.

Pues la Santísima Trinidad es el misterio del amor de Dios; del amor más puro y más
hermoso del universo. Más aún, es la revelación de un Dios que es el Amor en Persona,
según la maravillosa definición que nos hizo san Juan: "Dios es Amor" (I Jn 4, 8). Siempre
que nos habla de Sí mismo, se expresa con el lenguaje bello del amor humano. Todo el
Antiguo y el Nuevo Testamento son testigos de ello. Dios se compara al amor de un padre
bueno y a la ternura de la más dulce de las madres; al amor de un esposo tierno y fiel, de
un amigo o de un hermano. Y en el Evangelio, Jesús nos revela a un Padre infinitamente
cariñoso y misericordioso: ¡Con qué tonos tan estupendos nos habló siempre de Él! El
Buen Pastor que carga en sus hombros a la oveja perdida; el Padre bueno que hace salir
su sol sobre justos e injustos, que viste de esplendor a las flores del campo y alimenta a
los pajarillos del cielo; el Rey que da a su hijo único y lo entrega a la muerte por salvar a
su pueblo; o esa maravillosa parábola del hijo pródigo, que nos revela más bien al Padre
de las misericordias, "al padre con corazón de madre" -como ha escrito un autor
contemporáneo–, con entrañas de ternura y delicadeza infinita.

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Éste es el misterio del amor más bello, el misterio de la Santísima Trinidad: las tres
Personas divinas que viven en esa unión íntima e infinita de amor; un amor que es
comunión y que se difunde hacia nosotros como donación de todo su Ser. Y porque nos
ama, busca hacernos partícipes de su misma vida divina: "Si alguno me ama, guardará mi
palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y en él haremos nuestra morada" (Jn 14,
23). Y también porque nos ama, busca el bien supremo de nuestra alma: la salvación
eterna. ¡Éste es el núcleo del misterio trinitario!

Ojalá que todas las veces que nos persignemos y digamos: "En el nombre del Padre y del
Hijo y del Espíritu Santo", lo hagamos con más atención, nos acordemos de que Dios es
Amor y de que nos ama infinitamente; agradezcamos ese amor y vivamos llenos de
confianza, de alegría y de felicidad al sabernos sus hijos muy amados. Y, en
consecuencia, tratemos de dar a conocer también a los demás este amor de Dios a través
de la caridad hacia nuestros prójimos: "Todo el que ama, ha nacido de Dios y conoce a
Dios, porque Dios es Amor".
Primera lectura:
Sigue el ejemplo de Abrahán, que a Pablo le parece muy válido para reafirmar su doctrina
de la salvación por la fe y no por las obras. La fe del gran patriarca no fue precisamente
fácil. Tuvo un gran mérito, porque las dos promesas de Dios -la paternidad a su edad y la
posesión de la tierra- se hacían esperar mucho. Como decía Pablo, Abrahán "creyó contra
toda esperanza", contra toda apariencia. Y es esa fe la que se alaba en él, la que se "le
computa como justicia", o sea, como agradable a Dios. Igual nos pasa a nosotros cuando
creemos "en el que resucitó de entre los muertos, nuestro Señor Jesús".
Cuando Pablo habla de "justicia" y "justificación", "justicia" equivale a santidad, gracia,
ser agradable a Dios.
Con razón es llamado Abrahán "padre de los creyentes" y le miramos como modelo de
hombre de fe. Abrahán nos enseña a ponernos en manos de Dios, a apoyarnos, no en
nuestros propios méritos y fuerzas, sino en ese Cristo Jesús que ha muerto y ha
resucitado para nuestra salvación. Como la Virgen María, que es para el NT el modelo de
creyente que para el AT era Abrahán, y a la que Isabel alabó por su fe: "dichosa tú,
porque has creído".
* Salmo: Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre misericordioso y
Dios de todo consuelo, pues se ha manifestado hacia nosotros con un amor constante y
fiel. Por medio de su Hijo nos ha liberado de la esclavitud de nuestros pecados y de la
mano de todos los que nos odian. Haciéndonos hijos suyos ha cumplido las promesas
hechas a nuestros antiguos padres. Justificados en Cristo y en Él hechos hijos de
Dios sirvamos, alabemos y bendigamos el Nombre de Dios desde ahora y para
siempre. “Alabar, hacer reverencia, servir a Dios...”

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Evangelio: Jesús no ha venido al mundo con el encargo de dirimir los litigios jurídicos
entre los hombres. Él se niega a poner su autoridad en favor de esta o la otra opción, de
este o el otro orden social. Él viene a salvar a los hombres, todos e integralmente.
Viene a encender en el mundo el fuego del amor, el que resolvería, evitándolos, todos
los litigios entre los hermanos (cf. 1 Co 6. 1-11).
El hombre se halla siempre tentado a buscar su salvación en los bienes, en las
posesiones, a poner en las riquezas su seguridad. El discípulo debe estar siempre en
guardia contra esta tentación insidiosa. Los bienes no aseguran ni la misma vida. Menos
aún la salvación. El hombre de la parábola dialoga consigo mismo. Este diálogo falla en el
orden de la salvación. Le faltan interlocutores. No interviene Dios. Ni intervienen los
demás hombres. Querer resolver su destino a solas es insensato. Cristo nos enseña
continuamente que el objeto de la esperanza católica no son los bienes terrenos.
Cristo mismo es nuestra única esperanza. (1Timoteo 1, 1). Sólo el que atesora bienes,
que sean valores ante Dios y para los hermanos, se muestra cuerdo, saca provecho para
un futuro definitivo (cf. Mt 6. 19-21; Ap 3. 17-18).
Dios todopoderoso, tú que inspiraste a la Virgen María, cuando llevaba en su seno a tu
Hijo, el deseo de visitar a su prima Isabel, concédenos, te rogamos, que, dóciles al soplo
del Espíritu, podamos, con María, cantar tus maravillas durante toda nuestra vida. Por
Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
Vivir nuestra existencia como discípulos de Cristo es misionar. Hay quienes escuchan un
llamado a traspasar las fronteras de su cultura y se marchan a donde el Espíritu los llama,
para servir en orfanatos, en hospitales, y en un sinfín de modalidades, en pueblos
afectados por la pobreza y la violencia o en sociedades opulentas. El quehacer es el
mismo: ser testigos de Jesús, que viven lo que Él les enseñó y que por lo mismo, curan
enfermos, animan y defienden migrantes y mujeres maltratadas por tantos abusos.
Quienes permanecen en su lugar de origen, realizando su profesión o empleo y se
comprometen a encarnar su fe a través del trabajo honesto, la participación ciudadana, la
educación de los hijos, también están cumpliendo una misión evangelizadora. Las
situaciones son tan diferentes, sin embargo, el encargo es el mismo: vivir en comunidades
de discípulos, testimoniando la fuerza transformadora del amor de Dios en las
circunstancias presentes.
DIOS RICO EN MISERICORDIA
Ef 2, 1-10; lc 12, 13-21

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Esta profunda frase de la carta a los Efesios tiene consecuencias decisivas en la forma de
entender nuestra vida católica. Por si alguien no lo hubiese entendido, san Pablo nos los
explicita con todas sus letras:
Por la generosidad de Dios ya estamos salvados y no precisamente por lo que nosotros
hemos podido hacer. Cuando servimos y amamos a los hermanos, somos hechura de
Dios. Las buenas obras que realizamos no son condición para alcanzar la salvación, sino
efecto y manifestación de nuestra condición de personas salvadas. Esa sencilla verdad no
fue captada por el rico necio de la parábola, ni por aquellos de nosotros, que nos
obsesionamos por multiplicar las seguridades materiales.
La vida no depende de la cuantía de los bienes. El Padre bondadoso nos cuida y los
hermanos y las personas de buena voluntad, se esfuerzan por distribuir la bendición de
Dios de distintas maneras. El amor providente del Padre activa la solidaridad y la
generosidad de muchos hombres y mujeres generosos.
Padre, te pedimos que valoremos que la vida es el periodo de tiempo, corto, que tenemos
para decidir nuestra eternidad, y para amar.

Espíritu Santo, fortaléceme para saber distinguir lo que vale para la eternidad y sepa
confiar en tu Providencia divina.
En la Liturgia resuena la palabra provocadora de Eclesiastés: "vanidad de vanidades...
todo es vanidad". Los jóvenes son particularmente sensibles al vacío de significado y de
los valores que a menudo les rodean. Y lamentablemente pagan las consecuencias. Sin
embargo el encuentro con Jesús vivo, en su gran familia que es la Iglesia, llena el corazón
de alegría, porque lo llevan de verdadera vida, de un bien profundo, que no pasa y no se
marchita: lo hemos visto sobre los rostros de los jóvenes en Río.
Pero esta experiencia debe afrontar la vanidad cotidiana, el veneno del vacío que se
insinúa en nuestras sociedades basadas en el beneficio y en el haber, que engañan a los
jóvenes con el consumismo. El Evangelio de este domingo nos llama la atención
precisamente sobre lo absurdo de basar la propia felicidad en el haber. El rico se dice a sí
mismo: "Alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, como, bebe
y date buena vida". Pero Dios le dijo: "Insensato, esta misma noche vas a morir. ¿Y para
quién será lo que has amontonado?". Queridos hermanos y hermanas la verdadera
riqueza es el amor de Dios, compartido con los hermanos. Ese amor que viene de Dios y
hace que lo compartamos y nos ayudamos entre nosotros. Quién experimenta esto no
teme a la muerte, y recibe la paz del corazón. Confiamos esta intención, esta intención de
recibir el amor de Dios y compartirlo con los hermanos, a la intercesión de la Virgen
María. (Ángelus de S.S. Francisco, 4 de agosto de 2013).

Este Evangelio es engañador para quien lo lee superficialmente: ¿es malo tener grandes
cosechas? ¿Es malo construir graneros donde guardarlas? Nada de eso. Cristo elogiará
siempre a los hombres sagaces y prudentes.

El problema está en el alma. El desdichado protagonista de la parábola invita al alma a
descansar, a dejar todo esfuerzo porque tiene todo lo suficiente para vivir. Cristo está
refiriéndose en estas líneas a la eterna tentación de todo pueblo y toda persona que

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alcanza cierto nivel de bienestar: creer que ya no necesita de Dios por tener cubiertas las
necesidades corporales.

Cuando el hombre tiene pan, placeres, seguridad social y pasatiempos apetecibles, no
siente la necesidad de Dios y tampoco cree que el demonio actúe, pues a él no le toca.
Pero también los hay que gozan de su avanzada sociedad occidental, que tienen su casa,
su coche, su salario que les permite vivir holgadamente, pero eso sí, no olvidan que el
alma necesita trabajar y hacer obras buenas, y además, comparten lo que tienen
poniéndolo al servicio del Evangelio y de sus hermanos. Por buenos que ya seamos, por
muchas conquistas que hayamos logrado con nuestras oraciones, sufrimiento y esfuerzos
no es suficiente si seguimos en la tierra y no estamos exentos de sucumbir a la tentación.

La vida es el periodo de tiempo, corto, que tenemos para decidir nuestra eternidad, y para
amar. Cada día mueren millones de personas, un día será el tuyo y el mío. Un día todo
esto habrá acabado y tenemos en nuestras manos que ese día sea el mejor de nuestra
vida. Hemos de trabajar sin descanso, pensando en el día que todo será descanso.
Puede que la idea del cielo no nos incentive demasiado, que prefiramos un premio
terrenal, que creamos que el cielo es una levitación aburrida..., no desconfiemos, cuentan
de aquel pobre vagabundo que pidió a un rey una moneda y éste le miró con cariño y le
lavó, le vistió con las mejores galas y lo llevó a palacio. No nos quedemos con la moneda
de la felicidad terrenal, confiemos en nuestro Rey que mirándonos con amor nos dará
muy por encima de lo que pidamos e imaginemos. Todo lo que deseamos y mucho más
está en el cielo, pues ¡vamos a llenarlo!, vamos a dedicar nuestra vida a hacer felices a
los hombres, a llevarles al cielo.

Si de Dios recibimos dones tan grandes, también nosotros debemos dar: en ámbito
espiritual debemos dar bondad, amistad y amor. Pero también debemos dar en el ámbito
material, compartir el pan.

Acumular, comprar, buscar el placer… es el afán prioritario de nuestra cultura. Señor
Jesús, frecuentemente me encuentro contemplando las cosas buenas de este mundo,
pero no como medios sino como un fin. Necesito tener claras mis prioridades: Tú, primero,
y luego todo lo demás, según me lleven hacia Ti Dame la sabiduría para saber que la vida
es corta y debo vivirla sólo para Ti


Jesús va camino de Jerusalén, sabe que allí está su meta para cumplir la voluntad del
Padre. Pero mientras va de camino se detiene de vez en cuando para curar, enseñar a la
gente y más especialmente a sus discípulos.
Hoy Jesús se ha detenido. Los discípulos se sientan a su lado, rodeándole para no perder
ni una sola de sus palabras. Son sus íntimos, los que gozan de una cercanía y amistad
con el Señor. Te invito a que te sientes entre ellos y escuches las palabras de salvación
que pronuncia Jesús.
Jesús nos invita a la vigilancia: “Tened ceñida la cintura y encendidas las lámparas…” Es
la imagen del que está preparado y vigilante. En la mente de aquellos primeros discípulos,
hijos del pueblo de Israel, se forma la imagen de la celebración de la Pascua, del paso del

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Señor: “con la cintura ceñida, los pies calzados y el bastón en la mano” (Ex 12, 11). Es la
imagen del caminante y del peregrino, siempre dispuesto a ponerse en marcha.
La imagen de las lámparas encendidas indica la actitud atenta del que está a la espera y
no se duerme. Porque el Señor va a pasar por nuestras vidas cuando menos lo
esperamos. Como nos recordaba el Papa Francisco, recodando una expresión de san
Agustín, en una de sus homilías: “Tengo miedo cuando pasa el Señor”. ¿Por qué?
“Porque tengo miedo de que pase y no me dé cuenta”. Y el Señor pasa en nuestra vida
como ha sucedido (…) en la vida de Pedro, de Santiago, de Juan».
No darme cuenta de que pasa el Señor: ese es el único motivo válido para nuestro temor.
Pero no es el temor el que nos tiene que mantener vigilantes sino el amor del que espera
al amigo y se recrea en la espera por el gozo que se avecina en el encuentro.
Va a venir el Señor y va a llamar a nuestra puerta. Esa es la certeza que nos tendría que
mantener despiertos y vigilantes. No sabemos si vendrá al principio de la noche, quizás
un poco más tarde o a la madrugada. Yo solamente sé que tengo que esperarle.
Si me mantengo vigilante entonces conoceré la dicha. Es una nueva bienaventuranza que
oímos en los labios de Jesús: “Dichosos los criados a quienes el señor, al llegar, los
encuentre en vela; os aseguro que se ceñirá, los hará sentar a la mesa y los irá sirviendo.
Y, si llega entrada la noche o de madrugada y los encuentra así, dichosos ellos”.
La promesa que el Señor me hace es una promesa de intimidad: “los hará sentar a la
mesa y los irá sirviendo”. Y esta promesa me lleva a la Eucaristía. ¿Qué más puedo
pedir?
Vuelve a leer el evangelio muy despacio. Escucha las palabras de Jesús porque son para
ti. Van directas a tu corazón. Acógelas y guárdalas en tu corazón, a imitación de María. Y
ahora, al final de esta oración inicia un diálogo de amistad con el Señor.

Señor, tú conoces mi fragilidad y mi nada. Ayúdame tú a esperarte vigilando,
esforzándome por construir un mundo mejor, iluminados mis ojos y mi corazón con tu
palabra, y cansadas mis manos de servirte en los demás.
HUMANIDAD NUEVA
Ef 2, 12-22; Lc 12, 35-38

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La trascendencia de la muerte y resurrección de Cristo fue interiorizada y reflexionada con
gran agudeza por el apóstol San Pablo. El hecho pascual no fue un incidente biográfico
menor, ocurrido en las orillas de Jerusalén. Fue el parte aguas de la salvación. Ya no es
necesario angustiarse ni desesperarse por ser un cumplidor frustrado de los cientos de
preceptos contenidos en la ley de Moisés. Cristo ha abierto una nueva ruta de acceso al
Padre. Por medio del Espíritu somos parte de una humanidad nueva. No es un cambio
menor, no son dos o cien los que han sido alcanzados por la resurrección de Cristo. El
evento pascual tiene alcance universal. Todo ha sido bañado por la gracia de Dios. Por
eso no podemos vivir sumidos en la desesperanza y el pesimismo, tampoco en la
alienación consumista. La venida del Señor es un acicate para seguirle sirviendo como
testigos de esa humanidad nueva. Dichosos nosotros si nos encuentra haciendo su
voluntad.
Señor, creo, confío y te amo sobre todas las cosas. Me acerco a Ti en esta oración para
reanimar la fe, para recibir la energía espiritual que mueva mi corazón y que me
mantenga en vigilante espera.

Dios mío, concédeme vivir alerta, de cara a la eternidad, con mi alma limpia, lista para el
encuentro definitivo contigo.
El evangelista Lucas nos muestra Jesús que está caminando con sus discípulos hacia
Jerusalén, hacia su Pascua de muerte y resurrección, y en este camino les educa
confiándoles lo que Él mismo lleva en el corazón, las actitudes profundas de su alma.
Entre estas actitudes están el desapego de los bienes terrenos, la confianza en la
providencia del Padre y, también, la vigilancia interior, la espera activa del Reino de Dios.
Para Jesús es la espera de la vuelta a la casa del Padre. Para nosotros es la espera de
Cristo mismo, que vendrá a cogernos para llevarnos a la fiesta sin fin, como ya ha hecho
con su Madre María Santísima, que la ha llevado al Cielo con Él.
Este Evangelio quiere decirnos que el católico es uno que lleva dentro de sí un deseo
grande, un deseo profundo: el de encontrarse con su Señor junto a los hermanos, a los
compañeros de camino. Y todo esto que Jesús nos dice, se resume en un famoso dicho
de Jesús: "Dónde está vuestro tesoro, allí estará también tu corazón". El corazón que
desea, todos nosotros tenemos un deseo. La pobre gente que no tiene deseos, deseo de
ir hacia adelante, hacia el horizonte. Para nosotros católicos este horizonte es el
encuentro con Jesús, el encuentro precisamente con Él, que es nuestra vida, nuestra
alegría, lo que nos hace felices (Homilía Francisco, 11 de S.S. de agosto de 2013).

¿Se salvan todos? ¿No será mejor vivir bien la vida y arrepentirse al final? Estos y otros
interrogantes aparecen con frecuencia entre los jóvenes. Algunos piensan que Dios, como
es Padre misericordioso, hará la vista gorda el día del Juicio y nos meterá a todos en el
cielo. Otros dicen que, como lo importante es el último momento, basta con una buena
confesión justo antes de la muerte. Estos han leído muy bien la historia del "buen ladrón"
crucificado junto a Cristo.

Los más viejos del lugar ya no saben qué decir. Las cosas van tan deprisa que lo que
antes era verdad ahora parece que ha cambiado. Eso de la "salvación de las almas" ya no
les dice mucho.

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¿Y nosotros qué pensamos?

La salvación no es cosa de un día. Requiere estar siempre en actitud vigilante. Puede
ayudarnos el hacer un examen de conciencia al final del día. De hecho, quienes se
examinan con frecuencia sobre el estado de su alma, difícilmente sucumben.
Al examinarnos, estamos tomando la "temperatura" de nuestra alma y descubrimos si
está fría o caliente. Sabemos si vamos por buen camino o hay algo que corregir. Nos
damos cuenta si estamos o no preparados para abrir la puerta "al señor que vuelve de la
boda".

Por eso, no hay que arriesgarlo todo para el último momento, porque es posible que nos
sorprenda cuando menos lo esperemos. Es más prudente seguir el consejo que Jesús
nos dio: "El que persevere hasta el final, ése se salvará".

Vivir responsablemente este día, aprovechando mi tiempo, esforzándome por «ganar
tiempo al tiempo», para comprometerme más en la nueva evangelización.

Sean pocos o muchos los años que me quedan de vida, necesito estar listo para lo que la
Providencia permita. Jesús, Tú conoces todas mis acciones, mis pensamientos y guías
siempre mi camino, por eso te doy gracias; pero también conoces mis temores y mi
fragilidad, por eso te pido la fortaleza y la sabiduría que necesito para sentir la urgencia de
trabajar por tu Iglesia.

Un día más, un regalo más y como siempre ahí está Él, esperándonos, deseando que le
demos la oportunidad de ser sus manos, deseando estar con nosotros. Ahí está Él,
solitario en el sagrario, viendo como nos afanamos con las cosas de este mundo.
Hoy quiere mirarnos y abrazarnos. Nos mira profundo, limpio, tal cual somos y con
nuestras miserias ve una maravilla; en esta mirada hoy nos dice que no dejemos de
mirarle nunca, que le coloquemos en el centro de nuestra vida, en el por qué de todo
nuestro día a día.
Él es lo realmente importante, no nos dejemos atrapar por sueños y empresas que tienen
fecha de caducidad sino que todo lo que hagamos sea por y para Él, hoy nos recuerda
que no sabemos cuál será el momento ni el lugar de nuestra muerte y por ello debemos
estar alerta ¿Cómo va mi confesión?
Además de mirarnos así de tierno, nos abraza. Dios cercano y real nos lanza un abrazo
quizás desde Nazaret, quizá desde los caminos, en Jerusalén, que cada uno vea recibe el
regalo. Y con este privilegio de abrazo de fe nos recuerda que "Al que mucho se le dio,
mucho se le exigirá". Demos gracias a Dios por todos los regalos que nos hace y
pidámosle fuerzas para que le dejemos hacer lo que quiera con nosotros.

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AL QUE MUCHO SE LE DIO...
Ef 3, 2-12; Lc 12,39-48
El discurso del capítulo doce de san Lucas responde a la serie de recomendaciones que
Jesús diera a sus discípulos. Ninguna de esas recomendaciones ha envejecido. El
discipulado católico tiene un núcleo que permanece: la llamada a conformar la propia vida
con el estilo de Jesús Maestro.
Quienes hemos recibido una misión como discípulos, no disponemos de un patrimonio
que podemos malgastar a placer. Somos administradores de una autoridad que conviene
respetar. Un buen administrador vela por los intereses y los planes de su Señor. Cuanto
mayor es el encargo, mayor será la exigencia.
En la carta a los Efesios el apóstol san Pablo enfatiza la nueva coyuntura que ha creado
la resurrección de Cristo: ya no existen barreras divisorias, tampoco hay privilegiados y
marginados. El secreto escondido se ha hecho manifiesto: Dios ama por igual a todos y
los convoca a vivir y participar de la misma herencia.
Padre ayúdanos a vivir nuestras vidas de modo que dejemos espacio al Espíritu en un
mundo que quiere olvidar a Dios, rechazarlo incluso en nombre de un falso concepto de
libertad.

Dios mío, ayúdame a usar los dones que se me han dado.

Representa una responsabilidad. Y Jesús ha dicho: "Al que se le confió mucho, se le
reclamará mucho más". Por lo tanto, preguntémonos: en esta ciudad, en esta Comunidad
eclesial, ¿somos libres o somos esclavos, somos sal y luz? ¿Somos levadura? O
¿estamos apagados, sosos, hostiles, desalentados, irrelevantes y cansados?
Sin duda, los graves hechos de corrupción, surgidos recientemente, requieren una seria y
consciente conversión de los corazones, para un renacer espiritual y moral, así como un
renovado compromiso para construir una ciudad más justa y solidaria, donde los pobres,
los débiles y los marginados estén en el centro de nuestras preocupaciones y de nuestras
acciones de cada día. ¡Es necesaria una gran y cotidiana actitud de libertad católica para
tener la valentía de proclamar, en nuestra Ciudad, que hay que defender a los pobres, y
no defenderse de los pobres, que hay que servir a los débiles y no servirse de los débiles!
(Homilía de S.S. Francisco, 31 de diciembre de 2014).

Uno de los aspectos más chocantes del catolicismo es su concepción de la vida como una
misión. En el catolicismo no rige eso del «come y bebe que la vida es breve» ni el «vivir a
tope» entendido como aprovechar cada instante para conseguir más placer y más
bienestar.

Cristo nos presenta la vida como una misión: «estar al frente de la servidumbre para darle
a tiempo su ración» de la cual tendremos que dar cuenta. La vida es una misión. Venimos
a la tierra para algo, y ese algo es tan importante que de él depende la felicidad eterna de

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otras personas. Ese «dar de comer a la servidumbre» es el testimonio que Cristo quiere
que durante el tiempo que tiene dispuesto concederme en la tierra. El famoso psiquiatra
vienés Víctor Frankl, cuando habla de los casos que se le presentan de enfermos con
depresión que ya no encuentran ninguna razón para vivir, que no esperan nada de la vida
ni del mundo, se percata de que quizás puede faltar una pregunta esencial y es
preguntarse acerca de qué espera el mundo de mí.

Porque, aunque tengamos razones para abandonar no tenemos razón, pues la vida
espera algo de nosotros y tenemos una misión en este mundo. Una misión que lleva
nuestro nombre y nadie más puede hacer. Si no la hacemos nosotros nadie lo va a hacer.
Hemos de descubrir cuál es nuestro camino y cuál es nuestra misión. La salvación del
mundo y de las almas tienen muchos matices, la gracia es única pero las formas de
alcanzarla son múltiples, por eso nuestra existencia no es casual, ni insignificante.

Tenemos que salvar el mundo, sí, pero ¿cómo?, cada uno de una forma diferente que ha
de descubrir con la oración y la lucha.

Padre mío, ayúdame a ser un servidor fiel y prudente. Me has dado unos talentos que
implican gran responsabilidad. Te pido perdón por todas las veces en que no he sabido
corresponder a tu confianza. Te prometo que me esforzaré por ser un buen discípulo y
misionero de tu amor; sé que con tu gracia puedo ser fiel y servir a todos aquellos que has
puesto a mi cuidado.
“He venido a prender fuego en el mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo!”
Jesús nos invita hoy a recibir su amor. Quiere que el fuego que nace de su Corazón
abrasado haga arder también el nuestro y se propague a nuestro alrededor.
Vamos a pedirle en la oración a maría que nos abra el corazón para recibir ese chorro de
gracias que brota continuamente del Corazón de Cristo. Vamos a volver a pedirle que nos
fiemos de Él, que pongamos en Él nuestra confianza.
Nos alienta a ello el salmo:
“Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor”.
Porque el Señor nunca defrauda. Él nos libera del pecado, por la confianza. El nos hace
avanzar por rutas de santidad, si le dejamos hacer. Él nos conduce hacia fuentes
tranquilas y repara nuestras fuerzas, si lo deseamos y le buscamos. Él en fin, nos regala
la vida eterna, para gozar eternamente con él.
Eso nos dice también la primera lectura:
“Dios regala vida eterna por medio de Cristo Jesús, Señor nuestro”.
Confianza, confianza, confianza. Tanto cuanto espera, alcanza.

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UNA SERIE DE ADJETIVOS
Ef 3, 14-21, Lc 12, 49-53
Somos familia de Dios, compartimos un solo apellido, hijos de Dios. No hay fracturas,
preferencias ni privilegios. El amor de Dios manifiesto en Cristo Jesús es tan desbordante
que no se agota en capillas ni bandos; es un amor tan ancho, largo y profundo que cubre
a todos.
Cada vez que hemos pretendido acaparar el amor de Dios dentro de una existencia
sectaria, nos hemos ensoberbecido, comportándonos como si fuéramos una especie de
"iluminados" que no se pueden rebajar a interactuar con los que están en el bando
equivocado. Indudablemente que este plan incluyente y amoroso, perturba a muchas
personas que defienden a capa y espada sus privilegios e intereses particulares.
En ese sentido podemos entender la frase paradójica del Evangelio de san Lucas: el
Señor Jesús ha venido a traer fuego y surgirán divisiones, entre quienes se sumen a los
valores del Reino y aquellos que pretendan afianzar proyectos e ideologías excluyentes
que multiplican la opresión y el sufrimiento.
Vamos a invitar a que Jesús venga a comer con cada uno de nosotros. Esa cena
que recrea y enamora, presidida por el Espíritu en el Amor del Padre.
Y sin olvidarnos de invitar a Santa María, servidora atenta que recuerda a su Hijo lo que
nos vaya faltando.
EL ESCULTOR
Esta es la imagen que se me ocurría al leer las lecturas de este día. Por una parte nos
surge el deseo de cambiar tantas cosas que vemos negativas y malas en nuestro interior.
Junto a esto nos vemos muchas veces con las manos vacías de no haber cambiado
apenas. “¡Desgraciado de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo presa de la muerte?” nos
dice S. Pablo. Por el contrario, sentimos las palabras del Salmo aplicadas a nuestra
situación; “Cuando me alcance tu compasión, viviré, y mis delicias serán tu voluntad”.
Pensaba en cómo las actividades espirituales o de Milicia a las que asistimos, nos ayudan
a acercarnos a Jesús. Y Él nos descubre, en parte, lo que debemos cambiar. Así, un rato
de oración, una confesión, un retiro, unos ejercicios, una charla con el guía. Todo esto son
como pequeños golpes del cincel que facilitan ir sacando eso que sobra; la suciedad “de
dentro” de la que habla S. Pablo; cuando quiero hacer lo bueno, me encuentro
inevitablemente con lo malo en las manos.

