lecturas educacion primaria para niños

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About This Presentation

lectuars


Slide Content

Se
lección
y
a
d
aptación
d
e textos
Carmen Lomas Pastor
I
lustraciones
Juan Ramón Alonso
4
º
Primaria
Lecturas

Editora Social
y
Cultural, S. L.
Costa Brava, 6
28034 Madrid (Es
p
aña)
Te
l.: 91 431 92 0
5
Fax: 91 576 90 53
sc
@
fomento.edu
w
ww.e
d
itora-sc.es
Selección y adaptación de textos: Carmen Lomas Pastor
D
ir
ecc

n
ed
ito
ri
a
l:

A
n
a
R
ueda
R
o
n
ca
l
Coor
d
inación e
d
itoria
l:

Do
lores Ro
d
ríguez Frai
le
Coordinación de
p
roducción:

J
uan
C
arlos
G
ómez Morán
Ilustración:

J
uan Ramón Alonso
D
iseño y maquetaci
ó
n:

José Luis Varea Per
d
igue
r
Im
p
resión:

V
illena
,
Artes Grá

ca
s

Cardenal Herrera Oria
,
242
2
8035
M
ad
ri
d
El em
p
leo de las formas masculinas en este libro
p
retende facilitar de un
modo sencillo la lectura del texto y evitar así la constante re
f
erencia al
f
emenino y al masculino. No re

eja, por tanto, ningún prejuicio sexista.
© De esta e
d
ición: E
d
itora Socia
l y Cu
ltura
l, S. L., 2014
I
S
BN: 978-84-8077-471-0
D
epósito Legal: M-13296-2014
No está
p
ermiti
d
a
la re
p
ro
d
ucción tota
l o
p
arcia
l
d
e este
lib
ro, ni su
tratamiento informático, ni la transmisión de nin
g
una forma o por cualquier
otro medio, ya sea electrónico, mecánico o por
f
otocopia, por registro u otros
méto
d
os, sin e
l permiso previo y por escrito
d
e E
d
itora Socia
l y Cu
ltura
l, S. L
.
Este libro está dedicado
f
undamentalmente —que no exclusivamente— a los seres
f
antásticos, a esos seres que no existen en el mundo real pero que pueblan nuestra
imaginación y nos llevan a soñar. Pretende ser un medio para estimular la
f
antasía
y

la creativi
d
a
d
,
y
me
jorar
las
h
a
b
ilid
a
d
es
lectoras
d
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los a
lumnos: que
lean me
jor
y
disfruten le
y
endo.
A
l i
g
ua
l que Lecturas 3
º
,
no es un
lib
ro
d
e Len
g
ua, ni tampoco un «cua
d
erno» para
p
oner en
p
ráctica lo a
p
rendido en esta clase, es un libro
p
ara
p
asarlo bien soñando,
para disfrutar viviendo aventuras le
janas
y
a veces irreales, inexistentes.
Los 16 bloques que
f
orman este volumen reúnen textos narrativos en prosa o en
verso
y
también al
g
unos dramáticos. En cada bloque se mezclan historias o relatos
con poesías, también ha
y
al
g
unas «frases hechas»
y
anécdotas. Abundan los temas
y

personajes de la literatura fantástica (enanos, gigantes, elfos, brujas, ondinas, genios,
dra
g
ones, fantasmas, vampiros, etc.) pero van mezclados con otros que son reales. El
bl
oque 4 está
d
e
d
ica
d
o a
la Navi
d
a
d
.
Al final, se inclu
y
e un
g
losario con las palabras que pueden tener al
g
una dificultad
para los lectores. Estas palabras son las que aparecen en el texto con color azul. No
s
e
h
an inc
lui
d
o a
lgunas pa
la
b
ras que ya se pusieron en e
l g
losario
d
e
l
lib
ro L
ectu
r
as


y que el alumno ya conocerá.
º
El profesor utilizará el libro para desarrollar las destrezas lectoras, de velocidad
y
comprensión, para aumentar e
l voca
b
u
lario,
y
como un me
d
io más para estimu
lar
la
creatividad de los alumnos
f
omentando la ima
g
inación
.
Se
h
an inc
lui
d
o unas «Su
g
erencias
d
e activi
d
a
d
es» que preten
d
en ser una a
y
u
d
a
para el pro
f
esor, pero nunca una tarea obli
g
atoria para realizar
.
3
Presentación

4
Índice
BLOQUE
TEXTO NARRATIVO POESÍAS
1
Pág. 6
-
En
t
r
a
r
e
n
u
n
cue
n
to
.
-
¿Por qué leemos tan poco? - Leer.
-
Las palabras que se lleva - Atrapando personajes.

e
l vi
e
n
to
. - L
ee
r…
2
Página 17
-
Trocólo
,
un duende de
im
p
renta.
-
Li
b
ros
b
aratos. - E
l
lib
ro y
la te
le.
-
Don Li
b
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o.
-
En e
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los
lib
ros.
3
Página 27
-
Los
lib
ros nos
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an
p
istas.
-
La
b
ibl
ioteca esco
lar.
-
La
b
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ioteca imaginaria.
-
Pa
la
b
ras.
4
Página 37
-
La
p
e
q
ueña estrella de
N
a
vi
dad
.
-
Camino a Be
lén. - La sonrisa
d
e
l Niño.
-
Despierta mi Niño. - La
h
ormiga cojita.
-
E
l
d
uen
d
e Don
d
ino.
5
Página 49
-
Bos
q
ue-Verde
.
-
Fi
esta

e
n F
a
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tas
ía
.
-
P
a
ís

de
l
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F
a
n
tas
ía
.
-
Sueños com
p
artidos.
6
Página 60
-
E
l
d
uen
d
e
d
e
la ñ.
-
El
due
n
de

de
l
as

s
ill
as
.
-
E
l
d
uen
d
e
S
imón.
7
Página 71
-
L
a

bata
ll
a

co
n
t
r
a

e
l
dra
g
ón.
-
Era un
d
ragón
bl
anco. - La
d
ragona coqueta.
-
Mi
d
ragón.
-
Simona y
la momia
d
e
l museo.
8
Página 83
-
Goewín, e
l
h
a
d
a ver
d
e.
-
Brujita Bo
b
a.
-
Ser
h
a
d
a ma
d
rina.
-
Ha
d
as
d
e
los
b
razos cruza
d
os.
9
Página 94
-
Malos tiem
p
os
p
ara
fa
n
tas
m
as
.
-
El fantasma
C
ucufate.
-
El f
a
n
tas
m
a

c
hi
co
.
-
F
a
n
tas
m
e

a
.
10
Página 105
-
E
l
b
osque
d
e
los
gr
u
mos
.
-
E
l grumo.
-
La
b
ruja.
-
La seta Enri
q
ueta.
11
Página 117
-
E
l ú
ltimo vampiro.
-
La vam
p
ira Cuchu

eta.
-

G
oma
d
e
b
orrar.
12
Página 128
-
E
l apren
d
iz
d
e mago.
-
En el sombrero del mago. - Señales de humo.
-
E
l
h
om
b
re invisi
bl
e. - ¿Por qué nos mo
lesta tanto?
-
Los tres deseos.
13
Página 140
-
E
l pirata Jo
h
n Buc
k
tiene
d
os pro
bl
emas.
-
E
l pirata tatua
d
o. - Pregones piratas.
-
La
d
uen
d
e Cata. - ¿Quién?
-
E
l
b
arco
d
e
los sueños.
14
Página 152
-
E
l Gigante Zon.
-
Las
b
ar
b
as
d
e
l enano - Mo
linos o gigantes.
-
Los viajes
d
e Gu
ll
iver: - Un enano y un gigante
.

d
e gigante a enano.
15
Página 163
- Una visita nocturna. - Mi bosque encantaba.
16
Página 173
-
E
l agui
luc
h
o
d
e Nan
S
ing
h
.
-
La tinta c
h
ina. - Hay caminos que van…
-
El ma
p
a de los
p
aíses
imaginarios o verdaderos.
5
OTROS TEXTOS PARA CONOCER VARIOS
-
Lo
q
ue cuenta un libro.
-
Pre
g
ón por el Día del Libro.
-
Cómo se hace un libro.
(
Cómic
)
-
¿Por qué
leer?
-
Los
lib
ros son…
-
Fiestas del Libro.
-
Pregón
d
e
l Día
d
e
la Bi
bl
ioteca.
- El Belén que puso Dios. (Teatro) - La adoración de los Reyes. -
La magia de los libros. (Teatro
)
-
Rayas, e
l
d
uen
d
e.
-
¿Quién era Jo
h
annes Guten
b
erg
?
-
La momia Regina.
-
Frase hecha: «Poner los
p
ies en
p
olvorosa».
-
E
l Ha
d
a Azu
l.
-
El
f
antasma de
C
anterville.
-
Frase
h
ec
h
a: «Tener ca
b
eza
d
e
ch
or
lito».
- Un
g
eniecillo del a
g
ua.
- La
h
ui
d
a
d
e
l pintor Li.
-E l
ca
z
ado
r
de

so
m
b
r
as
.
-

¿
Qué pasa en un libro cuando
está

ce
rr
ado
?
- El
p
irata Timoteo. (Teatro
)
- ¿Eran mo
linos o eran gigantes?
(
Teatro
)
-
Frase
h
ec
h
a: «Pasar
la noc
h
e en
bl
anco».
-
La xana Ottilie pide a
y
uda.
-
Lluvia de
f
uego (El viaje de Xía
Tenzin
).
-
Veamos lo
q
ue trae el tiem
p
o.
(
Consejo chino)

6
1
Entrar en un cuento En el patio del colegio se ha establecido un bibliobús, y los alumnos
acuden a él para sacar libros. El bibliotecario es un anciano de
barbas blancas y ojos risueños que se llama Duendidón. Marta se sentó so
b
re
la cama, encen
d

la
lámpara
d
e
la
mesilla
y
empezó a leer.
U
nas semanas antes
h
a
b
ía
leí
d
o La is
la
d
e
l tesoro
,

y

d
es
d
e entonces
d
esea
b
a
leer otro cuento
d
e pirata
ss
.
Por eso,
f
ue al bibliobús para llevarse un libro d
e
piratas
y

leer
lo. Encontró varios
y
sacó uno que tenía
en
la portada un pirata con un parche en el o
jo izquie
rr
do
y

un loro ro
jo
y
verde sobre el hombro. Se titulaba El
fifie
r
o

A
g
uazul
.
Empezó a
leer
lo. La aventura comenza
b
a cuan
d
o E
líaa
s,
acompañado por su hermano Pablo, se diri
g
ía en bar
ca a
una isla cercana a su
p
ueblo. La isla a
p
enas tenía un kil
óó
metro
cuadrado de extensión,
y
estaba despoblaba. Sol
oo
había
al
g
unos animales:
g
aviotas, can
g
re
jos blancos, t
oo
rtu
g
as
g
ig
antes,
la
g
artos ver
d
es con puntos naran
jas en
la p
anza.
..
Elías quería llegar a la isla para pintar el paisaje que
dd
esde
allí se veía. A Pablo le gustaba fijarse en cómo su her
mm
ano
dibu
jaba
y
mezclaba los colores sobre el lienzo. Al lle
gg
ar a
la isla, los dos subieron a la roca más alta con las pint uu
ras
y
pinceles en sus mochilas. Elías enseguida empezó a p
iintar.
P
ablo

le

obse
rv
aba
.
D
e pronto, Elías puso un
g
esto de preocupación. Co
nn
su
catalejo vio que allá lejos, un barco se hundía echand
o humo.
D
espués, otro barco con bandera pirata se acercaba
aa
la isla.
No tardó en desembarcar un hombre con un loro en su hombro:
su hombro:
7
el
f
amoso pirata A
g
uazul. Ense
g
uida, toda la tripulación lle
g
ó a la orilla riendo
y
hablando entre ellos. Entre varios
p
iratas sostenían un co
f
re
.
—¡Enterremos e
l tesoro
d
e aque
ll
os estúpi
d
os! —gritó
A
g
uazu
l.
—¡Estúpi
d
os! ¡Estúpi
d
os! —repitió e
l
loro
.
—¡Qué fácil ha sido vencerlos! —exclamó otro pirata. —¡Qué fácil! ¡Qué fácil! —repitió el loro
.
Cuando iban a enterrar el co
f
re, miraron hacia la
roca donde estaban Elías
y
su hermano Pablo
y
se
dieron cuenta de que habían sido vistos. Ag
uazul
g
ritó
:
—¡Nos
h
an visto! ¡Que no escapen!
E
l
loro, so
b
re e
l
h
om
b
ro
d
e su amo,
repitió
:
—¡
Q
ue no escapen! ¡
Q
ue no escapen!
Los piratas de
jaron el cofre en la orilla
y
se diri
g
ieron hacia
e
ll
os a
g
ran ve
loci
d
a
d.
—Tenemos problemas. Hay que huir —le dijo Elías a Pablo que ya s
e había dado cuenta de lo que pasaba.
Cuando Marta le
y
ó esto, pensó: «Esos piratas no deben salirse
con la su
y
a».
Cerró los o
jos. Deseó con todas sus fuerzas a
y
udar a los dos
hermanos. Y cuando abrió los o
jos, estaba con ellos, en lo
alto de la roca. A la izquierda tenía a Elías
y
a la derecha a
Pablo. Los dos la miraban con unos o
jos enormes, pues
no podían creer lo que estaban viendo. Mientras, los
p
iratas subían corriendo a
p
or los tres.

¿
De
d
ón
d
e
h
as sa
lid
o? —
le pre
g
untaron, a
la vez,
los
he
rm
a
n
os.
—No
lo sé. Yo esta
b
a
leyen
d
o e
l cuento
d
on
d
e aparecéis...
—¡Ma
g
ia! ¡Ma
g
ia! —exc
lamó Pa
bl
o.
—Os quiero a
y
u
d
ar —rep
licó Marta.
—Bueno, ahora debemos huir —di
jo Elías al ver a los piratas escalando la roca
.
—Me
jor escondámonos en una cueva —su
g
irió Marta echando un vistazo a su
a
lr
ededo
r.

8
En el suelo se abría un a
g
u
jero de un metro escaso de diámetro entre los troncos de
dos árboles centenarios. Parecía conducir a al
g
ún pasadizo secreto
.
—¡Por a
h
í! —gritó Marta seña
lán
d
o
lo.
Elías dudó de aquella idea. Reflexionó unos
s
e
g
un
d
os. Pero, cuan
d
o
los piratas em-
pezaron a
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isparar,
la
d
u
d
a se
le
d
espejó
d
e inmediato. A
g
arrando del brazo a su
h
ermano
y
a Marta, se
lanzó con e
ll
os
p
or aque
ll
a ga
lería,
d
es
lizán
d
ose a to
d
a
v
elocidad. En el trayecto, a oscuras, se
ib
an
d
an
d
o
g
o
lpes contra
las pare
d
es
—menos ma
l que eran
d
e arcilla
bla
n
-
da— y cayeron al fin sobre un suelo h
úme
d
o.
—¡Ay
! ¡A
y
! —Pa
bl
o se que

d
e
d
o
lor.
—¡Vaya cabezazo me he dado! —ex-
cla
m
ó
M
a
r
ta.
En ese mismo momento quedaron para
-
lizados. Un mensaje de Aguazul, en forma d
e eco,
ll
e
g
ó a sus oí
d
os, a través
d
e
l mismo
a
g
u
jero por e
l que e
ll
os se
h
a
b
ían
lanza
d
o:

¡
Sabemos dónde estáis!
¡
Os vamos a
c
apturar!
E
l
loro repitió
:
—¡Os vamos a ca
p
turar! ¡Os vamos a ca
p
turar!
E
lías respiró
h
on
d
o, e inme
d
iatamente
d
ijo a
Marta y a Pablo:
—Tiene que existir una sa
lid
a. To
d
as
las cuevas
las
tienen... Vamos a
b
uscar
la... Da
d
me
la mano
y
avancemos
juntos.
A oscuras, dieron unos cuantos pasos sin soltarse de la mano. Luego se detuvieron
u
n instante, tra
g
aron sa
liva
y

d
ieron un paso; e
l se
g
un
d
o paso no
lo
ll
e
g
aron a
d
ar
porque, a
l posar e
l pie en e
l sue
lo, ca
y
eron por un túne
l.
Y estuvieron ba
jando durante muchos se
g
undos. Temieron que ese descenso les
con
d
ujera a un
lugar
d
e
l que no pu
d
ieran sa
lir. Pero no. Les con
d
ujo a
l exterior, a
la orilla del mar. A pocos metros vieron el cofre,
y
no había nadie vi
g
ilándolo. Los
piratas lo habían abandonado para perseguirles.
9
—¡Nos hemos salvado! —
g
ritó Pablo, dando saltos de ale
g
ría
.
—¡Hu
y
amos en nuestra barca! —exclamó Elías.
Marta, seña
lan
d
o e
l tesoro, sugirió
:
—Vamos a
ll
evárnos
lo. A
g
uazu
l
lo
h
a ro
b
a
d
o, pero nosotros se
lo
d
aremos a
los
po
b
res. Entre
los tres po
d
emos
ll
evar
lo a
la
b
arca
.
—Sí. En e
l pue
bl
o
h
ay muc
h
os po
b
res entre
los que repartir
lo —reconoció Pa
bl
o.
Con mucho esfuerzo lo transportaron a su barca. Al
g
unos piratas
y
a
les habían divisado desde lo alto de la
roca
y
ba
jaban disparando
contra e
ll
os
.
Elías agarró un remo; Pablo y Marta el
otro.
Remaron con todas sus fuerzas.
S
e lev
aa
ntó
un viento que
les ayu
d
ó tam
b
ién a
a
le
jarse mu
y
rápi
d
amente
d
e
la is
la.
Al cabo de una media hora, cuando
miraron hacia atrás
,
no se veía ni
rastro
d
e
los piratas. Entonces,
una vez que estuvieron
f
uera del
alcance de Aguazul, Elías, sin dejar
de remar, se dirigió a Marta:
—Dinos la verdad, por
f
avor. ¿De

n
de
h
as
v
e
ni
do
?
—No
lo sé... De ver
d
a
d
, no
lo sé... Est
aab
a
le
y
en
d
o

en mi
h
a
b
itación un cuento que
h
a
bl
a
bb
a
d
e vosotros... En
el momento en el que los piratas os p
ee
rse
g
uían, cerré los o
jos
y
cuando los
ab
rí… m
e

e
n
co
n
t
r
é

e
n l
o

a
lto

de
l
a
r
oc
ca.
—Es mu
y
extraño. Pero,
lo que importa es que estamos a sa
lvo —comentó E
lías.
Su
h
ermano asintió
y

d
ijo:
—Y además, con un tesoro que vendrá mu
y
bien a los pobres. ¡Abramos el cofre!
De
jaron
d
e remar
y
E
lías sacó una nava
ja
d
e su
b
o
lsi
ll
o, que so
lía uti
lizar para raspar
al
g
ún pe
g
ote de pintura en el lienzo,
y
forzó el candado que prote
g
ía el cofre.
Al abrirlo, se quedaron fascinados. Había monedas, anillos, coronas, pendientes,
b
roc
h
es, dagas
y
pe
d
ruscos
d
e co
lores. Las pie
d
ras preciosas
b
ri
ll
a
b
an en
los o
jos
d
e
los tres. […]
Podrían a
y
udar a todos los pobres del mundo con tantas riquezas. A Marta le
g
ustó
un ani
ll
o con una pie
d
ra vio
leta, porque nunca
h
a
b
ía visto ese co
lor en una sorti
ja.
Resp
lan
d
ecía como una
luciérna
g
a ma
lva. Lo co
g

y
se
lo co
locó en e
l d
e
d
o meñique

10
de la mano derecha. Con él puesto, todo parecía más hermoso: el mar más oloroso,
las olas más
ju
g
uetonas, el cielo más azul, las
g
aviotas más ami
g
as, el viento, al
c
h
ocar contra su cara, más musica
l... La misma
b
arca se
b
a
lancea
b
a a
h
ora como a
l
com
p
ás de una canción de sirenas.
Marta cerró los o
jos de satisfacción. Estuvo así mucho tiempo,
g
ozando
y
olvidándose
d
e
d
ón
d
e esta
b
a. Cuan
d
o a
b
rió
los o
jos, se encontró
d
e nuevo en su
h
a
b
itación,
senta
d
a so
b
re su cama, con
la
luz
d
e
la mesi
ll
a encen
d
id
a y e
l cuento a
b
ierto entre
sus
m
a
n
os
.
Le
h
a
b
ía pareci
d
o tan rea
l su aventura que
le
d
io ra
b
ia pensar que to
d
o
h
a
b
ía si
d
o
un sueño; cerró e
l
lib
ro
d
e go
lpe y… sa
lió una nu
b
e
d
e po
lvo.
Al
g
ún poder má
g
ico debía de tener aquella nube salida del cuento porque, antes
d
e que Marta terminara
d
e ponerse e
l pi
jama, se que
d
ó
d
ormi
d
a.
Al día si
g
uiente por la mañana, al
g
o enfadada,
g
olpeó con los nudillos la puerta del bibliobús.
Estaba lloviendo. El a
g
ua de la lluvia se
d
es
liza
b
a por su cara. Metió su carpeta
y
e
l lib
ro
ba
jo el abri
g
o para que no se mo
jaran
y
volvió a
g
o
lpear
la puerta con ma
y
or insistencia. Pasó
un buen rato hasta
q
ue a
p
areció Duendidón.
Y, antes
d
e que é
l pu
d
iera ni
d
ar
los
b
uenos
d
ías, Marta
le
d
ijo:
—Quiero
d
evo
lver este cuento.
—¿Te ha gustado? —le preguntó el anciano —
r
eco
g
ién
d
o
lo.
—No... No... Es un cuento mu
y
tonto.
M
arta se marc
h
ó corrien
d
o
y
se metió en e
l
lavabo. Abrió el
g
rifo del a
g
ua
y
colocó las
manos
b
a
jo e
l c
h
orro; a
l su
b
ir
las con e
l a
g
ua
h
acia la cara, se dio cuenta de
q
ue llevaba
p
uesto
en su dedo meñique el anillo de la piedra violeta. en
s
u
de
d
En
los
d
este
ll
os mágicos
d
e
l ani
ll
o se escon
d
ían
la paz, e
l mar,
la
a
le
g
ría, e
l viento,
las nu
b
es... Entonces se
d
io cuenta
d
e que no
lo
h
a
b
ía soña
d
o,
que era verdad que había vivido esa aventura. Y salió precipitadamente hacia el
b
ibl
iobús
.
Llamó a la puerta del bibliobús con
f
uerza,
y
salió Duendidón:

¿
Qué quieres ahora? —pre
g
untó.
—Volver a sacar el cuento
q
ue acabo de devolver
.
11
—Me habías dicho
q
ue no te había
g
ustado
.
—Mentí. La ver
d
a
d
es que sí me
h
a
g
ustado. Quiero leerlo de nuevo.
—No puede ser —replicó Duendidón de
f
o
rm
a
contundente—.
S
e lo acaba de llevar
ot
r
o
niñ
o
..
.
Marta cerró
los puños
d
e ra
b
ia. Se
le vo
lvieron a
h
ume
d
ecer
los o
jos
.
D
ue
n
d
idó
n
a
ñ
ad

:
—Por cierto, ese anillo violeta
q
ue llevas en la mano...
¿
no esta
b
a
d
entro
d
e
l
lib
ro
?
Marta se escapó corrien
d
o
y
no contestó.
Pero, se lo pensó me
jor
y
decidió devolver el anillo. Quizás,
s
i e
l ani
ll
o se metiera entre
las páginas
d
e
l cuento,
d
e a
lgún
modo llegaría a manos de Elías y Pablo. Ellos se lo harían llegar
a a
lg
una persona po
b
re. Con ese ani
ll
o, cua
lquier persona
desamparada del mundo podría comprar lo que necesitase.
Marta
ll
egó pronto a
l co
legio pues quería entregar e
l ani
ll
o
cuanto antes. Se acercó al bibliobús
y

g
ritó con todas sus
f
ue
rz
as:

¡
Duendidón!
¡
Ábreme!

¿
Qué quieres, niña? —pre
g
untó el anciano nada más abrir.
—Ven
g
o a
d
evo
lver este ani
ll
o... pues pertenece a
l tesoro que está
d
entro
d
e
l cuento
.
E
l anciano
la miró con ternura
y

d
ijo:
—Sí... Cierto... Elías
y
Pablo me pre
g
untaron por ti
.

¿
Te pre
g
untaron por mí? —pre
g
untó
la niña con un nu
d
o en
la
g
ar
g
anta.
—Sí. Tam
b
ién me pi
d
ieron que, si vo
lvías con e
l ani
ll
o, te
d
iera un mensaje. Que
esperan encontrarte al
g
ún día en otro cuento.
Marta se emocionó y
se
d
io
la vue
lta
y
ec
h
ó a correr. […]
Se
g
uro, pensó Marta, que e
l si
g
uiente
lector empezaría
la aventura
d
on
d
e e
ll
a
la
había terminado: en la barca entre Elías
y
Pablo, al lado del cofre abierto.
A
d
aptación
d
e un cuento
d
e E
l
b
ibl
io
b
ús má
g
ic
o
,
César Fernández García
,
Ed. Brief.

12
¿Por qué leemos
tan poco?
Las palabras que
se lleva el viento Estas son las palabras
q
ue me ha traído esta mañan
a
e
l vi
e
n
to
.
Palabras
p
ara hablar
p
or cas
aa
,
p
alabras
q
ue huelen a
p
an
r
ec

n h
ec
h
o.
Pa
la
b
ras para
h
a
bl
ar en paz,
pa
la
b
ras que si
d
icen «
bl
anc
oo»
d
icen «ne
g
ro».
Pa
la
b
ras que no son
d
e na
d
iee,
palabras que no tienen precio.
o
Pa
la
b
ras para
h
a
bl
ar
d
e cerc
a
o
d
e
le
jos.
Pa
la
b
ras, pa
la
b
ras
y
más pa
la
b
ras.
Pa
la
b
ras que se
ll
eva e
l viento.
Juan Carlos Martín Ramos
,

Las palabras que se lleva el viento,

E
d
. Everest.
eer
,
vivir la vida
Leer
,
leer
,

ls
o
ñ
aron.
q
ue otros
se
l alma olvidada
Leer, leer,
e
ue pasaron.
las cosas
q
eer,
¿
seré lectura
Leer, leer,
lmb
ién
y
o?
m
añana t
am
r
ea
d
or, mi criatura,
¿
Seré mi c
re
pasó?
s
eré
lo qu
e Miguel de Unamuno M
Leer EnEnEEnEnEnEnEn
mmmmm
iiiiii
sa
a
sasasasasa
lólólólólólóló
nnnnnn
soso
o
soso
lililiilili
tatatatatata
riri
i
ririri
ooooo,
a
la luz de cuatro velas
,
s
e abren de
g
olpe los libros,
y
hu
y
en como presidiarios
los
h
é
r
oes

de
mi
s
n
o
v
e
las
para ensa
y
ar equi
lib
rios
por lo alto del armario.
A
lg
unas noches me oculto
a
v
e
r
les

s
in
hace
r r
u
ido
.
Y
a
l
co
m
e
nz
a
r
e
l tumulto
,
los atrapo en un
d
escui
d
o,
y
tras esta estratagema
,
los encierro en mis poemas, e
ntre
letras y soni
d
os.
P
edro Mañas Romero,

P
oemas para
leer antes
d
e
leer,
Ed
. Hiperión, Co
l. A
jon
jo
lí.
Atrapando
personajes
No hay nada como l
ee
e
r
para aprender un m
oo
ntó
n
y
usar la imaginación
.
Si nos a
y
uda a crece
rr
y
nos desarrolla el c
oo
co
,
¿
por qué
leemos tan
poco
?
Carlo Frabetti
,

Fábulas de a
y
er
y

dd
e ho
y
,
Ed. Al
f
aguara.
Leer… Es via
jar,
y
no en avión,
coc
h
e,
b
arco, tren ni moto
,,
a cualquier lu
g
ar remoto
,
s
in m
o
v
e
r
te

del

s
illó
n.
Navegar por el Mar Muert
oo,
escalar el Himala
y
a
o una pirámi
d
e ma
y
a,
ir
e
n
ca
m
e
ll
o

a
l
des
ie
r
to

E
s

t
r
as
lada
r
te

a
l
futu
r
o
o pasear de la mano por e
l pasa
d
o
le
jano,
s
in necesitar con
juro.
Subir a un mamut lanudo
,
ver a C
leopatra en su tron
oo
—¡cómo se da pisto
y
ton
oo
!—
,
visitar Marte a menu
d
o…
E
scucha
r
co
n
ate
n
c

n
esas
hi
sto
ri
as

a
ladas
que, con pa
la
b
ras ca
ll
a
d
as
,,
v
ue
la
n h
asta

e
l
co
r
a
z
ó
n.
Conversar con G
loria un ra
to
d
e
l came
ll
o
d
e Me
lc
h
or
,
de un pin
g
üino con calor,
d
e
Ch
un
d
arata o
d
on Pato

Es refu
g
io
y
es consuelo,
como e
l cá
lid
o ac
h
uc
h
ón
que, con sa
b
or a canción,
te

da

u
n
a
n
ube

de
l
c
ie
lo
.
L
lamar a
l
h
a
d
o Parc
h
ís
,
que a
y
uda con su varita
a aque
l que
lo necesita
s
i e
l mun
d
o se vue
lve
g
ris.
La lectura es com
p
añera,
esa ami
g
a sin
g
u
lar
con la que puedes contar
,
h
o
g
ar que aco
g
e
y
espera.
Carmen Gi
l,

e
n www.
p
oemitas.co
mm
13

14
Lo que cuenta un libro
Libro viajaba de un lugar a otro, contemplaba
distintos paisajes, conectaba con distintas per-
sonas, influía en todas y les hacía soñar.
Li
b
r
o
cruzó un mar del color de
p
lomo al
q
ue e
l viento arranca
b
a o
las gigantescas;
luego se a
d
entró en un
d
esierto
d
e arenas
ro
jizas
y
ári
d
as que a
b
rasa
b
an;
d
espués
sob
r
e
v
oló

u
n
a

sel
v
a

de
exuberante
v
e
g
etación en
la que se
g
uramente e
l
hombre no había pisado
jamás… […]
María no se acababa de dormir
y
y
a hacía
rato que
las estre
ll
as conversa
b
an con
la
luna
s
o
b
re
los te
ja
d
os
d
e
la ciu
d
a
d
. E
l so
l se
h
a
b
ía i
d
o a
d
ormir, tras un
d
ía
d
e
d
uro tra
b
ajo,
b
ri
ll
an
d
o como
h
a
b
ía
q
ue
h
acer
lo en primavera, para
d
ar vi
d
a otra vez a
l
b
osque. María
ese
d
ía
lo
h
a
b
ía pasa
d
o en e
l campo en compañía
d
e sus primos. Ju
g
aron sin parar,
revolcándose por la hierba fresca,plagada
de

o
r
es.
Ahora era como si las piernas de la niña quisieran se
g
uir moviéndose a pesar de
estar tan cansadas…
y
sus o
jos no se querían cerrar después de tantas emociones.
Li
b
r
o
penetró silencioso por la ventana entreabierta de su cuarto
y
se posó sobre la
m
es
ill
a

de
n
oc
h
e
.
Ve

a
L
i
b
r
o
d
e
l otro
la
d
o
d
e
l mun
d
o, tras
h
a
b
er exp
lica
d
o a un visir e
l secreto
d
e
las
estrellas por las que se hallaba
f
ascinado.
«
Muc
h
as estre
ll
as
d
e
las que
b
ri
ll
an en
la noc
h
e no existen en rea
lid
a
d
, pues s
e
e
xtin
g
uieron
h
ace
y
a muc
h
os años…
lo que vemos es
luz via
jan
d
o
h
acia nosotros a
t
ravés
d
e
l espacio…
»
Li
b
r
o
le mostró con maravillosos dibu
jos todos los planetas del sistema solar. El
v
isir quedó fascinado con los anillos de Saturno… Ahora sí que se sentía realmente
p
oderoso
.
La ma
d
re
d
e María vio e
l
lib
ro e
h
izo un gesto
d
e extrañeza. En
la porta
d
a tenía
impresa en oro una varita mágica. Lo a
b
rió suavemente y comenzó a
leer en voz a
lta
una
d
e
las
h
istorias que Li
b
r
o

co
n
te

a
.
15
A María se le despertaron aún m
áá
s los o
jos, lue
g
o
s
e
f
ueron lentamente entornand
oo
, pero sus oídos no

d
eja
b
an escapar una so
la
d
e
las
pp
a
la
b
ras que su ma
d
re,

con voz pausada, iba extra
y
endo
d
e sus páginas
.
«
… Y de nuevo la paz
y
la ale
g
ría
retornaron al bosque.
Las a
g
uas volvieron a

uir conte
nn
tas
y
cristalinas,
e
l viento a silbar entre los árbole
ss

y
la hierba a
b
rotar nueva y fresca
.
El
U
nicornio lanzó su relincho ar
mm
onios
o

y
to
d
as
las criaturas
d
espertaron
.
E
l señor
d
e
l
b
osque vo
lvió a son
rr

r

pues era evidente que el male

c
iio

h
ab
ía

te
rmin
ado
.
»
Y con la
p
az del final feliz del cue
nto,
María se
d
urmió. Su ma
d
re
d
e

ss
o
b
re
la mesita
d
e noc
h
e e
l
lib
ro,
d
io u
nn

b
eso
a su hija, apagó la luz y salió de l
aa
habitación.
Li
b
ro,
d
e inme
d
iato, a
b
an
d
onó
laa
casa por
la misma
ventana por la que había entrad
oo.
Libro seguía su camino, buscando nuevos lectores. Y llegó hasta…
ElA
u
r
o
r
a
era un pequeño barco de vapor que llevaba recorriendo, desde hacía
y
a
más
d
e un año
los mares, transportan
d
o unas veces tri
g
o, otras a
lg
o
d
ón…
y
a
lg
ún
pasa
jero ocasiona
l.
Los marineros comenzaban a sentir nostal
g
ia de la vida en la tierra, de sus familiares
y
ami
g
os,
d
e sus casas
y
ciu
d
a
d
es; esta
b
an cansa
d
os
y
a
d
e
l paisa
je
d
e
l mar
.
Li
b
r
o
apareció en e
l camarote
d
e
l contramaestre,
ll
enas sus pá
g
inas
d
e
h
istorias
d
e
amor, de conflictos familiares
y
de todo aquello que
g
enera la vida en las ciudades
y

en
los
b
osques… tan
le
janos…
Una de las historias trataba de un
p
olicía
q
ue resolvió el robo de un cuadro famoso.


Y
Li
b
r
o
fue pasando de mano en mano por toda la tripulación, y su lectura hacía
m
ás

co
r
tos

los

d
ías

a

bo
r
do

del
Au
r
o
r
a.
Hasta que,

nalmente, el barco arribó al
puerto de donde había partido hacía ya tanto tiempo…
Án
g
el Esteban,
L
o que cuenta un
lib
ro
,
Ed. Ma
g
isterio, Col. Punto Infantil.

16
Pregón por el Día del Libro (Para gente de tres palmos, más o menos)
LIBROS ¡A VOLAR!
Li
b
ros,
lib
ritos,
lib
razos y
lib
ri
ll
os.
¡Sa
lgan to
d
os
d
e
l armario!
¡
A
b
an
d
onen
las estanterías!
¡
De
jen atrás
los recovecos oscuros
d
e un pasi
ll
o
!
¡
Inva
d
an nuestros corazones!
Los libros tienen que moverse; no pueden estar quietos permanentemente
(y
no deben).
Los libros tienen que via
jar de un lado para otro, i
g
ual que lo hace nuestra
imaginación, nuestras alegrías. Igual que las risas suben y bajan,
e
l hipo suena,
las rosas huelen
,
las manos acarician
,
la es
p
eranza tiene color
,
el

lib
ro
d
e
b
e moverse.
Los
lib
ros escon
d
id
os no sirven para na
d
a.
L
os

lib
r
os

esco
n
d
idos

se
m
ue
r
e
n.
Los
lib
ros escon
d
id
os se a
b
urren,
y
cuan
d
o eso ocurre,
t
am
b
ién se a
b
urre una parte
d
e nosotros.
Tenemos que sacar a
los
lib
ros
d
e
las cuevas
.
Nosotros
y
nosotras somos
los responsa
bl
es.
T
enemos que sacar los libros a la luz del día o de la noche
.
A las estrellas les
g
usta leer. Al sol i
g
ual.
Así que levanta la piedra que alguien puso encima del libro y
d
é
jalo libre, para que vuele bien alto.
Los libros no se cansan. Los libros no tienen a
g
u
jetas.
Los libros son tan fuertes como nosotros
y
nosotras.
¡
Vivan los libros!
¡Vivan los que leemos libros
!
¡Vivan los que no han leído nunca ningún libro pero están a punto de hacerlo
!
w
ww.anima
lec.com/wpanima
lec/?p=258

17
Trocólo,
un duende de imprenta El duende Trocólo Horus procedía de una de las
f
amilias
más cu
ltas
d
e esa época. Su
b
isa
b
ue
lo, O
bd
u
lius Horus,
conoció en
la ciu
d
a
d

d
e Ma
g
uncia (A
lemania) a Juan Guten
-
ber
g
, que había inventado un modo nuevo de estampar
el
p
a
p
el. Obdulius, fascinado
p
or el invento,
a
p
rendió en un
p
ar de semanas el oficio. […]
Se instaló en la ciudad de Estrasburgo y solicitó la creación
de un club para los duendes de imprentas.
El Consejo de Duendes aprobó la creación de «El Club de
los Cinco Mil Duendes de Imprenta», que se instalaron en cinco
mil imprentas repartidas por todo el mundo, para ocuparse de
la revisión de todos
y
cada uno de los traba
jos realizados en los
ta
ll
e
r
es.
El padre de Trocólo se llamaba Se
g
ismundo. Era del
g
ado como
una espi
g
a
y
tenía la nariz hinchada
y
ro
ja como una ciruela.
La madre de Trocólo, llamada Segismunda, siempre tuvo
la esperanza de que su hi
jo no solicitara el in
g
reso en el Club de los Cinco Mil,
pero se equivocó de cabo a rabo.
El abuelo de Trocólo, Juan Horus, cuando lo vio patalear en la cuna, supo enseguida
que sería un duende travieso, despistado
y
más listo que el hambre. Sus o
jos eran
g
randes
y
redondos, la nariz i
g
ual que la de su padre,
y
el pelo amarillo como el de
una panocha.
D
urante la Primera Guerra Mundial, la
f
amilia de Trocólo vivió escondida tres años
en las ruinas de un
p
alacio a las afueras de Roma. Y fue entonces cuando el abuelo
Juan Horus
le contó a Trocó
lo sus
h
istorias
d
e imprenta
.
2
18
Una de aquellas aventuras tenía por prota
g
onista a don Mi
g
uel de Cervantes, a
q
uien e
l a
b
ue
lo
d
ecía
h
a
b
er conoci
d
o en
la im
p
renta ma
d
ri
leña
d
e un ta
l Juan
d
e
la
Cuesta. Así conta
b
a
la
h
istoria e
l a
b
ue
lo:
«
Corría e
l año 1605 cuan
d
o sentí e
l irresisti
bl
e
d
eseo
d
e via
jar. Mi primera intención
f
ue la de conocer las Indias Occidentales, pero para ello era imprescindible embar-
c
arse
d
urante meses
y
tuve mie
d
o
d
e marearme. Después
d
e muc
h
o pensar
lo, m
e
d
eci
d
í a visitar
la capita
l
d
e España,
d
on
d
e reina
b
a Fe
lipe III, nieto
d
e
l empera
d
o
r

C
arlos
V
.
Hice el viaje en compañía de una
f
amilia de buhoneros y me instalé en la imprenta
d
e Juan de la Cuesta. Apenas tuve tiempo de
f
amiliarizarme con el lu
g
ar, cuand
o
c
onocí al
g
ran Cervantes. Era alto
y
fuerte,
y
al hablar movía constantemente la man
o
d
erecha. La otra la mantenía inmóvil, puesto que, se
g
ún pude saber después, había
s
ido herido en la batalla de Lepanto por la bala de un arcabuz
.
T
odas las mañanas acudía al taller
y
pedía pluma
y
tintero para corre
g
ir las pá
g
ina
s
impresas el día anterior. Yo las leía por las noches, cuando la luna iluminaba lo
s

t
ejados y el silencio invadía las calles. El libro tenía dos personajes: don Quijot
e
y
Pancho Panza. El primero era un caballero de la Mancha, y el segundo, su fie
l
e
scudero. Pero no es el momento de narrar aquella historia, sino de contar lo qu
e

m
e ocurrió con el manuscrito de don Mi
g
uel
.
Lle
g
ó el día de imprimir las pá
g
inas de

nitiva
s

y
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os está
b
amos muy nerviosos. Lo
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lea
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b
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pararon,
letra por
letra,
los mo
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do

hasta
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ltima coma
y
procuran
d
o que to
do
e
stuviese en orden. Sin embar
g
o, no s
é
c
ómo ni por qué, cometí un
g
rave error
y

c
ambié la letra inicial de Pancho por una S tan alta
y

larga como un gusano. Lo demás no es necesari
o

q
ue lo cuente, porque, como se puede adivinar, e
l escudero de don Quijote pasó a llamars
e

S
ancho en lu
g
ar de Pancho,
y
así ha quedad
o

inm
o
r
tal
iz
ado
.
»
Trocólo había decidido hacer realidad la historia del abuelo. Viaja a España para
conocer la imprenta de Juan de la Cuesta y los lugares donde había estado su abuelo.
En el puerto de Génova le despidieron sus padres. El barco atracó en Valencia, y
desde allí viajó en tren a Madrid.

19
... Trocólo lle
g
ó a Madrid a las siete
dd
e la mañana. […] La imprenta de
Juan
d
e
la Cuesta esta
b
a en
la ca
ll
e
AA
toc
h
a, muy cerca
d
e
la estación,
tan cerca que
d
eci
d

h
acer e
l recor
rr
id
o a pie
.
Era temprano
y
, sin embar
g
o,
y
a h
aa
bía mucho trá

co. Las
g
entes
camina
b
an
d
eprisa, como si a
lg
uien
les esperara en
las esquinas. E
l
duende se detuvo
junto a un semá
fo
o
ro
y
esperó a que el disco para
peatones se pusiera co
lor ver
d
e. […]
V
arios
f
renazos le avisaron de qu
ee
era el momento de cruzar.
Comprobó que el semá
f
oro estab
aa
ro
jo para los vehículos
y
se
apresuró a atravesar
la ca
ll
e cuanto
aa
ntes. Pero cuan
d
o se encontra
b
a
en e
l centro
d
e
l paso
d
e ce
b
ra, un ej
ército
d
e piernas apareció ante sus
o
jos. Apenas tuvo tiempo
d
e reacci
oo
nar, vo
lvió so
b
re sus pasos
y
se
coló
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n
la
boca
de
u
n
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alca
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ca
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o
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ículos

y

la estampi
d
a
d
io paso a
la invasi
óó
n
d
e
la acera,
lo
qu
e
pr
ovocó
empujones, caí
d
as y pisotones.
Trocólo no veía el modo de cruzar la calle sin ser arrollado, y optó
por hacerse invisible y meterse en algún bolso o bolsillo de algún
transeúnte. Pero la elección no fue muy acertada y tuvo problemas.
Pero... consiguió cruzar la calle y avanzar por la calle Atocha.
La calle Atocha era ancha
y
empina
dd
a, con una fila de árboles en cada
acera. El sol
y
a iluminaba los te
jados
yy
sus ra
y
os ro
jos se refle
jaban en los
cristales de los balcones altos. Trocólo
miraba a uno
y
a otro lado buscando
alguna señal que hiciera referencia a l
aa
imprenta de Juan de la Cuesta. […
]
Al fin descubrió un edificio acristalad
o y el corazón le dio un vuelco.
Aceleró el paso
y
se detuvo ante el p
oo
rtón con
la esperanza de haber acertado. A
pp
oco
s
pasos
d
e a
ll
í,
justo en e
l centro
d
e
l
mm
uro
y
entre las ventanas enrejadas, habí
aa
una
lápida con una escena del
Q
ui
jot
e

y
la
efigie de Miguel de Cervantes:
A
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IMPRENTA
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HIZ
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EN
16
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LA
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DICI
Ó
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P
R
Í
NCIPE
DE
LA
PRIMERA
PARTE
DE
E
L
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L
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IDALGO
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G
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DE

C
ERVANTE
S

S
A
AVEDRA

Y
PUBLICADA
E
N
M
AYO
DE
1
605
.
C
ONMEMORACIÓN
MD
CCCC
V
20
Ya no existía la imprenta de Juan de la Cuesta, y Trocólo empezó a pensar que
no había valido la pena haber hecho un viaje tan largo para nada. Pero decidió
comer algo antes de regresar a la estación y emprender el viaje de regreso. Con
el estómago lleno todo empezó a parecerle distinto y decidió buscar una imprenta
donde quedarse.
La imprenta de Jaime Rius estaba situada en un moderno edi

cio de tres
plantas. Desde el exterior, nada hacía pensar que allí dentro
s
e compusieran, imprimieran
y
encua
d
ernaran
lib
ros. Varios
h
ombres descar
g
aban papel desde un
g
ig
antesco camión
y

lo intro
d
ucían por una
d
e
las puertas que aún permanecían
a
b
iertas. Trocó
lo esperó a que anoc
h
eciera para entrar
e
n el edificio e investigar todo.
La planta baja estaba repleta de máquinas. Al fondo h
a
b
ía un ascensor
y
una estrec
h
a esca
lera que con
d
ucía
a
los pisos superiores. En el primero estaban las oficinas, con
varios
d
espac
h
os
d
ivi
d
id
os por un
lar
g
o pasi
ll
o. Continuó su
b
ien
d
o
y se encontró ante una puerta blindada. Estaba a punto de volverse
atrás cuan
d
o
d
escu
b
rió una re
jill
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l aire acon
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iciona
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o. Sa
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jill
a. No
le
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ue fácil entrar, pero si al
g
o caracteriza a los duendes es su
h
a
b
ilid
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para co
larse por cua
lquier a
g
u
jero
.
Era una sa
la oscura, si
lenciosa
y
a
b
arrota
d
a
d
eartilugios
d
e
plástico, madera
y
hierro, con las paredes cubiertas por
esta
n
te

as
repletas
d
e
lib
ros y e
l sue
lo
ll
eno
d
e papel impreso. Tropezó con un ca
jón de
m
a
d
era
y

d
escu
b
rió a
l tacto que contenía
t
interos, secantes, libros,
p
lumas, telas, papel
de guardas y pieles de encuadernación.
Aque
l
lu
g
ar
le
h
a
b
ía
g
usta
d
o
y
empezó a p
lantearse
la posi
b
ilid
a
d

d
e que
d
arse
allí. El olor a tinta
y
a libro vie
jo le atraía, pero le seducía mucho más la posibilidad
d
e
d
escu
b
rir
los secretos escon
d
id
os entre
las cuatro pare
d
es. Des
d
e
las ventanas
d
e
la imprenta se veía
la ca
ll
e so
litaria
y

los
letreros
luminosos que se encen
d
ían
y

apagaban al ritmo del tic-tac de los relojes.
Luego cerraron las puertas y los vigilantes iniciaron la ronda de vigilancia, que
repitieron cada dos horas. Llevaban perros y Trocólo se divertía haciéndoles ladrar
mientras los vigilantes no eran conscientes de que allí había un duende.
A las ocho de la mañana, las máquinas del taller
y
a estaban en pleno funcionamiento.
E
l
d
uen
d
e sa
lió
d
e
l a
g
u
jero
d
on
d
e
h
a
b
ía
d
ormi
d
o, se estiró,
b
ostezó
y
contemp

e
l espectácu
lo mientras se atusaba
.
D
esde

all
í
a
rri
ba
n
o

se
v
e
ía

cla
r
o
. L
a
n
a
v
e

21
estaba dividida en cuatro partes, que se correspondían con las di
f
erentes tareas de
la elaboración de los libros. Era como un enorme parchís donde cada color tenía
una misión concreta: en e
l primer án
g
u
lo esta
b
an
las secciones
d
e composición
y

monta
je, en el se
g
undo se hallaba la fotomecánica, en el tercero las máquinas de
imprimir y en e
l cuarto
la encua
d
ernación.
El duende se encontraba como en su propia casa. Aquella imprenta no era como
las que
h
a
b
ían conoci
d
o su pa
d
re y su a
b
ue
lo. To
d
o era más mo
d
erno y, por
lo
tanto, había mucho que aprender. Se sentía orgulloso de controlar un taller tan
impresionante
y
, antes
d
e recorrer ca
d
a sección, quiso
d
esperezarse
lavándose la cara
y
tomando café calentito.
Ni siquiera tuvo que
h
acerse invisi
bl
e. Su ansia por aca
b
ar
cuanto antes
,
le llevó a beberse un vaso entero de uno
de los o

cinistas. Esto provocó un altercado
e
n
t
r
e

los
compa
ñ
eros
.

¿
Quién ha sido el
g
racioso? —
g
ritó el o

cinista.
Na
d
ie contestó. Le mira
b
an extraña
d
os a
l no
entender a qué venía la pre
g
unta. Por si acaso,
Trocó
lo se intro
d
u
jo en e
l ca
jón
d
e
la mesa
y
esperó a que
las a
g
uas vo
lvieran a su cauce. […]
En
la ú
ltima puerta
d
e
l pasi
ll
o esta
b
an
los
lava
b
os. E
l
duende saltó hasta la repisa del espe
jo
y
contempló
d
eteni
d
amente su
d
iminuto cuerpo. Entonces comenzó
a hacer muecas
y
se olvidó de que podrían descubrirle.
La puerta se a
b
rió sin que
lo a
d
virtiera, y Trocó
lo oyó ta
l
alarido que se desvaneció como un fantasma, al tiempo que se escondía ba
jo los
lava
b
os. […] Había entrado en los lavabos una mujer que al ver a Trocólo pidió socorro y se
desmayó del susto. Cuando se recuperó, decía…
—¡Un mons... mons...!
—Cálmese, doña An
g
ustias, aquí no ha
y
nin
g
ún monstruo.
—Se
h
a
b
rá mira
d
o en e
l espe
jo —comentó a
lg
uien en voz
b
a
ja.
La po
b
re mu
jer contó
lo que
h
a
b
ía visto
y
so
lo consi
g
uió que
la tomaran a chirigota
.

Entre risas
y
burlas fue obli
g
ada a comprobar que todo había sido un espe
jismo. El
duende se preguntaba si era tan
f
eo como para ser el causante de semejante susto
.
Adaptación de un fra
g
mento de
T
rocó
lo, e
l
d
uen
d
e
d
e
la imprenta,

J
uan Mi
g
uel Sánchez Vi
g
il, Ed. Edelvives, Col. Ala Delta.
22Libros baratos Han puesto una
lib
rerí
aa
co
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lib
r
os

ba
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atos
.
Un
lib
ro
d
e viajes
,
por un v
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jo zapato.
Una nove
la intermina
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le,
por
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ecir «
b
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.
Un
lib
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e versos,
por un ca
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l vie
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to.
Un
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ro
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e magia,
por una
b
ur
b
uja
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e ag
u
a,
Un libro de historia
,
por un calendario sin
hh
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jas.
¿
Y un libro de recuerd
oo
s
?
Solo por
g
uardar un s
ee
creto
.
Juan Carlos Martín Ram
oo
s
,
C
anciones
y
palabras de otro cantar,
Ed. Edelvives, Col. Ala Delta.
D
ltDon Libro está helado
E
staba

el

se
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n Li
b
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ito en su si
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ón,
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o a que viniera... (a
leer
lo)
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lgún pequeño
lector
.
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ro era un tío sa
b
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b
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e Luna y
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e So
l,
q
ue sa
b
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e tierras
y
mares
,
d
e
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istorias y aves,
d
e peces
d
e to
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o co
lor
.
Esta
b
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l señor
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b
ro
,
t
iritando de
f
río en su sillón,
vino un niño,
lo cogió en sus manos
y
e
l
lib
ro entró en ca
lor
.
G
loria Fuertes,
V
ersos
f
ritos
,
Ed
. Susaeta.

