Mu; si bien las mónadas pueden entrar y salir a voluntad de sus nuevas moradas, logran ser retenidas cada
vez durante más tiempo.
Una vez más, en donde creyeron encontrar la muerte y la materialidad que temían, encontraron la copa del
bálsamo del olvido y el amor. Kundalini (la conciencia), la diosa de la fuerza vital, les había dado el don de
manifestar sus fuerzas internas hacia lo externo; pero exige en pago la moneda del sufrimiento, del placer y
de la muerte. Por eso, paulatinamente, se van separando los sexos, y con este enorme hecho evolutivo, una
fiebre de placer y sensualidad estremece la carne de los nuevos hombres.
Olvidan, poco a poco, las moradas divinas y los poderes intuitivos que poseían, para desear únicamente el
placer de la carne. Sus mentes quedan dominadas por una fiebre de acoplamiento; el nuevo placer trae
consigo la procreación, fruto de la unión por vez primera, de dos seres de sexos opuestos.
Quinta subrazas: ZA-MU
Pero las mónadas no han entrado en todos los cuerpos lemurianos; únicamente han elegido los más aptos. Los
no aptos, abandonados a su suerte, decrecen en comprensión y aspecto físico con rapidez.
Durante la quinta subraza, llamada Za-Mu, ya hay una extraordinaria diferencia entre el lemuriano con
mente y el sin mente. Los Maestros, guías de la humanidad, instruyen a los lemurianos durante sus sueños.
Únicamente tenían derecho a procrear con hembras con mente: "Si comiéreis el fruto del árbol prohibido, si
os acopláreis con las hembras de las razas degeneradas, moriréis, perderéis el fruto de vuestra raza, pues
seréis padres de monstruos y no de seres humanos".
Pero las hembras sin mente tentaron a los lemures mientras las mujeres de éstos gestaban; la maldición se
pronunció sobre ellos y las mónadas que esperaban su turno para morar entre los hombres, rehusaron tomar
esas moradas semihumanas. De esa unión maldita, de hombres con mente y mujeres sin mente, nacieron los
inmensos monstruos lemurianos: el plesiosaurio, o serpiente marina; el ictiosaurio y el dinosaurio, inmenso
monstruo volador, el más manso, que más adelante serviría de cabalgadura a los lemurianos. Aquí nace la
escala zoológica que llega hasta el día de hoy.
Sexta subraza: MO-ZA-MU
Mo-Za-Mu, la sexta subraza lemuriana, se inició con la terrible lucha entre hombres y monstruos. Estos
últimos habitaban en la parte occidental del continente Lemuriano moviéndose con su andar pesado, gracias
a sus respectivos medios de locomoción que habían desarrollado. Muchos se arrastraban por tierra, otros
volaban o surcaban los océanos nadando. Las subrazas degeneradas de Lemures encontraban siempre un
camino para invadir el continente central, lugar donde vivían sus más evolucionados hermanos.
El temor a las invasiones de los monstruos vigorizó más el sistema nervioso lemuriano, y esos choques
neurológicos producidos en el organismo a causa del temor, provocó una sistematización definitiva en la
circulación de la sangre; de ese modo se cerró para siempre el agujero de Botal, algo que no había logrado la
naturaleza humana y que desde la Raza Hiperbórea se esforzaba por normalizar.
Los ojos empezaron a vislumbrar luces y figuras, y los lemures comenzaron a agruparse (primeras especies
de clanes o familias) para alcanzar una mejor defensa. Sin embargo, nada hubieran podido hacer solos en
contra de los monstruos si no fuera por la ayuda e intervención de altas entidades espirituales que
encarnaron entre ellos para guiarlos y llevarlos a la victoria.
La defensa y agresión a los monstruos se efectuó así: Sobre un amplio frente se alineaba una fila de machos;
tras de ésta una de hembras; luego otra de machos, otra de hembras, y así sucesivamente. Los hombres iban