34 IA POÉTICA DEL ESPACIO
blemas! El espacio llama a la acción, y antes de la acción la imaginación tra
baja. Siega y labra. Habría que cantar los beneficios de todas esas acciones
imaginarias. El psicoanálisis ha multiplicado sus observaciones sobre el
comportamiento proyectivo, sobre los caracteres extravertidos, siempre dis
puestos a manifestar sus impresiones íntimas. Un topoanálisis exteriorista
precisaría tal vez ese comportamiento proyectivo definiendo los ensueños
de objetos. Pero en esta obra, no podemos trazar, como convendría, la do
ble geometría, la doble física imaginaria de la extraversión y de la introver
sión. Además, no creemos que ambas físicas tengan el mismo peso psíqui
co. Es a la región de la intimidad, a la región donde el peso psíquico
domina, a la que consagramos nuestras investigaciones.
Nos confiaremos, pues, al poder de atracción de todas las regiones de
intimidad. Ninguna intimidad auténtica rechaza. Todos los espacios de in
timidad se designan por una atracción. Repitamos una vez más que su es
tar es bienestar. En dichas condiciones, el topoanálisis tiene la marca de una
topofilia. Y debemos estudiar los albergues y las habitaciones en el sentido
de esta evaluación.
IV
Esos valores de albergue son tan sencillos, se hallan tan profundamente en
raizados en el inconsciente que se les vuelve a encontrar más bien por una
simple evocación, que por una descripción minuciosa. Entonces el matiz
revela el color. La palabra de un poeta, porque da en el blanco, conmueve
los estratos profundos de nuestro ser.
El excesivo pintoresquismo de una morada puede ocultar su intimidad.
Esto es cierto en la vida. Las verdaderas casas del recuerdo, las casas donde
vuelven a conducirnos nuestros sueños, las casas enriquecidas por un oniris-
mo fiel, se resisten a toda descripción. Describirlas equivaldría a ¡enseñarlas!
Tal vez se pueda decir todo del presente, ¡pero del pasado! La casa primera y
oníricamente definitiva debe conservar su penumbra. Se relaciona con la li
teratura profunda, es decir, con la poesía, y no con la literatura diserta que
necesita de las novelas ajenas para analizar la intimidad. Sólo debo decir de
la casa de mi infancia lo necesario para ponerme yo mismo en situación oní
rica, para situarme en el umbral de un ensueño donde voy a descansar en mi
pasado. Entonces puedo esperar que mi página contenga algunas sonorida
des auténticas, quiero decir una voz lejana en mí mismo que será la voz que
todos oyen cuando escuchan en el fondo de la memoria, en el límite de la
memoria, tal vez allende la memoria, en el campo de lo inmemorial. Se co
munica únicamente a los otros una orientación hacia el secreto, sin poder de-
LA CASA, DEL SÓTANO A LA GUARDILLA 35
cir jamás éste objetivamente. El secreto no tiene nunca una objetividad to
tal. En esta vía se orienta al onirisimo, no se le realiza/'
Por ejemplo, ¿de qué serviría dar el plano del cuarto que fue realmente
mi cuarto, describir la pequeña habitación en el fondo de un granero, decir
que desde la ventana, a través de la desgarradura de los tejados, se veía la co
lina? Yo solo, en mis recuerdos de otro siglo, puedo abrir la alacena profun
da que conserva todavía, para mí solo, el aroma único, el olor de las uvas
que se secan sobre el zarzo. ¡El olor de las uvas! Olor límite; para percibirlo
hav que imaginar muy a fondo. Pero ya hablé demasiado. Si dijera más, el
lector no abriría, en su habitación nuevamente encontrada, el armario úni
co, el armario de olor único, que señala una intimidad. Para evocar los va
lores de intimidad, es preciso, paradójicamente, inducir al lector a un esta
do de lectura suspensa. Es en el momento en que los ojos del lector
abandonan el libro, cuando la evocación de mi cuarto puede convertirse en
umbral de onirismo para los demás. Entonces, cuando es un poeta quien
habla, el alma del lector resuena, conoce esa resonancia, que como lo expo
ne Minkowski, devuelve al ser la energía de un origen.
Por lo tanto, tiene sentido decir, en el plano de una filosofía de la lite
ratura y de la poesía en que nos situamos, que se "escribe un cuarto", se "lee
un cuarto", se "lee una casa". Así, rápidamente, a las ptimeras palabras, a la
primera abertura poética, el lector que "lee un cuarto", suspende la lectura
y empieza a pensar en alguna antigua morada. Querríamos decirlo todo so
bre nuestro cuarto. Querríamos interesar al lector en nosotros mismos ya
que hemos entreabierto una puerta al ensueño. Los valores de intimidad
son tan absorbentes que el lector no lee ya nuestro cuarto: vuelve a ver el
suyo. Ya marchó a escuchar los recuerdos de un padre, de una abuela, de
una madre, de una sirvienta, de "la sirvienta de gran corazón", en resumen,
del ser que domina el rincón de sus recuerdos más apreciados.
Y la casa del recuerdo se hace psicológicamente compleja. A sus alber
gues de soledad se asocian el cuarto, la sala donde reinaron los seres domi
nantes. La casa natal es una casa habitada. Los valores de intimidad se dis
persan en ella, se estabilizan mal, padecen dialécticas. ¡Cuántos relatos de
infancia —si los relatos de infancia fueran sinceros— en donde se nos diría
que el niño, por no tener cuarto, se va enfurruñado a un rincón!
Pero allende los recuerdos, la casa natal está físicamente inscrita en no
sotros. Es un grupo de costumbres orgánicas, Con veinte años de interva-
' teniendo que describir la propiedad de Canaen (Volupté, p. 30) Sainte-Beuve añade:
Es mucho menos por ti, amigo mío, que no has visto estos lugares, o que si los hubieras vi
sitado, no podrías ahora sentir mis impresiones y mis colores, por quien los recorro con tan
to detalle, por lo cual quiero excusarme. No vayas tampoco a tratar de representártelos por
lo que te digo; deja que la imagen flote en ti; pasa levemente; la menor idea te bastará."