LAS LENGUAS DE ESPAÑA 5: EL GALLEGO
Recopilado por Cristina Ferrís
El territorio de Galicia se extendió hacia el sur con el proceso de la Reconquista hasta que un
acontecimiento que, en principio, pudiera parecer anecdótico, alteró radicalmente la
trayectoria histórica (y lingüística) que hubiese llevado el gallego en «circunstancias
normales». En 1088 Alfonso VI dona a Ramón de Borgoña, esposo de su hija Urraca, el
condado de Galicia. En el año 1093, se constituye un nuevo condado, el denominado Condado
Poitucalense, en el territorio entre el río Miño y el Mondego, que legará Alfonso VI a Enrique
de Borgoña, esposo de su otra hija Teresa. Se ponen las bases de esta manera de la nación
portuguesa, que nace en realidad en 1128; con la proclamación como rey de Afonso Henriques
en 1139-1140 la independencia se produce definitivamente.
Al principio, la lengua que se hablaba al norte y al sur del Miño era la misma, pues se trataba
de una separación política, que no lingüística. Ahora bien, conforme Portugal avanza hacia el
sur, en su proceso reconquistador -la corte se va instalando sucesivamente en Coimbra,
Santarem y Lisboa-, el portugués se «convierte en lengua nacional, y el gallego se ve
progresivamente reducido. Mientras que con la unión de León y Castilla el gallego no se
normalizará, dado que carece de corte, el portugués va adquiriendo mayor prestigio, como
vehículo de expresión de una nación en progresiva expansión política, cultural y económica.
Los repobladores llegados del norte entraron en contacto con la lengua hablada en el sur, el
romango mocarábico, de importancia trascendental en la constitución del portugués.
Durante la Baja Edad Media y en adelante, la monarquía castellana y la iglesia impulsan el uso
del castellano en la zona: cada vez son más numerosos los nobles de Castilla que ocupan los
puestos más relevantes de la administración pública o eclesiástica. Esta circunstancia
determina la instalación del castellano entre las capas elevadas de la sociedad y, al mismo
tiempo, que los documentos, la literatura dejen de emplear el gallego para su redacción. No
participa el gallego en procesos de codificación y de normalización como los que experimenta
el portugués gracias a Oliveira, Barros o Nunes de Leao, o el español con Nebrija. Mientras,
labradores, marineros, pequeños comerciantes no dejan de hablar gallego: su reducción al
campo y a los estratos bajos de las ciudades lleva a su identificación con lengua rústica y zafia.
En el siglo XVIII la castellanización y la paralela desgalleguización se intensifica al hacerse
obligatoria la enseñanza en castellano. Se oyen, no obstante, las primeras voces en defensa del
gallego: el Padre Sarmiento, el Padre Feijoo -quien sostiene que el gallego es equiparable al
castellano en todos los órdenes-, el Padre Sobreira y Cernadas de Castro.
Si bien desde entonces hasta ahora no ha cesado ese proceso, dada la identificación
«castellano = ascenso social», a partir de mediados del siglo XIX gracias al interés por lo
vernáculo y por lo peculiar potenciado por el Romanticismo, se rehabilita el gallego como
lengua literaria. El primer grupo político coherente con tendencia galleguista comienza a
definirse entre 1840 y 1846. Desde el punto de vista social, este grupo lo integraban gentes
vinculadas a la hidalguía, en cuyas manos estaba el capital gallego. De este sector proceden los
partidarios de un régimen republicano federal que participaron en el levantamiento de 1846.
Por su intento de restituir el gallego en la literatura destacan Alberto Camino, José María
Posada y Francisco Añón.