Arq. Roberto Saldivar Olague, [email protected]
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El perseverar, debiera favorecer el que aparezca esa figura que se va hermoseando a
medida que pasa el tiempo. Al igual que esos pasos cortos, pero constantes, en la
montaña, nos van descubriendo paisajes nuevos y cada vez más bellos hasta llegar a la
cumbre (lo más bonito). Y caminando en familia que ¡ayuda tanto!
Ya hemos ido dejando a Jesús limpiarnos por dentro y ¿ahora qué? La figura de Él, que
va apareciendo en nosotros, no es para colocarla en una vitrina y ser admirada como en
los museos. Ese corazón tallado por Cristo es un corazón nuevo que, entre otras cosas:
Encaja los golpes de la vida con paz
No se extraña de las raíces de pecado propias y ajenas, pero lucha
Escucha activamente (amando) al otro
Cuida de las pequeñas necesidades de los que le rodean
Sabe ver la acción de Dios a través del que manda o de un acontecimiento sorpresa
Celebra la alegría de vivir.
Entonces, como dice el Salmo; “nos dejaremos instruir y la voluntad del Señor será nuestra
delicia”; “nos libraremos del Juez que manda al guardia meternos en la
cárcel” Luc.(12,54-59). Nos hemos situado en actitud de ser revestidos de gracia porque
“sin mí no podéis hacer nada”.
Tú eres bueno y haces el bien; instrúyeme en tus leyes.
“Cuando me alcance tu compasión, viviré, y mis delicias serán tu voluntad”.
Pero queremos un modelo en nuestra tarea de dejarnos esculpir (para llegar a
ser corazón de oro). Deseamos una madre que nos lleve en sus brazos pues es tan
grande nuestra fragilidad. Necesitamos una confidente siempre cercana, comprensiva,
buenísima en extremo. Alguien que enjugue nuestras lágrimas en el desaliento por los
pocos frutos; por perder la visión de lo que Jesús está haciendo en mí.

Que María, la virgen y madre, sea nuestro acabado modelo de dejarnos conducir por
Aquel que busca cenar con nosotros, no para pasar el rato, sino para que se vaya
esculpiendo su misma figura en nuestras vidas.

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EL BUEN PASTOR
Is 61, 1-3; Jn 10, 11-16
Los rasgos con los que Jesús describe al pastor modelo son inobjetables y claros: está al
servicio de la vida, se sacrifica hasta al límite por sus ovejas, las custodia, alerta y protege
de los peligros; mantiene una comunicación clara y confiada con ellas, ambos se
reconocen.
Si trasladamos esas imágenes al terreno de las distintas formas de autoridad entendemos
la carga crítica y utópica que encierran. La forma como se acredita una autoridad y
amerita que se le confíe el poder es la búsqueda y preservación del bienestar general y
no de los privilegios propios o de un pequeño sector agresivo y mafioso.
Desde la profecía del profeta Isaías podemos releer esas palabras, reafirmado que
estamos urgidos de personas llenas del Espíritu, que asuman la misión de consolar y
liberar a tantas personas que siguen siendo víctimas de modernas y terribles formas de
opresión. La recurrencia de tantas formas de violencia no justifica que nos vayamos
acostumbrando, al punto que nos resignemos. El Espíritu nos ha ungido para consolar.

Señor, dame tu gracia para darme cuenta que tú estás realmente presente en todo
momento de mi vida, que nunca me olvide que estás junto a mí y que eres el huésped de
mi corazón. Dame tu gracia para ser dócil a tus inspiraciones, a tus sugerencias para
identificarme contigo, para confiar plenamente en tu voluntad y tus designios,
especialmente cuando son contrarios a mis puntos de vista. Transforma mi corazón para
que sepa amar de verdad, desinteresadamente, para descubrirte en quien me humilla y
ofende y para ser un reflejo de tu ternura para los más débiles y necesitados. Que María,
nuestra Madre, me lleve siempre de la mano para caminar junto a ti.

Señor que vea en cada sufrimiento, en cada incomodidad, en cada contratiempo una
oportunidad para corresponder a tu infinito amor por mí.

"Yo soy el buen pastor". Esta afirmación es una de las más bellas del evangelio, pues
refleja con muchísima claridad el corazón de Cristo. No fue sólo un título usado por Cristo
para describir su misión, sino algo que llevó a cabo, de allí que sus primeros discípulos
hayan resumido su vida con esta frase: "pasó haciendo el bien" (Hch 10, 38). Cristo pasa
todavía por nuestras vidas haciendo el bien como hace dos mil años, Cristo sigue tocando
a la puerta de nuestro corazón para que nos abramos a la conversión cómo lo hicieron
Mateo, María Magdalena, el buen ladrón, Cristo sigue sufriendo su Via Crucis cuando
nosotros lo ofendemos y no somos capaces de amar como Él, pero Cristo, también, se
alegra hoy cuando ve al hijo pródigo regresar a casa porque Él es el buen pastor.

"Conozco mis ovejas y las mías me conocen a mí". Cristo nos ama porque nos conoce,
porque nuestra grandeza y nuestra miseria no son desconocidas para Él, precisamente,
porque nos conoce, vino a este mundo para salvarnos, porque nos conoce quiso
quedarse en la eucaristía y dejarnos su perdón en el sacramento de la penitencia. Pero
ahora nos debemos preguntar ¿Realmente conozco a Cristo? ¿Realmente lo conozco
como el buen pastor? Que nunca nos olvidemos que Dios, que se ha revelado por
Jesucristo, es Amor, es misericordia, comprensión y perdón.

Arq. Roberto Saldivar Olague, [email protected]
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El profeta Ezequiel decía: Porque así dice el Señor Yavé: Yo mismo iré a buscar a mis
ovejas y las reuniré... Yo mismo apacentaré a mis ovejas y yo mismo las llevaré a la
majada..., buscaré la oveja perdida, traeré a la extraviada, vendaré la perniquebrada y
curaré la enferma... apacentaré con justicia. (Ez 34, 11, 15-16). Que este evangelio sea
para nosotros una invitación a ser también los buenos pastores para con nuestros
hermanos los hombres, que con sus nombres y apellidos se cruzan todos los días por
nuestras vidas. Que realmente seamos ese bálsamo que sane sus heridas, que cure sus
almas atribuladas por el dolor, la tristeza, el odio. Que les demos de comer manjares de
eternidad con nuestra palabra y testimonio de católicos auténticos. Que al final nuestras
vidas se puedan resumir al igual que la de Cristo: Pasó haciendo el bien.

Buscar reflejar a Cristo, Buen Pastor, preocupándome más por los demás que de mí
mismo.
Jesús manso y humilde de corazón has mi corazón semejante al tuyo. Que tú seas
siempre mi modelo y mi guía a lo largo de mi vida, que siempre camine a tu lado y que
nunca me separe de ti. Por último, te pido Señor que me des la fortaleza que necesito
para ser tu apóstol que no se canse de gritar a este mundo que tú eres el único que da
sentido a nuestras vidas, que tú eres el único que me conduce a la verdadera felicidad.

Al meditar en el Evangelio del buen Pastor, pidamos al Señor que abra cada vez más
nuestro corazón y nuestra mente para escuchar su llamada. En verdad, Jesús "nos
conoce" más profundamente de lo que nos conocemos a nosotros mismos, y tiene un plan
para cada uno de nosotros. También sabemos que donde él nos llama encontraremos
felicidad y realización personal, pues nos encontraremos a nosotros mismos.
Ofrecemos nuestras vidas al Corazón de Cristo, por medio del Corazón Inmaculado de
Santa María, nuestra Reina y Madre, todos nuestros trabajos, alegrías y sufrimientos. Y lo
hacemos uniéndonos por todas las intenciones por las que se inmola continuamente
sobre los altares.
Hoy, la lectura del evangelio, nos pone a cada uno en nuestro sitio que, al fin y al cabo, es
el mismo: todos somos pecadores, somos criaturas limitadas y el pecado siempre está al
acecho. No sabemos lo que hicieron esos galileos para que Pilatos mezclara su sangre
con la de los sacrificios que ofrecían. Pero seguramente sus compatriotas pensarían mal
de ellos juzgando que, si así se los trataron, algo habrían hecho. Jesús nos pone a todos
en nuestro lugar. Todos somos iguales y si en algo parece que destacamos es porque se
nos ha dado.
En otro sitio del Evangelio afirma que, si algo de bueno hay en nosotros, se lo debemos al
Espíritu porque de El procede todo lo bueno que hay en el mundo y en el hombre.
El Papa Francisco escribió una vez que no somos propensos a dar un poco de espacio a
la comprensión y a la misericordia. Porque para ser misericordiosos son necesarias dos
actitudes: La primera es el conocimiento de sí mismos: saber que hemos hecho muchas

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cosas malas: ¡somos pecadores! Y frente al arrepentimiento, la justicia de Dios... se
transforma en misericordia y perdón. La segunda es tener vergüenza de nuestros
pecados. Esto es una gracia, el sentir vergüenza de nuestras faltas. ¡Cuántas cosas
recibidas, cuántas gracias y oportunidades y, sin embargo, qué poca fidelidad y amor!
Solo hay una solución: la conversión. Y aquí no hay ambigüedades, si no nos
convertimos, al final, pereceremos. Como la imagen del viñador, que quiere dar una
nueva oportunidad a esa higuera infértil, Dios continuamente nos da gracias de
conversión, a través de los acontecimientos, de las personas que nos rodean, de nuestra
madre la Iglesia.
Y la conversión es ser hombres de espíritu, como nos indica la primera lectura de San
Pablo, porque el Espíritu tiende a la vida y a la paz. El Espíritu es comprensivo, tiene
misericordia y no juzga a los demás, es más, los pone por encima de uno mismo.
Nos encomendamos a Santa María, para que nos ayude a comprender cuál debe de ser
nuestra actitud hacia los demás, no a juzgar y valorar sus acciones sino a ponernos a su
servicio.
CONSTRUIR EL CUERPO DEL MESÍAS
Ef 4,7. 11-16; Lc 13, 1-9
La diversidad de ministerios, oficios y carismas que el Espíritu suscita en la Iglesia, se
traduce en una multiplicidad de iniciativas pastorales. No se puede afirmar la supremacía
ni la excelencia de una sobre otra. El que alfabetiza a personas necesitadas en colonias
marginales, y el que sirve a los ancianos en un asilo, lo mismo que quien organiza grupos
ciudadanos para que participen responsablemente cumpliendo sus deberes cívicos, o
aquel que organiza círculos de lectura de la Palabra de Dios, está construyendo el Cuerpo
del Mesías. Cada quien dispone de una sensibilidad o unas habilidades particulares. Lo
importante es encaminarlas al servicio de los hermanos. Ateniéndonos a la enseñanza
evangélica, hemos de reconocer que no podemos seguir posponiendo nuestra intención
de cumplir con nuestro compromiso misionero. Las urgencias y las necesidades son
tantas en nuestra sociedad, que para todos existen oportunidades de "levantar un muro,
pintar una pared, instalar una puerta" en ese templo espiritual que es el Mesías Jesús.
Padre, nuestra esperanza es siempre y esencialmente también esperanza para los otros;
sólo así es realmente esperanza también para nosotros.

Jesús, gracias por darme la oportunidad de mejorar, de servirte, de amarte. Dame tu
gracia para luchar cada día por dar fruto.

No es fácil entender este comportamiento de la misericordia, porque estamos
acostumbrados a juzgar: no somos personas que dan espontáneamente un poco de

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espacio a la comprensión y también a la misericordia. Para ser misericordiosos son
necesarias dos actitudes. La primera es el conocimiento de sí mismos: saber que hemos
hecho muchas cosas malas: ¡somos pecadores! Y frente al arrepentimiento, la justicia de
Dios... se transforma en misericordia y perdón. Pero es necesario avergonzarse de los
pecados.
Es verdad, ninguno de nosotros ha matado a nadie, pero hay muchas cosas pequeñas,
muchos pecados cotidianos, de todos los días… Y cuando uno piensa: "¡Pero qué
corazón tan pequeño: ¡He hecho esto contra el Señor!" ¡Y se avergüenza! Avergonzarse
ante Dios y esta vergüenza es una gracia: es la gracia de ser pecadores. "Soy pecador y
me avergüenzo ante Ti y te pido perdón". Es sencillo, pero es tan difícil decir: "He
pecado". (Cf. S.S. Francisco, 17 de marzo de 2014, homilía en Santa Marta).

Hoy Cristo desenmascara una preocupación presente en muchos hombres de nuestro
tiempo. Y es la preocupación de pensar que los sufrimientos de la vida tienen que ver con
la amistad o enemistad con Dios. Cuando todo va bien y no hay grandes angustias o
desconsuelos creemos que estamos en paz y amistad con Dios. Y puede ser que
realmente no suframos grandes ahogos y a la vez estemos con Dios pero Cristo nos
muestra que no es así la forma de verlo.

¿Acaso los miles de personas que mueren en los atentados padecieron de esa forma
porque eran más pecadores que nosotros? Por supuesto que no, pues Dios no es un
legislador injusto que castiga a quienes pecan. Mejor es preocuparnos por nuestra propia
conversión y dejar de juzgar a los demás por lo que les pasa en la vida. Que si este
vecino se fue a la banca rota su negocio porque no daba limosna o el otro se le dividió la
familia porque no iba a misa o el de más allá se le murió un hijo porque decía blasfemias.

Dejemos de calcular cómo están los demás ante Dios e interesémonos más por nuestra
propia conversión. Los acontecimientos dolorosos de la vida no son la clave para ver la
relación de Dios con nuestro prójimo. Dios puede permitir una gran cantidad de
sufrimientos en una familia para hacerles crecer en la fe y confianza con Él, pero no por
eso quiere decir que Dios está contra ellos.

Dirijamos hacia Dios nuestra vida y preocupémonos más por nuestra propia conversión.

No hay excusas, la lección de la parábola es clara. Cuando el Creador viene a buscar
frutos, es porque es tiempo de que haya frutos. No se trata de aparentar o verse bien,
sino haber producido los frutos de acuerdo al plan de Dios. Gracias, Jesús, por interceder
por mí y darme otra oportunidad para que, con la gracia de la Eucaristía, pueda rectificar
lo que deba cambiar en mi vida y aspirar a la eficacia apostólica, donde es necesario
morir a mi propia comodidad para dar fruto.
¿Qué quieres que haga por ti? Maestro, que pueda ver. Anda, tu fe te ha curado
Os invito a que vayáis sin rodeos al centro del evangelio, al dialogo de Jesús con
Bartimeo. Hay unos previos interesantes describiendo la situación: la gente, la limosna, el
camino, los discípulos, el ciego, el grito, la petición, el comportamiento de unos y de
otros… Y también lo que ocurre, pedir, oír, gritar. Bueno, ¡que se podría hacer una

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película de todo ello! y no es indiferente para lo que después ocurre (alguno se la estará
montando ya) pero, vayamos al centro.
Jesús y Bartimeo; el que salva y el que puede ser curado; el que está de pie en el camino,
escuchando y el que está tirado gritando; el que es la Luz del mundo y el ciego ante él.
Jesús y tu; el que salva y tu tal y como estás, tus heridas, tu malestar…; el que hoy pasa por
delante de tu vida y tú que estas sentado quizás sin ganas de nada; el que es la Luz del
mundo y tú con tu ceguera ente él.
La pregunta, ¿Qué quieres que haga por ti?
Sin rodeos. Una pregunta clara, al centro de la necesidad. Menos mal que no le
preguntó… que vas a comer hoy, que haces aquí sin trabajar, vete al centro de atención
al paciente del templo y te atenderán, llama a 112 de Jerusalén, mañana vuelvo y te
atiendo que hoy mira cómo voy, con tanta gente, no tengo tiempo….
Reflexiona. ¿Qué haces tú ante la necesidad del que te rodea, te pregunta, te pide porque
sabe que podrías darle algo que no tiene, porque sabe que eres creyente y crees en
Jesús y confía su salvación en ti?
La respuesta. Maestro que pueda ver.
¡Claro! Lo demás no le importa, es secundario, solo le falta una cosa, la luz, la claridad, el
poder ir él solo por el camino. Menos mal que no le respondió, regálame un GPS y podré,
aunque sea ciego, ir seguro por el camino. Ni se quedó en las miles de cosas superfluas
que no le servirían para nada.
Reflexiona: Cual es hoy tu respuesta a Jesús que te pregunta que puede hacer por ti.
Sabes cuál es tu necesidad real Irías al centro, o te quedarías en las miles de cosas
materiales que nos entretienen la vida y nos dejan ir a lo fundamental. Me imagino a
tantos pidiendo cosas que no llenan.
Anda tu fe te ha curado.
Únicamente si has llegado hasta aquí, si has sido valiente, si has presentado al Señor la
verdad de tu vida, escucharas las palabras de la Salvación, las únicas necesarias para la
vida. Te habrás acercado a la Luz y la habrás recibido.

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Otras frases de la Palabra de Dios hoy que ayudan en la oración: 1ª lectura: El Señor ha
salvado a su pueblo… los guiaré… los llevaré a torrentes de agua por un camino llano en
que no tropezarán. 2ª lectura. Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy.

Disfruta del encuentro de hoy con el Señor.
EL MANDAMIENTO PRINCIPAL
Ex 22, 20-26; 2 Ts 1,5-10; Mt 22, 34-40
La pregunta capciosa que los fariseos dirigen a Jesús no es una cuestión trivial. En la
sociedad judía de aquel tiempo, existía una infinidad de mandamientos y de
interpretaciones que terminaban por abrumar la conciencia de las personas.
¿Cómo hacer para cumplir con tantos preceptos, sin desatender ninguno? El riesgo mayor
era que se podían descuidar los mandatos fundamentales y obsesionarse por los
accesorios. De ejemplos y casos de esta confusión tenemos noticia en los Evangelios. De
ahí que la respuesta del Señor Jesús siempre seguirá siendo nuestro referente
fundamental: tan importante es el amor a Dios como el amor al prójimo.
El libro del Éxodo concreta de forma precisa el alcance del amor al prójimo al legislar a
favor de los emigrantes, las viudas, los forasteros y los huérfanos. Dios aparece en ese
texto como el defensor, de los derechos de los más débiles.
Jesús, gracias por recordarme que lo más importante es amarte en los demás. El
mantener una relación personal contigo en la oración debe ser la prioridad en mi vida.
Creo, espero y te quiero, ilumina mi oración para que el amor me transforme.

Señor, enséñame a ser fiel y amar a los demás con tu caridad divina.

Leyendo las Escrituras queda por demás claro que la propuesta del Evangelio no es sólo
la de una relación personal con Dios. Nuestra respuesta de amor tampoco debería
entenderse como una mera suma de pequeños gestos personales dirigidos a algunos
individuos necesitados, lo cual podría constituir una “caridad a la carta”, una serie de
acciones tendentes sólo a tranquilizar la propia conciencia. La propuesta es el Reino de
Dios; se trata de amar a Dios que reina en el mundo. En la medida en que Él logre reinar
entre nosotros, la vida social será ámbito de fraternidad, de justicia, de paz, de dignidad
para todos. Entonces, tanto el anuncio como la experiencia católica tienden a provocar
consecuencias sociales. (S.S. Francisco, Exhortación apostólica Evangelii gaudium, n.
180)

La religión consiste en amar a Dios. El versículo que cita Jesús (Dt 6, 5) es parte del
Shema: el “credo” básico y esencial del judaísmo. Esta frase, con la cual también hoy se
da inicio a cada servicio litúrgico hebraico, es el primer texto que todo joven hebreo
aprende de memoria. Significa que debemos dar a Dios un amor total, un amor que

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controla nuestras emociones, que dirige nuestros pensamientos y que mueve cada una de
las acciones.

La verdadera religión comienza con el amor y la entrega total de la vida a Dios. Este amor
a Dios debe salir de nuestro corazón y convertirse en amor a los hombres. Observemos el
orden de los mandamientos: primero debe venir el amor a Dios y después el amor al
prójimo. Sólo podemos querer verdaderamente a los hombres si amamos a Dios. Esto
sucede porque hemos sido creados a su imagen y semejanza.

También en la sociedad actual el amor a Dios es un factor insustituible. Si eliminamos el
amor a Él, con más facilidad se abre el camino a la impaciencia, a la rabia y al odio entre
los hombres. Así, la paz y la convivencia fraternal desaparecen.

Jesús, dame la gracia de amar a los demás con todo mi esfuerzo y buena voluntad. Que
mi amor no sea sólo un buen, pero vago, deseo sino que se concretice en buenas obras.
Quiero contemplarte, experimentar tu cercanía para que pueda aprender a querer a los
demás, especialmente a los más cercanos, como Tú me quieres.

Examinar mi conciencia y, honestamente, evaluar la espontaneidad, la profundidad y la
extensión de mi caridad hacia los demás, especialmente con aquellos que supuestamente
amo más.
Lc 13, 10-17
Al iniciar la oración caer en la cuenta cómo Dios me está esperando, me mira complacido;
sentir la mirada que un día le regaló al joven rico “fijando en él la mirada lo amó”.
Algunos milagros de curación de enfermos que narra san Lucas tienen en común que lo
hace en sábado, creo que lo hace para resaltar la actitud que tiene la primera comunidad
de católicos sobre la observancia de las normas de Antiguo Testamento. Como la
enfermedad no era mortal, Jesús podía haber aplazado la curación para no “violar” el
descanso sabático. Si Jesús actúa así en sábado y sin que la mujer se lo pidiera, no es
por menospreciar la ley sabática, sino para decirnos que el sábado está hecho para el
hombre y no al revés, que a Dios se le da culto liberando a esta mujer de su esclavitud a
la que Satanás tenía sometida durante dieciocho años.
Jesús indicó que la mujer recién curada glorificaba a Dios, ahora concluye diciendo: “toda
la gente se alegraba de los milagros que hacía”. Es un detalle que, como estribillo, repite
san Lucas en otras situaciones similares, que como se ve, la gente sencilla, gracias a su
instinto religioso, entiende más a Dios que los expertos, cegados por su sabiduría.
Jesús se acomoda a la mentalidad judía, insinúa que la enfermedad de la mujer
encorvada se debe al espíritu del mal para dar a entender que la curación trasciende el
plano fisiológico para alcanzar el nivel liberador de la persona en toda su profundidad que

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nos trae en Reino predicado por el Señor y que se basa en la misericordia y el amor que
Dios tiene por el hombre.
Los fariseos tenían un principio que primero es la gloria de Dios, después el bien
del hombre, ellos no entendía que este principio y Jesús les viene a decir que no se
puede separar este principio sin caer en un error. La gloria de Dios no se puede realizar
al margen del bien del hombre, porque el honor y la grandeza de Dios se manifiestan
precisamente en su misericordia y en su amor al hombre. Toda ley divina ha de celebrar
ese amor de Dios que quiere el bien del hombre, por tanto la ley se hace para el hombre,
y no el hombre para la ley; algo que no podemos olvidar nunca.

Antes de terminar la oración hagamos un pequeño repaso de cómo van calando
en nuestro corazón las enseñanzas de Jesús y pidamos a la Virgen en este mes del
Rosario que nos ponga junto a su Hijo para que con nuestro ejemplo evangélico de amor,
humildad y fraternidad sincera robustezca a los vacilantes, para que guiados por su
Espíritu caminemos juntos por el camino de la verdad y así el mundo crea y se convierta.

Algún especialista en la historia del catolicismo ha escrito recientemente que los primeros
católicos no pretendían crear una "civilización católica", y afirma que "ellos querían
únicamente cuidar a los enfermos, enterrar a los muertos, ganarse la vida mediante un
trabajo honesto, educar a sus hijos y a los huérfanos, reconciliar a los enemigos por amor
a Cristo. La "civilización" ha venido por añadidura". Desde este punto de vista el
verdadero amor a Dios y a Cristo se traduce en un amor al prójimo que, sin alardes ni
aspavientos, va cambiando la vida y la situación deplorable de muchas personas.
Afortunadamente nunca han faltado católicos de verdad, que sin adueñarse de las
pantallas, ni de los titulares de los diarios, están amando a su prójimo porque han
descubierto que el amor de Dios los ha cambiado por dentro y los ha hecho capaces de
cambiar, aunque sea un poco, la suerte de su prójimo.
DESTERRAR LA IDOLATRÍA
Ef 4,32-5,8; Lc 13,10-17
La veneración desmedida que los defensores del reposo sabático mostraron cuando
Jesús devolvió la salud a una mujer, es también una forma de idolatría. Cuando se
absolutiza una práctica religiosa hasta el punto que convierte a la persona en una víctima,

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se están invirtiendo los valores. Dios ama tanto a sus creaturas que no consiente que
permanezcan bajo ninguna esclavitud. Las formas de esclavitud que condena el apóstol
san Pablo en la Carta a los efesios tienen algo en común: convierten a algunas personas
en objeto e instrumento para que otras afiancen y consigan sus propios fines. Así pues el
lujurioso, el violento o el avariento se asemejan porque terminan devaluando la dignidad
de otras personas a quienes pretenden usufructuar. El reinado del Mesías no es una
permisividad que tolera cualquier forma de egoísmo. Es un camino de salvación que pone
en el centro la vida de la mujer encorvada, del migrante maltratado, del anciano
discriminado.
Todos nos maravillamos de los milagros que realizaba Jesús. ¡Y cuántas veces le hemos
pedido la curación de alguna enfermedad, nuestra o de alguna persona a la que
queremos!

Sin duda, las enfermedades de aquella época eran difíciles de curar. No contaban con los
medios actuales de diagnosis y terapias. No había salas de operaciones con la higiene
que conocemos hoy, ni ecografías, ni vacunas, ni anestesias locales. Todo eso ha venido
con el progreso técnico, médico y farmacológico.

Parece como si Dios hubiera dejado en manos de los médicos el cuidado del cuerpo para
poder dedicar a los sacerdotes, sus más íntimos colaboradores, a la tarea más
importante: el cuidado espiritual. ¿No es más increíble recuperar la vida de gracia y de
intimidad con Dios que recobrar la salud después de una gripe? ¿No es más maravilloso
ver nacer a Cristo cada día en la Eucaristía que traer al mundo a un niño después de
practicar la cesárea?

Porque la vida espiritual, aunque esté oculta a los ojos, tiene una dimensión infinitamente
superior a las acciones puramente materiales. Por ejemplo, un acto de caridad hecho por
amor a Dios embellece al alma de tal manera que nos quedaríamos extasiados si
pudiéramos contemplarla. Es impresionante lo que realizan en nosotros los sacramentos.
Porque recibimos gracias especiales de Dios. Sin embargo, tenemos que reconocer que
estamos sujetos a las realidades de la tierra y que no podemos percibir nuestra
transformación en el mundo espiritual.

Pero si tenemos fe, y perseveramos hasta el final, un día podremos ver con claridad, sin
misterios, la grandeza de cada alma humana.
Fermento y grano de mostaza
El Evangelio perfila tu vocación bautismal. Eres levadura en la masa; pero no lo
comprenderás en toda su profundidad si no iluminas esta parábola con la del grano de
mostaza. Jesús se propone con ambas comparaciones descubrir la naturaleza íntima y el
progresivo desarrollo del Reino de los Cielos en ti y en los demás. Íntimamente ligadas en
su pensamiento divino, no se las comprende si se las disloca y, en cambio, se entienden
con más facilidad al relacionarlas.

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En los huertos de Palestina siempre se ha cultivado la mostaza por sus propiedades
medicinales. Por eso la compara el Señor a otras semillas. Las palabras con que lo hace,
como todas las del Evangelio, exhalan aroma de naturaleza, huelen a tierra recién
labrada, a agua oreada por el viento, a árboles cuajados de frutos, o a cosechas maduras
bajo el sol de junio.
Los granos de mostaza, pequeños globulillos negros, florecen en número de cuatro a seis
agazapados en una vaina protectora. Diminutos, insignificantes, su pequeñez es
proverbial entre los judíos. Al ver a un hombre de reducida estatura, dicen «pequeño
como grano de mostaza».
Jesús se recrea describiéndonos su insignificancia inicial y su prodigioso desarrollo
ulterior. Es la «menor de las semillas». Alcanza al crecer hasta tres metros de altura,
subdividiendo su tallo en multitud de ramas. Por eso el Maestro, hiperbólicamente, lo
llama «árbol».
Los pájaros, muy aficionados a sus granos, se posan en sus ramas para picotearlos más
fácilmente. La diminuta semilla se ha hecho árbol..., y «vienen las aves del cielo y se
cobijan a su sombra» (Mt 13,32). Todos estos detalles hacen resaltar la formidable fuerza
expansiva del granito minúsculo que se convierte en árbol.
¡Qué belleza la de esta parábola! Imposible expresar con más profundidad y sencillez el
dinamismo avasallador del alma bautizada en el mundo. Florece allí donde Dios la plantó.
Contemporáneos de la bomba atómica, empezamos a conocer la potencia de las
acciones muy pequeñas y comprendemos mejor las parábolas de Cristo. La física
moderna, la energía nuclear ayudan a entender mejor el Evangelio.

