LA POESÍA TROVADORESCA
Alberto Gómez, Mario Cabrera González, Paloma Ranchal y Simona Veskova
En la Edad media, con el nombre “poeta” se hacía referencia no a todos los que se
dedicaban al arte de componer versos, sino a aquellos que, en concreto, lo hacían
en latín. Surgió el término trovador para los que no utilizaban la lengua clásica, sino
que escribían en provenzal. Ese nombre, trovador, proviene de la palabra trovar,
que literalmente quiere decir componer versos.
Eran personas que podían pertenecer a cualquier estamento social: reyes,
señores feudales, obispos, militares, burgueses, gente del pueblo, etc., aunque
eran mayoritariamente de la nobleza.
Componían sus obras y las interpretaban, o las hacían interpretar por juglares.
Nunca debe confundirse el término juglar con el de trovador. El juglar es el
personaje que recita o ejecuta una determinada composición acompañado de
ciertos instrumentos musicales. El trovador gozaba de cierta consideración, podía
llegar a instalarse en la corte, fuera cual fuera su origen, gracias a su cultura y a su
exquisita educación. Esto no impide que el trovador pudiera ejecutar sus propias
obras, o que el juglar ascendiera a trovador.
Con sus canciones amorosas sobre todo, pero también con sus composiciones de
propaganda política, sus debates y con su visión del mundo, nos muestran el
inicio de una historia cultural y política con una variedad que no
encontramos en ningún otro documento de la época.
La poesía trovadoresca se desarrolló en varios lugares, su localización geográfica
no responde a un país concreto. La encontramos en el sur de Francia así como en
el norte de Italia, en los Pirineos y en los condados hispánicos del norte, sobre todo
en Barcelona.