La Rebeldía de Pensar

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Filosofía


Slide Content

Jesuod op

Ts Lepepqis qe be

¿QUÉ ES PENSAR?

ta esforzarse. Sin embargo, pensar, saber
pensar, no es algo que se pueda dar por descontado.
Ojalá que fuese un atributo innato que formara
parte de la herencia con la que cualquiera llega al
mundo; pero no es así: pensar es una capacidad que
se conquista, que exige de nosotros empeño para
desarrollarse y, sobre todo, que requiere de práctica

Borbolla

y del dominio de ciertas reglas para desenvolverse
de forma correcta,

“No todos piensan.” He aquí una afirmación
que suena agresiva y ajena a esa actitud democräti-
ca que tanto gusta en nuestro tiempo, que parece
dicha desde un montículo de superioridad y que
muy pocas veces estaríamos dispuestos a suscribir
en público. En cambio, la frase “no todos saben
pensar” suena bien, no ofende a nadie y, ya sea
en privado o en público, podemos sostenerla sin
sentimos incómodos. Sin embargo, no existe dife-
rencia entre decir “no todos piensan” y “no todos
suben pensar”, ya que pensar al igual que pintar,
leer o andar en bicicleta, pertenece a ese tipo de
acciones que si no se saben no pueden hacerse. “No
todos piensan” y “no todos saben pensar” son per-
fectamente equivalentes: ocurre con cllas lo mismo
que cuando se dice: “no todos pint y “no todos
saben pintar”. “Pensar” cuando no se sabe cómo
hacerlo no es pensar y, de igual manera “pintar”,
cuando no se sabe, tampoco es pintar. Embadurnar
un lienzo no es pintar; amontonar enunciados, tam-
poco es pensar. La gente alega, discute, alza la voz
y, normalmente, conformo más se acalora, menos

A o ae A O eee

dia de pensar » 13

piensa: el alegato, en efecto, sí está bien extendido;
el pensar, por desgracia, no.

Cualquiera puede aprender a pensar, pero
no cualquiera piensa. Lo que los seres humanos
tenemos en común no es el pensar, sino la posibili-
dad de conquistar el pensamiento. Poder aprender
a pensar no depende de ni del sexo ni de la
situación económica, ni siquiera del nivel de es-
colaridad, aunque esto último pueda facilitarlo. La
escuela ayuda a pensar no por los contenidos que
ofrece, sino por los análisis que suelen hacerse en
las aulas. Hay muchos individuos que en la carrera
académica han llegado a la cúspide, se han gradua-
do de doctores y han ido más allá y a quienes, no
obstante, les vendría como anillo al dedo la frase
a de André Bretón: “Lo saben todo, pero
nada más". Y también hay muchas personas que
sin haber asistido, siquiera, ala educación primaria,
son capaces de deslumbrarnos por su buen juicio y
claridad. Saber mucho acerca de un tema, o saber
mucho acerca de muchos temas, no guarda relación
con el pensar: se puede ser erudito, experto, docto
y no haber sacado nunca ninguna conclusión, no

tampoco guarda una
: hay sujetos lerdos,
idad, que amasan

a con el éxi
auténticos campeones en imb

fortunas que se encumbran hasta
la cima poder, o que gozan de
enorme popularidad y que nunca han pensado.

éxitonoes garantía de pensamiento. Elpensami
por supuesto, puedo ayuda
pero una cosa no se sigue de la otra, porque el
no siempre depende de factores que se pueden

aquel que
Scuación que, una y ota vez, se desprende de las
evidencias de la historia y, fo

quien vaya por la

Pero, si saber pensar no es garantía para

alcanzar el éxito, ¿qué sentido

pensar? Ésta es, precisamente, la pregunta que
hacen los que no piensan, los que forman parte de la
‘masa de seres humanos que se mueven por inercia y
que, más que moverse, corren agitados tras el

convencidos de que el éxito, y lo que conduzca a
él. cs lo único que vale la pena, Preguntémonos:

que sirve para el éxito? ¿Qué
cabeza cuando desdeña lo que aparentemente no
habrá de reportarle Fama
inmemorial cree

, el pueril mensaje

encargan de mantener encendi
s cerebros: la

con el que sin cesar se
felicidad es idéntica al 6
No es indeseable que las personas persigan el
absurdo es que, por no pensar, vivan con-
vencidas de que el éxito es lo único que posee valor
y que, por esta ceguera, empobrezci sión