Levadura en la masa
La alegoría del grano de mostaza no le basta a Jesús para revelarnos el misterio de un
alma consagrada con la unción bautismal. No le suministra esta comparación los datos
suficientes para hacer clara este arcano tan profundo. Tiene que recurrir a otros ejemplos.
Nos invita a dar un paso más.
No se contenta con descubrirnos en la parábola del grano de mostaza la fuerza expansiva
de la vocación católica secular. Quiere desvelarnos la naturaleza íntima, silenciosa y
espiritual de esa vida desencadenando esa fuerza avasalladora. Tiene que irradiar y

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conquistar el mundo no por cualidades personales, medios humanos (dinero, política,
fuerza), sino como misterioso fermento divino que se apodera oculto y silencioso de
mentes y, sobre todo, de corazones.
Jesús, casi sin darnos cuenta, nos hace pasar de la luminosidad del huerto acariciado por
los rayos del sol al interior de una casa, de las claridades del mediodía al silencio de la
noche. En la intimidad acogedora del hogar, la madre aparece ocupada en preparar el
pan necesario para la familia. Es oficio que el mundo antiguo encomendaba a la mujer. La
familia que hay que alimentar es numerosa en la parábola. Nos habla el Evangelio de
tres sata, tres medidas de harina semilíquida en que la mujer esconde la levadura.
La noche de antes efectuaba los preparativos. Llenaba la amplia artesa con esas tres
grandes medidas de harina. La mezcla con agua y, en el fondo de la harina así amasada,
introduce un puñado de levadura. A la mañana siguiente, llena de gozo, se encuentra con
una agradable sorpresa. Aquella minúscula cantidad de fermento no ha permanecido
ociosa. En recóndita y silenciosa actividad durante toda la noche, se ha apoderado de la
masa. La ha conquistado a pesar de ser cien veces mayor, transformándolas e
invadiéndola sin perdonar una sola partícula.
La secreta y fecunda actividad del católico, fermento en pleno mundo, no se puede
expresar con más belleza y realismo. Tres medidas de harina, tres sata, es la misma
cantidad que Sara preparó cuando Abraham recibió la visita de sus tres huéspedes
misteriosos. Simbolizan los millones de hombres alejados de Dios. Entre ellos, pero sin
contundirse, en contacto íntimo, el católico-fermento se esconde como levadura en la
masa para transformarle y divinizarla.
Similitud y discrepancia
En la parábola del fermento, como en la del grano de mostaza, Jesús se complace en
describir el rápido crecimiento de algo mínimo e insignificante. «Mirad qué pequeña
cantidad de levadura basta para hacer fermentar toda la masa» (1 Cor 5,6).
Una diferencia importante hay entre las dos parábolas. Necesarias ambas para que
descubras las vertientes de tu vocación bautismal, discrepan en algo fundamental.
En la de la mostaza destaca más bien, como vez, la fuerza expansiva hacia fuera de la
semilla. En la del fermento se recalca, en cambio, el dinamismo interno de la levadura.
Transforma todo lo que toca. Iluminan ambas, pero de manera distinta, el crecimiento del
Reino de Dios en la tierra.

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Dos fuerzas conjuntas contribuyen. Una energía extrínseca (grano de mostaza) que se
convertirá en árbol capaz de albergar a todas las aves del cielo, de acoger a todas las
naciones del mundo. Un dinamismo interior (levadura) que, desde dentro, todo lo hace
fermentar. Es la fuerza asimiladora y vivificante de ese fermento evangélico que es el
bautizado. Transforma y diviniza un mundo que «hay que rehacer desde sus cimientos,
que de salvaje hay que convertir en humano, de humano en divino, según el corazón de
Dios»
[1]
.
Matiz revelador
Cristo quiere, además, marcar con ambas comparaciones la índole distinta del
apostolado del hombre y de la mujer. El amplio ademán de sembrar el grano de mostaza
cuadra muy bien con el apostolado de expansión espacial del Reino de Dios propio del
hombre. El trabajo junto a la artesa en que la mujer mezcla la levadura con la harina,
corresponde perfectamente a la callada fuerza femenina de fermentación en el interior de
la Iglesia, en lo profundo de las almas.
Jesús no olvida que hombre y mujer han recibido de Dios Padre su misión propia. Se
complementan como el arco y el violín. El hombre trabaja más bien en extensión; la mujer
lo hace en profundidad. El hombre coopera con la naturaleza; la mujer colabora con Dios.
El hombre fue destinado a cultivar la tierra; la mujer, en cambio, para ser portadora de la
vida que viene de Dios (Gén 3,17-20). (Hora de los Laicos, pgs. 220-225).

UNA MORADA PARA DIOS
Ef 2,19-22; Lc 6,12-19
La Carta a los efesios subraya la nueva identidad de los católicos: ya no son ilegales, ni
forasteros, por tanto no tendrán que sufrir discriminación alguna; ahora son
conciudadanos, es decir, comparten una misma responsabilidad y unos derechos en la
familia de Dios. Las relaciones eclesiales no pueden reproducir los esquemas jerárquicos
que predominan en la sociedad, donde siempre advertimos que los fuertes maltratan a los
débiles. La comunidad católica no es una simple institución humana que administra
servicios y funciones religiosas; es también una realidad mística que está permeada por la
fuerza del Espíritu y como tal, se constituye en morada de Dios, es decir, en lugar de
acogida, de consuelo y de amor para todos los que la visiten.
El encargo que el Señor Jesús asignó a los apóstoles lo ratifica con otro lenguaje pero
con el mismo propósito: se trata de curar y aliviar a cuantos sufran alienación o
enfermedad.

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Señor, yo también me acerco a Ti para ser curado de todo lo que me puede apartar del
cumplimiento de tu voluntad. A mí también me llamas por mi nombre y me escoges para
llevar tu Amor a todos los que me rodean.

Jesús, ayúdame a entender mi presente a partir del futuro del cielo que me espera e
iluminarlo con espíritu de esperanza.
Cuando vemos a estos católicos, con tantas actitudes triunfalistas, en sus vidas, en sus
discursos y en su pastoral, en la liturgia y tantas otras cosas, es porque en lo más
profundo no creen en el Resucitado.
Y Él es el ganador, el Resucitado. Por lo tanto ha ganado. Por esto, sin temor, sin miedo,
sin triunfalismo, simplemente mirando al Señor resucitado, su belleza, incluso poniendo
los dedos en las heridas y la mano en el costado.
Esto es el mensaje que Pablo nos da: Cristo es todo, es la totalidad y la esperanza,
porque es el Esposo, el vencedor.
El evangelio nos muestra una multitud de gente que va a escuchar a Jesús y hay muchas
personas enfermas que tratan de tocarlo, porque de Él salía una fuerza que sanaba a
todos. Nuestra fe, la fe en el Señor resucitado es aquello vence al mundo. Vayamos hacia
Él y dejémonos, como estos enfermos, tocar por Él, por su fuerza, porque Él está en
carne y hueso, no es una idea espiritual que flota... Él está vivo. Y está resucitado. Y así
ha vencido al mundo. Que el Señor nos conceda la gracia de entender y vivir estas cosas.
(Cf Homilía de S.S. Francisco, 10 de septiembre de 2013, en Santa Marta).

La oración fue una compañera inseparable de Jesús. En todo el Evangelio le vemos
orando, sobre todo en los momentos más decisivos de su vida: antes del Bautismo, al
realizar varios milagros, en la Última Cena, en el Huerto de los Olivos, en la Cruz, etc.

Aquí se nos narra la elección de los Doce apóstoles. Eran los hombres con los que iba a
comenzar la Iglesia y debían ser aptos para llevarla a buen término con paso firme.
Por tanto, era una decisión importante, que no podía hacerse con prisas y a la ligera.
Necesitaba dedicar una noche entera para consultarla con su Padre.
De la misma manera, todas nuestras grandes decisiones deberían surgir tras un
encuentro con Dios en la oración. Por ejemplo, al elegir una carrera, al optar por la vida
matrimonial o seguir una vocación religiosa, etc. También debemos rezar cuando llegan
situaciones difíciles en el trabajo o en la familia, ya que Dios nos puede ayudar a
encontrar la solución más adecuada.
¿Y cómo sabemos si la respuesta viene realmente de Dios? Cuando Dios “ilumina” un
alma por la acción del Espíritu Santo le envía algunas señales, por ejemplo, una profunda
paz interior, alegría, amor, etc.
Es lo que llamamos “frutos del Espíritu”. Y por si hubiera dudas, nos damos cuenta de que
esa solución está completamente de acuerdo con lo revelado en las Sagradas Escrituras.
También es provechoso contar con la ayuda de un buen sacerdote que nos pueda
orientar a encontrar la voluntad de Dios para nosotros, ya que ellos reciben unas gracias
especiales para ejercer su ministerio.

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Que todas nuestras grandes decisiones surjan tras un encuentro con Dios en la oración.
Antes de iniciar nuestro rato de oración es preciso que nos pongamos en la presencia de
Dios. Te animo a seguir el ejemplo de santa Teresa y traer a tu lado la presencia humana
de Jesús: sentir a Jesús muy cerca, la verdad es que siempre es así.
La Iglesia celebra la fiesta de los dos apóstoles que quizás han pasado más
desapercibidos: san Simón y san Judas. Simón, apodado el celotes, quizás por su pasado
cerca de la secta de los celotas. De san Judas tenemos una carta dirigida a cierta
comunidad de Palestina en la que les echa en cara su forma tan mundana de vivir la fe.
El Evangelio es muy sencillo: sólo narra la forma de elegir Jesús a los doce apóstoles; en
la lista aparecen los nombres de los dos que celebramos hoy. Te invito a escuchar la
lectura de todos los nombres y a poner a continuación tu nombre… Siente que has sido
elegido por el Señor para ser uno de sus íntimos y para llevar el Evangelio hasta el fin del
mundo.
No creas que ser apóstol del Señor, hoy es un plato de buen gusto. Por eso el que quiera
seguirme me tiene que seguir en las penas, el sufrimiento y en la cruz. Los apóstoles que
hoy celebramos tuvieron que entregar su vida hasta el martirio. Y no te quepa duda que
es el mismo destino que les espera a los apóstoles de hoy.
Terminamos con un coloquio con la Virgen en el que le suplicamos nos ponga junto a
Jesús.

“Señor Dios nuestro, que nos llevaste al conocimiento de tu nombre por la predicación de
los apóstoles, te rogamos que, por intercesión de san Simón y san Judas, tu Iglesia siga
siempre creciendo con la conversión incesante de los pueblos. Por Nuestro Señor
Jesucristo.”
LA PUERTA ESTRECHA
Ef 6,1-9; Lc 13,22-30
La metáfora es ilustrativa. Las puertas estrechas disminuyen las posibilidades de tránsito
y de ingreso. Solamente los pacientes, los esforzados podrán encontrar sitio. Quienes no
se exigen el máximo esfuerzo, encontrarán muchas justificaciones para afianzar su
mediocridad. No es suficiente predicar y exhortar, hablando en nombre de Jesús, es
necesario adecuar la propia vida a las opciones del Señor. San Lucas pone el énfasis en
la práctica de la justicia. En ese sentido las recomendaciones que san Pablo ofrece al

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cierre de la Carta a los efesios, tanto a los amos, como a los esclavos, a los hijos y a los
padres, van en la misma sintonía. Más allá de las condiciones jurídicas o las funciones
que desempeñemos en la sociedad, estamos llamados a cumplir las tareas y encargos de
Jesús, nuestro Amo y Señor. Si servimos a los demás, como si cada uno de ellos fuera el
Mesías, una serie de actitudes tendríamos que modificar.
Padre, ayúdame a aceptar tu Palabra y a comprender que no es posible alcanzar la
santidad si mi vida está dominada por la ley del menor esfuerzo. Guía esta oración,
ayúdame a guardar el silencio necesario para saber escucharte.

Señor, ayúdame a cambiar el mal en bien, el odio en amor, la venganza en perdón.

En la actualidad pasamos ante muchas puertas que invitan a entrar prometiendo una
felicidad que luego nos damos cuenta de que dura sólo un instante, que se agota en sí
misma y no tiene futuro. Pero yo os pregunto: nosotros, ¿por qué puerta queremos
entrar? Y, ¿a quién queremos hacer entrar por la puerta de nuestra vida? Quisiera decir
con fuerza: no tengamos miedo de cruzar la puerta de la fe en Jesús, de dejarle entrar
cada vez más en nuestra vida, de salir de nuestros egoísmos, de nuestras cerrazones, de
nuestras indiferencias hacia los demás. Porque Jesús ilumina nuestra vida con una luz
que no se apaga más. No es un fuego de artificio, no es un flash. No, es una luz serena
que dura siempre y nos da paz. Así es la luz que encontramos si entramos por la puerta
de Jesús.
Cierto, la puerta de Jesús es una puerta estrecha, no por ser una sala de tortura. No, no
es por eso. Sino porque nos pide abrir nuestro corazón a Él, reconocernos pecadores,
necesitados de su salvación, de su perdón, de su amor, de tener la humildad de acoger su
misericordia y dejarnos renovar por Él.» (S.S. Francisco, 25 de agosto de 2013)

El hombre siempre ha andado a la búsqueda de la seguridad, de evitar riesgos y de tener
todo bajo control. Prácticamente hoy día no existe ninguna institución de humana que no
tenga algún contrato con una compañía de seguros de vida. Buscamos una seguridad
para nuestra vida que a veces se convierte en una obsesión. Dicho esto, más de alguno
podría preguntarse pero, ¿qué asegura la vida eterna?

Ya desde los tiempos de Jesús los hombres buscaban esta seguridad y Cristo no la niega,
pero es claro: “esforzandonos” porque nos es fácil alcanzarla.

El secreto para encontrar la paz en Jesús la encontramos en una respuesta que Él da a
una pregunta similar cuando dice: “Para los hombres (la salvación) es imposible pero para
Dios todo es posible”. Por tanto, el secreto lo encontramos en la fe. Nuestra salvación es
don que hay que pedir con constancia y fe a Dios. No cabe duda que también dependa de
nuestras obras pero es ante todo un don de Dios. No nos cansemos por tanto de luchar,
de estar atentos, de orar porque cuando menos lo pensemos nos llegará la hora de dar
cuentas.

Confiemos en la gracia de Cristo y ayudemos al triste a confiar en Él.

Jesús, el camino está claro, pero siento que me falta fuerza para realmente querer
recorrer esa senda que lleva a tu Reino, cruzar esa puerta estrecha que implica negarme

Arq. Roberto Saldivar Olague, [email protected]
Tel.+52-492-92-7-62-95

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a mí mismo. Dame la luz para comprender que sólo hay ese camino por lo que debo
convertirme en un instrumento dócil y confiado en tu voluntad.

Las lecturas de la Misa me traen a la memoria la bula Misericordiae Vultus con la que el
papa Francisco convocó el Jubileo de la Misericordia el día 11 de abril, porque nos hablan
también ellas hoy de la misericordia de Dios.
Nos dice San Pablo: “¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo?: ¿la aflicción?, ¿la
angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada?”.
No, nada de eso nos puede separar del amor de Dios, porque no son las cosas que nos
pasan o los acontecimientos que nos suceden, los que nos separan del amor de Dios.
Somos nosotros los que nos separamos de Él, los que desconfiamos de su amor, de sus
intenciones. ¿Por qué ante una misma situación, ya sea de aflicción, angustia, hambre o
peligro, hay personas que confían en la misericordia de Dios y crecen en abandono,
paciencia y santidad, y otras en cambio se desesperan, se deprimen y amargan? ¿Por
qué unas crecen en entrega, resistencia y generosidad y otras aumentan su egoísmo, su
frustración y resentimiento?
Nada nos puede separar del amor de Dios porque el amor de Dios nos envuelve por todas
partes. ¿Puede uno sumergirse en el mar y no estar completamente rodeado de agua por
todas partes? ¿Hay algo que pueda evitar que el agua envuelva todo mi cuerpo? ¿Alguien
puede separarme del agua en la que me encuentro sumergido? Así es el Amor de Dios.
El problema es que no nos lo creemos, por eso nos “resbala” el Amor de Dios. Aunque lo
sabemos en teoría, realmente vivimos como si Dios no existiera. Nuestro corazón no
descansa en Dios, no vivimos desde el amor de Dios. No vivimos en la seguridad de que
nada, absolutamente nada, podrá apartarnos del amor de Dios.
Ya en el Evangelio el Señor se duele de esta desconfianza, cuando les dice a los judíos
de Jerusalén: “¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como la clueca reúne a sus
pollitos bajo las alas!” Es el lamento del amor no correspondido, no conocido, no
aceptado. El lamento de quien conoce nuestras heridas y miserias, y sabe cómo curarlas
y remediarlas.
Pero “Tú, Señor, trátame bien, por tu nombre”, nos dice el salmo de hoy con santa
“caradura”. Con la confianza que me da el saber que me tratarás bien no porque yo lo
merezca, sino “por tu nombre” porque tu nombre es Amor.

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LA ESPIRITUALIDAD DE LA RESISTENCIA
Ef 6, 10-20; Lc 13, 31-35
La escena del Evangelio de san Lucas nos refiere una constante en la vida y ministerio
público del Señor Jesús: enfrentó hostilidad, persecución y malentendidos por parte de
autoridades y líderes de opinión. Lo mismo lo desautorizaron escribas y fariseos que lo
persiguió Herodes o el Sanedrín judío. El Señor no se intimidó, se mantuvo firme,
sabiéndose sostenido por la fuerza del Padre; con esa fortaleza enfrentó la prueba
definitiva en Jerusalén.
Los católicos de Éfeso también sufrieron hostigamientos y rechazo. Por esa razón los
exhortaba san Pablo a "armarse hasta los dientes" con el cinturón de la verdad y el
escudo de la fe. El lenguaje figurado que utiliza el autor al término de la Carta, tiene una
sola intención: persuadir al discípulo que viva una situación de prueba, de que Cristo está
con él, para que se libre de "las flechas incendiarias del malo".
Gracias, Padre, por mostrarme la pasión y la valentía con las que debo cumplir tu
voluntad. Te suplico con humildad que aumentes mi fe y mi esperanza.

Padre Santo, te pido que no rechace tu Amor, que esté siempre cerca de Ti como los
polluelos a la gallina. Que mi libertad sea siempre elegirte a Ti
Ayudar a nuestros jóvenes a redescubrir el valor y la alegría de la fe, la alegría de ser
amados personalmente por Dios. Esto es muy difícil, pero cuando un joven lo entiende, un
joven lo siente con la unción que le da el Espíritu Santo, este "ser amado personalmente
por Dios" lo acompaña toda la vida después. La alegría que ha dado a su Hijo Jesús por
nuestra salvación. Educarlos en la misión, a salir, a ponerse en marcha, a ser callejeros
de la fe. Así hizo Jesús con sus discípulos: no los mantuvo pegados a él como la gallina
con los pollitos; los envió. No podemos quedarnos enclaustrados en la parroquia, en
nuestra comunidad, en nuestra institución parroquial o en nuestra institución diocesana,
cuando tantas personas están esperando el Evangelio. Salir, enviados. No es un simple
abrir la puerta para que vengan, para acoger, sino salir por la puerta para buscar y
encontrar. Empujemos a los jóvenes para que salgan. Por supuesto que van a hacer
macanas. ¡No tengamos miedo! Los apóstoles las hicieron antes que nosotros.
¡Empujémoslos a salir! Pensemos con decisión en la pastoral desde la periferia,
comenzando por los que están más alejados, los que no suelen frecuentar la parroquia.
Ellos son los invitados VIP. Al cruce de los caminos, andar a buscarlos. (Homilía de S.S.
Francisco, 27 de junio de 2013).

Este pasaje está situado en la última subida de Cristo hacia Jerusalén. Sabe que va allí
para morir de la manera más horrible. Sin embargo va decidido y declara que debe seguir
adelante hoy, mañana y pasado porque no cabe que un profeta muera fuera de Jerusalén,
es decir, tiene interés en llegar a tiempo a la cita que tiene con la muerte, en la que dará
gloria a su padre y nos mostrará su amor. Ante esta premura no le importan los poderes
políticos (Herodes que lo amenaza de muerte) ni sociales. (Los fariseos que le invitan a
irse de sus dominios)

Durante la persecución religiosa en España, en el año de 1936, un grupo de milicianos

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llegó a un convento de carmelitas descalzas con la orden de subir a todas las monjas a un
camión y llevarlas a fusilar. La sorpresa de los soldados fue mayúscula cuando
escucharon a la madre superiora comunicar a las religiosas que "estos señores nos llevan
al cielo porque nos van a hacer mártires, como los primeros católicos" y acto seguido ver
a las monjas felicitarse alegremente porque recibían el mayor don de Dios. A los ojos de
Cristo eran de las pocas que habían entendido lo que significa amar a Dios hasta dar la
vida por él.

Cristo va subiendo a Jerusalén decidido; lleva prisa. En otro pasaje del Evangelio se nos
dirá que en este su último viaje «iba delante de los discípulos». No tiene miedo, sino
premura. Sabe que la voluntad de Dios es, a fin de cuentas, lo único que nos cuenta en
esta vida, y sabe que muchos católicos a lo largo de la historias sabrán renunciar a
muchas cosas, incluso a su vida misma, por cumplir fielmente la voluntad de Dios. Jesús
está loco, porque es el amor.

Por eso todo amor que se precie ha de llevar una dosis de locura e incomprensión. Locura
porque lo que se hace no tiene sentido desde el punto de vista humano, parece ir en
contra de lo natural y de lo que es razonable. Incomprensión porque no sólo va a estar
teñido de un color que las personas que no entiendan, sino que provocará sorpresa por lo
desconocido que es y desatará todo tipo de opiniones desde las risas y tachaduras de
tontos hasta las más incisivas y violentas. Jesús con su vida provoca, ha llegado la hora
de preguntarse qué pasa con nuestra vida, que reacción provocamos en los demás, ojalá
que la respuesta no sea indiferencia.

Repetir el versículo: ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! para estar consciente
que quiero estar siempre cerca de Dios.
Nos metemos en la escena del evangelio, acompañando a Jesús en una visita a un
fariseo principal que le ha invitado a comer. Compartir comida es compartir vida, es un
gesto de cercanía. En el evangelio de hoy, tendrá otro gesto de cercanía con el enfermo
al tocarle.
Jesús va de frente, muestra franqueza en su cercanía. Ahora bien, se encuentra con
gente recelosa, “le estaban espiando”, que parecen desconfiar del Maestro.
Jesús los conoce y sabe qué es lo que guardan en su corazón. Por eso les pregunta
directamente: -«¿Es lícito curar los sábados, o no?». Ellos se quedaron callados”.
Este silencio es ya una respuesta medida, retorcida, incluso hipócrita.
“No me atrevo a decirte que en sábado no se puede trabajar, por lo tanto no puedes
curarle, pero lo pienso. Hablaré por detrás, “chismorrearé”, te juzgaré porque
puedo hacerlo, yo soy cumplidor de la ley y tú no”, pensaban estos fariseos.
Los fariseos estaban cerrados por su interpretación literal de la ley, se ponían a la puerta
de la religión para que nadie cuestionase su “dominio”, anteponían la letra de la ley al

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amor. ¡Qué ridículo querer conocer más del pensamiento de Dios que el propio Dios! “Ser
más papistas que el papa” (decimos coloquialmente).
A nuestro papa Francisco le “espían” muchas veces. Que si el artículo 137 del documento
preparatorio del Sínodo…..Que si en un avión dijo …..Parece que haya miedo a que algo
nuevo nos saque de la “zona de confort” de nuestra ideología. “No tengáis miedo”, con
estas palabras empezaba su pontificado san Juan Pablo II.
“Jesús, tocando al enfermo”, Jesús no es un médico de los que recetan desde el “otro
lado de la mesa”, Él toca al enfermo, lo hizo también con el hijo de la viuda de Naím, con
la hija de Jairo ….. . Es un segundo gesto de cercanía en la escena. Dice el papa
Francisco que cuando des limosna, al menos mira a los ojos del pobre que la recibe, allí
hay una persona. Mostrar la cercanía es estar en el camino correcto, pues Dios se hace
cercano al hacerse hombre.
«Si a uno de vosotros se le cae al pozo el hijo o el buey, ¿no lo saca en seguida,
aunque sea sábado?». Con esta pregunta, Jesús muestra la hipocresía de estos
fariseos. Sacarían su buey del pozo, pero no curarían a un enfermo. Son personajes que
viven una “santidad de apariencia”, con un corazón duro y egoísta.

Acabemos nuestras reflexiones con un coloquio con Jesús. Examinemos con el Maestro
nuestro corazón, pidiendo a la Virgen nos preste su “corazón para amarle” a Él y a los
hermanos. Que ella nos libre de esa dureza de corazón que nos hace insensible a las
necesidades de los que nos rodean.
LOS LLEVO MUY DENTRO
Flp 1,1-11; Lc 14,1-6
Quien conozca la Carta a los filipenses sabrá darse cuenta que entre San Pablo y esa
iglesia, existía un vínculo afectuoso muy cálido e intenso. El apóstol se dejó socorrer y
sostener por los católicos de Filipos, cosa que no admitió de ninguna otra iglesia. La Carta
fue escrita desde la cárcel, y en esas circunstancias el apóstol recibió el cariño de sus
hermanos. Por eso les confesó que los apreciaba de todo corazón. Ahora bien, San Pablo
no se complacía con lo alcanzado por aquella iglesia, puesto que los alentó a crecer
constantemente en el amor fraterno.
En el Evangelio de san Lucas, el Señor Jesús desmonta los argumentos falaces de
quienes anteponían el cumplimiento del reposo sabático a la práctica de la misericordia.

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Si los propietarios de animales no retrasaban el auxilio a burros y bueyes; resultaba
inadmisible que los defensores del rigorismo cultual, mantuvieran en la impotencia y la
desesperanza a los enfermos. El Señor Jesús no se los permitió.
¡Ven, Espíritu Santo! ¡Llena mi alma de tu presencia e infunde en ella el fuego de tu amor!
Te ofrezco abrir mi mente y mi corazón; ser dócil a tus inspiraciones, soy tuyo.

Jesús, concédeme confiar y crecer en la esperanza, porque sé que me amas. Quiero que
la única gran aspiración de mi vida sea corresponder a tu amor amando a los demás,
buscando hablar siempre bien de ellos.

El camino para ser fieles a la ley, sin descuidar la justicia, sin descuidar el amor es el
camino contrario: desde el amor a la integridad; desde el amor al discernimiento; desde el
amor a la ley. Este es el camino que nos enseña Jesús, totalmente opuesto al de los
doctores de la ley. Y este camino del amor a la justicia, lleva a Dios. En cambio, el otro
camino, el de estar apegados únicamente a la ley, a la letra de la ley, lleva al cierre, lleva
al egoísmo. El camino que va desde el amor al conocimiento y al discernimiento, al
cumplimiento pleno, conduce a la santidad, a la salvación, al encuentro con Jesús.
Mientras que, este otro camino lleva al egoísmo, a la soberbia de sentirse justos, a esta
santidad entre comillas de las apariencias, ¿no?
Jesús le dice a esta gente que le gusta mostrarse a la gente como hombres de oración,
de ayuno...: Pero, haced lo que dicen, pero no lo que hacen.
Estos son los dos caminos y hay pequeños gestos de Jesús que nos hacen entender este
camino del amor al conocimiento pleno y al discernimiento. Jesús nos lleva de la mano y
nos sana. (Cf Homilía de S.S. Francisco, 31 de octubre de 2014, en Santa Marta).
Jesús en este Evangelio nos enseña con su ejemplo que hay algo más fuerte que el
legalismo, y es precisamente el mandato de la caridad. Entre los judíos, el día sábado era
un día del todo consagrado al Señor. No era lícito hacer actividad alguna. De ningún tipo.
Hasta estaban indicados los pasos que se les permitía caminar. Los fariseos se gloriaban
que cumplían la ley en toda su extensión. Y castigaban y denunciaban a las autoridades a
todo aquel que violaba una de estas reglas más pequeñas. Eso no es malo. Incluso Cristo
dice alguna vez a sus seguidores que hagan lo que los fariseos dicen. Sin embargo, es
preferible la misericordia con los demás que el cumplimiento frío de un precepto.
Muchos se preguntan si deben hacer esto o aquello, porque ambas cosas están
mandadas. ¿Debo estudiar en este tiempo o tengo que hacer lo que ahora me piden mis
padres? ¿Cuál es mi obligación? No es fácil discernir, porque muchas veces entran en
juego nuestros sentimientos y a veces nos inclinamos por la opción equivocada. Para
evitar esta situación, Cristo nos ha dejado un criterio muy claro: ante todo, la caridad.
Bajo esta luz todo queda iluminado. Ya no hay conflicto entre curar o descansar en
sábado, porque el bien del hombre está por delante del precepto.
Ayunar, hoy, de las palabras duras, cortantes, negativas, que siembran discordia y
tienden a juzgar o condenar a los demás.

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¿Cómo podemos alcanzar la santidad, cómo puedo hacerme santo? El evangelio nos da
la clave: Ocupar el último lugar para escuchar: “Amigo, sube más arriba”.
Nuestra espiritualidad del subir bajando, la mística de las miserias que hemos recibido de
los Grandes católicos, nos traza esta ruta. Hacernos pequeños, en realidad, vernos cada
día más lejos de la gran meta de la santidad, sentirnos inundados de limitaciones y
miserias, de pulsiones hacia lo bajo y terreno, tentados por los cuatro costados y viendo
que de mí no nace nada bueno. Pero, en todo esto, rebosar de confianza en el amor de
Dios que me mira siempre con ternura, que me concede su gracia, que me ama más que
yo a mí mismo.
El ejemplo de la Virgen María es idéntico: Ella se siente y sabe la esclava del Señor,
porque se ve pequeña, muy pequeña, pero también sabe que Dios es fiel, que su
misericordia va de generación en generación, amando a su pueblo con amor salvador.
Podemos sintetizar nuestra oración en recitar pausadamente la oración preparatoria: “Que
todas mis intenciones, acciones y operaciones se ordenen puramente al servicio y
alabanza de su divina majestad” (de su inmensa Bondad).