23
En el mundo de los libros
Juan Carlos Martín Ramos, Ju
an
C
l
M
í
R
L
a alfombra má
g
ica, Ed. Ana
y
a.
El libro y la tele En el mundo de los libros
,
p
uedes vivir muchas vidas
y
ser al
g
uien mu
y
distinto.
En el mundo de los libros
,
lo que se cuenta es verdad aunque no haya sucedido. En el mundo de los libros
,
ha
y
ciudades invisibles
do
n
de
v
es
l
o
n
u
n
ca
vi
sto
.
undo de los libros,
EEEEnEnEn
n
E
el
mu
ede ser mañana
ayer
p
ue
ro ser hoy mismo.
y
el fut
ur
undo de los libros,
En el
mu
esan los espejos,
se
atrav
ier límite prohibido.
cu
alquie
undo de los libros,
En el
mu
s libros del mundo
to
do
s lo
s
entro un sueño escrito.
llevan
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—E
stás
obsoleto
, amigo;
migo;
pronto acabaré con
ti
go
y
en cierto modo m
e duele
.
Pero tu aridez repel
e
,
tu sequedad desani
ma
,
eres áspero cua
l
limm
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y
cual camino empi
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l más pinta
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.
Eres
g
ris
y
si
lencios
oo,
incoloro, inmóvil,
f
r
íío
,
di
f
ícil, lento, sombr
íío,
pesa
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o, a
b
urri
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o, s
oo
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litista
y
pretencios
oo.
Siempre a tu lector
ff
atigas
,
porque
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ig
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lo que
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ig
as
,
los senti
d
os se a
d
or
mm
ecen
,
pues tus pá
g
inas p
aar
ec
en
una procesión de ho
ormigas.
a procesión de hormi
g
E
l
lib
ro rep
lica a
lerta:
—Yo llevo en mí el pensamiento
Yo

llevo

en
u
e es alimento
d
e
l autor, q
u
er mente abierta.
p
ara cual
q
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o
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y
la puerta.
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el saber
yo
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ateso
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ue hasta ahora
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odo a
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uell
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gró aprender
:
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l hombre l
on
su
p
oder
,
los libros so
nemprendedora
.
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u memoria
n
sar al lector
Yo h
ag
o
pe
na
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y activo su f
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tú, ami
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a mía,
mientras qu
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op
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or
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a
l
p
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po
fuera poco,
Y por si est
o
es

e
l
coco
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a
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on tanta p
u
la verda
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qu
e no dice
rama
loco.
y tanto prog
C
arlo Frabetti
,

b
ulas de a
y
er
y
de ho
y
,
F
á
b
E
d. Al
f
aguara.
24
Cómo se hace un libro
Des
d
e
los tiempos remotos
los
h
om
b
res escri
b
en,
d
ib
u
jan
y

leen. C
laro está que
lo hacían con unos dibu
jos
y
unos si
g
nos mu
y
di
f
erentes a los nuestros. En la Edad
Media los monjes se preocuparon de
f
ormar bibliotecas donde se escribían a mano
t
odos los libros, uno por uno, letra por letra. Eran los manuscritos que, aún ho
y
,
s
e conservan como tesoros. En el año 1450, en la ciudad de Ma
g
uncia, Gutenber
g
em
p
ezó a im
p
rimir libros con letras de metal. De esta manera, en vez de
p
asar semanas
y
semanas copiando un libro, podían hacerse cien copias en una sola semana. Desde
entonces, los libros se han
p
erfeccionado mucho. A continuación se enumeran en
este cómic los pasos que se si
g
uen ho
y
para hacer un libro
.
U

E
l autor ha tenido
una i
d
ea y
la escri
b
e.
P
ara
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ue el relato sea
c
reíble
,
consulta con
e
xpertos los asuntos
d
e los que trata
(
ya sea un historiador,
un médico
,

un científico...
)
.
U El
auto
r
e
nví
a

o
ll
e
v
a
l
o

esc
ri
to

a

l
a editorial (que es la empresa
q
ue elabora los libros), buscando
q
ue se lo publiquen. En la editorial,
e
l
ed
i
to
r recibe lo que ha escrito
e
l autor, lo revisa
y
, si le interesa
y

d
ecide hacer un libro,

rma
un contrato con el autor.
U El editor
y

u
n
d
i
se
ñ
ado
r
h
acen un esquema
d
e cómo con
f
eccionar
c
a
d
a página
d
e
l
lib
ro
y
la portada (texto,
ilustraciones, dibu
jos o
f
otos). A esto se le llama
diseño de maqueta
.
U Cuando el libro tiene ilustración, el editor
busca y encarga a un dibujante o
/
y
f
otógra
f
o
q
ue elabore los dibu
jos o foto
g
rafías. En las
e
ditoriales suele haber un archivo foto
g
ráfico
y
de imá
g
enes,
y
en al
g
unos casos es de este
a
rc
h
ivo
d
e
d
on
d
e se sacan
las más a
d
ecua
d
as
para e
l
lib
ro
.
U

E
l corrector realiza la corrección
o revisión del texto —por encargo
del editor—, repasando todo
cuidadosamente para que no ha
y
a
nin
g
un error. Esta corrección se hace
a
l mismo tiempo que se preparan las
f
otogra
f
ías o se elaboran los dibujos.

25
U Los libros,
y
a encuadernados
y
listos para la distribución,
s
e llevan al almacén.
U

El
d
i
st
ri
bu
i
do
r
recoge

los libros del almacén y
los reparte a las librerías
d
e
los pue
bl
os y ciu
d
a
d
es
.
U

Las
li
b
r
e

as
v
e
n
de
n
los libros,
y
allí podemos
c
omprar los que
q
u
eramos
.
U Completado este proceso
(
que cuesta meses), el libro
y
a está preparado para
«
en
t
rar en prensa»,

es
d
ecir, para ser
ll
eva
d
o
a la im
p
renta.
U Enla imprenta se imprime el texto
y
los dibu
jos sobre
g
randes ho
jas de papel en una máquina impresora.
L
uego, el encuadernador,
c
on la ayuda de grandes
máquinas, corta, pliega y cose los pliegos hasta darles
forma de libro. También pe
g
a las guardas
y
pone
las tapas.
U
C
uando el texto está
corre
g
ido
y
las ilustraciones
o
f
otogra
f
ías realizadas,
se

e
nví
a

a
l ma
q
uetista,
q
ue
combinará ambas cosas
,

de acuerdo con el diseño
que se
h
a
b
ía acor
d
a
d
o
.
U Una vez maquetado, el
libro se revisa por segunda v
ez por
e
l
ed
i
to
r
y
e
l
maquetista. Se adapta
el tamaño del texto (que
pudo quedar corto o largo)
y
se vuelve a repasar
por si ha
y
errores
.
U Uno de los pasos

nales
es la revisión y corrección
del color, que realiza
el diseñador
,
el editor

y
el impresor;l
os

co
lo
r
es

debe
n
se
r l
os

co
rr
ectos

y
han de verse bien
a
l im
p
rimirse.
p
26¿Por qué leer?
Los libros son…
Leer para crecer.
Leer no es importante… ¡¡e
ss
imprescindible!
!
¡
¡Leer para imaginar, para
soñar, para disfrutar!
!
Hay poca di
ff
erencia
entre los
q
ue N
O

SS
AB
EN
L
EE
R

y
los que N
O
Q
UI
I
EREN LEER.
Un
lib
ro… ¡Un ami
g
o
!
«
Para viajar, no hay mejo
rr
nave que un libro.»
(
Emil
y
Dic
kk
inson
)
«Los libros me ense
ñaron a pensar

y
el pensamiento
mm
e hizo libre.»
(
Ricardo Corazó
n de León
)
+ LIBR
OS
= + LIBR
EE
S
«Un
lib
ro es como un j
aa
r
d
ín
q
ue se
ll
eva en e
l
b
o
lsi
ll
o.»
(
Prover
b
io ára
b
e)
«Un
lib
ro a
b
ierto es un cere
b
r
oo
que
h
a
bl
a;
c
erra
d
o, un ami
g
o que
ee
spera;
o
lvi
d
a
d
o, un a
lma que p
ee
r
d
ona;
d
estrui
d
o, un corazón qu
ee

ll
ora.»
(Proverbio hindú)

27
3
Los libros nos dan pistas En una
lib
rería entra to
d
o tipo
d
e
g
ente. Gente norma
l,
g
ente
no tan norma
l
y

g
ente como sa
lid
a
d
e a
lg
uno
d
e
los
lib
ros
q
ue están allí. Es interesante observar lo distintas
q
ue son las
personas unas
d
e otras. Un
d
ía esta
b
a
y
o en
la librería El Desván, ho
jeando un libro
in
g
enioso
d
e un escritor in
gl
és que
se llama Chesterton
y
comiendo un
pe
d
azo
d
e c
h
oco
late, cuan
d
o apa-
reció ante mí un señor al
g
o mis
-
terioso. Cuan
d
o
d
igo misterioso me
refiero a que todo él era misterioso,
su cara (ocu
lta en parte por un
g
ran
sombrero), su ropa
y
hasta su ma
-
nera
d
e caminar parecían
h
a
b
er
salido de una novela de Edg
ar
A
lla
n P
oe
.
—Buenas tar
d
es —
d
ijo e
l ex
-
t
r
año.
—Buenas tardes, señor —dije y
o
.
—Necesito que me a
y
u
d
e a
r
eso
lv
e
r
u
n mi
ste
ri
o
.
—Aquí esto
y
para a
y
udarlo —res-
pon
d
í—; tengo
lib
ros para reso
l-
v
er todo tipo de problemas: cru-
cigramas, rompeca
b
ezas,
b
ús
-
quedas de tesoros,
¿
cuál es el
misterio al que se re

ere
?
28
—No me re

ero a ese tipo de misterios. Hablo de uno más
g
rande. Yo so
y
detective:
Ramón Lupaclara, para servirle.
El librero es un hombre con mala memoria, por eso cuando se dirige al detective
«Lupaclara» se equivoca y le llama con nombres aproximados: Lupablanca, Lupaluz,
Lupafulgente, Luparadiante, Lupalborosa, Lupasoleada.
—A
h
, muc
h
o
g
usto, señor Lupac
lara. Una vez conocí
a un Lupaoscura pero no deben tener mucho
q
ue ver. Y
b
ien, ¿cómo po
d
ría ayu
d
ar
lo yo?
—Es sencillo —di
jo Lupaclara, que puso un
t
ono aún más misterioso del que
y
a tenía—,
resu
lta que esto
y
tras un caso mu
y
serio. Se
t
rata de un robo enorme, quizá de los más
g
ran-
d
es que
jamás se
h
a
y
an cometi
d
o. Han ro
b
a
d
o
las

lla
v
es

de

la

c
iudad
. E
stas

lla
v
es

t
ie
n
e
n
u
n
valor histórico incalculable
,
las mandó hacer
e
l primer a
lca
ld
e. Pero, regresan
d
o a
lo que
d
ecía, en
la investi
g
ación
h
emos
ll
e
g
a
d
o a
lo
q
ue
p
odría llamarse un
p
unto muerto.

¿
Y
b
ien? —
d
ije
y
o, que no sa
b
ía qué ten
d
ría
q
ue ver un librero en todo esto.
—Los
d
os sospec
h
osos son personas
b
astante
c
ultas
y
tienen enormes bibliotecas —co-
mentó e
l
d
etective que
d
án
d
ose ca
ll
a
d
o un
momento
y
miran
d
o a izquier
d
a
y

d
erec
h
a
.

¿
Y?
Lupablanca se me acercó apoyándose en el mostrador
y
habló en voz mu
y
ba
ja...
—Al
g
uien nos di
jo que usted suele comentar a sus clientes que los libros pueden
d
ecir cosas de sus propietarios,
y
pensamos que a lo me
jor nos podría a
y
udar a
e
ncontrar al
g
una pista —
y
terminó con una tosecilla
f
alsa, como si lo dicho le hubiera
ardido en la
g
ar
g
anta.
—Eso que le di
jeron es cierto, aunque no sé si
f
uncionará en este caso. Depende de
v
arios factores —y me quedé un momento callado para sopesar las posibilidades—.
C
omo quiera que sea lo a
y
udaré; espéreme que me pondré un abri
g
o antes de salir
.
Es así como empezó mi primera aventura en e
l mun
d
o
d
e
los
d
etectives,
d
e
los
policías
y
de los misterios. El detective Lupaluz me llevó a la biblioteca del primer

29
sospechoso, de quien no di
jo el nombre para que no tuviera pre
juicios
en mis análisis. Así que a nuestro primer sospechoso
y
o le puse por
nom
b
re Británico, porque
lo primero que vi a
l entrar en su
b
ibl
ioteca
f
ue
l
a
Enciclopedia Británica
.
Su biblioteca era enorme. Estaba hecha a la manera inglesa clásica,
con
d
os pisos
y
esca
leras
d
e caraco
l que su
b
ían
y
b
a
ja
b
an entre un
capital ingente
de
lib
r
os
. Y m
e
percaté que tenía nove
las
d
e ciencia
ficción, lo cual decía
q
ue era un hombre
p
reocu
p
ado
p
or el
f
uturo,
y
también tenía libros de ciencias puras, lo que
decía que era un hombre atento por la investi
g
ación
.
Eso de la investigación era precisamente una de las
características
d
e su
b
ibl
ioteca por
la canti
d
a
d

d
e
libros enciclopédicos que tenía: sobre las razas,
so
b
re e
l c
lima, so
b
re
la
g
eo
lo
g
ía, so
b
re e
l cine
(
hasta una enciclopedia sobre la aviación)... Y
luego, a
lgo empo
lva
d
as, una serie
d
e nove
las
anti
g
uas
d
e
d
etectives. En esa
b
ibl
ioteca uno
tam
b
ién po
d
ía contemp
lar
lib
ros
d
e
l Museo
d
e
l Pra
d
o,
d
e
l Louvre o
d
e
l Ermita
g
e
d
e Moscú
—cosa
q
ue me
p
areció exce
p
cional—, así
q
ue
apunté que
y
o
d
e
b
ía
d
e tener
d
e esas o
b
ras en
El Desván. Andaba
y
o con un pequeño cuaderno
toman
d
o notas
d
e to
d
o
lo que veía. Así
estuvimos unas tres horas hasta que por

n terminé de realizar mi análisis libresco y
n
os
f
u
im
os

a
l
a

ot
r
a

b
ib
li
oteca
.
Esta se
g
unda era ori
g
inal. Tenía muchos
lib
ros co
loca
d
os en una mesa centra
l con
la porta
d
a miran
d
o
h
acia arri
b
a. Y
h
a
b
ía si
ll
as por to
d
a
la
b
ibl
ioteca
d
e cara a
las
estanterías como si don Alfabeto (al sos
p
echoso número dos le
p
use ese nombre
porque los libros estaban ordenados por orden al
f
abético),
g
ustara de pasearse
y
sentarse a leer los libros mientras los revisaba. Con este tipo de clasificación por letras mi
la
b
or se torna
b
a más comp
lica
d
a. Po
d
ía encontrarme E
l P
oe
m
a

del

o

C
id
a
l l
ado

de
Pinte y diviértase,
o
L
a
i
s
la

de
l
teso
r
o

ce
r
ca

de
Ideas para una cocina
más

sa
n
a.
Pero se
g
uí mi traba
jo a pesar de las di

cultades
y
tomaba apuntes cada
v
ez que veía al
g
o interesante. En la biblioteca de Alfabeto estuvimos toda la tarde,
y

h
e
d
e reconocer que me retrasé varias veces
h
ojean
d
o un
lib
ro
d
e aventuras
d
e
cosacos que se
ll
ama
b
a
T
aras Bu
lb
a
,
y es que siempre
lo
h
e queri
d
o
leer pero nunca
he tenido el tiempo su

ciente.
30
Se veían muchas novelas de todo tipo, también libros sobre arquitectura
y
construcción. No
f
altaban obras de los pensadores griegos: Platón, Herodoto,
Aristóteles, Parménides
y
otros más.
Me llamó la atención que don Alfabeto tuviera muchos libros de cuentos nórdicos,
s
uecos, norue
g
os
y
daneses, por lo que supuse que le interesaban esos países
y
que
a
lo mejor
h
a
b
ía viaja
d
o a
lguna vez a
ll
í.
T
erminada la se
g
unda pesquisa salimos de la casa de
don Al
f
abeto
y
y
o
f
ui a la
lib
rería a pensar quién po
d
ría ser e
l
la
d
rón
d
e
la
ll
ave
d
e
la ciu
d
a
d
.
Me sentía Sherlock Holmes cuando saqué mi cuaderno
dd
onde
anoto mis apuntes
y
en una ho
ja describí a los sospecho
ss
os.
E
sc
ri
b
í
esto
:
Sospec
h
oso número 1
(
Señor Británico
)
. Es:
U Preocupado por el
f
uturo (libros de ciencia

cción).
U Le
g
usta la investi
g
ación cientí

ca (libros de ciencia)
.
U Le gusta sa
b
er
d
e to
d
o (tiene varias encic
lope
d
ias)
.
U Le
g
usta e
l arte
y

la pintura (tiene
lib
ros
d
e arte).
Sospec
h
oso número 2 (Señor Al
f
abeto). Es:
UPreocu
p
ado
p
or el orden (tiene los libros
p
or orden
al
f
abético).
U
Le
g
usta
h
o
jear
los
lib
ros a
l azar (tiene
listas por to
d
a
la
b
ibl
ioteca).
U Le g
ustan las novelas (tiene muchas).
U

Está interesado en la cultura escandinava
(
cuentos
nór
d
icos)
.
Y pensé,
y
pensé
d
an
d
o vue
ltas a
lre
d
e
d
or
d
e
la
lib
rería,
h
o
jean
d
o a
lg
unos
lib
ros
y
rompién
d
ome
la ca
b
eza para encontrar
la respuesta. […] Esa noc
h
e no pe
g
ué o
jo,
y
estuve escribiendo nota tras nota en mi cuaderno de traba
jo.
A la mañana si
g
uiente el inspector Lupa
f
u
g
az entró de nuevo en la librería
y
pre
g
untó
:
—Buenos días, señor librero, ¿tiene alguna respuesta? —Pues creo que sí —respon
d
í—. A
y
er estuve pensan
d
o muc
h
o so
b
re e
l tema
y

lo
primero que se me ocurrió
f
ue:
¿
para qué al
g
uien querría la llave de la ciudad? Todos
s
a
b
emos que
las
ll
aves
d
e
las ciu
d
a
d
es no sirven para na
d
a más que para ser o
bj
etos
s
imbólicos. Entonces pensé que el ladrón podía ser el señor Británico porque le
g
usta muc
h
o e
l arte,
y

la
ll
ave ciertamente es un o
bj
eto
d
e arte. Pero
la so
lución no
me convenció
d
e
l to
d
o así que recor
d
é a
lg
o curioso,
y
quisiera sa
b
er si po
d
emos
v
o
lv
e
r
a
l
a

b
ib
li
oteca

de
l
se
ñ
o
r Alf
abeto
.

31
El detective Lupa
f
ul
g
ente me miró interesado
y
me llevó nuevamente a la biblioteca
del señor Al
f
abeto. Allí
f
ui a una sección precisa y luego de comprobar algo
re
g
resamos a la tienda. Le invité a sentarse en la salita de lectura
.

¿
Y
b
ien? —
d
ijo Lupara
d
iante, que esta
b
a ansioso.
—Yo creo que el señor Al
f
abeto tiene más posibilidades de haber robado la llave.
Aunque no sé
la razón exacta.

¿
Por qué dice que no tiene la razón exacta? —di
jo Lupalborosa, a quien se le
desencajó el sombrero quitando su aire misterioso.
—Por lo si
g
uiente: el señor Al
f
abeto tiene los si
g
uientes libros: L
laves para
la poesía
d
e Migue
l Artec
h
e, L
a

lla
v
e

e
n
el

des
v
án

d
e A
lejan
d
ro Casona, L
a

lla
v
e

del

c
ielo

de

Luisa Jose

na Hernández, La
ll
ave
d
e
la puerta
d
e A
lan Si
ll
itoe, L
as

lla
v
es

del
r
e
in
o

d
e A. J. Cronin
y
Las
ll
aves invisi
bl
e
s
d
e Rosame
l d
e
l Va
ll
e. Estos nom
b
res
los apunté
a
y
er
y
no
f
ue di
f
ícil debido al orden al
f
abético de esa biblioteca. Y a pesar de que
me in
d
icaron una pista no termina
b
an
d
e convencerme. Po
d
ía ser una coinci
d
encia
q
ue el sos
p
echoso tuviera tantos libros con la
p
alabra llave, eso sucede en muchas
colecciones, aun
q
ue ciertamente no
p
asa en la del señor Británico.
Lo que me
d
io
la c
lave
d
e
l asunto es que
h
a
b
ía un cua
d
ro curioso en
la
b
ibl
ioteca,
cuadro que acabo de volver a ver en nuestra última visita
y
que ha con

rmado mis
sospec
h
as. Se trata
d
e una imagen
d
e Frigga, quien en
la mito
logía escan
d
inava es
diosa del cielo
y
mu
jer de Odín, el
jefe de los dioses. Su símbolo era un mano
jo de
llaves. A esto se suma que el señor Al
f
abeto posee muchos cuentos escandinavos,
así que por eso le pedí regresar para ver si e
f
ectivamente era Frigga. Bueno, para
resumir, a mi parecer el señor Al
f
abeto cree que teniendo un manojo de llaves
importantes
logrará a
lgo. Por eso tiene tantos
lib
ros que
h
a
bl
en so
b
re
ll
aves, y no
32
me extrañaría
q
ue estuviera interesado en
c
o
leccionar a
lgunas
d
e ver
d
a
d.
El detective me miró con los o
jos mu
y
abiertos (creo
q
ue hasta ese momento no
c
reía que los libros pudieran decir al
g
o de
s
us propietarios). Después de un breve
s
ilencio di
jo:
—Muchas
g
racias, señor librero, sus aná
-
lisis nos serán de utilidad —
y
el misterioso
Lupaso
lea
d
a sa
lió
d
e E
l Desván con paso ve
loz.
En este extraño caso ciertamente
los
lib
ros a
y
u
d
aron. Lue
g
o
d
e a
lg
unas
b
úsque
d
as
se halló la llave de la ciudad enterrada en el
jardín del señor Al
f
abeto
junto con otras
llaves
f
amosas. Lupaclara se
f
ue directamente a realizar la pesquisa porque él sabía
que don Al
f
abeto se llamaba Fri
g
oberto
y
era sueco, con lo cual existían más indicios
que abonaban a
f
avor de mi tesis. Claro, no di
jo nada en ese momento porque es un
t
ipo m
ister
ioso.
La ciudad me re
g
aló una réplica de la llave por mi a
y
uda en la solución del caso. La
puse en una mesa, deba
jo de la escalera de caracol de El Desván.
Án
g
el Pérez Martínez,
M
emorias secretas
d
e un
lib
rero
,
Ed. Palabra
,
Col. La Mochila de Astor.
La biblioteca escolar N
os

e
n
ca
n
ta
vi
s
ita
r
la

b
ibl
ioteca

escola
r:
t
ie
n
e

lib
r
os

a
m
o
n
to
n
e
s
¡y
ma
g
ia por
los rinco
nn
e
s!
Pasean por to
d
os
la
d
o
s
persona
jes encanta
d
o
ss
y hay en sus estanterías h
ec
h
izos
y

b
ru
jerías.
Viv
e

e
n
c
im
a

de

la
m
esa
Fi
lomena,
la princesa,
que,
h
artita
d
e ceremo
nn
ia
,
s
e
h
a i
d
o a exp
lorar
la A
mm
azonia.
Cerca
d
e
l or
d
ena
d
or,
e
l pirata Nicanor
encuentra un
lib
ro prec
iios
o.
¿Hay tesoro más va
lios
oo?
En la
p
ata de una sill
aa
la bru
ja de pacotilla
convierte en sa
p
o a u
n maestr
o
y encanta a diestro y siniestro. y
siniestro.
Brinca
y
salta el hada Hilaria
junto a la bibliotecaria; jpero como es pequeñita, no puede con la varita. no pu
agón hecho y derecho
derech
oo
Un dr
ao
lando del tec
h
o
ba
ja v
o
e
una pizza, fel
iiz
,
y
hac
ea
m
as

de

su
n
aa
riz
.
co
n
ll
ab
iblio ha
y
div
ee
rsión
,
En la
bu
ra
y
emoció
nn
;
avent
uo
res
y
lectora
ss,
y
, lect
on
vo
lan
d
o
las
h
oras!
¡p
asa
n C
armen Gi
l, en www.poemitas.com
C

33
La biblioteca imaginaria Ha
y
un
lib
ro que
h
a
bl
a so
lo,
un
lib
ro que na
d
ie
h
a escrito,
un libro con un espe
jo
y
, dentro, un libro distinto
.
Ha
y
un libro de aventura
s
donde nunca
p
asa nada,
un libro que inventa cuentos
con una sola palabra.
Ha
y
un libro que se abre
con la llave de un castillo
,
un libro para perders
e
e
n m
ed
io

de

u
n l
abe
rin
to
.
Ha
y
un libro donde el viento
arrastra todas las letras
,
u
n li
b
r
o

co
n
u
n
ca
min
o
por donde nadie re
g
resa.
Li
b
ros que
d
icen to
d
o
y

lib
ros que se
lo ca
ll
an,
libros donde el mar va
y
viene
sin sa
lirse
d
e
la pá
g
ina.
Juan Car
los Martín Ramos,
L
as pa
la
b
ras
que se lleva el viento que

se

lleva

el

viento
,
Ed Everest

Ed
.
Everest
.
Palabras An
d
o
b
uscan
d
o pa
la
b
ras
para
ll
evar
le a mi ami
g
o.
Montoncito
d
e pe
lusa
s
q
ue con ramas se
h
an teji
d
o
;
lu
g
ar ti
b
io con pic
h
ones..
.
Pero me
jor, no
lo
d
ig
o.
An
do

busca
n
do

e
n
la

to
rr
e
un a
lgo para mi amigo.
C
on un vesti
d
o
d
e
b
ronce,
b
a
d
a
jo,
g
o
lpe, soni
d
o
.
D
e tañi
d
os pue
bl
a e
l aire..
.
Pero mejor, no
lo
d
igo.
An
do
busca
n
do
e
n l
a
n
oc
h
e
al
g
o en luz para mi ami
g
o.
G
otita escasa de lun
a
q
ue apaga y prende su brillo
.
Fu
g
az destello en la sombra..
.
Pero mejor, no lo digo.
Pizca de luz
y
de sones,
y
un mano
jito de trinos,
q
ue alcancen para decirle
las cosas que no le oigo.
M
aría
C
ristina Ramos
G
uzmán
,

L
a luna lleva un silencio,
E
d. Anaya, Col. Sopa de Libros
.
34
Cuando queremos celebrar al
g
o, or
g
a-
nizamos una

esta, es decir, una reu
-
nión para manifestar nuestra alegría por aque
ll
o, para pasar
lo
b
ien. Con
fiestas conmemoramos sucesos
,
con
fiestas

ce
leb
r
a
m
os
l
os

a
niv
e
r
sa
ri
os

de
l
nacimiento
,
del santo
,
de una boda…
C
elebrar una fiesta en
honor de al
g
uien es
co
m
o

dec
ir
le
«m
e

a
le
g
ro
d
e que
existas», «esto
y
con
t
en
t
o porque
t
e he conocido»
,

«m
e
h
ace

fe
liz
esta
r
a
tu
l
ado
»..
.
C
omo
los
lib
ros
s
on o
bj
etos mu
y
queridos por todos nosotros,
les
h
ace-
m
os

ta
m
b

n
u
n h
o
-
mena
je to
d
os
los años.
E
l 2
3

de

ab
ri
l

celeb
r
a
m
os

el

Día

In
te
rn
ac
i
o
n
a
l
de
l Li
b
r
o
. E
sta

esta
pretende
f
omentar la lectura, la
industria editorial
y
la protección de la
propie
d
a
d
inte
lectua
l. Aunque
d
es
d
e
1926 se celebraba en Barcelona
,
no
fue fiesta internacional hasta que la
UNESCO (Or
g
anización de las Na-
ciones Uni
d
as para
la E
d
ucación,
la
Ciencia y
la Cu
ltura)
lo acor
d
ó en 1995,
estableciendo que fuese el 23 de abril de
ca
d
a año, por ser este
d
ía e
l aniversario
de la muerte de dos grandes hombres
d
e
las
letras: Mi
g
ue
l
d
e Cervantes
y

William Shakespeare (ambos en 1616).
En esta fecha se or
g
anizan actividades
literarias en to
d
o e
l mun
d
o, se a
lienta
a descubrir el placer de la lectura
y
se
rin
d
e
h
omena
je a
los autores,
d
e to
d
os
los países
y

d
e to
d
os
los tiempos,
y
a
q
ue e
ll
os
h
an contri
b
ui
d
o a
l
progreso socia
l y cu
ltura
l.
Desde
19
6
7
e
l IBBY

(
Or
g
anización
Internaciona
l
para e
l Li
b
ro
J
uveni
l) acor
d
ó
ce
leb
r
a
r
e
l Dí
a

de
l Li
b
r
o
In
fa
n
t
il

y
Juvenil.
S
e
el
igió e
l 2
de


ab
ri
l

p
or ser
l
a
f
ec
h
a

de
l
n
ac
imi
e
n
to

de
l

céleb
r
e

esc
ri
to
r

d
anés Hans

Ch
ristian An
d
ersen.
Con esta

esta se quiere
promocionar la lectura y la difu
-
s
ión
d
e
los
b
uenos
lib
ros
d
iri
g
id
os a
los
n
iños
y
a los más
jóvenes.
Ha
y
otra

esta dedicada a los libros, e
l
D
ía
d
e
l
a Bi
bl
ioteca. Es una

esta que se
c
elebra en España el
2
4
de

octub
r
e

de

cada

a
ñ
o
. E
sta

fiesta

e
xi
ste

desde
1997
y
fue promocionada por la Asociación
Española de Ami
g
os del Libro In
f
antil
y
Juvenil, para hacer ver la importancia
d
e
la
lectura, especia
lmente entre
los
n
iños
y

jóvenes,
y
para a
g
radecer
y
potenciar
la
la
b
or
d
e
los
b
ibl
iotecarios
y

b
ibl
iotecarias.
Fiestas del Libro

35
Pregón del Día de la Biblioteca
Érase una vez un viajero que llegó desde un lugar lejano a un pueblo en el que no h
a
b
ía
lib
ros. Se sentó a
d
escansar en
la p
laza ma
y
or
y
sacó
d
e su morra
l un vie
jo
v
olumen de cuentos. Cuando em
p
ezó a leer en voz alta, los niños,
q
ue nunca habían
v
isto nada seme
jante, se sentaron a su alrededor para escucharlo.
El visitante relató historias quefascinaron a sus o
y
entes
y
les hicieron soñar con
f
antásticas aventuras en reinos maravillosos. Cuando terminó, cerró el libro para
vo
lver a
g
uar
d
ar
lo en su morra
l. Na
d
ie se percató
d
e que, a
l h
acer
lo, escapa
b
an
de entre sus pá
g
inas al
g
unas palabras sueltas que ca
y
eron al suelo.
El via
jero se marchó por donde había venido; tiempo
d
espués, los habitantes del pueblo descubrieron el
pequeño
b
rote que e
leva
b
a sus tem
bl
orosas
h
o
jitas
h
acia e
l so
l, en e
l
lu
g
ar en e
l que
h
a
b
ían caí
d
o
las
p
alabras
p
erdidas
.
Todos

as
ist
ie
r
o
n
aso
m
b
r
ados

a
l
c
r
ec
imi
e
n
to

de

u
n
árbol como no se había visto otro. Cuando lle
g
ó la
primavera, e
l ár
b
o
l ex
h
ib
ió con or
g
u
ll
o unas
h
ermosas

ores de pétalos de papel. Y, con los primeros
c
om
p
ases del verano, dio fruto
p
or
p
rimera
v
e
z
.
Y sus ramas se cua
jaron
d
e
lib
ros
d
e
t
o
d
as c
lases. Li
b
ros
d
e aventuras,
d
e
misterio
,
de terror
,
de historias de
t
iempos pasados, presentes
y

f
uturos. Algunos se atrevieron
a coger esos
f
rutos, y había un
s
a
b
io en e
l lu
g
ar que
les enseñó
a
leer para poder disfrutarlos.
A veces, la brisa soplaba
y
sacudía
las ramas
d
e
l ár
b
o
l. Las
h
o
jas
d
e
los
lib
ros se a
g
ita
b
an
y
d
e
ja
b
an caer nue
-
v
as palabras. Y pronto hubo más bro
-
t
es por todo el pueblo; y en apenas un
par
d
e años,
los ár
b
o
les-
lib
ro esta
b
an por
t
o
d
as partes
.
36
Se corrió la voz; muchos investi
g
adores, curiosos
y
turistas pasaron por allí para
conocer el lu
g
ar donde los libros crecían en los árboles. Los habitantes del pueblo
leían sus pá
g
inas con fruición
,

y
cui
d
a
b
an ca
d
a
b
rote con
g
ran mimo. Y así i
b
an
recogien
d
o más y más
h
istorias con ca
d
a nueva cosec
h
a
d
e
lib
ros
.
Un
d
ía,
los más sa
b
ios
d
e
l
lu
g
ar se reunieron
y
acor
d
aron compartir su tesoro con e
l
resto
d
e
l mun
d
o. E
lig
ieron a un
g
rupo
d
e
jóvenes
y

los animaron a esco
g
er un
lib
ro
del
p
rimer árbol
q
ue había crecido en el
p
ueblo. Des
p
ués, los enviaron a recorrer los
ca
m
in
os.
E
ll
os se repartieron por e
l mun
d
o,
b
uscan
d
o un
h
ogar para su precia
d
a carga, y así,
con el tiempo, cada uno dejó su libro en una biblioteca di
f
erente
.
Y cuenta
la
h
istoria que a
ll
í siguen to
d
avía. Que
h
ay a
lgunas
b
ibl
iotecas que guar
d
an
entre sus estantes un
lib
ro especia
l que
d
e
ja caer pa
la
b
ras-semi
ll
a. Y que, si aterrizan
en el lu
g
ar adecuado, cada una de esas palabras crecerá hasta convertirse en un
árbol que dará como fruto nuevos libros
.
Nadie sabe en qué bibliotecas se
bl
iotecas se
e
n
cue
n
t
r
a
n
estos
lib
r
os
mma
r
a
vi
llosos
.
Se desconoce tambié
nn
cuáles
,

d
e entre to
d
os sus vo

mm
enes,
s
on los
q
ue
p
rocede
nn
del
pue
bl
o
d
on
d
e
los
lib
ro
ss
cre
-
ce
n
e
n l
os

á
r
bo
les
. P
ood

a

s
er cua
lquiera,
y
po
d
ría
ee
star
escon
d
id
o en cua
lquie
rr
rin-
cón
d
e cua
lquier
b
ibl
ioo
teca
d
e
l p
laneta
.
Animaos a entrar en e
llas
y
a explorar sus estant
ee
rías,
via
jeros; porque quizá
deis
por casua
lid
a
d
con un
lib
ro
cu
y
as palabras echen r
aa
íces
en vuestro corazón
y

ha
ag
an
crecer un ma
g
nífico
áá
rbol
d
e
h
istorias cu
y
as se
mm
ill
as
puedan llegar a cambiar el

mun
d
o.
¡
Feliz Día de la Bibliote
cc
a!
L
aura Galle
g
o, pre
g
ón para
e
l Dí
a

de
l
a
Bi
b
li
ote
ca

de
2
0
1
3.

37
La pequeña estrella
de Navidad
D
e entre to
d
as
las estre
ll
as que
b
ri
ll
an en e
l cie
lo, siempre
h
a
b
ía
existido una más brillante
y
bella
q
ue las demás. Todos los
p
lanetas
y
estre
ll
as
d
e
l cie
lo
la contemp
la
b
an
con a
d
miración,
y
se pre
g
unta
b
an
cuál sería la importante misión que
debía cumplir. Y lo mismo hacía la
estre
ll
a, consciente
d
e su incompara
bl
e
belle
z
a
.
Las dudas se acabaron cuando un
g
rupo de án
g
eles fue a buscar a la
g
ran estrella:
—Corre. Ha lle
g
ado tu momento, el Señor te llama para encar
g
arte una importante
misi
ó
n.
La estre
ll
a se
ll
enó
d
e or
g
u
ll
o, se vistió con sus me
jores
b
ri
ll
os,
y
se
d
ispuso a se
g
uir
a los án
g
eles que le indicarían el lu
g
ar. Brillaba con tal
f
uerza
y
belleza, que podía
ser vista desde todos los lu
g
ares de la tierra,
y
hasta un
g
rupo de sabios decidió
se
g
uirla, sabedores de que debía indicar al
g
o importante.
D
urante
d
ías
la estre
ll
a si
g
uió a
los án
g
e
les, ansiosa por
d
escu
b
rir cómo sería e
l
lu
g
ar que i
b
a a i
luminar. A
l
ll
e
g
ar,
los án
g
e
les se pararon
y

d
ijeron con
g
ran a
le
g
ría:
—¡Aquí es!
La estrella no lo
p
odía creer. Allí no había ni
p
alacios, ni castillos, ni mansiones, ni oro
ni
jo
y
as. So
lo un pequeño esta
bl
o me
d
io a
b
an
d
ona
d
o.
—¡A
h
, no! ¡Eso no! ¡Yo no pue
d
o
d
esper
d
iciar mi
b
ri
ll
o
y
mi
b
e
ll
eza a
lum
b
ran
d
o un
lu
g
ar como este! ¡Yo nací para a
lg
o más
g
ran
d
e!
4
38
Y aunque los án
g
eles trataron de cal
-
marla
,
la
f
uria de la estrella creció
y
creció,
y
lle
g
ó a
juntar tanta
s
o
b
er
b
ia
y
or
g
u
ll
o en su interior,
q
ue comenzó a ar
d
er. Y se consumió
e
n sí misma, desa
p
areciendo.
¡Menudo problema! Tan solo
f
alta-
ban unos días para el gran mo
-
mento,
y
se
h
a
b
ían que
d
a
d
o sin
e
stre
ll
a. Los án
g
e
les corrieron a
l
C
ielo a contar a Dios lo
q
ue había
o
curri
d
o. Este,
d
espués
d
e me
d
itar
d
urante un momento,
les
d
ijo:
—Busca
d

y

ll
ama
d
a
la estre
ll
a más
p
equeña, a
la más a
le
g
re
y
senci
ll
a
d
e
t
odas las estrellas que encontréis.
Sorprendidos por el mandato, pero sin dudar porque se fiaban de Dios, los án
g
eles
volaron por los cielos en busca de la más diminuta
y
ale
g
re de las estrellas. Era una
estre
ll
a pequeñísima, tan pequeña como un
g
ranito
d
e arena. Se sa
b
ía tan poca
cosa que no daba nin
g
una importancia a su brillo,
y
dedicaba todo el tiempo a reír
y
charlar con otras estrellas que eran más grandes que ella.
Cuando lle
g
ó ante el Señor, este le di
jo:
—La estrella más per
f
ecta de la creación, la más maravillosa
y
brillante, me ha
f
allado
por su soberbia. He pensado que tú, la más pequeña y alegre de todas las estrellas,
s
erías
la in
d
ica
d
a para ocupar su
lu
g
ar
y
a
lum
b
rar e
l acontecimiento más importante
d
e
la
h
istoria: e
l nacimiento
d
e
l Niño Dios en Be
lén.
T
anta emoción
ll
enó a nuestra estre
ll
ita,
y
sintió tanta a
le
g
ría, que se puso rápi
d
a
-
mente en camino tras los án
g
eles. Pero cuando lle
g
ó a Belén, se dio cuenta de que
s
u brillo era insi
g
nificante
y
que, por más que lo intentara, no sería capaz de brillar
muc
h
o más que una
luciérna
g
a.
«Pero —pensó—, ¿cómo no lo habré pensado antes de aceptar el encargo? Es
t
ota
lmente imposi
bl
e que
y
o pue
d
a
h
acer
lo tan
b
ien como aque
ll
a
g
ran estre
ll
a
brillante... ¡Si so
y
la estrella más pequeña de todas! ¡Qué pena! Vo
y
a desaprovechar
una ocasión que envidiarían todas las estrellas del mundo...»
Entonces pensó de nuevo «todas las estrellas del mundo…». ¡Seguro que estarían
encanta
d
as
d
e participar en a
lgo así! Y sin
d
u
d
ar
lo, surcó
los cie
los con un mensaje
para to
d
as sus amigas:

«El 25 de diciembre, a medianoche, quiero compartir con vosotras la ma
y
or
g
loria
q
ue
p
ue
d
e
h
a
b
er
p
ara una estre
ll
a: ¡a
lum
b
rar e
l nacimiento
d
e Dios! Os es
p
ero en
e
l pue
bl
ecito
d
e Be
lén, junto a un pequeño esta
bl
o.»
Y e
f
ectivamente, nin
g
una de las estrellas rechazó tan
g
enerosa invitación. Y tantas
y
tantas estrellas se
juntaron, que entre todas
f
ormaron la Estrella de Navidad más bella
que se
h
a
y
a visto nunca. A nuestra estre
ll
ita ni siquiera se
la
d
istin
g
uía entre tanto
b
ri
ll
o
.
D
ios, encanta
d
o por su exce
lente servicio
y
en premio a su
h
umi
ld
a
d
y
g
enerosi
d
a
d
,
convirtió a la pequeña mensa
jera en una preciosa estrella
f
u
g
az,
y
le dio el don de
conce
d
er
d
eseos ca
d
a vez que a
lg
uien viera su
b
e
ll
ísima este
la
b
ri
ll
ar en e
l cie
lo.
Adaptación de La pequeña estrella de Navidad, Pedro Pablo Sacristán
,
Ed. Edaf.
Camino a Belén Despierta mi Niño
La
luna se marc
h
a
,
¡d
espierta, mi Niño!
q
ue
y
a
los pastores
vi
e
n
e
n
de

ca
min
o
.
Al
g
unos traen frutas,
o
tros te traen flores
,
miel de las abe
jas,
leche
y
requesones.
D
es
p
ierta,
q
ue vienen
los tres Reyes Magos
y
traen un camello
ll d l ll
eno
d
e re
g
a
los
.
D
e
sp
ierta, mi Niño
,
q
ue están esperando
.
M
arisol Perales
,

A Belén por
la autopista,
E
d.
V
er
bu
m.
Va

u
n
bu
rri
to

ca
min
a
n
do
p
aso a
p
aso hacia Belén;

o
r
ec
ill
as
l
o

sa
luda
n
y
él no sabe bien por qué.
En
su
l
o
m
o
v
a
M
a

a
y
a su lado va José;
al pasar al
g
unos días
u
n niñi
to
h
a

de
n
ace
r.
¡Arre!, ¡arre!, borri
q
uito,
¡arre!, ¡arre!,
y
lle
g
arás.
Lleva pronto a los via
jeros,
y
a después descansarás. Teresita Alvado de Landizábal
40El Belén que puso Dios Teatro de Navidad Persona
j
es
N
ARRAD
O
R
Á
NG
EL

1
Á
N
GEL

2
O
RIENTE
(estrella)
M
ART
A
,

S
A
RA
y

M
A
TÍA
S
(
p
astores
)
Z
ABUL
ÓN
(pastorci
ll
o tonto,
h
ijo
d
e Matías)
S
ALOMÉ
(lavandera de la posada)
V
I
R
G
EN
M
A
RÍA
S
AN

J
OS
É
(
Escenario: a la derecha el portal y encima Oriente, la estrella. Dentro del portal,
M
aría con Jesús en sus brazos
y
José, que tiene cara de preocupación porque no sab
e

c
ómo podría hacer una cuna al Niño. A la izquierda está la orilla del río.
)
(
Aparece Salomé por la derecha. Lleva un cesto de ropa para lavar en el río.
E
n ese momento se o
y
e llorar al Niño
y
Salomé se asoma al portal.
)
S
ALOM
É
.—
(
Sorprendida al ver al Niño.
) ¡Qué niño tan precioso!
¿
Cómo se
ll
ama?
¿
De

n
de

so
is?
M
ARÍ
A
.
—Somos de Nazaret
y
el niño se llama Jesús.
S
ALOM
É
.—
Así que se
ll
ama Jesús... Pues es precioso.
¿
Ya te
h
a
b
ías
d
a
d
o cuenta,
v
er
d
a
d
? C
laro, tú qué vas a
d
ecir... Pero
y
o nunca
h
a
b
ía visto una criatura
tan
b
onita...
(
Salomé mira alrededor
y
le dice a María.
)

M
e vo
y
al río a lavar,
puedo llevarme estos pañales sucios... Ha salido el sol, y pronto estarán
secos.
(
Salomé sale del escenario, hacia la izquierda, con su cestillo de ropa. Detrás de ella va
Zabulón con cara de querer contarle al
g
o. A continuación entran, también
por la izquierda, los pastores —Marta, Sara y Matías— camino del portal.
)
S
AR
A
.
—¡Mirad, ahí está la estrella de la que nos han hablado los án
g
eles!
M
AT
Í
A
S
.—¿Dón
d
e está Za
b
u
lón?
M
ART
A
.
—Se
h
a
b
rá entreteni
d
o por e
l camino, a
h
ora ven
d
rá.

M
AT
Í
A
S
.

Yo creo que nosotros nos hemos equivocado de camino y por eso hemos

t
ar
d
a
d
o tanto. Quizá é
l
h
aya
ll
ega
d
o antes.
(
Entran en el portal.
)
M
ART
A
.—
Aquí está el Salvador: «Un Niño envuelto en pañales
y
reclinado en un
pesebre». Pero
¿
qué vamos a ofrecerle?
M
AT
Í
AS
.—
(
A la Virgen.
) Con
las prisas no
h
emos pasa
d
o por nuestras casas
y
no os
h
emos po
d
id
o traer nin
g
ún re
g
a
lill
o... A
h
ora iremos a
b
uscar a
lg
o,
¿
qué
n
eces
itá
is?
M
ARÍA
.—
Por ahora no necesitamos nada, ya ha venido Salomé y se ha ofrecido a lavar los pañales del Niño, que era lo más ur
g
ente
.
S
ARA
.—
(
Acercán
d
ose a Jesús y
h
acién
d
o
le gracias.
) ¡Qué
b
onito es e
l Niño!
J
OS
É
.—
Pensán
d
o
lo
b
ien, me
g
ustaría que me tra
jerais unas ma
d
eras para
h
acer
le
u
n
a

cu
n
a

co
m
o

se
m
e
r
ece
.
M
ATÍAS
.—
Ah
o
r
a
mi
s
m
o
.
(
Sale corriendo
y
vuelve con unos palos que entre
g
a a José.
)
T
oma, aquí tienes.
¿
Necesitas a
y
uda, José?
J
OS
É
.—No, muc
h
as
g
racias.
M
ART
A
.—¿Qué os parece si
le cantamos una canción a este Niño tan
h
ermoso?
S
ARA
.

¡
Buena idea, Marta!
42
M
ART
A
,

S
A
RA
y

M
A
TÍA
S
.—
(
Cantando.
)
Al
e
g
ría, a
le
g
ría, a
le
g
ría,
al
egría, a
legría y p
lacer,
q
ue esta noche nace el Niñ
o
e
n e
l porta
l
d
e Be
lén
.
(
Salen los
p
astores. Mientras el narrador ex
p
lica lo
q
ue está
p
asando, entran
p
or la
izquier
d
a Sa
lomé —que se
d
iri
g
e a
l río—
y
Za
b
u
lón.
)
N
ARRAD
O
R
.—
Za
b
u
lón, e
l pastorcito tonto,
le
h
a conta
d
o a Sa
lomé que Jesús es e
l
Mesías, e
l Sa
lva
d
or,
y
que María es su Ma
d
re, ¡
la Ma
d
re
d
e Dios! La Ma
d
re
de Jesús, del Salvador, del Hijo de Dios. Salomé piensa que Zabulón es
un poco tonto y
d
u
d
a
d
e si será ver
d
a
d

lo que
d
ice; y
le pregunta:
S
ALOMÉ
.—Oye, Za
b
u
lón, ¿sa
b
es
lo que estás
d
icien
d
o?
Z
ABUL
ÓN
.—
Ya sé que soy un poco tonto. Pero ahora no me importa. ¿Te cuento lo que

me ha dicho el án
g
el?
N
ARRAD
O
R
.—
Y Zabulón contó a Salomé que un ángel le había dicho que Dios había


veni
d
o a
la tierra para sa
lvarnos…
(
Salomé, de rodillas
junto al río, lava los pañales con mucha delicadeza
y
los besa.
Zabulón se queda mirando.
)
Z
AB
U
L
ÓN
.—Salomé,
¿
qué estás haciendo?
S
AL
O

.—Nada
,
Zabulón
,
métete en tus cosas...
Z
ABULÓ
N
.—¡Estabas besando los pañales, te he visto!
S
ALOMÉ
.—
¿
Besando...? ¡No te
f
astidia el tontito este, como te co
ja te vas a enterar de
lo
q
ue es bueno!
(
Zabulón se va corriendo por la derecha.
S
a
lomé termina
d
e
lavar
los paña
les
y
se
d
iri
g
e a
l porta
l.
)

43
S
ALOMÉ
.—
¡Ay, señora María, qué vergüenza! ¿Cómo iba yo a saber que eras la Madre d
el Mesías?... Y el Niño..., tan normalito, tan dormido... ¡Qué horror! Lo que
h
abrás pensado de mí. Además, ¡eres tan
joven!: una chiquilla, reconócelo;
y
c
laro, aunque una está acostum
b
ra
d
a a tratar con
g
ente
d
e cate
g
oría (ni te
c
uento
los que pasan por
la posa
d
a en
la que tra
b
ajo), no es igua
l; porque
ell
os se
d
an importancia,
y
van estira
d
os, casi ni te miran. Sin em
b
ar
g
o tú...
Por eso, cuan
d
o Za
b
u
lón (que
h
a
y
que ver ese c
h
ico,
h
asta se
le
h
a puesto
c
ara
d
e
listo) me
h
a conta
d
o que tú...,
y
a sa
b
es. Pues no sé si ten
g
o que
ll
amarte Majesta
d
, ni cómo
d
ecir
lo que quiero
d
ecirte... Bueno, pues que
aquí están
los paña
les,
y
si quieres vue
lvo a
lavar
los cuan
d
o se necesite, o
h
ago
lo que man
d
es; pero
d
e aquí no me voy. Ya está.
(
Rom
p
e a llorar.
)
M
ARÍA
.—No llores, Salomé, no te preocupes... Muchas
g
racias por tu a
y
uda...
J
OS
É
.

M
ira, Salomé, aquí estoy fabricando una cuna para Jesús con unas maderas
que me ha traído un pastor. ¿Qué te parece?
S
ALOMÉ
.—
Buenísima idea, señor José.
(
Pensativa.
) El caso es que
y
a notaba
y
o al
g
o.
Se veía ense
g
ui
d
a que erais un matrimonio
d
istin
g
ui
d
o.
(
A José.
)

, tan
a
lto, tan
f
ormal, tan señor a pesar de ser tan
joven... Porque tú,
¿
qué tienes,
v
einte? No, no me
lo
d
ig
as.
(
A María.
) Y tú, María..., por aquí no las ha
y
as
í
t
an preciosas como tú. Es que miras con una carita...
(
A José.
) ¿Te has

jado,
s
eñor
J
osé
?
M
ARÍA
.—¡Salomé, que me pon
g
o colorada!
S
AL
O

.—
Ahora tenéis que dormir un poco, el día ha sido mu
y
cansado. María,
d
éjame al Niño, que yo le cuidaré mientras vosotros dormís. […]
44
(
María
d
e
ja a
l Niño en
b
razos
d
e Sa
lomé,
y
José
y
Ella se sientan
y
duermen.
)
(
Salomé se pone a hablar con Jesús.
)
S
ALOM
É
.—
¡Qué
g
racioso estás,
h
ijo mío, tan
d
or-
mi
d
ito! Per
d
ona que te
ll
ame así, pero
s
e me hace raro tratarte de Ma
jestad.
Y más, después de ver cómo ensucias
los paña
les, ver
d
a
d
eramente no tienes
c
onsi
d
eración con tu Ma
d
re.
(
Mirando a
M
aría.
)

La pobre, fí
jate lo cansada que
e
stá,
y

lo
b
ien que
d
uerme... Mañana
mismo me pon
g
o
d
e acuer
d
o con e
ll
a
y
c
on tu padre, a ver si me puedo quedar.
No
le pe
d
iré muc
h
o, so
lo con
lib
rar
d
os
t
ardes me con
f
ormo, y... ¡Vaya!, ahora
a
b
res
los o
jos. No se te ocurrirá
ll
orar
¿
eh? No te preocupes, mi Niño, que
y
o
no me separo de Ti. Así que ahora te ríes,
¿se pue
d
e sa
b
er qué es
lo que te
h
ace
t
anta
g
racia? ¡Dios mío, qué
les
d
aré
y
o
a los niños, que todos acaban por reírse
e
n
cua
n
to
m
e
mir
a
n
a
l
a

ca
r
a
!
(
Los án
g
eles cantan un villancico mientras
e
l telón va cayendo
.
A continuación, sin que lo vean los espectadores,
s
e recompone el escenario: dentro del portal
J
esús, María y José. Los pastores arrodillado
s

m
irando al
p
ortal. También están en la escena
S
alomé
y
Zabulón, que se sienta al lado del Niño y
le coge la mano con cariño
.
S
e sube el telón
y
todos se unen al canto de los án
g
eles.
)
A Belén pastores, a
Belén chiquillos,
q
ue
h
a naci
d
o e
l Re
y
d
e
los an
g
e
lill
os
.
FIN
Rea
d
aptación a un so
lo acto
d
e E
l Be
lén que puso Dios,
E
nrique Monasterio, Ed. Palabra.

La adoración de los Reyes
D
es
d
e
la puesta
d
e
l so
l se oía e
l canto
d
e
los pastores en torno
d
e
las
h
o
g
ueras,
y

d
es
d
e
la puesta
d
e
l so
l,
g
uia
d
os por aque
ll
a
luz que apareció so
b
re una co
lina,
caminaban los tres santos Re
y
es; los tres atravesaban el desierto en la noche, sobre
ca
m
e
ll
os

b
la
n
cos
.
Las estrellas brillaban en el cielo,
y
las piedras preciosas de las coronas reales brillaban
en sus frentes. Una brisa suave movía las telas de sus mantos: el de Gas
p
ar era de
púrpura de Corinto. El de Melchor era de
p
úr
p
ura de Tiro. El de Baltasar era de
p
úr
p
ura de Menfis.
Criados ne
g
ros, que caminaban a pie enterrando sus sandalias en la arena,
g
uiaban
l
os

ca
m
e
ll
os
.
Ondulaban sueltos los correa
jes
y
entre sus flecos de seda temblaban cascabeles de
o
r
o.
Los tres Re
y
es Ma
g
os cabal
g
aban en fila: Baltasar, el e
g
ipcio, iba delante,
y
su lar
g
a
barba,
q
ue descendía sobre el
p
echo, a veces se extendía sobre los hombros..
.
Cuando estuvieron a las puertas de la ciudad los camellos se arrodillaron,
y
los tres
Re
y
es se apearon
y
se despo
jaron de las coronas, e hicieron oración sobre la tierra.
Y Baltasar di
jo:
—¡Hemos lle
g
ado al final de nuestra
jornada!...
Y Melchor di
jo:
Ad l ió l R d I l!
—¡
Ad
oremos a
l que nac

, a
l
R
e
y

d
e
I
srae
l!
..
.
Y Gaspar di
jo
:
—¡Los ojos le verán
yy
toto
dodo
sss
eererer
ááááá
pupupupupuppp
i
riririri
fifificficficfific
d
ad
dd
adad
d
ooo
enen
nn
osos
otro
s!s!
..
.
46
Después, volvieron a montar en sus camellos
y
entraron en la ciudad por la Puerta
Romana;
y

g
uia
d
os por
la estre
ll
a
ll
e
g
aron a
l porta
l
d
on
d
e
h
a
b
ía naci
d
o e
l Niño.
Los cria
d
os, como eran idólatras
y
nada comprendían, llamaron con
f
uertes voces:
—¡A
b
ri
d
!... ¡A
b
ri
d

la puerta a nuestros amos!
Entonces los tres Re
y
es se inclinaron hacia delante
y
les decían en voz ba
ja:
—¡Cuidad de no despertar al Niño!
Y aquellos siervos, llenos de temeroso respeto, quedaron mudos,
y
los camellos
permanecían inmóviles ante la puerta
y
llamaron blandamente con la pezuña.
Y

aquella puerta, de viejo y oloroso cedro, se abrió sin ruido.
U
n hombre de nevada barba asomó en la entrada.
Sobre su lar
g
a cabellera blanca, brillaba un disco
luminoso. Su túnica era azul
,
bordada de estrellas como
el cielo de Arabia en las noches serenas,
y
el manto era
rojo, como el mar de Egipto, y el cayado en que se
apo
y
aba era de oro, florecido en lo alto con tres lirios
bl
ancos
d
e p
lata.
Al verse en su presencia los tres Reyes se inclinaron. É
l
so
nri
ó

co
n
e
l
candor de un niño
y
, franqueándoles
la entrada, dijo con santa alegría:

¡
Pasad
!
Y aquellos tres Re
y
es, que lle
g
aban de Oriente en sus
camellos blancos
,
volvieron a inclinar las frentes coro
-
nadas, y arrastrando sus mantos de púrpura y cruzadas las manos sobre el pecho, penetraron en el establo. Sus s
andalias bordadas de oro producían un armonioso rumor.
El Niño, que dormía en el pesebre sobre pa
jas de tri
g
o,
so
nri
ó

e
n
sue
ñ
os
.
A su lado hallábase la Madre, que lo contemplaba. Sus ropas parecían nubes,
s
us pendientes parecían de fuego y, como en el lago azul de Genezaret, brillaban en
e
l m
a
n
to
l
os
l
uce
r
os.
Un án
g
el tendía sobre la cuna sus alas de luz,
y
las pestañas del Niño temblaban
como mariposas; los tres Reyes se postraron para adorarle, y luego besaron los pies
del Niño. Para que no se despertase, con las manos apartaban sus barbas. Después
s
e levantaron,
y
volviéndose a sus camellos le tra
jeron sus dones:
Oro
,
incienso
y
mirra.