16 + Ose

marcha en
¡bras y los ac-
cia una mi
meta, se produce una inercia social, una ideología
que muy pocos revisan y de la que muy pocos se
apartan, pues, para ponerse a salvo de la corriente,
hace y, en el caso que nos ocupa, la
lo vale, hace falta pensar
le los más

nada menos- en uno

isparate que se canta
coro no parece locura: el respaldo que le
os de acredita. Qui

que no quiere pensar: le basta con ver à los lados
para descubrir a otros como él y para convencerse
de que eso que lo rodea es lo normal y lo correcto.
Para q lo existe un camino y un
‘nico sentido: por donde vay

cada
" de sentidos y en cada sentido
a multitud de caminos. Para quien piensa hay

za, duda, y el que
no piensa se vuelve dogmático. Pensar no es tran-

y lo, el que piensa relati

quilizador: provoca dudas, incertidumbre y a veces,
inclusive, zozobra. Pensar hace que uno mire a los
lados y que no halle fácilmente un compañero; peı
sar produce una sensación de soledad, pues el que
piensa no puede confundirse considerando como
compañía la mera presencia de los demás. Pensar
nos aparta de la masa pues nos v

el individuo necesita de otros

él, sino de otros que también piensen.
¿Qué ventajas tiene entonces pensar frente a
preguntarse el que no piensa,
e'incluso dirá de modo enfático columpiándose del
sentido común: “Si pensar causa dudas y soledad,
y no pensar da tranquilidad y muchos compañeros
de viaje, pues prefiero mantenerme sin pensar el
resto de mi vida”. A quienes así opinan habría que
contestarles que no se fien de las aparienci
nunca podrá ser mejor la certeza cie
que certeza es inercia— que la duda que descubre
pros y contras, que permite advertir los matices, los
tonos y los medios tonos de la

18+ Öse

la Be

podrá compararse la aborregada compañía de los
inconscientes con el humano encuentro de dos que
sí piensan. Pero, como quienes no piensan no son
capaces de captar dicha diferencia, preguntemos
nuevamente:

Por qué es preferible detenerse a pensar si cl
ito es o no lo único que vale en la vida, en ver de
sentir que es la máxima meta y lanzarse de cabeza a
lograrla? El éxito es esa situación excepcional a la
que sólo unos cuantos llega; cs más, se desca pre-
cisamente en la medida en que supone dejar atrás
a todos los otros. Gráficamente, el éxito se repre-
senta con la cima de una montaña, o con el vértice
superior de un triángulo. El éxito por definiciér
implica que no todos puedan alcanzarlo. Ahora
bien, ¿qué pasa con la mayoría de quienes adoptan
el éxito como sentido exclusivo de la vida? Pasa
que al no conquistarlo sufren como animales lo que
no relativizaron como hombres; pasa que por haber
puesto todas sus esperanzas en una misma canasta
experimentan el fracaso y su vida como una ban-
carrota. La frustración es el demonio con el que se
encuentran quienes no piensan. No pensar sólo cs
tranquilizador al principio; a la larga, en cambio,

se paga: el no haberse entrenado en la revisión de
las motas, en el repaso de las posibilidades, en la

¡ón de los horizontes, provoca ese dolor
típico de los miopes absolutos, de aquellos que por
no pensar no han aprendido a distanciarse de su do-
lor; de aquellos que son uno con el dolor: provoca
un sufrimiento rotundo como el de los animales.

El que duda, nunca está seguro; pero
se asegura de tener a su alcance otras opciones.
El que no piensa tiene cl triste privilegio de la
seguridad, lo ha obtenido al renunciar a la infinita
pluralidad de sentidos y de caminos que brinda el
mundo.

¿Cuálosel sentido de la vida? es una pregunta
que no admite una única respuesta, pues cualquier
sentido puede darle sentido a la vida y, por ello,
nadie, más que uno mismo, puede responderla en
cada caso. No es el conocimiento, ni la santidad, ni
el placer, ni el dinero, ni el arte, ni el éxito, es eso
y más. Cada quien debe ponerle, luego de pensa
uno o varios o sucesivos sentidos a su vida.

Para acceder al espectáculo de la diversidad
de sentidos es indispensable pensar, y claro que no

20 + Oscar de ta Borbo

es fácil. Séneca ya lo habia advertido cuando dijo:
“A la mayoría le gusta más creer que juzgar”. No
es fácil separarse de la corriente, del coro de los
convencidos; no es fácil volverse un individuo,
‘Ser uno mismo; no es fácil pensar, pues a todos sc
nos han inculcado formas prefabricadas de pensar
y, cuando queremos pensar, nuestro discurrir no
inaugura caminos, sino que avanza por autopistas
viejas y transitadas que, obviamente, desembocan
en unas determinadas conclusiones: las que aplaude
el sentido común, las que todos corean.

Ponerse a pensar es afreverse a pensar, e
incluso, es arriesgarse a pensar: es un aventurarse,
pues el pensamiento que se lanza a su propio vuelo
nunca sabe adónde llegará. Pensar es una aventura,
no un viaje en tren con itinerario marcado. De ahi
que pensar amplic las posibilidades de la existencia,
pues el que piensa no sólo revisa el elenco de lo
que está delante, sino que convierte lo que está
delante en un balcón para mirar más lejos.

Uno puede llegar a pensamientos parecidos a
los que suscriben los demás; pero una cosa es llegar
y otra partir: quien parte de un pensamiento ajeno
no piensa, a lo más, deduce. Deducir es distinto de

La rebeldia de pensar +21

pensar, deducir es derivar de una idea general ideas
particulares, aplicar un principio a casos concretos.
La deducción es mecánica, hasta las computadoras
deducen.

