libertad radica en esa intención, en ese querer, y el querer no tiene limitación alguna.
El hombre posee la propiedad de abrirse, de ensancharse: no solo conoce lo que se
presenta a los sentidos, sino que puede ir con un pensamiento mucho mas allá. Esta
posibilidad de abrirse o ensanchanse es la trascendencia misma por la que la persona
rebaza sus propios limites físicos o materiales, e incluso los del mismo mundo en el
que vive. El animal distingue únicamente lo que aparece a los sentidos y, en
consecuencia, desea exclusivamente aquello que conoce: un estrechísimo conjunto de
cosas. El deseo del hombre, el querer del hombre, no tiene límite; es libre de querelo
todo: desde un objeto insigficante, hasta Dios mismo, que satisface todas sus
posibilidades. El hombre es trascendente.
Pero lo interesante es que el hombre puede escoger entre distintas posibilidades; en
ello precisamente consiste la libertad: en poder escoger una u otra cosa, o ninguna; en
poder decidir lo mismo al hacer esto o lo otro, o nada. Si el hombre sólo lograra su
satisfacción mediante una cosa, tendría absoluta necesidad de ella y ya no sería libre.
La persona humana es libre por ser espiritual y trascendente, por tener una capacidad
infinita que no se satisface con cualquier cosa concreta: eso puede estar por encima
de las cosas.
Por la libertad, entonces, podemos elegir entre varias posibilidades, pero si entre
muchas posibilidades se elige una, debemos tener un motivo, una intención. Lo
importante es saber porque queremos aquello. La persona humana tiene libertad de
elección, pero debe elegir con algún motivo, con algún propósito; cuanto mas
consistente y solido sea ese propósito, más autentica será la elección. El hombre debe
tener razones, intenciones, motivos para elegir; esto es, unos principios. Estos
principios, obviamente, no son motivos para elegir, sino mas bien los fundamentos o
preferencias que orientan o justifican alguna elección.
Pero no basta con tener principios, ni siquiera es suficiente que estos sean validos y
consistentes; es necesario que uleriormente las de decisiones – libres- estén en
concordancia con ellos. Cuando se tienen esos principios para orientar las elecciones en
determinado sentido, y se decide de aquello con ellos, hay una concordancia, una
coherencia entre los principios y la elección: se ha obrado responsablemente. Solo en
este caso el hombre actúa verdaderamente como persona: cuando existe esa unidad
entre el pensamiento y la actuación.