47
Y Gaspar di
jo al o
f
recerle el oro
:
—Para a
d
orarte venimos
d
e
O
riente.
Y Melchor dijo al o
f
recerle incienso:
—¡Hemos encontra
d
o a
l Sa
lva
d
or!
Y Baltasar di
jo al o
f
recerle la mirra:

¡
Podemos llamarnos bienaventurados
e
n
t
r
e

todos
l
os
n
ac
idos
!
Y los tres Re
y
es Ma
g
os se despo
jaron de sus
coronas,
y
las de
jaron en el portal a los pies del
Niñ
o
.
Entonces sus frentes tostadas por el sol
y
los
vientos
d
e
l
d
esierto se cu
b
rieron
d
e
luz;
y

la
h
ue
ll
a que
h
a
b
ía
d
e
ja
d
o e
l cerco
d
e
pe
d
rería era una corona más
b
e
ll
a que sus coronas
la
b
ra
d
as en Oriente...
Y
los tres Re
y
es Ma
g
os repitieron como un cántico:
—¡Este es!... ¡Nosotros
h
emos visto su estre
ll
a
!
D
espués se
levantaron para irse, porque ya amanecía.
La campiña
d
e Be
lén, ver
d
e
y

h
úme
d
a, sonreía en
la sereni
d
a
d

y
paz
d
e
la mañana,
con
las casas
d
ispersas,
los emparra
d
os ante
las puertas
y

los mo
linos
le
janos,
las
m
ontañas azules
y
la nieve en las cumbres.
Bajo aquel sol amable que lucía sobre los montes, iban —por el camino— las gentes
de las aldeas. Un pastor guiaba sus carneros hacia las praderas de Gamalea; mujeres
cantando volvían del pozo de Efraín con los cántaros llenos de a
g
ua; un via
jero
cansado conducía la
y
unta de sus vacas, que se detenían mordisqueando en los
va
ll
a
d
os;
y
e
l
h
umo
bl
anco parecía sa
lir
d
e entre
las
h
ig
ueras...
Los cria
d
os
h
icieron que
los came
ll
os se arro
d
ill
aran,
y
montaron en e
ll
os
los tres
Re
y
es Ma
g
os;
lue
g
o, ca
b
a
lg
aron
.
Sin nin
g
ún temor re
g
resaban a sus tierras, pero
f
ueron advertidos por el cántico
lejano
d
e una vieja y una niña que, senta
d
as a
la puerta
d
e un mo
lino, esta
b
an
d
esgranan
d
o espigas
d
e maíz. Y
d
ecía así su cantar:
C
amina
d
, santos Re
y
es,
p
or caminos desviados,
q
ue por caminos reale
s
H
e
r
odes
m
a
n


so
ldados.
Ad
aptación
d
e
l cuento
L
a a
d
oración
d
e
los Re
y
es, R
a
m
ó
n
del
V
alle
In
clá
n.
48El duende Dondino El
due
n
de
D
o
n
d
in
o
due
n
de
leteaba
s
ig
uiendo la estrell
a
que a Belén llevaba.
Ro
ja
la camisa,
verde el pantalón
y
el
g
orro amarillo
co
n
bla
n
co

bo
r

n.
Sa
lta como un
g
amo,
s
e asoma a
l porta
l,
pero e
l Niño
d
uerme,
no se pue
d
e entrar
.
A
l ver a María,
el

due
n
de
D
o
n
d
in
o
s
e quita e
l som
b
rer
o
y
saluda mu
y


no.
S
an
J
osé
le
d
ice:
—Pasa, pasa, pasa.
No te
d
é vergüenza
estás

e
n
tu

casa.
—Ya
d
espierta e
l Niño
.
—¡Ya te está miran
d
o!
Quédate con
É
l
due
n
deletea
n
do.
M
ariso
l Pera
les,
A
Be
lén
i
p
or auto
pi
sta,
Ed V b Ed
.
Ve
r
bu
m.
Rota
la patita,
s
in po
d
er an
d
ar,
la po
b
re
h
ormi
g
uita
s
e puso
a

llo
r
a
r:
—¡A ver cómo v
oy
,
c
ojita que estoy.
..
!
La o
y
ó un carac
oo
l:
—No
ll
ore, seño
ra,
la
ll
evo
y
o...
A
oc
h
enta por
ho
o
r
a
pas
ó
una tortu
ga
a
:
—¡Suba, suba, suba...!
uba !
P
ero un
g
orri
ó
n
la cogió en su pico y
se
la
ll
evó...
As
í
es

co
m
o

fue
la pobre hormi
g
uita co
jita
vo
la
n
do

a
B
e

n.
J
osé
G
onzález Estrada
A
b
rió sus o
jos e
l Niño
y
en otros o
jos se v
io.
A
l verse tan pequeñito,
el
Niñ
o

se

so
nri
ó
.
Es que su madre, la Virgen,
n
,
lo
mir
aba

co
n
a
m
o
r
y en sus brillantes pupila
pi
la
s
fue donde el Niño se v
e
vio
.
Todos los niños del m
l
mund
o,
lo mismo que el Niño D
iño
Dios,
sonríen cuando sus madres
d
re
s
los miran
ll
enas
d
e amor
.
P
u
bl
io A.
C
or
d
er
o
La sonrisa del Niño
La hormiga cojita

49
Bosque-Verde —¡Única, despierta! Ú
nica abrió los o
jos con sobresalto. El
corazón le latía muy deprisa y respiraba con
dificultad. […
]
—Era una pesadilla —le explicó una vocecita jovial. Ú
nica se restre
g
ó un o
jo, se estiró sobre su cama
de hierbas
y
se volvió hacia la pequeña fi
g
ura que se
recortaba contra la luz del exterior en la puerta de su
a
g
u
jero. Reconoció a Fis
g
ón, e
l
g
nomo.
—Buenos
d
ías
,

h
ermosa
d
ama —sa
lu
d
ó e
l
h
om
b
reci
ll
o, quitán
d
ose ceremoniosamente su
elegante sombrero y saltando al interior del re
f
ugio
.
—Fis
g
ón,
¿
qué pasa? —pre
g
untó Única, aún al
g
o adormilada—.
¿
Es tarde
?
—El sol está
y
a mu
y
alto. Todos estábamos esperándote.
Ú
nica se incorporó. Entonces se dio cuenta de que aún su
jetaba con fuerza su
talismán de la suerte, una flautilla de caña que siempre había llevado col
g
ada al
cue
ll
o,
h
asta
d
on
d
e e
ll
a po
d
ía recor
d
ar. La so
ltó
y
se apresuró a se
g
uir a
l
g
nomo,
que ya
b
rinca
b
a
h
acia
la sa
lid
a.
Ú
nica vivía en un a
g
u
jero al pie del que, se
g
ún ella, era el árbol más
g
rande de
Bosque-Ver
d
e. […
]
Única era la criatura más grande de los seres —Gente Pequeña— que vivían en el
bosque. La llamaban la Mediana.
Ú
nica
p
ar
p
adeó cuando el sol
p
rimaveral le dio en
p
lena cara. Una criatura alada
r
e
v
o
loteó
h
asta

e
ll
a.
5
50
—¡Buenos días,
Ú
nica! —di
jo con voz musical—. Hemos tenido
q
ue venir a buscarte
y
Cascarrabias está mu
y
en
f
adado.
—Buenos días
,
Liviana —saludó Única.
El hada se posó con ele
g
ancia sobre una flor, batiendo sus
d
elicadas alas, que desprendían un suave polvillo dorado.
Ú
nica se puso en pie, escuchando el canto del viento entre los
árboles. Aspiró la
f
resca brisa que mecía sus cabellos rubios
y
se dis
-
puso a se
g
uir a
l h
a
d
a
y
a
l g
nomo, que
y
a se a
le
ja
b
an entre
los ár
b
o
les
.
No
le costó muc
h
o tra
b
a
jo a
lcanzar
los, porque era
b
astante más
g
ran
d
e que e
ll
os. Liviana me
d
ía unos
d
iez centímetros
d
e estatura,
lo cual no estaba mal para su raza. Fisgón alcanzaba los quince;
y Cascarrabias, el duende, llegaba a los treinta. Pero Única los
gg
s
uperaba a todos: medía nada menos que un metro
.
Los
g
nomos, raza inquieta
y
via
jera, habían recorrido mucho
mundo. Algunos de los de Bosque-Verde incluso habían vivido
en casas humanas. Fisgón decía que los humanos eran más grandes que Única, y
g
q
ue
los únicos Me
d
ianos que conocían
los
g
nomos eran
los
b
ar
b
u
d
os enanos
d
e
la
C
or
d
ill
era Gris.
Pero
Ú
nica tampoco se parecía a ellos. Era del
g
ada, de
b
razos
lar
g
os
y

g
ran
d
es o
jos vio
letas. Su pie
l era
d
e un
p
álido color azulado,
y
su cabello era rubio, fino
y
lacio,
y
le
ca
ía

sob
r
e
l
os
h
o
m
b
r
os

e
nm
a
r

n
do
le

e
l r
ost
r
o.
Ú
nica era diferente a todos los habitantes de Bosque-Verde.
Los
d
uen
d
es
la
h
a
b
ían encontra
d
o cuan
d
o era mu
y
niña
y

la
c
riaron hasta que fue demasiado
g
rande como para caber en sus
c
asas. La A
b
ue
la Duen
d
e, a quien to
d
os querían
y
respeta
b
an en
Bosque-Verde, mirándola
fij
amente, le había dicho:
—Tú no eres
d
e aquí, niña.
Ú
nica había buscado sus orí
g
enes en las diferentes razas de
Bosque-Verde, pero no había tenido suerte,
y
había abandonado
s
u bús
q
ueda mucho tiem
p
o atrás.

¿
Qué te pasa, Única? —le pre
g
untó Liviana al verla cabizba
ja
y

med
itabu
n
da
—. T
e
v
eo

t
ri
ste.
—Ho
y
he tenido un sueño —explicó Única—. He soñado con
g
ente que
v
iví
a

e
n
u
n
a
i
sla

de

colo
r
bla
n
co

e
n m
ed
io

del
m
a
r.

51
Fis
g
ón abría la marcha, pero tenía un oído mu
y


no
y
ense
g
ui
d
a se vo
lvió para pre
g
untar:

¿
Y eran como tú
?
—N
o

del

todo
. T
e

a
n
alas
.
—Entonces
h
as soña
d
o con
las
h
a
d
as —
d
e
d
u
jo Liviana.
—Pero no eran a
las como
las tuyas. Eran a
las
d
e pájaro, con
p
lumas
bl
ancas. A
d
emás, tenían
la pie
l pá
lid
a.
—En cua
lquier caso —aña
d
ió e
l
g
nomo, sa
ltan
d
o por
entre las
p
lantas—, tú no
p
uedes venir de una isla,
p
or
q
ue
no ha
y
mar en Bosque-Verde
.

¿
Qué es el mar? —pre
g
untó
Livi
a
n
a
.
—Es... un... como un la
g
o mu
y
g
rande, inmenso, tan enorme
que no se ve la otra orilla —le
aclaró Fis
g
ón.
—Y, si tus parientes están en
esa isla —razonó Liviana—,
¿por qué estás tú aquí, y por
qué no tienes a
las?
—Pasó algo —fue lo único que pudo decir Única.
—¿E
l qué? —quiso sa
b
er Fisgón.
Ú
nica frunció el ceño, haciendo memoria: un trueno, ro
jo sobre blanco... después,
sacud


la

cabe
z
a

desale
n
tada
. N
o
r
eco
r
daba
m
ás
.
Los tres
ll
e
g
a
b
an en aque
l momento a un c
laro
d
on
d
e
los espera
b
a, con cara
d
e
pocos ami
g
os, una criatura rec
h
onc
h
a
y

d
e
g
ran nariz. A
la vista esta
b
a que se
encontra
b
a
d
e mu
y
ma
l
h
umor aque
ll
a mañana; sus o
jill
os ne
g
ros ec
h
a
b
an c
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ispas
por
d
e
b
ajo
d
e
los ca
b
e
ll
os oscuros que se escapa
b
an
d
e
l gorro. […
]
—Lo siento, Cascarrabias —murmuró
Ú
nica humildemente—. Me he dormido.
Cascarrabias era incapaz de estar enfadado con Única durante mucho tiempo (
y
eso
que
los
d
uen
d
es tienen muy malas pulgas
)
porque se
h
a
b
ían cria
d
o
juntos
y
é
l
la
quería como a una hermana pequeña. Así que no
g
ruñó más.
—Única ha tenido una
p
esadilla —ex
p
licó Liviana.
Cascarrabias miró a Única,
y
después a Fis
g
ón.
52

Ú
nica casi nunca tiene pesadillas —di
jo,
y
miró al
g
nomo amenaza
d
oramente—. ¡Se
g
uro que
h
a
s
id
o cu
lpa tu
y
a, Fis
g
ón! Tú nos
ll
evaste a
y
er cerca
d
el terrible lu
g
ar donde no cantan los pá
jaros. […]
—No me
g
usta la idea —intervino Única—
d
e que
h
a
y
a un sitio
d
on
d
e no canten
los

jaros... Pero no es la primera vez que nos
acercamos... y siempre que
lo
h
emos
h
ec
h
o
h
e

te
ni
do

e
l mi
s
m
o

sue
ñ
o
.
—¡A
já! —exc
lamó Fis
g
ón antes
d
e que
Cascarrabias abriera la boca—.
¿
Lo ves? ¡Quizá
e
se lu
g
ar esté encantado! ¡Quizá Única proceda
d
e a
ll
í! ¡Quizá...!

¡
Cierra la boca!
—¡Oo
h
, vamos a ver
lo, vamos a ver
lo, vamos a
ver
looo!
Una dulcísima música interrumpió (para alivio de Cascarrabias) el nervioso parloteo
del
g
nomo. Era Única, que tocaba con su flauta una de tantas melodías que ella
h
ab
ía
inv
e
n
tado
.
La música ascendió entre los troncos de los árboles y se perdió en la floresta
.
La música a
livió
los corazones
d
e to
d
os
y
se
ll
evó
los ma
los pensamientos. La música
los envolvió a los cuatro
y
los acunó con ternura, como una madre mece a sus hi
jos.
Cuando Única dejó de tocar, se produjo un breve silencio. Entonces, Fisgón dijo en
voz
b
a
ja
:

¿
Qué puede pasarnos? Los tras
g
os duermen de día
y
los trolls se convierten en
pie
d
ra si
los toca
la
luz
d
e
l so
l.
—Yo quiero ir a ver —di
jo entonces
Ú
nica
.
Cascarrabias miró a Liviana, pero ella se enco
g
ió de hombros
.
—Está bien —di
jo por

n.
Fisgón dio un
f
ormidable brinco.
Poco des
p
ués, los cuatro caminaban a través del bos
q
ue. Única tarareaba una canción
s
in pa
la
b
ras,
y
Cascarra
b
ias se entretenía co
g
ien
d
o bayas
y

f
rutos para la comida.
—De
b
emos
d
e estar
y
a cerca —anunció e
l
g
nomo, que i
b
a
d
e
lante.

53
Liviana
ju
g
aba con una mariposa que quería demostrarle
q
ue vo
la
b
a más rá
p
id
o
q
ue e
ll
a.
—No
f
alta mucho,
¿
verdad? —pre
g
untó Cascarrabias
a
lcanzán
d
o
los su
d
oroso, arrastran
d
o un saco
ll
eno
d
e
b
a
y
as.
Ú
nica negó con la cabeza, sin dejar de cantar. El duende
h
izo un a
lto;
d
e
jó e
l saco en e
l sue
lo
y
se pasó su mano
de cuatro dedos por la
f
rente. Entonces reparó en algo
.

¿
Dón
d
e se
h
a meti
d
o Fis
g
ón?
Liviana de
jó en paz a la mariposa,
y
a

rmó:
—Esta
b
a aquí
h
ace un momento.
—¡¡Fisgoooón!! —gritó Cascarra
b
ias, y su voz grave
resonó por entre
los ár
b
o
les; pero se ca
ll
ó ensegui
d
a,
in
t
imi
dado
.
—No se o
y
e nada —hizo notar Única, estremeciéndose–. Esto no me
g
usta.
Nin
g
uno de los tres habló; Única habría ase
g
urado que no oía ni los latidos de su
corazón, y eso que estaba convencida de que palpitaba con
f
uerza.
D
e pronto
h
u
b
o un movimiento entre e
l follaje
.
..
y
apareció el
g
nomo, triun
f
ante.
—¡O
h
, ami
g
os, esto es increí
bl
e! —empezó rápi
d
amente, antes
d
e que Cascarra
b
ias
tuviera tiempo
d
e reñir
le—.
¿
Cómo no
h
emos veni
d
o antes por aquí? ¡Ha
y
una
ciu
d
a
d
, una ciu
d
a
d

g
ran
d
e,
d
e casas
g
ran
d
es...!

¿
Una ciu
d
a
d

h
umana? —pre
g
untó Liviana, tem
bl
an
d
o.
—¡Yo me vo
y
! —
d
ec
laró e
l
d
uen
d
e,
d
an
d
o me
d
ia vue
lta.
—¡No, espera! —Fisgón
lo agarró por e
l cue
ll
o—. No es una ciu
d
a
d
h
umana; es una
c
iudad

de
M
ed
ia
n
os
.
—¡Medianos! —repitió Liviana, a la par que Única ahogaba un grito—. ¿La gente de Ú
nica?
¿
Hemos encontrado a la
g
ente de
Ú
nica?
ppq
¡ppq
—E
h
... n
o

e
x
acta
m
e
n
te
...
Pero Única ya corría entre los arbustos.
—¡Espera, Única! —la llamó Fis
g
ón.
E
ll
a no escuc
h
a
b
a.
C
orría
h
acia
la ciu
d
a
d

d
e
los Me
d
ianos mientras su vesti
d
o
d
e
hojas secas se enredaba con las ramas del
f
ollaje, y su

autilla saltaba rítmicamente
so
b
re su pec
h
o.
54
Entonces, en su precipitación, no se dio cuenta de que el suelo se inclinaba ba
jo sus
pies descalzos,
y
resbaló por untalud cubierto de mus
g
o. Rodó
y
rodó, hasta que
d
io

co
n
sus
h
uesos

e
n
u
n
co
lc
h
ó
n
de
m
u
lli
da
hi
e
r
ba
.
Se incorporó como pudo, al
g
o dolorida. Se colocó bien la corona de

ores que
ll
eva
b
a en e
l pe
lo
y
compro
b
ó que no tenía nin
g
una
h
eri
d
a.
Entonces miró
h
acia a
d
e
lante
y
e
l corazón
le
d
io un
b
rinco. Vio
la Ciu
d
a
d

d
e
los
Medianos. Los edificios estaban hechos de un material que Única no había visto
y
nunca. Los tonos de las casas eran blancos
y
azules,
y
a Única le resultó una ciudad
completamente di
f
erente a las que había visto hasta entonces.
—On
d
as —murmuró para sí misma.
Sí; los edificios apenas tenían líneas rectas, sino suaves curvas.
Arcos, cúpulas
,
bóvedas
y
paredes li
g
eramente abomba
-
das. —
¿
Cómo puede una ciudad ser tan diferente de Bosque-
Verde y, sin embargo, encajar tan bien en él? —se preguntó
Única, perpleja.
y
S
e levantó
y
caminó hacia las construcciones azules
y
blancas.
S
entía cierta sensación de familiaridad hacia ellas, una sensación
que
h
a
b
ía apareci
d
o na
d
a más ver
las suaves cúpu
las.
—Esto
y
en casa —di
jo, al advertir que las puertas eran de su ta-
m
a
ñ
o.
C
orrió
h
acia
la ciu
d
a
d
, pero se
d
etuvo a pocos metros
d
e
las
p
rimeras casas.
Única aferró con fuerza su flauta al darse cuenta de lo que pasaba
all
í: era una ciu
d
a
d
a
b
an
d
ona
d
a. No
h
a
b
ía a
b
so
lutamente na
d
ie. E
l
s
ilencio
lo
ll
ena
b
a to
d
o.
O
b
servan
d
o con atención, pu
d
o
d
arse cuenta
d
e que
la ve
g
etación
h
a
b
ía inva
d
id
o
la ciu
d
a
d
;
las enre
d
a
d
eras trepa
b
an por
las
bl
ancas
pare
d
es, a
lg
unas
y
a resque
b
ra
ja
d
as. A
ll
á un arco se
h
a
b
ía
d
errum
b
a
d
o,
aq
uí una bóveda amenazaba ruina... El
p
oblado
p
arecía una tumba.
Ú
nica inspiró profundamente
y
chilló con todas sus fuerzas:
—¡¡
¿
A dónde habéis ido?!!, ¡¡
¿
Dónde estáis?!!
Nada ni nadie le res
p
ondió. Única se llevó la flauta a los labios,
p
ero su música
parecía sonar más débil que nunca… Echó a correr entre las casas; tenía la extraña
s
ensación de que huía de al
g
o, pero no sabía de qué.
L
aura Ga
ll
e
g
o,
R
etorno a
la Is
la B
lanca
,
E
d
. Bri
e
f.

55
Fiesta en Fantasía
País de la Fantasía
Sueños compartidos Ha
y


esta en Fantas
ía
junto a
l
b
arranco.
Va
n
todos

ese

d
ía
d
e punta en
bl
anco.
L
leva e
l o
g
ro c
h
iste
rr
a
y
va e
l
d
ra
g
ón
con
bl
usa
d
e c
h
orre
rr
aaa
co
lo
r m
a
rr
ó
n.
a
n v
est
idas
l
as
h
adas
Va
e
lente
juelas,
d
eo
n
p
rendas heredadas
c
oe

sus

abue
las
.
de
Q
ué al
g
arabía
!
¡
Qo
dos de punta en blanc
o
To
n
F
a
n
tas
ía
.
en
C
armen Gil
,

V
ersos de cuento
,
Ed.
S
M.
P
a
ís

de

la
F
a
n
tas
ía
d
on
d
e to
d
o es i
lusión,
do
n
de

los

caballos
v
uela
n
como nu
b
es
d
e a
lg
o
d
ón.
Persona
jes
d
e mi
l cuentos
v
iven en su capita
l,
n
o hay
f
ronteras y en su entrad
a
pone:
¡
Solo hace
f
alta soñar!
Al llegar la noche,
he,
antes
d
e acosta
rme
,
pre
g
unto a mi
mm
a
d
r
e
si pue
d
e a
y
u
d
a
rr
me
:
—Dime
,
mamá
,
¿
qué puedo so
ññ
ar
?

S
ueña con sir
enas
sa
lta
n
do

e
n
e
l
mm
ar
.
Q
ue eres un
p
ir
at
a
con parche en
ee
l o
jo
que con su fra
g
a
ta
nave
g
a a su ant
o
jo.
Buscando un te
ss
oro
,
empuña su esp
aa
da
,
soñando despierto
erto
co
n v
e
r
a

su

a
m
ada
.
Sueña con la selva, Sh
úme
d
a
y
tupi
d
a,
hv
er
d
e, intransita
bl
e,
vc
á
lid
a, tranqui
la.
cC
a
b
a
lg
a en e
l
lomo
Cd
e un
león enorme,
dp
ersi
g
ue a
la
luna
phasta

el

ho
riz
o
n
te
.
hC

lg
ate en
las ramas
Cd
e un árbol
f
rondoso,
dc
ena con
los monos
cpl
átanos sa
b
rosos
.
pB
aila con las
f
ocas,
Bp
atina en e
l
h
ie
lo,
plos osos polares lahuyentan tus mie
d
os
.
S
elección de estrofas de El Prínci
p
e Z, Juan Guinea Díaz
,
A Fortiori Editorial.
C
armen Martín An
g
uita, Poemas de lunas
y
colores
,
E
d
. P
ea
r
so
n.
56La magia de los libros Teat ro Persona
j
es
A
BU
EL
A
L
UIS
P
E
RR
O
G
AT
O
P
ÁJ
AR
O
C
O
NEJ
O
G
ALLO
B
U
RR
O
(
Escenario: una casa de fondo, el
g
ato tumbado en la puerta, un árbol a la derecha, una
s
illa a la izquierda
y
un cesto con verduras
junto a ella, el burro
junto al árbol sentad
o

s
obre los pies
y
las manos delante, en el suelo. El perro corre dando saltos entre todo
s

perse
g
uido por el niño con el que
jue
g
a. La abuela sale de la casa
y
se sienta en la silla.
)
A
BU
EL
A
.
— Luis, ven, ten
g
o un re
g
alo para ti.
L
UIS
.—
¿
Qué es lo que me vas a re
g
alar, abuela
?
N
ARRAD
O
R
.—
E
l niño sigue corrien
d
o tras e
l perro, este a
l pasar junto a
l gato
le
d
a un
g
olpe en la cabeza por lo que el
g
ato le devuelve el
g
olpe.
A
B
UEL
A
.
— Un
lib
ro precioso que te va a encantar.
(El niño se para mirando a la abuela.
)
L
UI
S
.— No quiero
leer a
h
ora, estoy jugan
d
o con Ku
k
o.
A
B
UEL
A
.—
Este libro es de animales. Tiene unas imá
g
enes preciosas en las que verás
anima
les
d
esconoci
d
os,
y
te enterarás
d
e
d
ón
d
e viven, qué comen
y

los
peli
g
ros a los que se enfrentan. Esto
y
se
g
ura de que te va a
g
ustar.
L
UI
S
.— Está
b
ien, a
b
ue
la,
lo miraré.
N
ARRAD
O
R
.—
La a
b
ue
la se
levanta
y
entra en
la casa, e
l niño se sienta en
la si
ll
a
y
comienza a o
jear el libro, el perro se tumba
junto al burro. Todos miran
a
l niño. A
l principio e
l niño ojea con rapi
d
ez e
l
lib
ro. De pronto vue
lve
a comenzar la lectura por la pá
g
ina primera
y
lee con mucha atención.
P
E
RR
O
.—
No me gustan
los
lib
ros —
le
d
ice a
l b
urro—. ¿Ves? Ya no nos presta atención,
¡
qué fastidio!

57
B
U
RR
O
.

Pues a mí me
g
ustaría saber leer pero como so
y
un burro no ha
y
quien me
ense
ñ
e.
P
ERR
O
.—
¿Y qué i
b
as a apren
d
er tú
d
e un simp
le
lib
ro?,
lo que necesitas sa
b
er ya
lo
tienes apren
d
id
o, tra
b
a
jar, tra
b
a
jar
y

h
acer e
l
b
urro.
B
U
RRO
.— Pues me
g
ustaría sa
b
er
leer
.
N
ARRAD
O
R
.
— E
l
g
ato se
levanta
y
se vue
lve a tum
b
ar
junto a
l perro
y
e
l
b
urro
.
G
AT
O
.—
Pues
y
o pienso que leer debe ser mu
y
cansado
y
no quiero aprender porque
mi pereza no me
lo permite, es cansa
d
o
h
asta cazar ratones.
B
U
RR
O
.—
Y tú, ¿cuándo cazas ratones?, jamás te he visto perseguir a ninguno, solo

re
f
un
f
uñas cuando pasan por tu lado.
P
ERR
O
.— So
y

y
o quien los persi
g
ue para que la abuela no se enfade con el
g
ato.
G
AT
O
.— Te do
y
las
g
racias por ello pero es que los ratones huelen tan mal... u
fff…
(
El
g
ato sacude su cuerpo.
)
N
ARRAD
O
R
.
— Lle
g
a un pá
jaro con precaución
y
se sorprende
que el niño no se levante para correr detrás
d
e é
l intentan
d
o a
g
arrar
lo.
P
ÁJARO
.—
¿
Qué
le ocurre a Luis que no me
h
a visto
ll
e
g
ar
?
G
AT
O
.— Está
le
y
en
d
o.
P
ÁJARO
.—
¿
Eso qué es
?
P
ERR
O
.—
U
n entretenimiento
que lo tiene alucinado.
B
U
RR
O
.— E
l
lib
r
o

le

está

co
n
ta
n
do

cosas
m
a
r
a
vi
llosas

de

la
vi
da

de

los

a
nim
ales
.
P
Á
J
AR
O
.—
¿
Es que no sabe cómo vivimos?
G
AT
O
.—
Nuestra vi
d
a sí, pero no
la
d
e
los anima
les
d
esconoci
d
os que su a
b
ue
la
d
ice
que
le cuenta e
l
lib
ro
.
P
Á
J
AR
O
.

¿
Es que ha
y
animales desconocidos?, vo
y
a mirar un poco a ver si me entero
.
N
ARRAD
O
R
.
— E
l pá
jaro se
d
esp
laza
y
mira por encima
d
e
l
h
om
b
ro
d
e Luis.
P
Á
J
AR
O
.—
¡
O
h
!
¡
O
h
!
¡
O
hhh
!
58
A
BU
EL
A
.
— Luis, vamos a comer, lue
g
o continúas.
L
UI
S
.— Ya vo
y
, a
b
ue
la
.
N
ARRAD
O
R
.
— E
l niño se
levanta
y
entra en
la casa
d
e
jan
d
o e
l
lib
ro en
la si
ll
a.
P
E
RRO
.
— Tenemos que hacer desaparecer ese libro que es nuestra ruina
.
G
AT
O
.— A mí no me liéis.
¿
Y si Luis se enfada?
B
U
RR
O
.
— Lo haré
y
o, para eso so
y
el burro
y
sabe que el libro no me interesa.
N
ARRAD
O
R
.
— El burro toma el libro, lo esconde ba
jo la cesta de las verduras
y
vuelve
corriendo a su sitio. El niño sale de nuevo
y
se sorprende al no encontrar
e
l li
b
r
o.
L
UI
S
.— A
b
ue
la, e
l
lib
ro no está aquí.
A
B
UEL
A
.—
(
Desde dentro de la casa.
) L
o
h
ab
r
ás

t
r
a
ído

cua
n
do
vini
ste

a

co
m
e
r.
L
UIS
.— No, lo de
jé en la silla
y
ahora no está.
(
Triste, se pone a llorar
y
entra en la casa.
)
N
ARRAD
O
R
.
— Un cone
jo aparece cerca de la cesta de verduras para robar
zanahorias, con la prisa el canasto se cae
y
ve el libro
.
C
O
NE
JO
.—
¿
Qué es esto? Un libro
y
parece interesante...
La vida de los animales, ¡qué guay!
N
ARRAD
O
R
.
— E
l cone
jo saca e
l
lib
ro
y
se sienta a
leer.
Los otros anima
les se sorpren
d
en
y

d
icen
admirados: «¡Un cone
jo que sabe leer!».
Pero el cone
jo no hace caso
y
comienza
a comentar
lo que
lee en e
l
lib
ro
.
C
O
NE
JO
.
— L
os

a
nim
a
les

so
n
se
r
es
viv
os
.
P
E
RR
O
.
— Va
y
a nove
d
a
d
, eso
y
a
lo sa
b
emos,
n
o

es
n
ecesa
ri
o
l
ee
rl
o

e
n
u
n li
b
r
o
.
C
O
NEJ
O
.
— E
l
ho
m
b
r
e

ta
m
b

n
es

u
n
a
nim
al
.
B
U
RR
O
.—
(
Alzando las patas delanteras.
)

¡No!, eso
no es posi
bl
e, e
l
h
om
b
re es e
l
h
om
b
re,
¿
cómo va a ser un anima
l si no sa
b
e caminar
a cuatro
p
atas?
C
O
NE
JO
.
— E
sa
n
o

es

u
n
a
r
a
z
ó
n.
N
ARRAD
O
R
.
— Los animales empiezan una discusión sobre el hombre
y
después sobre
pájaros y… Cada cual siente curiosidad por su especie y se interrumpen
unos a otros con preguntas.

59
P
ERR
O
.—
¿
To
d
o eso está escrito en e
l
lib
ro
?
C
O
NEJ
O
.—Sí,
y
podemos ver las
f
otos, son preciosas.
B
U
RRO
.—
O
y
e, cone
jo, si ese libro tiene noticias de cone
jos
y
perros es posible que
tam
b
ién
h
a
bl
e
d
e
b
urros
.
C
ONEJO
.—
Pues claro, escucha. Burro o asno si
g
nifica «caballo pequeño», desciende
d
e los asnos salva
jes de África, fue domesticado por los e
g
ipcios hace
6
.000 años. Tam
b
ién es un
b
urro e
l me
d
io
d
e transporte
d
e Sanc
h
o Panza
e
n l
a

ob
r
a
li
te
r
a
ri
a
D. Quijote de la Manch
a
y burro es el protagonista de
P
latero
y

yo

d
e Juan Ramón Jiménez
y
Burro es uno
d
e
los persona
jes
d
e
la película de animación
S
hrek
,

y

B
U
RR
O
.—
Qué
g
ua
y
,
y
y
o que creí que no tenía
h
istoria, a partir
d
e a
h
ora me
ll
amaréis
se
ñ
o
r B
u
rr
o.
G
AT
O
.—
¡Cie
lo santo!, qué cansino es este
b
urro. A
h
ora, ¡ca
ll
aos!, necesito sa
b
er qué
cuenta ese libro de los
g
atos.
C
O
NEJ
O
.— Voy a
b
uscar…
(
pasando varias hojas
) Ya
lo tengo. E
l gato…
N
ARRAD
O
R
.
— Cone
jo si
g
ue
le
y
en
d
o pero e
l a
lb
oroto
d
e to
d
os
le
h
ace
d
ecir:
C
ONEJO
.—Un poco de silencio, por favor, voy a buscar…
B
U
RR
O
.
— Os pido un favor, de
jemos el libro en la silla para que lo encuentre Luis. Los
lib
ros son maravi
ll
osos y enseñan muc
h
as cosas, Luis
lo necesita.
L
U
I
S
.—
(
Desde la casa.
)
Abuela, me vo
y
a
ju
g
ar
.
A
B
U
ELA
.— Vale, pero si
g
ue buscando el libro
.
L
UI
S
.—
(
Llegando a la silla.
) ¡A
b
ue
la!,
lo
h
e encontra
d
o,
esta
b
a en
la si
ll
a, vo
y
a se
g
uir
le
y
en
d
o.
N
ARRAD
O
R
.—
E
l niño se sienta, a
b
re e
l
lib
ro
y
comienza a
leer. Los anima
les corren y se co
locan
d
etrás
del niño
,
miran todos con mucha atención
,

no saben leer pero las
f
oto
g
ra
f
ías
les sorprenden y les muestran la
d
iversi
d
a
d

d
e cosas que se pue
d
en
apren
d
er en un
lib
ro. E
l
g
a
ll
o
d
es
d
e
el te
jado canta ¡quiquiriquí!
S
E
C
IERRA EL TEL
Ó
N M
aría Lourdes García Jiménez
,
La ma
g
ia de los libros
,

en www.doslourdes.net/la-ma
g
ia-de-los-libros.htm//

60
El duende de la ñ
Don Leo
p
oldo es miembro de la Real Academia de la
Len
g
ua
y
su tra
b
a
jo consiste en ve
lar por e
l
b
uen uso
d
e
l i
d
ioma. En
la Aca
d
emia ocupa e
l si
ll
ón
d
e
la
letra ñ,
y siente por esta letra una predilección especial. […
]
E
l aca
d
émico tenía una
h
ija, Mati
ld
e. Era
médica
y
estaba casada con Andrés, que
t
ambién era médico; tenían un hi
jo, Carlos,
d
e nueve años, y to
d
os vivían con é
l en una
c
asa
g
ran
d
e no
le
jos
d
e
la Aca
d
emia. […]
I
d
oia era
la a
y
u
d
ante
d
e
d
on Leopo
ld
o, contrata
d
a
por
la Rea
l Aca
d
emia como programa
d
ora
informática,
y
pasaba muchas horas con él en casa,
t
rabajando en su despacho. La primera vez que estuvo
all
í,
d
on Leopo
ld
o
le presentó a su nieto. […]
Idoia sentía por el académico un
g
ran respeto. Solía
d
ecir que era un sa
b
io, a quien a
d
mira
b
a muc
h
o por su conocimiento
d
e
la Len
g
ua
y

d
e
l uso que
los
h
a
bl
antes
h
acen
d
e
l i
d
ioma. Esta
b
a contenta
d
e ser su a
y
u
d
ante
y
de colaborar en sus pro
y
ectos
y
traba
jos. […] Ella no sabe que en la Real Academia
ha
y
un duende.
[…] También traba
ja en la casa Ana, que es de Perú. Cuida de la casa
y
atiende a toda
la familia.
[

]
Cuando Carlos le daba las buenas noches a su abuelo, este le contaba cosas interesantes. Una de esas noches, hace tiempo, el abuelo le pre
g
untó:
—¿Crees en
los
d
uen
d
es?
—Depen
d
e —
d
ijo Car
los.
Don Leopoldo lo miró por encima de los lentes. Los cristales de sus
g
afas eran tan
estrec
h
os que parecían
la mita
d

d
e
l crista
l:
6
61

¿
De qué depende
?
—Depen
d
e
d
e
l
d
uen
d
e —respon
d
ió Car
los. […]
—Tu res
p
uesta se
p
resta a confusión, es un lío, un
galimatías
.
¿
Crees o no crees en los duendes? Porque,
vamos a ver,
¿
qué es un duende? A ver cómo lo define
e
l
d
icc
io
n
a
ri
o
.
La pa
la
b
ra «
d
uen
d
e» venía en e
l
d
iccionario
y

d
ecía:
Duende. Espíritu
f
antástico que habita en al
g
unas casas.
S
on traviesos
y
causan trastornos. Pue
d
en aparecer con
d
istintas fi
g
uras
.
—Bien —continuó su abuelo—,
¿
crees o no crees en los espíritus
fantásticos
y
traviesos que habitan en al
g
unas casas
y
causan tras
-
to
rn
os?
—Sí —respon
d
ió Car
los.
—P
ues

e
n
la
R
eal
A
cade
mi
a

te
n
e
m
os

u
n
o
:
el

due
n
de

de

la
ñ. E
so

d
ice

la

b
ibl
iote-
caria, Margarita. Según ella, cuando alguien abre el viejo libro de la
Ñ
, uno de los
veinticuatro
g
randes libros que se
g
uardan en el sótano, siempre ocurre al
g
o extraño.
¿Q
ué te parece
?
Carlos se quedó tan… sorprendido
y
… fascinado que no supo qué responder. En
la Rea
l Aca
d
emia,
d
on
d
e tra
b
a
ja
b
a su a
b
ue
lo,
h
a
b
ía un
d
uen
d
e. Por
lo visto, sí. En
un escon
d
id
o sótano
d
on
d
e se
g
uar
d
a
b
an veinticuatro
lib
ros anti
g
uos
d
e tamaño
g
ig
ante, que correspondían a cada una de las letras del al
f
abeto.
El libro de la letra A. El libro de la letra B. El libro de la letra C… Y al parecer, se
g
ún
Mar
g
arita, cuando al
g
uien abría el libro de la
Ñ
, sucedían cosas extrañas porque all
í
debía de esconderse al
g
ún duende: el duende de la ñ.
—¿Hace travesuras? —le preguntó a su abuelo.
—C
laro. Son traviesos
y
causan trastornos. A
d
mito que este
d
uen
d
e
d
uerme muc
h
o
y es si
lencioso; es e
l
d
uen
d
e
d
e
l sueño. Recuer
d
a que sueño se escri
b
e con ñ. Sin
em
b
argo, ya te
h
e
d
ic
h
o que
la Aca
d
emia… Humnn,
h
an ocurri
d
o cosas
b
astante
extrañas. A Mar
g
arita, la bibliotecaria, una vez le desaparecieron los
g
uantes. Los buscó
inútilmente,
y
ella ase
g
ura que los de
jó encima de la mesa. Lo más curioso es que
aparecieron al cabo de unas semanas. Miró en un ca
jón
y
allí estaban con una sorpresa
dentro: un anillo de oro. ¡Hay que ver! Los duendes son generosos. Margarita conserva
e
l ani
ll
o. Por cierto, que nunca se
lo quita,
d
ice que no pue
d
e sacar
lo
d
e su
d
e
d
o
.
Carlos conoció a Mar
g
arita la primera vez que
f
ue a la Academia. Su abuelo se la
presentó,
y
pu
d
o ver con sus propios o
jos e
l ani
ll
o que e
l d
uen
d
e
le
h
a
b
ía re
g
a
la
d
o
.

Los padres de Carlos se fueron de viaje y, hasta su regreso, Ana se quedó en la
casa para cuidar de don Leopoldo y de Carlos. Y esos días vendría a vivir con ellos
Caterina, la hija de Ana. Carlos y Caterina eran muy amigos, pasaban juntos muchas
tardes de verano y se divertían de lo lindo. Caterina sabía que en la Real Academia de
la Lengua, donde trabajaba el abuelo de Carlos, a veces ocurrían cosas extrañas, por
eso Carlos pensó que sería divertido visitar la Academia; así, Caterina podría ver con
sus propios ojos el anillo que el duende había regalado a la bibliotecaria y conocer el
sótano de los libros gigantes, donde se encontraba el duende. Preguntó a su abuelo
si les daba permiso para ir a la Academia con Idoia. Y se lo dio.
La Aca
d
emia que
d
a
b
a a un par
d
e manzanas. Bastó caminar un poco para a
lcanzar
el antiguo y bonito edi

cio, con columnas y un jardincillo ante la entrada principal.
Accedieron a él por una calle lateral. Al entrar, a Caterina le pareció un lugar muy
serio.
[

]
Recorrieron un
lar
g
o pasi
ll
o
y

ll
e
g
aron a
la sa
la
d
e or
d
ena
d
ores, en
la que i
b
a a
tra
b
a
jar I
d
oia. […]

¿
Po
d
emos sa
lu
d
ar a Mar
g
arita? —pre
g
untó Car
los.
A I
d
oia no
le pareció ma
l
la propuesta, sa
b
ía que Car
los conocía a
la
b
ibl
iotecaria.
Pero e
ll
a no
los po
d
ía acompañar
.
—Concedido —di
jo—. Saludad a Mar
g
arita, después me esperáis aquí.
¿
Recuerdas
cómo se va a
la
b
ibl
ioteca? Ha
y
que cruzar e
l vestí
b
u
lo.
Carlos lo recordaba. Vista desde el vestíbulo, a Caterina la Academia le parecía
más bonita
y
ale
g
re que antes. El suelo era de mármol reluciente. Había columnas
y
v
idrieras alrededor,
y
un escudo pintado en el techo.
63
Una señora lo cruzaba, en sentido contrario al de ellos, llevando una
p
ila de libros
entre
las manos. Era ru
b
ia, con e
l pe
lo riza
d
o. Esta
b
a mu
y

b
ien peina
d
a, como si
aca
b
ara
d
e sa
lir
d
e
la pe
luquería. Vestía c
h
aqueta
y
panta
lón.
Al ver a Carlos se paró:
—Tú eres e
l nieto
d
e
d
on Leopo
ld
o —
le
d
ijo—. Ha
y
que ver cómo
h
as creci
d
o. ¡Qué
ma
y
or te has hecho!
¿
No te acuerdas de mí? So
y
Mar
g
arita.
¡
Mar
g
arita! Era e
ll
a, sí. Car
los
la reconoció
y
le
d
e
d
icó una sonrisa. Buscó sus manos,
pero no vio el anillo, sus dedos estaban escondidos ba
jo los libros. […]

¿
Po
d
emos ver
los
lib
ros
g
ig
antes? No tocaremos na
d
a, so
lo queremos ver
los en
la
estantería —pre
g
untó Carlos.
Mar
g
arita se que
d
ó pensativa. No
le entusiasma
b
a
la i
d
ea
d
e
b
a
jar a
l sótano
d
e
los
libros
g
ig
antes, allí ocurrían cosas que… ¡Uf! En fin. Era el nieto de don Leopoldo…
Fina
lmente aceptó:
—De acuerdo, esperadme en la biblioteca. […]
Car
los
y
Caterina entraron en
la
b
ibl
ioteca. Era
g
ran
d
e
y
anti
g
ua, con estanterías
de madera, muchos libros
y
pequeñas lámparas con tulipas de cristal. Era bonita
y
esta
b
a mu
y
i
lumina
d
a. Car
los, que
la
h
a
b
ía visita
d
o otras veces con
su abuelo, se sintió bien, en un lugar familiar. Si no se equivocaba,
la puerta que conducía al sótano de los libros
g
ig
antes
se hallaba al
f
ondo. […]
—¡Ya esto
y
aquí! —exclamó Mar
g
arita
a
l ll
e
g
ar—. Y co
g
ió una
ll
ave
d
e encima
de
l
a
m
esa.
Car
los
le
d
ijo a Caterina con
d
isimu
lo:

¿
Ves e
l ani
ll
o que
ll
eva en
la mano izquier
d
a?
La niña miró el anillo ancho
y
reluciente:
—¡
S
í! ¡
Q

g
ua
y
!
Mar
g
arita se acercó a la puerta de acceso al
sótano,
la a
b
rió, pu
lsó e
l interruptor
d
e
la
luz
y
bajaron algunos escalones.
Er
a

u
n
a

sala
r
edo
n
da

co
n
el

suelo

de
m
ade
r
a
.
Una estantería ocupaba toda una pared. En
me
d
io
d
e
la sa
la
h
a
b
ía una mesa y un par
d
e
ba
n
cos

de
m
ade
r
a.

64
—Ahí están —señaló Mar
g
arita— los libros correspondientes a cada letra del
a
b
ece
d
ario. Los
g
uar
d
amos aquí para evitar que sean manosea
d
os innecesaria-
mente. Son anti
g
uos
y
a
lg
unos se
h
an
d
eteriora
d
o con e
l paso
d
e
l tiempo. So
lo
queríais verlos colocados ahí,
¿
no?
—¡Ahí está! ¡El libro de la
Ñ
! —exclamó Carlos señalándolo con el dedo.
—Libro de la
Ñ
—le
y
ó en el lomo Caterina.
Y a
l pronunciar
lo, notó
la presencia
d
e un
d
uen
d
e.
¿
Estaría entre
las pá
g
inas en e
l
in
te
ri
o
r
del

lib
r
o?
Se
g
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on Leopo
ld
o, era un
d
uen
d
e
d
iminuto, si
lencioso, que so
lía
d
ormir en e
l
pa
lito
d
e
la ñ. […] E
l aca
d
émico
h
a
b
ía exp
lica
d
o a Car
los que a
lg
unos a
d
u
ltos
h
a
b
ían
si
d
o o
b
jeto
d
e sus travesuras; otros
h
a
b
ían perci
b
id
o su presencia; y so
lo unos c
h
icos,
que en cierta ocasión visitaron la Academia, ase
g
uraban haberlo visto.
Caterina pensó: «¡A
h
, si yo
lo viera! ¡Si yo
lo viera! ¡Si yo
lo viera!».
Cerró los ojos y, al abrirlos, le pareció que el palito de la eñe, en el lomo del libro, se
mov
ía.
No era el palito. Algo se movía en el palito ondulado. ¡El duende! ¿Un duendecillo
azul! Caterina lo vio. Se desperezaba; al parecer, lo habían despertado. Llevaba
puestas unas ma
ll
as muy ceñi
d
as, un c
h
a
leco
largo y una
b
oina azu
l.
65
El duende bostezó, se
q
uitó la boina, se rascó la
ca
b
eza
y
… ¡Hu
y
! De un
b
rinco se metió en e
l b
o
lsi
ll
o
d
e
la camiseta
d
e Car
los, que empezó a sentir
unas cosqui
ll
as irresisti
bl
es
y
a reírse
d
e manera
descontrolada. Reía sin cesar
,
hasta daba saltos de
ta
n
ta
ri
sa
.

¿
Qué pasa, Car
los? —
le pre
g
untó Mar
g
arita con una
so
nri
sa

e
n
los

lab
ios
.
Ella podía ima
g
inarlo, conocía bien las cosas que
ocurrían en el sótano. Por eso no siempre
esta
b
a
d
ispuesta a entrar a
ll
í.
[…] Era e
l
d
uen
d
e, e
ll
a
lo sa
b
ía. Aunque
no
le
g
usta
b
a
h
a
bl
ar
d
e e
ll
o
d
emasia
d
o;
n
o

todos

e
n l
a
A
cade
mi
a

c
r
e
ía
n
e
n
e
l
due
n
dec
ill
o
.
Car
los no po
d
ía
d
e
jar
d
e reír
y

h
acía cosas
que é
l…
b
ueno, nunca
h
u
b
iera
h
ec
h
o
d
e no ser por e
l
d
uen
d
e. Da
b
a sa
ltos,
s
e su
b
ía en e
l
b
anco, se apoya
b
a en
la
m
esa
r
eto
r
c

n
dose

de
ri
sa
.
[…] El duende debió de quedarse
dormido en el bolsillo de Carlos, porque
d
e pronto cesó su risa.
—Será me
jor que re
g
reséis con I
d
oia, niños —
d
ijo Mar
g
arita,
y

los acompañó
h
asta
e
l vestí
b
u
lo
.
C
arlos fue tras ella como un zombi. Estaba mareado.
C
ansado de tanto moverse.
¡
Uf! Si
g
uió a Mar
g
arita
y
no vio los
g
estos que Caterina hacía intentando llamar su
ate
n
c

n
(quería advertirle que el duende estaba en el bolsillo de su camiseta)
.
Cuando se quedaron solos, Caterina le pudo contar a Carlos:

¡
He visto al duende, está en tu bolsillo!
¡
Lo he visto!
¡
Lo he visto!
¡
No está en la
biblioteca! ¡Lo tenemos aquí!
Caterina esta
b
a muy nerviosa y Car
los
la creyó. No so
lo por su visi
bl
e nerviosismo,
s
ino tam
b
ién porque, se
g
ún
las cosas que su a
b
ue
lo
le
h
a
b
ía conta
d
o
d
e
l d
uen
d
e
y
la
experiencia que é
l mismo
h
a
b
ía vivi
d
o,
lo consi
d
era
b
a capaz
d
e cua
lquier travesura.
C
ar
lospalpó e
l
b
o
lsi
ll
o
d
e
la camiseta, miró
d
entro
y
na
d
a. No vio na
d
a.
L
uisa Vi
ll
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b
ana
,
E
l
d
uen
d
e
d
e
la ñ
,
E
d
. E
d
e
lvives
,
Co
l. A
la De
lta.

66El duende de las sillas
M
arisa Moreno
,
en www.cuentilandia.es
El duende Simón El duende
S
imón
es mu
y

ju
g
uetón
y
siempre se esconde,
¿alguien sabe dónde?
Desde

e
l m
es

de

e
n
e
r
o
due
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e

e
n
e
l
sa
le
r
o.
A menudo, el
p
illo,
v
ia
ja en tu bolsillo.
Si mamá
lo
d
e
ja
se su
b
e a tu ore
ja
y
se
d
espereza
sob
r
e

tu

cabe
z
a
.
D
uen
d
e pe
litieso,
requetetrav
ieso
,
de rojos mo

etes,
d
i, ¿
d
ón
d
e te metes?

Carmen Gi
l,
V
ersos
d
e cuento, E
d
. SM.
V
ive en mi cole
g
io
e
l
d
uen
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las si
ll
as,
astuto

se
m
ue
v
e
co
m
o
l
as

a
r
d
ill
as
.
S
iento entre mis piernas
correr sus cosqui
ll
as
y
una risa in
g
enua
t
ie
m
bla

e
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ba
r
b
illa
.
Contento se
b
ur
la,
s
ilb
a en mis oí
d
os,
se
m
ete

e
n
los

lib
r
os
y
h
asta en
los
b
o
lsi
ll
os.
Jue
g
a en tu nariz
d
e mentiri
jill
as,
s
e enre
d
a en tu pe
lo,
b
esa tus me
jill
as.
DD
ib
u
jan
los niño
s
eel
a
b
ece
d
ario
,
yy
é
l,
les
h
ace trampas
,
bbo
rr
a
n
do

sus

t
r
a
z
os.
MM
ueve sus cua
d
ernos,
limp
ia sus z
ap
atos
,
yy

les man
d
a
g
uiños
desde aquel armario. dd l i
Rayas, el duende Esta es
la
h
istoria
d
e un
d
uen
d
e a ra
y
as.
Era un duende como todos los demás duendes:
p
e
q
ueño de estatura, más bien
g
ordito, á
g
il e inquieto, curioso
y
pre
g
untón, tierno
y
arisco, descarado
y

g
oloso…
En fin, un duende como cualquier otro: excepto, claro está, que no se vestía de un
s
olo color, ni siquiera de dos, sino de muchos
y
a ra
y
as. Y, naturalmente, su nombre
era Ra
y
as.
Y Ra
y
as, como todos los duendes, disfrutaba haciendo disparates e inventando
mil fechorías para complicarles la vida a los demás. Y no es que Rayas tuviera mala
idea

o
f
ue
r
a

u
n
se
r perverso
,
no. Es que, como todos los duendes, necesitaba hacer
picardías para llamar la atención y recordar continuamente a las gentes que los
due
n
des

e
xi
ste
n.
Le encantaba imitar al Duende Rojo, que cambiaba los huevos del nidal de la gallina
al de la pata, y al revés. Luego, se divertía enormemente cuando mamá pata se
aver
g
onza
b
a a
l ver que sus patitos no querían ni acercarse a
l a
g
ua, o cuan
d
o mamá
g
allina se horrorizaba al ver a sus pollitos lanzarse decididamente de cabeza al
estanque.
Lo pasaba en
g
rande
ju
g
ando, como el Duende Gris, a
f
ormar remolinos de polvo
en
los
d
ías
d
e ca
lor y
d
e tormenta, para meter c
h
initas
d
e arena en
los ojos
d
e
las
personas
y

h
acer
las
ll
orar
y
ce
g
ar
las
d
urante un
b
uen rato.
Y pasa
b
a tar
d
es enteras ocupa
d
o en copiar a
l Duen
d
e Ver
d
e, que
h
acía crecer ma
las
hierbas en los surcos de las huertas y en los planteles de los jardines y especialmen hierbas

en

los

surcos

de

las

huertas
y

en

los

pl
anteles

de
e

los
jjardines

y,yyyy

e
sp
ppppp
ece
ialmen
-
t
e, en
los cana
lones
d
e
l a
lero
d
e
los te
ja
d
os. Así,
en
n
lloosos
dddd
íaíaía
sss
dedede
e
de
e
dedede
ee
lllllllululuuuuuulululuuulu
vivivivivivivivivivvvvivvvvvvivvvi
ii
vv
a,aaaa,aaaaaaaaaaaaaaaaa
eeeeeeee
l lllll
agagagagag
uauuauuu
ss
ee
atat
as
ca
bbababbbb

y
no corría por e
l d
esa
g
üe,
y
en
la casa
h
a
b
íaa
gggg
otototot
eeerer
r
asasasasasasasas
s
a
s
as
.......
¡
Cómo dis
f
rutaba Ra
y
as!