En losämbitos en los que se da la regularidad
basta con la deducción para saber a qué atenerso;
pero enla vida, donde las cosas no ocurren de forma
regular, atenerse exclusivamente a la deducción no
es recomendable: ¿qué persona se comporta siem-
pre de la misma manera?, ¿qué reacción puntual
podemos, incluso, esperar de nosotros mismos?
Para entender a los demás y para entendernos hace
falta pensar y no sólo deducir. Cuando se llega
autónomamente a la misma idea que ha pensado
tro es porque se ha repensado, cuando se parte de
una idea ajena no se piensa, sólo se deduce.

a deducción implica, por supuesto, algunos
de los elementos del pensar: quien deduce relaciona
y compara, relaciona lo general con lo particular a
partir de lo que tienen en común. El ejemplo clási-
co es aquel silogismo que dice: “Todos los hom-
bres son mortales, Sócrates es hombre, Sócrates
es mortal”. La deducción, en efecto, implica dos
de las características fundamentales del pensar: la

22 + Óscar de la Borb

relación y la comparación; pero no basta con estos
elementos para pensar, y la prueba es que nadic, a
partir de dicho silogismo, ha sentido nunca el más
leve ostremecimiento, pues nadie comprende su
Muerte por mera deducción. Para pensar no es sufi-
ciente con establecer una o muchas relaciones, hay
que entender el sentido de estas relaciones y, por
ello, las computadoras podrán aventajamos en ve-
locidad y complejidad al tejer un abigarrado enjam-
bre de relaciones; pero mientras las computador:
no descubran el sentido de sus entramados lógicos,
mientras no se dé cn ellas la apercepción: el darse
cuenta de que se da uno cuenta, sus conexiones no
serän superiores a las de los tapetes de Temoaya, es
decir. urdimbres de cientos o miles o millones de
hilos anudados sin una sola pizca de conciencia.
¿Qué ocurre con las personas que se basan
única y exclusivamente en la deducción, es deci, qué
pasa con aquellos que sin entender el significado de
los principios los aplican acríticamente a los casos
particulares? Pues ocurre que se vuelven pedantes:
carecen de la capacidad para entender cl sentido de
una situación determinada y, en consecuencia, se
comportan como autómatas. El pedante es, precisa-

+23

mente, aquel que no entiende lo que cada situacion
particular le exige y, para asegurarse - según él una

buena actuación, adopta de la forma más fiel po-
e lo que dicta la norma general, el axioma o el
principio. El pedante provoca risa porque es una
máquina disfrazada de ser humano, una mera má-
quina deduetiva que nunca pierdo cl tono doctoral

que nunca pierde el aliño ni el buen porte: es capaz
de nadar con esmoquin o de disertar acerca del arte
histriónico cuando está en una carpa y todas las
demás personas rien a mandíbula batiente.

El pedante no piensa, sólo deduce y no lo hace
mal: no es que relacione incorrectamente lo general
con lo particular; lo que sucede es que no ha pen-
sado lo suficiente la norma para relativizarl
pensado lo suficiente la situación particular hasta
descubrir lo que la vuelve irreductible: el px
relaciona y compara, pero no relativiza ni distingue,
0 sea, no entiende lo que singulariza cada situación,
vive en el mundo de los principios generales, las ex-
periencias no le dan came a sus esquemas.

La pedanteria es, literalmente, falta de inteli-
gencia: el pedante no es capaz de inteligir y, por
desgracia, esta modalidad de los no pensantes está

s extendida
oner. Porque el pedante al que nos referimos.

's más peligrosa de lo que cabría

jeto que cree tener las claves correctas para

situación, el que ac-
lusivamente de acuerdo con prin-
jamás, ante ninguna situación, revisa; es

importe si es justa y equi
te ama las formas, las regl
que no cabe en el esquema no existe y, peor aún,

descubrir mundos nuevos al
des regidas por computadoras,
por máquinas que aplican sin piedad y sin criterio
un conjunto de normas; la verdad, estos infiernos
soi jos como , pues siempre ha
habido hombres que sólo deducen, o sea, que

son capaces de pensar a medias: de establecer
relaciones y de e mar, pero no ca-
paces de distinguir y mucho menos de compren-
der.

La

kl pedante del que hablamos aquí no necesita
n encumbrada para llevar a
de “lo que debe ser por
cualquier costo
x parte, en mayor 0 menor gra
re en cualquiera de nosotros, cuando sin
pensar juzgamos, es
cuando a un caso
los casos coneretos~

lo necesario, sino preferible atenemos a
norma: cuando la urgencia de actuar no nos deja
tiempo para pensar, nor en cuenta que
cada que actuamos de ese mod
de un mundo que sólo permite la exis

manos promedio” no existen más que en la imagi-
nación de los pedantes, munca aqui en la Tierra
donde todo es diverso. Así, actuar sin pensar, bü-
sados en la mera deducción, termina construyendo
‘un mundo para nadie.