Si asimilo esta oración, atribuyo a Dios todo lo bueno que hago y no me desaliento en mis
fracasos y caídas, pues, a pesar de ellas, buscaré agradarle y, por tanto, evitaré o me
arrepentiré muy pronto del mayor dolor que puedo causar a un Dios tan bueno, que es no
confiar en su acción en mi vida.
SEREMOS COMO ÉL
Ap 7, 2-4. 9-14; 1 Jn 3, 1-3; Mt 5, 1-12
La Esperanza cristiana no es una meta nebulosa, tiene rostro preciso y clara identidad. El
autor de la Carta de san Juan nos lo aclara magistralmente: ya somos hijos de Dios,
aunque aún no se manifieste esta dignidad de forma plena. En Jesús resucitado ya se ha
manifestado esa condición. Nuestra espera está en Jesús: seremos como Él es. Es lo
mismo que proclaman las bienaventuranzas: los que viven confiadamente, poniendo su
esperanza en el Reinado de Dios que llega, comienzan a participar de la dicha.
Vivir con las actitudes y disposiciones que nos refiere san Mateo es desafiante, porque
implica despojarnos de las inercias de la fiebre posesiva, de la dependencia obsesiva de
los bienes materiales. Supone caminar en libertad, persuadidos que el Padre que
acompaña y sustenta a Jesús, también auxiliará a quienes se decidan a seguirle.

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Señor, gracias por indicarme tan claramente el camino para poder alcanzar la dicha, la
alegría que me hará saltar de contento por toda la eternidad. Guía mi oración para que
este día esté orientando hacia mi meta final.

Dios mío, que las bienaventuranzas sean mi criterio de vida, mi forma de pensar y de
comportarme.
La palabra bienaventurados (felices), aparece nueve veces en esta primera gran
predicación de Jesús. Es como un estribillo que nos recuerda la llamada del Señor a
recorrer con Él un camino que, a pesar de todas las dificultades, conduce a la verdadera
felicidad.
Queridos jóvenes, todas las personas de todos los tiempos y de cualquier edad buscan la
felicidad. Dios ha puesto en el corazón del hombre y de la mujer un profundo anhelo de
felicidad, de plenitud. ¿No notáis que vuestros corazones están inquietos y en continua
búsqueda de un bien que pueda saciar su sed de infinito?
Y así, en Cristo, queridos jóvenes, encontrarán el pleno cumplimiento de sus sueños de
bondad y felicidad. Sólo Él puede satisfacer sus expectativas, muchas veces frustradas
por las falsas promesas mundanas. Como dijo San Juan Pablo II: “Es Él la belleza que
tanto les atrae; es Él quien les provoca con esa sed de radicalidad que no les permite
dejarse llevar del conformismo; es Él quien les empuja a dejar las máscaras que falsean
la vida; es Él quien les lee en el corazón las decisiones más auténticas que otros querrían
sofocar. Es Jesús el que suscita en ustedes el deseo de hacer de su vida algo grande”»
(S.S. Francisco, Mensaje para la Jornada Mundial de la Juventud 2015).

Jesús, como en tantas otras ocasiones ha salido a predicar en descampado. Sus
apóstoles y el gentío le siguen gustosos, porque saben que el Maestro tiene palabras de
vida eterna. El pueblo de Israel, vagaba desconcertado por sus propios guías, los
escribas, fariseos y saduceos, a quienes Jesús calificó de guías ciegos. Ahora que
aparece Jesús, ¿será el Mesías? se preguntan muchos para sus adentros, pero no
encuentran en El nada de la figura de un libertador terreno, lleno de poder y castigador de
sus adversarios, tan prometido por sus maestros.
Al contrario, para quienes venían buscando liberación política para Israel, topan con un
Mesías que les propone el camino de la abnegación, de la humildad, de la pobreza, del
sufrimiento... Pero todo esto basado en una recompensa grande en el Reino de los
Cielos.

El sermón de la montaña ha resonado tantísimas veces en el corazón de los católicos de
todos los tiempos, y ha sido para todos, el mensaje de la esperanza, en medio del vaivén
de las dificultades del mundo. Es la paradoja de la fe, reducida su más clara expresión:
bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. Es la promesa que todos
deseamos ver cumplida algún día. Pero el católico no es el que simplemente se resigna a
todo lo que le venga. El discípulo de Cristo, empuña el arado todos los días, remueve
obstáculos, limpia el terreno, trabaja, porque sabe que su esfuerzo siempre será
remunerado, si no aquí, sí en la otra vida.
Por eso las bienaventuranzas no son sólo promesas para esperar, son todo un programa
de vida para reformar esta tierra. Si por un día todos los hombres fuéramos pobres de
espíritu, mansos de corazón, pacíficos, misericordiosos, limpios de corazón, podríamos

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traer el cielo a la tierra. Es cierto que el Señor permite el mal en nuestras sociedades, la
desorientación y las injusticias, pero no podemos olvidar que si lo permite, es porque está
seguro de obtener de todo ello un bien mayor.

Como católicos nos toca testimoniar este mensaje, viviéndolo en la sencillez y
cotidianidad de nuestra vida profesional y familiar, dejando a Dios la posibilidad de
iluminar al mundo con la luz que emane de nuestras vidas.
El 1ero de noviembre es un día para llenarnos de deseos -¿de qué?- deseos de santidad,
mirando a nuestros hermanos que han llegado al cielo y reinan con Cristo. Los deseos
todavía no son los frutos, pero los producen, del mismo modo que las flores en los árboles
dan lugar a tanta variedad de frutas. Sirva de ejemplo lo que Teresa del Niño Jesús
escribió en su Ofrenda al Amor Misericordioso:
¡Oh, Dios mío, Trinidad Bienaventurada!, deseo amaros y haceros amar, trabajar por la
glorificación de la Santa Iglesia, salvando las almas que están en la tierra y librar a las que
sufren en el purgatorio. Deseo cumplir perfectamente vuestra voluntad y alcanzar el
puesto de gloria que me habéis preparado en vuestro reino. En una palabra, deseo ser
santa, pero comprendo mi impotencia y os pido, ¡oh, Dios mío!, que seáis vos mismo mi
santidad.
El programa de la santidad es parecernos a Jesús, haciendo nuestros esos ocho rasgos
de su vida que están expresados en las bienaventuranzas. Él las vivió primero, y por eso
puede pedirnos que le sigamos, pues nos da su gracia para imitarle:
Con Jesús y como Jesús, he de ser pobre de espíritu.
Con Jesús y como Jesús, he de ser humilde.
Con Jesús y como Jesús, he de llorar junto a los que sufren, llorar por los pecadores…
Con Jesús y como Jesús, he de tener hambre y sed de santidad y justicia.
Con Jesús y como Jesús, he de ser misericordioso.
Con Jesús y como Jesús, tengo que luchar por ser limpio de corazón.
Con Jesús y como Jesús tengo que trabajar por la paz.
Con Jesús y como Jesús, he de ser perseguido a causa de la justicia.
“Tenemos que ser santos, que con menos no cumplimos”

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Y para que nuestros deseos empiecen a dar fruto muy pronto, sigamos un consejo de
santa Teresa del Niño Jesús. Su prima, María Guerin, que también era una de sus
novicias en el Carmelo de Lisieux, le dijo, “te prometo ser santa cuando tú te hayas ido al
cielo; en ese momento, pondré manos a la obra con toda el alma”. Teresa le respondió,
“No, no esperes hasta entonces. Comienza ahora mismo…Créeme, nunca esperes a
mañana para empezar a ser santa”.
Hacemos nuestro este consejo y le pedimos a la Virgen que nos dé fuerza para empezar
AHORA:
NUNCA ESPERES A MA ÑANA PARA EMPEZAR A SER SANTO
PASAR DE LA MUERTE A LA VIDA
Sb 3,1-9; 1 Jn 3,14-16; Mt 25,31-46
Los testigos que suscriben la Primera carta de Juan no se andan por las ramas, hablan
con un lenguaje directo y profundo. Han vivido una experiencia honda: el paso de la
muerte a la vida verificado en el amor a los hermanos. Esa declaración no es retórica,
sino confesión sincera. Habiendo experimentado el amor de Dios en la entrega de su hijo
Jesús, esos católicos se disponen a amar a los hambrientos, pobres y forasteros que
encuentran en su camino. La esencia de la espiritualidad católica según el Evangelio de
san Mateo, gira en torno del reconocimiento del rostro de Cristo presente en las personas
que aparentemente no lo reflejarían: los enfermos, los hambrientos y encarcelados están
tan lastimados y en ocasiones tan resentidos, que resulta necesario hacer un esfuerzo
extraordinario para reconocer los rasgos amorosos de Jesús en tales personas. Las
pruebas que supera el justo en el libro de la Sabiduría, resultan más llevaderas para
quienes hemos conocido el amor de Cristo.
Señor, qué pronto se va la vida y con ella las ocasiones para hacer el bien. Te suplico me
des, en esta oración, la gracia de saber dejar pasar lo caduco para quedarme contigo.
Ante la brevedad de la vida, dame la gracia de vivir con el apremio de hacer rendir el
tiempo que me concedes para amarte más.

Jesús, ayúdame a recordar que la vida me ha sido dada para llegar al cielo con las manos
llenas de actos concretos de amor.

Sabiduría del corazón es salir de sí hacia el hermano. A veces nuestro mundo olvida el
valor especial del tiempo empleado junto a la cama del enfermo, porque estamos
apremiados por la prisa, por el frenesí del hacer, del producir, y nos olvidamos de la
dimensión de la gratuidad, del ocuparse, del hacerse cargo del otro. En el fondo, detrás
de esta actitud hay frecuencia una fe tibia, que ha olvidado aquella palabra del Señor, que
dice: “A mí me lo hicisteis”.
Por esto, quisiera recordar una vez más “la absoluta prioridad de la ‘salida de sí hacia el
otro’ como uno de los mandamientos principales que fundan toda norma moral y como el

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signo más claro para discernir acerca del camino de crecimiento espiritual como
respuesta a la donación absolutamente gratuita de Dios” (Exhort. ap. Evangelii gaudium,
179). De la misma naturaleza misionera de la Iglesia brotan “la caridad efectiva con el
prójimo, la compasión que comprende, asiste y promueve”» (Mensaje del Papa Francisco
para la Jornada Mundial del Enfermo 2015).

Los enemigos de Cristo y de su Iglesia han logrado desfigurar la verdadera esencia y raíz
del catolicismo. Algunos creen que el catolicismo consiste sólo en rezos y posturas
piadosas. Esto, indudablemente, tiene su valor y es un medio válido para vivir la fe, pero
no es lo único ni lo esencial.

Cristo, el día de hoy, nos viene a recordar cuál es la esencia de su mensaje: la caridad. La
caridad no como mera filantropía, sino como verdadero amor a Dios que vive realmente
en mi prójimo. Jesús nos lo dice clarísimo "a mí me lo hicisteis", y además con ejemplos
prácticos. Esta caridad brota naturalmente del amor a Dios. Si amo a Dios no puedo dejar
de amar a mi hermano.

Además de los actos externos, la caridad se aplica a la palabra. Sí, este es uno de los
campos más difíciles, pero también de los más hermosos. No basta conformarnos con no
criticar a los demás, que ya sería bastante. Hace falta hablar bien de mi prójimo, promover
lo bueno y silenciar lo malo, forjar el hábito de la benedicencia. (la benedicencia es un
apostolado. Vencer el mal con el bien. La benedicencia es una forma de apostolado que
todos podemos realizar, es un modo concreto de pasar por el mundo, como Jesucristo,
«haciendo el bien» (Hch 10, 38) y de edificar y servir a la Iglesia). No hace falta
inventarse virtudes y cualidades donde no las hay, pero sí reconocer y hablar de las que
tiene mi hermano.

Suena bonito, pero cuesta. Haz la prueba de hablar bien de tus hermanos tres veces al
día, verás cómo no es tan fácil. Pero Dios lo quiere, y sobre todo, recuerda que Dios vive
en tu prójimo.

Acercarme diariamente a la comunión, sacramental o espiritualmente.

Jesucristo, no debo temer a la muerte porque ella es el paso que me acerca a lo que más
he buscado en mi vida: gozar en plenitud de tu presencia. La vida es corta y tengo que
aprovecharla para amarte y servirte, fortaleciéndome diariamente con la oración y los
sacramentos. Confío en Ti y te digo que puedes venir a buscarme cuando Tú quieras,
como Tú quieras y donde Tú quieras.

2 noviembre 2015. Conmemoración de Todos los Fieles Difuntos – Puntos de
oración
La Iglesia nos pide que tengamos un recuerdo y una oración muy especial por todos
nuestros hermanos difuntos. Empezamos haciendo un acto de fe en Jesucristo
salvador de toda la humanidad. Igualmente un acto de fe en la vida eterna, una verdad
de la que hoy apenas se habla; la Vida que no acaba y que esperamos gozar por la

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misericordia del Padre. Nos podemos valer de la antífona de comunión de la primera misa
de difuntos:
“Yo soy la resurrección y la vida –dice el señor- el que cree en mí, aunque haya muerto,
vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre”.
Un recuerdo de nuestros pecados y una súplica al Espíritu Santo:
Santa Teresa que fue maestra de oración para sus hijas carmelitas y para tantas almas
que se han acogido a su método y magisterio nos enseña que el recuerdo de nuestros
pecados y miserias ayuda a ponerse en la presencia de Dios. La mejor actitud ante
Dios es la humildad que nos permite verle y no dudar del amor que nos tiene. Para ello, te
aconsejo que “grites”, ¡Ven Espíritu Santo, Ven Padre de las almas pobres y pequeñas,
sin tu divino impulso nada hay puro en el hombre, pobre de todo bien!
Todo pasa, nada queda…
Medita unos momentos en la fugacidad de la vida. Para ello mira con la imaginación el
otoño que nos rodea. Como las hojas se van poniendo amarillentas y caen. Regresan a la
tierra o son pasto de las llamas. Así es también la vida del hombre sobre la tierra, “Somos
polvo y en polvo nos convertimos”. Recuerdo ahora una anécdota de la vida de San Juan
Pablo II, cuando el cardenal de Cracovia le llamó para decirle que el Papa había pensado
en él para hacerle obispo, objetó: “soy muy joven aún Eminencia”, y el Sr. Cardenal le
dijo: “no te preocupes por eso, la juventud es algo que pronto se pasa”. Así es también la
vida terrenal, pronto se pasa si la comparamos con la eternidad. Como nos diría Santa
Teresa: la vida es “una mala noche en una mala posada”.
Como se vive se muere.
Cuentan que un hombre salió a plantar un árbol en su finca. Cuando iba de camino, un
ángel le anunció que ese mismo día se encontraría en la Eternidad. Entonces el hombre
se puso a pensar: ¿Qué hago, sigo con mi tarea o mejor la dejo y me voy a rezar para
prepararme mejor a bien morir? Después de un rato siguió por su camino, plantó el árbol y
así recibió el momento supremo de la muerte. Esta parábola la he visto personificada en
un hombre de carne y hueso, se llamaba Juan Serpa. Fue párroco del barrio de
Montserrate en lima (Perú), hizo una gran obra social, educativa y espiritual, le sorprendió
la muerte cuando aún tenía muchos proyectos en su corazón. En el funeral el Sr.
Cardenal de Lima comentó: el P. Juan Serpa ha muerto en su ley: ha dado la vida por su
gente, por su parroquia. Reflexiona con la luz de la fe, ¿cómo me gustaría morir?

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La vida no termina, se transforma.
¿Qué sentido tiene mi vida? ¿Para qué vivo? ¿Creo como tantos que me rodean que con
la muerte todo termina? Meditemos en lo que nos dicen los testigos de la resurrección de
Cristo. No tengan miedo. Yo sé que están buscando a Jesús, el que fue crucificado. En
Mateo 28, 5: No está aquí, sino que ha resucitado, como dijo. Vengan a ver el lugar donde
lo pusieron. Vayan pronto y digan a los discípulos: “Ha resucitado, y va a Galilea para
reunirlos de nuevo; allí lo verán.”
La muerte no tiene la última palabra porque Cristo ha vencido a la muerte. “La vida de los
que en ti creemos, Señor, no termina, se transforma. Al deshacerse nuestra morada
terrenal, adquirimos una mansión eterna en el cielo. En Cristo, Señor Nuestro, brilla para
nosotros esperanza de feliz resurrección.
Finalmente podemos terminar con una oración por nuestros seres queridos que nos han
precedido con la muerte:
Oh buen Jesús, que durante toda tu vida te compadeciste de los dolores ajenos, mira con
misericordia las almas de nuestros seres queridos que como tú han pasado por la muerte.
Oh Jesús, que amaste a los tuyos con gran predilección, escucha la súplica que te
hacemos, y por tu misericordia concede a aquellos que Tú te has llevado de nuestro
hogar gozar contigo en tu reino. Amén.

Concédeles, Señor, el descanso eterno y brille para ellos tu luz perpetua. Que las almas
de los fieles difuntos por la misericordia de Dios descansen en paz. Amén.

De ciertas preguntas trascendentes no se puede hablar de memoria, tampoco basta con
parafrasear ideas tomadas de alguna lectura. Es necesario hablar desde las convicciones
y creencias más profundas. La adversidad, el sufrimiento, la inminencia de la muerte son
cuestiones que desajustan nuestra tranquilidad. Los protagonistas de las lecturas que
escuchamos este domingo, eran creyentes en el Dios que sostiene a los justos. No es
posible enfrentar la cuestión del trato a los enemigos a partir de la lectura de un manual
de autoayuda.
Aprender a perdonar al violento, a amar al que nos decepciona, no es cosa fácil. Lo
resulta un poco menos cuando se ha vivido en carne propia la experiencia del amor de
Cristo. La capacidad para desprenderse de los propios bienes para auxiliar a los
necesitados, o más aún de la propia violencia, para ofrecer el perdón, se acrecienta
cuando interiorizamos la fuerza del amor de Dios, manifiesto en su hijo Jesús.

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LA GRATUIDAD Y LA RECIPROCIDAD
Flp 2, 1-4; Lc 14, 12-14
Son dos valores distintos, cada uno tan importante como el otro en su debida
circunstancia. Del primero nos habla el Evangelio de san Lucas a través de la exhortación
del Señor Jesús a incorporar a los desposeídos en las celebraciones de nuestra alegría.
Pobres, lisiados, ciegos y cojos representan el universo de personas que no disponen de
bienes para devolvernos los favores que les hacemos. Favorecerlos por amor a Dios es la
más noble manifestación de la caridad. Por otra parte, cuando se forma parte de
comunidades de creyentes donde se comparte la fe cristiana, es necesario, como invita
san Pablo a los cristianos de Filipos, construir relaciones de auxilio mutuo, de solidaridad;
de esa manera se irá creando un clima de comunión, que estimulará a darse, a
sabiendas, que se ha creado una red de fraterna solidaridad que protege en su momento
a todos los participantes.

Padre, que comprenda que sólo el servicio al prójimo abre mis ojos a lo que Dios hace por
mí y a lo mucho que me ama.

Jesús te pido que encuentre la felicidad en dar más que en recibir, y que entre menos
cosas desee, soy más rico.

A quien quiere seguirlo, Jesús le pide amar a los que no lo merecen, sin esperar
recompensa, para colmar los vacíos de amor que hay en los corazones, en las relaciones
humanas, en las familias, en las comunidades, en el mundo. Hermanos, Jesús no ha
venido para enseñarnos los buenos modales, las formas de cortesía. Para esto no era
necesario que bajara del cielo y muriera en la cruz. Cristo vino para salvarnos, para
mostrarnos el camino, el único camino para salir de las arenas movedizas del pecado, y
este camino de santidad, es la misericordia. La que Él nos ha dado y cada día tiene con
nosotros. Ser santos no es un lujo, es necesario para la salvación del mundo. Y esto es lo
que el Señor nos pide a nosotros.
Queridos hermanos, el Señor Jesús y la Madre Iglesia nos piden testimoniar con mayor
celo y ardor estas actitudes de santidad. (S.S. Francisco, 23 de febrero de 2014).

¿Te imaginas invitando a cenar a cien personas desconocidas? Si alguien hiciese eso hoy
en día, lo mínimo que le pasaría es que saldría en el telediario del día siguiente. Lo
"propio" es invitar a los amigos íntimos para pasárselo bien. ¿Acaso está mal esto? No,
¡cómo va a estar mal convivir con los amigos!

No es esta la idea que nos quiere transmitir Jesucristo con el Evangelio de hoy. Aunque
sea difícil verlo, Cristo nos está invitando en este pasaje a vivir la vida con una "elegancia
superior", con la mirada puesta en el cielo. Porque quien invita a uno esperando recibir
otra invitación sólo piensa en sí mismo, no tiene un horizonte que no vaya más allá de sus
propios intereses. ¿Cómo se puede ser dichoso sin esperar una compensación material
por lo que hacemos?

Una vez oí hablar de un hombre que era inmensamente rico. Tenía todo lo que un hombre
puede materialmente necesitar. Un día en un viaje en avión se sentó junto a él un

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sacerdote muy santo y sencillo con el que se puso a conversar. Al ver la santidad de este
sacerdote y que las historias de sus riquezas no le impresionaban, sintió la necesidad de
abrirle su corazón. ¿Saben qué es lo que le dijo al sacerdote? Que el momento más feliz
de su vida había sido cuando había hecho un acto de fe sencillo, de ponerse en manos de
Dios con lo que era, y no con lo que tenía. Este hombre confesaba que daría todo lo que
tenía por volver a experimentar esa felicidad.

¿No será cierto que hay más felicidad en dar que en recibir, y que el que menos cosas
desea es el más rico?

Ayudar a una persona sin esperar que me lo regrese. Dar sin esperar nada a cambio.

Humildad y generosidad para servir, confiar más en tu Providencia y crecer en el amor a
los demás, son los ingredientes que cambiarían el sentido de mi vida. Me cuesta
desprenderme de mi tiempo, de mis haberes y talentos, como si algo fuera mérito mío.
Por ello pido la intercesión de tu Madre, María, para que sepa imitarle en su servicio
delicado y lleno de amor.




SALMO 130
Señor, mi corazón no es ambicioso,
Ni mis ojos altaneros;
No pretendo grandezas
Que superan mi capacidad;
Sino que acallo y modero mis deseos,
Como un niño en brazos de su madre.
Espere Israel en el Señor
Ahora y por siempre.
Respuesta al salmo “guarda mi alma en la paz, junto a Ti, Señor”
JESÚS ES MESÍAS

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Flp 2, 5-11; lc 14, 15-24
El relato del Evangelio de san Lucas gira en torno del valor de la insistencia y la
tenacidad. El anfitrión no quiere ver desairado su banquete. Los primeros invitados se
disculpan y aducen razones aparentemente válidas. La nueva estrategia consiste en un
par de invitaciones dirigidas a las personas marginadas. El narrador no nos informa si
finalmente ingresaron al banquete o no. Sin embargo, el énfasis quedó destacado: los
preferidos de Dios son los más necesitados, no porque sean mejores, sino porque Dios
favorece a las personas en proporción a su vulnerabilidad.
La carta a los Filipenses resalta el contraste entre el abajamiento y la exaltación de Jesús.
Al principio asume con gustosa fidelidad la condición humana y entrega su vida para
rescatarnos de la opresión; al final, el Padre no se desentiende de su hijo, sino que lo
reivindica y lo hace partícipe de la plenitud de su gloria. Quien viva como Jesús, triunfará
en la hora decisiva junto al Padre.
Señor, creo en Ti, espero y te amo. No soy digno de acercarme a Ti porque te he fallado,
pero confío en tu misericordia. Quiero responder con prontitud a tu invitación, participando
con toda mi mente y mi corazón en el banquete de la oración.

Jesús, que en mi vida seas Tú lo primero y lo más importante.

Es la Iglesia de los invitados, estamos invitados a participar en una comunidad con todos.
Pero en la parábola narrada por Jesús leemos que los invitados, uno tras otro, empiezan
a encontrar excusas para no ir a la fiesta.
¡No aceptan la invitación! Dicen que sí, pero no lo hacen. Ellos son los católicos que se
conforman sólo con estar en la lista de los invitados: católicos enumerados. Pero esto no
es suficiente, porque si no se entra en la fiesta no se es católico. ¡Tú estarás en la lista,
pero esto no sirve para tu salvación! Entrar en la Iglesia es una gracia; entrar en la Iglesia
es una invitación. Y este derecho, no se puede comprar. Entrar en la Iglesia es hacer
comunidad, comunidad de la Iglesia; entrar en la Iglesia es participar de todo aquello que
tenemos, de las virtudes, de las cualidades que el Señor nos ha dado, en el servicio del
uno para el otro. Además entrar en la Iglesia significa estar disponible para aquello que el
Señor Jesús nos pide. En definitiva entrar en la Iglesia es entrar en este Pueblo de Dios,
que camina hacia la eternidad. Ninguno es protagonista en la Iglesia: pero tenemos Uno
que ha hecho todo. ¡Dios es el protagonista! Todos nosotros vamos detrás de Él y quien
no va detrás de Él, es uno que se excusa y no va a la fiesta. (Cf. S.S. Francisco, 5 de
noviembre de 2013, homilía en Santa Marta).

La gratitud es una flor exótica que cada día resulta más difícil encontrar. Quizás esta
florecilla no abundó nunca en la historia de la humanidad.

Hoy Jesucristo nos presenta la parábola de los invitados que rechazan acudir a la boda.
¿Por qué estas personas rechazan la invitación? Era una gran cena; el que la organizaba
seguro que no habrá escatimado nada en su preparación.

Seguramente habría platos exquisitos, y además, siendo un señor de importancia, habría
invitado a personas distinguidas de la sociedad de entonces. ¿Por qué se rechaza la

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invitación? Yo no tengo la respuesta, pero tengo otra pregunta.

Cristo se encarnó. Dios hecho hombre por nosotros. Nos suena “de toda la vida” esta
frase, sobre todo repetida en los días de Navidad que se están acercando, pero de tanto
repetirla, quizás no caemos en la cuenta de que ahí cometimos la mayor ingratitud que se
ha cometido en la historia de la humanidad: "los suyos no le recibieron". Porque si la
gratitud es el reconocimiento por un don que se recibe, para un católico la gratitud nace
de la fe en Cristo. Y a veces parece que Cristo necesita mendigar para que los hombres
acepten el amor que les ofrece, cuando somos nosotros los que deberíamos esforzarnos
por mostrarle nuestro amor.

Está en nuestras manos hacer del mundo un inmenso jardín en el que la gratitud no sea
una flor exótica, sino que sea la flor de cada hogar, de cada familia, de cada sociedad.

Como muestra de agradecimiento por el don de la Eucaristía, llegar siempre puntual y
correctamente vestido a la celebración de la Eucaristía.

Señor, ¿quién soy yo para que Tú, Dios omnipotente y dueño del universo, me busque y
me invite a participar en la oración, en la Eucaristía? Respetas mi libertad cuando me
hago sordo e indiferente. Me acoges cuando me acerco, porque nunca me dejas solo en
la lucha por mi santificación. Gracias, Señor, por tanto amor y por estar siempre a mi lado.
Contigo lo tengo todo y por Ti quiero darlo todo.
Dame, Señor, la fuerza para ser coherente con mi vida.
Ven Espíritu Santo y dame luz para identificar mi camino de seguimiento del Señor.
Jesucristo, Hijo del Dios vivo, quiero abrazarme a mi cruz y a tu Cruz.
Santa María, Madre de Dios y Madre mía, acompáñame para ser buen discípulo de tu
Hijo, Jesús.
Empezamos, rezando con seriedad, invocando a cada una de las personas de la Trinidad
y a la Virgen María, porque los vamos a necesitar a todos.
Se nos proponen dos temas de oración. Habrá que ver por cuál de ellos nos encamina el
Espíritu Santo al que hemos invocado. Quizá a alguno le mueva a meditar los dos. El
primer tema del Evangelio es muy claro. Para seguir a Jesús hay que dejarlo todo, cargar
con la cruz y luego seguirle. Pero, ojo al meditar, no hay que poner sólo el acento en lo
negativo (renunciar, cruz…), sino también pensar en lo que ganamos por esta elección, lo
positivo (estar con Jesús, ser feliz cumpliendo la voluntad de Dios, alcanzar la gloria
eterna…) Aquí se entiende bien lo de “los billetes a centavos”, y es que los que ofrecen
una felicidad a base de placeres son unos mentirosos. Meditemos en profundidad la

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buena elección que tenemos que hacer. Seguir a Jesús, en cualquier vocación, es sin
duda, lo mejor.
Y el otro tema de la oración va sobre asuntos humanos. Hay que hacer oración de todo lo
que nos pasa. Jesús, pone dos ejemplos de que antes de tomar decisiones hay que
ponerse a pensar un poco, no ir como locos a lo primero que se nos ocurre. Por cierto,
que podríamos pensar en algún ejemplo para nosotros mismos, porque los de Jesús son
para arquitectos y reyes. Se me ocurre este: “¿Quién de vosotros no se pone a estudiar
un examen y calcula antes cuántos días le quedan y cuánta materia tiene que estudiar, no
sea que se pierda tiempo?”. Para todo lo que hagamos hay que discernir bien lo que más
conviene y cómo hacerlo. Sobre lo que da más gloria a Dios, no conformarse con
medianías.