68
Claro que también le divertía mucho
f
astidiar como lo hacía el Duende Morado.
Y se co
la
b
a
las tar
d
es
d
e
los
d
omin
g
os en
la
h
a
b
itación
d
e cua
lquier niño que
estuviera so
lo para
h
acer
le pensar que to
d
os
los
d
emás niños se esta
b
an
d
ivirtien
d
o
muc
h
ísimo, mientras é
l esta
b
a so
lo y triste. Y no
le
d
eja
b
a caer en
la cuenta,
h
asta
después de mucho rato, de que uno que está triste porque está solo y se aburre,
d
e
b
e sa
lir en
b
usca
d
e otro que tam
b
ién esté triste, so
lo
y
a
b
urri
d
o, para empezar
a
d
ivertirse
los
d
os
juntos.
Y le parecía estupendo copiar al Duende Ne
g
ro. Y despertaba a las
g
entes a media
noc
h
e para que pu
d
iesen escuc
h
ar e
l cruji
d
o
d
e
las ma
d
eras
d
e
los viejos mue
bl
es,
el rechinar de las puertas mal cerradas
y
el ulular del viento en la chimenea. Y lue
g
o
se sentaba en su almohada, sin que ellos se dieran cuenta,
y
les a
y
udaba a inventar
h
isto
ri
as

de

te
rr
o
r.
¡Ah! Y cuando Ra
y
as se re
g
oci
jaba verdaderamente en
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rande era cuando podía
ju
g
ar a que era un
d
uen
d
e
d
e
d
os co
lores. Amari
ll
o-Li
la, por e
jemp
lo. ¡Eso sí que
era
f
ormidable! Los duendes de dos colores saben como nin
g
ún otro hacer que las
cosas se pierdan.

¿
Pero
d
ón
d
e están mis ti
jeras? ¡Si
las tenía a
h
ora mismo
aquí, encima
d
e
la mesa! —
d
ecía
la A
b
ue
lita. Y se
v
olvía loca dando vueltas por la habitación sin
e
ncontrar
las. Y, cuan
d
o
la po
b
re señora esta
b
a
y
a
c
asi desesperada de tanto buscar las ti
jeras, ¡zas!,
Ra
y
as las colocaba con todo cuidado
junto a
Car
litos, que esta
b
a tranqui
lamente senta
d
o
e
n la alfombra
ju
g
ando con sus cromos.
—¡Te h
e
d
ic
h
o mi
l veces que no me
q
uites
las ti
jeras! —
g
rita
b
a in
d
ig
na-
d
a la Abuelita—.
¡
Eres un niño in-
s
oporta
bl
e! Me estás vien
d
o
b
us
-
c
ar
y
b
uscar
las ti
jeras
y
d
ar vue
ltas
y
más vueltas por la habitación sin
e
ncontrar
las
y
no me
d
ices que
las
t
ie
n
es

tú…
—Pero, si yo… —empezaba a decir Carlitos.
Y l
a
A
bue
li
ta

se

e
n
fadaba
m
uc
h
o
m
ás

toda

a
:
—¡No me repliques…! En cuanto lle
g
ue tu padre le vo
y
a contar las cosas que me
haces
y
lo mal que te portas conmi
g
o.
Y Ra
y
as se reía
h
asta tener que a
g
arrarse
la
b
arri
g
a que
le
d
o
lía
d
e tantas carca
ja
d
as
y tener que secarse los ojos que le lloraban de pura risa. […]
69
Un día, de repente, no se sabe mu
y
bien por qué, a Ra
y
as se le ocurrió mirar el
calendario. Y se quedó con la boca abierta,
y
una cara de sorpresa tal que la urraca,
q
ue
p
asaba
p
or allí en un vuelo de
p
lacer, se le
q
uedó mirando asombrada. Tan
embobada se le quedó mirando que se le olvidó batir las alas
y
, naturalmente, se
ca
y
ó al suelo de
g
olpe,
y
se dio un porrazo que la tuvo
f
astidiada el ala izquierda
du
r
a
n
te
v
a
ri
os

d
ías
.
E
l estrépito
d
e
la caí
d
a
d
e
la urraca sacó a Rayas
d
e su ensimismamiento
f
r
e
n
te

a
l
ca
len
d
ario. […]
El caso es que Ra
y
as recuperó la movilidad
y
lo primero que hizo
f
ue darse un buen
g
uantazo en la frente
:
—¡Zapatetas! ¡Si el miércoles que viene es mi cumpleaños! Ahora tenía
p
or dentro elremusguillo emocionante del
q
ue tiene
q
ue
p
reocu
p
arse de
los preparativos de una
g
ran fiesta. […] Y el remus
g
uillo de
inquietu
d

le
d
uró tanto que to
d
avía
le cosqui
ll
ea
b
a
en el estóma
g
o cuando se
f
ue a la cama.
Y
la cosa no era para menos. Ra
y
as i
b
a a cump
lir
s
etenta años, ¡setenta añazos
!

Y
esta que es una
edad importante para cualquiera, lo es mucho más
para un duende.
Ra
y
as puso la cabeza sobre la almohada. Una cabeza llena
d
e pro
y
ectos maravi
ll
osos:
b
oca
d
ill
os
d
e varias
c
lases,
b
o
ll
os re
ll
enos
d
e crema, tortitas
d
e
mie
l, c
h
oco
late, naran
ja
d
a,
licor
d
e moras,
lista de invitados
,
servilletas de colorines
,

t
arta con velas… Y de repente se quedó
do
rmi
do
.
A
la mañana siguiente se
levantó muy
t
emprano
y
mu
y
contento.
P
reparar una
fiesta de cum
p
leaños es siem
p
re una cosa
muy divertida y muy emocionante. […]
T
endría que haber bocadillos de, al menos, cinco rellenos distintos. Bollos de cuatro
clases, tortitas de tres colores. Una tarta de siete pisos
y
siete
g
ustos. Bebidas mu
y

d
u
lces, menos
d
u
lces,
d
u
lces so
lamente,
y
amar
g
as; porque no a to
d
o e
l mun
d
o
le
gustan los mismos sabores. Mantel calado, velas, adornos,

ores… ¡ah!, y tarjetas
ro
jas para las invitaciones
.
María Puncel
,
Un duende a ra
y
as, Ed. SM
,

Co
l. E
l Barco
d
e Vapor, Serie Azu
l.

70
¿Quién era Johannes Gutenberg?
Se le conoce como el inventor de la imprenta.
Nació en Ma
g
uncia, A
lemania, entre
los años 1398
y
1400. Su pa
d
re era orfebre
y

d
irector
d
e
la casa
de la moneda de Ma
g
uncia. Johannes aprendió
el oficio de su padre.
Realmente no fue el inventor de la imprenta, sino quien per
f
eccionó la
f
abricación de
lib
ros, me
joran
d
o
los e
lementos que
y
a
em
p
leaban los chinos.
E
sos

ele
m
e
n
tos

e
r
a
n:
U
la tinta
d
e impresión
;
U

los tipos móviles o piezas metálicas,
que tienen
f
orma de prisma
y
que
cada

u
n
a

co
n
t
ie
n
e

u
n
s
ím
bo
lo

e
n
relieve invertido
;
U

la aleación de estaño, plomo
y
antimonio para fundirlos.
Su traba
jo de perfeccionamiento
fue fundamental para el desarrollo y
di
f
usión de la cultura, ya que gracias
a la im
p
renta de ti
p
os móviles de
Gutenber
g
, se conse
g
uía la
f
abrica-
c

n
de

lib
r
os

e
n
se
ri
e.
Pu
d
o ver cómo su «invento» se exten
d
ía por to
d
a Europa,
y
a su muerte, a
l menos
oc
h
o ciu
d
a
d
es importantes conta
b
an con ta
ll
eres
d
e impresión. Murió a
los 68 o 70
años en su ciudad natal, sin ser suficientemente reconocido
y
en la más absoluta
m
ise
r
ia
.
El me
jor traba
jo que realizó la imprenta de tipos móviles de Gutenber
g
fue la Biblia
de
42
lín
eas
. E
sta
ob
r
a
m
a
r

el
ini
c
io
de
la
E
d
a
d
d
e
la Imprent
a
(me
d
ia
d
os
d
e
l sig
lo
X
V
); se rea
lizaron 180 e
jemp
lares (45 en papiro
y
135 en pape
l). Los e
jemp
lares, una vez
im
p
resos,
p
asaron a ser rubricados e iluminados
p
or es
p
ecialistas, convirtiéndose en
piezas únicas. Esta Biblia forma parte del famoso
g
rupo de losincunables
,

ta
l
co
m
o

se
d
enominó a to
d
os
los
lib
ros impresos antes
d
e
l 1
d
e enero
d
e 1501.

71
La batalla contra el dragón
Juanolo oyó una conversación entre sus padres. Estaban muy apesadumbrados
porque habían perdido la cosecha y pensaban que ellos y sus hijos iban a morir de
hambre; solo se salvarían si encontraban el Caldero de Oro que Todo lo Cuece y
Todo lo Sabe. Como Juanolo era el mayor de cinco hermanos, decidió que era a él
a quien le correspondía ir a buscar el Caldero de Oro. Emprende la aventura llena
de situaciones extremas que tiene que superar y, finalmente, se enfrenta al dragón.
Era un
d
ra
g
ón
d
e
l
g
énero
d
e
los po
lisarcios,
g
enera
lmente mu
y

o
b
esos y con e
l cuerpo cu
b
ierto
d
e escamas más
d
uras que e
l
acero. Tan

nas
y
a

ladas que pueden ser usadas como
b
isturí en e
l transp
lante
d
e ca
b
ezas
d
e
d
ragón a gatos,
a
lg
o que nunca se
h
a pro
b
a
d
o con éxito.
Este
d
ra
g
ón so
b
er
b
io
y
engreído
es
ori
g
inario
d
e América
d
e
l Sur. […]
S
on tan altos como un edificio de siete
pisos,
y
mi
d
en casi
lo mismo
d
e anc
h
o que
de alto. Tienen una panza enorme que les
d
a su aspecto característico. E
l espécimen
que nos ocupa no tiene a
las, como sue
le
ser
h
a
b
itua
l en
los
d
ra
g
ones
d
e cua
lquier
especie, eso
le
h
ace ser un e
jemp
lar poco
común
y
, por
lo tanto,
d
ig
no
d
e estu
d
io.
D
os patas traseras
g
ruesas
y
leñosas
sostienen to
d
o ese masto
d
onte sin que se
cai
g
a, aunque casi siempre está sentado o
acosta
d
o so
b
re
las
d
e
lanteras, que son más pequeñas
que
las
d
e atrás pero que tienen unas garras po
d
erosas y terri
bl
es que son capaces
d
e re
b
anarte en
d
os trocitos antes
d
e que tosas.7
72
La cola es lar
g
a
y


exible. Es una de sus armas más
peli
g
rosas
y
la usa cuando está en trance de
muerte. Por eso, sus últimos coletazos pueden
se
r
de
v
astado
r
es.
Pero
lo peor
d
e to
d
o es
la ca
b
eza.
So
lo tiene una…
y

le so
b
ra. Unos o
jos
afilados, gigantescos, que pueden girar
ca
d
a uno para un
la
d
o
y
en to
d
as
las
d
irecciones,
h
acen que posea visión
periférica, casi total. Esto le permite
t
ener contro
la
d
o to
d
o
lo que pasa a su
a
lre
d
e
d
or
.
La
b
oca es
d
esmesura
d
a,
y
si
la a
b
re
d
e
lante
d
e ti,
d
a i
g
ua
l
lo que corras
porque terminarás chamuscado
.
L
os
dientes son

nos
y
mu
y
a

lados. Están
h
ec
h
os
d
e un materia
l más
d
uro que e
l
diamante y al frotarlos entre sí producen
unas lar
g
as chispas que in

aman el
g
as que sale
d
e su panza.
La boca es cavernosa
y
g
rande,
y
está
f
orrada por dentro con una piel mu
y
f
ea que es
i
g
nífu
g
a, que no arde con el fue
g
o; por eso no se quema la len
g
ua cuando expelen
llamas. Con esta piel se fabrican los tra
jes para los bomberos
.
El dragón come piedra caliza que extrae dando bocados a las montañas, la mastica con sus
d
ientes
h
asta convertir
la en areni
ll
a y se
la traga. E
l materia
l tritura
d
o pasa a
l
primer estóma
g
o, que tiene un
líqui
d
o ne
g
ro asqueroso, que a
l entrar en contacto
con la caliza entra en ebullición, produce un gas inflamable que es expulsado cuando
e
l d
ra
g
ón
lo consi
d
era oportuno. En ese caso, a
b
re
la
b
oca, entorna
los o
jos,
y
e
l g
as
s
a
le
d
ispara
d
o por
la
g
ar
g
anta. Después, con
los
d
ientes pro
d
uce una c
h
ispa que
lo
enciende,
y
… el desastre está servido.
Juanolo tiene que luchar, en dura y desigual batalla, contra este fiero dragón, para
conseguir el Caldero de Oro que Todo lo Cuece y Todo lo Sabe. El relato nos lo hace
el propio protagonista.
[…] Mi perro
y

y
o iniciamos una suti
l retira
d
a, corrien
d
o como
g
amos, en
d
irección
contraria a
l d
ragón. Era para pensar y ejecutar una estrategia que nos
d
iera
la victoria.
Pero ese dragón era un inmortal y no tenía ninguna delicadeza con nosotros. No
ce
ja
b
a en su empeño
d
e socarrarnos
h
asta
las pestañas. Mi perro, tan va
liente como

73
siempre, se escondió en un a
g
u
jero que había deba
jo de unas rocas
y
me de
jó solo
ante e
l pe
lig
ro. Yo no me escon
d
í porque no ca
b
ía. No tenía sa
lid
a, esta
b
a ro
d
ea
d
o,
el dra
g
ón se preparaba para lanzarme la última llamarada que me enviaría al otro
b
arrio… y entonces se me ocurrió.
—¡Alto, ru

án! —
g
rité todo lo
f
uerte que el miedo que tenía me de
jó.
El dra
g
ón me o
y
ó, porque no era sordo,
y
se detuvo unos
instantes a
lgo estupefacto
.
N
o

estaba

acostu
m
b
r
ado

a

que a
lg
uien
le
d
iese ór
d
enes. Me miró otra vez
y
lanzó
una llamarada ma
y
or de la que tenía prevista antes de
que yo
le increpara
.
La llamarada no me de
jó hecho un
pincho moruno de milagro. Utilicé otra
d
e mis estrate
g
ias
d
esconoci
d
as
h
asta
para mí: e
l sa
lto
d
e
l
a

cab
r
a
l
oca
. D
e

u
n
brinco me
p
use detrás
del
esperpento aque
l.
Saqué mi espa
d
a, que
y
a
me había olvidado de ella, y se
l
a

c
la
v
é

e
n
e
l
ta

n
co
n
ta
n
ta
f
uerza que el bicho
d
io un respin
g
o
y

g
iró sobre sí mis
-
m
o
. L
a

co
la
hiz
o

u
n
movimiento
d
e torna
d
o en
g
ra
d
o
d
iez
y
avanzó
h
acia mí con
la única
y
sana intención
d
e cortarme
la ca
b
eza por
d
on
d
e más me
d
o
liera. Y
y
o, a
g
ac
h
é
la ca
b
eza esperan
d
o
lo que parecía inevitable
y
coloqué la espada en una posición de defensa antiaérea
que hizo que el dra
g
ón se cortara la cola a sí mismo. Reconozco que fue un
g
olpe
d
e suerte. ¡Menu
d
os ru
g
id
os
d
a
b
a! Sa
lía un c
h
orro
d
e
h
umo
d
e su co
la como si
estuviera escapan
d
o e
l vapor
d
e una o
ll
a exprés
d
e
l tamaño
d
e una
locomotora
d
e
l
t
r
e
n.
El dra
g
ón estaba al
g
o más que mu
y
f
urioso. Me buscaba con unos o
jos desorbitados
por e
l
d
o
lor
y
e
l o
d
io, pero
y
o me
h
a
b
ía escon
d
id
o en e
l
h
ueco
d
e uno
d
e
los
d
oce
árboles. ¡Qué necio, sandio
y
tardo fui! Los dra
g
ones tienen un olfato tan fino que
son capaces de distin
g
uir un olor a kilómetros de distancia. Volvió la cabeza hacia
d
on
d
e
y
o esta
b
a
y
compren
d
í que, o sa
lía
d
e a
ll
í por piernas, o se aca
b
aron
las
tonterías. Así que ec
h
é a correr co
lán
d
ome entre sus patas, pero se me en
g
anc
h
aron
los pantalones en una de las garras del dragón y me alcanzó una de sus llamaradas.
74
Atenazado por el dolor, di un tirón mu
y
f
uerte,
y
mezafé
y
se
g
u
í
c
orrien
d
o como a
lma que persi
g
ue e
l d
emonio. Ya esta
b
a otra
v
ez
d
etrás
d
e
l
d
ra
g
ón
y

le c
lavé
la espa
d
a en e
l otro ta
lón,
c
on tanta fuerza que casi llega hasta la empuñadura.
A
l dra
g
ón no le
g
ustó mucho aquello
y
se
en
f
adó un poco más. De su boca ya no salía f
uego sino lava incandescente. Sus ojos
d
espe
d
ían ra
y
os ro
jos que po
d
ían
h
a
b
er
p
artido el Titanic con más eficacia
que el iceber
g
. Sus afiladas
g
arras
g
ira
b
an so
ltan
d
o c
h
ispas. Parecía
e
l escenario de una
p
elícula de
c
iencia

cción.
C
on los dos
talones heridos, el dra
g
ón
n
o se pu
d
o tener en pie
y
cayó
d
e ro
d
ill
as. En ese
instante la Es
p
ada de Luz
b
ri
ll
ó entre mis manos
y
,
h
aciendo un
g
iro imposible,
d
escar
g
ó so
b
re e
l cue
ll
o
d
e
l
d
ra
g
ón un sa
bl
azo
d
e tal ma
g
nitud que la
c
a
b
eza se
d
espren
d
ió. No
s
alió sangre, ni humo, ni
n
a
d
a
d
e
lo espera
bl
e. De
l
c
ue
ll
o secciona
d
o emer
g

u
na
g
ig
antesca serpiente.
Y
c
r
ec


le
n
ta
m
e
n
te

ele
-
vándose entre los árboles. Yo me a
g
arré con fuerza a su cuello
y
ascendí con ella. No
quería mirar a
b
a
jo porque sentía que
la a
ltura era ca
d
a vez ma
y
or
y
me exponía a
d
esma
y
arme
d
e
b
id
o a
l vérti
g
o que ten
g
o. Su
b
ía, su
b
ía, su
b
ía…
h
asta que
ll
e
g
ó a
la
copa de los árboles. Allí estaba el nido,
y
en su interior: ¡el Caldero! El Caldero que
T
o
d
o
lo Cuece y To
d
o
lo Sa
b
e
.
No lo pensé dos veces. Di un salto
y
caí en el nido. Oí que al
g
o caía detrás de mí. Era
Pac
h
urri, mi perro. […] Lo
h
a
b
íamos consegui
d
o.
El Caldero los llevó a su casa, donde fueron recibidos con ale
g
ría por sus padres
y

h
ermanos. A partir
d
e ese momento
d
esapareció
la miseria porque e
l Ca
ld
ero
proporcionaba todo lo que se le pedía
.
J
uan Pedro Romero
,
J
uanolo
y
el Caldero de Oro,
Ed. Palabra
,
Col. La Mochila de Astor.

Era un dragón
blanco
Era un dragón blanco
co
con a
las
d
e p
lata,
co
n
u
ñ
as

de

cob
r
e
y

len
g
ua escarlata
..
V
ivía en una cueva,
guar
d
a
b
a un tesoro
:
e
r
a

u
n
sol
ita
ri
o
r
odeado

de

o
r
o.
U
n
d
ía un ca
b
a
ll
ero
a
l
b
osque
ll
e
g
ó.
B
uscaba

el

teso
r
o
d
e
l
bl
anco
d
ra
g
ón.
A
l v
e
r
lo

e
n
la

cue
v
a
la espa
d
a sacó
y
quiso c
lavar
la
e
n
su

co
r
a
z
ó
n.
Mas el dragón blanco,
levantando el vuelo,
le
d
ejó e
l tesoro
a aquel ca
b
a
ll
ero
.
Yo
y
a esto
y
cansado
d
e cui
d
ar e
l oro
,
de ser solitario
,
¡es tuyo el tesoro
!
Y aquel dra
g
ón blanco,
de alas de plata,
de

u
ñ
as

de

cob
r
e
y
len
g
ua escarlata,
se
m
a
r
c
h
ó
v
o
la
n
do
en busca de amor
,
por cielos azules y
el cuento acabó.
María
G
arcía Es
p
eró
n
75
Tengo un dragón escondido
d
id
o
d
eba
jo de mi almohada
c
on el que
jue
g
o de noche,
acu
rr
ucado

e
n l
a

ca
m
a
.
Es un dragón chiquitito,
apenas mide una cuarta,
pero tiene unos colmillos
afilados como espadas.
M
ira con sus
g
randes o
jos,
e
ncendidos como el fuego,
y
su lar
g
a cola lle
g
a
desde
l
a

ca
m
a
h
asta

e
l
sue
lo
.
M
e gusta jugar con él
a ima
g
inar aventuras
e
n las que
g
ana el dra
g
ón
a
l h
é
r
oe

de
l
a

a
rm
adu
r
a
.
Cuan
d
o mi
d
ragón sea gran
d
e
y
o
le a
b
riré
la ventana
para que pue
d
a vo
la
r
y
llevarme a sus espalda
s.
J
ua
n
Gu
in
ea
D
ía
z
Mi dragón
76Simona y la momia del museo Hoy va Simona Molo
o
na
al cole la mar de mo
na.
Van a hacer una excu
u
rsió
n
al museo. ¡Qué emoc
ci
ón!
Después de mucho m
m
en
eo
o
llegan por fin al museo
o
y ven en varios salones
s
estatuas

de

fa
r
ao
n
es
.
También adornos dorad
do
s,
jeroglí

cos, grabados,
un dios con fauces y cola
a
y una momia un poco sol
la
.
L
leva tres mi
l años quieta
y
el sarcó
f
a
g
o le aprieta.
Tiene los brazos dormidos,
s
los
m
úsculos

e
n
tu
mi
dos

Simona
,
como es tan buena
,
casi se muere de
p
ena
a
l ver
la tan a
b
urri
d
a,
y
decide darle vida.
Se tira
d
e
las orejas,
b
a
ja
y

levanta
las ce
jas,
s
aca la len
g
ua
y
después
cue
n
ta

e
n v
o
z
a
lta
h
asta

t
r
es.
Llegó el fin de su quietud.
La momia
,
de su ataúd
,
s
a
le
loca
d
e a
le
g
ría
y
an
d
a por
la
g
a
lería.
Asustados, los chi
q
uillos,
cuan
d
o ven por
los pasi
ll
os
a mom
ia tan espantosa,
ponen pies en polvorosa.
C
armen Gi
l, en www.poemitas.com
Va la dragon
a
s
iempre mu
y

mm
ona
,
con un equip
oo
que quita el h
ipo
.
Ll
e
v
a

u
n
a

esto
o
la
.
L
uce

e
n
la

col
a
lazo
g
ig
ante
mu
y
e
le
g
ante
.
C
on traje ros
aa
,
está preciosa.
Unos pen
d
ie
nn
te
s
pero corr
ient
ee
s
.
¡
Dos rega
d
er
aa
s
!
T
am
b
ién pu
ls
ee
ra
s
h
ec
h
as

co
n fl
oo
r
es
de
mi
l
colo
r
es
s.
Requete
g
uap
a
,
es
t
rena capa
d
e co
lor
g
uin
dd
a
¡y va tan linda!
!
C
armen Gi
l,
Versos
d
e cuento
,
E
d
.
S
M.
La dragona coqueta

77
La momia Regina
Mi hermano y yo estábamos pasando una temporada con el tío Ambrosio —hermano
de mi padre— en la Casa Vieja, una casona grande y destartalada donde habían
vivido los abuelos y sus hijos.
Aquella noche, inmediatamente después de la cena, oímos desde la cocina un ruidito
que pro
b
a
bl
emente provenía
d
e
la
d
ic
h
osa
h
a
b
itación ita
liana. Los tres nos miramos,
asombrados. El sonido, que parecía producido por un ob
jeto que cae al suelo, había
si
d
o una especie
d
e
g
o
lpe seco. Pero en aque
ll
a
h
a
b
itación no
h
a
b
ía
g
ente, no
existía vida. De allí, razonablemente, no podían lle
g
ar ruidos.
—Qué extraño —
d
ijo Luis.
—No
h
a
b
rá si
d
o na
d
a —opinó tío
Ambrosio, tratando de quitar impor-
ta
n
c
ia

al

asu
n
to
.
—Por si acaso —di
je
y
o—, vo
y
a echar
u
n v
ista
z
o
.
—Te acom
p
añaré —ofreció mi her-
mano, muc
h
o más animosamente
d
e
lo que
y
o esperaba.
No puede decirse que por aquel en
-
to
n
ces
n
osot
r
os

tu
vi
ése
m
os

u
n mi
e
-
do especial. Pero el recorrido por la
noc
h
e
d
e
l intermina
bl
e pasi
ll
o que
daba a la habitación italiana y al conti-
guo
d
espac
h
o —piezas am
b
as eter-
namente silenciosas
y
deshabitadas—
nunca
h
a
b
ía resu
lta
d
o tranqui
liza
d
or
.
Lo malo
q
ue tenía a
q
uel condenado
p
asillo, a
p
arte de la oscuridad siem
p
re reinante
en é
l, eran
los cuartos. Eran varios
los cuartos que se a
b
rían a
l pasi
ll
o, como
b
ocas
amenaza
d
oras, con puertas eternamente a
b
iertas. La casa entera esta
b
a
ll
ena
d
e
habitaciones desocupadas, vacías, con muebles absurdos que nadie recordaba
por quién
y
en qué tiempo
h
a
b
ían si
d
o usa
d
os. Y parecía, cuan
d
o uno recorría e
l
inacabable pasillo, que de aquellas bocas ne
g
ras que se abrían a uno
y
otro lado
po
d
ían emer
g
er manos, manos que te a
g
arrasen... Y así,
la travesía se
d
esarro
ll
a
b
a
de una forma totalmente contradictoria. Por un lado, ibas despacio para vi
g
ilarlo
to
d
o, para contro
lar
lo to
d
o. Pero, por otra parte, tenías que
d
arte prisa para evitar
esas manos que podían sur
g
ir en cualquier momento
y
de cualquier habitación...
78
Nos pusimos en marcha mi hermano
y

y
o. El pasillo, cosa curiosa, no tenía luz
eléctrica hasta el término del mismo. O sea que encendías la luz cuando
y
a habías
pasado todo el miedo del mundo
y
cuando
y
a sabías que no te había sucedido
nada. Y aquello garantizaba, por otra parte, un regreso a la zona habitada de la casa
igua
lmente
ll
eno
d
e zozo
b
ra, puesto que antes
d
e partir
d
e
la
h
a
b
itación ita
liana e
iniciar
la marc
h
a
d
e vue
lta tenías que accionar e
l interruptor
y

d
e
jar to
d
o,
d
e nuevo,
e
n
la

oscu
ri
dad
.
L
le
g
amos a
l término
d
e
l pasi
ll
o
y
en
-
ce
n
d
im
os

la

lu
z. Tí
o
Am
b
r
os
io
n
o
n
os

h
a
b
ía acompaña
d
o, pero se
h
a
b
ía que
-
dado asomado a la puerta de la cocina
como si quisiese inspeccionar
d
es
d
e
le
-
jos nuestra marc
h
a. A
h
ora, antes aún
d
e
que
h
u
b
iésemos penetra
d
o en
la
h
a-
bitación, nos pre
g
untaba desde allí:

¿
Ha
y
a
lg
o raro
?
En
ce
n
d
im
os
l
a
h
ab
itac

n.
—Sí,
h
ay a
lgo extraño —gritó Luis.

¿
Qué dices? —le pre
g
unté—. Yo no
veo na
d
a que..
.
—Mir
a

e
n
e
l
sue
lo
.
Era ver
d
a
d
. En e
l sue
lo esta
b
a caí
d
o un enorme
lib
ro, a
b
ierto por
la mita
d
y con e
l
lo
m
o
mir
a
n
do

hac
ia

a
rri
ba
.
—Ese
lib
ro —
d
ijo Luis mu
y
serio— no esta
b
a aquí antes.
—No puede ser —di
je. Me acerqué al libro
y
lo levanté del suelo—. Mira el título: L
a
historia de la momia Re
g
ina..
.
Has debido de traerlo
,
sin darte cuenta
,
de la casa de
a
l
la
d
o
.
Pero mi hermano lo ne
g
ó con la cabeza.

¿
Cómo no me i
b
a a
d
ar cuenta
d
e eso? No
lo
h
e traí
d
o
y
o.
—Pero, como compren
d
erás, e
l
lib
ro no
h
a veni
d
o so
lo
d
es
d
e
la otra casa.
¿Había algo inquietante esa noche en la habitación italiana, o era simplemente
q
ue el misterio de a
q
uel libro nos estaba
p
oniendo nerviosos? Lo cierto fue
q
ue
no quisimos permanecer a
ll
í más tiempo. Apa
g
amos
la
luz
d
e
l pasi
ll
o
y
, esta vez un
poco más ve
lozmente que en e
l trayecto
d
e i
d
a, regresamos a
la parte
h
a
b
ita
d
a
d
e
la casa, a la cocina, al cuarto de mi tío, a nuestro propio cuarto. Y llevábamos con
n
osot
r
os

e
l mi
ste
ri
oso
li
b
r
o
.

79

¿
Qué es eso? —pre
g
untó tío Ambrosio
.
—Es el libro del que antes le hemos hablado...

¿
El que encontrasteis en la casa de al lado? No sabía que lo habíais traído.
—No
lo
h
emos traí
d
o —
d
ijo Luis, tranqui
lamente—. Senci
ll
amente,
h
a apareci
d
o en
l
a
h
ab
itac

n i
ta
li
a
n
a
.
Lo abrimos, situándolo sobre la mesa
y
ba
jo la
f
uerte luz que reinaba en la cocina, nos
inclinamos sobre él. Lo primero que vimos
f
ue una momia de expresión desa
g
radable
que parecía mirarnos con fi
jeza desde la lámina. Todo el libro estaba escrito en
in
g
lés, pero encontramos en su interior una ho
ja de papel escrita a máquina, en la
que ponía
lo siguiente:
«Momia Re
g
ina. Fue hallada en el sepulcro de Ramsés I en Biban-el-Moluk
y
trasladada posteriormente a In
g
laterra, adonde nunca habría de lle
g
ar. Al atravesar
e
l Cana
l
d
e
la Manc
h
a, una tormenta
h
izo zozobrar
la em
b
arcación
y
se per
d
ieron
diversos tesoros egipcios, entre ellos la momia Regina.»
—Se
p
ultada en el mar —sus
p
iró tío Ambrosio, a
q
uien a
q
uel libro de la momia
parecía
h
a
b
er interesa
d
o vivamente—. No
d
eja
d
e ser un consue
lo...
—¿Por qué lo dice? —pregunté.
—Fi
jaos en la cara que tiene. Es pa
rr
a asustar a
cua
lquiera... La ver
d
a
d
es que no
mm
e
g
ustaría
e
n
co
n
t
r
a
rm
e

co
n
e
ll
a

u
n
a
n
oc
h
e

e
n
e
l f
on
do
d
el

pasillo, por e
jemplo.

¿
A qué pasillo se re
f
iere usted?
—pre
g
untó Luis.
—Pues
,
al de esta casa...
—Por
f
avor, tío Ambrosio —di
jo mi
h
ermano
,
espeluznado—. N
o
deb
ía

usted haber dicho seme
jante cosa.

o
Am
b
r
os
io

le
mir
ó
.

¿
Por qué no
?
—Porque a partir
d
e a
h
ora —ex-
p
licó mi
h
ermano— siempre me
acordaré de la momia Re
g
ina cuan-
do atraviese este
p
asillo.
—Qué tontería —
d
ijo tío Am
b
rosio
.
F
ue

as
í
co
m
o

e
n r
ea
li
dad
n
ac


e
n
-
tre nosotros
la momia Re
g
ina
.
80
s
peradamente, mis padres lle
g
aron de Bilbao,
y
lo hacían
Ine
smp
añados
p
or una chica de mi edad, a
q
uien no habíamos
a
co
mo

jamás,
y
que nos fue presentada como nuestra prima
v
ist
o
a. Al
p
arecer, Romana era una
p
rima bastante remota, de
Roman
c
uan
d
o
h
a
y
que exp
licar e
l parentesco que nos une a e
ll
a es
e
sas que
c
b
uscar una complicada serie de conexiones no siempre fáciles
p
reciso
bo
rdar. Era una muchacha mu
y
morena
y
bastante bonita.
de rec
o a
mos cenan
d
o en
la cocina,
y
, no sé mu
y

b
ien cómo,
h
a
b
ía
Está
ba
o
nado el nombre de la momia Re
g
ina. Creo que
f
ue tío
so
A
mbrosio el que la había sacado a colación. Sí, fue así: mi
pa
d
re
h
a
b
ía pregunta
d
o a su
h
ermano si nosotros
d
os, sus
h
ijos, nos a
b
urríamos en
la Casa Vie
ja. Y tío Am
b
rosio
h
a
b
ía
c
ontestado al
g
o así como...
—¿
Aburrirse, dices? Creo que lo pasan bastante bien aquí. Se

e
ntretienen con cua
lquier cosa,
y

y
o
d
e vez en cuan
d
o
h
asta
e
o
con e
ll
os. A
h
ora, precisamente, nos estamos inventan
d
o e
l
jue
go
o
mia Re
g
ina...
jue
g
o de la m
o ia Regina? —
d
ijo mi pa
d
re
.
—¿La mom —Sí, la momia Regina. ¿La conoces? —le preguntó Luis. —
Sí la mom
—Pues natura
lmente que conozco su
h
istoria... ¿Cómo no i
b
a a conocer
la sien
d
o
cated
r
át
ico

de
Ar
te

e
Hi
sto
ri
a
?
Romana, por su parte, añadió:
—¿Es una momia
d
e ver
d
a
d?
—Se trata de unas láminas, nada más —contesté—. Descubrimos un libro mu
y

e
xtraño dedicado a esa momia. Está lleno de dibu
jos
y
fotos de la momia, pero el
t
exto está escrito en in
gl
és,
d
e mo
d
o que no
lo enten
d
emos.
—Fue —aña
d
ió Luis—
b
astante extraño, porque e
l lib
ro ese apareció en e
l sue
lo
d
e
la
h
ab
itac

n i
ta
li
a
n
a
.
—Qué extraño —comentó mi ma
d
re, mientras se servía e
l postre—. En
la
h
a
b
itación
ital
ia
n
a
n
u
n
ca

ha

hab
ido

lib
r
os.
—Es
q
ue ese libro —com
p
letó tío Ambrosio— no es de esta casa.
M
i pa
d
re
le miró con cierto asom
b
ro
.

¿
Os lo ha prestado al
g
uien, tal vez? —quiso saber
.
—No... —
d
ijo su
h
ermano—. Ha apareci
d
o en esta casa, simp
lemente.
—Pero eso —dijo mamá—, sencillamente, no es posible. Si ha aparecido aquí, es
q
ue alguien lo ha traído. Reconoceréis que esto es una evidencia, ¿no es así?

Entonces, todos parecieron interesarse vivamente por aquel libro. Y ello hasta el
punto
d
e que Romana
d
ijo:

¿
Nos
lo po
d
ríais enseñar?
Luis
y

y
o nos miramos. E
l
lib
ro esta
b
a en
la
h
a
b
itación ita
liana. Por tanto,
h
a
b
ía que
ir a buscarlo
y
trasladarse en la noche, a través del inmenso pasillo a oscuras. Ir a
b
uscar
lo a
la
h
a
b
itación ita
liana no era precisamente un p
lato
d
e
g
usto.
—E
stá
...
e
n l
a
h
ab
itac

n i
ta
li
a
n
a
—in
fo
rm
é
.
—Mu
y

b
ien —asintió mi pa
d
re—. Pues i
d
uno
d
e vosotros
d
os a
b
uscar
lo.
Me levanté de la silla como quien va al cadalso. Mi h
e
rm
a
n
o
m
e
mir
aba

co
n
u
n
a
expresión mitad de miedo
y
mitad de a
g
radecimiento. Mis padres no se daban
cuenta
d
e na
d
a,
y
creo que tío Am
b
rosio tampoco.
Salí de la cocina. La cocina era, en toda la inmensa casa, la única pieza que perma
-
necía i
lumina
d
a. Empecé a caminar por e
l pasi
ll
o, mientras, no sé por qué, mis manos
tantea
b
an
la pare
d

d
e
l corre
d
or que tenía más cercana a mí. Poco a poco se oían me
-
nos los ruidos que lle
g
aban desde la cocina, hasta que
y
a no se distin
g
uían las palabras.
E
l pasi
ll
o era mu
y

lar
g
o,
lar
g
uísimo. […] Una ma
d
era cru
jió
b
a
jo una
d
e mis pisa
d
as.
Eso era normal en una casa anti
g
ua, pero no te a
g
rada. Es al
g
o así como si
f
uera la casa
la que hablase, la que emitiese una especie de que
jido. A mi izquierda de
jé atrás
uno
d
e
los cuartos
d
esiertos
y
a
b
an
d
ona
d
os,
y
otro i
d
éntico a mi
d
erec
h
a. No sé por
q
ué las
p
uertas siem
p
re estaban abiertas, a
p
esar de
q
ue estas habitaciones están
siempre
d
esocupa
d
as... Tío Am
b
rosio tiene
la manía
d
e que to
d
as
las puertas
d
e
la
casa —menos la de la entrada, por supuesto— permanezcan eternamente abiertas
.
81
82
Esto
y

y
a en la mitad del pasillo. La
o
scuri
d
a
d
es tota
l, a unos
p
ocos metros
e
stá e
l interruptor
d
e
la
luz. Sería
h
orri
bl
e que a
h
ora sa
liera a
lguien
d
e
e
sta ú
ltima
h
a
b
itación
d
esierta que aún
me correspon
d
e
d
e
jar atrás...
—No va a salir nadie, tonto —me di
g
o
a mí mismo, solo que en voz ba
ja—. No
v
a a salir nadie... porque no ha
y
nadie.
L
os

últ
im
os
m
et
r
os

de
mi r
eco
rri
do

so
n
e
spantosos. E
l mie
d
o
h
a
h
ec
h
o presa en
mí, un mie
d
o irraciona
l
y
a
b
sur
d
o que
sola
m
e
n
te

se

ate
n
úa

cua
n
do

e
n
cue
n
t
r
o

el
interruptor
y

la
luz i
lumina e
l pasi
ll
o.
Entonces, los
f
antasmas parecen alejarse
momentáneamente, aunque no i
g
noro
q
ue
lue
g
o sur
g
irán, cuan
d
o apa
g
ue
d
e
nuevo
la
luz para empezar e
l camino
d
e
re
g
reso a
la i
lumina
d
a cocina
.
Penetro en
la
h
a
b
itación ita
liana, que
c
omo siempre está
h
e
la
d
a,
y
encien
d
o
tam
b
ién su
luz. Pero me espera una
s
orpresa desa
g
radable. El libro de la
momia Re
g
ina no está en el lu
g
ar en el
q
ue lo de
jamos.
S
enci
ll
amente,
h
a
d
esapareci
d
o
.
J
osé María Mendiola, La momia Regina, Ed. Anaya, Col. El Duende Verde
.
Frase hecha «Poner los pies en polvorosa»
Quiere in
d
icar: «
h
uir, correr
y
escapar
d
e a
lg
ún pe
lig
ro».
Parece que esta
f
rase la inventaron los ladronzuelos para
exp
licar que cuan
d
o termina
b
an
d
e rea
lizar un atraco,
d
e
b
ían
h
uir corrien
d
o, tanto que
levantaran e
l po
lvo.
Decían:
h
ay que «poner
los pies en
po
lvorosa» (
h
a
y
que sa
lir corrien
d
o).

83
A
la mañana siguiente, Diana se
d
espertó temprano. To
d
avía tenía sueño, pero
la
excitación que sentía era más po
d
erosa que su cansancio. E
l o
b
jetivo que
d
omina
b
a
su mente era conse
g
uir acercarse a
l
b
osque en
la primera oportuni
d
a
d
. […]
Aque
ll
a mañana sus pa
d
res
h
a
b
ían
d
eci
d
id
o acercarse a
la ciu
d
a
d
, en
la que tenían
que hacer diversas compras,
y
no volverían hasta la hora de comer. Así que, en cuanto
se fueron, Diana fue corriendo a decirle a su abuela:
—A
b
ue
la,
y
o quiero ir a
l Castro
h
o
y
por
la mañana.
¿
Ver
d
a
d
que me
d
e
jarás? —
h
a
b
ía
un tono mimoso en la voz de la niña—. Te
p
rometo
q
ue estaré de vuelta mucho
a
n
tes

de
l
a
h
o
r
a

de

co
m
e
r.
—¡Dia
bl
o
d
e c
h
iqui
ll
a!
¿
Y qué
h
a
y
en e
l Castro que corra tanta prisa?
¿
No te
b
astó
con haber ido a
y
er? —contestó la abuela. Después, al ver la cara de desilusión de la
niña, aña
d
ió—: An
d
a, ve, pero
d
esa
y
una antes, no pue
d
es ir sin comer na
d
a. Y
y
a
lo
sabes, si no vienes a tiempo
y
te riñen,
y
o no pienso de
f
enderte.
D
iana se abrazó a ella, llenándola de besos. Hizo a toda
p
risa las labores
q
ue le
man
d
ó
la a
b
ue
la
y
, en cuanto aca
b
ó
d
e
d
esa
y
unar, sa
lió
d
e
la casa
y
se ec
h
ó a correr
8
Goewín,
el hada verde
84
por el sendero que llevaba al monte. Todo estaba chamuscado
y
sin vida como el día
anterior, pero apenas se

jó en nada. Solo pensaba en llegar cuanto antes al interior
d
e
l
b
osque
.
Una vez allí, se diri
g
ió a la
f
uente en la que nacía el arro
y
uelo. Ya cerca de ella, la niña
b
uscó e
l lu
g
ar en e
l que esta
b
a e
l a
b
e
d
u
l d
e
l tronco
h
ueco. No notó que se moviese
na
d
a,
y
,
d
e
g
o
lpe, to
d
os sus temores se
h
icieron presentes.
¿
Le
h
a
b
ría pasa
d
o a
lg
o
a
l extraño ser?
¿
O
h
a
b
ría
h
ui
d
o
y
no vo
lvería nunca? Quizá se
h
u
b
iera
d
esinte
g
ra
d
o,
como
h
a
b
ía
d
ic
h
o.
¿
Sería eso
lo mismo que morir?
Pero sus mie
d
os
d
esaparecieron muy
pronto. De
l
h
ueco
d
e
l ár
b
o
l asomó
la
parte superior
d
e
l cuerpo
d
e
la pequeña
mu
jer, que
la mira
b
a con una mezc
la
d
e
ale
g
ría
y
curiosidad.
—¡Temía que no vo
lvieses nunca más!
¡Me he ale
g
rado mucho cuando te he
oído lle
g
ar! —la voz se
g
uía siendo débil,
pero había en ella una ma
y
or firmeza—.
¡Vas a tener que ayudarme mucho, solo

p
uedes hacerlo
!

¿
Qué te pasa?
¿
Te sientes mal? —pre
-
guntó Diana, temerosa.
—Esto
y
al
g
o me
jor que a
y
er. Me sentó
muy bien descansar toda la noche. Pero
aún no ten
g
o fuerzas para moverme.

¿
Que quieres que te ha
g
a
?

¡
Beber, necesito beber! —contestó la
mu
jer, extendiendo los brazos hacia la
niña—.
¡
Llévame a la fuente!
Diana estiró los brazos
y
co
g
ió a su diminuta ami
g
a. Volvió a experimentar la misma
rara sensación que el día anterior: aquella piel rugosa y delicada al mismo tiempo,
aquel cuerpo frío,
y
aquel pelo, tan suave como el mus
g
o que todos los inviernos
reco
g
ía con su madre para hacer el belén
.
Ya en la fuente, se a
g
achó
y
colocó a la mu
jer de tal forma que ella sola pudiese beber
del hilo de agua que se deslizaba entre las piedras. Cuando acabó, el pequeño ser
le di
jo
:
—Ahora llévame a un sitio donde dé el sol. Después de beber, lo que más necesito es

se
n
t
ir
su

ca
lo
r.

85
D
iana obedeció. Con ella en brazos, se diri
g
ió hacia una roca recubierta de líquenes,
acaricia
d
a
y
a por e
l so
l
d
e
la mañana,
y

la acomo
d
ó en un pequeño
h
ueco
d
e
la
piedra. La niña se sentó a su lado, en un saliente que había un poco más aba
jo.
—¡Aquí sí que esto
y
bien! Necesitaba sentir la ener
g
ía del sol, eso me da fuerzas —la
cara de la mujer mostraba toda la satis
f
acción que sentía—. ¡Noto que la vida vuelve
a

esta
r
de
n
t
r
o

de
mí!
Aquel extraño ser cerró los o
jos
y
se de
jó acariciar por el sol. Después de permanecer
un buen rato en silencio, la niña se atrevió a hablar:
—Quería
h
acerte una pre
g
unta, aunque no sé si querrás contestarme.
Como
la mu
jer
d
iminuta no
d
ecía na
d
a,
la niña aña
d
ió:
—Quiero sa
b
er quién eres.
¿
Cómo es que na
d
ie te
h
a visto nunca?
¿
Y qué son to
d
as
esas cosas que
d
ijiste a
y
er,
lo
d
e
l pa
lacio,
y

lo
d
e tus
h
ermanas
y
to
d
o eso?
D
urante un tiempo,
la mu
jer se que
d
ó ca
ll
a
d
a. Tenía
los o
jos cerra
d
os
y
una expresión
seria en su cara. Cuando los volvió a abrir, miró a Diana y le contestó:
—Es normal que me lo preguntes; ya me extrañaba que tardases tanto.
e
xtra
ñ
a
b
a
qu
e tar
d
ases tanto.
A
d
emás, creo que ten
g
o que contárte
lo.
De a
lg
una manera, es a
lg
o
que te
d
e
b
o.
—No me debes nada. Mi abuela dice que
ss
i le haces un
f
avor a al
g
uien
no es para que te lo devuelva.
—Me
g
usta tu abuela, tienes que... —la
mu
jer se calló
y
miró a

D
iana con o
jos intranqui
los; a
h
ora
h
a
b
ía a
laa
rma en su expresión—.
¿
No
le
h
a
b
rás
d
ic
h
o na
d
a
d
e mí, ver
d
a
d?
—No
le
h
e
d
ic
h
o na
d
a a na
d
ie. Te
lo pro
mm
etí,
¿
te acuer
d
as? Pero
quiero saber quién eres.
—Te lo diré, pero con una condición. Nadi
ee
debe
sa
b
er nunca na
d
a
d
e
lo que te vo
y
a cont
aa
r —
la
mu
jer tenía a
h
ora e
l rostro mu
y
serio,
y
había recalcado sus palabras con un tono especia
l—. Eres e
l primer ser
h
umano
que ve a una
d
e nosotras. Y tienes que
ser el último,
nuestros mundos no se
pue
d
en mezc
lar.
¿
Me
lo prometes?
—Pr
o
m
et
ido
. P
a
lab
r
a

de
h
o
n
o
r —
co
n-
testó
la niña, tam
b
ién con expresión
se
ri
a
.
86
—Quizá
y
a lo ima
g
inabas, quizá lo pre
g
untas solo para ase
g
urarte —la mu
jer miró
a Diana
y
sonrió—. Me llamo Goewín
y
so
y
un hada. Un hada verde, de esas que se
encar
g
an de cuidar de todos los bosques del mundo.

¿
Un
h
a
d
a?
¿
Un
h
a
d
a ver
d
e? —
la expresión
d
e
l rostro
d
e Diana mostra
b
a con
c
lari
d
a
d
to
d
o e
l asom
b
ro que sentía.
—Pues sí, un hada verde, de las que vivimos en los bosques desde hace miles de
años.
¿
No ha
y
cuidadores de rebaños? Pues nosotros somos las cuidadoras de los
b
osques,
las que nos encargamos
d
e que
los ár
b
o
les crezcan,
d
e que
les nazcan
ho
jas
y
f
rutos, de que conserven el aire
y
el a
g
ua... En

n, de que cumplan la
f
unción
que tienen en
la rue
d
a
d
e
la vi
d
a.
—Pero tú has dicho que nadie os ha visto nunca.
¿
Cómo puede ser eso? Y a
y
er
hablaste de tus hermanas, ase
g
uraste que se habían desinte
g
rado.
¿
Por qué no me
l
o

cue
n
tas

todo
?
—Te lo vo
y
a contar, aunque supon
g
o que no es fácil de entender para un huma
-
no —el hada hizo una
p
ausa, como
p
ensando en lo
q
ue iba a decir—. Verás, en
cada uno de los bosques del mundo vive una familia de hadas verdes, encar
g
adas
de que los árboles si
g
an su ciclo vital. Mi familia se ocupa de este bosque. O se
ocupaba, mejor dicho, porque ahora solamente quedo yo. Mis hermanas ocupaba
,
mejor
dicho
,
p
ando luchamos para detener el
f
ue
g
o.
s
e desinte
g
raron cu
d
e tristeza recorrió el rostro del hada. Se
q
uedó
Una sombra
d,
como
p
ensando en todo lo
q
ue acababa de
e
n silencio
,a
na permanecía callada, temerosa de interrumpir
decir. Di
an
samientos de Goewín. Por fin, después de unos
los pe
no
s,
la mu
jer continuó:
minut
o
s
h
a
d
as vivimos
d
e
b
ajo
d
e
la tierra, en pa
lacios
—La
cristal
q
ue construimos cerca de las fuentes.
de
e
ba
jo de cada bosque ha
y
una hermosísima
D
e
udad subterránea. Te asombrarías si la pudieses
c
ie
r. Allí vivimos, sobre todo en invierno. Porque
ve
e
s
d
e
la primavera a
l otoño pasamos casi to
d
o
de
tiempo vo
lan
d
o entre
los ár
b
o
les, cui
d
an
d
o
d
e
el
u
e
las cosas vayan
b
ien.
qu
¿
Vo
lan
d
o? Pero nunca os
h
a visto na
d
ie; ni

¿u
iera mi a
b
ue
la, con
lo vie
jecita que es.
¿
Cómo
s
iq
ud
e ser?
pue
d o
s porque tenemos alas, así de sencillo. ¿O
—Volam
o
do en mi espalda? —el hada giró el cuerpo, y
no te has fija

87
entonces Diana pudo ver dos bultos, como nu
dd
os de
árbol, en la
p
arte su
p
erior—. Y nadie nos ve
p
o
rr
qu
e
sabemos hacernos invisibles.
C
uando estamos
f
uera del palacio, siempre somos invisibles, sobre
to
d
o
d
urante e
l d
ía. Así que ni
los
h
umanos ni
los
animales notan nuestra
p
resencia.