26 + Oscar de la Borbolla

Es muy dificil contener al pedante que en cada
de nosotros lucha por apoderarse de nuestros

ndonos a las reglas generales que hay
en la sociedad, sino que -aun en el caso de que
sintamos viva curiosidad por las determinaciones
concretas que hacen de cada experiencia un caso
ünico- conforme pasa el tiempo, mientras más ex-
periencias vamos acumulando, se solidifican en
nosotros ciertas certezas que nos impulsan a vivir
de manera mecánica, que comienzan a operar como
prejuicios. Una, dos, tres, cuatro experiencias en
una misma dirección nos llevan a dar un salto in-
ductivo -a pasar de lo particular a lo general- y
a que decline nuestro interés por cl análisis ca-
suistico. Esta esclerosis ocurre cuando creemos ya
saber y creemos que ya no es necesario seguir pen-
sando: cuando creemos que ya hemos pensado lo
suficiente, porque ya hemos logrado establecer las
características comunes de un asunto, su comporta-
miento regular, su definición, su ley induetiva. Sin
embargo, y esto lo enseña la historia del pensamiento,
nunca se piensa lo suficiente, porque pensar arre-

le pensar + 27

salquier

bata a cualquier asunto su suficiencia y
conclusión su definitiv
Cuando se establece la inducción, cuando los
casos concretos parecen haberse disuelto al revelar
lo que tenían en común, cuando se cree haber ter-
minado con la nebulosa de los detalles por haber
descifrado las claves de un asunto, reaparece el
pedante, un pedante ciertamente moderado, me-
nos dogmático que el pedante cerril que usa la de-
ducción como un mazo para imponer la tiranía de
los principios; menos pedante, pero pedante al fin.
El trabajo que se tomó en analizar los casos concre-
tos, lo ha vuelto más comprensivo, más tolerante,
‘més apto para admitir lo individual, lo irreductible;
pero cuando alguien se cree dueño de los frutos
del análisis, cuando ha desarrollado ó

inducción
y se cree el poseedor de la verdad, considera que
puede al menos para esos casos en los que según
él ya “pensó lo suficiente” dejar su vida en manos
del piloto automático. La fe en la verdad, sea la del
que deduce o la de quien cree haber alcanzado una
ley gracias a la inducción, provoca automatismo,
abona el no pensar.

wrojarsenos una
SOS particula-

parece provenir de quienes han pensado mucho, de
quienes consideran incluso haber per
ficiente, de quienes creen haber alcanzado la mota
Pensar: el entender. Supongamos que, en efecto,
alguien lo haya logrado; que ha alcanzado el

jue considere, como Hegel, haber conquis-

tado el saber absoluto. ¿Habría que dejar de pensar
lo?

No.

como los hay en el pensar. El fin del pen-
sar puede ser, ciertamente, entender, y esto tal vez
se logro; pero el propósito de pensar es humanizarse
y esto no se complet propio de los
seres humanos es pensar y no se piensa sólo para

que no piens

una bestia.
Hay automatismo en quienes obran por im-

tomatismo. Parecería que el pensar, o mejor
mantenerse pensando, es una hazaña. Y es

posibilidad de ser hombre. Lo fácil es ser un autó-
muta, un pedat
¿Por qué la duda y el cu
san cuando se arriba a una conclusión? ¿Por qué
el pensar desemboca en el no pensar? Revi
dos de los procedimientos que recorre el pensar en
estas ocasi is y la síntesis.
un objeto o un problema se
s elementos si
1 es más

En ol aná
desmenuza para encontrar
que lo componen, se asume

prensión. Al descubrir lo que está im
partes, los supuestos, los aspectos, el probl

‘menos como tal, se vuelve diáfano, pues sabemos
qué lo compone, qué complejidad de elementos lo

hondamente calamos en lo particul

¿Cómo se analiza un objeto, por ejemplo, un
reloj? El reloj como tal desaparece: sobre la mesa
yacen desarticuladas sus partes. Ahí, esparcidas, es-
las manecillas, montones de tuercas
¿Bastará con romper pi
lazo no analiza, destruyo.
Una de las diferencias entre analizar y romper es

analítica ha de ir formando
registro, pues si cuando se desciende al nivel de
las partes no se entienden las relaciones que ri-
gen entre ellas, su fisiología, se estará rompiendo

la cuerda; pero sobre todo, el
s tuercas y la compren
del sentido de la cuerda. La destrucción busca la
s busca descubrir el
orden que guardan entre si los elementos y el sen-
ese orden da a los elementos. El
npre, con vistas a la sinte
la reintegración de la unidad. Cuando el reloj es re-
construido en la sintesis el saldo que nos deja cs la
comprensión de su funcionamient

Si se considera que entender es todo lo que puede

» aportamos el pensar, pues entonces
"pensar, porque creemos, a la luz de la
"ya hemos pensado lo suficiente. He aq)

forma u otra conducen al automatismo, al no

32 + Óscar de la Borbolla

pensar que se da cuando se cree que ya se entiende
porque se aplica a lo particular una verdad general
(deducción), o porque a partir de varios particulares
se ha alcanzado una verdad general que sirvo para
todos los particulares que puedan presentarse en el
futuro (inducción), o porque tras dividir y subdi-
vidir un caso concreto se le ha podido reconstruir
y, por lo tanto, entender cómo funciona (análisis y
Síntesis). Si entender y saber son cuanto esperamos
del pensar resulta lógico que, cuando se cree haber-
los alcanzado, se tomen vacaciones.