Recemos hoy sobre nuestro seguimiento de Jesús y sobre cómo hacer las cosas…
(¡Bien, por supuesto!)
DIOS ACTIVA EL QUERER
Flp, 2,12-18; lc 14,25-33
Si solamente atendiéramos a las tres exigencias que nos plantea Jesús en el Evangelio
de san Lucas: cargar la cruz, relativizar la propia familia, renunciar a todos los bienes, nos
sentiríamos abrumados por lo demandante de tales exigencias. El mismo Señor Jesús lo
plantea con transparencia, es un proyecto difícil, por lo mismo hay que medir las fuerzas
antes de comenzar, para no terminar haciendo el ridículo como el constructor frustrado.
No obstante, en la carta a los Filipenses, san Pablo nos revela el secreto de tan enorme
desafío: Dios activa en nosotros un querer y un actuar que sobrepasa la voluntad. La vida
cristiana no está reducida a un proyecto cifrado en la buena voluntad de la persona. Dios
es nuestro amigo y aliado y sostiene nuestra debilidad. San Pablo está prisionero y las
posibilidades de que lo condenen a muerte son reales: en esa hora aciaga el Señor lo
sostiene y conforta para que siga rindiendo su testimonio.
Ven, Espíritu Santo, dame tu gracia para saber renunciar a todo lo que pueda distraer mi
oración, porque quiero seguirte y vivir centrado en Ti, trabajar por Ti, sufrir por Ti, gozar
por Ti, amar por Ti y buscarte en todo y siempre.

Jesús, dame un amor ardiente y personal a tu Divino Corazón para que nada, ni nadie,
sea más importante en mi vida.
Jesús dice a sus discípulos: "El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue
con su cruz cada día y venga conmigo". Este es el estilo católico porque Jesús ha
recorrido antes este camino. Nosotros no podemos pensar la vida católica fuera de este

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camino. Siempre está este camino que Él ha hecho antes: el camino de la humildad, el
camino también de la humillación, de negarse a uno mismo y después resurgir de nuevo.
Este es el camino. El estilo católico, sin cruz no es católico, y si la cruz es una cruz sin
Jesús, no es la cruz de Cristo. El estilo católico toma la cruz con Jesús y va adelante. No
sin cruz, no sin Jesús.
Jesús ha dado el ejemplo y aún siendo igual a Dios, se humilló a sí mismo, y se ha hecho
siervo por nosotros. Este estilo nos salvará, nos dará alegría y nos hará fecundos, porque
este camino de renegarse a sí mismo es para dar vida, es contra el camino del egoísmo,
de estar apegado a todos los bienes solo para mí... Este camino está abierto a los otros,
porque ese camino que ha hecho Jesús, de anularse, ese camino ha sido para dar vida.
(Cf. S.S. Francisco, 6 de marzo de 2014, homilía en Santa Marta).

"El que no toma su cruz y viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo". La liturgia de
hoy, nos ofrece un pasaje evangélico que constituye una de las columnas del catolicismo.
La cruz. Aunque hoy en día se tiende a hablar cada vez menos del dolor y del sufrimiento,
no por ello deja de estar presente en nuestras vidas. El dolor en sí mismo es un misterio.
Es duro y, humanamente, repugnante. Sin embargo, es transformable.

Alfred de Musset afirma que: «Nada nos hace tan grandes como un gran dolor». O, como
escribió Luis Rosales: «Los hombres que no conocen el dolor son como iglesias sin
bendecir». No se trata de endulzar la cruz o de convertirla en una carga "light". Se trata de
descubrir su valor católico y de darle un sentido. Sí, el auténtico catolicismo es exigente.

Jesús, no fue hacia el dolor como quien va hacia un paraíso. Se dedicó a aliviar el dolor
en los demás; y el dolor de la pasión lo hizo temblar de miedo, cuando pidió al Padre que
le librara de él; pero lo asumió, porque era necesario, porque era la voluntad de su Padre.
Así, convirtió el dolor en redención, en fecundidad y en alegría interior. Quien de verdad
quiera ser discípulo de Cristo (eso significa ser católico), ha de despojarse de todos sus
bienes. Sólo así, seremos dignos de Él y encontraremos la paz y la felicidad que sólo Él
puede darnos. Y nadie nos la podrá arrancar.

Revisemos nuestras vidas y veamos cómo podemos transformar y dar sentido a nuestros
pequeños dolores cotidianos. Veamos qué nos queda por entregar de todos nuestros
bienes y sigamos el ejemplo de Jesús, que desde el Huerto de Getsemaní, se convirtió en
el gran profesional de la cruz, fuente de salvación y de realización para todos los
hombres. Cristo murió, es cierto. Pero, lo hizo para resucitar, para devolvernos la vida.
Nuestra fe, nuestra religión es la de una Persona viva que, paso a paso, camina a nuestro
lado, enseñándonos el mejor modo de vivir.

Dejar «eso» que me está apartando de ser un auténtico discípulo y misionero de Cristo.

Jesús, gracias por este momento de oración. Aumenta mi fe para poder seguir el camino
que me propones. Quiero ser tu discípulo, abrazar, por amor a Ti, los problemas y el
sufrimiento que pueda encontrar el día de hoy, sabiendo que Tú estás conmigo y que todo
tiene valor y recompensa, si es hecho por amor a Dios y a los demás.

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Ponerse en la presencia de Dios es un paso necesario para poder hacer adecuadamente
un rato de oración.
Cuando esto se hace con sencillez de corazón y confianza en la gracia, nos adentramos
en el mundo sobrenatural con naturalidad.
Un momento de oración es un rato de intimidad con el Amado. Es adorar a nuestro Dios.
Hay dos temas que pueden acompañar nuestra oración de este día.
Primero:
En la lectura de San Pablo a los Romanos se nos dice con claridad que ninguno vive para
sí mismo, sino para el Señor. Pues esto es lo que pretendemos cuando nos acercamos a
nuestro Dios, vivir para Él y desde Él.
Porque Jesús es Señor de vivos y de muertos. Y esta realidad nos lleva a no juzgar nunca
a nuestro hermano. Aprendemos a vivir mirando todo de una forma nueva, con los ojos
que Dios nos aclara al contacto con Él.
La realidad de la muerte nos ayuda a relativizar muchas cosas que, a veces,
sobredimensionamos, tanto si son nuestras como de los demás.
Al final tendremos que dar cuenta de nuestros actos. Por eso mismo hacemos oración,
para que nuestra vida se vaya conformando con el pensar de Dios.
Segundo:
El Evangelio nos muestra de lleno el corazón misericordioso de nuestro Padre.
Cercanos como estamos al inicio del Año de la Misericordia, nos viene muy bien ir
meditando en estos temas que nos adentran en el Corazón bondadoso de nuestro Dios.
Con el mismo interés con que busca el pastor a la oveja perdida, así nos busca Dios a
cada uno de nosotros. Y se alegra al llegar a casa, lo mismo que la mujer que ha perdido
una moneda y rebusca hasta encontrarla.
¿Tengo yo este celo por la salvación de las almas? ¿Me preocupo de que haya personas
que se han alejado del rebaño, o que nunca se han acercado? ¿Busco y rebusco hasta
que doy con lo que es necesario?

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Estas preguntas y otras que se haga cada uno pueden servirnos de termómetro para
medir de verdad nuestra oración.
El trato asiduo con Dios jamás se desliga de la búsqueda del mayor bien al mayor
número.
Que la oración de este día nos encienda en este amor por el bien de los demás y nos
haga salir de nuestra comodidad o rutina.

Se lo pedimos así a Nuestra Señora, Ella siempre está disponible para conducir hacia su
Hijo Jesús.
DE PÉRDIDAS Y GANANCIAS
Flp 3,3-8; lc 15,1-10
Nos hablan las dos lecturas. En tono testimonial san Pablo nos comparte la inversión de
valores que se ha operado en su vida a partir del encuentro con Cristo resucitado.
Efectivamente él tenía delante de sí una carrera brillante dentro de las academias judías,
podría convocar discípulos y ganar un puesto importante en el Sanedrín. Renunció a esas
grandezas humanas para asociar su vida a Jesucristo.
En el par de parábolas que nos relata san Lucas, nos reporta a un pastor y una mujer que
respectivamente pierden una oveja y una moneda, que afanosamente buscan y
gustosamente celebran su reencuentro. El comentario final de ambos relatos es explícito.
Dios se alegrará en mayor medida con la recuperación de la amistad de aquellos hijos
suyos que se habían extraviado. La mano tendida de parte de Dios es un aliciente que
nos estimula a recorrer el camino de la reconciliación.
Dios mío, gracias por cuidar de mí. Porque no eres un Dios lejano, para quien mi vida no
cuenta casi nada. Te pido que medite en estos momentos, lo mucho que me amas como
Buen Pastor a su oveja.

Jesús, que en mi vida seas Tú lo primero y lo más importante.

Algunos católicos parecen ser devotos de la diosa lamentación. El mundo es el mundo, el
mismo que hace cinco siglos atrás y es necesario dar testimonio fuerte, ir adelante pero
también soportar las cosas que aún no se pueden cambiar. Con coraje y paciencia a salir
de nosotros mismos, hacia la comunidad para invitarlos.
Sean por todas partes portadores de la palabra de vida, en nuestros barrios, dónde haya
personas. Queridos hermanos, tenemos una oveja y nos faltan 99, salgamos a buscarlas,
pidamos la gracia de salir a anunciar el evangelio. Porque es más fácil quedarse en casa

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con una sola oveja, peinarla, acariciarla, pero a todos nosotros el Señor nos quiere
pastores y no peinadores.
Dios nos dio esta gracia gratuitamente, debemos darla gratuitamente. (Cf. S.S. Francisco,
17 de junio de 2013, homilía en Santa Marta).

La predicación del Señor atraía por su sencillez y por sus exigencias de entrega y amor.
Los fariseos le tenían envidia porque la gente se iba tras Él. Esa actitud farisaica puede
repetirse entre los católicos: una dureza de juicio tal que no acepte que un pecador pueda
convertirse y ser santo; o una ceguera de mente que impida reconocer el bien que hacen
los demás y alegrarse de ello.

Prostitutas, enfermos, mendigos, maleantes, pecadores. Cristo no vino a llamar a los
justos, sino a los pecadores, y por eso, fue signo de contradicción. Llegó rompiendo
esquemas, escandalizando, amando hasta el extremo. Jesús se rodeaba de los sedientos
de Dios, de los que estaban perdidos y buscaban al Buen Pastor. Esto no significa que el
Señor no estime la perseverancia de los justos, sino que aquí se destaca el gozo de Dios
y de los bienaventurados ante el pecador que se convierte, que se había perdido y vuelve
al hogar. Es una clara llamada al arrepentimiento ya. Otra caída... y ¡qué caída!... No te
desesperes, no: humíllate y acude, por María, al Amor Misericordioso de Jesús. ¡Arriba
ese corazón! A comenzar de nuevo.
Repetiré la oración que me pide el Papa: Dios me conoce, se preocupa de mí. Para que
este pensamiento me llene de alegría y penetre intensamente en mi interior.

Gracias, Padre mío, por darme a tu Hijo Jesucristo como pastor y guía de mi vida. No
quiero tener otro ideal que alcanzar la santidad para gozar plenamente de Ti por toda la
eternidad. Confío en tu misericordia, y en el auxilio de la gracia de tu Espíritu Santo, para
purificarme y renovarme en el amor.
"Señor, ayúdame a rezar con orden". Que ésta sea nuestra petición en este rato de íntima
amistad.
Es necesario pasar del monólogo al diálogo, para saber escuchar, discernir y,
posteriormente tomar decisiones y ponerse a la acción.
Haz silencio profundo; muy calmado, siéntete observado por Él; siéntete amado, y
escucha en ese silencio comunicador. No pases rápido de un tema a otro para que Él
observe una película rebobinándose y que ya conoce; no atropelles preguntas sin dejarle
espacio para responder. Escucha su amor, y ahí comprenderás.
Haz un largo cruce de miradas, profundo, afirmativo, entregado.
Los discípulos le escuchaban largo tiempo, observaban cómo Él mismo oraba.
María, en la retaguardia, guardando y meditando en su corazón.

Arq. Roberto Saldivar Olague, [email protected]
Tel.+52-492-92-7-62-95

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¿De qué quieres hablar con Dios? ¿Qué es lo que anda dando vueltas en tu corazón sin
terminar de aterrizar?

Dios, mi Creador, ¿de qué quieres hablarme en mi corazón?
CIUDADANOS DEL CIELO
Flp 3,17-4,1; Lc 16,1-8
La identidad católica es clara y precisa para San Pablo: un discípulo de Jesús asume su
propia cruz, es decir, acoge con serenidad los contratiempos que se derivan de la
fidelidad al Evangelio. No cifra su confianza en sus propios méritos, sino en el amor
incomparable que Cristo nos ha manifestado. Desde esa perspectiva, vive una
espiritualidad alternativa, sabiéndose ciudadano del cielo, es decir, partícipe de una
experiencia de salvación. Por tanto, no caben actitudes de mezquindad ni egoísmo.
En la óptica del relato de san Lucas, nos confronta con la actitud astuta y previsora del
administrador que arriesgó sus beneficios para congraciarse con los deudores de su amo.
La verdadera sabiduría católica implica discernimiento y sensatez para tomar decisiones
que vayan en sintonía con la solidaridad y la compasión. El mensaje de la parábola no es
una recomendación para actuar con interés a la hora de hacer favores, sino un llamado de
atención a no sobrevalorar los bienes materiales.
Señor Jesús, quiero tener la audacia y habilidad para saber darte el lugar que te
corresponde en mi vida. Creo en Ti, confío y te amo, ilumina este rato de meditación para
que nada me distraiga y sepa guardar el silencio que me permita realmente conocer tu
voluntad.

Señor, ayúdame a saber aprovechar mi tiempo, especialmente este momento de
meditación.
Este administrador es un ejemplo de mundanidad. Alguno de ustedes podrían decir: ¡pero,
este hombre ha hecho lo que hacen todos! Pero todos, ¡no! Algunos administraciones de
empresas, administradores públicos, algunos administradores de gobierno... Quizá no son
muchos. Pero es un poco esa actitud del camino más corto, más cómodo para ganarse la
vida.
En la parábola del Evangelio el patrón alaba al administrador deshonesto por su 'astucia'.
La costumbre del soborno es una costumbre mundana y fuertemente pecadora. Es una
costumbre que no viene de Dios: ¡Dios nos ha pedido llevar el pan a casa con nuestro
trabajo honesto! Y este hombre, administrador, lo llevaba pero ¿cómo? ¡Daba de comer a
sus hijos pan sucio! Y sus hijos, quizá educados en colegios caros, quizá crecidos en
ambientes cultos, habían recibido de su padre suciedad como comida, porque su padre,
llevando pan sucio a casa, ¡había perdido la dignidad! ¡Y esto es un pecado grave!
Porque se comienza quizá con un pequeño soborno, ¡pero es como la droga eh! La

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costumbre del soborno se convierte en dependencia. (Cf. S.S. Francisco, 8 de noviembre
de 2013, homilía en Santa Marta).

El administrador de la parábola había abusado de la confianza de su amo subiendo los
precios en beneficio propio. Ante las quejas de los clientes y la amenaza de despido,
recapacita, aunque sólo sea por conveniencia, y renuncia a su propio beneficio, pidiendo
lo justo a los clientes.

Ante esta situación, nosotros pensamos que ese administrador, aunque haya cambiado
de actitud, no es de fiar. En cambio, para Jesucristo tiene más valor el cambio de
comportamiento que el pecado. Él conoce nuestras caídas, pero basta un sincero
arrepentimiento y que le pidamos perdón, para que nos devuelva su confianza y se sienta
orgulloso de nosotros, como el amo de la parábola con su administrador.

A la vez Jesús nos invita y exhorta a ser sagaces. Esta cualidad debe ser expresión de la
caridad católica. La astucia, relacionada siempre con el maligno, significa fingir, mentir,
engañar, para lograr lo que queremos. En cambio, la virtud humana de la sagacidad
consiste en la habilidad para encontrar los medios justos y más eficaces para alcanzar un
objetivo, como puede ser vivir nuestra fe y amor a Dios.

Llama la atención ver cómo algunos son muy capaces de obtener lo que se proponen en
el ámbito del trabajo, de la familia o con las amistades. En cambio se comportan con
temor y se sienten impotentes a la hora de hablar de Jesucristo y de su doctrina, o de
hacer algo por la construcción de la civilización de la justicia y del amor católico.

Si para nosotros, Cristo fuera, de verdad, el valor más importante, ¿no deberíamos
comportarnos con más sagacidad?
Vamos a pedir al comienzo de la oración que el Espíritu Santo llene nuestros corazones,
que nos llene de sus fuerzas y de su amor.
Si no es el Espíritu de Jesús quien llena nuestro corazón, ¿Quién lo llenará? Se nos
meterá poco a poco todo aquello que no es Dios. O dicho de otro modo si no es el
Espíritu de Dios quien nos ilumine o nos guíe no ordenaremos a su servicio aquello que
es bueno y que está también en y fuera de nosotros.
El Espíritu es el que nos libera y no nos deja que nada ni nadie nos esclavice.
El evangelio de hoy nos plantea uno de los problemas que desde siempre ha estado y
estará presente, nos plantea la codicia del dinero. Supongo que entre nosotros este tema
no es algo capital, bien porque algunos no disponemos a nuestro antojo del mismo por
estar consagrados y otros como los militantes por que la paga es escasa y se tienen que
conformar con lo que les dan. Si bien esto es verdad, nos ronda de muchas formas: se
nos introduce la codicia de tener aquello que otros tienen, aquello que está de moda o el

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último móvil que hace “más cosas”. Se nos va metiendo una forma de vivir más mundana
y menos divina. Se nos mete el consumismo. Uno gira más entorno a sí que a los demás
y va dejando de construir el reino de Dios para construir su propio reinado, con aquello
que va teniendo o quiere tener.
Se nos introduce también de manera más sutil. La codicia de mi tiempo. Mi tiempo ,
incluso el de descanso se convierte en un negocio, para sacar adelante tal proyecto, para
seguir trabajando, para conseguir unas “dineros”…y no para los demás, para celebrar,
para hacer fiesta, para recordar al Señor y situarle en nosotros, en nuestra familia y en
los amigos.
Y al final que conseguimos, que el descanso se convierte de nuevo en cansancio.
Si no nos llenamos con Dios Trinidad, que es familia, tampoco estableceremos o
consolidaremos relaciones, seremos por tanto menos personas. La codicia de los bienes
de este mundo nos despersonaliza. Apartar a Dios de nosotros, nos aísla, nos deja con
nosotros mismos, con nuestros egoísmos sin abrirnos a los demás. ¿Qué tiempo
dedicamos a nuestras familias, amigos los fines de semana? ¿Cómo este tiempo? ¿Qué
priorizamos en nuestro ocio?

El servir al dinero y no a Dios enfría el amor, porque toda nuestra mente, nuestras fuerzas
están al servicio nuestro y no de los demás. Qué servicio presto a los demás, cuando ha
sido la última vez que he explicado a alguien o le he ayudado en los estudios. Cuando ha
sido la última vez que he ido a un comedor social a prestar algún servicio. La última vez
que me he dejado aconsejar o que yo he aconsejado o compartido mi tiempo. El
apostolado, también es un buen test. Hay tantas cosas que se posponen con tal de hacer
lo mío. Este año va a estar dedicado a la misericordia, podríamos empezar por tener
misericordia de Dios y dejarle entrar a nuestro corazón. Empezar por ir sacando todo
aquello que no le deja espacio o le expulsa de él.
LA SOLIDARIDAD DE LOS FILIPENSES
Flp 4, 10-19; Lc 16, 9-15
Cuando san Pablo escribía esta Carta estaba encarcelado y por eso mismo, no podía
allegarse recursos para sus necesidades. Sabemos que era un artesano que fabricaba
tiendas para vivir de manera modesta y libre, sin depender de nadie. No obstante,
reconoce que en diversas circunstancias había permitido que los filipenses lo ayudaran
con sus bienes. La generosidad de estos cristianos nace del agradecimiento por todos los

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beneficios recibidos por parte del apóstol. Antepusieron el valor de la gratitud a la
adhesión a las riquezas.
La situación contraria es la que denuncia el Señor Jesús al referirse a los fariseos, que
vivían enamorados de sus riquezas. La disyuntiva sigue siendo la misma: cuando uno
entrega su corazón al dinero, no puede servir a Dios ni consagrar esfuerzos a la
consolidación del Reinado de Dios. El dinero es mal amo y buen siervo.
Señor, soy un pobre que necesita todo de Ti! Mi apego a lo pasajero, mi soberbia y
autosuficiencia me alejan fácilmente del camino a la santidad. Ven e ilumina esta
meditación para que sea la fuerza que me lleve a ponerte, ¡siempre!, como Rey y Señor
de mi vida.

Señor, permite que sepa como crecer en la humildad, para poder crecer en el amor.

Un católico que recibe el don de la fe en el Bautismo, pero que no lleva adelante este don
por el camino del servicio, se convierte en un católico sin fuerza, sin fecundidad. Al final,
se convierte en un católico para sí mismo, para servirse a sí mismo. Su vida es una vida
triste.
El Señor nos dice que el servicio es único, no se pueden servir a dos amos: O Dios o las
riquezas. Podemos alejarnos de esta actitud de servicio, primero, por un poco de pereza.
Y esta pone tibio el corazón, la pereza te convierte en un cómodo:
La pereza nos aleja del servicio, y nos lleva a la comodidad, al egoísmo. Hay muchos
católicos así... son buenos, van a Misa, pero el servicio hasta aquí… Pero cuando digo
servicio, digo todo: servicio a Dios en la adoración, en la oración, en las alabanzas;
servicio al prójimo, cuando debo hacerlo; servicio hasta el final, porque Jesús en esto es
fuerte: ‘Así también vosotros, cuando hayáis hecho lo que se os ha ordenado, entonces
decid somos siervos inútiles’. Servicio gratuito, sin pedir nada.
La otra posibilidad de alejarse de la actitud de servicio es adueñarse un poco de las
situaciones. Algo que ha sucedido a los discípulos, a los mismos apóstoles: Alejaban a la
gente para que no molestasen a Jesús, pero para estar cómodos ellos. Los discípulos se
adueñaban del tiempo del Señor, se adueñaban del poder del Señor: lo querían para su
grupito. Se adueñaban de esta actitud de servicio, transformándolo en una estructura de
poder. Algo que se entiende viendo las discusiones para ver quién era el más grande
entre Santiago y Juan. Y la madre, que va a pedirle al Señor que uno de sus hijos sea el
primer ministro y el otro el ministro de economía, con todo el poder en sus manos. Esto
sucede también hoy cuando los católicos se convierten en amos: amos de la fe, amos del
Reino, amos de la Salvación. Esta es una tentación para todos los católicos. Sin embargo,
el Señor nos habla de servicio en humildad, servicio en esperanza, y esta es la alegría del
católico. (Cf Homilía de S.S. Francisco, 11 de noviembre de 2014, en Santa Marta).

Porque Jesucristo "conoce nuestros corazones", nos advierte de tres peligros muy sutiles
que pueden aparecer en la vida espiritual diaria.

"El que es fiel en lo poco, también es fiel en lo mucho". La ley del amor, que es la que
Cristo ha venido a traer al mundo, es la del amor sin medida. En el amor no hay mucho ni

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poco, o se ama o no se ama. Puede ser que las consecuencias de un acto hecho sin
amor sean pequeñas o grandes pero cuando se ha faltado al amor se ha dejado de amar
en ese acto concreto.

Si no sabemos usar correctamente las riquezas injustas y ajenas, es decir, todo lo
material que es externo a nosotros y por lo tanto no nos pertenece con totalidad, mucho
menos seremos capaces de manejar con corrección las riquezas verdaderas y propias,
que son las cosas espirituales que en verdad son propias de cada hombre. Del mismo
modo quien no ama a los hombres a quienes ve, no puede decir que ama a Dios a quien
no ve; si no somos ordenados y justos con las cosas materiales, que vemos, menos lo
seremos en las cosas espirituales, que no se ven.

"No podemos servir a Dios y al dinero". El dinero representa el humano interés. Nuestro
corazón desea hacer el bien, pero ¿lo hacemos para servir a Dios o a nosotros mismos?
Cuando nos ocurre una desgracia fácilmente nos preguntamos: "¿por qué a mí?" ¿No
será que durante los momentos de tranquilidad hemos sido buenos por inercia, pero no
por amor a Dios, de tal manera que cuando su voluntad contradice la nuestra ya no
somos generosos?

Pensar que lo importante y lo que vale no es lo material. Donde esta mi tesoro, estará mi
corazón.

Señor Jesús, sé que mi vida no sirve de nada si no la doy por Ti, pero sabes cuánto me
cuesta desprenderme de mi tiempo, de mis gustos y de mis haberes. Ayúdame a tomar
una decisión irrevocable, sin tratar de servir a Ti y al mundo. Dándote el primer lugar en
mi vida podré servir mejor a mi familia, a mis amigos y a los demás.
En el día de hoy nos adentramos en la Palabra de Dios a partir de la lectura del libro de
los Reyes que nos presenta el pasaje en el que Elías visita a la viuda de Sarepta. Una
mujer sumida en la desesperación sin más futuro que aguardar la muerte acechada por la
sequía que asola el país. Humanamente no puede hacer nada más, consumir los pocos
víveres que le restan, insuficientes, y esperar el final. En esa situación de desolación y sin
salida Dios irrumpe por medio del profeta Elías para traer esperanza y un nuevo
comienzo. Solo una condición es requerida: la confianza y el abandono en las,
aparentemente absurdas, disposiciones de Dios para sacarle de esa situación: aceptar
adelantar el final compartiendo lo poco que tiene. A pesar de que el resultado va a ser el
mismo, una repugnancia tiene que ser vencida.
Lo mismo nos sucede a nosotros. Muchas veces en la vida nos encontramos en
situaciones atascadas, difíciles o con pocas probabilidades de éxito y a pesar de eso nos
cuesta abandonarnos a la oración, es decir, intensificarla con pequeños actos de
adoración, de sacrificio, de plegaria. O no salirnos del momento presente abandonando el
pasado a la misericordia de Dios y el futuro a su providencia. O creer que debemos
dedicarnos solo al Reino y que lo demás se nos dará por añadidura, de modo que nos

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refugiamos en nuestros egoísmos, nuestras seguridades y comodidades sin atrevernos a
amar en pequeños detalles olvidándonos de nosotros mismos.

Hoy las lecturas nos apremian abandonarnos en la Divina Misericordia. Bien con esta
historia del libro de los Reyes que nos habla a modo de parábola. Bien con la insistencia
del Salmo: “[El Señor] que mantiene su fidelidad perpetuamente / que hace justicia a los
oprimidos / que da pan a los hambrientos […] / El Señor endereza a los que ya se
doblan…”. Bien recordándonos, como la lectura de la carta de los Hebreos que tenemos
intercediendo un Sacerdote en el Cielo que ha ofrecido su sangre por nosotros y cuyo
sacrificio vale más que el de ningún otro hombre. Bien, finalmente, con ese detalle de
delicadeza de Jesús en el Evangelio de apreciar la generosidad de un corazón que se
entrega por completo. Y que nos insiste: “Daros del todo a mí que veo en lo escondido.
Dadme aunque os parezca que no tenéis nada para darme. Dadme vuestros problemas,
vuestras preocupaciones, vuestras dificultades. Dadme. Sed generosos conmigo”.
DE TEMPLOS A TEMPLOS
Ez 47,1-2. 8-9. 12; 1 Co 3,9-11. 16-17; Jn 2,13-22
El profeta Ezequiel nos comparte una visión prometedora. La casa de oración se
convertirá en la fuente de vida que irrigará colinas y desiertos, propagando el verdor, las
frutas y alimentos por doquier. El pasaje se ubica en el contexto del regreso del destierro,
es la afirmación clara de que Dios fuente de bendición volverá acompañar a su pueblo.
Sin embargo, esa bendición no estará exenta de responsabilidades. Tal como lo señalan
tanto el Evangelio de Juan como la Carta a los corintios, es necesario reportar frutos.
El Señor Jesús visita el templo de Jerusalén y descubre la degradación presente en la
abundancia de rituales, carentes de actitudes éticas. El gesto profético simboliza la
destrucción de ese desorden. Ese montón de piedras no cumple su función, no sirve para
vincular a los creyentes entre sí y con Dios. Habrá que construir un templo espiritual,
edificado con fidelidad y justicia, con misericordia y amor fraterno. De ese templo habla
san Pablo en su Carta.
Padre mío, te pido guíes mi oración para que aumente mi fe y mi celo por estar siempre
dispuesto a defender la verdad que me has revelado en la Sagrada Escritura. Sé que
siempre me escuchas, dame la capacidad de percibir tu voz, Señor y Dios mío.

Señor, concédeme corresponder a tu inmenso amor siendo siempre fiel a tu Palabra.