¿
Y tu
f
amilia?
—Ten
g
o... tenía muchas hermanas. Ahora
so
lamente que
d
o
y
o.
V
iendo la ex
p
resión del hada, Diana lamentó ha
bb
er hecho
aque
ll
a pre
g
unta, pero
y
a no tenía reme
d
io. Pasa
dd
os unos
instantes
,
Goewín movió
la ca
b
eza
,
como int
ee
ntan
d
o
apartar los pensamientos tristes,
y
continuó
cc
on su
h
isto
ri
a
:
—Mis hermanas
y
a no existen, pasaron a formar p
aa
rte otra
v
ez
d
e
l
b
osque; son
y
a so
lo po
lvo, se
d
esinte
g
ra
rr
on cuan
d
o
luchamos contra el
f
uego. Lo del incendio
f
ue
horrible, no
quiero ni acordarme de esa noche. Llevábamos
y
a varios
d
ías vo
lan
d
o por e
l pinar, cui
d
an
d
o
d
e que no
ocurriese
nada. Pero estaba todo muy seco, sabíamos que podía
que podía
arder en cualquier momento. Cuando prendió el fue
g
o, muchas
estábamos durmiendo en el palacio de cristal. Salimos a
f
uera
y
comenzamos a luchar
contra e
l incen
d
io, intentan
d
o
d
etener
lo. Pero muy pronto vimos que
las
ll
amas se
habían extendido con rapidez
y
que los pinos
y
a estaban perdidos. Entonces nos
v
inimos to
d
as a
l
b
osque
y

b
ata
ll
amos por ata
jar aque
ll
as
ll
amas, no po
d
íamos
d
e
jar
que
ll
e
g
asen a
l corazón
d
e
la ar
b
o
le
d
a. Y
lo conse
g
uimos,
b
ien
lo ves. Pero pa
g
amos
un precio mu
y
alto. El palacio de cristal está hechos añicos, no pudo resistir el calor
que
ll
egó
h
asta é
l. Y mis
h
ermanas se
d
esintegraron con
las a
ltas temperaturas,
a
h
ora so
lo son po
lvo en e
l aire
d
e
l
b
osque. To
d
avía siento su ener
g
ía a mi
la
d
o,
pero ellas ya no están aquí. Y yo tampoco estaría si no fuese por ti, que viniste a
a
y
u
d
arme. Aunque no sé si
h
iciste
b
ien o no. Quizá
h
a
b
ría si
d
o me
jor que
y
o
h
u
b
iera
d
esapareci
d
o con e
ll
as.
—Pero si tú también desapareces,
¿
quién cuidará ahora del bosque?
¿
Ya no lo
prote
g
erá na
d
ie? —intervino Diana
.
—Tienes razón, perdona. No hagas caso de lo que he dicho, la verdad es que has h
ec
h
o
b
ien a
l sa
lvarme —Goewín miró a
la niña con o
jos car
g
a
d
os
d
e ternura—.
Aunque, cuan
d
o cure, voy a tener que tra
b
ajar como nunca. […] Verás:
las
h
a
d
as
v
ivimos muchos años, pero también nos hacemos vie
jas. Lle
g
a un momento en
88
que el cuerpo se nos pone ru
g
oso
y
seco, como si la vida quisiera abandonarnos.
Y

entonces, un día nos deshacemos sin más. Nuestro cuerpo se vuelve polvo. Ese polvo
lo ponemos en cajas
ll
enas
d
e tierra, en una estancia que tenemos en e
l interior
d
e
l
p
alacio. Y de ahí, al
p
oco tiem
p
o, nacen nuevas hadas. Brotamos como si fuésemos
plantas. Así de sencillo, ya ves.
Como
la niña seguía ca
ll
a
d
a, Goewín continuó
:
—De al
g
una manera, se
g
uimos viviendo en
las hadas nuevas. Como les pasa a todas las
p
lantas
y
ár
b
o
les que viven en e
l
b
osque. Ya
v
es que tampoco es tan extraño. Todo muere
y
to
d
o nace, es
le
y

d
e vi
d
a.
D
iana continuaba en silencio
,
tratando de
e
nten
d
er
las cosas que e
l
h
a
d
a
le esta
b
a
re
latan
d
o. Después
d
e un tiempo,
d
ijo:
—Mi a
b
ue
la me contó a
lg
o pareci
d
o. Siempre
an
d
a
d
icien
d
o que se va a morir, que ya es vieja
y
no se va a quedar aquí toda la vida. Y
y
o le
c
ontesto que no pue
d
e morir, porque quiero
e
star siem
p
re con ella. Un día me ex
p
licó
q
ue
s
ería así si
y
o
lo quería, que
b
asta
b
a con que
la
tuviese siempre en
la memoria. «So
lo morimos
c
uando nadie se acuerda de nosotros».
S
e me
q
ue
d
aron gra
b
a
d
as estas pa
la
b
ras que me
d
ijo. Aunque a mí me parece que no es lo
mi
s
m
o
.
E
l canto
d
e un petirro
jo
ll
e
g
ó a
los oí
d
os
d
e
la niña. Diana levantó la vista
y
buscó entre
los ár
b
o
les
d
e a
lre
d
e
d
or,
h
asta conse
g
uir
d
ar
c
on él. Después miró el cielo, donde el sol
y
a
e
sta
b
a en
lo más a
lto. E
l tiempo
h
a
b
ía pasa
d
o
sin que se
d
iese cuenta,
y
sus pa
d
res
d
e
b
ían
d
e estar a
l
ll
e
g
ar. Tenía que vo
lver
rápidamente a su casa.
—Ya es mu
y
tar
d
e, ten
g
o que irme. Si vue
lven mis pa
d
res
y
no esto
y
, me van a re
g
añar
a mí y a mi abuela. ¿Quieres que te lleve otra vez a la madriguera de las ardillas?
—Sí, no me vas a
d
e
jar aquí tira
d
a. Esto
y
me
jor, pero to
d
avía tar
d
aré unos
d
ías en
re
p
onerme
.
Diana vo
lvió a coger a
l
h
a
d
a, con ternura, y
la
ll
evó a
l
h
ueco
d
e
l a
b
e
d
u
l. Cuan
d
o
la
vio insta
la
d
a,
le
d
ijo:

—Mañana vo
lveré,
y
se
g
uimos
h
a
bl
an
d
o. Pero si no pu
d
iese venir, no pienses que
me o
lvi
d
é
d
e ti; será porque no me
d
e
jan. ¡Vo
lveré, te
lo prometo!
La niña ec
h
ó a correr y se per
d
ió entre
los ár
b
o
les. Des
d
e e
l
h
ueco, e
l
h
a
d
a
la vio
marchar, con pena. También ella deseaba que pasasen pronto las horas que
f
altaban
para que
ll
egase e
l
d
ía siguiente.
D
iana se
d
espertó con e
l rui
d
o que
h
acían
las
g
otas a
l g
o
lpear en
los crista
les. Hacía
tanto tiempo que no
lo escuc
h
a
b
a, que, a
l principio, no se
d
io cuenta
d
e
lo que
ocurría. Cuan
d
o se
levantó, pu
d
o ver que e
l tiempo
h
a
b
ía cam
b
ia
d
o
d
urante
la
noche. Ahora llovía con
f
uerza, como si las espesas nubes
g
rises que cubrían el cielo
quisieran compensar to
d
a
la seque
d
a
d

d
e
las semanas anteriores
.
Los pa
d
res
d
e
la niña reci
b
ieron
la
ll
uvia como una
b
en
d
ición, como un re
g
a
lo
lar
g
amente espera
d
o. […] Sin em
b
ar
g
o, para Diana,
la
ll
e
g
a
d
a
d
e
l a
g
ua era causa
d
e preocupación:
¿
cómo i
b
a a
h
acer para prote
g
er a Goewín?
A
g
ustín Fernán
d
ez Paz, Las
h
a
d
as ver
d
es
,
E
d
. SM, Co
l. E
l Barco
d
e Va
p
or
.
Brujita Boba
89
Bru
jita Bo
b
a
n
o

sabe
n
ada
:
ni
col
icol
i
ni a
b
raca
d
a
b
ra,
ni
b
e
b
e
d
izos,
n
i n
igromanc
ias.
Bru
jita Bo
b
a
¿d
ón
d
e está tu esco
b
a?
Bru
jita Bo
b
a
no t
iene gato,
ni t
ie
n
e

búho
ni mé
d
ico má
g
ico,
ni una pero
la
ll
ena
d
e sapos.
Bru
jita Sabia,
no tengas rabia.
Bru jita Bob
a
q
uiere a los niños,
les da
g
alletas,
les da rosquillos, les da su escoba
,
le

da
l
o
mi
s
m
o
.
Bru
jita Buena,
no tengas pena.

C
arlos Murciano
90Ser hada madrina T
ra
b
a
jar
d
e
h
a
d
a ma
d
rin
aa
es, sin
d
u
d
a, una tarea
la mar
d
e
d
ura y cansina
q
ue a cual
q
uier hada ma
rr
ea
.
Si te toca un
p
ez dorado
q
ue está a
p
rendiendo a
nn
adar,
es un rollo lo mo
jado
y lo frío que está el mar
.
Si un murciéla
g
o ce
g
ato,
no puedes perder punta
dd
a;
pues se pasa todo el rat
oo
de tropezón en trompad
aa
.
Lo peor es si una moza
polvorienta
y
desastrada
quiere ir al baile en carroza
la mar de empere
jilada.
Hay que
b
uscar, ¡qué trajín!,
ratones y
ca
la
b
azas
por el huerto
y
el
jardín,
por sa
lones
y
terrazas.
A un meneo
d
e varita,
pronunciar un trabalenguas
n
gu
as
para poner
la
b
onita
sin que se líe la lengua
a
.
Y es que un hada vive
a
cien
esforzándose un montó
ón
,
porque esto de hacer e
e
l bien
exi
g
e
d
e
d
icación.
Se pasa
f
río
y
calor
y
te da mil so
f
ocones;
¿
pero ha
y
o

cio me
jor
que alegrar los corazon
e
s?
Carmen Gil, E
l h
ada
R
obe
r
ta
,

E
d
. B
a
m

.
Así se ponen
las
h
a
d
as
cuan
d
o a
lgo
las enoja.
Y
f
runcen bien las ce
jas,
s
acan trompa.
En esta posición
se quedan slo que dure su furia, lque, en general, es corta. qPero, si con un dedo Ppruebas phaciéndoles cosquillas, ho soplas sus pestañas, o
e encontrarás con hadas
te que pronto se desarman, q
on hadas movedizas
co
e arena que se ríe.
de
Cecilia Pisos


Hadas de los brazos
cruzados

91
El Hada Azul
El Hada Azul es un hada que vive en la Estrella de los Deseos. Todos la conocemos
pues es el Hada que convirtió a Pinocho —el muñeco de madera— en un niño de
verdad.
Hace muchos años, había un car
p
intero llamado Ge
pp
etto
q
ue se dedicaba a
construir
ju
g
uetes con
los trozos
d
e ma
d
era que
le so
b
ra
b
an. Un
d
ía constru
y
ó una
marioneta con cara
d
e niño
y

d
iri
g
ién
d
ose a
l muñeco
le pre
g
untó:
—¿Te gustaría
ll
amarte Pinoc
h
o?
Pero e
l pequeño muñeco no
le contestó
y
a que era
d
e ma
d
era.
Geppetto se acostó pensan
d
o en Pinoc
h
o y a
l mirar por
la ventana vio una estre
ll
a
muy resplandeciente, era la Estrella de los Deseos, la única capaz de satis
f
acer los
m
ás

e
x
t
r
a
ñ
os

deseos
.
Geppetto
y
a a punto
d
e
d
ormirse murmuró:
—¡Si al menos
y
o tuviera un verdadero niño..., un hi
jito mío!
Mientras Geppetto
d
ormía,
d
e
la Estre
ll
a
d
e
los Deseos sa
lió un Ha
d
a Azu
l, e
l Ha
d
a
sonriente que vive en aque
ll
a estre
ll
a
y
se
d
iri
g
ió a
la
h
a
b
itación
d
on
d
e esta
b
a
Pin
oc
h
o
.
92
—¡Hola, muñequito de madera! —le di
jo—. Es a ti a quien vo
y
a dar vida para
s
atisfacer los deseos de Geppetto.
El Hada Azul tocó la marioneta con su varita má
g
ica
y
di
jo:
—¡Despierta a
la vi
d
a pequeña marioneta!
El muñeco de madera
f
ue cobrando vida muy despacito. Se
f
rotó los ojos para
d
esperezarse. A
b
rió
la
b
oca
y
exc
lamó:
—¡Pue
d
o
h
a
bl
ar, pue
d
o moverme!
—¡También puedes andar
y
saltar
y

ju
g
ar como un verdadero niño! —di
jo el Hada.
Entonces, el Hada se diri
g
ió a Pepito Grillo
y
le encar
g
ó
:
—Para que Pinoc
h
o
ll
e
g
ue un
d
ía a ser un ver
d
a
d
ero niño, necesita que tú
le a
y
u
d
es
a distin
g
uir lo que está bien
y
lo que está mal.
¿
Prometes estar siempre cerca de
Pin
oc
h
o
?
—¡No sé si seré capaz! —
d
ijo Pepito Gri
ll
o—, pero creo que vo
y
a a
y
u
d
ar a que este
m
u
ñ
eco

de
m
ade
r
a

se

co
nvi
e
r
ta

e
n
u
n v
e
r
dade
r
o
niñ
o
.
E
l Ha
d
a Azu
l a
b
an
d
onó
la
h
a
b
itación
y

d
esapareció en e
l cie
lo.
Cuan
d
o Geppetto se
d
espertó
y
vio a Pinoc
h
o
b
ai
lan
d
o,
g
ritó:

¡
Pinocho está vivo!
¡
El Hada Azul ha escuchado mi deseo!

93
Pinocho, como todos los niños, ha de ir a la escuela. En el camino, un gato salvaje
llamado Gedeón y un zorro muy astuto llamado Honrado Juan, salen a su encuentro
y le convencen para que no vaya a la escuela. Pinocho olvida su promesa de ir a la
escuela y cae en las manos de un titiritero. Al finalizar su actuación, es encerrado en
el carromato del titiritero dentro de una jaula, para que no escape.
Pinoc h
o se pone a
ll
orar
y

ll
ama a Pepito Gri
ll
o para que
le a
y
u
d
e.
—Yo no pue
d
o a
b
rir e
l can
d
a
d
o, so
lo e
l Ha
d
a Azu
l po
d
ría sa
lvarte
.
En ese momento e
l Ha
d
a Azu
l aparece
e
n
e
l
ca
rr
o
m
ato.

¿
Acaso Pinocho has hecho una
t
r
a
v
esu
r
a?
—¡O
h
no, señora Ha
d
a! He si
d
o rap
-
tado por un monstruo terrible, con
o
jos así
d
e
g
ran
d
es... ¡Me
h
a traí
d
o
hasta aquí para encerrarme!
—Y la escuela ¿qué tal?, ¿te ha gus
-
ta
d
o? —prosi
g
ue e
l Ha
d
a.
—¡O
h
sí, muc
h
o, muc
h
ísimo! Bueno...
y
o...
Por cada mentira que cuenta Pino-
cho, su nariz va creciendo más y
más. Pinocho se asusta y…
—¡Per
d
óneme, señora Ha
d
a!, ¡
h
e
mentido pero
y
a no lo volveré a hacer
m
ás
!
—¿Prometi
d
o?
—Sí —
d
ijo Pinoc
h
o.
—Pinoc
h
o —
le
d
ice e
l Ha
d
a—, no
d
e
b
es o
lvi
d
ar que
la mentira se ve como
la nariz
en medio de la cara... ¡Cuanto más miente un niño, más se le alarga la nariz! ¿Has
e
n
te
n
d
ido
?
Con
la varita a
b
re
la jau
la y e
l Ha
d
a regresa a su estre
ll
a.
h
ttp://encina.pntic.mec.es/~a
lor0009/tpi.
h
tm

94Malos tiempos para fantasmas
Max es un fantasmita que
tiene miedo a las personas y
todos lo saben. Por eso, debe
demostrar que es un verdadero
fantasma y que sabe asustar a
la gente. Su padre ha decidido
enseñarle y quiere darle una
lección práctica, pero… no lo
consigue. Max y su padre re-
gresan a casa y comprueban
que todos saben su fracaso.
D
e nin
g
una manera quiero contar
d
eta
ll
a
d
amente
lo que nos tocó oír cuan
d
o
re
g
resamos a casa, a
la mazmorra
d
e
l casti
ll
o
.
El abuelo di
jo que él
y
a había advertido a tiempo que no saldría bien. Y,

nalmente,
la abuela estaba preocupada por el buen nombre de la
f
amilia.
La a
b
ue
la
d
ijo que
h
a
b
íamos
h
ec
h
o e
l ri
d
ícu
lo
d
e
lante
d
e
la
g
ente. Y que esto i
b
a a
tener ma
las consecuencias para to
d
os nosotros. Por eso era e
ll
a misma
la que i
b
a a
to
m
a
r
e
n
sus
m
a
n
os

las
ri
e
n
das

del

asu
n
to
.
—Para una cosa así hace
f
alta un
f
antasma viejo y experimentado. Mi nieto Max debe
participar en mi rico tesoro
d
e experiencias. Mañana, inme
d
iatamente
d
espués
d
e
la escue
la, sa
limos.
Así
f
ue como a la noche siguiente me vi sentado junto a la abuela en la barandilla de
un puente ten
d
id
o so
b
re
la autopista.
—Ense
g
ui
d
a tienen que
ll
e
g
ar —
d
ijo
la a
b
ue
la,
y
sus o
jos empezaron a tener ese
brillo que tenían siempre que se las prometía especialmente
f
elices por al
g
o.
9
95
No quiso revelarme quién tenía que lle
g
ar ense
g
uida, a quién había llamado.
El vi
e
n
to
h
ac
ia
tremolar nuestros camisones
y
por deba
jo de nosotros pasaban
los coc
h
es por
las
d
os intermina
bl
es
b
an
d
as
d
e
h
ormigón. A
ll
á
d
e
lante, a
lo
lejos,
aparecían los dedos de luz de los faros. Al principio todavía cerraba los o
jos cuando
s
e acerca
b
an, pero no tar
d
é en acostum
b
rarme.

¿
Estos coches se pasan toda la noche circulando? —pre
g
unté,
y
la abuela solo
asintió—.
¿
A
d
ón
d
e va to
d
a esa
g
ente? —se
g
uí pre
g
untan
d
o
.
—No lo sé, en serio —dijo—. Estos coches los hay solo desde hace sesenta o setenta años, so
lo
d
es
d
e
h
ace setenta años
los
h
a
y
. No
h
e teni
d
o tiempo
d
e averi
g
uar a
d
ón
d
e van. La abuela se sumió en sus recuerdos. Recordó los tiempos en que la gente aún iba a
caballo o a pie, y lo fácil que era asustarlos… En cambio hoy, los hombres se meten
en esas cajas de hojalata y allí están a salvo de los fantasmas.

¿
Cuándo fue la última vez que asustaste tú a un humano? —le pre
g
untó Max.
—U
f
—di
jo la abuela—, eso
f
ue en los tiempos de las dili
g
encias de correos. A mi
edad
y
o no tenía
g
anas de adaptarme a los ferrocarriles
y
a los coches
y
me
jubilé.
Los quinientos años que hacen
f
alta para
jubilarse
y
a los había cumplido mucho
t
iem
p
o antes, mucho tiem
p
o antes.
Esta respuesta no
la espera
b
a
y
o. Norma
lmente
la a
b
ue
la siempre
h
acía como si casi to
d
os
las
noches tuviera su diversión con la
g
ente…
—Bueno,
¿y
? —
d
ijo.
Yo me estremecí, porque parecía
po
d
er
leer mis pensamientos.
—Piensa, por e
jemplo, en tu
padre: un
f
antasma aporreador,
un martinico.
U
n martinico in-
c
luso super
d
ota
d
o. ¿Pero qué
podría hacer él ho
y
en día a
una persona? La gente ya
h
ace
mucho
q
ue no se asusta de
s
ig
nos
d
e
g
o
lpes misteriosos.
Cuan
d
o oye a
lgo así en sus
casas, a lo sumo creen que la
cale
f
acción está estropeada.
Solo se asustan si o
y
en
g
olpes
e
n
el
m
oto
r
de

su

coche
.

96
«
¿
Por qué me contará esto? —pensé
y
o—.
¿
Por qué precisamente
h
o
y

—Porque ahora tienes edad su

ciente —respondió la abuela—. Y porque ho
y
te ha
lle
g
ado la noche de tu confirmación
.
«
¿
Confirmación?
¿
Para qué?
¿
Por qué ten
g
o
y
o que aprender al
g
o que los demás
h
an
d
eja
d
o
d
e
h
acer
h
ace muc
h
o tiempo?» —pensé.
—Porque como fantasma hay que saber hacerlo —dijo la abuela, ahora muy
severamente. […] Tu madre tiene mucha razón. Si no hubieras con
f
esado que tienes
mie
d
o a
la
g
ente, te
h
u
b
ieras a
h
orra
d
o to
d
o esto. Piensa en tu
h
ermana: Li
ll
i siempre
asegura que no hay nada que le guste más que asustar a la gente con sus berridos, y
na
d
ie espera
d
e e
ll
a que
lo
d
emuestre, na
d
ie
lo espera
d
e e
ll
a. A
l contrario, estamos
contentos de que no lo intente siquiera. […] Pero, gracias a la estúpida apuesta de
tu padre, precisamente tú tienes que demostrar que nosotros los
f
antasmas aún
servimos para al
g
o… […]
Después de esperar un largo rato, apareció a lo lejos una luz azul intermitente que se
acercaba con rapidez. A la abuela le brillaron los ojos y salió volando. Max la siguió,
mientras le decía:
—Son
los po
licías a quienes
h
e
ll
ama
d
o —cuc
h
ic
h

la a
b
ue
la, y su voz sona
b
a muy
excitada—. Vienen en una ca
ja de ho
jalata, pero
y
o he discurrido al
g
o para sacarlos
de ella. […] Les he dicho por teléfono que en este cruce había habido un accidente
terri
bl
e. Nos ec
h
aremos a
l
b
or
d
e
d
e
la carretera, ven
d
rán
los po
licías y…
b
ueno,
v
erán dos fi
g
uras pálidas
y
blancas ahí tumbadas. Entonces tendrán que apearse de
sus cajas
d
e
h
oja
lata, quieran o no. Ese es su
d
e
b
er, es su
d
e
b
er. Y
luego… ¡u
hhh
!
¡uhhh
!
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le —
d
ije, y me ten
d
í junto a
la a
b
ue
la en
la
h
ier
b
a
h
úme
d
a
d
e rocío
d
e
l
bo
r
de

de

la

ca
rr
ete
r
a
.
97
Mu
y
a
g
usto no me sentía.
S
i a
y
er
aún era e
l mie
d
o a
la
g
ente
lo que
me
d
a
b
a
d
o
lor
d
e
b
arri
g
a,
h
o
y
era
la estúpi
d
a sensación
d
e que quizá
todo

e
l f
utu
r
o

de
l
os
f
a
n
tas
m
as
d
epen
d
ía
d
e
lo que pasase a
h
ora.
Y
a

lle
v
ába
m
os

all
í
u
n
os
min
utos
cua
n
do
l
a

abue
la
l
e
v
a
n

l
a

cabe
z
a

y

d
ijo:
—Estos estúpi
d
os se
g
uro que
h
an
t
ira
d
o por una sa
lid
a equivoca
d
a.
P
asa
r
o
n
u
n
os
min
utos
m
ás
h
asta

que por fin vimos la luz azul.
—Ya sa
b
es
lo que tienes que
h
a
-
ce
r —
cuc
hi
c
h

l
a

abue
la
.
—Claro —di
je—, lo que tiene que
h
ace
r
u
n f
a
n
tas
m
a
.
—¡Esto va a ser una
juer
g
a sona
d
a! —
d
ijo
la a
b
ue
la
ju
b
ilosa—. Esperamos
h
asta que
s
e a
g
achen sobre nosotros
y
lue
g
o…
El coche de la policía se detuvo. Pestañeé y vi apearse a dos hombres. Los dos iban
vesti
d
os i
g
ua
les
y
so
b
re to
d
o
las
g
orras
d
e sus ca
b
ezas tenían un aspecto
g
racioso.
Uno
d
e
los
h
om
b
res era re
d
on
d
o como una
b
o
la, e
l otro mu
y
escuálido
.
—Ahí delante ha
y
al
g
o —oí decir al escuálido.

¿
Llevas una lámpara de bolsillo? —pre
g
untó el
g
ordo.
E
l escuá
lid
o no contestó, pero en su mano
lució
d
e pronto una
luz tan monstruo-
s
amente c
lara que
y
o cerré
los o
jos aterroriza
d
o.
Oí acercarse pasos
y
, en ese momento, me decidí firmemente a hacer lo que se
esperaba de mí.
Los pasos estab
an
y
a mu
y
cerca cuan
d
o oí a
la a
b
ue
la susurrar: «¡A
h
ora!»
Me incorporé
d
eprisa, me que
d
é a me
d
io paso
d
e
l po
licía escuá
lid
o
y

g
rité con
todas
mi
s
f
ue
rz
as:

¡
Uuaaah, uaaah, uaaah!
Al mismo tiempo la abuela aulló de una manera tan lastimosa que por fuerza tenía
que ca
lar
la mé
d
u
la
d
e un
h
umano.

98
Pero los dos policías solo se retiraron un poquito. El
g
ordo
g
ritó:
—¡Silencio!
Y con eso me asustó tanto que e
l cuarto «uaaa
h
» se me que
d
ó atasca
d
o en
la
g
ar
g
anta
.
Los policías sujetaron a la abuela, y ella ya era demasiado vieja para achicarse y
escabullirse. La abuela aullaba de rabia, y uno de los policías trataba de tranquilizarla.
Al final tuvieron que taparle la boca.
Los policías notaron casi instantáneamente la
f
rialdad
g
élida que desprendía el
cuerpo que esta
b
an su
jetan
d
o. A
h
ora tenían que tener pánico. Pero, e
l
g
or
d
o
d
ijo
al
g
o de «con
g
elación»
y
el flaco contestó:
—No tiene na
d
a
d
e extraño. La po
b
re mu
jer tiene que estar con
g
e
la
d
a
d
espués
d
e
h
abe
r
estado

te
n
d
ida

e
n l
a
hi
e
r
ba
h
ú
m
eda
.
—No las ten
g
o todas conmi
g
o —di
jo a esto el
g
ordo
.
Y yo sentí una pequeña esperanza, que se esfumó inm
ed
iata
m
e
n
te
de
n
ue
v
o
cua
n
do

el
g
ordo si
g
uió hablando:
—Una mu
jer vie
ja
y
un niño en
la carretera en p
lena noc
h
e,
y
a
d
emás
los
d
os en
camisón. Aquí ha
y
al
g
o que no enca
ja.
Esperé a que
la a
b
ue
la
h
iciera a
lg
o. Pero e
ll
a se que
d
ó a
ll
í para
d
a
y
mu
y
tranqui
la;
su
fr
acaso
l
a
h
ab
ía
perturbado
tota
lm
e
n
te
.
—Primero vamos a tomar la filiación personal —di
jo entonces el policía flaco—. Esto
siempre está bien cuando no se sabe qué hacer.
99
Ho
jeó su cuaderno de notas,
y
para esto tuvo que soltar a la abuela. Pero ella no se
movió. Sus o
jos vo
lvían a ec
h
ar c
h
ispas,
y
por eso noté
y
o que tenía un nuevo p
lan
para asustar a
los po
licías.

¿
Cómo se llama usted, buena mu
jer? —pre
g
untó el flaco.
La abuela contestó mu
y
tranquila:
—Fantasma A
p
orreador. Yolanda Teodora Genoveva Fantasma A
p
orreador.
E
l po
licía escuá
lid
o so
ltó una risota
d
a que sonó como un
b
a
lid
o,
lue
g
o carraspeó
y

d
ijo
:
—Per
d
one uste
d
,
y
o sé que es
d
e mu
y
mala crianza r
e
ír
se
del
n
o
m
b
r
e
de
ot
r
o
: n
ad
ie

t
iene
la cu
lpa
d
e
l nom
b
re que
ll
eva
.
Se hizo repetir el nombre, lo anotó en su cuaderno
y
lue
g
o pre
g
untó a la abuela cuál
e
r
a
l
a
f
ec
h
a

de

su
n
ac
imi
e
n
to
.
—Naturalmente, esto a una señora no se le pre
g
unta —añadió
conciliador—. Pero mi interés es
p
uramente
p
rofesional
.
La a
b
ue
la sonrió y
d
ijo:
—N
ac
í
e
l 29
de

feb
r
e
r
o

de
1211
.
—Quiere decir 1911, claro —dijo el policía flaco
.
—Quiero decir 1211 —replicó la abuela. —P
e
r
o

e
n
to
n
ces

te
n
d

a

usted

te
n
d
r
á

usted

basta
n
te
m
ás

de

setec
ie
n
tos

a
ñ
os
.
—Y los ten
g
o —con

rmó la abuela.
A
h
ora tam
b
ién e
l po
licía
g
or
d
o so
ltó a
la
a
b
ue
la. Se retiró un paso
y
vi cómo
h
acía una seña
al otro policía: se dio
g
olpecitos en la frente con el
dedo
ín
d
ice
.
Yo no sabía qué quería decir esto, pero el flaco
pareció entender la seña. De repente se vio una
s
onrisa en su cara. Lue
g
o cerró el cuaderno de notas,
pidió un poco de paciencia y volvió al coche. Allí
levantó un auricular
y
di
jo:
—Hemos
d
eteni
d
o a
d
os in
d
ivi
d
uos curiosos, una vieja y
un niño, los dos en camisón. La vieja, por cierto, a

rma
que tiene más
d
e setecientos años…

Pasó un rato escuchando al auricular, lue
g
o se rio
y
di
jo:
—Justo eso es
lo que pensa
b
a
y
o, que son un par
d
e
locos. Pro
b
a
bl
emente se
h
an
escapa
d
o
d
e un manicomio.
—¡No estamos locos! —chilló la abuela—. ¡Somos fantasmas, fantasmas extraor
-
d
inariamente espantosos! […]
¡Hacerse invisible! Esta era la última oportunidad de la abuela.
Apenas había pensado esto, la abuela desapareció. Podía verse que aún estaba allí,
porque la
g
orra con los adornos dorados del policía
g
ordo se alzó de repente de su
cabeza
y
salió volando a
g
randes ondas por encima de la carretera. Inmediatamente
su ore
ja derecha se hizo tan
g
rande como la de una liebre (se
g
uramente la abuela
le estaba tirando de ella) y el gordo dejó oír un estridente grito de dolor. El policía
flaco quiso ir en su a
y
uda, pero tropezó con al
g
o que no vio, la pierna de la abuela
concretamente, y cayó cuan largo era. […]
U
n instante después la abuela
y

y
o estábamos en casa, en la mazmorra del castillo.
La abuela había recurrido a uno de sus antiquísimos trucos má
g
icos para ahorrarse
el lar
g
o camino a casa.
Walter Wippersberg,
M
alos tiempos para
f
antasmas,
Ed. Es
p
asa Cal
p
e, Col. Austral Juvenil.
El fantasma Cucufate El
f
antasma
C
ucu
f
ate
s
e dio a
y
er un so
f
ocón:
se
m
a
n
chó

de

chocolate
la sá
b
ana
d
e a
lg
o
d
ón.
La metió en
la
lava
d
ora,
le ec
h
ó muc
h
o
d
eter
g
ente
y

la
lavó me
d
ia
h
ora
con e
l a
g
ua mu
y
ca
liente.
Y a
h
ora como a
lma en pena,
en
f
adado y a

igido,
va
g
a
d
e a
lmena en a
lmena:
¡l
a sá
b
ana
le
h
a encogi
d
o!
Le
ll
e
g
a por
las ro
d
ill
as
,
igua
l que una camiseta,
y

luce
las pantorri
ll
as
y

las me
d
ias
d
e ca
lceta.
T
iene un enorme dis
g
ust
o
porque, de
f
rente o de espaldas,
¿
a quién va a matar
d
e susto
u
n f
a
n
tas
m
a

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n minif
a
lda
?
C
armen Gil
,

M
onstruos, bru
jas
y
fa
nn
tasmas,
Ed. Bro
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q
uiuiui
l.
El fantasma chico El
f
antasma chic
oo
d
e
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d
ru
g
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armó un estro
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icc
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de mucha im
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tata
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y
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l tar
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la merme
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espertó a Mari
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y a sus
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os
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asasas
ss
aasa
,,,
d
espertó a
l can
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ri
io,o,
d
espertó a
la
g
a
tt
a
,
q
ue salió bufan
ddo
p
or una ventana
.
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h
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l
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n
a
seses
m
a
d
a como loco
y y
aana
d
oda la casa
pppo
oo
p
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a
n
do

esas

cosas
bbbu
uuu
sca
m
ás blanco lavan.
qqqqu
uu
e e
m a él le
g
usta siempr
e
QQuQu
u
e
mo
Di
os
m
a
n
da
.
iirr
c
omo
C
arlos Murciano
101

102Fantasmería (Para recitar a ritmo de rap) Zum
b
a e
l viento p
or
las ren
d
ijas
,
se o
y
en suspiros,
ss
uenan ca
d
enas
.
Es noc
h
e cerra
d
a,
¿
quién será?
Son los
f
antasmas
que vienen
y
van
.
Arrastran sus pas
oo
s con di

cultad
,
an
d
an sin zapatos
para no asustar,
v
an en

la india, t
oo
dos al compás,
son ino
f
ensivos, d
éé
jalos pasar
.
N
o

te

asustes
n
i te espantes
ni
te

aso
m
b
r
es
s
i
a
l
os

fa
n
tas
m
as
sientes
ll
egar
.
Entre
las tinie
bl
as,
tienen que via
jar
a sus reuniones
de
el
más a
ll
á
,
ellos

at
r
a
vi
esa
n
la

c
iudad
en cinco se
g
un
d
o
ss
, no
d
emoran más.
No pe
g
ues un
g
ri
tt
o si los ves volar,
todos

s
ile
n
c
iosos

ee
n
la

oscu
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dad
.
Hazte e
l
d
ormi
d
o,
d
é
ja
los en
p
az
,
si les dices algo, s
ee
pueden es
f
umar.
N
o

te

asustes
ni te espantes
ni
te

aso
m
b
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es
s
i
a
l
os
f
a
n
tas
m
as
sientes lle
g
ar
.
Yolanda Re
ye
e
s
103
El fantasma de Canterville
Es un persona
je literario
f
amoso
,,

creado por el escritor
y
dramatu
rrg
o
in
g
lés Oscar Wilde. Este fantas
mm
a
es el alma en pena de sir Simón
Cantervi
ll
e, quien
d
espués
d
e
asesinar a su esposa
la
dy

E
leonore,
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esapareció
—nueve años
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espués— en
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a
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ci
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cu
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cias
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El castillo está embru
jado.
El fantasma se dedica a es
p
anta
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a los habitantes del castillo
,

va
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istintos
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caza
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a, etc.
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anterville
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hos
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e
humor
y
misterio, de fantasía e i
nn
tri
g
a, que
t
iene el si
g
uiente ar
g
umento:
Hiram B.
Otis, estadounidense, adquiere el castillo de
l
t
il
l
d
Canterville (In
g
laterra)
y
se traslada con su
f
amilia a vivir en él. Lord Canterville, dueño
anterior del mismo, le advierte que el
f
antasma de sir Simon de Canterville anda en el
edi

cio desde hace no menos de trescientos años, pero el Sr. Otis, estadounidense
moderno
y
práctico, deso
y
e sus advertencias. La familia de Hiram B. (su esposa
Lucrecia, el hi
jo ma
y
or Washin
g
ton, su hi
ja Vir
g
inia,
y
sus dos traviesos
g
emelos)
s
e mudan a la mansión
,
burlándose constantemente del fantasma. El fantasma no
lo
g
ra asustarlos,
y
más bien pasa a ser víctima de las bromas
y
de la indiferencia de
la
f
amilia. Está triste, pero con la a
y
uda de Vir
g
inia (quien se compadece de él), lo
g
ra
a
lcanzar
la paz
d
e
la muerte.
Este
lib
ro
h
a si
d
o
ll
eva
d
o a
l cine
y
a
l teatro numerosas veces,
y
se
h
an
h
ec
h
o versiones
para te
levisión
y
ra
d
io. Tam
b
ién
h
a
y
varias a
d
aptaciones musica
les.
E
l escritor Pe
d
ro Mañas Romero nos cuenta en tono
d
e
h
umor, en su
lib
roP
oe
m
as

para
leer antes
d
e
leer,
q
ué hacía este
f
amoso
f
antasma.

104Reco
rr
ías…
el
casti
ll
o, con tu vie
jo can
d
e
la
b
ro,
c
on un gesto muy maca
b
ro y au
ll
an
d
o po
rr

los pasi
ll
os
.
T
e asoma
b
as

d
esde el
f
ondo del espe
jo a medianoche,
b
ailando como un
f
antoche a
g
arrado a tu
re

e
jo
.
Arrastra
b
as

m
u
y
despacio por la alfombra tus cadena
ss
,
ag
itando tu melena entre las sombras del
pal
ac
c
ioooo
.
Te

esco
n
d
ías…
e
n secreto en el fondo del armario
,
a
sustando al vecindario con tu tra
je de es
qq
uel
eet
ooo.
.
Y

a
l
o
ír
te…
s
e ocultaba el barón ba
jo la mesa,
la condesa sufría mil desmayos,
los laca
y
os escapaban en calesa,
la duquesa se lar
g
aba en su caballo
,
e
l cochero se enganchaba a la botella. […
]]
Pero ahora
,
¿
a qué individuo aterroriza encontrars
e
ca
r
a

a

ca
r
a

a

u
n
bue
n f
a
n
tas
m
a?
La gente tiene miedo de otras cosas
:
d
e
la
g
ripe
y

la virue
la,
d
e
la escue
la y
d
e
l tra
b
ajo,
d
el
jefazo
y
del dentista,
la autopista y
los atascos,
los c
h
u
b
ascos
y

las prisas
.
Pero duende y
f
antasma
s
y
a so
lo pro
d
ucen risa
.
Frase hecha «Tener cabeza de chorlito»
Los c
h
or
litos son unos pá
jaros pequeños con patas
lar
g
as, una cabeza diminuta
y
un cuello mu
y

g
rueso,
por
lo que
d
urante muc
h
o tiempo se pensó que no
tenían cabeza. Cuando decimos que una persona
tiene ca
b
eza
d
e c
h
or
lito, queremos
d
ecir que tiene
poca ca
b
eza, que
h
ace
las cosas sin pensar, que se
d
espista continuamente.

105
El bosque de los grumos
Era el segundo día de vacaciones y Miguel había ido al
bosque a buscar setas. Tenía la cesta llena
y estaba a punto de volver a su casa, en
una pequeña aldea junto al lindero del
bosque, cuando, debajo de un roble, vio
una rana mordisqueando un hongo de
rojo sombrerete.
Se que
d
ó mu
y
sorpren
d
id
o, pues c
rr
eía
que
las ranas so
lo comían insect
oo
s
y
otros biche
jos,
y
además aqu
ee
l
h
on
g
o era venenoso. Mi
g
ue
l, qu
ee
entendía mucho de setas
,
conocí
aa

in
c
luso
su
n
o
m
b
r
e
c
ie
n
t
ífico
: Am
o
ni
ta
a
m
uscar
ia,
ll
ama
d
a así porque su ven
ee
no
solía matar a las incautas moscas
qqu
e
acu
d
ían a e
ll
a atraí
d
as por su vivo c
ool
or.
E
l niñ
o

se

ace
r

sigilosamente
yy
, a
l
v
er
la más
d
e cerca, se
d
io cuenta
d
e
qq
ue
aquella rana era mu
y
rara. Se mantenía
er
g
ui
d
a so
b
re sus patas traseras
y
tenía una especie
d
e cuerneci
ll
o en
la ca
b
eza...
So
lo pu
d
o examinar
la
d
urante unos se
g
un
d
os, pues, a
l percatarse
d
e su presencia,
la extraña rana desa
p
areció tan rá
p
idamente como si se hubiera volatilizado en el
ai
r
e.
Al acercarse a la amanita, Miguel comprobó que estaba mordisqueada. Se inclinó so
b
re
la seta para examinar
los mor
d
iscos; pero no tuvo tiempo
d
e
h
acer
lo, pues una
mano huesuda
y
fuerte como una
g
arra lo aferró
p
or el
p
escuezo.
10
106—
¿
Qué haces, insensato? —di
jo a sus espaldas una voz ronca
y
áspera.
La poderosa mano lo levantó
y
lo hizo volverse,
y
Mi
g
uel se halló
f
rente a una anciana
d
e o
jos penetrantes que
lo mira
b
a con cara
d
e reproc
h
e. I
b
a vesti
d
a comp
letamente
d
e ne
g
ro
y

ll
eva
b
a sue
lto e
l
lar
g
o ca
b
e
ll
o
bl
anco. E
l niño pensó con espanto que, si
existían
las
b
ru
jas, aca
b
a
b
a
d
e caer en manos
d
e una.
—¡Vamos, escupe e
l trozo, mentecato! —
le
g
ritó
la vie
ja, zaran
d
eán
d
o
lo con
violencia violencia
.
u
pir na
d
a, puesto que
E
l
p
o
b
re M
ig
ue
l no
p
o
d
ía esc
uomien
d
o,
y
tenía tanto
na
d
a esta
b
a c
que tampoco po
d
ía
mie
d
o
a
r.
ha
bl
a La

a
n
c
ia
n
a

le

ab
ri
ó

la

L
boca

co
n
sus
m
a
n
os


u
esu
d
as y miró en su
hu
rio
r.
in
ter
M
a
ld
ita sea... te
lo
h
as
—¡
M
ad
o!
¿
No sa
b
es que
t
ra
ga
s
e
t
a es mu
y
, pero que
e
sa
s
venenosa
?

¿C
ómo se
mu
y
r
re
d
ar
le un mor
d
isco,
te ocu
ro
ma
ja
d
ero
?
pequeñ
o o
g
ró balbucear por

n
—Sí que lo sé —l
h
e mor
d
id
o...
Mi
gu
e
l—,
y
y
o no
la
h e
trozo que
f
alta?
—¿
Cómo
q
ue no?
¿
Y es
e

S
e
lo
h
a comi
d
o una rana..
.
Te crees que so
y
una
—¿
Una rana?
¿M
e tomas
po
r
b
o
b
a?
e
n setas,
v
ie
ja c
h
oc
h
a,
¿
e
h
? ¡Las ranas no com
e
botarate
!
c
argó al hombro como
D
icho esto, levantó a Miguel y se lo
ca
ordinaria para ser una
s
i fuera un saco. Tenía una fuerza extr
a
a
n
c
ia
n
a
.

¡Suélteme! —
g
ritó el niño—. ¡Socorro
!
un sapo peludo! —lo
—¡Cállate si no quieres que te convierta en
e
rior del bosque—.
¿
Te
amenazó la vie
ja, echando a andar hacia el int
e
g
ustaría ser un sapo peludo
?
—No —contestó Miguel, con apenas un hilo de voz. —No —contestó Mi
g
uel
,
con a
p
enas un hilo de v
o

107
—Además... por mucho que
g
rites, no te va a oír nadie. Solo
y
o;
y

y
o no ten
g
o
ningunas ganas de oírte. Ya tengo bastante con llevarte a cuestas... ¡Una rana! ¿No
sa
b
es
lo que comen
las ranas?
—Insectos
,
creo...
—Insectos en movimiento —precisó la anciana—. Las ranas son tan tontas que si
v
en una mosca quieta no la identifican como comida. Una rana podría morirse de
h
am
b
re ro
d
ea
d
a
d
e rico paté
d
e mosca, pues su pequeño cere
b
ro, casi tan pequeño
como e
l tuyo, so
lo reconoce como comi
d
a a
lgo
d
iminuto y en movimiento, como un
insecto vo
lan
d
o. De mo
d
o que ni siquiera una rana
b
orrac
h
a se comería una seta..
.
Mi
g
ue
l esta
b
a más perp
le
jo que asusta
d
o. Aque
ll
a
b
ru
ja no parecía tener ma
las
intenciones, pues creía que é
l
h
a
b
ía mor
d
id
o una seta venenosa
y

h
a
b
ía intenta
d
o
hacerle escu
p
ir el trozo. Además, hablaba como una maestra, como si le estuviera
dando una lección de Ciencias Naturales.
[
...
]
Al cabo de un rato, lle
g
aron a una cueva. La entrada estaba oculta tras unos
matorrales,
y
en el interior, débilmente iluminado por una serie de a
g
u
jeros en el
techo, a modo de tragaluces, Miguel vio la más extraordinaria colección de hongos
que se pue
d
a imaginar. Ha
b
ía a
lgunos ejemp
lares enormes, y especies que no
h
a
b
ía
v
isto ni siquiera en
los
lib
ros
.
La cueva
d
e
los
h
on
g
os comunica
b
a con otra que, a
l parecer, era
la vivien
d
a
d
e
la
b
ru
ja. Aunque, más que una vivien
d
a, parecía un
la
b
oratorio:
h
a
b
ía varias mesas
llenas de
f
rascos,redomas
y
alambiques
,

y
estantes con montones
d
e vie
jos
lib
ros
y

e
x
t
r
a
ñ
os
cachivaches
.
La anciana depositó a Miguel en el suelo, echó mano de un frasco que contenía un
espeso jara
b
e ver
d
oso,
ll
enó una cuc
h
ara, y
le
d
ijo:
108


m
ate

esto
.
—No me lo pienso tomar —di
jo el
niñ
o

co
n
dete
rmin
ac

n.
—¿Ah, no? ¿Prefieres que te ate a
una silla, te pon
g
a una pinza en la
nariz para o
bl
ig
arte a a
b
rir
la
b
oca
e
ha
g
a tra
g
ar todo el frasco con un
y
te mbudo
?
em —
Está
b
ien —
d
ijo Mi
g
ue
l, ante
los

g
umentos
d
e
la vieja. A
b
rió
la
b
oca,
ar
gej
ó que le metiera la cuchara
y
se
de
a
g
ó el amar
g
o
jarabe
.
t
r —
Así me
g
usta...
— —¡Está malísimo! —se quejó el niño. —
—Este
jarabe te va a salvar la vida: no pretenderás que encima esté bueno. Es un
antí
d
oto contra
los
h
on
g
os venenosos. Lo
h
e prepara
d
o
y
o misma, que so
y
la ma
y
or
experta mun
d
ia
l en e
l tema.
¿
Te
d
as cuenta
d
e
la suerte que
h
as teni
d
o?
—Ahora que
y
a me he tomado su asquerosa pócima —di
jo Mi
g
uel mu
y
ofendido—,
¿se va a creer
d
e una vez que yo no
h
e mor
d
id
o esa seta?
—No me hables así
,
enano.
—Lo siento, pero esa pócima está rea
lmente asquerosa. Me pue
d
e o
bl
ig
ar a
tomármela, pero no querrá que encima le dé las
g
racias… Ya me está dando dolor
de estóma
g
o..
.
—Cuan
d
o
d
ig
o que no me
h
a
bl
es así, quiero
d
ecir que no me trates
d
e uste
d
. Me
hace sentir ma
y
or,
y
solo ten
g
o ochenta
y
dos años. Toma, esto te quitará el sabor
d
e
l
antídoto —dijo ella, dándole una manzana que tomó de un
f
rutero
.
—Mi madre me ha dicho que nunca acepte cosas de los desconocidos.
—Esto no es una cosa, es una manzana.
¿
No pensarás que
y
o so
y

la ma
d
rastra
d
e
Blancanieves
y
que es una manzana envenenada? Además —le aclaró a Mi
g
uel la
enigmática anciana—, los desconocidos con malas intenciones usan los re
g
alos para
camelarse a los niños y llevárselos a algún lugar apartado... Pero tú ya estás en mi
casa, que es un
lu
g
ar aparta
d
ísimo,
y
si quisiera po
d
ría
h
acerlonganizas
co
n
tus
tripas; así que
y
a no tiene senti
d
o rec
h
azar
la manzana. Cómete
la.
E
l ar
g
umento
d
e
la vie
ja era
d
e una

g
ica ap
lastante
y
, a
d
emás, Mi
g
ue
l quería
quitarse e
l ma
l sa
b
or
d
e
b
oca
y
e
l ar
d
or
d
e estóma
g
o,
d
e mo
d
o que aceptó
la
manzana
y
empezó a comérse
la a mor
d
iscos
.

109
—E
stá

bue
n
a
.
—C
laro que está
b
uena. A
h
, por cierto, puesta a
d
arte
b
uenos conse
jos, tu ma
d
re
tam
b
ién te po
d
ría
h
a
b
er
d
ic
h
o que
las setas
d
esconoci
d
as son tan pe
lig
rosas como
las
p
ersonas.
—Para que te enteres, conozco mu
y
bien las setas —replicó el niño—,
y

y
o no he
m
o
r
d
ido

esa

a
m
a
ni
ta
.
—Así que sigues insistiendo en que ha sido una rana...
—Bueno, a lo me
jor no era exactamente una rana. Era bastante rara. Tenía un
cue
rn
ec
ill
o

e
n
c
im
a

de
l
a

cabe
z
a
...
—¿Un cuerneci
ll
o,
d
ices? ¿No sería un pe
d
úncu
lo? —pregunto
la anciana, con
repentino interés.
—No sé mu
y

b
ien
lo que es un pe
d
úncu
lo —reconoció Mi
g
ue
l.
—Un cuerno es duro
y

g
ido. Un pedúnculo es blando
y


exible, como un dedo

d
ijo e
ll
a, movien
d
o su
h
uesu
d
o meñique.
—Entonces, era eso, un pe
d
úncu
lo. Se movía...

¿
No me estarás en
g
añan
d
o, enano?
—¿Por qué i
b
a a
h
acer
lo? Ya me
h
as
h
ec
h
o tomar
la asquerosa poci... quiero
d
ecir e
l
antídoto. Lo mismo me daría admitir que me he comido
y
o la amanita.

¿
Será posible que...? —murmuró la vie
ja para sí—. No, no puede ser.
—¿Qué es lo que no pued
ee
ser?

¿
Sabes lo que son los
g
r
uu
mos, enano?
—Claro. Son esas bolitas p
rr
in
g
osas que se forman cuando
e
l
cacao
n
o

se

d
isue
lv
e

b
ien
n

e
n l
a
l
ec
h
e
..
.
—No me refiero a esos
g
r
uu
mos, sino a
los otros... No, c
laro que
no sa
b
es
lo que son. Casi na
d
ie
lo sa
b
e.
Que
d
an muy pocos en e
lll mun
d
o,
y

d
es
d
e
luego no
h
ay nin
gg
uno p
oror

estos
andurriales
.

A
no se
rr
q
ue,
pppopo
oo
rrr
al
g
una misteriosa razón, h
aay
an
vvv
eeenenen
n
idid
oo
recientemente. Pensándol
oo
bi
en
nn
,,,
hha
a
yy
unun
aa
laguna bastante cerca... Carlo Frabetti,
E
l bosque de l
os
gggggg
rrruru
u
mmo
s,

Ed. Alfaguara.
AlAlAl
ffafafafa
aa
gggugu
ara.
110El grumo
La bruja Si en una noc
h
e
d
e
luna
o

al

cla
r
ea
r
la
m
a
ñ
a
n
a
ves cerca
d
e una
la
g
una
un ser
q
ue es como una rana,
pero que camina er
g
uido
y
se esfuma como el humo
al oír el menor ruido
,
no estás soñando: es un
g
rumo.
Si del bosque en lo pro
f
undo
una cosa pequeñ
ita
lo
g
ras ver por un se
g
undo
mordis
q
ueando una amanita,
y esa cosa, verde o rosa,
se
r
ela
m
e

co
n
el
z
u
m
o
d
e
la seta venenosa,
no a
lucinas: es un gru
mm
o.
S
i ves entre
la ma
leza
u
n
b
icho

co
n
u
n cornete
o

d
os so
b
re
la ca
b
eza,
t
an rec
h
onc
h
o
y
re
g
or
dd
et
eeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeee
y
tan á
g
il
y


exible
co
m
o

u
n
luchado
r
de
sumo
d
iminuto
y
apaci
bl
e,
no
lo
d
u
d
es: es un
g
rumo.
L
a
b
ru
ja,
la
b
r
uujaj
se
q
uedó enc
ee
rra
da
en una burbu
jaa
.
La bru
ja, la bo
b
a
con escoba
y

tt
odo
con todo y es
cc
ob
a.
Está prisioner
aa
chillando y pa
tt
ean
do
de
m
a
la
m
a
n
ee
r
a.
T
iene un solo
diente
,
ore
jas de burr
oo
y unrulo
e
n l
a

f
re
nt
e.
Que
ll
ore, qu
ee

g
ruña
,
que pique su
cc
árcel
con diente
y
c
on uña
.
Que salte, que ruede,
d
que
b
usque
la puerta
que salga si puede.
¡
Se que
d
ó
la
b
ru
ja
presa para s
iempr
e
en una
b
ur
b
uja
!
Mª E
lena Wa
ls
h
La seta Enriqueta, d
e
b
a
jo
d
e un pino,
oculta

e
n
t
r
e

h
ie
r
bas
n
o
v
e

el

ca
min
o
.
Las setas que viven
c
on nuestra Enriqueta
t
iri
ta
n
de
mi
edo
s
i a
lg
uien se acerca
.
No quieren
d
e
jar
a
l viejo pino
ni quieren que na
d
ie
las
g
uise con vino.
La seta
Enriqueta
C
arlo Frabetti,
E
l bosque de los grumos,
E
d. Al
f
aguara
.
Inés Flores Llanos
,
en
www.laspoesiasdeinesflores.blogspot.com.es
l
oesiasdeinesflores
.
blogspot
.
com
.
es

111
Un geniecillo del agua
El genio del agua tuvo un hijo, y para celebrarlo organizó una fiesta. Invitó a veintisiete
parientes: doce genios con sus respectivas mujeres, un genio de la fuente, la geniecilla
del puente de San Nepomuceno y el genio del pantano.
El genio de la
f
uente era ya muy viejo y lucía barba blanca. Vivía en el caño de
la fuente situada tras el parque de bomberos. Los restantes
g
enios del a
g
ua
y
sus
mu
jeres procedían del estanque del pueblo, del charco de las ranas, de la charca de
los patos,
d
e
la
b
a
lsa ro
ja
y
d
e
la
b
a
lsa ne
g
ra,
d
e
l manantia
l d
e
las truc
h
as,
d
e
l arro
y
o
d
e pie
d
ra
y

d
e otros cinco arro
y
os más. […]
Al cabo de un rato, el
g
enio de la fuente, el que tenía la barba blanca, alzó la mano
y

d
ijo:
—Dejémonos de gritos estentóreos y deseemos todo tipo de felicidades a nuestro
g
enieci
ll
o
d
e
l a
g
ua.
—¡Mu
y
bien dicho! —corroboraron los demás.
Y, uno tras otro, desearon al
g
eniecillo del a
g
ua salud, felicidad, lar
g
a vida
y
todo lo
que un geniecillo de agua puede necesitar
.
Por su parte, y sin que na
d
ie se
d
iera cuenta, e
l genio
d
e
l pantano se intro
d
ujo
la
mano en el bolsillo
y
sacó de él una flauta. Y cuando le tocó el turno, di
jo:
—Muc
h
ac
h
o, para que tengas un corazón
ll
eno
d
e a
legría.
Y llevándose la

auta a los labios empezó a tocar
.
El pequeño genio del agua creció deprisa y pronto salió a recorrer la presa del
molino donde vivía. Su padre, el genio del agua, le enseñó la presa y le presentó a
los peces que nadaban en sus aguas, a las salamandras, caracoles, gusanos, larvas
de escarabajos, pulgas de agua, etc. Pronto se familiarizó con todo y con todos y
comenzó a hacer travesuras.
El
g
eniecillo del a
g
ua coleccionaba todo lo que los hombres tiraban distraídamente a
la presa del molino: latas vacías, bombillas, zapatillas viejas y otras cosas de parecido
va
lor. To
d
o esto
lo escon
d
ía
d
e
b
a
jo
d
e
las pie
d
ras situa
d
as
d
etrás
d
e
la casa
d
e
l
g
enio
d
e
l a
g
ua. A
l ca
b
o
d
e a
lg
ún tiempo,
ll
e
g
ó a reunir en su cámara
d
e
l tesoro
t
o
d
a c
lase
d
e riquezas
d
iversas,
y
un
d
ía se
las enseñó,
ll
eno
d
e or
g
u
ll
o, a su ami
g
a,
lacarpa
C
ipriana.
Cipriana inspeccionó por todos lados aquellos objetos. Luego, torció el
ppp
ó
:
g
esto burlonamente
y
apunt
ó d
o,
h
ijito... Pero
¿
qué vas a
h
acer, por
—To
d
o esto es estupe
nd
o
ndo?
¿
Y con aquel
g
ancho para remover
e
jemplo, con un
jarro sin
fo
a
mente oxidado
y
vie
jo? Veo que tienes
c
arbón que está comple
ta
pie izquierdo, lleno de agujeros. ¿Y con
también un zapato para el
z
a, de las que tienes por lo menos varias
aquellas botellas de cerve
z
d
ocenas, como si esto
f
uera un almacén
?
—B
otellas

de

ce
rv
e
z
a

e
n
cue
n
t
r
o

bas
-
tante a menudo, aunque la ma
y
oría es
-
tán rotas —di
jo el
g
eniecillo del a
g
ua—.
Pero no me importa
y
las reco
jo.