Sin embargo, como ya hemos dicho, el pen-
sar tiene, además del fin de entender, un propósito
que no sc logra nunca de manera cabal: humanizar-
nos, y aquí podríamos introducir otro símil: pen-
sar es como respirar, pues, aunque ciertamente
mantenemos pensando nos humaniza, nos da más
holgura existencial, pues nos permite entender y
relativizar, también con el pensar ocurre algo que
es más simple y más definitivo: si pensar es como
respirar, entonces el que no piensa no sólo no se hu-
maniza, sino que simple y llanamente no es un ser
humano. Sé que esta afirmación suena grave, pero
{qué pasa si una nota que se da como definitoria no

de pen

se cumple? ¿Qué pasa si un triángulo no tiene tres
“ángulos; qué, si en el mar no hay agua; qué, si un ki-
Jogramo no pesa mil gramos? Pues ocurre, simple
y sencillamente, que no serán ni triángulo, ni mar, ni
kilo y, de igual manera, si un hombre no piensa,
pues, no será hombre.

¿Podremos admitir, sin más, la anterior
conclusión o estamos obligados a repensarla, dada
su gravedad?

Hemos dicho que no todos los hombres piensan,
lo que equivale a afirmar que no todos son seres
humanos, y hemos caracterizado esta afirmación
como grave. Añadamos, ahora, que la gravedad es,
precisamente, la que hace que un asunto no pueda
dejar de pensarse, pues “lo grave -como dice Hei-
'deguer- es lo que da qué pensar”. ;Qud es lo grave

Lo que suena a barbaridad: pero hay barbaridades
que se desechan de inmediato y no se piensan
‘més; lo grave es, entonces, la barbaridad de la que
no podemos despedimos porque tiene visos de ver-
dad, porque parece lógica o real de algún modo. Si
decir que hay hombres que no piensan y, por lo tan-
to, que no son hombres fuese una mera bi baridad

wr de la Borbolla

podríamos ignorarla y seguir adelante; pero no es
una mera barbaridad, porque, al menos, uno de sus
aspectos resulta evidente: aquel que dice que “no
todos los hombres piensan”, Es la segunda parte
del enunciado la que nos suena inadmisible: la que
afirma que “no todos los seres humanos scan seres
humanos”. ¿Por qué no admitir el primer enuncia-
do y desechar el otro? Porque entre una afirmación
y otra hay un nexo que parece imposible de desa-
tar. Este nexo es el que da qué pensar, ya que cs
grave que se diga que no todos los seres humanos
son seres humanos.

¿Cómo podemos desatar dicha relación, es
decir, repensarla? Existen dos maneras: negar que
el pensar sea la nota definitoria de los seres huma-
nos, © proponer que aún no hemos identificado
correctamente en qué consista pensar y, por el
es que no hemos encontrado presente este rasgo en
todos los seres humanos. La primera posibilidad,
aunque se ofrece interesantísima -pues de poder
aavanzarso en ella cuería cuanto la filosofía ha dicho
a propósito del scr del hombre no es viable como
pues supondría que ya sabemos
qué es pensar y, simplemente, se trataría de buscar

ese rasgo on los seres humanos para descubrir si se
da o no en todos. No podemos, con lo dicho hasta
aquí, suponer que ya sabemos qué sea pensar; por
lotanto, el camino obligado es el segundo: proponer
‘que no hemos pensado suficientemente en qué con-
siste pensar como para decidir si tal característica
es común al hombre.

¿En qué consiste pensar según lo que lleva-
‘mos dicho? Recapitulemos: hemos partido de la e
dencia de que no todos los seres humanos
hemos revisado algunos procedi
se ejercita el pensar (deducción, inducción, a
intesis) y hemos concluido que estos procedimien-
tos desembocan en el no pensar, o sea en el au-
tomatismo: la aplicación mecánica de lo general
sobre lo particular o el mero actuar por prejuicio.
Necesitamos un procedimiento cn el que el pensar
se ejercite sin descanso y, además, que se presente
en todos los seres humanos. ¿Cuál puede ser éste?
La crítica.

