Las tres viudas
de las viudas eran hermanas: Penélope, — la delgada, fueron llamadas a la sala. Encon
L
para quien el dinero era nada, y Lyra, para quien traron esperándolas al señor Strake, el abogad
lo era todo, y por lo tanto, ambas lo necesi- de la famil
taban en grandes cantidades. Como las dos
Las manifestaciones más triviales del señor
terraron muy. tempranamente
Strake caíancomo unasentencia de lebios de un
juez; pero esa noche, cuando pronunció: “Quie-
ren hacer el favor de sentarse, señoras”, su tono.
fue tan ominoso, que resultaba evidente que
| delito solo se purgaria con ahorcamiento. Las
manirrotos, volvieron a la mansiór
rray Hill, del padre de ambas, con lo que
todos supusieron que
de alivio, pues el vie)
nía una generosa provisión de monedas de
damas intercambiaron miradas y declinaron
larepúblicay siempre había sidoindulgentecon — amas inter
sus hijas. Pero poco después de que Penél
y Lyra recuperaron sus camas de solteras, Theo- Unos minutos después, las altas puertas c
na segunda esposa, una dama rriaron en las paredes victorianas y Sarah Hood
alcias y gran fuerza de
carácter. Alarmadas, las hermanas presentaron
la, que su madrastra aceptó con expresi6r atts
2. El anciano Theodore, en medio O6
el fuego cruzado, s o
Penélope, la regordeta, y Lyra,