Werther Goethe Wolfgang Johan
“La aflicción de los guerreros era honda; pero el sollozo de Armino la controlaba. Este canto le
recordaba la pérdida de un hijo, muerto en plena juventud. Carmor estaba junto al héroe: Carmor,
el príncipe de Galmal.
“¿Por qué suspiras así?, le dijo. ¿Es en este sitio donde se debe llorar? La música y el canto que
se dejan oír, ¿no son para reanimar el espíritu, lejos de abatirle? Son como el leve vapor que escapa
del lago, invade el bosque y humedece las flores; el Sol luce fulguroso y los vapores se esparcen.
¿Por qué estás triste, ¡oh, Armino!, tú que reinas en Gorma, ceñida de las olas?
ARMINO
“Estoy triste y tengo motivos para estarlo. Carmor, tú no has perdido un hijo ni tienes que llorar la
muerte de una hija de gran hermosura. Colgar, el intrépido joven, vive aún, así como la bella
Annira. Los retoños de tu raza florecen, Carmor; pero Armino es el último del linaje. Sombrío es tu
lecho, Daura; como tu sueño en el sepulcro. ¿Cuándo despertarás? ¿Cuándo volverá a surgir tu
voz? Levántense vientos del otoño…, embistan la oscura maleza. Torrentes de la selva,
desbórdense. Huracanes, rujan en las encinas… Y tú, Luna, enseña y oculta tu pálido rostro entre
las rasgadas nubes. Recuérdame la terrible noche en que murieron mis hijos, mi valiente Arindal y
mi querida Daura.
“Daura, hija; eras hermosa como el astro de plata que blanquea las colinas de Fura; eras blanca
como la nieve y dulce como la brisa embalsamada matutina.
“Arindal, tu arco era invencible, rápido tu dardo en el campo de batalla, poderosa tu mirada,
como la nube que va sobre las olas; tu escudo parecía un meteoro dentro de una tempestad.
“Armar, célebre en los combates, solicitó el amor de Daura y rápido lo consiguió. Hermosas
eran las esperanzas de sus amigos. Pero Erath, hijo de Odgall, temblaba de rabia porque su
hermano había sido asesinado por Armar. Vino disfrazado de batelero; su barca se columpiaba
gallardamente sobre las ondas. Traía el pelo blanco; su aspecto era serio y tranquilo. ‘¡Oh, tú, la más
bella de las jóvenes, amable hija de Armino, dijo; allá abajo, en una roca, cerca de la orilla, espera
Armar a su amada Daura’. Ella le siguió y llamó a Armar; pero sólo el eco respondió a su llamado.
Armar, dueño de mi alma, mi bien, ¿por qué me apenas de este modo? Escucha, hijo de Arnath,
atiende mis súplicas… Es tu Daura quien te invoca.
“El traidor Erath la dejó sobre la roca y regresó a tierra con risa. Daura se deshizo en gritos,
llamando a su padre y a su hermano: ‘Arindal, Armino, ¿no vendrán ninguno a salvar a su Daura?’
Su voz surcó los mares. Arindal, hijo, bajó de la montaña cargado con el botín de la caza, con las
flechas suspendidas del costado, el arco en la mano y rodeado de cinco perros negros. Distinguió en
la orilla al audaz Erath; se apoderó de él y le ató a un roble con fuertes ligaduras. Mientras Erath
llenaba el espacio de gemidos, Arindal, tomando su barca, se enfiló a la roca donde estaba Daura.
En esto llega Armar, prepara con furia una flecha, silba el dardo y tú, hijo mío, mueres por el golpe
destinado a Erath, el pérfido. En el momento en que la barca llegó a la roca, Arindal dio el último
suspiro. ¡Oh, Daura! La sangre de tu hermano corrió a tus pies. ¡Cuán grande habría sido tu
desesperación! La barca, deshecha contra la roca, se hundió en el abismo. Armar se lanzó al agua
para salvar a Daura o perecer. Una corriente de viento de la montaña agita el oleaje y Armar
desaparece para siempre. Mi desgraciada hija quedaba desamparada, sola, sobre un peñasco
atacado por las olas. Yo, su padre, escuchaba sus lamentos y nada podía hacer para socorrerla. Toda
la noche estuve en la orilla, contemplándola ante los tenues rayos de la Luna. Toda la noche oí sus
clamores. El viento soplaba, el agua caía a torrentes, y la voz de Daura se debilitaba conforme se
acercaba el día. Pronto se apagó en su totalidad, como se va la brisa de las tardes entre las hierbas
de la montaña. Consumida en desesperación, expiró, dejando a Armino solo en el mundo. Mi valor,
mi fuerza y mi orgullo murieron con ella.
“Cuando las tormentas bajan de la montaña; cuando el viento alborota el oleaje, me postro en la
ribera y miro la funesta roca. Muchas veces, cuando la Luna aparece en el cielo, veo flotar en la