¿
Y... para qué..., si me permites que
te
lo pre
g
unte? —inquirió
la carpa
C
ip
riana.

¿
Para qué? —repitió el
g
eniecillo
d
e
l agua, sorpren
d
id
o
.
Nunca se
le
h
a
b
ía ocurri
d
o pensar
lo.
Preci
p
itadamente, buscó la res
p
uesta.
A
ú
n
estaba

buscá
n
do
la

cua
n
do

co-
mentó
C
ipriana
:
—Bueno, mira, eso nos pasa a to
d
os. A
h
ora ni siquiera tú sa
b
es por qué reco
g
es
t
o
d
os esos trastos. Sí, trastos inúti
les que
d
e
b
erías tirar,
d
es
h
acerte
d
e e
ll
os.

¿
Tirarlos? —protestó el
g
eniecillo del a
g
ua, enfadado—. Mira, ¡dé
jame en paz!
—¡Está bien! No me meto. Es cosa tu
y
a. Si te divierte coleccionar cachivaches, ¡allá
t
ú! Yo no
lo
h
aría. Pero yo ya soy vieja. No estoy precisamente en e
l agua
d
es
d
e ayer.
112

113
Cipriana echó un par de burbu
jas para demostrar que no pensaba se
g
uir hablando
sobre el asunto, y se
f
ue nadando, pues quería zanjar la cuestión.
E
l
g
enieci
ll
o
d
e
l a
g
ua vio,
ll
eno
d
e ra
b
ia, cómo se a
le
ja
b
a.
—Puedes decir cuanto quieras —le
g
ritó—, pero si me estropeas al
g
una de mis
bonitas cosas
,
no terminarán bien tus días.
Sin decir más, el geniecillo del agua esperó la oportunidad de poder convencer a
Cipriana de que sus tesoros servían para al
g
o.
No tuvo que a
g
uar
d
ar muc
h
o.
No
h
a
b
ían pasa
d
o ni tres
d
ías cuan
d
o vo
lvió a encontrarse a Cipriana. La anciana
tenía una expresión mu
y
irrita
d
a
y
b
ur
b
u
jea
b
a continuamente. E
l g
enieci
ll
o
d
e
l a
g
ua
no enten
d
ía
lo que
d
ecía, pero
d
istinguió con to
d
a c
lari
d
a
d
que no se trata
b
a
d
e
pa
la
b
ras amistosas.
—¡Cipriana! —
le
ll
amó—. Pe
rr
o
¿
qué te pasa?
—¡A
y
! ¡Dé
jame! Esto
y
mu
y
e
nn
fadada
.
—Que estás enfadada puede
nn
verlo hasta
los cie
g
os. Pero
¿
por qué?
—Por e
l in
d
ivi
d
uo
d
e
l anzue
lo —exp
licó
CCC
ippp
ririri
aanan
aaa
jadeando indi
g
nada—. Es un
a ver
g
üenz
aa
ququ
ee
no
pueda una comerse a los h
ombres. Pero
e
ll
os sí a nosotros.
S
e sien
tt
an
en la orilla
y
esperan a que
aa
l-
g
uien pique.
¿
No ten
g
o raz
óó
n
para ponerme en
f
erma de
iin
-
d
ig
nación? ¡Yo me
lo comería
a
é
l si pu
d
iera!
—Tú no pue
d
es comérte
lo
—o
bj
etó e
l
g
enieci
ll
o
d
e
l
agua—, y yo tampoco. P
ero…

quizá pu
d
iera
h
acer
le a
lg
o...

¿
Sí? —pre
g
untó la carpa Cipriana;
y
miró al
g
eniecillo del a
g
ua dubitativamente—.
¿
Qué puedes hacerle?
—Espera, espera
y
verás —contestó evasivamente el
g
eniecillo del a
g
ua, pues quería
dar una sor
p
resa a Ci
p
riana.
La carpa hubo de enseñarle dónde se encontraba el anzuelo... Entonces, el
g
eniecillo
mandó a la anciana que nadase más cerca de la orilla y que, desde allí, estuviese
atenta a lo que iba a ocurrirle al pescador.
114
—Por ahora no puedo adelantarte más —di
jo
g
uiñándole un o
jo—. Es un secreto
.
Así, pues, Cipriana nadó hasta cerca de la orilla y esperó. Miraba descon

adamente
a
l pesca
d
or, que sostenía
la caña so
b
re e
l a
g
ua. Junto a
l
h
om
b
re
h
a
b
ía un cu
b
o
d
e
l
que, de vez en cuando, salpicaba a
g
ua
f
uera.
«Ya ha pescado a unos cuantos de nosotros —pensó Cipriana, horrorizada—. Debe
s
er mu
y
desa
g
radable estar chapoteando así en el cubo. Espero que no pique
nin
g
uno más...
»
Pero a
p
enas hubo
p
ensado esto Ci
p
riana, cuando, de
p
ronto, vio cómo el hombre
a
g
uza
b
a
la vista
y
se agazapaba
.
Lue
g
o,
d
a
b
a un
b
uen tirón
d
e
l se
d
a
l para ec
h
ar
lo
h
acia atrás
.
¡
A
y
, Dios mío! ¡Aque
l en
d
emonia
d
o ten
d
ría
y
a otro en e
l cesto! ¡Y uno
d
e
los su
y
os
s
ería testi
g
o
d
e e
ll
o!
A
l tiempo que
d
escri
b
ían un arco caña
y
se
d
a
l, a
lg
o sa
lió vo
lan
d
o
h
acia
la ori
ll
a
y

ca
y
ó ruidosamente sobre la hierba
.
E
l
h
om
b
re se precipitó ense
g
ui
d
a so
b
re su presa. Pero, ¡va
y
a!, su
jeto a
l anzue
lo no
había un pez. Era..
.
La carpa Cipriana se quedó boquiabierta. ¡Era un zapato del pie izquierdo lleno de a
g
u
jeros
!
¡
De ver
d
a
d
! ¡Un zapato
d
e
l pie izquier
d
o,
ll
eno
d
e a
g
u
jeros
y

d
e
mugre
, estaba enredado en el sedal! ,
esta
b
a enre
d
a
d
o en e
l se
d ana
la
luz se
h
izo entonces.
Para
la carpa Cipri
n
dió ense
g
uida cómo había
Compre
n
ngancharse el zapato en el
ido a e
o
. P
e
r
o
e
l h
o
m
b
r
e
n
o
l
o
sab
ía
.
anan
z
ue
loo
iba siquiera a suponerlo?
¿C¿C
óm
o r
o se que
d
ó
d
esconcerta
d
o.
Pr
r
imim
er
ro
, se puso a
LuLu
eg
g
oo
echar pestes
.

d
ado, desenredó el zapato
EnE
fa
a
dd
o
arro
jó otra vez a
la presa.
y

lo S
acó una ca
ja
d
e
h
o
ja
lata
S
d
e
la caña
d
e su
b
ota
,

e
sco
g
ió una lombriz bien
c
ebadita
,
la clavó en el
anzuelo
y
volvió a echar
al a
g
ua el cebo, el sedal
y
e
l anzue
lo.

115
—¡Suerte! —burbu
jeó Cipriana—. Ten
g
o curiosidad por ver lo que pescas esta vez
.
Para variar, no
f
ue un zapato. Lo que el hombre pescó un rato después
f
ue un viejo
y
oxidado
g
ancho para remover las brasas. ¡Cómo se en
f
adó! Aquello le
g
ustaba
muc
h
o a
la carpa Cipriana. Movía ma
liciosamente
las a
letas
y
pensó: «Ami
g
o mío, se
te acabó la alegría de pescar. Vamos a ver qué sacas la próxima vez...».
mos

a

ver

qué

sacas

la

próxima

vez
...
».
Siete veces más sacó el pesca
dd
or el
anzuelo del a
g
ua,
y
cada una de e
llas
co
n
la

cosa
m
ás

e
n
d
iablada
m
e
n
tte

inesperada. Después del
g
anch
oo

sacó

u
n
a

bote
ll
a

de

ce
rv
e
z
aa

v
acía; y
d
etrás
d
e
la
b
ote
ll
a
de
e

cerveza pescó una zapatill
a
des
g
astadísima. Se
g
uidamente,
les tocó el turno a un colador
,
una ratonera, un ra
ll
a
d
or
y
una
panta
ll
a a
b
o
ll
a
d
a... Por ú
ltimo,
del sedal col
g
ó un
jarro sin
f
o
n
do

de
n
t
r
o

de
l
cua
l
se
h
ab
ía
meti
d
o e
l
g
enieci
ll
o
d
e
l a
g
u
aa
.
Este se
h
a
b
ía encasqueta
d
o
la ro
ja
caperuza hasta los o
jos,
y
mov
íía
como un loco las piernas
y

llos
brazos. Al mismo tiempo, voci
f
er
aa
ba:
—¡Fíui! ¡P
f
ui!
¡Parecía cosa de bru
jas!
Presa del terror,
el hombre
de
jó caer la caña al suelo,
y

¡pies para qu
é
os quiero
!

P
or
e
l camino per
d

la ca
jita
d
e
ho
jalata con las lombrices.
Pero ni si
q
uiera se dio cuenta.
Corría como a
lma que
ll
eva
el

d
iablo
. Y
s
in v
ol
v
e
r
la
vi
sta
atrás, desapareció.
—¡Bueno! —exc
lamó a
le
g
remente e
l
g
enieci
ll
o
d
e
l a
g
ua mientras se
d
es
liza
b
a
fuera del
jarro—. Espero que no volvamos a verle en mucho tiempo.
¿
Qué opinas tú,
C
ipriana
?
116
—Creo —respon
d
iócircunspecta
la carpa— que
lo
h
as
h
ec
h
o estupen
d
amente. ¡Un
genio
d
e
l agua mayor que tú no
lo
h
a
b
ría po
d
id
o
h
acer mejor!
—Pero sin
los cac
h
ivac
h
es inúti
les —apuntó e
l genieci
ll
o
d
e
l agua sonrien
d
o y
g
olpeando al mismo tiempo con los nudillos su
jarro sin fondo— no hubiera sido tan
fác
il
.
—¡Natura
lmente! —a
d
mitió Cipriana—. Reconozco que tenías razón. Sigue se
lec-
cionando trastos vie
jos. Me
g
uardaré mu
y
mucho de volverme a reír de tu afición.
—Con que lo reconozcas me contento. Ahora vo
y
a la orilla nadando para desfo
-
garme. —
¿
A la orilla? —pre
g
untó asombrada Cipriana—.
¿
Qué vas a hacer allí?
—Primero, romper
la caña
d
e pescar —
le ac
laró e
l
g
enieci
ll
o
d
e
l a
g
ua—. Se
g
un
d
o,
vo
lver a ec
h
ar a
la presa a
los po
b
res peces que c
h
apotean en e
l cu
b
o… Y tercero

—¿Y tercero
?
—Tercero, quiero reco
g
er la ca
ja de ho
jalata que ha perdido ese pescador
y
ofrecer
a una ta
l Cipriana
las
lom
b
rices que que
d
en
d
entro
.
—¡De nin
g
una manera! —exclamó emocionada Cipriana.
—¡No faltaba más! —replicó el geniecillo del agua—. Y espero que te gusten.
Ada
p
tación de
E
l
g
eniecillo del a
g
ua,Otfrield Preussler, Ed. No
g
uer, Col. Mundo Má
g
ico.

117
El último vampiro
La familia Hollins decide ir de
vacaciones haciendo acampada
por los principales países de
Europa. Pero se pierden, y la
noche les obliga a acampar
en pleno bosque. A la mañana
siguiente, descubren que han
montado la tienda cerca de
un castillo. Solo Henry, el hijo,
parece percatarse del peligro.
Henry Ho
ll
ins se puso en camino
para inspeccionar e
l casti
ll
o A
lu-
car
d
. Su mano tem
bl
a
b
a
lig
era-
mente en el fondo del bolsillo
,

aferrada a la cabeza de a
jo, pues
sabía que los vampiros tenían
miedo al ajo.
Henr
y
estaba se
g
uro de que, en
al
g
una parte del castillo, había
escondido un vampiro.
¿
Quién si
n
o

tocaba

el
vi
ol
ín
la
n
oche

a
n
te-
rior? ¿Quién si no
h
a
b
ía encen
d
id
o
la
lámpara
d
e aceite o
la ve
la que su pa
d
re
ase
g
ura
b
a
h
a
b
er visto? Des
d
e
lue
g
o, no un ser
h
umano norma
l
y
corriente, porque
e
l patio
d
e
l casti
ll
o esta
b
a tan vacío y
d
es
h
a
b
ita
d
o a
la
luz
d
e
la mañana como con
las
alargadas sombras de la noche. Todas las puertas y ventanas estaban per
f
ectamente
cerradas, de modo
q
ue em
p
ezó a dar vueltas en busca de otra forma de entrar
.
Estaba se
g
uro de que este
f
ue el castillo de Drácula. Había descubierto que Alucard
leído al revés era Drácula. Además, estaban las fi
g
uras esculpidas en los pilares de la
11
118
entrada
y
repetidas en el patio. Y ahora se dio cuenta de que no eran pá
jaros, como
pensó en un principio, sino murciélagos. Vampiros, eso eran. Por
f
uerza tenía que ser
un castillo de vampiros. […] Un repentino revoloteo, como una rá
f
aga de alas surgida
d
e entre sus pies,
d
ejó a Henry inmóvi
l como un
bl
oque
d
e pie
d
ra, a
la vez que e
l
corazón
le
latía vio
lentamente en
la
g
ar
g
anta
.
Lue
g
o se dio cuenta de que el batir de alas era producido por al
g
o tan pocosiniestro
como una perdiz que estaba incubando sus huevos
y
cu
y
o nido había estado a
punto de pisar. Henr
y
lanzó un lar
g
o suspiro de alivio mientras contemplaba cómo
el pá
jaro
g
anaba altura
y
se ale
jaba hacia el campo. Lue
g
o, también él prosi
g
uió su
exploración.
En e
l casti
ll
o no
h
a
b
ía nin
g
una puerta, exceptuan
d
o
las
d
e
l patio. Los a
ltos
y
g
ruesos
muros se elevaban hasta las torres
y
torretas que dominaban el edi

cio. Incluso
las ventanas más
b
a
jas esta
b
an
d
emasia
d
o a
ltas para é
l
y
, aunque estuvieran a su
a
lcance, eran
d
emasia
d
o estrec
h
as para que Henr
y
pu
d
iera pasar por e
ll
as.
Pensó que era imposi
bl
e encontrar una entra
d
a. En cuanto comp
letara su vue
lta
a
lre
d
e
d
or
d
e
l casti
ll
o a
b
an
d
onaría
la
b
úsque
d
a y se iría a jugar a
la cantera o a
l
río. Pero, en e
l mismo instante en que tomó esta
d
ecisión,
d
escu
b
rió a
lg
o que no
h
a
b
ía visto antes. Se trata
b
a
d
e una estrec
h
a
y

d
es
g
asta
d
a esca
lera
d
e pie
d
ra que
conducía a una oscura puerta situada bajo el nivel del suelo conducía

a

una

oscura

puerta

situada

bajo

el

nivel

del

suelo.

119
Tenía una anilla de hierro oxidado que h
acía
las veces
d
e
p
ica
p
orte. Los intentos
d
e Henry por a
b
rir
la con una so
la mano
resu
ltaron inúti
les. Tuvo que usar
las
d
os manos para
g
irar
la ani
ll
a
d
e
h
ierro.
E
l pesti
ll
o c
h
irrió
y

la puerta se a
b
rió
lentamente. U
na oleada de aire frío
y
húmedo, que
olía a cerrado
,
le embistió nada más
entrar. Era una especie de bode
g
a amplia
y
vacía, con techo abovedado, que se
perdía hasta donde alcanzaba la vista, en
s
ini
est
r
os
rin
co
n
es

e
nv
ueltos

e
n
so
m
b
r
as
.

¿
Ho
la? —
ll
amó, avanzan
d
o nerviosa
-
mente un paso so
b
re
las
losas
d
esigua
les
d
e
l pavimento.
Na
d
ie
le contestó. «Y a
ll
í no sonó respuesta a
lg
una», musitó para sí mismo, pero no
consi
g
uió recor
d
ar
d
e
d
ón
d
e era
la cita. Avanzó otro paso más. La puerta por
la que
h
a
b
ía entra
d
o se cerró so
la,
d
e
jan
d
o
la estancia en
la más comp
leta oscuri
d
a
d
.
Henr
y
se disponía
y
a a volver sobre sus pasos cuando entrevió otra escalera, esta
v
ez de subida. En lo alto se distin
g
uía un fino ra
y
o de luz por deba
jo de una puerta
que debía dar a las habitaciones de la planta ba
ja. Sus pies subieron los
g
astados
escalones,
y
apareció en un
g
ran comedor de techo altísimo
y
paredes de piedra,
que parecía en desuso desde hacía años. De una
g
alería col
g
aban varias banderas
descoloridas
y
rotas. En el centro de la habitación había una lar
g
a mesa con dos
can
d
e
la
b
ros
d
e p
lata cu
b
iertos
d
e te
larañas. Los asientos
d
e
las veintitantas si
ll
as
que rodeaban la mesa estaban tapizados de finísimo brocado
y
los respaldos eran
de madera primorosamente tallada, adornados todos con una
g
ran «D».
—¡D
d
e Drácu
la! —se
d
ijo, a
la vez que se
le eriza
b
a e
l ve
ll
o
d
e
la nuca
y

la san
g
re
corría precipita
d
amente por sus venas.
Entonces miró
h
acia arri
b
a
y

le pareció ver a
lg
o que se movía en
la
g
a
lería. No
esta
b
a aseguro, pero parecía una manc
h
a negra y escar
lata, como si a
lgo o a
lguien
se escon
d
iera tras un arco.
—¡Eh! ¡Alto ahí! —llamó Henry—. ¡Espere un momento!
Pero nuevamente no escuchó más que silencio, roto tan solo por una rata que roía
a
lg
o en
la
g
ran c
h
imenea
d
e
l come
d
or
.
En un rincón
d
e
la
h
a
b
itación
h
a
b
ía una esca
lera
d
e caraco
l que parecía
ll
evar a
la ga
lería. Henry cruzó corrien
d
o e
l come
d
or y su
b

los esca
lones
d
e
d
os en
d
os.
120La escalera de caracol le llevó e
f
ectivamente hasta la
g
alería
y
cruzando el arco tras el
que había desaparecido el misterioso persona
je descubrió otra escalera de caracol,
más estrecha que la primera, al

nal de la cual se encontró en una habitación circular
d
e pie
d
ra
.
—¡Esto sí que es raro! —se
d
ijo a
l ver que no
h
a
b
ía na
d
ie en
la
h
a
b
itación. Hu
b
iera
jurado que la persona, o lo que fuera, que vio desde el comedor subió a donde
a
h
ora se
h
a
ll
a
b
a. No
h
a
b
ía nin
g
una sa
lid
a, excepto una ventana
d
emasia
d
o estrec
h
a
para que nadie pudiera pasar por ella. Henry
f
runció el entrecejo y luego dejando a
un
la
d
o e
l eni
g
ma que
le preocupa
b
a, examinó e
l
lu
g
ar.
La habitación circular estaba llena de muebles anti
g
uos pero confortables
y
,
curiosamente, recordaba a los viejos dormitorios victorianos. Había un voluminoso
butacón
junto a la chimenea, una silla, una mesa, una cómoda
y
un
g
ran armario.
Y

lo que era más interesante: la habitación había sido usada recientemente. Sobre la
mesa había una palmatoria con una vela medio
g
astada
y
las cenizas de la chimenea
demostraban que había sido utilizada la noche anterior. Henry descubrió también
una mesita, medio escondida tras el butacón, en la que había una vie
ja gramola
co
n
una enorme trompa y un disco ya puesto en el plato.
Henr
y
, picado por la curiosidad, dio cuerda al gramófono
y
, cuando el plato empezó
a
g
irar, levantó la a
g
u
ja
y
la colocó en el surco del disco.
Era c
laro que
la música que su pa
d
re
h
a
b
ía oí
d
o
la noc
h
e anterior venía
d
e esta
h
a
-
bitación,
y
la vela medio
g
astada explicaba la luz que su padre a

rmaba haber visto
.
m
isteriosa persona, o lo que
f
uera, que había
¿
Pero quién o qué, o dónde, estaba la
mh
a el
g
ramó
f
ono? Henr
y
estaba se
g
uro de
puesto en marc
h
visto
f
u
g
azmente en la
g
alería del comedor
.
h
aberla
y
apagó el gramófono. Se disponía a
H
enr
yd
onar la estancia cuando vio la tela ne
g
ra
a
ban
d
ada de escarlata asomando entre las
p
uertas
rir
bete
armario. ¡A
ll
í
h
a
b
ía a
lg
uien escon
d
id
o!
deded
l
Henr
y
tra
g
ó saliva dos vecesconsecutivas
.

¿
Qué haría a continuación? Ahora que
y
a
c
asi estaba frente a la misteriosa persona,
Henr
y
se sintió atenazado por el miedo.
¿
Debía se
g
uir hasta el fondo, abrir el
armario
y
enfrentarse a lo que allí hubiera?
¿O era mejor salir de puntillas y contar lo
q
ue había visto a sus
p
adres?

121
Era una decisión di
f
ícil. Pero no tuvo que tomarla, porque la puerta del armario se
a
b
rió
lentamente, empuja
d
a
d
es
d
e
d
entro
.
—Espero que te
d
es cuenta
d
e que esto es una propie
d
a
d
priva
d
a.
E
l
h
om
b
re que
h
a
bl
ó,
y
que aca
b
a
b
a
d
e sa
lir
d
e
l armario, era a
lto,
d
e
lg
a
d
o,
y
tenía
una cara
larga y pá
lid
a,
d
e triste expresión
.
L
leva
b
a e
l ne
g
ro pe
lo peina
d
o
h
acia atrás
y
tenía
los o
jos
b
or
d
ea
d
os
d
e ro
jo. Vestía
tra
je ne
g
ro, camisa a
lmi
d
ona
d
a,
y

lazo ne
g
ro a
l cue
ll
o. Un me
d
a
ll
ón
d
e oro co
lg
a
b
a
d
e una ca
d
ena so
b
re su pec
h
o
y
se cu
b
ría
los
h
om
b
ros
y

la espa
ld
a con una capa
ne
g
ra con vue
ltas escar
lata. Era evi
d
ente
d
e quién se trata
b
a.
—Yo sé quién es usted —di
jo Henr
y
con la voz más

rme que pudo poner,
y
apretando
con
f
uerza el a
jo que llevaba en el bolsillo—. Usted es el conde Drácula.
—No, no
lo so
y

d
ijo e
l
h
om
b
re
.
—¡Sí, sí que
lo es! No me pue
d
e engañar
.
—No te engaño —dijo el hombre—. Yo soy con
de, en e
f
ecto. Pero no soy
e
l con
d
e Drácu
la. So
y
e
l con
d
e A
lucar
d.
—A
lucar
d
—rep
licó Henr
y
— es Drácu
la a
l revés
.

¿
De verdad? —di
jo el hombre—. ¡Esto sí que
es

g
rande, nunca me había dado cuenta! […]
—Pero si usted no es el conde Drácula, ¿por q

está solo, escondido en este castillo? —preg
u
ntó
Henr
y
—.
¿
Y por qué tiene todas las puerta
ss

y

ve
n
ta
n
as

ce
rr
adas
a cal y canto
?
El conde hizo una pausa, lue
g
o cambió de tema
:
—¿Te gusta
la música
d
e vio
lín? —preguntó.
Henr
y
, se enco
g
ió de hombros
y
di
jo:
—A v
eces
.
—¡Bien! —
d
ijo e
l con
d
e.
D
io la vuelta al disco, hizo
g
irar la cuerda
y
col
ocó
la a
g
u
ja en el surco. Los suaves compases del vi
olín
inv
ad
ie
r
o
n n
ue
v
a
m
e
n
te

e
l
a
ir
e
. El
co
n
de

escu
uc
h
ó

con la cabeza inclinada, una melancólica expr
ee
sión

en el rostro,
y
lue
g
o miró fi
jamente a Henr
yy
como
preguntándose si decirle o no una cosa. Por fin lo hizo.
o hizo
.
122
—Nos cambiamos de nombre,
¿
sabes?

¿
De Drácula a Alucard? —pre
g
untó Henr
y.
E
l
co
n
de

as
in
t

:
—Mi
abue
lo
f
ue

e
l
ú
lt
im
o

de
l
os
Dr
ácu
la
. E
stá
n
todos

enterrados en una tumba en alguna parte del castillo. Por
lo menos, a
h
í están sus esque
letos. Ca
d
a uno en su ataú
d
.
Ca
d
a uno
d
e e
ll
os tiene una estaca c
lava
d
a en e
l pec
h
o,
¿
sabías que esa es la única forma de matar a un vampiro
?
Henr
y
a

rmó con la cabeza. Lo había visto una
vez en una pe
lícu
la
d
e terror que ec
h
aron por
la

tele
.
—Y si al
g
uien saca la estaca, el vampiro vuelve de nuevo a
la vi
d
a —
d
ijo.
El
co
n
de
Al
uca
r
d

as
in
t

:
—Mis antepasa
d
os no vo
lverán nunca a este mun
d
o —
d
ijo—. Na
d
ie sa
b
e
d
ón
d
e
e
stán enterra
d
os. Ni siquiera
y
o. Es un secreto. L
levan montones
d
e años muertos
y

o
lvi
dados
...
Hizo una pausa, suspiró
y
lue
g
o añadió:
—¡Muertos y o
lvi
d
a
d
os, to
d
os
los Drácu
la!
—¿Quiere usted decir —preguntó Henry—, que no se convierte en vampiro y va por
ahí chupando la san
g
re de la
g
ente?
E
l con
d
e puso cara
d
e
d
isgusto.
—¡Des
d
e
luego que no! —
d
ijo—. ¡Qué espanto
d
e i
d
ea! De vez en cuan
d
o me
t
ransformo en murciéla
g
o, pero ni se me pasa por la cabeza chuparle la san
g
re a
a
lguien. De
h
ec
h
o, soy vegetariano.
Henry se ec
h
ó a reír
.

¿
Quién ha oído hablar de un vampiro ve
g
etariano? —di
jo.

¿
Nunca has oído decir que los murciéla
g
os comen
f
ruta?
—Bueno, eso sí —admitió Henr
y.
—Yo me convierto en uno
d
e e
ll
os —
d
ijo e
l con
d
e y, a continuación, su rostro se
i
luminó—. Me encantan
las naran
jas —
d
ijo—. No es que
le
h
a
g
a ascos a una cirue
la
o
a un exótico plátano, pero las naran
jas me vuelven loco.
¿
No llevarás al
g
una en el
bolsillo, por casualidad?

123
Henr
y
ne
g
ó con la cabeza
y
di
jo:
—Solo llevo la cabeza de ajo.
—Déjalo —dijo el conde, nuevament
ee
asqueado
.
—Pero si
g
o sin comprender —di
jo He
nr
y
—.
¿Si usted no va por los alrededores as
uu
stando
a la
g
ente
y
causando des
g
racias, por
qué
está aquí escon
d
id
o?

¿
Y dónde puedo ir? Es el único
sitio que conozco —
d
ijo e
l con
d
e—.
Y
he

de

esco
n
de
rm
e

a

causa

de

e
ll
os
.
—¿Quiénes son «e
ll
os»? —pregun
-
tó Henr
y.
—Ha
y
to
d
o un pue
bl
o
ll
eno
d
e
g
ente a
l otro
la
d
o
d
e
la montaña.
¡Un montón de supersticiosos! Si
sospecharan siquiera que esto
y

en
la zona, ven
d
rían car
g
a
d
os con
horcas
y
guadañas
y
esa c
lase
d
e
cosas, todo pincho u ob
jeto afilado
que encuentren.

¿
Pero, por qué? —pre
g
untó Henr
y
, intri
g
ado—.
¿
Y para qué?
—Porque son así —
d
ijo e
l con
d
e A
lucar
d
, som
b
río
.

¿
Y si
les exp
licara uste
d
que es ve
g
etariano? —
d
ijo Henr
y
.
—¡Explicarles! —el conde Alucard lanzó una carca
jada hueca—. No me darían
posi
b
ilid
a
d

d
e exp
licar na
d
a. Ten
d
ría una estaca c
lava
d
a en e
l pec
h
o antes
d
e
po
d
er
d
ecir «e
l monstruo
d
e Fran
k
enstein» —e
l con
d
e A
lucar
d
suspiró
d
e nuevo
y
sus
d
e
d
os se a
g
itaron con tristeza—. A veces se siente uno mu
y
so
lo sien
d
o un
v
ampiro —di
jo.
—Apuesto a que sí —
d
ijo Henr
y
—. Me
g
ustaría po
d
er
le a
y
u
d
ar
.
El conde Alucard
y
Henr
y
se sumer
g
ieron en sus propios pensamientos. El
g
ramó
f
ono
h
a
b
ía
d
eja
d
o
d
e sonar
h
acía ya rato pero ninguno
d
e
los
d
os parecía notar que se
había acabado la música. El disco seguía girando, lentamente, en el plato. Solo se
oía el agudo chisporroteo de la aguja en el surco.
Wi
ll
is Ma
y
,
El
ú
ltimo vampiro, E
d
. No
g
uer, Co
l. Mun
d
o Má
g
ico.
124/DYDPSLUD&XFKX–HWD
Goma de borrar La vampira Cuchufleta
se

abu
rr
e

co
m
o

u
n
a

seta
.
Cuando menea la capa,
un bostezo se le escapa.
No vi,
jamás en la vida,
vampira más aburrida.
En su nariz
,
mientras vuela
,
t
e
je una araña su tela.
S
e aburre tanto hasta el alba…
Más que un pio
jo en una calva.
Más que una alme
ja en el mar
.
¡
Y bosteza sin parar!
Ya en su
b
oca se
h
an co
la
do
un mos
q
uito atolondrado,
t
res moscas
y
un abe
jorro
,
que estaban jugando al corro
.
L
leva más
d
e si
gl
o
y
me
d
io
a
b
urri
d
a sin reme
d
io.
Hasta que un martes
d
e
junio,
con la luna en co
n

la

lun
a
en
plenilunio
...
A
l
ate
rriz
a
r
se

lía
:
se

da

co
n
la

esta
n
te

a
y
un
lib
ro se cae a
l sue
lo
.
¡
No
la ap
lasta por un pe
lo
!!!!
Cuchu

eta, sin querer,
b
a
ja
y
se pone a
leer
.
Pasa
las
h
ojas
d
eprisa,
le entra un ataque
d
e ris
a

¡
Menu
d
o
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escu
b
rimient
o!
Lee un cuento
y
otro cu
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nt
o
hasta

las

se
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o

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s
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.
¡
Lo pasa
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e rec
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upete!
A
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ora, ¿sa
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éis qué ocur
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C
uchufleta no se aburre
.
Ya incluso lee,
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eliz
,
la

a
r
a
ñ
a

de

su
n
a
riz.
C
armen Gi
l,
en www.poemitas.com
Borro nubes negras
para ver e
l so
l,
edi

cios grises
para ver e
l mar
.
Borro e
l agua sucia
d
e
los ríos
,
las
h
eri
d
as
d
e
los
b
osques
las
b
orro para respirar
.
Lue
g
o
limpio con
los
d
e
d
os
e
l paisa
je
y
tiro
,
a
l cu
b
o
d
e
la
b
asura,
todas

las
vir
utas
d
e mi goma
d
e
b
orrar
.
mos
,

J
uan Carlos Martín Ra
L
a alfombra má
g
ica, Ed. Ana
y
a.

125
La huida
del pintor Li He aquí la curiosa historia de Li-Chen-Jao; el pintor chino que, en tiempos
y
a le
janos,
h
u
y
ó
d
e
l pa
lacio imperia
l sin que nunca más se
h
a
y
a vue
lto a sa
b
er
d
e é
l.
Li nació en un
lu
g
ar
d
e una re
g
ión
h
úme
d
a
y
ver
d
e. Su vi
d
a
d
e niño
h
a
b
ía si
d
o a
le
g
re
entre prados y blancos árboles floridos. ¡La aldea, su dulce aldea, sus viejos padres
campesinos, e
l río transparente entre cañavera
les
d
e
b
am
b
ú!... Aque
ll
o era to
d
o
su
g
ozo
y
toda su vida. Hasta cuando dormía sonreía soñando la luz de cristal del
campo.
D
es
d
e mu
y
pequeño
d
ib
u
ja
b
a
los peces
y

los pá
jaros en
las pie
d
ras
lava
d
as
d
e
l río,
y
los rebaños
y
los pastores en las maderas de los establos. El
y
eso
y
el carbón eran
lápices má
g
icos en sus manitas
d
e niño.
Li creció. En
las a
ld
eas y en
los pue
bl
os próximos to
d
os
h
a
bl
a
b
an
d
e Li. Muc
h
a gente
v
enía por los caminos para ver las pinturas del
joven artista. La fama de su mérito fue
creciendo, creciendo hasta lle
g
ar al palacio del Emperador
.
E
l Empera
d
or
ll
amó a Li. Se arro
d
ill
ó Li tres veces ante e
l Hijo
d
e
l Cie
lo, y tocó tres
v
eces el suelo con su frente. El Emperador le di
jo:
—Te quedarás aquí
y
traba
jarás para adornar los corredores
y
salones del palacio. Ya
h
e man
d
a
d
o prepararte en una
d
e
las sa
las tu ta
ll
er
b
ien provisto
d
e co
lores
y

lacas
y
ricas maderas. Tu vida cambiará desde ho
y
. Ya no volverás allá donde naciste.
Li estaba triste. Ya no podría ver su casa en la dulce aldea blanca de árboles floridos
a
la ori
ll
a
d
e
l río transparente y manso. Ten
d
ría que contentarse con soñar
la a
legría
del cam
p
o en las cerradas salas del
p
alacio guarnecido de barbados dragones de
pie
d
ra.
126T
raba
jaba sin descanso para a
g
radar al Emperador. Sus pinturas llenaban los biom
-
bos lacados, las puertas de madera
y
de hierro
y
los muros de los templos
y
salones
imperia
les. Pero su pensamiento vo
la
b
a a
las
b
e
ll
as tierras
h
úme
d
as
d
on
d
e
h
a
b
ía
vivido
f
eliz.
Un día Li pintó un
g
ran cuadro maravilloso: el transparente cielo de su infancia, el
campo
d
e pra
d
os, e
l puenteci
ll
o
d
e estacas en e
l río
b
or
d
ea
d
o
d
e
b
am
b
úes,
la
bl
anca a
ld
ea a
lo
lejos entre vue
los
d
e patos sa
lvajes, un rojo so
l d
e aurora y un ver
d
e
limpio
d
e
h
ier
b
a
h
úme
d
a.
U
n
g
ran cuadro maravilloso. Acudían a verlo príncipes
y
mandarines
.
Col
g
ado en
un lu
joso salón del palacio, parecía una ventana abierta en el recio
muro frente al más delicioso y sereno paisaje campesino.
Li
h
a
b
ía
h
ec
h
o su me
jor o
b
ra;
la que
ll
eva
b
a siempre en su
pensamiento
y
en sus sueños. A é
l no
le parecía una pintura
d
e su país, sino su país mismo reco
g
id
o en e
l cua
d
ro como
un mila
g
ro. Por eso se habría pasado horas lar
g
as frente a
é
l, aspirando su aire limpio y fragante; pero el pintor esclavo
n
o podía entrar en las
g
randes salas destinadas a fiestas
y
recepciones de príncipes
y
nobles. Él había de vivir
t
ra
b
ajan
d
o en su ta
ll
er, o
lvi
d
a
d
o
d
e to
d
os
.
Li espia
b
a siempre para po
d
er ver su cua
d
ro
a través de las
p
uertas entreabiertas. Y un
día, ausentes un momento
g
uardianes
y
criados, entró muy despacio, descolgó
e
l campo verde
y
se lo llevó por corredores
oscuros para esconderlo en su taller donde podría
c
ontemp
lar
lo i
lusiona
d
o.
La voz
d
e a
larma resonó imponente en e
l pa
lacio
y
se extendió por toda la ciudad. La pintura
maravillosa había desa
p
arecido. El Em
p
erador
e
staba furioso
y
amenazador. Mil soldados bus
-
caron al ladrón. Lle
g
aron a todas las casas
y
a
todos
l
os
rin
co
n
es
. P
o
r fin h
a
ll
a
r
o
n
e
l
cuad
r
o

e
n
e
l ta
ll
er
d
e Li, escon
d
id
o entre ta
bl
as
y

lienzos.

127
E
l Empera
d
or man
d
ó encarce
lar a Li
y

le or
d
enó que si
g
uiera pintan
d
o
cuadros en la prisión para
adornar su palacio.
Li no podía pintar. Le faltaba luz
a sus o
jos
y
le faltaba ale
g
ría a su
co
r
a
z
ó
n.
Entonces lo llamó el Emperador
y
le
d
ijo:
—Vendrás otra vez a vivir
y
a
tra
b
ajar en pa
lacio. Para que te
contentes te d
e
jaré a so
las con tu
cua
d
ro unos momentos ca
d
a
d
ía;
pero si intentas al
g
o que pueda
enojarme serás castigado sin compasión.
Li continuó su traba
jo. Cada día se le ensanchaba
el alma de es
p
eranza frente al
campo
lib
re
d
e su ver
d
e
pa
ís.
D
espu
é
s, se
g
u
ía
su
f
riendo la pesada tris-
teza del palacio imperial. U
n
d
ía
y
a no pu
d
o resistir más. Se encontra
b
a so
lo en
la amp
lia
sala, ante el paisaje suyo, mirándolo con grandes ojos muy abiertos. Su aldea, su
aldea verde y luminosa; ancho el campo para correr sin llegar al fin, para tragar el
aire filtrado
p
or los sauces,
p
ara abrazarse a los árboles,
p
ara cantar con el viento
y
oír su murmu
ll
o en
los cañavera
les
d
e
b
am
b
ú..., para
h
uir
d
e este otro mun
d
o
negro y pesa
d
o como una cárce
l. Sí, anc
h
o e
l campo, a
ll
í cerca,
bl
an
d
o
d
e pra
d
os,
para pisar
los, para correr a
ll
á con
los
b
razos a
b
iertos como a
las... Y Li se acercó, se
acercó, dio un pequeño salto, se metió en el cuadro, en el campo, en los prados,
sin buscar los caminos, corriendo, corriendo, sin descanso, ale
jándose, haciéndose
poco a poco pequeño, pequeño, pequeñito...
h
asta per
d
erse en e
l
h
orizonte azu
l.
Cuando los
g
uardianes entraron para retirar a Li no lo encontraron. El Emperador se
en
f
ureció. Era imposible que hubiera salido de allí sin ser visto. Un sabio mandarín
encontró
la exp
licación
d
e
l misterio. Li
h
a
b
ía
h
ui
d
o por e
l cua
d
ro, metién
d
ose
y

corrien
d
o por e
l paisa
je que
h
a
b
ía pinta
d
o. Aún se veían
las
h
ue
ll
as
d
e sus pisa
d
as
en
la
h
ier
b
a
h
úme
d
a
d
e
los pra
d
os.
H
erminio A
lmen
d
ros
,
re
lato conteni
d
o en
P
ue
bl
os
y
Le
y
en
d
as, E
d
. T
e
ide
.

128El aprendiz de mago La primera vez que sup
ee
del ma
g
o fue
cuan
d
o
leí en e
l perió
d
icc
o que
h
a
b
ía
muerto. En la es
q
uela
po
o
nía:
Aunque no
lo conocía persona
lmente, sa
b
ía que vivía en una vie
ja casa
d
e
l
b
arrio.
Llevaba instalado allí más de un año, pero nin
g
ún vecino lo había visto nunca. El
ma
g
o vivía tota
lmente retira
d
o.
Al leer la esquela me pareció que era una pena que hubiera muerto un auténtico
ma
g
o,
y
tam
b
ién
lo sentí muc
h
o por
los cone
jos
y

las pa
lomas.
Pu
d
e ver a
los anima
les c
laramente ante mí. Las pa
lomas posa
d
as en
la c
h
istera,
d
erraman
d
o pequeñas
lágrimas
d
e pa
loma, y
los conejos, tristes, se
lamían sus
blancas
p
atas ante el ataúd.
D
e pronto se me ocurrió al
g
o:
¿
Quién pondría a las palomas a
g
ua fresca
y
maíz?
¿
Quién daría hierba a los cone
jos
y
los acariciaría?
Tan cierto como que me llamo Max que no podía de
jar que aquellos pobres
animalitos su
f
rieran. Me encantan los animales. Mi padre es propietario de una tienda
d
e anima
les y
d
ice que yo tengo muy
b
uena mano con e
ll
os, que pue
d
o cui
d
ar
d
e
cualquier animal.
Sé que eso es cierto,
y
fue lo que decidí hacer.
E
l mago
h
a
b
ía vivi
d
o en una casa
d
estarta
la
d
a con un jar
d
ín
d
escui
d
a
d
o. La ma
leza
rodeaba la vie
ja casa
y
los árboles parecían caer sobre ella. Me metí por entre unos
12
D.E.P.
A
UGUS
T
J
. MEDARD
US
Mag
o
f
amos
o
*
Lo
ll
o
r
a
n
sus dos cone
jos blancos
y v
arias
pal
omas.
129
A
UGUST J. MEDA
R
DUS
El mundialment
Æ
tt
famos
Æ
ø
ss
mag
ø
gg
estará pront
ø
tt
e
n
esce
n
a
.
¡El maestr
ø
rr
d
Æ
dd
magoß!
Æ
¡El increíbl
Æ
ll
artista!
Æ
¡Animaleß y misteri
ø
ii
!
¡Vean por primera ve
¬
ee
en el mund
ø
dd
l
a cuerda india
!
t
ilos. Los
g
orriones trinaban en los árboles
y
entre las hierbas destacaban esas

ores
amarillas
q
ue se llaman dientes de león.
«Aquí los cone
jos tendrían comida suficiente», pensé.
Arranqué un puñado de dientes de león
y
de hierba.
En
la puerta
d
e
la casa
h
a
b
ía un carte
l con un retrato
d
e
l ma
g
o. L
leva
b
a un frac ne
g
ro
y
una lar
g
a capa ro
ja. Su bi
g
ote era pequeño
y

no,
y
sus o
jos parecían ascuas. Hacía
un
g
esto propio
d
e espectácu
lo
d
e ma
g
ia
y
sostenía en
la mano su c
h
istera ne
g
ra. A
s
u a
lre
d
e
d
or revo
lotea
b
an unas pa
lomas
bl
ancas.
Contemp
lé e
l carte
l más
d
e cerca. E
l texto no esta
b
a impreso. Lo
h
a
b
ía escrito, pura
y
simp
lemente, con un
lápiz.
En e
l carte
l e
l ma
g
o
d
a
b
a
la sensación
d
e ser a
lg
uien impresionante
y
pe
lig
roso: e
l
maestro
d
e ma
g
os
.
Giré con cautela el
p
omo de la
p
uerta. Estaba abierta.
Respiré pro
f
undamente
y
noté que me sudaban las manos. ¡Estaba loco!
¿
Cómo me
atrevía a entrar así, sin más ni más, en
la casa
d
e un ma
g
o? Pero entonces pensé en
los po
b
res cone
jos
y
en
las pa
lomas
y
me
d
eci
d
í.
En
t
r
é.

130No era una casa normal
y
corriente. Allí solamente había utensilios de ma
g
ia. En
mitad del suelo encontré una ca
ja
g
rande, una de esas en las que se mete a una
señora
y
se la sierra después. Había además esqueletos de cartón, cuerdas
y
mesas
pequeñas con tapetes de terciopelo ne
g
ro que lle
g
aban hasta el suelo. También
pude ver bara
jas de cartas por todas partes
y
pequeñas bolas ro
jas que los ma
g
os
hacen desaparecer
y
aparecer
.
En
la pare
d
co
lg
a
b
a un extraño re
lo
j con mani
ll
as que marca
b
an números mu
y
raros:
una apunta
b
a a
l veintiséis y
la otra a
l número setenta y cuatro. Pero
lo más extraño
era que el se
g
undero se movía hacia atrás. Cuando lo miré
fij
amente, empezó a
moverse más rápi
d
o. Ta
l era su ve
loci
d
a
d
que parecía trazar un círcu
lo rojo y amari
ll
o,
a
l tiempo que se escuc
h
a
b
a un soni
d
o metá
lico. Comencé a sentirme marea
d
o. Mu
y

cansado
,
realmente mareado
.
¿D¿D
ónde me encontraba?
d
o?
¿Q
Q
¿
ué me estaba sucedien
d e
l relo
j había un espe
jo
y
me
Al lado d
e
n él. Los ojos eran grandes y
miré e
o
ndos, casi como dianas para
red
o
za
r
da
r
dos.
la
n
z
Me

se
n
t
ía

ta
n
e
x
t
r
a
ñ
o
... Y
a
n
o
M
ra
y
o m
ismo.
e
u
ve que sentarme en una si
ll
a.
Tu
b
re
la mesa
h
a
b
ía una taza
y
So
b
u
n
a

tete
r
a

hu
m
ea
n
te
.
«
¿Cómo pue
d
e estar muer-
t
o un mago», pensé, «y a
l
m
ismo tiem
p
o tener su té
ca
li
e
n
te

sob
r
e
l
a
m
esa

D
e pronto oí el arrullo de las palomas en la habitación de al lado
y
fui a ver a los
anima
les. En e
l sue
lo sa
lta
b
an
d
os conejos.

Aquí os traigo a
lgo
d
e
h
ier
b
a —
les
d
ije.
Los cone
jos se acercaron
h
asta mí
y
comieron
d
e mi mano. Les acaricié e
l
lomo.
Entonces oí una voz ronca a mis espaldas.

¡Conejos, transformaos en leones!
Y

d
e pronto crecieron
b
ajo mis manos. En un segun
d
o me encontré entre
d
os
enormes leones. Abrieron sus
f
auces y rugieron con tal
f
uerza que me temblaron las
ore
jas
.
131
P
e
r
o
a
mí n
o
m
e
asusta
n l
os
l
eo
n
es
.
Si un
león sa
b
e
q
ue uno no es
pe
ligroso, é
l tampoco
lo es.
Yo no
d
e
b
o temer
los,
y
a que ten
g
o
mu
y

b
uena mano con
los anima
les,
aunque a
h
ora
las manos me
s
u
d
a
b
an un poco
.
A
d
emás, ten
g
o un truco para cuan-
d
o
d
e pronto me encuentro como
un
b
oca
d
o entre
d
os
leones.
S
im-
p
lemente, pongo
la mano entre
los o
jos
d
e
l
león
y

le
d
ig
o con voz
sua
v
e:
—Tranqui
lo, así,
b
uen c
h
ico, tran
-
qui
lo
.
A lo me
jor suena infantil, pero
funciona. Ahora puse una mano
entre los ojos de un león, y la otra, entre los del otro
.
—Tranquilos, así, buenos chicos —les di
je con mi voz más suave
y
tranquilizadora
.
Y los leones se calmaron inmediatamente con mi contacto. Un león no es más
q
ue
un
g
ato
g
rande,
y
también se le puede hacer ronronear
.
—Es una pena, porque so
lamente os
h
e traí
d
o
h
ier
b
a. No me
h
e acor
d
a
d
o
d
e traer
comi
d
a para
leones.
Entonces vo
lví a oír que a
lg
uien murmura
b
a
y

h
a
bl
a
b
a consi
g
o mismo
justo a mi
lado. —¡Hummm...!, el chico es per
f
ecto —decía la voz—. Tiene un espíritu amable y es
modoso como pocos. Me servirá como a
y
u
d
ante.
¿
Quién podría ser? ¡El ma
g
o había muerto!
Los leones se hicieron pequeños como cone
jos
y
estaban en el suelo intentando
comer la hierba
q
ue les había llevado.
—Mi nombre es Au
g
ust J. Medardus —di
jo la voz—. Y tú vas a ser... a ser... mi
a
y
udante.
Esta
b
a
d
e
lante
d
e
l mismísimo ma
g
o. Era a
lto
y

d
e
lg
a
d
o, mu
y

d
e
lg
a
d
o. Tanto que
po
d
ía meterse por
la estrec
h
a a
b
ertura
d
e
la puerta entorna
d
a. Pero no era tan
ele
g
ante como en el cartel. Sí, llevaba
f
rac
y
capa, pero sus ropas estaban arru
g
adas.

132El bi
g
ote era lar
g
o
y
ralo
yy
col
g
aba como unas plumas
recién mo
jadas. No est
aa
ba sose
g
ado
y
se
g
uro de
sí mismo como suelen e
ss
tar los ma
g
os. Había en él
algo de salvaje. Yo esta
bb
a tan sorprendido que no
pu
d
e
d
ecir ni una pa
la
br
r
a.
Entonces e
l ma
g
o vo
lvió
a
pensar en voz a
lta, así q
uu
e
pu
d
e oír
le
d
ecir:
—Humm, e
l c
h
ico
d
u
d
a.
¿Por qué no querrá ser
mm
i
a
y
udante? Vo
y
a cerrar
la puerta a ver si eso
lo
asusta
.
Cruzó
la
h
a
b
itación, cerr
ó
la puerta e
h
izo
g
irar
la
ll
a
v
e
.
Y
o

lo

obse
rv
é
.
—Humm —se
d
ijo—. E
l c
h
ico no parece asustarse. Trataré
d
e convencer
lo
d
e que
sea mi discípulo. Podría enseñarle mi arte
y
así me a
y
udaría a solucionar mi problema.
Pensaba todo el tiempo en voz alta,
y
no parecía darse cuenta.
—Yo no quiero ser ningún ayu
d
ante —
le contesté—, pero me gustaría apren
d
er
magia.
—¡Estupendo! —exclamó el mago—. Tú, joven, serás desde ahora mi discípulo. Nos
tutearemos. ¡Ta-tarará! ¡Bienvenido a la compañía de Au
g
ust J. Medardus!
—Yo me llamo Max —di
je—. So
y
mu
y
bueno cuidando animales
.
—Ya lo he notado. ¡Humm..., humm! —di
jo él.
Tenía una forma mu
y
curiosa de hablar. Entre las palabras mezclaba continuamente
otros sonidos, como «humm», «ta-tarará»
y
«e
jem».
Y de pronto la habitación se llenó de pequeños estallidos
y
fue
g
os artificiales. Era la
f
orma que el ma
g
o tenía de darme la bienvenida.
Ese
f
ue el día en que conocí al mago y me convertí en su discípulo.
Ulf Nilsson
,
E
l apren
d
iz
d
e ma
g
o, E
d
. SM, Co
l. E
l Barco
d
e Vapor
.
133
En el sombrero del mago
El hombre invisible
L
as pa
lomas se
h
an
d
or
mmid
o
y

los cone
jos
b
ostezan.
L
as

c
in
tas

de

colo
rin
es
—serp
ientes raras—
y
a sue
ñ
an.
Los
g
uantes
d
e
luz
y
es
pp
umas
en el
f
ondo
s
e nos que
d
an.
(E
l som
b
rero, así, tranq
uu
ilo
,
parece
g
uardar
estrellas.
)
T
oda la ma
g
ia encerrad
aa
está en él
,
hecha sor
p
resas.
T
oda la magia, dormida
,
¡
ten cuidado,
que despierta
!

Norge Espinosa
Yo so
y
poco más que una bu
f
anda
,
una c
h
aqueta,
un ab
ri
g
o,
una ma
leta
y
unos
g
uan
t
es
(
e
legantes)
de

ca
lceta
.
Y si miras deba
jo de mi abri
g
o,
v
es

dos
m
et
r
os

de
f
a
n
tas
m
a
r
e
luc
ie
n
te
.
Ves setenta kilogramos de aire fresco
.
Dos brazos
y
dos piernas transparentes
.
U
na nada con sombrero azul marino.
Una sombra que no sale en los espe
jos.
U
na brisa.
U
n refle
jo
.
U
n agujero
.
U
na nada.
¡
Yo so
y
eso!

Pe
d
ro Mañas Romer
o

134Los tres deseos D
e to
d
o
lo que
y
o quiero
,
¿
qué es
lo primero
?
El aire,
q
ue no se ve
.
La luna,
q
ue no se alcanza
..
El mar,
q
ue nadie domina.
El día,
q
ue entra en mi cas
a.
D
e todo lo que
y
o busco,
¿qué es lo primero
,
qué es lo se
g
undo?
Aprender lo que no sé.
Atrapar lo que se escapa.
El
ca
n
to

de

u
n
a

s
ir
e
n
a
.
El murmullo de una plaza
……
S
i de todos mis deseos
solo puedo pedir tres,
ni el primero ni el se
g
und
oo
,
ni
el

te
r
ce
r
o



cuál

es
.

Juan Carlos Martín Ramos
,

L
a alfombra má
g
ica, Ed. Ana
y
a.
Señales de humo Para que vuelen las palabras, esc
ri
bo

e
n
e
l
a
ir
e
co
n
se
ñ
a
les

de
h
u
m
o
.
Para decirte dónde vo
y,
esc
ri
bo

e
n
e
l
ba
rr
o

de
l
ca
min
o
co
n mi
s
h
ue
ll
as
.
Para que encuentres mi casa
,
e
scribo desde le
jos
co
nbandadas de palomas
.
Para que sepas quién so
y
,
e
n
la pa
lma
d
e tu mano escri
b
o,
c
on la punta de los dedos,
mi n
o
m
b
r
e

de
l
et
r
as
invi
s
ib
les
.
Juan Carlos Martín Ramos, JuanCarlos Martín R
La al
f
ombra mágica,
E
d. Anaya.
135
El cazador de sombras
En el reino de Harüm (Arabia) vivía el joven
Hakim, hijo único de unos ricos nobles.
T
enía cuanto deseaba,
y
su única preo
-
cupación consistía en desear cada día
a
lg
o nuevo. […] En ocasiones, no
h
a
b
ía
t
erminado de
f
ormular un deseo, cuando
s
u pa
d
re corría a
la ca
ll
e para procurárse
lo
..