El templo es un lugar donde la comunidad va a rezar, a alabar al Señor, a darle gracias,
pero sobre todo a adorar: en el templo se adora al Señor. Y este es el punto importante.
También, esto es válido para las ceremonias litúrgicas, ¿qué es más importante? Lo más

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importante es la adoración: toda la comunidad reunida mira al altar donde se celebra el
sacrificio y adora. Pero, yo creo - humildemente lo digo - que nosotros católicos quizá
hemos perdido un poco el sentido de la adoración y pensamos: vamos al templo, nos
reunimos como hermanos - ¡es bueno, es bonito! - pero el centro está donde está Dios. Y
nosotros adoramos a Dios.
¿Nuestros templos, son lugares de adoración, favorecen la adoración? ¿Nuestras
celebraciones favorecen la adoración? Jesús echa a los mercaderes que habían tomado
el tempo por un lugar de comercio más que de adoración. (Cf. S.S. Francisco, 22 de
noviembre de 2013, homilía en Santa Marta).
No deja de sorprendernos ver a Jesús enfurecido, sacando a los mercaderes del Templo
a latigazos. Tenía que defender algo sagrado: la casa de su Padre. Es lógico que se
enfade por una situación como esa. ¿Qué haríamos nosotros si entrásemos en la casa de
nuestros padres y aquello se hubiera convertido en un mercado persa? Si no hiciéramos
nada, ¡menudos hijos seríamos!
Lo más probable es que siguiéramos el ejemplo de Cristo. Porque Jesús amaba a su
Padre infinitamente y no podía consentir aquel abuso. El amor apasionado le impulsaba a
actuar de aquel modo.

Hoy sigue habiendo "mercaderes en el Templo". Sabemos que cada hombre es "templo
del Espíritu Santo" y hay muchos hombres y mujeres cuyos templos están siendo
profanados con todo tipo de abusos morales y físicos. Este panorama debería
"quemarnos" las entrañas y suscitar en nosotros una pasión por lo que es sagrado: cada
ser humano.

¡Cuántos atropellos a su dignidad! Cada aborto, cada violación, cada acto de esclavitud
es una verdadera profanación.

Nosotros, como católicos, deberíamos salir en defensa de todos esos hermanos nuestros
que sufren, pues ahí está también Cristo sufriendo. ¿Qué está en mis manos?

Espíritu Santo, te pido la sabiduría y la fortaleza para saber defender a la Iglesia. Que
nunca acepte la mediocridad o la indiferencia. Frecuentemente dejo que la apatía o la
flojera disminuyan mis ganas de trabajar, por eso te pido que enciendas en mí el fuego de
tu amor para ser un apóstol, empezando por mi propia familia.
El Año Litúrgico no puede girar sobre otro eje que no sea el mismo Jesucristo. Pero
Cristo, la cabeza del Cuerpo Místico, está siempre unido a sus miembros. Ahora bien, se
podría decir que once meses del Año Litúrgico se dedican sobre todo a los grandes
misterios de Cristo. En cambio el mes de noviembre se dedica más bien a los miembros
del Cuerpo Místico.
Y así, el día 1 celebramos la fiesta de todos los Santos Iglesia Triunfante, el 2, la
conmemoración de los fieles difuntos Iglesia Purgante y hoy 9, la dedicación de la Basílica
de Letrán Iglesia Militante. (Y quiera Dios que no exista una cuarta fase de la Iglesia, la
que Pio XII llamaba, con tristeza, la Iglesia Durmiente, aludiendo a la tibieza y

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somnolencia de muchos católicos). En este sentido, decía el Venerable Olie, estas
celebraciones de noviembre son sumamente importantes, pues, al estar los miembros
íntimamente unidos a la Cabeza, cuando recordamos a estos, celebramos en realidad el
Cuerpo Místico Total.
Hoy celebramos el aniversario de la dedicación de la basílica construida a principios del
siglo IV por el emperador Constantino, en su palacio de Letrán, sobre el monte Celio. La
consagró el Papa San Silvestre el 9 de noviembre del año 324, después de bautizar a
Constantino y curarle, según se cree, de la lepra.
Cuatro son las basílicas mayores de Roma. Pero es la de San Juan de Letrán, que antes
se llamó del Salvador, la que tiene mayor categoría litúrgica, la que es llamada “madre y
cabeza de todas las Iglesias de la Urbe y del Orbe”. Es la catedral del Papa; junto a ella
habitaron los Papas varios siglos y en ella se celebraron cinco concilios. Pero consagrar
espacios concretos para la adoración puede ser una ayuda para luego adorar al Padre en
el gran templo de la creación. De hecho, Jesús acudía a la sinagoga, y se retiraba a veces
a lugares apartados para la oración. Ese es el sentido de los templos católicos. Y la
consagración de San Juan de Letrán es el símbolo y prototipo de la consagración de
nuestras iglesias para el culto divino y la oración. El templo material es a la vez símbolo
del templo espiritual, el Cuerpo Místico de Cristo. En la cúspide de este templo esta la
piedra viva. Y esencial, la piedra divina angular, Cristo.
Junto a la Cabeza, la piedra angular, también los miembros son piedras vivas, y
despiertas, no durmientes, de ese templo espiritual... “Acérquense a Él, piedra viva…
Nosotros, como piedras vivas vamos entrando en la construcción de un templo espiritual,
formando un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales, aceptados a Dios por
Jesucristo”.
Por tanto, un triple templo recordamos hoy. El templo material de San Juan de Letrán, y
en sentido amplio, de cualquier iglesia. El templo espiritual que forman entre sí, y con
Cristo, todos los fieles católicos en gracia, o cuerpo Místico. Y el templo del alma católica,
en gracia, en el que habita el mismo Dios. “Si alguno me ama... vendremos a él y
haremos de él nuestra morada”.“¿No saben que son templo de Dios y que el Espíritu
Santo habita en Ustedes”?
El Corazón de la Virgen es un horno de amor. Muchas veces nos encontramos como
fríos, distantes del Señor. Si nos introducimos en el Corazón de la Virgen. “relicario del
amor más noble y limpio, ha sido y es para mí el Corazón de la Virgen. Debe también

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serlo cada día más para ti. Relicario en que arde el incienso del más puro amor a Dios y a
los hombres. El Corazón de su Madre suple mi incapacidad para adorarle a Él con la
plenitud que merece y yo deseo”.
Señor: ¿cómo valoro el templo donde oro, donde escucho tu palabra, donde recibo los
sacramentos? Mi cuerpo, templo vivo cuando recibo a Jesús.
Que no nos ocurra lo que tuvo que hacer Jesús, como nos dice el evangelio.
Que disfrutemos de los templos para nuestra vida de oración.
Señor, que nos enseñes a hacer morada en tu templo. Que hagamos morada en él.
‘El correr de las acequias alegra la ciudad de Dios.’
Yo formo parte de esa ciudad donde habitan los templos en los que oro cada día. Quienes
hayan construido una casa saben por experiencia propia que es un proyecto que implica
ahorros, privaciones y mucha dedicación. No se levanta de la noche a la mañana. San
Pablo reafirma a los católicos de Corinto lo que sabían desde el día de su bautismo:
somos edificio de Dios. La comunidad que formamos los discípulos ha ido consolidándose
gracias al esfuerzo de catequistas, evangelizadores y madres y padres de familia que nos
han testimoniado la fe católica. Cuando se escucha regularmente la palabra de Dios en
comunidad se coloca un cimiento; cuando se activa una iniciativa o un ministerio de
atención a los enfermos se levanta una pared; cuando se vive la comunión, el perdón y la
reconciliación como práctica cotidiana se afianzan puertas y ventanas. Por otra parte,
cuando se vive la doble moral o se refugia en los rituales, olvidando las actitudes éticas,
es como si el edificio fuera sacudido por un temblor oscilatorio y trepidatorio.
SI TUVIERAN FE
Tt 1, 1-9; Lc 17, 1-6
La comunidad cristiana no es una asociación de personas santas y plenamente
renovadas, es un grupo de creyentes, marcados por su condición pecadora; expuestos
por tanto a roces y conflictos. Según el evangelista san Lucas hay dos tipos de conflictos:
los que surgen entre adultos, que se resuelven con el diálogo y la oferta de perdón; y los
que ocasionan los adultos en perjuicio de los pequeños, éstos han de enfrentarse con

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medidas severas que incluyan sanciones estrictas contra quienes lesionan la dignidad de
otros. Para superar el escándalo, la divisiones y rivalidades es necesario activar el don de
la fe que hemos recibido; eso nos permitirá darle a los demás una segunda oportunidad.
La comunidad cristiana de Creta, que presidía Tito no estaba exenta de problemas
(envidias, agresiones, corrupción), por eso envía el apóstol la Carta, para urgir al
responsable a que exhortara y pusiera límite a los desórdenes que perturbaban a aquella
iglesia.
Señor, antes de iniciar mi meditación te pido me perdones por todas las veces en que he
sido ocasión de pecado y dame la bondad y el amor necesario para que yo también
perdone de corazón todas aquellas ofensas que me han herido o molestado.

Jesús, no permitas que el resentimiento, el enojo o la ira dominen mi interior y dame un
corazón misericordioso, como el tuyo.

Me parece que todos nosotros podemos hacer nuestra esta invocación. También
nosotros, como los apóstoles, decimos al Señor Jesús: “¡Auméntanos la fe!”. Sí, Señor,
nuestra fe es pequeña, nuestra fe es débil, frágil, pero te la ofrecemos tal como es, para
que Tú la hagas crecer. ¿Les parece que repitamos todos juntos esto: Señor, auméntanos
la fe? ¿Lo hacemos? Todos: Señor auméntanos la fe. ¡Señor, auméntanos la fe. Señor
auméntanos la fe! ¡Que nos la haga crecer, ¡eh!
Y el Señor, ¿qué cosa nos responde? Responde: “Si tuvieran fe como un grano de
mostaza, habrían dicho a este sicómoro: ‘Arráncate y plántate en el mar’, y les habría
obedecido”. La semilla de la mostaza es pequeñísima, pero Jesús dice que basta tener
una fe así, pequeña, pero verdadera, sincera, para hacer cosas humanamente imposibles,
impensables. ¡Y es verdad!» (S.S. Francisco, 6 de octubre de 2013).
Estamos rodeados de testimonios edificantes, de personas ejemplares, coherentes,
generosas... Pero tenemos la costumbre de fijarnos y hablar sólo de los “escándalos” que
por ahí nos encontramos. Aquel joven, la vecina, un político... todos pasan por nuestro
tribunal.

Es una realidad innegable que, como hombres que somos, tenemos debilidades y
flaquezas (Si alguien no las tiene, puede inscribirse en el registro de los ángeles sobre la
tierra), que, por lo demás, son evidentes a los ojos de los demás, sobre todo en algunas
ocasiones. Algunas veces hasta pueden provocar escándalos.

Sin embargo, la inspiración divina bien colocó este pasaje seguido inmediatamente de
otro que versa sobre el perdón. Nuestra tarea no es entonces juzgar ni mucho menos
buscar como detectives los “talones de Aquiles” de nuestro prójimo. Será mejor si, por
nuestra parte, nos esforzamos para dar el mejor testimonio, y si fijamos nuestra atención
en las virtudes de los demás.

Cuando alguien nos escandalice con su conducta, no juzguemos y sepamos perdonarle
de corazón, sabiendo que quien confía en el poder de Dios, puede trasplantar un árbol al
mar.

Arq. Roberto Saldivar Olague, [email protected]
Tel.+52-492-92-7-62-95

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Señor, te pido perdón por las veces que me he olvidado de Ti Perdón por todo lo que te
haya podido lastimar. Perdón, porque he sido capaz de herirte en mis hermanos. Gracias
por tu perdón, Señor, confío en tu misericordia infinita.
Empezamos nuestra oración invocando al Espíritu Santo: “Ven Espíritu Divino e infunde
en nuestros corazones el fuego de tu amor”.
El Señor nos ama tanto que nos ha hecho a su imagen y semejanza. Debemos pedir al
Señor el don de la santidad porque por nosotros mismos no podemos por mucho que
queramos, ser santos. Por ello, está bien que nos acordemos de vez en cuanto, en
nuestra oración, de pedirle este regalo. Como dice la lectura del Libro de la Sabiduría, la
vida de los justos, de los santos, está en manos de Dios y Él los va a proteger siempre.
Ojalá busquemos en todo momento la santidad. Buscar la santidad es un acto que
hacemos gracias nuestra libertad iluminada por la gracia de Dios. De tal manera que si
nos decidimos a hacer esto y seguirle, ignorando las sugerencias del Diablo, seremos
felices eternamente. El Señor protege a los que quieren seguirle, les da el poder para
reinar y les llena de favores.
En el salmo responsorial repetimos la antífona Bendigo al Señor en todo momento. Todo
ser viviente alabe y bendiga al Señor. Al Dios omnipotente que da el sentido a nuestra
existencia y nos concede la alegría y la paz del corazón. Nos hace reinar en esta tierra,
porque el rey es el más feliz en sus reinos. Gustaremos su felicidad ya en esta tierra si
nos dejamos llevar por él y le seguimos sin contemplaciones.
El Evangelio de san Lucas que contemplamos hoy nos dice qué actitud debemos adoptar
con respecto a los demás. Debemos ser humildes y agradecidos. Tratar a los demás
como nos gustaría que nos tratasen a nosotros. Pero esto no hay que hacerlo como algo
superficial o una norma de educación, sino como algo que el mismo Dios nos ha
mostrado. Él, Dios mismo, bajo a la tierra, se hizo humilde y nos sirvió, siendo
infinitamente mejor que nosotros.
Le pedimos a la Virgen María que interceda por nosotros y nos haga ser humildes a tratar
a los demás como si tratásemos en ellos a Dios mismo.
76 LOS DEBERES FUNDAMENTALES
Tt 2,1-8. 11-14; Lc 17,1-10
El catolicismo tiene la pretensión de ser un camino de salvación eficaz y excelso. Siendo
como eran, una minoría dentro de las sociedades donde vivían, estaban expuestos a la
mirada escrutadora de vecinos y conciudadanos. De ahí que el apóstol exhorte y exija que

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ancianos, jóvenes y dirigentes en particular, a que se conduzcan de manera intachable,
porque de otro modo no podrán allegarse la credibilidad indispensable para anunciar el
Evangelio.
En la misma perspectiva, el Evangelio de san Lucas juega con la imagen del patrón y los
sirvientes, para hacernos caer en la cuenta que en nuestra relación con Dios, tenemos
que sujetarnos a la rendición de cuentas y la eficiencia. Dios nos ha confiado una misión y
ésa implica realizar las tareas propias de nuestra vocación. La misión no consiste en
hacer actividades, sino en ser discípulos de Jesús. El ser católico es nuestro primer
quehacer.
Padre ayúdanos a decir: "Somos siervos inútiles, hemos hecho lo que teníamos que
hacer".

Te suplico toda tu gracia y misericordia para poder ser humilde en lo más profundo de mi
corazón para ser digno de presentarme ante Ti en esta oración.

Porque la fe es un encuentro con Jesús, y nosotros debemos hacer lo mismo que hace
Jesús: encontrar a los demás. Vivimos una cultura del desencuentro, una cultura de la
fragmentación, una cultura en la que lo que no me sirve lo tiro, la cultura del descarte.
Pero sobre este punto los invito a pensar —y es parte de la crisis— en los ancianos, que
son la sabiduría de un pueblo, en los niños... ¡la cultura del descarte! Pero nosotros
debemos ir al encuentro y debemos crear con nuestra fe una “cultura del encuentro”, una
cultura de la amistad, una cultura donde hallamos hermanos, donde podemos hablar
también con quienes no piensan como nosotros, también con quienes tienen otra fe, que
no tienen la misma fe. Todos tienen algo en común con nosotros: son imágenes de Dios,
son hijos de Dios. Ir al encuentro con todos, sin negociar nuestra pertenencia» (S.S.
Francisco, 18 de mayo de 2013).

Los hombres tendemos a convertir en "heroico" las cosas más ordinarias de nuestro
deber. Nos llegamos a considerar "héroes" por llegar puntuales al trabajo o por respetar
las señales de tráfico. Los niños creen que se merecen un premio por cumplir con sus
deberes escolares... Sólo estamos haciendo lo que debíamos hacer.

También como católicos se nos presenta esta tentación. Aunque nunca lo expresamos
así, llegamos a creer que nosotros le hacemos un favor a Dios cuando rezamos,
participamos en la Misa dominical, o cuando cumplimos los Mandamientos. Cristo nos
ofrece este mensaje para prevenirnos de esta actitud, con la que nos olvidamos de que Él
nos ha dado infinitamente más de lo que nosotros podemos ofrecerle.

Pero Dios no es un amo déspota y desconsiderado. No pensemos que al final de nuestra
vida, después de haber trabajado y luchado sinceramente por Dios, seremos recibidos en
el cielo con un seco y frío: "Sólo has hecho lo que tenías que hacer". Eso lo tenemos que
decir nosotros, pero no lo dirá Él. Sus palabras las conocemos: dirá a quienes hayan
vivido su mensaje: "Venid, benditos de mi Padre...". Y nos sentaremos con Cristo a gozar
del banquete eterno.

Tener una actitud de humildad, agradeciendo a Dios todo lo que soy y lo que tengo, no
por méritos propios, sino por su generosidad.

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Exigir con altanería «mis derechos», querer acaparar siempre la atención, buscar ser
servido, son manifestaciones de mi orgullo. Señor, ayúdame a recordar siempre que sólo
los humildes y los sencillos de corazón son los que están cerca de Ti y pueden poseerte.
Jesús, haz mi corazón semejante al tuyo.
“A los más humildes se les compadece y perdona, pero los fuertes sufrirán una fuerte
pena; el Dueño de todos no se arredra, no le impone la grandeza: él creó al pobre y al rico
y se preocupa por igual de todos, pero a los poderosos les aguarda un control riguroso.”
Pidamos a Dios ser humildes para que se compadezca de nosotros y nos perdone. Si nos
hacemos fuertes, grandes y ricos según el mundo nos aguardará un control riguroso por
parte de Dios.
La humildad es la reina de las virtudes. Señor ayúdame a ser humilde, solo no puedo.
«Proteged al desvalido y al huérfano,
Haced justicia al humilde y al necesitado,
Defended al pobre y al indigente,
Sacándolos de las manos del culpable.»

Solo si somos humildes podremos darnos cuenta de las necesidades de los que nos
rodean. Necesidades materiales y espirituales. La mirada limpia de egoísmo nos deja ver
claro. Vemos que no podemos nada, pero con Él todo a los podemos. Solo Dios basta.
Los demás nos piden, nos requieren. No somos capaces de nada. La confianza sin límites
nos hace fuertes en la debilidad. Yo no puedo nada, pero con Él lo puedo todo.
“Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos y se
echó por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias.”
Demos gracias a Dios porque nos ha curado. Alabémosle a grandes gritos. Echémonos
por tierra como el leproso curado, dándole gracias.
Nosotros que hemos recibido tanto no nos queda más remedio que dar gratis lo que
hemos recibido gratis.

Pidamos todos los días que Él nos siga haciendo cada día más humildes. Señor,
regálanos la humidad. Qué nos demos cuenta de lo que necesitan de mí los que me
rodean. Demos gracias por todo lo que Dios nos ha dado.

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EL BAÑO REGENERADOR
Tt 3, 1-7; Lc 17, 11-19
El autor de la Carta a Tito pinta claramente un parte aguas: antes de convertirse, los
discípulos vivían sometidos a influjos egoístas que los hacían víctimas del odio y las
rivalidades. Ese comportamiento inadecuado terminó al momento que vivieron su
adhesión a Jesucristo y recibieron la vida nueva del Espíritu a través del bautismo. Desde
esa situación, viven sus compromisos ciudadanos, dispuestos a secundar con espíritu
crítico y actitud generosa, las buenas iniciativas que impulse la autoridad.
El relato evangélico de san Lucas contrasta las actitudes de los leprosos: la mayoría no
supo mostrar agradecimiento; apenas uno que era samaritano, reflexionó sobre la
desmesura de la compasión y se acercó al Señor Jesús para mostrar sus sentimientos de
gratitud y alabanza a Dios.
Señor, aumenta mi fe para que pueda alcanzar la salvación. Ten compasión y permite que
esta oración me ayude a vivir este día con humildad, con esperanza y alegría, sirviendo a
todos, especialmente a los que tengo más cerca.

Señor, dame la gracia de saber agradecerte todos los dones que me das.
En los evangelios, algunos reciben la gracia y se van: de los diez leprosos curados por
Jesús, solo uno volvió a darle las gracias. Incluso el ciego de Jericó encuentra al Señor
mediante la sanación y alaba a Dios. Pero debemos orar con el "valor de la fe",
impulsándonos a pedir también aquello que la oración no se atreve a esperar: es decir, a
Dios mismo:
Pedimos una gracia, pero no nos atrevemos a decir: ‘Ven Tú a traerla’. Sabemos que una
gracia siempre es traída por Él: es Él que viene y nos la da. No demos la mala impresión
de tomar la gracia y no reconocer a Aquel que nos la porta, Aquel que nos la da: el Señor.
Que el Señor nos conceda la gracia de que Él se dé a nosotros, siempre, en cada gracia.
Y que nosotros lo reconozcamos, y que lo alabemos como aquellos enfermos sanados del
evangelio. Debido a que, con aquella gracia, hemos encontrado al Señor. (Cf. S.S.
Francisco, 10 de octubre de 2013, homilía en Santa Marta).

¡Cuánto se agradece cuando una persona se detiene en la carretera para ayudarnos
cuando nuestro coche se ha averiado! "Jamás me había visto antes, sabía que muy
probablemente no nos volveríamos a encontrar para que yo le agradeciera este favor... y
sin embargo, tuvo el detalle de detenerse para hacerlo." Parece obligado que ante este
hecho, brote del corazón la gratitud.

Pero suele suceder que las personas que saben agradecer las cosas grandes, son las
que también lo hacen ante pequeños detalles, que podrían pasar inadvertidos. A quien le
cede el paso en medio del tráfico, al que sabe sonreír en el trabajo los lunes por la
mañana, a la persona que atiende en la farmacia o en el banco... Son felices porque les
sobran motivos para decir esa palabra que para otros es extraña y humillante.

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Quien la pronuncia con sinceridad, al mismo tiempo llena de alegría a los demás, y crea
"el círculo virtuoso" de la gratitud, en el que cada uno cumple su deber con mayor gusto y
perfección.

Y si estas personas agradecen a los hombres los pequeños favores y detalles, ¡cuánto
más a Dios que es quien a través de canales tan variados nos hace llegar todo lo bueno
que hay en nuestra vida! ¡Gracias!

Es frecuente que nos olvidemos de dar gracias a Dios por los beneficios recibidos. Somos
prontos para pedir y tardos para agradecer.

A veces las cosas nos parecen tan naturales que no se nos ocurre agradecerlas a Dios:

Darle gracias por las maravillas de la naturaleza: del aire que es gratis para todo el
mundo. Del agua: ese tesoro de la naturaleza.

Dar gracias a Dios por las maravillas del cuerpo humano. De tener ojos: esas maravillosas
máquinas fotográficas. De tener oídos: esa maravilla de la técnica. Supongamos que
fuéramos ciegos o mudos.

Dar gracias Dios por la familia en la que hemos nacido. Quizás tengamos problemas, pero
si miramos para atrás veremos tragedias espantosas.

Dar gracias Dios por nuestra Patria. Las hay mejores, pero también las hay mucho
peores. Supongamos que hubiéramos nacido en Etiopía o en Somalia: donde tantos
mueren de hambre.

Pero sobre todo darle gracias por la fe. Es el mayor tesoro que podemos tener en la
Tierra.

Y la principal petición es en ella morir. Tener la suerte inmensa de una tranquila muerte.

Iniciar mis actividades, especialmente la oración, pidiendo a Dios que aumente mi fe.

Señor, permite que sepa reconocer los muchos dones que me has dado, utilizarlos bien y
darte gracias por ellos. Tú no necesitas mi agradecimiento, soy yo quien necesita
reconocer que, sin tu gracia, nada puedo y de nada me sirven los dones terrenales que
pueda tener.



Pedimos al Señor la sabiduría que viene de arriba y que debe iluminar siempre nuestra
oración. La “Sabiduría” en el antiguo testamento es una de las imágenes que prepara la
revelación de Jesucristo. Pertenece a la cristología descendente que ayuda a comprender
la divinidad de Jesucristo: El único Dios tiene frente a sí la Sabiduría que cumple su

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voluntad y como atributo de Dios es personalizado. La Sabiduría es un atributo divino que
nos habla de la unicidad de Dios. Por la Sabiduría nos abrimos a la intimidad de Dios a
sus proyectos e intenciones, suscita amigos de Dios y profetas. El prólogo del evangelio
según san Juan nos puede ayudar a entender esta realidad.
Los libros sapienciales reflexionan sobre la vida y descubren a Dios. Dios deja su huella
en toda su obra; Dios es amigo de la vida, busca el bien del hombre. La sabiduría hace
que el hombre se llene de admiración ante la obra de Dios y de continuamente gracias. La
sabiduría inspira una vida buena al hombre, llena de prudencia y discernimiento. Estos
libros califican la vida sin religión como fruto de la ignorancia así como el comportamiento
inmoral.
En los evangelios muchos pasajes recuerdan este tipo de literatura bíblica, las parábolas
del reino o las bienaventuranzas…
No elude el tema del sufrimiento y contempla el sufrimiento del justo dentro de la
providencia de Dios que tiene la última palabra y todo sucede para bien de los que aman
a Dios.
Si la filosofía nace de la admiración y se cuestiona sobre toda la realidad abriendo
también el corazón a Dios, la sabiduría inspirada se resuelve en una plegaria agradecida
y descubre a la sabiduría eterna Jesucristo.
EL REINO YA ESTÁ AQUÍ
Flm 7-20, Lc 17, 25 20-
El apóstol Pablo dirige una carta a su amigo y discípulo Filemón para exhortarlo a
responder con toda generosidad en el caso de Onésimo, un esclavo fugitivo, que al ser
aprendido y conducido a la cárcel, fue convertido y bautizado por Pablo. El que antes solo
era para Filemón un esclavo, ahora es un hermano católico. Las relaciones entre el amo y
el patrono no pueden ser las mismas. La existencia católica somete a revisión las
relaciones sociales. La fraternidad es una relación que está por encima de la relación
laboral. Pablo no quiere imponer a Filemón una decisión exigente y radical, solamente lo
anima a que por propia decisión se disponga a responder a la manera de Cristo Jesús.
Cuando se vive como Jesús vivía, se está activando el dinamismo del reino de Dios en las
circunstancias particulares donde vive cada discípulo.
Señor Jesús, para vivir unido a Ti de modo real, personal y constante, necesito alimentar
esta unión por medio de la vida de gracia y la identificación de mi voluntad con la tuya, en
esta meditación y durante toda mi vida. ¡Ven Espíritu Santo y haz esto posible!

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Jesús, dame la gracia de orar y de hablar contigo de corazón a corazón.

Nosotros sabemos que la historia tiene un centro: Jesucristo, encarnado, muerto y
resucitado; que está vivo entre nosotros y que tiene una finalidad: el Reino de Dios, Reino
de paz, de justicia, de libertad en el amor.
Y tiene una fuerza que la mueve hacia aquel fin: es la fuerza del Espíritu Santo. Todos
nosotros tenemos el Espíritu Santo que hemos recibido en el bautismo. Y él nos empuja a
ir hacia adelante en el camino de la vida católica, en el camino de la historia, hacia el
Reino de Dios.
Este Espíritu es la potencia del amor que ha fecundado el seno de la Virgen María; y es el
mismo que anima los proyectos y las obras de todos los constructores de paz. Donde hay
un hombre y una mujer constructor de paz, es exactamente el Espíritu Santo quien ayuda
y lo empuja a hacer la paz» (S.S. Francisco, 1 de enero de 2014).

El Reino de Dios ya está entre nosotros, aunque no completamente. Está entre nosotros
porque Jesús ya ha venido a la tierra y nos ha dejado su presencia. Pero todavía falta
algo. Es necesario que el Reino llegue al corazón de cada hombre. Sólo entonces
podremos decir que ya ha llegado en toda su plenitud.

Jesús advierte que no se trata de un reino de ejércitos, de emperadores, de palacios, etc.
sino que es algo mucho más sutil, menos notorio. Es un gobierno sobre los corazones,
cuya ley es la caridad y Cristo es el soberano.

Dejar que Jesús reine en mi alma significa abrirle las puertas para que Él haga lo que
quiera conmigo. Y El sólo entra y se queda a vivir si encuentra un alma limpia, es decir,
sin pecado. Un alma en pecado es un lugar inhabitable para Dios. Por eso decimos que
hay que vivir en continua lucha con nuestro peor enemigo, que es el pecado, porque sólo
él nos aleja de Dios, la meta de nuestra vida.

¡Cómo sería el mundo si todos los hombres viviesen en gracia, en amistad con Dios! ¡Qué
diferentes serían las cosas si todos los países adoptaran el mandamiento de la caridad
universal como ley suprema!

Entonces, sí que podríamos decir que el Reino de los cielos ha llegado a la tierra.

Empecemos por nuestro corazón y por nuestra casa. Que cada día Dios sea lo más
importante en mi vida, buscar que el Reino de Dios viva en mi corazón, a través de la
oración y la caridad a los demás.

Jesús, ni el trabajo, ni el estudio, ni las ocupaciones cotidianas, deben ser un obstáculo
para estar unido a Ti Sólo dejando que gobiernes y ordenes mi vida, podrá venir a mí tu
Reino. Reconociéndote hoy como mi Rey y Señor, todo mi día se convertirá en un medio
para alabarte, para glorificarte y amarte, por medio de mi amor y servicio a los demás.

