una trampilla, con la cuerda de la horca alrededor del cuello.
Dicho esto, estoy de acuerdo en que se necesita una
explicación. Lo que llamamos República de Italia, nosotros, los
llamados italianos, no es una nación en absoluto. Somos
provincias, ciudades, regiones, tribus, fracciones, familias,
individuos... todo y cualquier cosa, menos una unidad.
Pregúntenle a ese tipo de ahí, al barrendero, qué es. Les
contestará: «Soy un sardo, un calabrés, un napolitano, un
romañolo.» Jamás, jamás, les dirá que es italiano. Esa chica que
va en el «Ferrari», es una veneciana, una veronesa, una
paduana. Esposa, amante, madre o, lo que es más raro, virgen,
se identifica con un lugar, un trozo de tierra. Yo mismo, como ya
les he dicho, soy un toscano. Sirvo, porque me pagan para servir,
a esa nebulosa cosa pública llamada el Estado; pero a mí lo que
me atañe es otra cosa: Florencia y los Médicis y el Amo y los
pinos plantados sobre las tumbas de mis antepasados. ¿Las
consecuencias de esto? Una especie de anarquía que los
anglosajones jamás comprenderían; un tipo de orden que aún
podrían comprender menos. Sabemos quiénes somos, hombre
por hombre, mujer por mujer. Despreciamos al extranjero,
porque es diferente. Lo respetamos porque sabe, y nosotros
también, quién es. Por consiguiente, he aquí mi dilema: jamás
podré decir: «¡Éste es el enemigo, destruyánlo!» Debo decir:
«Éste es el enemigo de este momento, pero viene de mi región,
su hermana está casada con mi primo y mañana quizá
necesitemos ser amigos. ¿Cómo debo comportarme para que no
se rompan los eslabones, a pesar de que la cadena se tense hasta
el punto de ruptura?
Hay muchos que dirán que, en este sistema, no hay lugar
para los patriotas, sólo para los pragmáticos y oportunistas. Eso
son palabrotas... ¿no? Tenemos que sobrevivir, y ése es un
problema práctico. Tenemos una vida, una oportunidad para
llegar a un entendimiento con ella. Mientras ese entendimiento
sea negociable, tratamos de negociar. Si se nos obliga a aceptar
una situación desagradable, la aceptamos, y esperamos un