En suma
,
la vida de Hakim era un sueñ
oo

hecho realidad, salvo por un detalle: nue
s-
t
ro protagonista no tenía amigos por
qq
ue
d
esprecia
b
a a to
d
o e
l mun
d
o, pues na
d
ie
ee
n
la
aldea poseía tantas riquezas como su
f
amili
a
.
En un principio, Ha
k
im no
le
d
io ninguna im
pp
ortancia a
l h
ec
h
o
d
e no tener ami
g
os. Le
b
asta
b
a con su cam
eell
o ve
loz, con sus
al
f
ombras de rica seda
y
con su da
g
a de pla
tt
a. Y si su camello
veloz de
jaba de ser el más rápido o la ho
ja d
ee
su da
g
a de plata
se
mellaba por el uso, se hacía comprar o
tt
ro camello o una

d
a
g
a nueva. Hasta que un
d
ía, sin sa
b
er por
qué, Ha
k
im per
d

e
l
d
eseo por poseer nuevas cosas
y
e
l a
b
ur
rr
imiento se apo
d
eró
d
e su a
lma. Na
d
a
le
h
acía sonreír ni
le
d
ivv
ertía. Aumentó su
des
p
recio hacia los demás, sobre todo
p
or
aq
uellos
q
ue vivían
felices, e ideó varias diversiones encaminadas a terminar con su
das

a

te
rmin
a
r
co
n
su

t
edio a base de fastidiar al pró
jimo. […] Pero ni siquiera fastidiando a los
demás lo
g
raba Hakim ser
f
eliz.
Así estaban las cosas
,
cuando un mediodía
,
al montar en su camello veloz
,
Hakim
descubrió que no tenía sombra, que había desaparecido. Ni que decir tiene que,
d
espués
d
e
l a
g
ua, na
d
a va
le más en e
l d
esierto que una som
b
ra. La única compañía
que tiene una persona cuan
d
o camina so
la por e
l
d
esierto es su som
b
ra. A e
ll
a
le
puede pre
g
untar la dirección a la que se diri
g
e
y
también la hora, se
g
ún la altura
del sol. En los brazos de una sombra se cobi
ja para descansar,
y
ba
jo la sombra
constelada
d
e estre
ll
as
d
e
l cie
lo
d
uerme cuan
d
o e
l so
l se ocu
lta. […]
Hakim se quedó aterrorizado y pidió ayuda dando grandes gritos, pero nadie acudió
en su auxilio, pues todos le temían. Su padre, al enterarse, le prometió comprarle una
sombra nueva.

136E
l pa
d
re
d
e Ha
k
im,
d
espués
d
e recorrer e
l reino
d
e norte a sur
y

d
e este a oeste,
d
escu
b
rió que
las som
b
ras están
h
ec
h
as a
la me
d
id
a
d
e ca
d
a uno
d
e nosotros
y
que
no
p
ueden ad
q
uirirse en los
p
uestos del bazar. Fue entonces cuando decidió llevar
a su
h
ijo ante
la ma
g
a
d
e
l reino, una mu
jer tan sa
b
ia comoextravagante, a
la que
los más pequeños llamaban El Hada Majara. Era esta una anciana que iba tocada
con un sombrero de estrellas
y
vestía una túnica con los colores del arco iris,
y
que
v
ia
ja
b
a
d
e un
la
d
o a otro en compañía
d
e una enorme
b
o
lsa
d
e cuero pareci
d
a a
un acordeón en la que, según todo el mundo, guardaba su magia. Había quienes la
habían visto sacar de ella una
f
uente de a
g
ua cristalina, al
f
ombras voladoras
y
hasta
una
locomotora. […]
Cuan
d
o Ha
k
im
ll
e
g
ó a
la consu
lta
d
e
la ma
g
a […] esta
b
a a
b
ati
d
o,
h
a
b
ía
d
e
ja
d
o
d
e
comer
y
apenas era capaz de pronunciar palabra. Lo único que deseaba de verdad
era que su som
b
ra re
g
resara a su
la
d
o. Se sentía so
lo.
—Si queréis mi conse
jo antes tendréis que adivinar qué palabra ten
g
o en la punta de
la
len
g
ua —inició
la conversación
la ma
g
a—. Os
d
aré a
lg
una pista. Parece que ten
g
a
de
n
t
r
o

u
n bogavante
,
su pie
l es
d
e ante
y
es va
g
a
y
super
lativa a
l mismo instante.
Hakim miró a la maga con desprecio. Pero su padre contestó a la adivinanza:
—Extrava
g
ante,
la pa
la
b
ra que tienes en
la punta
d
e
la
len
g
ua es extrava
g
ante.
—¡Bravo! Extrava
g
ante es
la pa
la
b
ra,
y
o so
y
extrava
g
ante,
y
tú vienes a mí como un
náufra
g
o nave
g
ante en compañía de un
joven tunante. ¡Adelante!
¿
A qué esperáis
para hablar? —intervino la ma
g
a.
137
—Se trata de mi hi
jo. Ha perdido s
uu
sombra. Y di
g
o
y
o,
¿
no
aseg
u
ra
u
n
proverbio
d
e nuestra
tt
ierra
q
ue un
h
om
b
re
no puede saltar
f
uera de su sombr
aa
? ¿Cómo es posible
entonces que
la som
b
ra
d
e mi
h
ijo
h
aya
d
esapareci
d
o?
—expuso e
l pa
d
re
d
e Ha
k
im
.
—Así es, un hombre no puede sal
tar
f
uera de su

s
om
b
ra, pero, en cam
b
io, una som
b
r
aa
pue
d
e a
le
jarse

d
e su
d
ueño si su comportamiento
nn
o
h
a si
d
o e
l
mm
ásás

correcto —exp
licó
la ma
g
a. Y
lue
g
o,
aña
d

:
—A ver,
joven, enséñame
los
d
iente
ss
. […]
A Hakim le molestaba hacer lo que le pedía,
pero tenía que hacerlo si quería recuperar su
sombra. La maga examinó los dientes, los vio
llenos de caries, y le dijo:
—Tus caries me indican que no com
pp
arte
s s
loloo
ss
caramelos o los dulces que comes.
EE
s d
ec
c
irirr,
sso
o
loloo

t
e preocupas de ti, de tu bienestar [
……
]
erer
r
eeses
s
uu
nn
g
r
an
n

e
g
oísta. El ma
y
or de este reino. Tant
o
qq
uue
ee
nn
i i
si
ququ
iie
ra
a

t
u sombra quiere vivir a tu lado. Sin
ddu
ddda
aa
ss
ee
trtr
ata
d
e un asunto
g
rave —
d
ia
g
nosticó
la ma
g
a.
—Que a buen se
g
uro podremos
soluc
io
n
a
r
co
n
u
n
a

bolsa

de

oro —o
b
servó e
l pa
d
re
d
e Ha
k
im
.
—Me temo que en este caso tu oro no te servirá de nada —añadió la ma
g
a.
—He oí
d
o
d
ecir que
g
uar
d
as to
d
a c
lase
d
e prodigios
de
n
t
r
o

de

tu

bolsa
. In
cluso

a
lg
una som
b
ra. Pon
le un precio
y

lo pa
g
aré —insistió e
l pa
d
re
d
e Ha
k
im.
—Nadie puede guardar una sombra. A veces se en
f
adan con sus dueños y vienen a
h
acerme una visita
d
e cortesía, pero no
h
a
y
quien
les ec
h
e e
l g
uante. Son escurri
d
izas
como
las serpientes
y
rápi
d
as como
los avestruces.
—Si
f
ueras capaz de apresar una de esas sombras para mi hi
jo podría pa
g
arte una
enorme suma de monedas de oro —ofreció el padre de Hakim
.
—Olvidas que so
y
ma
g
a
y
que puedo fabricar cuanto dinero necesite. Además […]
las som
b
ras no se pue
d
en intercam
b
iar, y ca
d
a uno es responsa
bl
e
d
e
la suya
d
es
d
e
que nace
h
asta que muere. Así que ni
y
o pue
d
o
h
acer na
d
a por tu
h
ijo, ni tú pue
d
es
comprar una som
b
ra con tu oro. […] So
lo é
l pue
d
e poner
los me
d
ios para que su
s
om
b
ra re
g
rese a su
la
d
o.

138—Pero,
¿
cómo
?
—Cambiando su
f
orma de ser, su comportamiento. Para que tu hi
jo pueda recuperar
su sombra tendrá primero que mirar dentro de sí. […] Cada persona tiene otro
d
esierto
d
entro
d
e sí que
h
a
d
e apren
d
er a mirar con
los o
jos
d
e
l a
lma.

¿
Y qué
h
a
d
e
h
acer mi
h
ijo para que
los o
jos
d
e su a
lma se a
b
ran?
—Ha
d
e a
d
entrarse en e
l
d
esierto, comp
letamente so
lo, pues es en e
l
d
esierto
d
on
d
e están
las armas para vencer a
l d
esierto. Una vez a
ll
í, ten
d
rá que apren
d
er que
el valor de las cosas materiales es relativo,
y
que desear demasiado no es bueno,
porque a veces
lo que se
d
esea se o
b
tiene,
y
eso nos convierte en esc
lavos
d
e
nuestros
d
eseos —conc
lu
y
ó
la ma
g
a. […]
—La maga tiene razón —reconoció Ha
k
im—. Mi corazón está vacío como e
l propio
desierto. No solo he perdido mi sombra, sino también la ilusión por vivir. Ni siquiera
v
er correr a mi camello veloz me hace feliz. Al perder mi sombra he comprendido
que no existe una vi
d
a más inúti
l que
la
d
e una persona sin corazón,
y
que
la ma
y
or
d
es
g
racia
d
e to
d
as es tener un corazón vacío
d
e amor. Haré to
d
o
lo que me
d
ig
a.
—Solo llevarás lo indispensable, la ropa necesaria
y
un odre de a
g
ua. En cambio, no
podrás llevar encima ni
jo
y
as ni dinero. Y, sobre todo, harás el bien siempre que la
ocasión lo requiera, y le darás la espalda al oco
as

n
lo
rr
eed
o momento. Ese será tu camino
mam
l en to
d
ó la ma
g
a. […]
—añadi
Luego se dirigió al padre de Hakim y le
dijo:
A
sí apren
d
erá a a
d
ministrar
lo

Au
e lleva toda la vida derrochan
-
qu
o. En caso contrario, cuan
d
o
del
a
g
ua se
le aca
b
e, ten
d
rá que
e
beber sus propias lá
g
rimas.
Y
de esa forma, Hakim se pre-
Ya
ró para a
d
entrarse so
lo en e
l
p
ae
sierto, sin otra compañía que
de
n
a mochila con ropas
y
un odre
u
ne
no de a
g
ua.
lle
Adaptación de un
f
ra
g
mento de
El cazador de sombras
,

Emilio Calderón,
E
d. San Pablo, Col. La Brú
jula.
¿Qué pasa en un libro
cuando está cerrado? Esta pre
g
unta se
h
acía Bastian miran
d
o e
l
lib
ro que tenía
d
e
lante. Y pensa
b
a:
… «dentro ha
y
solo letras impresas sobre el papel, pero sin embar
g
o... Al
g
o debe
d
e pasar, porque cuan
d
o
lo a
b
ro aparece
d
e pronto una
h
istoria entera. Dentro
h
a
y

personas que no conozco to
d
avía,
y
to
d
as
las aventuras,
h
azañas
y
pe
leas posi
bl
es...
y

a veces se producen tormentas en el mar o se llega a países o ciudades desconocidos.
T
odo eso está en el libro de al
g
ún modo. Para vivirlo ha
y
que leerlo, eso está claro.
Pero está
d
entro ya antes. Me gustaría sa
b
er
d
e qué mo
d
o.»
M
ichael Ende,
L
a historia interminable, Ed. Al
f
aguara.
¿Por qué nos molesta
tanto?
S
i conocer
los errore
s
nos a
y
uda a ser me
jores,
y
a que no somos per
f
ectos,
¿por qué nos mo
lesta tanto
y
a veces nos causa llanto
que digan nuestros defectos?
Carlo Frabetti,
F
ábulas de ayer y de ho
yy
,


E
d. Al
f
aguar
aa
.
139

140El pirata John Buck
tiene dos problemas Se
h
acía
ll
amar Jo
h
n Buc
k
, porque es
ee

era un ma
g


co nombre para un pirat
aa
,
y
no Arca
d
io García, como en rea
lid
a
d
se
ll
ama
b
a, porque ese po
d
ía ser u
nn

b
uen

nombre para un torero, para un
f
onta
nero o
inc
luso para un
b
ibl
iotecario.
Pero, desde luego, Arcadio García n
oo
era
nom
b
re
d
e pirata
.
É
l era pirata porque su padre, su abuel
oo
, su bisabuelo y toda su
parentela lo habían sido,
y
no hubiera
estado bien ro
mp
er una
tradición familiar tan arrai
g
ada.
V
ivía en una con
f
ortable cueva del
bb
arranco de Cocentaina,
comunica
d
a con e
l pue
bl
o por un cami
nito
.
John Buck era bajito y regordete. Y t
ee
nía una
pa
ta de madera de
carrasca, porque había perdido la piern
aa
buena en una apuesta con su
amigo George Silver, antiguamente lla
mm
ado Jorge Argente, que ahora
tenía tres piernas. Geor
g
e Silver camina
ba de una manera espectacula
r
y
resu
lta
b
a casi imposi
bl
e tum
b
ar
lo
d
e
un
pu
ñetazo
.
Pues bien, nuestro pirata estaba muy enfadado. Bueno, realmente estaba
nfadado Bueno realmente estaba
requete
h
arto. Y
lo esta
b
a porque tenía
d
os pro
bl
emas gor
d
ísimos.
El
p
rimero era un
p
roblemaenergético: ¡no tenía luz eléctrica! Y no la tenía
p
or
q
ue la
Compañía Unión Eléctrica Catódica, la CUEC, a la que todos llamaban vul
g
armente
«la compañía del pato», le pedía un o
jo de la cara por instalársela. Como todo pirata
que se precie, John era tuerto, de manera que no podía prescindir de su o
jo bueno.
13
141
¡
c
laro!, si uti
liza
b
a ve
las,
g
asta
b
a tantas que se
le a
h
uma
b
a
la casa entera. Si i
lumina
b
a
s
u cueva con
lámparas
d
e aceite, acu
d
ían
las
lec
h
uzas
y
se
lo
b
e
b
ían to
d
o. Las pi
las
de las linternas, además de ser caras, se le acababan ense
g
uida. Y el repartidor del
camping gas no quería
b
ajar a
l
b
arranco porque
le
d
a
b
an mie
d
o
los
b
ic
h
os que
había
p
or allí.
En fin, tenía que solucionar aquel problema de una manera u otra.
Seguramente os preguntaréis para qué necesita
b
a tanta
luz un pirata. Buena pre
-
g
un
t
a.
Pues debéis saber que la principal afición de John
p
a
l a

ción
d
e Jo
h
n
B
uck

e
r
a

la

lectu
r
a
. L
e
ía

e
n
o
r
m
es

ca
n
t
idades

de libros, especialmente por la
noche,
y
a
qu
e
pa
d
ecía
d
e insomnio. La únic
aa
manera
d
e
dormirse, aunque
f
uera a las
tantas, era
le
y
en
d
o
.
Leía casi
d
e to
d
o, aunque ta
mmb
ién tenía
s
us preferencias literarias. Le
gustaban
especia
lmente
los re
latos
d
e pi
rr
atas, pero
t
am
b
ién
las nove
las
h
istóricas
yy

los
lib
ros
de

coc
in
a
.
Su se
g
un
d
o pro
bl
ema tamp
oo
co
era moco de pavo.
¿
Recordáis
qq
ue

t
enía
d
os pro
bl
emas, no?
Resu
lta que no tenía un tesoro.
¿
Dónde se ha visto un pirata
s
in
teso
r
o?
E
so

e
r
a

co
m
o

ser
r

una morcilla de cebolla sin ceb
oo
lla
,

o como una Caperucita sin
lo
b
o
..
¡No,
s
eñor, eso no
p
odía ser! Tam
bb
ién había
que arre
gl
ar aque
ll
o
.
Los dos problemas le preocupaban mucho a John Buck y, de vez en cuando, le
ab
an
m
uc
ho
a
J
oh
n
Bu
ck
y
de
v
ez
e
n
cu
an
do
le
costaban un via
je a la carpintería. Es que, cuando se enfadaba mucho, la emprendía
a pata
d
as con to
d
o
lo que encontra
b
a
y
aca
b
a
b
a asti
ll
án
d
ose
la pata
d
e ma
d
era
.
Y, leyendo una receta de cocina, John Buck tuvo una gran idea. Se puso en contacto
con el profesor Van der Plumcake y le encargó grandes cantidades de masa de
buñuelos de viento. De este modo, fabricó un galeón pirata con el que subió hasta
las estrellas.

Subió tan rápido
y
tan alto que a las pocas horas
y
a estaba en el cielo, donde cuel
g
an
las estre
ll
as. Entonces sacó
d
e su
b
o
lsi
ll
o trasero e
l caza mariposas
d
esp
lega
bl
e
especial,
f
abricado con

bra de amianto, que es un tipo de tejido que no se quema.
Y, una a una, atrapó tod
as
las estre
ll
as
d
e
l cie
lo
d
e Cocentaina.
Lue
g
o las metió en su co
f
re de tesoros, en compañía de las telarañas que lo llenaban
.
Como
las estre
ll
as pesan
b
astante, pu
d
o
b
a
jar
h
asta su casa en un periquete
.
C
uan
d
o
el pirata saltó a tierra desde el
g
aleón pirata, con su cofre bien repleto de estrellas, la
nave a
lzó e
l vue
lo a to
d
a ve
la
y
se per
d
ió en
la noc
h
e
.
«Lástima de nave, tan li
g
era como nave
g
aba...», pensó el pirata.
Pero ense
g
uida exclamó:
—¡Guau! ¡Yu
ju
ju
ju
juiiiiiiii! ¡Por cien mil barriles de ron
jamaicano!
Porque
h
a
b
ía so
luciona
d
o
los
d
os pro
bl
emas que
le o
b
sesiona
b
an en una so
la
ju
g
a
d
a.
Tenía e
l tesoro más
b
ri
ll
ante
y
más va
lioso que nin
g
ún pirata pu
d
iera ima
g
inar. ¡Y
además, aquellas estrellas daban una luz ma
g


ca!
Si quería una
luz íntima, para
leer o para escuc
h
ar
la ra
d
io, co
g
ía una estre
ll
a pequeñita
y
amari
ll
a y
la co
loca
b
a encima
d
e
la ca
b
ecera
d
e
la cama. Y si quería i
luminar
la casa
entera como para una

esta, repartía, aquí
y
allá, estrellas por todas las habitaciones
de

su

cue
v
a
.
Car
los Cano
,

El
pirata que ro
b
ó
las estre
ll
as,
Ed
. E
d
e
b
é
,
Co
l. Tucán
.
143
El pirata tatuado
La duende Cata
En el brazo del
p
irat
a
nada el tatuaje de un pez.
pez
.
En la palma de la ma
nn
o
,
nave
g
a el barco
que nunca pudo tene
rr.
T
odo su cuerpo es un
cromo
,
ll
e
v
a

a

cuestas
mil hi
st
to
ri
as
dibu
jadas en la piel.
Su bandera desgarra
dda
s
o
b
re e
l pec
h
o,
e
l r
et
r
ato

de

su
l
o
r
o
junto a un pie
.
Pero, ¡a
y
, po
b
re pirat
aa
!
,
e
l mapa
d
e su tesoro
s
e
lo
h
an tatua
d
o en
la
es
pa
ld
a
,
y
no
lo ve.
Juan Carlos Martín Ramos
tín Ramos
D
a
la
luna en tu ventana,
Dll ¡
á
b
re
la
d
e par en par!
,
q
ue tienes
h
o
y
que em
b
arcarte
e
n tu
b
arco, capitán.
Navegarás por
los mares
,
por
d
on
d
e
los sueños van,
en busca de islas perdidas
chas

de

hec
bruma
y
cora
l.
tar
d
es, que e
l viento
ll
ama;
No
n
e pr
isa por
t
ie
n
zarpar
.
el
mar, espejo
d
e
l a
lb
a
,
(
D
et
an peces
d
e crista
l).
s
a
lt s
ve
las están
La
s
izadas
,
ba
n
de
r
a

la
b
ondea
y
a.
p
itán, toma e
l timón,
Ca
pe
es tiempo
d
e nave
g
ar...
q
u
eLeva
d
anc
las, marineros,
—¡
e

y
a es
h
ora
d
e soñar!
q
u
e
C
arlos Reviejo,
Q
ueri
d
os piratas,
Ed. Hiperión, Col. A
jon
jolí.
Esta duende es
C
ata.
Q
uiere ser pirata
y
, con barco
y
loro
,
busca
r
u
n
teso
r
o.
¡
Se muere de
g
an
aa
s!
Pero sus
h
ermanas
,
que son más de ci
ee
n
,
quieren ir tam
b
ién
..
Una vez a
b
or
d
o
,
el lío es mu
y

g
ord
oo.
Dentro
d
e
la nave
,
ni
u
n
a
lfi
le
r
cabe
.
S
e que
ja, risueña,
s
u
h
ermana peque
ña
.
—¡Parecemos,
C
a
tt
a
,
sa
r
d
in
as

e
n
lata!
C
armen Gil
,
Versos
dd
e cuent
o,
E
d.
S
M
.
El barco de
los sueños

144 El pirata Timoteo Teatro
Persona
j
es
N
ARRAD
O
R
.—
Cuando las
f
ra
g
atas españolas se veían
acosadas por los bucaneros, había una

gura que destacaba entre los rufian
ee
s,
t
anto por su

ereza en el combate co
mm
o
por su no
bl
eza con
los camara
d
as, e
l pir
aa
ta
T
imoteo.
S
u nom
b
re era sinónimo
d
e ter
rr
or en
t
odos los mares
,
su nombre era la antes
ala de
la destrucción. Pocos meses antes del
pp
rincipio
d
e esta
h
istoria, un
g
a
león españo
l car
g
a
dd
o
d
e oro
f
ue hecho prisionero por el bucanero
MM
azapán,
una rata de alcantarilla, una san
g
ui
ju
ee
la que
s
e arrastra por el lodo, rival en las a
g
u
aa
s del
pirata Timoteo. Una tormenta hizo naufr
aa
ga
r
e
l b
arco
b
ucanero junto a una is
la per
d
ida
a
, y
allí murió Mazapán
y
todo su a
f
án; entre
los
pocos supervivientes uno,
y
solamente u
no,
s
e hizo con el mapa. Todas las pesquis
aa
s del
pirata Timoteo
y
sus secuaces se cent
rr
aron en en-
contrar a
d
ic
h
o in
d
ivi
d
uo. Siguien
d
o to
d
a
esta trucu
lenta
h
istoria
h
emos
ll
e
g
a
d
o
h
asta
la puerta
de
e

la ta
b
erna
d
e
Ambrosio, entremos y mientras tomamos un chato...
un chato...
(
Se abre el telón
y
aparece una taberna típica con una barra al
f
ondo,
s
obre la que se distin
g
uen numerosas botellas; a la derecha, una pequeña escalera acaba
e
n una
g
ran ventana; a la izquierda del escenario, en una de las mesas,
t
res piratas sentados y en animada conversación;
a
demás, Ambrosio
f
re
g
ando la barra
y
Ce
f
erino barriendo el suelo.
)
N
A
RRAD
O
R
H
O
NE
S
T
O
U
B
ALD
O
B
E
RT
O
C
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FERIN
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PETE
B
L
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ENIENTE

V
IC
ENTE
C
A
S
A
C
A
S
P
I
RATA
S
H
O
NE
S
T
O
.

(
Gritan
d
o.
) ¡Camarero, otra ronda! Ten
g
o un ne
g
ocio que es la monda
.
U
B
ALD
O
.
—Honesto,
¿
estás se
g
uro de que no nos meterán otro puro
?
B
E
RTO
.—
C
omo cuando el contrabando que hicimos con las almejas, que empezamos
s
ilb
an
d
o
y
aca
b
amos entre re
jas
.
H
ONESTO
.—No
h
a
y
por qué preocuparse to
d
o está
b
a
jo contro
l.
U
B
ALD
O
.
—Como cuan
d
o e
l car
g
amento
d
e cien
b
arri
les
d
e a
lco
h
o
l...
B
E
RT
O
.—
(
Con
g
esto despectivo.
) Que a fuerza hubo que tragarse, tras ser fallido el
in
te
n
to
...
U
B
ALD
O
.

(
Indicándolo con el dedo.
)
S
in ver ni un doblón.
H
ONESTO
.—Siempre con la misma canción.
(
A una señal de Honesto todos se acercan para oír lo que tiene que contar
s
in ser escuchados. En ese momento Ceferino toca el hombro de Honesto
,

q
ue
g
rita dándose un susto.
)
C
E
FERINO
.—
No se asuste; traigo lo que guste. Hay bacalao al pil-pil, callos a la madrileña, morcilla de Burgos y de postre churros.
r
g
os
y

d
e pos
t
re c
h
urros
.
B
E
RT
O
.
—Pero
¿
qué me dices, Ceferin
o
?
U
B
ALD
O
.
—So
lo queremos un vino.
H
O
NE
S
T
O
.—
T
ú, queridísimo Ubaldo,
mm
ejor tómate un
c
a
ld
o que
lue
g
o
h
aces to
nterías.
B
E
RT
O
.
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¿
qué
d
ecí
aa
s
?
H
ONESTO
.—
Q
ue
n
os

e
nr
o
le
m
os

co
o
mo

piratas:
(
más alto
) «La
vv
id
a
pirata es
la vi
d
a me
jor; co
nn
oces
mun
d
o que es un primor
»».
U
B
ALD
O
.
— ¿Pero estás seguro, majo,
dd
e que es
u
n traba
jo honesto?
H
ONESTO
.—C
laro que es un tra
b
a
jo.
B
E
RT
O
.
—No, que si es
h
onesto.
H
O
NE
S
T
O
.—
(
Desconcertado
y
mirando
aa
los do
s

piratas.
)
P
ero
¿
qu
é
d
ia
n
t
r
e

es

esto
? P
ues

cl
aro que soy Honesto
.
145

146B
ERT
O
Y
U
Y
B
ALD
O
.
—Cállate que viene
g
ente.
H
O
NE
S
T
O
.—
(
Más en confidencia.
) ¡El pirata Timoteo, enemi
g
o de Vicente
!
B
ERT
O
.—
(
Más en con

dencia.
)
¿
Con é
l nos enro
laremos?
H
O
NE
S
T
O
.—
(
Mucho más en confidencia.
) Y
a
l
o

c
r
eo.
U
BALDO
.—
(
Gritando.
) ¡Ricos seremos
!
L
OS
TRE
S
.—
(
Alzando las jarras.
) La vi
d
a pirata, es
la vi
d
a me
jor, conoces mun
d
o que es
un pr
imor.
(
Entra Timoteo con Blas
y
Pepete, van a la barra
y
comienza la conversación.
M
ientras, los tres piratas escuchan la conversación desde la mesa.
)
T
IM
O
TE
O
.—
(
Levantando la mano
y
la voz.
) Am
b
rosio,
t
ráeme una ron
d
a, que este
d
ía no se
ol
vi
da
:
e
n
esta
m
esa
r
edo
n
da

ha
r
é

el
t
r
ato

de
mi vi
da
.
A
M
BR
OS
I
O
.—
(
Acercándose con una bandeja.
)
O
s
t
rai
g
o
y
a cinco copas
d
e
l coñac
d
e
A
lm
e

a
.
T
IM
O
TE
O
.

(
Amenazan
d
o con e
l d
e
d
o.
) Ten cui
d
a
d
o
no me pongas
d
e
l vino
d
e
l otro
d
ía,
que, más que vino, parece cua
lquier
otra
g
uarrería.
A
M
BR
OS
I
O
.—
¿
Insinúas que desmerece como el
d
e
d
ías atrás?
T
IMOTEO
.—
¿
Cómo quieres que lo di
g
a?
(
Co
g
iend
o

e
l puño de la espada.
)

M
i espada está
enmohecida de tres días sin usarla
y
al pensar en tu barri
g
a me dan
g
anas
de

saca
rl
a
.
P
EPETE
.—
Ambrosio, no te
jue
g
ues la cabeza:
será me
jor que saques la cerveza.
T
IM
O
TE
O
.—
(
Grita, pisa
f
uerte, se impone.
) Lo que sea tráe
lo aquí. Me esto
y
ponien
d
o
nervioso
y
si se
g
uimos así
(
hace el oso
) m
e

e
n
fada
r
é

co
m
o

u
n
oso
.
B
LA
S
.—
(
En tono
b
ravucón.
) ¿
Q
uieres más
?
A
M
BROSIO
.—No, B
las.
147
P
E
PETE
.

(
A
lzan
d
o
la mano con aire c
h
u
lesco.
) Y no te olvides,
p
intillas, de traerte las
to
r
t
illas
.
B
L
A
S
.
—¡Con ce
b
o
ll
ita por cierto!
T
I
MOTEO
.
— ¡Por fin alguien dice algo que me parece un acierto!
P
E
PETE
.—
¿
Y un poquito de queso?
T
I
M
O
TE
O
.
—Claro está
,
tráelo
.
P
EPETE
.—
(
Hace con la mano un gesto para que Ambrosio se marche.
) ¡Pues eso!
S
in
em
b
ar
g
o, Timoteo,
h
a
y
a
lg
o que to
d
avía no
d
e
l to
d
o c
laro veo
.
T
I
M
O
TE
O
.
—A ver, Pepete, te escuc
h
o.
P
E
PETE
.—
¿
Por qué Fa
b
ián, e
l mu
y

b
ic
h
o,
h
asta
h
o
y
no nos
h
a
d
ic
h
o que se
ll
evó e
l
pape
luc
h
o?
B
L
A
S
.

¿
Pero
d
e qué estás
h
a
bl
an
d
o?
¿
Qué es
lo que estáis traman
d
o?
T
I
MOTEO
.—
Del mapa que hace un año el miserable patán,
patán,

e
l pirata más tacaño, el terrible Mazap
án,
e
xtravió a
l regresar
d
es
d
e un
lejan
oo

lugar
d
on
d
e escon
d
ió su tesoro
.
B
L
A
S
.

¿
Rep
leto
d
e to
d
o su oro
?
T
I
M
O
TE
O
.—
Pero por cierto callad, oi
g
o lle
g
ar a
F
ab

n.
(
Entra Fabián con unas
g
afas increíblemente
g
randes
..)
P
EPETE
.— Recordadlo, Timoteo, descon

ad de
ese
rufián
.
F
ABIÁ
N
.—
(
Gritando.
)
Timoteo, Timoteo ¿dónde
estás
q
ue no te veo
?
T
I
M
O
TE
O
.
—Aquí,
¿
o es que estás cie
g
o
?
B
L
A
S
.—
(
Para que so
lo
lo escuc
h
e Timoteo.
)
S
i te pa
rr
ece,
le pe
g
o.
T
I
M
O
TE
O
.

E
spera un poco, bufón
,
queremos su
inf
o
rm
ac

n.
F
ABIÁ
N
.—
(
C
on el mapa en la mano, mostrándol
oo
con
g
ran
jactancia
.)
Per
d
ón, rey
d
e
losbajeles
,

por e
l
p
equeño retraso, pero trai
g
o
los pap
e
les.
Y

t
engo que exp
licarte a
lgo.

148
T
I
M
O
TE
O

.—
Calla, que si me dis
g
usta correrás como
un
g
a
lg
o perse
g
ui
d
o por mi fusta.
(
Coge el mapa y mirándolo, pone cara d
e
a
sombro.
) Pero,
¿
qué demonio es esto?
No entien
d
o na
d
a
d
e
l texto. Exp
lícame
el
truqui
ll
o
(
cierra el puño amenazando
)

o

te

a
rr
a
n
co
l
a
m
a
n
o.
F
ABIÁ
N
.

e
p
one chulito.
)
(
S
e
Pues es sencillo, listillo,
q
ue
o

está

esc
ri
to

e
n
c
ri
st
ia
n
o
.
n
o
P
E
PET
E
.—
P
ierde los nervios.
)
(P
Explícate, malandrín
.
F
ABI
ÁN
.—

V
iendo que la jugada le sale redonda se pon
e

(V m
ás chulito.
)
m
Que Maza
p
án, el tirano, todo
o

ha

esc
ri
to

e
n
lat
ín.
lo
T
IM
O
TE
O
.—
¿
Latín?, pero
¿
qué es eso? ¡Nos la han
¿v
ue
lto a
d
ar con queso
!
v
A
M
BR
OS
I
O
.—
G
rita.
)
(G
Paciencia, calma,
y
a va.
T
I
M
O
TE
O
.—

s
esperadamente.
)
(
D
es
¿
No existe en esta ciu
d
a
d
e
n nos traduzca este texto?
q
u
ie
F
A
BI
ÁN
.—

se acerca su momento y se pone muy chulito.
)
(
Ve que
quéis mu
y
le
jos; ante tus o
jos está, el único
No bus que lo entiende. q
ue
lo
e
T
IMOTEO
.—
(
Asom
b
ra
d
o.
) ¡Por doscientos mil cangrejos! Estúpido, ¿sabes latín?
F
ABI
Á
N
.—
(
Se pone muy chulito y saca pecho.)
((
No me tac
h
es
d
e tontín, pues
la tra
d
ucción
depende de la mitad del botín.
P
EPETE
.—
(
Gritan
d
o
d
esespera
d
o.
) ¿
Pero qué
d
ia
bl
os preten
d
e?
(
Dirigién
d
ose a
l pú
bl
ico.
)

Este Fa
b
ián
d
e pe
g
ote tam
b
ién c
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upará
d
e
l
b
ote
.
(Diri
g
iéndose a Timoteo.
)

Ya os advertí Timoteo: este trato se está poniendo mu
y

f
eo
.
F
ABIÁN
.—
(
Pasándose de chulito.
) Pues si no que
d
áis contentos
y
o
y
mi mapa nos vamos
con a
lg
ún otro pirata.
T
IM
O
TE
O
.—
(
Sacando la espada mu
y
enfadado.
)
S
iéntate, pequeña rata,
y
si quieres
ne
g
ociamos, pero será en mi
f
ra
g
ata,
y
como si
g
as así...
(
Que
d
a corta
d
o.
)
(
Entra en escena el teniente Vicente acompañado del sar
g
ento Giliberto,
e
l alférez Pérez, el cabo Gustavo
y
el soldado Malhumorado,
q
ue se quedan en la puerta para que nadie entre ni sal
g
a.
)
T
ENIENTE

V
I
C
ENTE
.

(
Paseando entre los piratas con aire
f
an
f
arrón.
) He oí
d
o que por aqu
í
s
uele venir a menudo el rey delescamoteo, el pirata Timoteo.
Y

t
am
b
ién me
h
a
b
ían
d
ic
h
o que era un
h
om
b
re mu
y
va
liente, pero
por lo que estoy viendo la gente del pueblo miente.
P
E
PETE
.

(
Ponién
d
ose
d
e
lante
d
e é
l.
) Cierre usted el
p
ico, teniente, de bravucones más
serios
h
ay
ll
enos mi
l cementerios.
T
E
NIENTE
V
I
CENTE
.—
(
Mirando de arriba aba
jo.
)
¿Q
uién eres tú, pequeña
jo
?
P
EPETE
.—E
l
g
ran Timoteo, ¡pin
g
a
jo!
T
E
NIENTE
V
IC
ENTE
.—
(
Apartándole con la mano.
) Eres
d
emasia
d
o
b
a
jo. A ver...
¿d
ón
d
e
e
stá e
l ja
b
a
lí?
(
Sacando la espada.
) Pr
oba
r
á
mi
b
istu
rí.
T
I
M
O
TE
O
.—
(
A Pepete.)
((
P
epete, no entres a saco.
(
Se para un momento, se acerca a Vicent
e

y

le
h
a
bl
a.
)
Me mo
lesta tu presencia ¡Se
h
a a
g
ota
d
o mi paciencia!
T
E
NIENTE
V
I
CENTE
.—¿Y tú quién eres,
b
e
ll
aco
?
T
I
M
O
TE
O
.
—Timoteo,
¿
qué me dices?
T
E
NIENTE
V
IC
ENTE
.—Que son
g
ran
d
es tus narices.
T
O
DOS
L
O
S
P
IRATA
S
.—
(
Con asombro.
)
¡
Pero ¿qué ha dicho?! ¡Qué idiota!
T
O
D
OS
LOS
C
A
S
A
C
A
S
.—
(
C
on risas.
)

L
e

ha

lla
m
ado
n
a
riz
ota
.
(
Sacan sus espadas y empiezan
a
pelear.
)
P
I
RATAS
.—
N
os puede hablar su lengua, nos puede insultar, nosotros ya sin tregua os
va
m
os

a
m
ata
r.
C
A
S
A
C
A
S
.

Piratas, qué inconscientes, queréis pronto morir, e
l teniente Vicente no
h
ará más que reír
.
P
I
RATAS
.
—¡MORIRÉIS!
C
A
S
A
C
A
S
.—
¡
MORIRÉIS!
PP
IRATAS IRATAS
Nuestras armas ya están listas
.

Nuestras

armas

ya

están

listas.
C
A
S
A
C
A
S
.—Las nuestras matando
y
a.
149

150
(
Des
p
ués
d
e
la
p
e
lea, e
l teniente Vicente está en
lo a
lto
d
e unos
p
e
ld
años a
p
unto
de

s
a
ltar
p
or una ventana,
p
ues se
h
a
q
ue
d
a
d
o so
lo.
)
T
E
NIENT
E

V
IC
ENTE
.—

a
vez sí me has
g
anado, mas la
Est
ax
ima ocasión no estaré
y
a ro
d
ea
d
o
pró
x
un so
lo pe
lotón. Y como siempre,
por
t
a,
h
a
ll
arás tu per
d
ición,
d
entro
pira
tu
na
b
ote
ll
a
,

d
e
la
b
ote
ll
a
d
e ron.
d
e
ut
a Vicente y se oyen cristales rotos. Lo
s

(
Sal
tt
as se ríen y vuelven a las mesas.
)
pira
t




T
I
M
O
TE
O

.—
Ya lo estáis viendo, muchachos,

s
o
lo atacan a
l pirata
los pequeños
mamarrachos: primero meten la
pata, después hu
y
en cabizba
jos.
B
LAS
.—

c
o y quitándose el sombrero con una
(
En tono iróni
c
m
ueca.
)
óneme, vuestra alteza,
p
ero más
Per
d
c
a
b
iz
b
a
jos sue
len irse
d
e ca
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eza.
q
ue
cisas de los piratas.
)
(
R
i HH
O
NE
S
T
O
.
—Timoteo,
¿
sabes lo que
e

d
ig
o
?
te
B
E
RT
O
h
e
m
os

o
ído
.
.—Q
ue

todo
l
o

U
B
AL
DO
v
amos conti
g
o.
.—Y que nos
v
T
O
D
OS
.

al
zan
d
o
las jarras.
)
(
Gritan
d
o y
a
¡A por e
l oro
per
d
id
o
!
T
IM
O
TE
O
.—
a Am
b
rosio.
)
(
Miran
d
o
Muc
h
a ca
lma, com-
ya tenemos quien maneje
b
ien
pañeros;
a
. Mas,

jaos, camaradas: aún nos
la espad
a
casi lo primero:
¿
qué será de esta
f
alta casi,
s
eñalada sin un diestro espadachín
aventura
s
de la cuchara? Es decir: necesito un cocinero. de
la
cu
ch
A
M
BR
OS
I
O
.—Como
y
o no encontrarás otro en e
l mun
d
o entero
.
T
O
D
OS
.—
(
A
lzan
d
o
las jarras.
)
¡
Trae otra ron
d
a
d
e vino!
S
E
C
IERRA EL TEL
Ó
N
A
d
aptación
d
e
l primer acto
d
e
la o
b
ra
d
e teatro E
l pirata Timoteo, E
d
uar
d
o Ares,
e
n http://es.scribd.com/doc/171181774/el-pirata-Timoteo-obra-de-teatro-do
c
Pregones piratas
¿Quién? ¿Quién navega por
los mares
b
uscan
d
o e
l oro y
la p
lata?
E
l
pirat
a
¿Quién an
d
a
d
e puerto en puerto asustan
d
o a
l mun
d
o ent
ee
ro
?
E
l

buca
n
e
r
o
¿Quién con su
b
arco navega sin rum
b
o ni ca
len
d
ario...?
E
l

co
r
sa
ri
o
¿
Cuá
l es e
l mar conoci
d
o
d
on
d
e mata, ro
b
a
y
vive...?
E
l

C
ari
be
¿
Quién anuncia su
ll
e
g
a
d
a con ti
b
ias
y
ca
lavera...?
S
u
b
an
d
er
a
¿Y qué
b
uscan en
las is
las con sus mapas y sus
loros
?
U
n tesor
o
Carlos Revie
jo,
Q
ueridos piratas, Ed. Hiperión, Col. A
jon
jolí
.
¡P
on
g
an atenci
ó
n
t
o
d
os
los piratas
,
que empieza e
l pre

ó
n
!
V
e
n
do
galeones
con anc
las
d
e p
lat
a
y

h
ermosos timones.
Estre
ll
as po
lares
,
r
osas

de

los
vi
e
n
tos
para ir por
los mares.
Ojos de cristal
,
patas de mader
a
d
e
l me
jor no
g
a
l.
Parlanchines loros
,
verdaderos mapas de
i
slas

del

teso
r
o
.
Parches para el ojo,
vie
jos pistolones
con mira
y
cerro
jo.
a
s
,
calaveras
T
ibi
a
n
e
g
ro al
g
odón
d
e
na
las banderas.
par
a
s de cañón
,
Bala
iles de
C
uba
barr
añejo ron.
c
on
e
tas
y
telas,
Lon
er
das
y
cordeles
c
ue
ra
coser velas.
par
a
es
y
puña
les,
Sa
bl
h
os en To
le
d
o
he
ch
d
uros meta
les.
d
e
d
d
id
reman
d
o,
A
cu
dq
ue e
l pregoner
o
pop
r
q
y
a zarpan
d
o.
e
stá
151
C
arlos Revie
jo,
Q
ueridos piratas,
e
rión, Col. Ajonjolí.
Ed. Hip
e

152El Gigante Zon
Katrón el Peludo dejó El País de los Trinos
Hermosos al cuidado de Zon el Gigante, y
se marchó con todo su séquito. Pero antes
de partir le regaló unas botas para que
pudiera cumplir satisfactoriamente
su cometido.
Cuan
d
o Katrón e
l Pe
lu
d
o,
d
ueño
y
señor
d
e E
l País
d
e
los Trinos
Hermosos, decidió trasladar de
fi-
nitivamente su resi
d
encia a La Re
-
g
ión de los La
g
os Azules, desi
g

a Zon el Gi
g
ante
g
uardián del
territorio
q
ue abandonaba. Katrón
el Peludo, aunque de terrorífico
aspecto, era comprensivo
y
bon
-
d
a
d
oso,
y
b
a
jo su
g
o
b
ierno,
la vi
d
a
e
n E
l P
a
ís

de

los
Trin
os
H
e
rm
osos
s

h
a
b
ía transcurri
d
o en paz
y
armonía
..

[

]
Z
o
n
e
r
a
barbilampiño y mo

etudo
. Su
rostro cara-de-luna se intensi

caba
por
e
l
h
ec
h
o
d
e no tener cejas. Vestía
una
c
h
aqueta
d
e pie
l d
e ove
ja
y
un pant
aal
ón
de terciopelo negro. El poco cabello
que
r
ecub

a

su

cabe
z
a

e
r
a

de
f
ue
r
te

cco
lo
r
ro
jizo, por lo que cuando el sol le da
bb
a d
e
lleno parecía coronado de brasas. D
e su
h
om
b
ro izquier
d
o co
lg
a
b
a una
b
o
ls
aa
d
e
14
153
s
eda blanca, cu
y
o contenido era secreto. Zon sentía por su bolsa un cariño especial,
pero no tan gran
d
e como e
l que sentía por sus
b
otas. Sus
b
otas
d
e rinoceronte
t
uerto, sus
b
otas rojizas, sus
b
otas pu
lid
as, sus
b
otas camineras, sus
b
otas mágicas.
Unas
b
otas esp
lén
d
id
as, unas
b
otas pu
lcramente tra
b
a
ja
d
as, unas
b
otas con
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roc
h
es
d
e p
lata, unas
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otas
d
e muc
h
as
le
g
uas.
—La pie
l d
e rinoceronte tuerto —
le
d
ijo Katrón e
l Pe
lu
d
o—
la trajo Ru
k
o e
l Guerrero
de más allá de los Confines. […]. Son únicas. Póntelas
y
vete en paz.
Ni que decir tiene que, durante mucho tiempo, Zon anduvo como
g
ig
ante con
botas nuevas, radiante
y
feliz. Ello lo distra
jo bastante de la preocupación que le
producía la ausencia de Katrón el Peludo, y, cuando vino a darse cuenta, estaba
y
a acostumbrado a su nueva misión, que cumplía sin el menor fallo. Y sin el menor
p
roblema
.
Hasta que apareció El Pintón... [...] El Pintón era un malvado enano, tan horrible que no se de
jaba ver. Pequeño de estatura, los brazos le alcanzaban hasta más aba
jo de
las rodillas: tenía los o
jos saltones, la nariz
g
anchuda,
y
de su labio inferior asomaban
colmillos afilados que le daban un cruel aspecto. Completaban su cabeza, cubierta
con un
g
orro encarnado teñido con san
g
re de animales, una barba
g
ris, rala,
y
unas
orejas que parecían haber sido mordisqueadas. Vestía una especie de vieja camisa de
cuero que le cubría desde los hombros hasta la cintura,
ceñida y ajustada al cuerpo; lucía en la cintura un g
ran cuc
h
ill
o
y
en
la mano
de
e
rec
h
a, termina
d
a
en uñas como garras, porta
bb
a un
h
ac
h
a más
a
lta que é
l mismo. […]
Cuando El Pintón apareció en el bosque de
El País de los Trinos Hermosos, comenzó
a derribar los árboles. Las aves que vivían y
anidaban en esos árboles escapaban asustadas.
Zon le obligó a marcharse, pero El Pintón juró que
se llevaría la voz de las aves. De este modo, El
País de los Trinos Hermosos se convirtió en El
País del Largo Silencio.
A
ho
r
a
la
mi
s

n
de
Z
o
n
e
r
a

d
o
bl
e: vi
g
ilar su territorio
y

t
r
ata
r
de

halla
r
las

huellas

d
e E
l Pintón,
d
e quien
n
u
n
ca

hab
ía
v
uelto

a

s
a
b
erse. […
]

154Zon trató de resolver
p
or sí mismo la situación
q
ue el duende
p
rovocara,
p
ero al
comprobar que no lo conse
g
uía, determinó visitar a Katrón el Peludo
y
contarle lo
ocu
rri
do
.
En mala hora. Porque Katrón el Peludo no se alegró de su visita.
—Tenía y
a noticias de que el País que te confié había cambiado de nombre —le
di
jo—. Pero esperaba que
f
ueses capaz de solucionarlo por tus propios medios.
Y

lo único que
h
aces es a
b
an
d
onar e
l territorio y venir a contarme
lo que ya sé. Qué
d
u
d
a ca
b
e
d
e que ten
g
o me
d
ios so
b
ra
d
os para encontrar a esemastuerzo
d
e
l g
orro
y
el hacha, darle su merecido
y
devolver a mi País el nombre
y
la ale
g
ría. Pero no
quiero hacerlo. No, Zon, no quiero a
y
udarte. Quiero que me demuestres que no me
equivoqué cuando de
jé en tus manos responsabilidad tan importante.
Zon miró sus manazas,
b
ajó
la ca
b
eza, y
d
ijo:

S
í, señor.
Y emprendió el camino de vuelta. D
es
d
e entonces, no
h
a
b
ía ce
ja
d
o en e
l empeño
d
e
d
escu
b
rir a
l
d
uen
d
e, aunque sin
éxito. A
d
emás, una mañana, a
l
d
espertar, Zon se puso en pie
y
a
d
virtió que esta
b
a
155
s
emidescalzo: había
p
erdido
uu
na de sus
botas
,
la bota derecha. Sin sus
botas
,
no
po
d
ía cump
lir su misión
h
a
b
itua
l,,
ni muc
ho

menos tratar de sorprender a El
PP
intón, tan
ve
loz como astuto. […] ¿Lo sa
bb
ría
ya Katrón e
l Pe
lu
d
o?
Por encima de su cabeza cruzó
,,

el
p
iulón (un ave fiel a Zon el
Gi
g
ante). Sus a
las amari
ll
as
y
s
u lar
g
uísimo pico morado se
d
e
ja
b
an ver
d
e vez en cuan
d
o
para a
livio
d
e
l
s
olícito
g
uardián,
y
para record
aa
rle que debía
s
eguir
b
uscan
d
o a
l
d
uen
d
e que
se
ll
evara
los trinos
y
las alas.
Zon pensó si sería este pá
jaro
eel
en-
car
g
ado de ir con el cuento a K
aa
trón
ca
d
a vez que a
lg
o anorma
l se
pp
ro-
duc
ía

e
n
e
l P
a
ís
. P
e
r
o

desec
h
óó
l
a

i
d
ea. Tenía a
l piu
lón por un am
ig
o
fiel, no
p
or un delator. Alzó la mir
aa
da
h
acia
las extensas copas
d
e
llos
tamarindos y vio, entre las ram
as
que
y
a comenza
b
an a cu
b
rirse
dd
e
flores amarillentas
,
el movimien
to
d
e
los tamarinos (monos
d
e pe
la
je
ceniciento, blanca la cara
y
anill
aa
da
co
la),
y
en
d
o
d
e acá para a
ll
á
cc
on
a
g
ilidad
y
rapidez.
Los tamarinos
d
e
los tamarin
d
os
siempre
lo habían distraído con sus tra
vesuras
,
pero a
h
ora no esta
b
a para
bb
romas.
S
u andar era renqueante,
p
r
oop
io de
cua
lquier gigante que ca
lce u
na so
la
bota
.
La misión
d
e Zon a
h
ora era trip
lee
: vigi
lar
s
u territorio, hallar a El Pintón
yy
localizar
s
u
b
ota. [...]
A
h
ora no sa
b
ía qué
h
acer. Fr
ente a é
l
se abría un bosque sombrío, de tupido
de t
up
ido

156
a
do
y
abundante ve
g
etación,
y
no
arbo
la
s
i
at
r
a
v
esa
r
lo

o

e
vi
ta
r
lo

da
n
do

u
n
sab
ía
o
. De pronto, se
d
io una pa
lma
d
a
ro
d
e
oa

f
rente y exclamó:
e
n l
a ¡
E
l
leprec
h
aun! ¡C
laro, e
l
lepre
-
—¡
a
un vive aquí!
¿
Cómo no se me
ch
ab
ía

ocu
rri
do

a
n
tes
?
ha
b
leprec
h
aun es un
d
uen
d
eci
ll
o
E
l
ustrioso, zapatero
d
e un so
lo
in
d
ato. Y Zon pensa
b
a que quizá é
l
za
p
d
ría sa
b
er a
lg
o
d
e su
b
ota.
po
d s
ó su chaqueta, se a
justó la
Al
is
sa de seda blanca
y
se adentró
bo
la
espesura. […] Lo
b
uscó por
los
e
n
lat
os
y

b
a
jo
las
h
o
jas
d
e
s
e
t
romaza
,

u
s
d
os
lu
g
ares pre
d
ilectos. A
s
u
Z
on
le encanta
b
a e
l pota
je
d
e
r
omaza, que é
l se prepara
b
a
c
on piñones y grose
ll
as, y por
t
anto, conocía
b
ien esta
h
ier
b
a.
Esto
le sirvió para
d
istin
g
uir
entre sus
h
o
jas e
l som
b
rero
d
e
l
leprec
h
aun y e
l leve go
lpear
d
e
s
u marti
ll
o. Así que se acercó,
s
ig
iloso,
y
su
jetó a
l
leprec
h
aun
p
or
la levita
.

¡Ho
la! —
le
d
ijo.
E
l
leprec
h
aun simu
ló no sorpren
d
erse. Depositó en e
l sue
lo e
l marti
ll
o
y
e
l zapato
que arre
gl
a
b
a
y
miró a
l Gi
g
ante con
g
esto astuto.

¡Hola,
g
randullón! —saludó—.
¿
Qué se te ha perdido en mi bosque?

Mi bota derecha —res
p
ondió Zon sin vacilar, al tiem
p
o
q
ue elevaba su
p
ie descalzo
.