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Hacer alguna oración previa: la de ejercicios, invocación al Espíritu Santo, alguna
canción…
Los puntos son hasta “feliz oración” el resto es un anexo por la temática de la oración)
“sin que hable, sin que pronuncie, sin que resuene su voz, a toda la tierra alcanza un
megáfono, sino que ha puesto muchos árboles de diversos colores, un magnífico su
pregón”. Es decir, Dios nos ama en el silencio de un paisaje… No le hace falta Cielo azul,
unos pajarillos que “da noticia del Creador”, un trozo de pan en un Sagrario… Déjate
sorprender por Dios, déjate querer… Y así, también tú, sin hablar, sin pronunciar, sin que
resuene tu voz, podrás llevar por el mundo la noticia del Amor Divino. Solo depende de
cuánto te dejes sorprender por Cristo, ¿o es que ya te las sabes todas? ¿Más que Dios?
¡Déjate sorprender! Feliz encuentro con Cristo. Feliz oración.

Sólo para quien le interese, copio “El cántico de las Criaturas” de San Francisco, que tiene
tanta relación con nuestra oración de hoy:
Altísimo y omnipotente buen Señor,
tuyas son las alabanzas, la gloria y el honor y toda bendición.
A ti solo, Altísimo, te convienen
y ningún hombre es digno de nombrarte.
Alabado seas, mi Señor, en todas tus criaturas,
especialmente en el Señor hermano sol,
por quien nos das el día y nos iluminas.
Y es bello y radiante con gran esplendor,
de ti, Altísimo, lleva significación.
Alabado seas, mi Señor, por la hermana luna y las estrellas,
en el cielo las formaste claras y preciosas y bellas.
Alabado seas, mi Señor, por el hermano viento
y por el aire y la nube y el cielo sereno y todo tiempo,
por todos ellos a tus criaturas das sustento.
Alabado seas, mi Señor por la hermana Agua,
la cual es muy humilde, preciosa y casta.
Alabado seas, mi Señor, por el hermano fuego,
por el cual iluminas la noche,
y es bello y alegre y vigoroso y fuerte.
Alabado seas, mi Señor, por la hermana nuestra madre tierra,

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la cual nos sostiene y gobierna
y produce diversos frutos con coloridas flores y hierbas.
Alabado seas, mi Señor, por aquellos que perdonan por tu amor,
y sufren enfermedad y tribulación;
bienaventurados los que las sufran en paz,
porque de ti, Altísimo, coronados serán.
Alabado seas, mi Señor, por nuestra hermana muerte corporal,
de la cual ningún hombre viviente puede escapar.
Ay de aquellos que mueran en pecado mortal.
Bienaventurados a los que encontrará en tu santísima voluntad
porque la muerte segunda no les hará mal.
Alaben y bendigan a mi Señor
y denle gracias y sírvanle con gran humildad...
PERDER LA VIDA ES GANARLA
2 Jn 4-9; Lc 17, 26-37
El título arriba escrito es sin duda alguna paradójico, pero paradójica es a fin de cuentas la
enseñanza toda del Señor Jesús. Su vida, muerte y resurrección es la ilustración
fehaciente de estas palabras. Para Jesús entregar su vida no fue "un juego de niños" ni
una especie de representación teatral; la entrega de su propia vida estuvo marcada por el
dramatismo y la duda. Cuando finalmente descubrió que la muerte seria la ocasión
necesaria para que el Padre hiciera amanecer el reinado de Dios para Israel, se decidió a
entregarla. De igual manera, quien se ocupa de amar generosamente a sus hermanos, se
está jugando un riesgo, porque no tiene la certidumbre de que ese amor será
correspondido.
Quien ama a sus hermanos, está confesando con hechos que reconoce a Jesús como el
Señor de su vida.
Señor, hoy me llamas a vivir en actitud de vigilancia, a vivir en guardia frente a las
mentalidades del mundo que sin darme cuenta me hacen creer que es más importante el
«tener» o el «aparecer» que el «ser». Por ello te pido que seas el centro de mi oración,
que ilumines mi mente y fortalezcas mi voluntad.

Señor, te pido tu gracia para saber desprenderme de mi juicio y de mi voluntad para poder
abrirme a tu gracia y amor.

Hay aquí una síntesis del mensaje de Cristo, y está expresado con una paradoja muy
eficaz, que nos permite conocer su modo de hablar, casi nos hace percibir su voz... Pero,
¿qué significa “perder la vida a causa de Jesús”? Esto puede realizarse de dos modos:
explícitamente confesando la fe o implícitamente defendiendo la verdad. Los mártires son
el máximo ejemplo del perder la vida por Cristo. En dos mil años son una multitud

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inmensa los hombres y las mujeres que sacrificaron la vida por permanecer fieles a
Jesucristo y a su Evangelio. Y hoy, en muchas partes del mundo, hay muchos, muchos,
muchos mártires —más que en los primeros siglos—, que dan la propia vida por Cristo y
son conducidos a la muerte por no negar a Jesucristo. Esta es nuestra Iglesia. Hoy
tenemos más mártires que en los primeros siglos. Pero está también el martirio cotidiano,
que no comporta la muerte pero que también es un “perder la vida” por Cristo, realizando
el propio deber con amor, según la lógica de Jesús, la lógica del don, del sacrificio.
Pensemos: cuántos padres y madres, cada día, ponen en práctica su fe ofreciendo
concretamente la propia vida por el bien de la familia. (S.S. Francisco, 23 de junio de
2013).

Cuando alguien empieza una discusión con su marido (o esposa), o con un amigo o
amiga, se cumple eso de que "el que pierde, gana". ¿Qué significan estas palabras? Que
el que está dispuesto a ceder es quien obtiene el triunfo. Triunfa sobre el egoísmo, vence
en la caridad y gana la estima de Dios y de la persona con la que estaba discutiendo.

Porque hay muchas victorias en el ámbito humano que son momentáneas, superficiales.
Contentan un rato, pero luego dejan insatisfacción. Hay que ir más a fondo, evaluar si es
preciso "ganar" siempre, tener la razón en todo, imponer los propios gustos a los demás.
Con un poco de atención, veremos que la felicidad auténtica no viene por ahí. Aunque
parezca extraño, nos sentimos más felices después de hacer un sacrificio, de haber dado
una alegría a otro, etc. ¿Por qué? Porque eso viene de Dios, y sólo Él es quien puede
hacernos auténticamente felices.

El que está dispuesto a "perder la vida" ha entrado en el camino que Cristo siguió para la
redención de los hombres. Es el camino de negarse a uno mismo, el camino de la cruz.
Sólo a la luz de Cristo crucificado se puede vivir con autenticidad el catolicismo. Jesús lo
perdió todo: sus discípulos le abandonaron, los soldados le arrancaron sus ropas, la
muchedumbre se burló de Él... Sin embargo, gracias a la donación por amor al Padre, nos
salvó de la condenación que merecían nuestros pecados y triunfó sobre el poder de la
muerte, resucitando.

Estar dispuesto a ceder ante los demás por algo que a mí me guste. Triunfar sobre el
egoísmo.

Señor, aumenta mi deseo de vivir una relación cercana a Ti. Ordena todas mis actividades
y relaciones de acuerdo a tu voluntad. «Todo aquello que quieres tú, Señor, lo quiero yo,
precisamente porque lo quieres Tú, como Tú lo quieras y durante todo el tiempo que lo
quieras» (Oración del Papa Clemente XI). El día que me llames no va importar quién sea
o qué tenga, lo único que va contar es mi relación contigo, porque el único y verdadero
tesoro es vivir siendo fiel a tu amor y no perder nunca tu amistad por el pecado. Todo lo
demás es valioso en la medida en que me ayude a conservar y vivir en gracia.
La fe se aplica y se vive en la lectura de nuestra historia, lugar teológico y real en el que
Dios actúa y salva como sucedió con Israel en el Mar Rojo.
El salmo nos invita a recordar (pasar por el corazón) las maravillas del Señor, tanto en
nuestra historia personal como en la familiar y social. Hay que servirse de todos los

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medios (la palabra, la música, la sonrisa) para pregonar sus grandezas con el pueblo de
Israel. Todo un preludio para el gozoso cántico de nuestra Madre en el magníficat.
En el evangelio Jesús se nos revela como el maestro inigualable que con paciencia y
creatividad nos muestra la necesidad de orar siempre sin desanimarnos. Y nos pone el
ejemplo límite de ese juez impresentable, el cual por puro egoísmo terminó haciendo
justicia. La frase del Señor es para paladear en la meditación: “Y Dios, ¿no hará justicia a
sus elegidos que claman a Él día y noche aunque les haga esperar?”
Siempre me ha gustado considerar lo que San Agustín resumió en tres palabras
acerca de la respuesta de Dios a nuestras peticiones. Si parece que no atiende se debe a
una de las tres “m”: mala, malum, male. Pido cosas malas (y Él quiere darme algo mejor),
soy malo (hipócrita, incoherente), mal (malamente, sin humildad ni perseverancia).

Jesús nos invita a CRECER en la fe. Si estoy destinado a volar como el águila, no
puedo quedarme en ave de corral; si el Señor me sueña como un león no me puedo
quedar en un diminuto gatito…CREO, SEÑOR, AUMENTA MI FE. Madre Inmaculada,
ayúdame a ser como Tú, Fiat, Hágase.
GENEROSIDAD FORZADA Y ESPONTÁNEA
3 Jn 5-8; Lc 18, 1-8
En la Tercera carta de san Juan el apóstol felicita a los católicos que preside el presbítero
Gayo por la solicitud y generosidad con que apoyaron a los evangelizadores que visitaron
aquella comunidad. En nada que fuera necesario se retrajeron de "echarles la mano";
procediendo de esa manera, consolidaron la obra evangelizadora. Su gesto nació de la
plena identificación con Cristo Jesús.
Por su parte el relato que nos cuenta el Evangelio de San Lucas, donde el juez corrupto,
atiende los justos reclamos de la viuda, exhibe su carácter pragmático: decide hacerle
justicia para preservar su bienestar personal. De esa actitud deriva una lección el Señor
Jesús: hay que porfiar e insistir en la súplica a fin de que aumente nuestra confianza y nos
mantengamos seguros de que el Padre bondadoso, nos atenderá con magnanimidad.
Señor, quiero crecer en mi amor a Ti y a los demás; alimentar mi amistad contigo por
medio de la oración humilde y perseverante. Ayúdame a buscar cumplir tu voluntad sobre
mi vida, dejando que tus palabras modelen todo mi comportamiento. No permitas que el
miedo me acobarde. Aumenta mi confianza, mi amor y mi fe.

Señor, ¡auméntame la fe y mi perseverancia en la oración!

Arq. Roberto Saldivar Olague, [email protected]
Tel.+52-492-92-7-62-95

Discernimiento del autor y breve compilación de publicaciones de LA VERDAD CATOLICA,
CRUZADA DE SANTA MARIA, CATHOLIC.NET y de la predicación de los Hermanos Franciscanos
Y de la Biblia de América.
Hay una lucha que llevar adelante cada día; pero Dios es nuestro aliado, la fe en Él es
nuestra fuerza y la oración es la expresión de esta fe. Por eso Jesús nos asegura la
victoria, pero nos pregunta: "Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre
la tierra?" Si se apaga la fe, se apaga la oración y nosotros caminamos en la oscuridad,
nos perdemos en el camino de la vida.
Aprendamos por tanto de la viuda del Evangelio a rezar siempre, sin cansarnos. Era
buena esta viuda, sabía luchar por sus hijos, y pienso en tantas mujeres que luchan por
su familia, que rezan, que no se cansan nunca. Un recuerdo hoy todos nosotros a estas
mujeres que con su actitud nos dan un verdadero testimonio de bien, de valentía, de
poder de la oración. Un recuerdo a ellas. Luchar, rezar siempre ¡Pero no para convencer
al Señor a fuerza de palabras! ¡Él sabe mejor que nosotros qué necesitamos! Más bien la
oración perseverante es expresión de la fe en un Dios que nos llama a combatir con Él,
cada día, en cada momento, para vencer al mal con el bien. (S.S. Francisco, 20 de
octubre de 2013).

Un mosquito en la noche es capaz de dejarnos sin dormir. Y eso que no hay comparación
entre un hombre y un mosquito. Pero en esa batalla, el insecto tiene todas las de ganar.
¿Por qué? Porque, aunque es pequeño, revolotea una y otra vez sobre nuestra cabeza
con su agudo y molesto silbido. Si únicamente lo hiciera un momento no le daríamos
importancia. Pero lo fastidioso es escucharle así durante horas. Entonces, encendemos la
luz, nos levantamos y no descansamos hasta haber resuelto el problema.
Este ejemplo, y el del juez injusto, nos ilustran perfectamente cómo debe ser nuestra
oración: insistente, perseverante, continua, hasta que Dios "se moleste" y nos atienda.

Es fácil rezar un día, hacer una petición cuando estamos fervorosos, pero mantener ese
contacto espiritual diario cuesta más. Nos cansamos, nos desanimamos, pensamos que
lo que hacemos es inútil porque parece que Dios no nos está escuchando. Sin embargo lo
hace. Y presta mucha atención, y nos toma en serio porque somos sus hijos. Pero quiere
que le insistamos, que vayamos todos los días a llamar a su puerta. Sólo si no nos
rendimos nos atenderá y nos concederá lo que le estamos pidiendo desde el fondo de
nuestro corazón.

Dedicar especial tiempo de mi día a la oración con la confianza que Dios me escucha si lo
pido con fe y esperanza.

Jesús, eres mi juez, pero también mi Padre y mi Salvador. Te suplico que esta oración me
lleve a crecer en la fe, en la esperanza, en el amor y en la confianza, en mi vida diaria.
Abre mi corazón para que pueda perseverar en la oración, dame la humildad y la
sabiduría para reconocer que sólo unido a Ti podré recorrer mi camino a la santidad.
Aunque me resulta difícil de entender el evangelio de Marcos de hoy, está claro que se
refiere al fin del mundo, cuando todos nos reuniremos, no sé si conducidos por los
ángeles o de forma espontánea, pero allí nos juntaremos.

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Para meditar un rato sobre este tema, me voy a pasar a otro fragmento del evangelio que
me resulta más comprensible. Me refiero al del juicio final de Mateo 25, 31-final. Te le
copio aunque seguro que te lo sabes.

31 «Cuando venga en su gloria el Hijo del hombre, y todos los ángeles con él, se sentará
en el trono de su gloria 32 y serán reunidas ante él todas las naciones. El separará a unos
de otros, como un pastor separa las ovejas de las cabras. 33 Y pondrá las ovejas a su
derecha y las cabras a su izquierda.
34 Entonces dirá el rey a los de su derecha: "Vengan Ustedes, benditos de mi Padre;
hereden el reino preparado para Ustedes desde la creación del mundo. 35 Porque tuve
hambre y me dieron de comer, tuve sed y me dieron de beber, fui forastero y me
hospedaron, 36 estuve desnudo y me vistieron, enfermo y me visitaron, en la cárcel y
vinieron a verme". 37 Entonces los justos le contestarán: "Señor, ¿cuándo te vimos con
hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de beber?; 38 ¿cuándo te vimos forastero
y te hospedamos, o desnudo y te vestimos?; 39 ¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel
y fuimos a verte?". 40 Y el rey les dirá: "En verdad les digo que cada vez que lo hicieron
con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicieron".
41 Entonces dirá a los de su izquierda: "Apartense de mí, malditos, vayan al fuego eterno
preparado para el diablo y sus ángeles. 42 Porque tuve hambre y no me dieron de comer,
tuve sed y no me dieron de beber, 43 fui forastero y no me hospedaron, estuve desnudo y
no me vistieron, enfermo y en la cárcel y no me visitaron". 44 Entonces también estos
contestarán: "Señor, ¿cuándo te vimos con hambre o con sed, o forastero o desnudo, o
enfermo o en la cárcel, y no te asistimos?". 45 Él les replicará: "En verdad les digo: lo que
no hicieron con uno de estos, los más pequeños, tampoco lo hicieron conmigo". 46 Y
estos irán al castigo eterno y los justos a la vida eterna».
Aquí, Jesús se llama a sí mismo, el Hijo del Hombre, el Rey y el Hijo del Padre. Los tres
apelativos corresponden a la misma persona. Respecto a la palabra Rey, aplicada a sí
mismo podemos repensar las parábolas que nos cuenta en donde aparece un rey que
seguramente es él mismo. Curiosamente ese rey con frecuencia da un banquete. En el
Reino de Dios se come rico.
En todo caso, volvemos al texto y a imaginarnos una llanura enorme abarrotada de gente
con un altozano en medio con un sillón que permite al que se sienta ver a todo el mundo y
ser visto por ellos. Un trono sencillo pero resplandeciente desde dentro que inunda todo

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de luz y en él, sentado, mi amado. Mucho más resplandeciente todavía con una túnica, la
que llevaba, asomando los brazos con los agujeros de los clavos que le recuerdan a él
mismo y a la Justicia del Padre. “Mira como los amo”. Ahora todos los de la explanada
saben leerlos y se sientan muy, muy amados. Poco a poco se van separando en dos
grupos. Uno muchísimo más grande que el otro. Se puede ir mirando la cara de los que
componen cada grupo. Ahora se vive sin caretas y sale al exterior lo que es cada uno en
su interior. Se nota poco la edad. Fundamentalmente se nota si ama, si aprecia a los
demás o les utiliza para su propio crecimiento, incluso para destruirlos porque les envidia
o les odia. Desde antes de separarse, ya se notaba en la cara de cada uno a donde iba a
parar. Puedes ir pensando como son los rasgos de las caras correspondientes, como son
los de tu compañero de trabajo y hasta pensar luego como son los tuyos y pedirle algo a
Jesús o a la Virgen.
Ahora empieza el único examen importante que voy a tener en mi vida, y no me
preguntan nada de matemáticas ni de idiomas, ni de si he triunfado en la vida o si soy
ingeniero o Arquitecto de no sé cuántas cosas. Puedes pensar en las cosas por las que te
esfuerzas y te has esforzado, a veces hasta el extremo y ver para que sirvan en este
examen. Puedes pensar ahora en las preguntas de este examen y en como las vas a
responder.
Me voy a centrar en la frase: Benditos de mi Padre. No precisa Jesús a qué se refiere.
Podría pensarse que después de este examen, los que están a su derecha, empezarán a
gozar de la bendición del Padre. ¿En qué consiste esta bendición? Digas lo que digas, no
te lo crees del todo que eso vaya a pasar ni te has pensado mucho en donde vas a estar
porque no estás dando saltos de gozo pensando a dónde vas a ir, no te crees que vas a ir
al cielo y que aquello es algo muy superior a nuestros sueños. Pide fe a María. Si estás
leyendo esto, seguro que quieres y te esfuerzas por ser bueno y por tanto estás en el
camino del cielo. Más triste sería si no te alegras de tu futuro porque en realidad llevas un
poco de doble vida y una parte de tu ser está conscientemente o, por lo menos, de forma
consentida, con el enemigo.
También podemos pensar en que la bendición se refiere al pasado. Todas esas personas
ya estaban benditas desde antes y seguramente están allí porque acogieron esa
bendición. ¿Tú te crees que ser católico es una bendición?, ¿Tú te crees que prestar a
otro y que no te lo devuelvan es una bendición? ¿Te crees que no salir de fiesta por la
noche porque estás casado/a o por otros motivos es una bendición? ¿Cuándo no
engañas a hacienda en los impuestos, es una bendición o un miedo a lo del pecado

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mortal y venial? ¿No miras de reojo a algunos “malos” y te da envidia lo “bien” que les
salen las cosas a pesar de ser malos?
Yo soy de los “buenos” y estoy encantado de serlo. Es un regalo estupendo. Si algo me
duele es la triste época en la que tuve una cierta doble vida y que en la actualidad no voy
hacia Jesús al cien por cien, con todas mis fuerzas. (Por supuesto que actualmente soy
“de los buenos con agujeros” y estoy encantado de confesarme).

Ave María Purísima.
LOS QUE NO VIVEN EN TINIEBLAS
Pr 31, 10-13. 19-20. 31-32; 1 Ts 5, 1-6; Mt 24-14-30
La protagonista de la etopeya del libro de los Proverbios es una mujer que cumple
gustosamente con los diferentes proyectos que dan sentido a su vida: madre, creyente,
ciudadana, esposa, profesionista. Vive con intensidad las diferentes dimensiones de su
vida. La Carta a los tesalonicenses y el Evangelio de san Mateo se ocupan de formular
unas cuantas exhortaciones importantes relativas al final de los tiempos.
Para el apóstol san Pablo no es oportuno ocuparse de hacer cálculos para pronosticar la
fecha del fin, porque ese conocimiento es inalcanzable; lo que tiene sentido es vivir con la
máxima entrega, dedicándose a realizar los compromisos derivados de la propia
vocación.
El católico no se evade de los desafíos históricos, porque vive de la esperanza y ésta lo
empuja a buscar la finalización positiva de la historia humana. No vivimos en medio del
caos, al contrario, el Padre nos ha encargado pastorear la naturaleza, solidarizarnos con
nuestra comunidad, viviendo en libertad.
Señor, gracias por los talentos que me has dado. No permitas que la apatía o el desánimo
me lleven a enterrarlos o a utilizarlos para mi beneficio personal. Ilumina mi oración,
permite que me acerque a Ti con confianza y con un corazón sincero, para desprenderme
de mi voluntad y unirme más a la tuya.

Padre, ayúdanos a comprender que lo que se nos ha dado se multiplica dándolo. Es un
tesoro que hemos recibido para gastarlo, invertirlo y compartirlo con todos.
El apóstol Pablo, al final de su vida, hace un balance fundamental: "He conservado la fe"
¿Cómo la conservó? No en una caja fuerte. No la escondió bajo tierra, como aquel siervo
perezoso. San Pablo compara su vida con una batalla y con una carrera. Ha conservado
la fe porque no se ha limitado a defenderla, sino que la ha anunciado, irradiado, la ha
llevado lejos. Se ha opuesto decididamente a quienes querían conservar, "embalsamar" el
mensaje de Cristo dentro de los confines de Palestina. Por esto ha hecho opciones
valientes, ha ido a territorios hostiles, he aceptado el reto de los alejados, de culturas
diversas, ha hablado francamente, sin miedo. San Pablo ha conservado la fe porque, así

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como la había recibido, la ha dado, yendo a las periferias, sin atrincherarse en actitudes
defensivas.
También aquí, nos podemos preguntar: ¿De qué manera conservamos nosotros la fe?
¿La tenemos para nosotros, en nuestra familia, como un bien privado, o sabemos
compartirla con el testimonio, con la acogida, con la apertura hacia los demás? (S.S.
Francisco, 27 de octubre de 2013)

Los talentos no sólo representan las pertenencias materiales. Los talentos son también
las cualidades que Dios nos ha dado a cada uno.

Vamos a reflexionar sobre las dos enseñanzas del evangelio de hoy. La primera alude al
que recibió cinco monedas y a su compañero, que negoció con dos. Cada uno debe
producir al máximo según lo que ha recibido de su señor. Por eso, en la parábola se
felicita al que ha ganado dos talentos, porque ha obtenido unos frutos en proporción a lo
que tenía. Su señor no le exige como al primero, ya que esperaba de él otro rendimiento.

Igualmente se aplica a nosotros, según las posibilidades reales de cada individuo. Hay
personas que tienen gran influencia sobre los demás, otras son muy serviciales, otras, en
cambio, son capaces de entregarse con heroísmo al cuidado de personas enfermas, los
hay con una profesión, con un trabajo, con unos estudios, con una responsabilidad
concreta en la sociedad...

Pero puede darse el caso del tercer siervo del evangelio: no produjo nada con su talento.
A Cristo le duele enormemente esa actitud. Se encuentra ante alguien llamado a hacer un
bien, aunque fuera pequeño, y resulta que no ha hecho nada. Eso es un pecado de
omisión, que tanto daña al corazón de Cristo, porque es una manifestación de pereza,
dejadez, falta de interés y desprecio a quien le ha regalado el talento.

Analiza tu jornada. ¿Qué has hecho hoy? ¿Qué cualidades han dado su fruto? ¿Cuántas
veces has dejado sin hacer lo que debías?

Señor, qué fácilmente olvido lo fugaz y lo temporal de esta vida. En vez de buscar
multiplicar, en clave al amor a los demás, los numerosos talentos con los que has
enriquecido mi vida, frecuentemente me dejo atrapar por el camino fácil de la comodidad
o la ley del menor esfuerzo. Concédeme la gracia de saber reconocer y multiplicar los
dones recibidos.
“Recobró la vista y le seguía glorificando a Dios” (Lc 18, 43)
El único caso, según los relatos evangélicos, en que Jesús permite seguirle a uno que ha
curado.
Porque el seguimiento estrecho de Jesús, “queriendo y deseando imitarle en pasar todas
injurias y todo vituperio y toda pobreza, así actual como espiritual”, ha de ser -como dice
san Ignacio-, “queriéndome vuestra santísima majestad elegir y recibir en tal vida y
estado”.

Arq. Roberto Saldivar Olague, [email protected]
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La gracia de la vocación a una vida consagrada. Que sin duda no concedió Jesús al
endemoniado de Gerasa cuando, tras ser curado, pidió a Jesús seguirle y Él le contestó:
“Vuélvete a tu casa y refiere lo que te ha hecho Dios”. Pero que, no obstante, le convirtió
en modelo de laico consecuente con su bautismo: “Y fue por toda la ciudad pregonando
cuanto le había hecho Jesús”.
Estar, pues, prestos para escuchar la llamada de Dios y seguirla.
Llamada
Entra en tu santuario,
no importa que te asalte el sueño.
Silencia tus potencias, tus pensamientos.
Albérgate donde habita Dios.
Quédate donde vive Jesús.
Así, en el silencio de la noche,
cuando parece que no sucede nada,
ni oyes otra cosa que la propia respiración,
quizá percibas un leve susurro,
a modo de voz, que pronuncia tu nombre,
sin saber a ciencia cierta quién lo dice,
ni de dónde viene el eco del sonido.
Es momento de estar atento,
de agudizar el oído, para distinguir el origen de la voz,
quizá en lo más profundo de ti mismo.
No te asustes.
Espera a tomar conciencia
de la circunstancia que te envuelve.
Es posible que el Señor te haya hecho misericordia,
y te esté invitando a adentrarte en su morada.
No inventes.
Si no oyes o no descifras el sentido, espera.
Una actitud recomendada es la de permanecer atento,
abierto a la posibilidad de la llamada.

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En estos casos es axiomática la respuesta:
“Aquí estoy”. “Habla, Señor, que tu siervo escucha”.
A veces, la percepción provoca un acontecimiento,
una persona que pasa junto a ti.
Si a su paso se instala en tu conciencia una emoción,
un sentimiento compasivo, una invitación generosa,
es momento de obedecer, de levantarte, si es preciso,
de dejar lo que te ata o entretiene.
Cuando cumples generosamente la indicación,
y llevas a cabo el encargo,
descubres dentro de ti la luz, el gozo, la libertad.
No hay mejor decisión que la de seguir la llamada,
que se acredita divina, por la paz.
Atrévete a decir:
“Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”
No hay tiempo que perder, ni que desperdiciar porque sabe que el pulso de la historia
camina La mujer hacendosa del libro de los Proverbios puede ser un buen modelo para
descubrir la actitud conveniente ante la cuestión del final de los tiempos. Esta mujer se
ocupa de sí misma, de su "profesión", de su casa, de los asuntos públicos propios de su
condición ciudadana y obviamente como mujer creyente, se ocupa de respetar al Señor.
Es una mujer plena, que se desarrolla de forma integral. No tiene de prisa y es necesario
apresurarla hacia la plenitud. Quien vive alienado por el gozo efímero y el disfrute de las
banalidades no se ocupa de nadie más sino de sí mismo. Es una especie de "avestruz"
que se distrae de las preguntas profundas de la vida para concentrarse en una serie de
naderías que terminan por vaciar su corazón. Cada quien sabe si vive en las tinieblas del
egoísmo o se mantiene luminosamente en la búsqueda de la plenitud, desde el
compromiso consigo mismo, con su fe y su sociedad.
HAS DEJADO EL AMOR P RIMERO
Ap 1, 1-4, 2, 1-5, Lc 18, 35-43
El balance que hace el autor del Apocalipsis de las fortalezas y debilidades de la Iglesia
de Éfeso es exigente y objetivo. Puede servirnos a cada católico, a cada esposo o padre
de familia como un espejo para mirarnos. La necesidad de hacer una introspección lúcida
sobre nosotros mismos es real. Quien no se mira en el espejo, se aleja de su propia
verdad. Esta iglesia había perdido el amor primero, había bajado la intensidad del
compromiso. Tales situaciones suelen darse en el ámbito de nuestras relaciones
humanas por múltiples factores, es oportuno detectarlo a tiempo, para no caer en
situaciones decadentes que nos llenan de desdicha.

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El Evangelio de san Lucas nos relata el encuentro de Jesús con un ciego que mendigaba
en Jericó. Este hombre no era insensible a las noticias que circulaban en torno suyo.
Cuando supo que Jesús pasaba por la ciudad, se entusiasmó, lo llamó a gritos y fue
atendido con tanto amor, que recuperó la vista.
Señor Jesús, aquí me tienes, como un mendigo ciego y pobre. ¡Ten compasión de mí!
¡has que vea y experimente en esta meditación el gran amor que Tú me tienes! Que tu
Palabra penetre en mi mente y en mi corazón.