En la critica, igual que en los otros pro-
cedimientos del pensar, entran en juego la relación,
la comparación, la distinción, ctcétera, pero no para
encontrar lo común, sino lo diferent

se comparan

36 + Oscar de la Borbolla

dos objetos o un objeto con una idea con la mira
puesta en lo que los diferencia: en aquello en que
un objeto aventaja a otro, o en aquello que falta al
objeto para ajustarse a la idea que nos hemos hecho
acerca de él. La ori
la que se compara no con el propósito de hallar lo

ün, sino lo diferente: ese aspecto por el que una

ite pronunciamos a favor o en contra
de algo, que nos induce a preferir una cosa y no otra
Por la crítica somos capaces de negar, es decir, de
apartamos de lo que se encuentra ante nosotros. Lo
inmediato se hunde en el horizonte graci Por
la crítica se suspende la comunión inconsciente con
lo que nos rodea. Lo negado se aleja, no importa que
siga siendo lo que tenemos más a la mano: nuestro
repudio lo aparta de nosotros y, de igual manera, lo
més remoto, pese a su lejanía, puede casi rozarnos
silo deseamos. Lo inmediato y lo mediato intercam-
0, el mundo se reordena: los objetos ya
tribuyen en ese espacio neutro del aquí y
sino en el espacio valorativo del querer

La rebeldía de pe

y el no querer. Y, por este motivo, aquello que de-
finitivamente no queremos es lanzado por nuestro
no a la lejanía, pues, para los efectos prácticos, el no
separa igual que la distancia: cancela por completo
la posibilidad o, al menos, eso quisiéramos.

por la critica que los seres humanos
hemos traído al mundo nuestra más genuina a

nes o jerarquías que establecemos al querer y no
querer. Porque el mundo humano, más allá de es-
tar compuesto por los elementos consignados en la
ica de Mendeleyev, está integrado por

objetos que odiamos o descamos, que repudiamos o
preferimos: son la antipatía y el amor los extremos
del metro con el que medimos lo que efectivamente

+ compone nuestro mundo. Desde esta perspectiva, el

peso atómico de cada elemento importa un bledo;

> Io que realmente importa es cl peso que cada ente

erso valorativo.

cs esa modalidad de pensar por la

que los valores llegan al mundo y, gracias a ello,
éste se hace discernible: se presenta como un orden
donde los seres se jerarquizan de lo mejor a lo peor,

delo bueno a lo malo, de lo bello a lo horrendo, de

lo odiado a lo amado. Es por la critica que las cosas
se distinguen

Sin crítica no habría valores y sin éstos no
habría distinción, y sin distinción no habría manera
de elegir: ¿entre qué clegiríamos si todo nos pare-
ciera lo mismo? La crítica es también condición de
posibilidad de la libertad, pues sin elección no hay
libertad que valga. Es la pluralidad, no la mera mis-
celánea de objetos sino las cosas ordenadas según
valores, lo que hace posible la libertad: cuando una
cosa nos parece mejor que otra estamos ya ante
posibilidad de ser libres. Otro asunto es que podamos
alcanzar o hacer lo que nos parece mejor: el ejerci-
cio efectivo de la libertad supone otras condiciones
y otros pasos.

Poder decir “esto no y esto si” es la carac-
teristica efectivamente común de todo ser huma-
no y. además, una acción que todos practicamos
permanentemente. La crítica es aquello por lo que
puede establecerse que el pensar es la nota defini-
toria de los seres humanos. Este primer momento
de la critica, el negar, no admite excepciones ni
vacaciones, todos los seres humanos lo cumpli-
‘mos todo el tiempo.

ia de pensar +39

Existen, sin embargo, distintos niveles de la
critica: el más elemental -sin ser por ello desde-
Sable es la deliberación que inclina la preferencia
a uno u otro lado. En este nivel básico, aunque la
critica carezca de método o el individuo no pueda brin-
darlas razones en que funda su preferencia, se lleva
a cabo una comparación con vistas a la
‘Aqui, no importa si el individuo se enfrenta ante la
“opción de ir al eine v al teatro o ante la disyuntiva
de decidir entre Newton y Leibnitz a propósito del
cálculo infinitesimal, pues es irrelevante la com-
plejidad de las opciones; lo que cuenta es lo que
supone la acción de clegir: haber distinguido entre
tuna cosa y otra ¢ inclinarse por una de ellas, pues,
distinguir es comparar para encontrar la diferencia,
y la diferencia nunca se halla de manera automáti-
ca: no hay regla general para inferir la diferencia,
para encontrarla es preciso, en cada caso, pensar.

Cuando el hombre critica, cuando convierte
16 que está ante él en objeto de su consideración, eso
que está ante él deja de parecer natural, necesario; el
hombre descubre, por virtud de la crítica, que no
tiene por qué contentarse con lo que está a la mano
sólo porque está ahí. Levantar la mira, apuntar más

40 + Oscar del

lejos, descubrir las posibilidades enmarcadas por
el horizonte e, incluso descubrir, en el ejercicio del
pensar, que los horizontes se vienen encima como
las y que uno puede ir siempre más allá sin que
nada lo colme, son los efectos humanizantes de la
ica. Y, claro, también con ella nace la inconfor-
midad que es el motor de la historia. Pensar y ser
un inconforme son s
mo.

Lo que está ante uno, aquello con lo que uno
se tropieza, es lo establecido: las costumbres, los
modos acreditados de pensar, los valores que gozan
de inmemorial prestigio, las normas que regulan las
conductas del hombre, las técnicas ya instituidas.
Todo aquello que nos rodea y con lo que muchos vi-
ven satisfechos, conformes, no soporta la cri

resiste ni la tolera. Porque criticar es, literalmente,
poner en crisis; es descubrir las fisuras, las fallas de
lo que intenta hacerse pasar por monolítico; es poner
en duda la definitividad de lo que está delante, es
atreverse a imaginarlo de otra forma; es subvertirlo
con el no de la inconformidad, del pensar, Ningún
producto humano ha conseguido mantenerse a sal-

La rebeldia de pensar + 41

vo de la crítica: mantenerse ahistórico; todo se ha
trasformado por la actividad critica del hombre.
Esto no significa que la critica se presente
con el mismo no en todos. Hay un no inconforme y
un no al no de los inconformes. La doble negación
de aquellos para quienes lo que existe, tal y como
está, cs lo mejor que podría existir. Podría creerse
que los conformes no critican, que no se oponen,
que no piensan; pero no es asi: la intolerancia de
los conformes es la manera como expresan su no,
su preferencia: también ellos critican, aunque en su
apreciación, lo que está a la mano, lo establecido,
es preferible a lo que está más allá rodeado de in-
certidumbres. Los conformes se oponen al cam!
los inconformes a la permanencia, porque ser hom-
bre es oponerse, usar el no en un sentido u otro.
“Pero — dirá el conforme- no es lo mismo
distinguir defectos reales para proponer una so-
lución que señalar falsas ventajas y desver
en las cosas con el único fin de oponerse.” A este
conforme inconformado habría que preguntarl
¿Quién puede tener el primado de la realidad para
saber ciencia cierta cuáles son sus defectos reales?
La realidad, ese conjunto indiferenciado de cosas,

12+Ós

está ahí tal y como es, no le falta nada, es plena en
su ser. Somos nosotros los que “descubrimos” qué
le falta, porque no nos parece, porque no aparece
como quisiéramos que fuera, porque, cuando com-
paramos con la mira dirigida a la diferencia, la reali-
dad no se ajusta a nuestro juicio: la falta siempre es
subjetiva, el defecto sólo está on los ojos del que
mira, no en el mundo real

Las cosas son mejores o peores no en función
de sí mismas, sino de lo que esperamos de ellas; son
mejores o peores de acuerdo con nuestros fines, de
acuerdo con nuestras expectativas, de acuerdo con
los modelos con los que las contrastamos. La falta
que creemos descubrir en las cosas es resultado de
la jerarquía que proyectamos sobre ellas, es la con-
secuencia directa de haber inventado los valores.
Y, por ello, “proponer ventajas o desventajas sub-
jetivas con el fin de oponemos” es lo que hacemos
todos, pues la apariencia de sensatez o de insen-
satez de una particular crítica no se debe a que se
apoye en faltas reales, en defectos en-si, sino que
depende del múmero de militantes que compartan
ese punto de vista crítico: si son muchos, la crítica
pasará por incues son pocos, s

de excentricidad o disparate y quienes la suscriban
serán considerados como locos.

El que los defectos que advertimos no sean de-
fectos de las cosas, sino mero resultado de nuestros

is alta importancia, pues los
hombres sc matan, precisamente, porque creen
que los defectos que ellos miran pertenecen a las
cosas y son igualmente visibles para todos, No cs
asi, cada persona compara el mundo con la idea de
lo que debe ser y “descubre” ciertas faltas, siem-
pre subjetivas, que sólo son advertidas por quienes
comparten el mismo punto de vista; para los demás
esas faltas no existen y nada justifica que alguien
quiera enmendarlas.
Esnecesario efectuar una crítica de la crítica,
porque la crítica que no vuelve sobre sí misma,

… que no entiende que los defectos “descubiertos

Son más bien proyectados, se hace feroz. Para
Jos criticos simples los defectos que “descubren”
son defectos reales y, en cambio, las faltas que
“encuentran” los demás son defectos irreales,

> falsas faltas, meras objeciones sin justificación,
“criticas fáciles” cuya causa no logran entender, Lo

preocupante de los críticos simples -y casi todos
lo son- es su semejanza con los locos, pues, igual
que ellos, actúan y reaccionan a p:

creen que es la realidad, Tal vez resul

aguerridos si, en lugar de creer que las faltas están
presentes en la realidad, se percataran de que las
faltas son diferencias que nacen del cotejo entre el
mundo y los valores,

Se ha dicho que la razón engendra monstruos

fanatismos, porque también la crítica endo no

avanza contra sí misma, cuando no
duce a estaciones desde las que lo hallado, nues-
tra verdad, hucha por imponerse. Es una paradoja
que la critica engendre el fanatismo, aunque sea
el fanatismo del no; que con gran frecuencia nos
lleve a posiciones que se endurecen, que se escle-
rosan, pues, en cuanto ercemos haber descubierto
un defecto en las cosas, ya no vamos más lejos
con nuestro no y, al estacionarnos, nuestro pensar
se dedica a tejer argumentos que zurcen los pun-
tos flacos de nuestro enfoque, y si acaso seguimos
haciendo crítica, ésta es dirigida contra los juicios

verdad. Rara vez

‘extremarla, para pasar al no de nuestro no.
Y es que hay faltas tan evidentes para nosotros

ado de nuestro punto de vista o simples: Proyeccie-
nes. ¿Cómo aceptar, por Sencar que la

relacionan con nuestra vida. En lo que personal-
mente nos atañe es

correcto.
1”, habría que repe-
Itas no son en-si. No

en el del deber ser.