Señor, concédeme perseverar en la vida de oración y en mi fidelidad a Ti
Esta periferia no podía llegar al Señor [el ciego en el camino a Jericó], porque este círculo
-pero con buena voluntad - cerraba la puerta. Y esto sucede con frecuencia, entre
nosotros creyentes: cuando hemos encontrado al Señor, sin que nosotros nos demos
cuenta, se crea este microclima eclesiástico. No solo los sacerdotes, los obispos, también
los fieles.
Pero nosotros somos esos que están con el Señor. Y de tanto mirar al Señor no miramos
la necesidad del Señor, no miramos al Señor que tiene hambre, que tiene sed, que está
en prisión, que está en el hospital. Ese Señor, en el marginado. Y este clima hace mucho
mal.
El grupo que se siente preelegido, que quiere conservar este pequeño mundo alejando a
quien moleste al Señor, incluidos los niños. Cuando en la Iglesia, los fieles, los ministros
se convierten en un grupo así... no eclesial, sino 'eclesiástico', de privilegio de cercanía al
Señor, tienen la tentación de olvidar el primer amor, ese amor tan bonito que todos hemos
tenido cuando el Señor nos ha llamado, nos ha salvado, nos ha dicho: 'Pero yo te quiero
mucho'. Esta es una tentación de los discípulos: olvidar el primer amor, es decir, olvidar
también las periferias, donde yo estaba antes, aunque sintiera vergüenza. (Cf Homilía de
S.S. Francisco, 17 de noviembre de 2014, en Santa Marta).

Cada vez que Jesús llegaba a una población se armaba un gran revuelo. Mucha gente
tenía un deseo de conocerle por lo que habían oído de Él y otros lo hacían por mera
curiosidad. Al acercarse a Jericó se encuentra un ciego que pedía limosna. Se sorprende
al escuchar tanto ruido y se interesa por lo que pasa. Alguien le dice: "Jesús, el de
Nazaret, está pasando por ahí", y el ciego comienza a gritar: "Hijo de David, ten
compasión de mí". Con esto consiguió que algunos se molestaran con sus gritos e
intentaron que se callara. Pero insistía más. Jesús se detiene y ordena que le traigan al
ciego. Le pregunta: ¿Qué quieres que haga por ti? "Señor, que vea", respondió. La
reacción de Jesús es inmediata: "Recobra la vista, tu fe te ha salvado". El ciego logra por
su fe lo que Cristo ofrece por su caridad.

Cuánto nos enseña el Señor en un solo hecho. En este pasaje se muestra una persona
que busca la solución a su problema físico. Solución que pasa por la fe. Este hombre
probablemente nunca había visto al Señor; habría oído mucho sobre él. Esto le bastó para
creer que Jesús era hijo de David y también para saber que Jesucristo tenía un corazón
tan grande que siempre se compadecía de aquellos que sufrían. Cristo nunca coarta la
libertad, sino que respeta profundamente a cada ser humano. "¿Qué quieres que haga
por ti?" El ciego responde sencillamente con lo que tenía dentro del corazón: "Señor haz

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que vea", y Jesús se compadece de inmediato.

Lo hermoso del pasaje y lo que nos puede ayudar a reflexionar más es la actitud del ciego
una vez que deja de serlo, y es que "sigue a Jesús glorificando a Dios".

No sólo buscar a Jesús por conveniencia o por curiosidad, sino buscarlo para tener un
encuentro personal con Él.

Señor, dame la fe para saber que Tú siempre estás conmigo. Necesito la habilidad de ver
todo desde tu punto de vista. Permíteme adorarte y glorificarte por tu constante compañía
y por nunca dejarme solo en mis problemas y tristezas. Aumenta mi fe para ser capaz de
experimentar tu amor en las dificultades y pruebas.
Estamos en la XXXIII semana, la última del Tiempo Ordinario del Año Litúrgico. Durante
todo el año hemos ido recorriendo la historia de la Salvación a través de las fiestas y
lecturas correspondientes. Una manera muy acertada de hacer nuestro seguimiento del
Señor mejor al conocerle más, amarle mejor y seguirle. Ese debe ser el balance; en
definitiva acercarnos más a lo que quiere de nosotros de lo cual ponemos un poquito más
cada día con nuestra oración.
Eleazar que es el protagonista de la primera lectura del Libro de los Macabeos, por
respeto a la ley, prefiere morir a comer carne. Quiere el autor destacar la valentía de su
conducta que había tenido desde niño y no iba a cambiar a su noventa años, “prefiriendo
morir noble y voluntariamente por amor a la santa y venerable ley”.
San Pablo va ir un poco más allá de la ley, ya superada en Jesucristo. Y hoy tenemos
esos testigos de los países en tantos lugares de la tierra en los que son perseguidos por
la fe. Por el mero hecho de ser católicos; el único delito de que los acusan. Pero nos
llegan noticias de que no reniegan de su fe, al contrario, quieren morir en su tierra, porque
están seguros que sus vidas ofrecidas darán su fruto, como pasaba a los primeros
católicos. Como esta imagen, entre las llamas sin quemarse, ardiendo por Ella y por
Cristo entre los hombres en esta campaña de la Inmaculada. ¿Hasta qué punto estamos
dispuestos?
Es una hermosa imagen de lo que es hoy un militante en medio del mundo: entre las
llamas sin quemarse. Seguro que en esta segunda semana de la Campaña, ya nos
hemos puesto las pilas, hemos dejado espacio para actuar a la Virgen porque seguro que
viendo la frialdad religiosa, la falta de fe (“Yo no soy creyente” me decía el otro día un
universitario que estaba dando el primer capítulo del libro que está escribiendo y después
pensaba: “ ¿Y yo qué estoy haciendo?”), los jóvenes tan alejados de Dios,… tiene que
poner grandes deseos y hacer ese poquito que nos pida.

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La vocación de Zaqueo en el Evangelio, es otra llamada: “Baja que quiero hospedarme en
tu casa”… “Hoy es la salvación de esta casa”-tu casa, mi casa, la de Zaqueo, la de todos
los que escuchen y respondan a su llamada.

Estemos atentos, cuidemos nuestra oración donde el Señor nos llama y nos dice lo que
tenemos que hacer y tengamos confianza porque Él nos sostiene, sostiene nuestra vida y
para eso desde la Cruz nos deja a su Madre.
BUSCAR LO PERDIDO
Ap 3, 1-6. 14-22; Lc 19, 1-10
El lenguaje duro, cariñoso y exigente se combina ingeniosamente en las dos cartas del
Apocalipsis que leemos en este día. El Señor conoce a sus ovejas y sabe cómo viven, por
eso exhibe la simulación de la iglesia de Sardis, que presume de una vitalidad que es
pura fachada, y que en realidad roza la mediocridad.
La iglesia de Laodicea atraviesa una situación similar, puesto que no vive su fe con
pasión, está enredada en la tibieza. Los señalamientos no nacen del resentimiento sino
del cariño. "a los que yo amo los reprendo". Es una llamada profética que resuena en la
conciencia del creyente, a quien Dios llama para reavivar la amistad.
Es justamente lo que el Señor Jesús hizo con el recaudador abusivo llamado Zaqueo. Lo
miró fijamente, lo visitó y lo invitó a reorientar sus opciones, reparando las injusticias
cometidas y viviendo solidariamente con los necesitados. En el momento oportuno se bajó
del árbol para comer con Jesús.
Jesús, yo como Zaqueo quiero conocerte mejor, pero hay muchas cosas que me lo
impiden y me distraen. Hoy vengo a esta oración dispuesto a encontrarme contigo.
Mírame Señor, con ese amor con que miraste a Zaqueo, ven a hospedarte en mi alma,
prometo no dejarte ir nunca más.

Señor, haz que venga hoy tu salvación a mi alma.

El motivo de esta alegría es, por lo tanto, la cercanía de Dios, que se ha hecho uno de
nosotros. Esto es lo que san Pablo quiso decir cuando escribía a los católicos de Filipos:
"Alegraos siempre en el Señor; os lo repito, alegraos. Que vuestra mesura la conozca
todo el mundo. El Señor está cerca". La primera causa de nuestra alegría es la cercanía
del Señor, que me acoge y me ama. En efecto, el encuentro con Jesús produce siempre
una gran alegría interior. Lo podemos ver en muchos episodios de los Evangelios.
Recordemos la visita de Jesús a Zaqueo, un recaudador de impuestos deshonesto, un
pecador público, a quien Jesús dice: "Es necesario que hoy me quede en tu casa". Y san
Lucas dice que Zaqueo "lo recibió muy contento". Es la alegría del encuentro con el
Señor; es sentir el amor de Dios que puede transformar toda la existencia y traer la
salvación. Zaqueo decide cambiar de vida y dar la mitad de sus bienes a los pobres.
Benedicto XVI, 27 de marzo de 2012.

Arq. Roberto Saldivar Olague, [email protected]
Tel.+52-492-92-7-62-95

Discernimiento del autor y breve compilación de publicaciones de LA VERDAD CATOLICA,
CRUZADA DE SANTA MARIA, CATHOLIC.NET y de la predicación de los Hermanos Franciscanos
Y de la Biblia de América.

La escena que el Evangelio nos presenta es una evocación del misterio que ha cambiado
nuestras vidas: la Encarnación. Dios que quiso venir a visitar la casa de los hombres, el
mundo que Él mismo creó. Le necesitábamos, y no dudó en venir para traernos la
salvación.

La historia de Zaqueo se repite cada día. Es nuestra misma historia. Somos hombres que
buscamos a Dios porque somos débiles. Una multitud que quiere ver en su vida a Cristo
cerca y alberga ese profundo deseo en el corazón. Personas que, a pesar de nuestra baja
estatura en el espíritu, nos atrevemos a subir a un árbol, porque a toda costa queremos
encontrarnos con Él.

Y Cristo no se hace rogar. Sale al encuentro, pasa por el camino, fija su honda mirada en
nuestros ojos, que brillan de ilusión. Y nos dice: "Hoy quiero quedarme en tu casa". ¡Y
nuestra alma se inunda de gozo! Hemos encontrado lo que buscábamos, la fuerza para
nuestra debilidad, la paz y la felicidad para nuestras vidas.

El Señor cambia nuestras vidas. Zaqueo dio a los pobres la mitad de sus bienes.
Nosotros, que también buscamos con anhelo a Cristo, saldremos transformados de ese
encuentro y le daremos la totalidad de nuestro ser.

Hacer una visita a Cristo Eucaristía, auténtica fuente de paz y alegría.

Señor Jesús, necesito este encuentro contigo en la oración. El ejemplo de Zaqueo me
hace ver que quien te deja entrar en su vida, no pierde nada de lo que realmente hace la
vida bella, buena y grande. Tu amistad abre las puertas de un horizonte inmenso.
Ayúdame a hacer la misma experiencia y a no tener miedo de abrirte de par en par las
puertas de mi corazón.
“Al despertar, Señor, me saciaré de tu semblante” Salmo 16
Después de despertar, me pongo en la presencia de Dios y aplicaré los cinco sentidos
para comunicarme con Él. Para hablarle como se hace entre dos amigos. Así lo hacía
Moisés con Yahvé.
Este salmo nos coloca en esta disposición.
El Señor está mucho más despierto que yo. Pero me pide una actitud activa, atenta, llena
de esperanza. Ahora, ya más consciente me hago propia esta estrofa del salmo:
“Señor, escucha mi apelación,
Atiende a mis clamores,
Presta oído a mi súplica,
Que en mis labios no hay engaño”.

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Escucha, atiende a mis clamores, presta oído a mi súplica. Mira que soy sincero, estoy
muy necesitado. ¿De verdad es esta mi actitud cada día al empezar el día? Encomiendo
al Señor todo el día, todas mis ocupaciones y preocupaciones. A todas las personas con
las que me toca convivir en el trabajo, en el estudio, en el transporte, el tiempo de
descanso… y a todas las personas desconocidas con las que me cruce por la calle en
este día…
¿Me esfuerzo en descubrir el rostro de Dios, Jesús Encarnado en todas estas personas,
con sus propias ocupaciones, sufrimientos y alegrías…?
En la siguiente estrofa del salmo, manifiesta un deseo que lo quiero hacer propio.
Constato que mis pasos no fueron firmes en su seguimiento, pero mi deseo es que:
“Mis pies estén firmes en tus caminos,
Y no vacilaron mis pasos.
Yo te invoco porque tú me respondes, Dios mío;
Inclina el oído y escucha mis palabras”.

Y terminamos pidiendo su protección a lo largo de todo este día.
“Guárdame como a las niñas de tus ojos,
A la sombra de tus alas escóndeme.
Pero con mi apelación vengo a tu presencia,
Y al despertar me saciaré de tu semblante”
LA RENDICIÓN DE CUENTAS
Ap 4, 1-11; Lc 19, 11-28
La parábola del hombre noble que entregó sumas idénticas de dinero a diez empleados
para que los invirtieran es una narración didáctica que pretende llamar nuestra atención
acerca de la importancia de realizar acciones inteligentes en el momento oportuno. Los
dos empleados eficientes fueron recompensados con cargos y responsabilidades
relevantes, en cambio, quien resultó improductivo, solamente recibió reproches.
El énfasis en esta narración no recae en el dueño de los recursos, sino en los empleados,
que muestran actitudes contrastantes. De hecho el autor no hace desfilar a los diez
empleados delante del patrono, sino solamente a tres, porque con las cuentas que éstos
presentan, es suficiente para poner en evidencia el contraste entre la ineficiencia del
último y la responsabilidad de los primeros.

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El Apocalipsis describe el ambiente solemne del personaje que ocupa un trono
resplandeciente, al cual todos rinden homenaje. Cristo glorioso comenzará a ejercer su
condición regia, juzgando a las naciones con justicia.
Señor, inicio mi oración dándote las gracias por todos los dones que me has concedido,
ayúdame a saber duplicarlos para corresponderte con generosidad. No permitas que el
miedo o la mediocridad me separen del camino que me puede llevar a la santidad.

Jesucristo, enséñame a ser perseverante en el buen uso de mis talentos, para servirte a
Ti y a los demás.
El significado de esto es claro. El hombre de la parábola representa a Jesús, los siervos
somos nosotros y los talentos son el patrimonio que el Señor nos confía. ¿Cuál es el
patrimonio? Su Palabra, la Eucaristía, la fe en el Padre celeste, su perdón… en definitiva,
tantas cosas, sus más preciosos bienes. Este es el patrimonio que Él nos confía. ¡No sólo
para custodiar, sino para multiplicar! Mientras en el lenguaje común el término "talento"
indica una notable cualidad individual – por ejemplo, talento en la música, en el deporte,
etcétera –, en la parábola los talentos representan los bienes del Señor, que Él nos confía
para que los hagamos rendir.
El hoyo excavado en el terreno por el "siervo malo y perezoso" indica el miedo del riesgo
que bloquea la creatividad y la fecundidad del amor. Porque el miedo de los riesgos en el
amor nos bloquea. ¡Jesús no nos pide que conservemos su gracia en una caja fuerte! No
nos pide esto Jesús, sino que quiere que la usemos para provecho de los demás. Todos
los bienes que hemos recibido son para darlos a los demás, y así crecen. Es como si nos
dijese: 'Aquí está mi misericordia, mi ternura, mi perdón: tómalos y úsalos
abundantemente'. Y nosotros ¿qué hemos hecho con ellos? ¿A quién hemos "contagiado"
con nuestra fe? ¿A cuántas personas hemos animado con nuestra esperanza? ¿Cuánto
amor hemos compartido con nuestro prójimo? Son preguntas que nos hará bien hacernos.
Cualquier ambiente, también el más lejano e impracticable, puede convertirse en un lugar
donde hacer rendir los talentos. No existen situaciones o lugares excluidos a la presencia
y al testimonio católico. El testimonio que Jesús nos pide no está cerrado, está abierto,
depende de nosotros. (Ángelus de S.S. Francisco, 16 de noviembre de 2014).

Esta meditación está dedicada a los pequeños de la casa; a los niños. Porque nos ayuda
a valorar la importancia que tiene este periodo de la vida para los planes de Dios.

Un niño no tiene que dirigir una empresa, pero tiene una tarea escolar que debe cumplir.
No sabe qué es la Constitución de su país, pero tiene unos padres a los que debe
obedecer. Porque, de lo que aprenda ahora, aunque sean cosas pequeñas, dependerá
todo su futuro.

Así dice la parábola de los talentos (o las minas). Si un niño es capaz de sacar adelante
sus compromisos de niño será una garantía para cuando sea adulto. Porque cuando sea
mayor, se le pondrá al frente de "diez ciudades" y las gobernará con la misma fidelidad
con la que hoy hace su cama, ayuda a las tareas del hogar, mantiene su habitación limpia
y ordenada, etc.

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Por tanto, no hay que despreciar las cosas pequeñas. Todo es importante en esta vida. Y
las personas no cambian de la noche a la mañana, sino que se forjan día a día. El niño
que no reza las oraciones de la noche a la Virgen o no va todos los domingos a Misa,
¿cómo puede esperar que lo hará cuando sea adulto?

Diariamente, antes de dormir, hacer un balance sobre el uso que hice de los dones que
Dios me ha dado.

Jesús, no quiero ser un espectador pasivo, sino un colaborador infatigable de tuyo. Aquí
estoy, Señor, para hacer tu voluntad y hacer multiplicar todos los dones que me has
confiado. Tengo mucho que dar, pero mucho más que ganar, si uso mis talentos para
ayudar a los demás.
Primera lectura: Lección de Matatías. Quien quiera ser fiel al Señor no puede quedar
esclavo de lo pasajero; y por salvar su vida no puede vivir adulando a los poderosos. La
Palabra de Dios ha de ser proclamada con toda valentía; y el anuncio de la misma no
puede hacerse sólo con los labios, sino, de un modo especial, con una vida
intachable. Pero, le pedimos al Señor fortaleza de espíritu para que sepamos
mantenernos en fidelidad a nuestra fe y en paciente perseverancia para no dejarnos
arrastrar por impulsos de ira o venganza contra nuestros hermanos.
El celo de la casa de Dios y de su ley pueden generar en los hombres, radicalizándose,
actitudes violentas. Éstas, aunque tengan un origen comprensible, no proceden de la
aplicación prudente de la ley misma, sino de las pasiones no dominadas. Aprendamos de
la experiencia de Matatías. Es preciso que muera el ídolo que fascina y estrecha la
mirada, para que viva el verdadero nombre de Dios. Cuando se disipa el ídolo, espejismo
de un absoluto sustitutorio, entonces aparece el Verbo, imagen del Invisible, único acceso
al Padre. Y nuestro deseo coincide con el de Dios: "¡Cuánto me gustaría reunir a todos
mis hijos!". El mártir no es un fanático. No es un exaltado.
Cuando nos toque defender la integridad de la fe, ayúdanos, Señor, a no defender
sutilmente nuestras «posiciones personales», "nuestras maneras de ver", «nuestros
hábitos de pensar»... ni, lo que aún es peor, las ventajas humanas que la Fe nos depara.
Colócanos, Señor, en la humildad. Haznos receptores de tu mensaje. Danos a todos, a
la vez el sentido de la Justicia y de la Verdad... y el sentido del Amor y de la Paz...
Salmo 49: El Señor nos llama a juicio. Él nos confió el anuncio de su Palabra y nosotros
no podemos defraudarlo. Él ordena que congreguen ante Él a quienes sellaron sobre su
altar su Alianza. Nuestros pasos van, con seguridad y firmeza, tras las huellas de Cristo.
Por eso, a pesar de las críticas, persecuciones, burlas y amenazas de muerte, hemos de

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vivir fieles al Señor. Dios ha hecho con nosotros una Alianza: Hacernos hijos suyos
por nuestra unión en la fe a su único Hijo, Jesús. Dios vela por nosotros como un
Padre.
Evangelio: La lección profética de Jesús se cumplió muchas veces en Israel. La falta de
paz interior en las personas, en las familias, en la sociedad, acaba siendo un desorden
que sólo genera tormentas de sangre y odios. La virtud hace lo contrario.
Jesús lloraba sobre Jerusalén. Jesús, poseído firmemente por la conciencia y misión que
había asumido, nos busca a todos con su palabra y con sus gestos de amor
misericordioso. Cuando él llora sobre Jerusalén, llora por todos los redimidos que no
mostramos voluntad de ser sus discípulos en la verdad y en el amor, y nos ve
profundamente desagradecidos a su amor. Si no valoramos el momento de gracia en que
vivimos, perdemos continuamente la oportunidad de hacernos hijos del Padre, hermanos
de los hombres, voz de la naturaleza, mano amiga de los necesitados.
Si creemos en Cristo, nos hemos de hacer uno con Él; hemos de vivir conforme a
su Vida en nosotros; y hemos de actuar dejándonos conducir por su Espíritu, que
habita en nosotros como en un templo. Mientras aún es tiempo; mientras aún es de
día, trabajemos esforzadamente para que el Reino de Dios llegue a su plenitud entre
nosotros.
Oración final:
Dios todopoderoso, que derramaste el Espíritu Santo sobre los apóstoles, reunidos en
oración con María, la Madre de Jesús, concédenos, por intercesión de la Virgen,
entregarnos fielmente a tu servicio y proclamar la gloria de tu nombre con testimonio de
palabra y de vida. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
EL CORDERO DEGOLLADO
Ap 5,1-10; Lc 19,41-44
La ermita que se levanta en el Monte de los Olivos en Jerusalén llamada "Dominus flevit"
("El Señor lloró") recuerda esta escena, donde el Señor Jesús expresa el amor intenso y
el desencanto que experimenta al ver el desenlace que le espera en Jerusalén y la
catástrofe que se avecina contra sus pobladores.
Jesús ha asumido voluntariamente su muerte, ésa no le llega por haberla merecido, sino
porque decidió entregarse como rescate para que se apresurara el advenimiento del
reinado de Dios. En cambio, los habitantes de Jerusalén desoyeron la voz de los enviados
de Dios y se encaminaron por propia decisión hacia su propia ruina.

Arq. Roberto Saldivar Olague, [email protected]
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El Apocalipsis presenta a Jesús como un cordero de pie y degollado, es decir, muerto y
resucitado a la vez, para mostrarlo como el intérprete lúcido que descifra el misterio del
rollo, es decir, del Antiguo Testamento. Para el autor del Apocalipsis, Jesucristo es la
clave de lectura que desvela los secretos del Primer Testamento.
Jesús, este tiempo de oración es una oportunidad para mostrarte mi amor, ilumínalo
porque hay muchas cosas que me distraen. Mírame, Señor, con ese amor con que
miraste a Jerusalén y ven a hospedarte en mi alma para poder resistir las tentaciones del
mundo.

Señor, haz que venga hoy tu salvación a mi alma.
También esta enseñanza de Jesús es importante verla en el contexto concreto, existencial
en la que Él la ha transmitido. En este caso, el evangelista Lucas nos muestra Jesús que
está caminando con sus discípulos hacia Jerusalén, hacia su Pascua de muerte y
resurrección, y en este camino les educa confiándoles lo que Él mismo lleva en el
corazón, las actitudes profundas de su alma.
Entre estas actitudes están el desapego de los bienes terrenos, la confianza en la
providencia del Padre y, también, la vigilancia interior, la espera activa del Reino de Dios.
Para Jesús es la espera de la vuelta a la casa del Padre. Para nosotros es la espera de
Cristo mismo, que vendrá a cogernos para llevarnos a la fiesta sin fin» (S.S. Francisco, 11
de agosto de 2013).

Jesús también lloraba, igual que tú. Tenía sentimientos, se alegraba con las buenas
noticias de sus discípulos y se entristecía con la muerte de su amigo Lázaro. Igual que
nosotros. Por eso conoce perfectamente el corazón humano, pues Él pasó por los mismos
estados de ánimo que experimentamos nosotros.

Aquí le vemos llorar por Jerusalén, la ciudad del pueblo elegido, con quien Dios estableció
su Alianza. Desde hacía siglos había escogido a Abrahán y a sus descendientes, confió a
Moisés la misión de sacar al pueblo de la esclavitud, le dio un Decálogo, le guió con amor,
le envió profetas y le preparó para la venida de su Hijo. ¡Cuánto esperaba Dios de ese
pueblo! Sin embargo, vino Jesús a este mundo "y los suyos no le recibieron".

La historia de Israel puede ser muy bien nuestra historia. El Señor pensó en cada uno de
nosotros y nos dio la vida a través de nuestros padres. Luego nos hizo sus hijos adoptivos
en el Bautismo. Y no ha cesado de derramar gracias para que seamos santos... Sin
embargo, somos como la Jerusalén por la que Jesús lloró: fríos, insensibles a todos estos
dones. ¿Cuántas veces meditamos en el sacrificio que hizo Jesús en la cruz por nuestros
pecados (los de cada uno)?

Hoy intentaremos no ser el motivo de las lágrimas de Jesús. Vamos a acogerle y a poner
en práctica su mandato -el de la caridad con todos-, pidiéndole que perdone nuestras
infidelidades y nos dé a conocer "su mensaje de paz".

Hacer un esfuerzo por aprovechar más los medios de formación y crecimiento espiritual
que me ofrece mi parroquia.
Señor, no puedo cerrar mi corazón y ahogar en mi egoísmo mi celo apostólico.

Arq. Roberto Saldivar Olague, [email protected]
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Fortaléceme, hazme generoso para crecer en el amor y dedicarme a mi misión con
ahínco, y así, hacer cuanto pueda para que la Nueva Evangelización llegue a muchas
más personas.
“Todos los días enseñaba en el templo”. Todos los días me acerco para escuchar a Jesús
en el fondo de mi corazón, para meditar su palabra… Porque sólo en Él encuentra
descanso y paz mi espíritu inquieto.
Pero hoy la escena que presenta el evangelio me produce cierta inquietud. ¿Por qué esa
reacción tan fuerte del Señor?
Todos los evangelios relatan este episodio, con algunos matices distintivos: Juan
relata que echó a todos los mercaderes del templo, Lucas y Marcos lo ven como una
orden de desalojo y Mateo como la expulsión de todos los comerciantes. Con ellos fueron
arrojados “las ovejas y los bueyes” (Jn). Pero también se dirá que fueron expulsados
“todos los que vendían y compraban” (Mt-Mc). Debe de querer indicarse con ello que
Jesús expulsó todo aquello que, de hecho, venía a ser causa de profanación. A los
“cambistas” no sólo los expulsó del templo, sino que también “les derribó las mesas” (Mt-
Mc-Jn) y les “desparramó el dinero” (Jn).
Me admira que la mansedumbre de Jesús se haya revestido de esta energía, y brotan
nuevas preguntas: ¿Qué representaba el templo para Jesús? ¿Qué quiso expresar con
ese gesto de la expulsión de los vendedores?
Para dar una primer pista de reflexión: Yo creo que la postura aparentemente violenta de
Jesús es fruto del amor, de un amor apasionado, porque el celo es el amor llevado al
extremo (cfr. Dt 4,24 y 2Cor 11,2). ¿No deberemos también nosotros ganar mucho en
fortaleza en la lucha contra el mal en todas sus manifestaciones? Porque «el amor es
fuerte como la muerte» (Ct. 8,6).
Para Jesús el templo es el lugar para adorar al Padre, debería ser para el pueblo de Israel
el centro de culto que expresa la fe y la alianza con Dios, pero ve que se ha corrompido el
sentido de la alianza hasta convertirla en un mercadeo y en un negocio para algunos. Él
es el que va instaurar la nueva alianza de amor en la cruz. En la reacción de Jesús se
revela el amor por el Padre y el rechazo de la hipocresía y la superficialidad religiosa, en
definitiva el rechazo del pecado.
Pero el evangelio de Lucas da sentido pleno a la acción de Jesús con lo que dice a
continuación: “Todos los días enseñaba en el Templo”. Expulsado el pecado, es el Señor
el que reina y se sienta para enseñar.

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En realidad esta escena me lleva a lo que ocurre cada vez que me acerco a Jesús en la
confesión: expulsado el pecado, es el Señor el que reina en su templo y se sienta para
enseñar.
Oración – Coloquio final
Te damos Gracias, Dios Padre Bueno y Misericordioso, porque Tú nos recuerdas hoy lo
que realmente es importante y nos enseñas a valorar la autenticidad para amarte con
fidelidad. ¡Enséñanos a mirar cada día al mundo como Tú lo miras! ¡Tú quieres
Misericordia y Caridad en medio de este mundo! Te damos Gracias, Dios nuestro y
Misericordioso Jesucristo, porque nos ofreces el don del Sacramento de la Eucaristía
mediante el cual nos transformas en “templos vivientes” de tu Cuerpo para poder
compartirte con cada hermano cercano a nosotros. Te damos Gracias porque Tú nos
conoces y nos amas siempre, conoces nuestro corazón mejor que nosotros mismos y
sabes lo que hay en nuestro interior, y Tú nos ayudas a mejorarlo. Dios Padre nuestro, ten
Misericordia de nosotros y haznos ser fieles seguidores de tu Hijo Jesucristo Resucitado,
pues sólo Él es verdadero “Lugar de Encuentro” entre Dios y la humanidad. Ayúdanos Tú
durante este día a convertirnos más a Ti y a expulsar de nuestro “templo interior” todo lo
que no es digno de Ti, echando fuera de nosotros mismos todo lo que nos aparte de tu
Amor. Amén