46 + Oscar de la Borbo

No. Simplemente se trata de que entendamos que
las fallas que nos instan a la polémica o a la lucha
fallas reales, sino desajustes de la realidad
con nuestros sueños: no es la realidad la que nos
da la razón, sino el amor que le tenemos a nuestra
utopía, a nuestra irrealidad. Esta reubicación de la
falta no tiene por qué restar validez a la crítica; al
contrario: la pone en su verdadera dimensión hu-
mana, en ese mundo que no tiene que ver con el
peso alómico de los objetos, sino con las coorde-
nadas de lo que queremos y no queremos. ¿Quién
ha dicho que no vale la pena pelear por un sueño?
Lo que he dicho es que la vida propiamente hu-
mana es aquella en que se vive arrebatado por los
sueños. Criticar la crítica, extremarla, lleva a com-
prender que los anhelos de libertad y de justicia, el
deseo de que las cosas marchen de otra forma, la
certeza de un futuro mejor no son sino sueños; pero
los sueños más altos de unos seres para quienes la
irrealidad es su verdadero territorio.

Hemos revisado algunos mecanismos del pensar:
la deducción, la inducción, el análisis, la síntesis
y la crítica, y hemos visto cómo, en todos ellos,

el pensar puede conducir al automatismo: a esa
situación estacionaria en la que -por creemos
dueños de la verdad- se produce la certeza,
ese estado en el que uno ya no quiere seguir
pensando, porque lo alcanzado se considera lo más
conveniente, o uno ya no puede seguir más allá
porque la propia conclusión resulta insuperable.
¿Para qué pensar más si ya está claro? ¿Para qué
seguir dando de vueltas a un asunto si ya sabemos
la respuesta? Quien llega a esta estación, esté o no
en lo correcto (eso es lo de menos), suspende el
pensar. Así, paradójicamente, dejar de pensar no es
encia del fracaso de pensar, sino de su
creer que ya se ha encontrado fa
solución o que la triste respuesta que se ha obtenido
es inmejorable.

La verdad -o su apariencia- es enemiga del
pensar; la duda, en cambio, es el medio del pen-
sar, su hábitat, Nos referimos, por supuesto, a la
duda que es mucho más que un mero no saber: a
la duda que incluye la intensa preocupación por no
saber. Esta es la duda que nos mantiene pensando,
que hace del ejercicio de pensar exactamente eso:
un ejercicio: una caminata sin meta, un fin en

48 = Óscar de la Bor

mismo. La duda
la que se puede

la que nos referimos no es de
sino aquella en la que, como

tado de la elección; más bien, es la que se apodera
de nosotros y no nos da tregua; la que convierte

nuestras soluciones en un castillo de naipes, la que
no nos deja más remedio que seguir pensando,

La duda, incluso, propicia el pensar mejor
que la crítica, porque quien duda posce un lubri-
cante que vuelve escurridiza cualquier verdad a la
que uno podría aferrarse. La duda nos despierta
una de inconformidad hacia las sol
nes que encontramos, introduce la sospecha de que
somos incapaces de alcanzar cualquier respuesta
valedera y nos arroja al pensar puro, al ejercicio, en
ocasiones angustiante, de dar vueltas y más
a duda de que aqui hab
serpiente de los

celos, pero no nos sujeta como
rosa contemplación de una escena que se rej
cesar, sino que nos ata al m
de los pros y los cont ir y venir
tesis con sus nuevos pros y sus nuevos contras.

Con todo, hay de dudas a dudas. Hay unas
dudas graves, aunque pobres, que despeja el
tiempo; hay otras que las resuelve la simple ob-

» servación; otras más que no se nos aclaran nunca,

porque quienes podrían librarnos de ellas mueren

| con el secreto, y unas dudas especiales que son

s hondos conquistados por la hu-

‚para qué existo? El intento por aclarar estas
“dudas ha dado origen a la filosofía, por más que

temas me-
nos abismales. La filosofía, sin embargo, es y será
ese proceso del pensar que, desde los sótanos de la
historia, ha venido buscando la solución de estas
“dos preguntas cuya sola comprensión cs más que

= La duda es ciertamente un no saber: un no
“saber qué hacer, un no saber a qué atenerse, un
hho saber de qué se trata; pero también es
Maca preocupado por ese no saber. Quien se
despreocupa se quita de duda: que quien cree
haber encontrado la verdad y, por ello, la verdad y
despreocupacién son hermanas gemelas; es más,

50 + Óscar de la Borbolla

la verdad podria ser simplemente la coartada de la
spreocupaciôn.

‘Quien duda podrá no discurrir con rigor, no

‘usar un método para ordenar y clasificar sus pensas

PENSAR LO INSOLUBLE

‘compacta posible: pensar es dudar.
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