¡Recontracatacro
k
! —exc
lamó e
l
leprec
h
aun.
Zon sa
b
ía que un
leprec
h
aun
g
rita
b
a ¡cro
k
! cuan
d
o a
lg
o
le so
b
resa
lta
b
a; ¡catacro
k
!
cuando ese sobresalto le producía con
f
usión;
y
¡contracatacrok! cuando la con
f
usión
se trocaba en consternación. De modo que ¡recontracatacrok! venía a signi

car
muc
h
o más que to
d
o esto. Así
lo enten
d
ió Zon, que so
ltó a
l
d
uen
d
eci
ll
o, seguro
d
e
su

in
oce
n
cia
.
157
jo al Gi
g
ante,
y
examinó con

—D
é
jame ver —di
j
su
b
ota iz
q
uier
d
a—. ¡Cro
k
!,
mira
d
a e
xp
erta
o
nte tuerto. Buena pieza. [...]
pie
l
d
e rinocer
oq
uieres? —
d
ijo cam
b
ian
d
o e
l
Bueno,
¿
qu
é
q
v
o
z.
to
n
o
d
e
ota
.
—Mi
b
Después de con
f
esar que
[
…]
sa
b
ía na
d
a
d
e
la
b
ota, e
l
n
o
e
prec
h
aun se quitó e
l som
-
le
b
rero
y
se rascó
la ca
b
eza
y

d
ijo:

T
ienes un
g
rave pro
-
blema,
p
ero no lo vas a
resolver en este bos
q
ue.
Crúzalo
y
lle
g
a hasta el
Arro
y
o Anti
g
uo… Puede
q
ue allí ten
g
as más éxito.
Y antes de que el Gi
g
ante tuviese tiempo de parpadear, el leprechaun se había
escurrido entre la maleza sin de
jar rastro
.
¿Qué hará Zon? ¿Encontrará a El Pintón? ¿Tendrá él su bota?
Adaptación de
E
l Gigante que perdió una bot
a
, Carlos Murciano,
E
d. Anaya, Col. El Duende Verde.
S
i un enano pone
s
us barbas al fue
g
o,
n
o

a
r
de
r
á
n l
as

ba
r
bas
ni ar
d
erán
los
leños,
que arderá la fría
ll
u
vi
a

de
l invi
e
rn
o
.
Las barbas blanquísimas
de un enano ne
g
r
o
o
l
as

ce
ni
c
ie
n
tas
de uno ceniciento
,
pueden derramars
e
sob
r
e

u
n li
b
r
o

ab
ie
r
to
y
hacer que en el libro

o
r
e
z
ca
n l
os
v
e
r
sos
.
Y si un niño
p
one
s
us o
jos en ellos
o

u
n
a
niñ
a
in
te
n
ta
d
ecirlos
,
leerlos
,
u
n
e
n
a
n
o

u

ot
r
o
vo
lv
e
r
á

e
n
s
il
e
n
c
io
a
hacer que la lluvia
c
repite en el fue
g
o
,
s
in que se le quemen
sus

ba
r
bas

de

sue
ñ
o
.
C
ar
los Murciano
Las barbas del enano

158Los viajes de Gulliver:
de gigante a enano
G
ulliver ha surcado siete mares
y
ha lle
g
ado al país de los enanos:
t
ie
n
e

c
in
co
h
o
m
b
r
ec
ill
os

e
n
sus
m
a
n
os
y
con e
ll
os
h
ace juegos malabares
.
D
e pronto el suelo tiembla,
se sacu
d
e,
se
levanta
,
su
b
e
y
su
b
e
h
asta
la punta
de

u
n
a
n
ube
.
Y Gu
ll
iver
d
escu
b
re con espanto
que está encima
d
e una mano impresionante
,
y
e
l po
b
re marinero esta
ll
a en
ll
anto:
h
a
ll
e
g
a
d
o a
l País
d
e
los Gi
g
antes.
P
edro Mañas Romero,
Poemas p
ara leer antes de leer
,
E
d. Hiperión, Col A
jon
jolí.
R
e
ía
n
los
m
ol
in
os
.
C
a
ll
a
b
an
los
g
ig
antes.
Los vio con su escu
d
ero
el
ca
b
a
ll
ero an
d
ante.
G
ig
antes o mo
linos.
M
o
linos o
g
ig
antes.
C
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Q
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jote a cuestas
te
m
b
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R
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te
.
Y
co
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su
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a

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,
t
an loco
y
arro
g
ante
,
co
n
t
r
a

u
n
o

a
rr
e
m
et

e
l
caba
ll
e
r
o

a
n
da
n
te
.
Las aspas le rompieron
s
u sueño en un instante
,
movidas por el viento f
urioso
y
desafiante.
En el suelo
,
quimeras
.
M
altrecho
,
su talante.
Sus ojos se cubrieron
d
e

g
rimas
b
ri
ll
antes.
G
iraban los molinos.
Hu
y
eron los
g
ig
antes.
Ensueños
y
visiones
del

caballe
r
o

a
n
da
n
te
.
Molinos
o gigantes
Antonio
G
arcía Teijeiro,
DQij bl D
on
Q
u
ij
ote ca
b
a
lga entre versos
,
Ed
. Ev
e
r
est
.
159
¿Eran molinos o eran gigantes?
Teat ro
Este es el suceso de los molinos de viento del libro El ingenioso hidalgo
Don Quijote de la Mancha, adaptado al teatro.
Persona
j
es
D
O
N

Q
UIJ
O
TE
: es un
h
om
b
re a
lto
y

dd
e
lg
a
d
o. Viste como
h
id
a
lg
o,
lle
v
a
gola,
b
ar
b
a
y
a canosa. En su m
aa
no
d
erec
h
a una
lanza
y
en
la
iz
q
uierda el escudo
.
S
ANCH
O

P
A
NZA
:
es

u
n h
o
m
b
r
e
achaparrado
y regordete, con
b
arba ne
g
ra
y
rala,
y
me
jillas enro
jjecidas. Viste con un
jubón
de
estameña par
d
a que se ciñ
ee
a
la cintura y a
lcanza
a
penas a cubrirle la barri
g
a; calzon
ee
s hol
ga
dos de tela
b
asta
,
metidos dentro de laspolainas
;;
sombrero de pa
ja

d
es
h
ilac
h
a
d
o y abarcas en
los pies
.
N
ARRADOR (
Esceno
g
ra
f
ía: en la parte izquierda d
ee
l escenari
o

a
parecen pintados un grupo de molin
oo
s de viento.
A dos o tres de los que están más d
ee
ntro d
el

e
scenario se les han puesto unas aspas
giratorias,
hechas con listones finos de madera o
cartón,
q
ue son movidas por detrás por una p
ee
rsona
a
quien no se ve. En el lateral derech
oo
de
l
e
scenario ha
y
una puerta.
)
N
ARRAD
O
R
.
— Se
g
uro que habéis oído hablar de un famoso libro que escribió hace
muc
h
os, muc
h
os años, Mi
g
ue
l
d
e Cervantes. E
l
lib
ro
ll
eva por títu
lo E
l
in
g
enioso
h
id
a
lg
o Don Qui
jote
d
e
la Manc
h
a. Un
lib
ro
d
e aventuras que
ha dado la vuelta al mundo, y que ha hecho
f
amosos a sus personajes: el
caballero Don Qui
jote
y
su escudero Sancho Panza.
Don Qui
jote cree que es un ca
b
a
ll
ero an
d
ante, un
h
om
b
re
loco
y
cuer
d
o
a
la vez,
d
e consejos sa
b
ios y
d
isparata
d
as aventuras.
Sancho Panza es un hombre simple, que abandona la aldea
g
uiado por
la ambición de hacerse rico. Analfabeto e i
g
norante pero con sabiduría
innata para reso
lver
los asuntos or
d
inarios
.

160
(
Por la puerta del lateral derecho del escenario aparecen Don Qui
jote
y
, un poco po
r

d
etrás de su amo, Sancho Panza. Se quedan
junto a la entrada. Sancho mira hacia el

bl
ico, como querien
d
o
d
ivisar a
lgo en
la
lejanía. Don Quijote mira con gesto
de

a
sombro hacia los molinos de viento que están a la izquierda del escenario.
)
D
ON
Q
U
IJOTE
.—
(
C
on voz impostada
y
g
rave.
) La ventura va
g
uiando nuestras cosas me
jor
d
e lo que acertáramos a desear; porque ves allí, amigo Sancho Panza,
d
onde se descubren treinta, o pocos más, desaforados
g
ig
antes, con
q
uien pienso hacer batalla
y
quitarles a todos las vidas, con cu
y
os
despojos comenzaremos a enriquecer; que esta es
b
uena
g
uerra,
y
es
g
ran servicio de Dios quitar tan mala simiente de sobre la faz de la tierra
.
S
AN
C
H
O
P
ANZA
.—
(
Que está mirando hacia el público.
)
¿Q

g
ig
antes
?
D
O
N
Q
U
IJ
O
TE
.—
(
Con voz tronante.
) Aque
ll
os que a
ll
í ves
d
e
los
b
razos
largos, que
los
s
ue
len tener a
lg
unos
d
e casi
d
os
le
g
uas.
(
En medio se
g
undo Sancho se da cuenta del error de su amo
y
dice con voz sincera:
)
S
ANCHO
P
ANZA
.—
Mire vuestra merce
d
que aque
ll
os que a
ll
í se aparecen
(
señala lo
s

m
o
linos
) no son
g
ig
antes sino molinos de viento,
y
lo que en ellos
parecen
b
razos son
las aspas, que, vo
ltea
d
as
d
e
l viento,
h
acen an
d
ar
la pie
d
ra
d
e
l mo
lino.
D
O
N
Q
U
IJ
O
TE
.—
(
Con voz y gesto
de
conmiseración que se va convirtiendo en en
f
ado.
)
Bien parece que no estás cursa
d
o en esto
d
e
las aventuras: e
ll
os son
g
igantes; y si tienes mie
d
o, quítate
d
e a
h
í, y ponte en oración en e
l
e
spacio que yo voy a entrar con ellos en

era y desigual batalla.
161
N
ARRADOR
.—
Don Qui
jote se vuelve hacia los molinos de viento que están moviendo
s
us aspas
y
enarbola el escudo
y
blande la lanza en alto,
y
mientras desa
-
f
ía a quienes él cree
g
ig
antes
y
teniendo a Sancho como único testi
g
o,
dice con voz alta y

rme:
D
O
N

Q
U
IJOTE
.—
Non fuyades
,
cobardes
y
viles criaturas, que un solo caballero es el
q
ue os acomete.
N
ARRAD
O
R
.—
Don Quijote
d
eja atrás a su escu
d
ero y empren
d
e
la acometi
d
a. Sus
pasos no son apresurados pero son

rmes. Sancho Panza, vuelto hacia
e
l pú
bl
ico, se
ll
eva
las manos a
la ca
b
eza y entrecierra
los ojos, como
no querien
d
o presenciar e
l
d
esen
lace
d
e seme
jante
locura. Pero Don
Quijote se
d
etiene y
d
ice:
D
O
N
Q
U
I
JO
TE
.—
(
Plantado en medio del escenario
g
rita con voz en
g
olada.
) Pues aun
q
ue
mováis más brazos que los del
g
ig
ante Briarco, me lo habéis de pa
g
ar
.
N
ARRAD
O
R
.—
Y ahora sí que Don Quijote arremete contra un molino. Su lanza se

mete entre los brazos en movimiento del enemi
g
o ima
g
inario. Se o
y
e
u
n
est
r
ue
n
do

(
desde fuera del escenario se hace ese
g
ran ruido
)
q
ue ha
producido una de las aspas del molino al chocar contra Don Qui
jote.
Ahora Don Qui
jote yace en el suelo como muerto.
S
ancho Panza acude
a socorrer a su amo,
y
llora a
g
achado
junto a él, mientras dice:
S
AN
C
H
O
P
A
NZA
.—
(
Llorando, afli
g
ido.
) ¡Vál
g
ame Dios!
¿
No le di
je
y
o a vuestra merced
q
ue mirase bien lo que hacía, que no eran sino molinos de viento,
y
no lo podía ignorar sino quien llevase otros en la cabeza?
(
Escenario: se van apagando las luces y baja el telón.
)
FIN
Ada
p
tación de un relato de
Y
Don Qui
jote se hace actor…,
J
uan Manue
l Freire, E
d
. CCS, Co
l. Ga
lería
d
e
l Unicornio.

162Frase hecha «Pasar la noche en blanco»
Cuan
d
o una persona no
logra
d
ormir (conci
liar e
l sueñ
oo
)
p
or un dolor, una
p
reocu
p
ación u otro motivo, se dice
q
u
ee

ha
p
asado la noche en blanco.
El ori
g
en de esta
f
rase está relacionado con la noche q
ue
debían pasar sin dormir aquellos que querían
f
ormar par
tt
e de
ciertas ór
d
enes
d
e ca
b
a
ll
ería. Los aspirantes, vesti
d
os
d
e
bla
a
nco,
d
e
b
ían ve
lar
las armas
la noc
h
e anterior a
la ceremonia,
h
a
sta

e
l amanecer. Sin
d
u
d
a esta espera
les resu
lta
b
a
lar
g
a.
La
f
rase «Pasar la noche en blanco», que recuerda aque
ll
rito
d
e
los ca
b
a
ll
eros, quiere in
d
icar que
la noc
h
e se
h
iz
oo
lar
g
a esperan
d
o e
l amanecer
.
Un enano y un gigante Va
n
to
m
ados

de

la
m
a
n
o
como un solo caminante:
:
a
la izquier
d
a va e
l enan
oo,
a
la
d
erec
h
a e
l gigante.
A
y
er sa
lieron
d
ic
h
oso
s
en
b
úsque
d
a
d
e
la mar:
h
o
y
caminan
ju
b
ilosos
para po
d
er
la encontrar.
Arri
b
a, a
b
a
jo, a
los
la
d
os
,,
d
etrás, a
l me
d
io, a
d
e
lant
e
:
v
an por e
l so
l a
b
rasa
d
os
un enano
y
un
g
ig
ante.
¡
Qué flaco es el enanito,
qué
g
ordo el
g
ig
antón!
¡Qué vie
jo es el pequeñi
tt
o
,
qué
joven el
g
randullón!
De le
jos parecían
un ratón y un elefante;
de

ce
r
ca

so
lo

se

a
n
un enano
y
un
g
ig
ante.

Francisco Del
gad
o

163
Una visita nocturna Ennia dormía. Su sueño era t
rr
anquilo,
fe
e
liliizz.z.z.

Era
d
e noc
h
e. De pronto, sintió
co
mo
o

si a
lg
uien
la tocara en e
l co
d
o
: un
contacto suave,
g
enti
l, casi tími
do
o
.

A
b
rió
los o
jos
y
se incorpor
óó
.
Estaba oscuro y al principio n
oo

v
io a nadie. Después se fi
jó en u
nn
b
u
lto más ne
g
ro que
d
estaca
ba
a
en me
d
io
d
e
la ne
g
rura. E
l
b
u
lt
oo

era mu
y
g
ran
d
e,
g
ran
d
ísimo, per
oo
,
por a
lguna razón que no
ll
egó
a
enten
d
er, Ennia no tuvo mie
d
o.

¿Q
uién eres
?
—pre
g
untó.
—Mi nombre no te diría nada —res
p
ondió el bulto oscuro.
Era una voz extraña, que po
d
ría pertenecer a un
h
om
b
re muy viejo. Ennia se imaginó
un rostro
ll
eno
d
e arru
g
as, un cuerpo encorva
d
o, una mano nudosa apo
y
a
d
a en un
bastón. Ima
g
inó que el lu
g
ar se iluminaba
y
que podía verlo a la per
f
ección, como
s
i f
uese

de

d
ía
.
—Pero yo tengo que sa
b
er
lo —
d
ijo
la niña—. Si no sé cómo te
ll
amas, será como si
n
o

e
x
istie
r
as
.
—Tienes mucha razón —repuso el bulto. Su voz sonaba pensativa—. Tendremos
que ele
g
ir un nom
b
re, para que me
ll
ames por é
l. ¡Ya sé!
¿
Qué te parece Otto?
—¿Señor Otto? —preguntó Ennia, que era una niña muy bien educada.
—Señor Otto estará mu
y

b
ien —respon
d

la voz—. Aunque tam
b
ién po
d
rías
ll
amarme
O
tto-san.
—Pero, ¿es ese tu nombre de verdad
?
15
164—Eso no importa. Son mu
y
pocos los que saben cuál es su verdadero nombre. Y
muchos menos los
q
ue conocen el de los demás.
—Yo si sé cómo me llamo —di
jo la niña, con voz u
f
ana—. So
y
Ennia
.
—Sí, eso es lo que tú crees —di
jo la voz, con tono eni
g
mático.
Ennia
g
uar
d
ó si
lencio
d
urante
lar
g
o rato, pensan
d
o en esas misteriosas pa
la
b
ras.
—No lo entiendo —exclamó al

n—.
¿
Puede haber al
g
uien que no sepa cómo se
ll
a
m
a?
—Será me
jor que
lo
d
e
jemos —
d
ijo
la voz—. Eres un poco pequeña para
comprenderlo. Pre
g
úntame otra cosa.
Ennia estaba enf
urruñada, como solía ocurrirle cuando no entendía al
g
o
y
no querían
explicárselo. Por eso tardó cierto tiempo en contestar. Pero de pronto se le ocurrió
que e
l
d
ueño
d
e
la voz po
d
ía cansarse
d
e esperar
y
marc
h
arse
d
e a
ll
í. Por primera
vez tuvo miedo. ¡Tenía tantas cosas que pre
g
untarle!
¿
Por cuál empezar?
—Empieza por e
l principio —
d
ijo e
l señor Otto, como si estuviera
le
y
en
d
o sus
pensamientos. Pero Ennia no se fi
jó en la coincidencia
y
pre
g
untó:

¿
Para qué
h
as veni
d
o?
—Para enviarte a cump
lir una misión.

¿
Enviarme?
¿
A dónde?
—A Faerie (País
d
e
las Ha
d
as).
—¡Qué estupendo! Siempre he deseado ir allí.
¿
Cómo
se
v
a?
—Yo te a
b
riré
la puerta
.
Enni
a
mir
ó

a

su

a
lr
ededo
r. T
odo

estaba

oscu
r
o.
—No veo ninguna puerta —
d
ijo.
—A veces
p
uede abrirse una
p
uerta donde menos te
lo ima
g
inas.
—¡Entonces, vamos! —Ennia se
levantó
d
e un sa
lto,
mu
y
nerviosa,
y
estuvo a punto de atropellar al señor
Otto,
q
ue no se había movido del sitio donde lo vio
p
or
pr
imera vez.
—Antes
d
e cruzar
la puerta
d
e
b
o
d
ecirte a
lg
unas cosas
respecto a
l
lugar a
d
on
d
e vas —continuó e
l señor Otto—. ¿Qué sa
b
es
d
e Faerie
?

165
—Q
ue

a
llí
todos
l
os

deseos

se
h
ace
n r
ea
li
dad.
—Solo hasta cierto punto.

¿
Qué quieres decir
?
—Que en Faerie existen muc
h
as re
gl
as. Tus
d
eseos no se cump
lirán si no estás
d
e
acuerdo con todas ellas. […] Pero las re
g
las de Faerie son distintas de las de aquí. Si las
aceptas y te acostumbras a ellas, podrás cumplir la misión que voy a encomendarte
.
—¡Está bien! Dime cuáles son todas esas re
g
las
.
—No pue
d
o
h
acer eso —
d
ijo e
l señor Otto, con voz a
lg
o triste—. La re
gl
a número
siete dice que tú misma debes descubrir las re
g
las. […] Y la re
g
la número once me
autoriza a decirte dos re
g
las. […] Te diré cuál es la re
g
la número uno. Es la más
importante.
Ennia empezó a dar saltos de ale
g
ría.
—¡Díme
la! ¡Díme
la!
—Una vez que has
f
ormulado un deseo,
no es posi
bl
e
d
es
h
acer
lo.
—Y eso ¿qué quiere
d
ecir
?
—Te pondré un e
jemplo. Supón que
deseas crecer
y
que ese deseo te ha sido
conce
d
id
o. Pues
b
ien: ya no pue
d
es
h
acerte pequeña otra vez. Aunque
lo
desees, no se te concederá. […]
—Veo que
h
a
y
que tener muc
h
o
cuidado con lo que se desea.
—Lo
h
as compren
d
id
o mu
y

b
ien —
d
ijo
el señor
O
tto.

¿
Cuá
l es
la ú
ltima re
gl
a?
—La número cuatro. Dice que
d
e
b
es
e
n
t
r
a
r
sola

e
n F
ae
ri
e
.
—Pero
¿
tú no vas a venir conmi
g
o
?
—pre
g
untó Ennia con voz a
lg
o tem-
bl
orosa. […]
—No te preocupes. Pue
d
es
ll
evarte
esto. Pero ten cui
d
a
d
o. ¡No
lo pier
d
as!
166Ennia sintió que
le ponían en
la mano un o
bj
eto
d
uro. Trató
d
e ver
lo me
jor acercán
d
o
lo
a los o
jos, pero en vano. Entonces lo tanteó cuidadosamente
y
notó que tenía
f
orma

b
ica y que e
l tacto
d
e una
d
e sus caras era muy suave, como
la pie
l
d
e un gatito.
—Cuando
f
ormules un deseo, esa ca
ja te dirá si se te ha concedido o no
y
la razón
d
e e
ll
o —respon
d
ió e
l señor Otto. […]
—Y tú
¿
no me a
y
u
d
arás? —pre
g
untó Ennia, con voz casi inau
d
ibl
e.
—Sí. Aunque tú quizá no te darás cuenta, porque no me verás. […] Ya es hora de
partir. Decídete. ¿Quieres venir conmigo?
Ennia vaciló. Em
p
ezaba a estar un
p
oco asustada. Pero
p
ensó
q
ue al menos
p
odría
echar una mirada a Faerie
y
, si no le
g
ustaba su aspecto, cruzar de nuevo la puerta
y
v
o
lv
e
r
a

do
n
de

a
h
o
r
a

estaba
.
—Sí. Quiero ir conti
g
o —di
jo.
De pronto vio aparecer, a mu
y
poca
d
istancia, una a
b
ertura rectan
g
u
lar, a
l otro
la
d
o
de la cual había mucha luz, como si
f
uese de día. Asombrada, dio tres pasos hacia
a
d
e
lante
y
cruzó e
l um
b
ra
l. […]
Y de golpe se encontró en un lugar desconocido. A medida que sus ojos se fueron
acostumbrando a la luz, se dio cuenta de que estaba en una pradera enorme llena
de hierbas altas. Pero ¿a dónde ir? Después de comprobar que sus deseos podían
hacerse realidad con solo formularlos siguiendo las reglas establecidas, empezó a
andar en la dirección que le marcaba un perro enorme que había aparecido ante ella
y a quien decidió llamar «León». Se le concedió el deseo de ser princesa y formuló el
deseo de ver un duende y a su lado apareció un gigante enorme —como un árbol—
que resultó ser un duende.

167
D
espués de observarla durante un buen rato, el
g
ig
ante habló. Su voz envolvió a
Ennia por completo. Sintió como si la rodearan las olas del mar y por un momento
le costó traba
jo distin
g
uir las palabras. Pero con un poco de atención lo consi
g
uió.
El
g
ig
ante decía:
—¿
Sa
b
es
h
a
bl
ar?
—¡Por supuesto que sé hablar! —exclamó Ennia, al
g
o ofendida, olvidando por un
momento
la situación en que se encontra
b
a—. ¿Crees que soy mu
d
a?

¿
Quién eres? —pre
g
untó e
l
g
ig
ante—.
¿
Y qué
h
aces en este
b
osque?
Ennia pensó que el
g
ig
ante parecía bastante amistoso, por el momento. Al menos
quería sa
b
er su nom
b
re, y eso era
b
uena seña
l. Uno no
le pregunta cómo se
ll
ama
a
l po
ll
o que se va a comer
.
—So
y
la princesa Ennia —respondió, hinchándose todo lo que pudo
y
tratando de
parecer impresionante. Pero tuvo que reconocer que, con su tamaño
y

la ropa que
ll
eva
b
a, no tenía muc
h
as posi
b
ilid
a
d
es
d
e conse
g
uir
lo.
El gigante pareció desconcertado y no supo qué decir. Al menos sus ojos tenían
o

y

no

s
u
po

q
u
é

decir
.
Al

menos

s
u
s

ojos

tenían

aspecto pensativo
y
no vo
lvió a a
bb
rir
la
b
oca
d
urante a
lg
unos momentos
.

¿
Y tú quién eres? —pre
g
untó E
nn
nia, que cada vez sentía más aplomo
.
—Soy un el
f
o silvano —respondió
el gigante
.
—¿
Q
ué es eso
?
—Un elfo del bos
q
ue. Veo
q
ue
tú eres

un ser
h
umano, aunque
jamás
h
a
b
ía
v
isto

u
n
o

ta
n
d
imin
uto
. Q
u
iz
áá
m
e

conozcas me
jor por el nombre
de «duende». Al
g
unas veces
los
h
om
b
res nos
ll
aman así. […]
Tengo que
ll
evarte ante mi rey
—dijo entonces el elfo—. Nos
habían avisado de tu lle
g
ada
y

sa
lí a
b
uscarte, pero no pensa
b
a
que
f
ueras tan pequeña. He
te
ni
do
m
uc
h
a

sue
r
te

a
l
e
n
co
n-
trarte.
[

]
El elfo silvano, que se llama-
ba Oski, llevó a Ennia ante
el rey. Extendiendo la mano
abierta, dijo:
168
tenéis a la princesa Ennia.
—Ma
jestad, aquí
a
l verla fue tan
g
rande que
La sorpresa del re
y
ad
e su trono y
la
b
oca se
le
c
asi se
levantó
do
rma muy divertida. Pero
a
brió de una
fo
n
tó otra vez
,
Ennia notó
c
uando se se
no
s elfos parecía enfadado,
q
ue el re
y
de l
ou
stara
lo que
h
a
b
ía visto.
c
omo si no
le
gu
e
que es ella? —pre
g
untó

¿
Estás se
g
uro d
e
a
O
s
k
i.
o di
jo —respondió el elfo.
—Ella misma me l
r
e
y
se
d
iri
g
ieron
d
e nuevo
Los o
jos
d
e
l
r
hac
ia

la
niñ
a.
e
nido a hacer en mi reino?

¿
Qué has v
eo
n voz que a Ennia
le pa
-

le
pr
eg
untó c
or
ue
n
o.
r
ec


de

t
name, Ma
jestad —respon
-
—Perdó
iña, que no tenía muc
h
a
d

la n
r
e
d
e
h
a
bl
ar con re
y
es—.
costum
br
a que este fuera tu reino.
Yo no sabí
a este país porque e
l señor
Yo
h
e veni
d
o
d
o, pero no sa
b
ía
lo que
O
tto me
h
a traí
s
eguro. […
]
iba a encontrar, te lo a
s
Ennia comprendió que su tamaño era un obstáculo y deseó ser tan grande como
ellos, y su deseo le fue concedido.
—Me ale
g
ro de ver que ahora tienes el tamaño adecuado —di
jo el re
y
—. Antes no
nos
h
a
b
rías servi
d
o para na
d
a.

¿
Para qué ten
g
o que serviros, Ma
jesta
d
? —pre
g
untó
la niña.
—Será me
jor que te cuente la historia desde el principio. El pueblo de los elfos
s
ilvanos vive en este bosque desde tiempo inmemorial. Hace muchos si
g
los que no
hemos estado en
g
uerra con otros pueblos,
y
a sean el
f
os, hombres o enanos. Quizá
nos
h
emos acostum
b
ra
d
o
d
emasia
d
o a
la paz y esto nos
h
a
h
ec
h
o
bl
an
d
os. Sea
como sea, hace tres años lle
g
ó a esta re
g
ión un dra
g
ón de fue
g
o que buscó cobi
jo
en una a
lta montaña, que no está mu
y

le
jos
d
e aquí. Este
d
ra
g
ón
h
a
d
evasta
d
o
y
a
la tercera parte
d
e este
b
osque, convirtien
d
o inmensos territorios en un
d
esierto
calcinado. Muchos héroes han osado enfrentarse al dra
g
ón, tratando de hallar la
g
loria en tan atrevida empresa
y
salvar a sus seme
jantes. Los más valerosos elfos se
a
d
entraron en e
l
d
esierto
y

ll
e
g
aron
h
asta
la montaña para
d
estruir a
l repti
l. Pero
todos

e
ll
os
f
ue
r
o
n devorados casi inme
d
iatamente. E
l
d
ra
g
ón parece invenci
bl
e.

169
Hemos tenido que abandonar nuestrasmoradas para buscar re
f
u
g
io en el interior
d
e
la tierra. Pero ya no po
d
remos resistir muc
h
o tiempo. Muy pronto nos veremos
o
bl
iga
d
os a e
legir entre
d
ejarnos
d
evorar o partir en
b
usca
d
e otro territorio. Pero
no sa
b
emos a
d
ón
d
e ir. Sin em
b
argo,
h
emos reci
b
id
o un rayo
d
e esperanza. Hace
pocos
d
ías
ll
e
g
ó a nosotros un extraño mensa
je, que nos anuncia
b
a
la
ll
e
g
a
d
a
d
e
una princesa
h
umana que nos a
y
u
d
ará a
d
estruir a
l d
ra
g
ón
y
sa
lvar
lo que que
d
a
d
e
l
b
osque. Por eso envié a Os
k
i a
b
uscarte
y
por eso te tra
jo aquí. Cuan
d
o vi que eras
tan pequeña, pensé que no eras la persona que esperábamos. ¡El dra
g
ón ni siquiera
habría lo
g
rado verte! Pero, puesto que has crecido, no cabe duda de que eres tú la
princesa de que hablaba el mensa
je. ¡El fin de nuestros sufrimientos está a la vista!
Ennia no había entendido todas las palabras del re
y
, pero lo que captó fue más que
suficiente para asustarla. Por eso, cuando el re
y

g
uardó silencio, como si a
g
uardara
su respuesta, e
ll
a
le pre
g
untó:

¿
De qué manera po
d

y
o a
y
u
d
aros contra e
l d
ra
g
ón? So
lo so
y
una niña. Si
los más
g
ran
d
es
h
éroes
d
e vuestra tierra no
h
an
lo
g
ra
d
o na
d
a,
¿
acaso vo
y
a conse
g
uir
lo
y
o
?
—Tú no tendrás que luchar contra el dra
g
ón —respondió el re
y
—. Tu papel es
mucho más sencillo, la
p
redicción nos lo indicaba con todo detalle. Nosotros solo
tenemos que entre
g
arte en poder de la fiera, atada de pies
y
manos. Eso bastará
para desencadenar una serie de sucesos que llevará inexorablemente
a
l
a
m
ue
r
te
del reptil.
Manuel Al
f
onseca,
E
nnia,
E
d. No
g
uer, Col. Cuatro Vientos.
Mi bosque encantaba Mi bosque cantaba ca
n
c
io
n
es

de

b
r
u
m
a
a
l
a
l
u
z
ta
n
c
la
r
a
de
l
a
l
u
n
a
l
u
n
a
.
Mi bosque encantaba
con menta
y
romero
y
con manzanilla
cump
lía mis
d
eseos.
Me contaba historias
,
m
e

sub
ía
h
asta

e
l
c
ie
lo
.
M
e

daba
m
o
n
edas
de amor y de sueño.
C
uan
d
o
d
esperta
b
a,
m
i
b
osque encanta
d
o
se
i
ba

a

la

escuela
c
onmi
g
o a mi
la
d
o.
Y
e
n
la
n
oche
n
oche
c
onti
g
o soña
b
a
p
orque
d
es
d
e entonces…
m
i
b
osque encanta
b
a.
María
G
arcía Esperón
170La xana Ottilie pide ayuda
Asier es un chaval de 10 años que se siente insignificante, pequeño, pero desea
vencer sus temores y ser capaz de enfrentarse a los obstáculos. Para conseguirlo se
cambia de nombre, se llamará el caballero de las tierras de Urania . Y así empezó su
transformación.
Al día si
g
uiente de su lle
g
ada a Asturias, Aser se acostó tarde. Cre
y
ó que se dormiría
enseguida, pero no lograba conciliar el sueño. ¿Y si se iba al bosque esa misma no- ense
gu
ida
,
p
ero

no

log
raba

conciliar

el

sueño
.
¿
Y

sel
sa
lón esta
b
a vacío. Los a
b
ue
los
ch
e? Entrea
b
rió
la
p
uerta
y
vio
qu
e
er
azos de Mor
f
eo. Se diri
g
ió a la
haha
cíc
a rato que estaban en
br
g
ilosamente. Giró el picaporte
y
,
pupu
ere
ta de la calle s
ig
or, cerró la puerta sin hacer ruido.
yaya
en el exter
i
a caminar en medio de una
EmE
pezó
a
d
casi a
b
so
luta. […] Cuan
d
o
oscuri
d
a
la entra
d
a
d
e
l
b
osque, una
ll
e
g
ó
n
sa emoción le o
p
rimió el
p
echo.
inte
n
o

a
lto

de
l
c
ie
lo

se
hiz
o
vi
s
ib
le
l
a

En
la
. Se a
d
entró en e
l b
osque. La
luz
lu
na n
ar se

ltraba entre las ho
jas de los
lu
nb
oles. A veces, oía el cru
jido de
ár
b
a rama caída en la tierra
y
que él
un
b
ía pisa
d
o sin
d
arse cuenta; otras,
ha
roce
d
e su cuerpo con a
lg
una
el
a
nta. Pasado cierto tiempo, o
y
ó
p
lan
ruido parecido al del a
g
ua que
un
al
e
d
e un surti
d
or, mezc
la
d
o con
sa
t
ro, que recor
d
a
b
a a un
ot
sollozo
.

g
uió caminando hasta que vio a
Si
g
n
a mu
jer mu
y
pequeña
y
mu
y
bella
u
nn
to a la
f
uente. Tenía el cabello
ju
ng
o, on
d
u
la
d
o
y

d
e
l co
lor
d
e
l oro.
la
rg
m
u
jer
g
iró la cabeza hacia donde
La
mstaba y se quedó mirándolo con
él
e
r
esión
d
e asom
b
ro. Sus o
jos
ex
pr

d
e un azu
l mu
y
intenso, tan
e
r
an
les como su dueña. Se diri
g
ió a la
irre
al m
osa aparición y le habló de esta
h
e
rm
manera: m
a
ne

171
—Buenas noches, soy el caballero de las tierras de
d
e
las tierras
d
e
U
rania —mintió—
¿
Quién eres
y
po
r qué
ll
oras
?
—Me llamo Ottilie —di
jo solloza
nn
do—.
¿
Estás
d
ispuesto a a
y
u
d
arme?
Asier respondió afirmativamente
ss
in
sa
b
er qué
le i
b
a a pe
d
ir, pero pen
ss
ó
q
ue el caballero de las tierras d
ee

U
rania hubiera reaccionado igual.
Otti
lie
h
izo una pausa
y
si
g
uió así:

C
a
b
a
ll
ero
d
e
las tierras
d
e
U
rania, soy una xana que necesita
ayuda.
—¡Oh, tendría que haberme
dado

cue
n
ta
! —
e
x
c
la
m
ó
A
s
ie
r.
Y

ense
g
ui
d
a
le contó to
d
o
lo que
sab
ía

sob
r
e

e
ll
a
.
—Veo que estás mu
y
bien
informado —le di
jo—. No sabía
que nuestra
h
istoria an
d
a
b
a en
las pá
g
inas
d
e vuestros
lib
ros
.
La xana tenía
g
anas de averi
g
uar
más cosas, pero dominó su
curiosi
d
a
d
. Le ur
g
ía contar a
l
ca
b
a
ll
ero
lo que
h
a
b
ía suce
d
id
o.
—Hace un rato estaba aquí mismo
o

con Lilia, una amiga mía silfosí y…
—Perdona —la interrumpió Asier—.
¿
Qué es un silfosí?
—Los silfosí son los habitantes de una de las re
g
iones del bosque cu
y
o nombre es
Ci
f
uentes. Pero no me distrai
g
as. No podemos perder tiempo. La vida de mi ami
g
a
corre peli
g
ro
.
Retomó el hilo de lo
q
ue estaba contando:
—Lilia y yo conversábamos despreocupadamente cuando se acercaron tres xanas
desconocidas. Nos saludaron amablemente
y
nos pre
g
untaron si queríamos ver
unos peines
d
e oro que
ll
eva
b
an consi
g
o. Les
d
ijimos que sí
y
sin sospec
h
ar na
d
a
nos detuvimos a contemplarlos. Quise probar uno en mis cabellos
y
lo mismo intentó
172Lilia; entonces las xanas
f
orasteras se convirtieron en unos terribles monstruos alados.
Uno
d
e e
ll
os,
ll
ama
d
o Da
ltún, cogió a Li
lia y
le
d
ijo que era
la más
b
e
ll
a entre
las
b
e
ll
as. E
ll
a empezó a
g
ritar
y

y
o tam
b
ién, pero está
b
amos so
las
y
na
d
ie acu
d
ió en
nuestra ayu
d
a. Da
ltún, agitó
las a
las y empren
d
ió e
l vue
lo
ll
eván
d
ose a Li
lia consigo.
Los otros
d
os
lo si
g
uieron. Entonces…
No pu
d
o continuar. Un au
ll
id
o aterra
d
or ras
g
ó e
l aire. Asier
y
Otti
lie se miraron
espanta
d
os. Un segun
d
o au
ll
id
o
h
izo que Asier cogiera
la mano
d
e Otti
lie y se
la
ll
evara casi en vo
lan
d
as. Corría sin sa
b
er
h
acia
d
ón
d
e
d
iri
g
irse, arrastran
d
o tras
d
e sí a
la xana. E
l vesti
d
o
bl
anco
d
e Otti
lie resp
lan
d
ecía a
la
luz
d
e
la
luna,
y
con
e
l movimiento parecía
d
e
jar una este
la
bl
anca en e
l aire. De repente se o
y
ó una
risotada. Envuelto en vapores azules, apareció delante de ellos una extraña
fig
ura
que parecía un niño vie
jo.
—O
h
, no. ¡Eras tú, Ramiro! ¡Cuántas veces te
h
e
d
ic
h
o que no nos asustes con tus
b
r
o
m
as! Ramiro era un duende travieso y bromista que disfrutaba con su poder de cambiar de
apariencia y de crear efectos especiales, que pronto se desvanecían.
Ottile les di
jo:
—A
h
ora
lo que importa es pensar qué
h
aremos para rescatar a Li
lia. No será na
d
a
f
ácil liberarla. Los compañeros de Daltún son A
g
or
y
Eriser. Los llaman los cuélebres
inseparables, ima
g
inaos lo di
f
ícil que debe ser vencer a los tres.
Asier se
d
io cuenta que
la empresa que
d
e
b
ía
ll
evar a ca
b
o con sus nuevos ami
g
os
era más di
f
ícil que internarse en la selva solo, sin agua y sin comida.
N
orma Sturniolo,
E
l caballero de las tierras de Urania,

E
d. San Pablo, Col. La Brú
jula.

173
El aguilucho de Nan Singh En lo más escondido y pro
f
undo del misterioso
TT
íbet,

en
las
g
ran
d
es a
lturas so
litarias, se a
lza un vi
eej
o
m
o
n
aste
ri
o

co
n
st
r
u
ido

sob
r
e

la
mi
s
m
a
r
oca
. A
llí
v
iven,
d
es
d
e
h
ace muc
h
os si
gl
os, mon
jes
d
e
d
ica
d
o
ss
a
la me
d
itación
y
a
l estu
d
io.
Cuentan que en este monasterio vivió, hace much
o tiempo un
monje, el lama Nan Singh, que había llegado des
dd
e muy lejos
buscando «el camino de la luz». Todo el mundo re
cc
onocía que
tenía
g
randes poderes. Su espíritu podía via
jar has
ta re
g
iones
desconocidas mientras su cuerpo permanecía
tt
ranquilo y
q
uieto en la
p
e
q
ueña celda. Podía conocer el
pe
e
nsamiento
de las
g
entes solo con mirarlas. Y comunicarse sin
pp
a
la
b
ras y a
lar
g
as
d
istancias con aque
ll
os que
lo necesita
b
an.
BB
asta
b
a so
lo
con que sus manos rozaran las
f
rentes de los en
f
er
mm
os para que
estos respiraran a
livia
d
os, sintién
d
ose
lib
res
d
e to
dd
o
d
o
lor.
Desde la ventana de la celda del monje Nan Singh se veía la Montaña Santa coronada
lS d
por nieves perpetuas;
y
el La
g
o Sa
g
rado de a
g
uas cambiantes que a veces parecían
profundamente verdes, otras azules
y
transparentes, o
g
rises
y
oscuras si los terribles
v
ientos que recorren la re
g
ión las levantaban removiéndolas.
U
n día, Nan Sin
g
h volvía de la Ciudad Santa, a donde había ba
jado para visitar al
jefe
d
e to
d
o e
l país, e
l Da
lái Lama. I
b
a
d
escen
d
ien
d
o tra
b
a
josamente en su camino
d
e
re
g
reso por estrec
h
as vere
d
as, practica
d
as en
las rocas, a
l
b
or
d
e mismo
d
e
g
ran
d
es
precipicios. Y al
g
o que vio ante él le hizo
f
renar su caballo
y
echar pie a tierra.
U
nos caza
d
ores, con
las armas en
la mano to
d
avía, aca
b
a
b
an
d
e
d
ar muerte a una
pareja de águilas reales.
Los dos cazadores se arrodillaron al ver acercarse al mon
je.
16
174

¿
Por qu
é c
ontestaron—
,
devoraban nuestras cabras...
—Señor —
c ró apenado hacia el nido donde un a
g
uilucho, casi
El mon
je mi
,
había quedado sin defensa
.
recién nacido
, e

d
ijo seña
lán
d
o
lo— no pue
d
e
h
aceros nin
g
ún
—Est
er
espeta
dl
e
la vi
d
a.
m
a
l,
r cazadores ba
jaron la cabeza aver
g
onzados. Y
Los
S
in
g
h se acercó hasta el nido, tomó al animal que
Nan
Sa
ba espantado, le abri
g
ó ba
jo su manto
y
partió con
t
embl
a
e
l
co
nv
e
n
to
.
é
l h
ac
ia
u
e
l
d
ía, e
l agui
luc
h
o vivió ampara
d
o por e
l monje,
Des
d
e aq
u
su ca
lor, compartien
d
o con é
l su comi
d
a
y
su ce
ld
a
.
q
ue
le
d
io m
aremos Kan
g
Rimpoc
h
e (Nieve Preciosa) —
d
ijo Nan
—Te
ll
a
m
en
h
onor
d
e
la nieve que cu
b
re nuestra Montaña
Sin
gh

S
anta
.
Ba
jo sus cuidados, el a
g
uilucho fue perdiendo el

miedo. Ya no temblaba al oír el menor ruido
,
ni
corría a esconderse si los pasos de al
g
ún mon
je
se

ace
r
caba
n.
K
an
g
Rimpoche, al cabo de unas semanas, empezó a cambiar el plumón blanco que
c
ubría su cuerpo por un pluma
je más fuerte
y
oscuro de brillantes refle
jos cobrizos.
Y a lo largo de los meses fue acostumbrándose a la vida del monasterio.
P
or las noches, cuando Nan Sin
g
h se acostaba sobre el suelo, bien envuelto en su
m
anto, el aguilucho venía a colocarse a su lado para dormir también. Y cuando los
f
uertes
g
olpes de un
g
on
g
, antes de que amaneciera, avisaban para los primeros
o
ficios, Kan
g
Rimpoche abría sus o
jos, sacudía las alas
y
se
g
uía a Nan Sin
g
h por los
lar
g
os pasi
ll
os
y

las intermina
bl
es esca
leras unién
d
ose a muc
h
os otros mon
jes que
acud
ía
n
a
l
a

o
r
ac

n.
E
n el
g
ran templo, sostenido por enormes columnas de piedra, las puertas se abrían
d
e par en par para que los peregrinos entraran también. Sonaban las trompetas
d
e cuerno
y
las campanas de plata, las lámparas doradas daban su resplandor, los
incensarios repartían su
h
umo o
loroso
y
mi
les
d
e
lampari
ll
as
d
e aceite
d
a
b
an su
luz.
Los


n
t
icos

lle
n
aba
n
el
r
ec
in
to
.
C
uando acababan las oraciones, Nan Singh volvía a su celda y repartía con Kang
R
impoc
h
e su
d
esayuno, antes
d
e empezar e
l tra
b
ajo
d
e
l
d
ía.

175
El mon
je enseñó al a
g
uilucho a comunicarse con él sin necesidad de usar sonidos
ni pa
la
b
ras, ni
g
estos. Y sus pensamientos se transmitían
d
e uno a otro sin nin
g
una
d
ifi
cu
ltad
.
En las lar
g
as horas que Nan Sin
g
h dedicaba al estudio, cuando en la biblioteca
consultaba los pesados libros, cubiertos por tapas de madera, donde estaban
encerrados los conocimientos secretos que otros mon
jes más anti
g
uos habían
arranca
d
o a
la natura
leza, Kan
g
Rimpoc
h
e esta
b
a con é
l.
Si Nan Sing
h
se ocupa
b
a
d
e curar y conso
lar a
los peregrinos, veni
d
os
d
es
d
e
los
puntos más
le
janos en
b
usca
d
e a
y
u
d
a, Kan
g
Rimpoc
h
e
le acompaña
b
a.
Cuando Nan Sin
g
h se entre
g
aba a la meditación, sentado en el suelo,
f
rente a la
b
e
ll
eza
d
e
la Montaña Sagra
d
a a
la que e
l so
l arranca
b
a
d
este
ll
os rosa
d
os, Kang
Rim
p
oche
p
ermanecía a su lado.
En
los
d
ías en que e
l la
g
o aparecía tranqui
lo
y
Nan Sin
gh
se inc
lina
b
a so
b
re
las a
g
uas
para ver en su fondo, como en un maravilloso espe
jo, escenas del pasado o del
porvenir, Kan
g
Rimpoche se quedaba inmóvil mirando también.
Y si Nan Sin
g
h, como todos los mon
jes, tenía que ba
jar a las cocinas para a
y
udar
en los trabajos más humildes y moler y tostar la cebada con que la
ar
la ce
b
a
d
a con que
la
comuni
d
a
d
se a
limenta
b
a, Kan
g
Rimpoc
h
e
le se
g
uía
.
Lle
g
ó otra vez el invierno con sus
g
randes
f

oo
s. Las tormentas de
nieve
y
e
l viento
h
acían intransitables
los
cam
m
in
os
. E
l m
o
n
aste
ri
o
h
a
b
ía que
d
a
d
o ais
la
d
o y no po
d
ía
ll
ega
rr

h
asta é
l
nin
g
una caravana de pere
g
rinos.
U
na noche, cuando todos dormían, Nan Sin
ggh
, que
también descansaba, se incorporó de proo
nto,
pues había recibido en sueños un mensaje
del
D
a
lái Lama or
d
enán
d
o
le que se pusiera
en
camino
h
acia
la
C
iu
d
a
d

S
anta.
—Kan
g
Rimpoc
h
e,
¿
estás
d
espierto?...
Ten
g
o que sa
lir
d
e via
je a
h
ora mismo
.
—Está
b
ien,
y
o te acompañaré —
d
ijo Kan
g

Rimpoche abriendo los o
jos.
—No, esta vez
d
e
b
o ir so
lo. E
l Da
lái Lama
me necesita —le contestó Nan Sin
g
h.
—¿Y qué voy a hacer sin ti? —dijo Kang
Rimpoche lleno de temor y de tristeza.
176—Kan
g
Rimpoche, el que
y
o me va
y
a no quiere decir que te abandone. Sabrás de mí
t
odos los días. Y si tú quieres al
g
o también me lo puedes hacer saber. Es mu
y

f
ácil,
basta solo con
q
ue
p
ienses en mí con tanta fuerza
q
ue
p
uedas verme como me estás
viendo ahora
y
entonces me lo di
g
as.
Y el monje acarició al aguilucho para tranquilizarlo. Después subió a su caballo y se
ale
jó luchando contra el viento
y
la nieve.
La promesa hecha por Nan Sin
g
h no de
jó de cumplirse. Al día si
g
uiente, Kan
g
Rimpoc
h
e sintió que Nan Sing
h

le
h
a
bl
a
b
a igua
l que cuan
d
o esta
b
an juntos.
—E
l camino
h
a si
d
o
d
uro pero
h
e
ll
e
g
a
d
o
b
ien. Kan
g
Rimpoc
h
e,
¿
cómo
estás? Y a
l a
g
ui
luc
h
o, que quería tanto a
l
m
on
je, no le
f
ue di
f
ícil evocar su
fig
ura
y
enviarle su mensa
je.
—Vuelve
p
ronto, te es
p
ero
.
—Mu
y

b
ien, Kan
g
Rimpoc
h
e —
le vo
l-
v
ió a decir Nan Sin
g
h contento de com-
probar que el a
g
uilucho había sido ca-
paz
d
e
h
acer
lo.
Y de esta manera el mon
je
y
el a
g
uilucho
s
upieron e
l uno
d
e
l otro to
d
os
los
d
ías
a pesar
d
e estar tan
le
jos.
—M
a
ñ
a
n
a

esta
r
é

e
n
el

co
nv
e
n
to

le

anunció al

n Nan Sin
g
h.
Kang Rimpoc
h
e,
ll
eno
d
e a
legría, a
leteó por to
d
o e
l monasterio. Visitó
las ce
ld
as
d
e
los más ancianos, recorrió los talleres donde los mon
jes se entre
g
aban a los traba
jos
más diversos, pasó por la biblioteca, entró a las aulas en las que recibían enseñanza
los más jóvenes y bajó hasta las cocinas. Después se colocó ante el gran portón que
d
a
b
a a
l camino
y
se que
d
ó quieto esperan
d
o. Y no
h
u
b
o na
d
ie en e
l convento que
no se
d
iera cuenta
d
e que e
l
lama Nan Sin
gh
esta
b
a a punto
d
e
ll
e
g
ar.
E
l invierno pasó y
d
e nuevo
ll
egó
la primavera.
Kan
g
Rimpoche había crecido mucho
y
se había convertido en un á
g
uila ma
g


ca
que vo
la
b
a por encima
d
e
l Lago Sagra
d
o, se a
leja
b
a
h
asta
la Montaña Santa y era
señalada con admiración por las caravanas de pere
g
rinos que llenaban los caminos
y las cercanías del monasterio.

177
U
n día, el lama Nan Sin
g
h, que miraba desde la ventana de su celda el vuelo de
Kan
g
Rimpoche, le sonrió diciéndole:
—Ya es
h
ora
d
e que
b
usques tu camino. Ya no necesitas a
y
u
d
a
.
Y Kan
g
Rimpoc
h
e vo
ló ca
d
a vez más
le
jos. Conoció otras a
lturas, encontró compañera
y
constru
y
ó su propio nido. Pero siempre volvía a visitar a Nan Sin
g
h, el mon
je que
lo
h
a
b
ía sa
lva
d
o.
U
na tarde en que el á
g
uila se había parado a descansar sobre unas rocas, o
y
ó a tres
h
om
b
res que, en un reco
d
o
d
e
l camino,
h
a
bl
a
b
an entre e
ll
os
.
—Nos mezc
laremos con
los pere
g
rinos..
.
—Esperaremos hasta la noche
y
, cuando todos duerman, forzaremos la puerta del
co
nv
e
n
to
.
—Antes de que los mon
jes despierten estaremos bien le
jos sin que nadie sospeche
de
n
osot
r
os.
Kan
g
Rimpoc
h
e, a
larma
d
o por
lo que
h
a
bb
ía oí
d
o
y
no querien
d
o
per
d
er
d
e vista a
los
b
an
d
id
os, envió
ss
u
p
ensamiento
a

través
d
e
la
d
istancia
h
asta
la ce
ld
a
de
e
Nan Sin
gh
,
para advertirle de lo que pasaba.
—Está
b
ien —
le contestó e
l monje—,

é
ja
los venir
.
Y los ladrones, tal como lo habían
p
lanea
dd
o, se mezc
la-
ron entre las gentes que acampaban jun
tt
o al monasterio,
a
g
uardaron a que todos estuvieran dor
midos, cubrieron sus
caras con máscaras, sacaron
las armas qu
e
ll
eva
b
an e
sc
on
d
id
as
ba
jo las ropas
y
se acercaron al mo
nn
asterio. F
oror
zaza
roro
nn
llala

puerta, se
d
es
lizaron a oscuras
h
asta e
l
tt
emem
plplp
ooo
yyy y
e
n
t
r
a
r
o
n
e
n
é
l. A
ú
n n
o
h
ab
ía
n
dado

más que unos pasos en e
l interior
d
e
l
recinto, cuando el asombro los de

para
liza
d
os. Los cantos
d
e
los mon
jes
se alzaron en la oscuridad, des
p
ués las
g
randes lámparas
f
ueron encendidas
y
a su resplandor los ladrones vieron
que to
d
os
los mon
jes
d
e
l convento
ocu
p
aban sus sitios, llenando el
temp
lo. Los
la
d
rones retroce
d
ieron
intentando escapar, pero las puertas
hab
ía
n
s
ido

ce
rr
adas
.
Entonces el lama Nan Sin
g
h, levantándose, se adelantó sonriente hacia ellos. Y
mirándoles

jamente les dijo:
—Hermanos, os esperá
b
amos.
¿
Queréis acompañarnos en nuestros rezos?
a
dos
y
temblorosos, se arrancaron las máscaras,
Los ladrones, asus
ta nd
er sus armas otra vez
b
ajo sus ropas. Y se
tratan
d
o
d
e esco
no
n
junto a
los mon
jes para acompañar
les en sus
s
entar
orac
io
n
es.
or
N
adie les di
jo nada ni les causó nin
g
ún mal.
N
C
uando los oficios terminaron, las
p
uertas
v
o
lvi
e
r
o
n
a

ab
rir
se
. L
os

ba
n
d
idos

se
mir
a
r
o
n
entre ellos, dieron unos pasos vacilantes y
, al
v
er que nadie los detenía, escaparon a todo
co
rr
e
r.
c
Y cuentan que Kan
g
Rimpoche si
g
uió visitando al lama Nan Sin
g
h en su celda.
Y

hablando con él a través de la distancia, cuando se había ale
jado demasiado.
Porque e
l pensamiento pue
d
e ser aún más ve
loz que
las a
las
d
e un á
g
ui
la.
L
eyenda del Tíbet, adaptada por Marta Osorio.
La tinta china
ta
La
tin
t
ch
in
a.
uitarra
La
g
u
españo
la
.
montaña
La
m
r
usa
escondite
El
e
in
gl
és
.
rosa
La
r
d
e A
le
jan
d
ría
.
goma
La
ará
b
ig
a
.
a tortilla
La
f
rancesa,
me
ji
cana
,
de mi
p
ueblo
o de donde se quiera ser. o
Cada cosa de un país y
de todas parte
s
a

la
v
e
z
.
Las palabras nos hablan d
e lu
g
ares diferente
s
d
on
d
e na
d
a es
d
e na
d
ie
,
pero es tuyo y
mío tam
b
ién.
J
uan Carlos Martín Ramos,
C
anciones y palabra
s

d
e otro cantar
,

E
d
. E
de
lviv
es
.
178

El mapa de los países imaginarios
o verdaderos En el
p
aís de Salsi
p
uedes,
ha
y
un laberinto que crece
y
cr
e
ce
ee
..
En e
l país
d
e Nunca
jamás,
h
oy es ayer, y mañana
h
a si
d
o
yy
a
.
En e
l país
d
e Nin
g
unaparte,
pue
d
es pasar
d
e
lar
g
o sin ent
ee
rarte
.
En e
l país
d
e Sanseaca
b
ó,
so
lo se
d
ice
h
o
la
y
a
d
iós.
D
el país
(
más conocido como reino) del
Revé
s,
¿
quién no se sa
b
e
la
h
istoria
de
el

jaro
y

d
e
l pez
???
He olvidado el país de Nomea
cc
uerdo
,
pero si tú dices que has estad
oo
allí
,
debe

se
r
c
ie
r
to
.
Juan Carlos Martín Ramos
los Martín Ramos
Hay caminos que van...
J
uan Carlos Martín Ramos,
Poemamundi,
Ed. Ana
ya
.
Ha
y
caminos que van al norte,
que van al sur
,
caminos que van a
l este
o

a
l
oeste.
Hay caminos que van a todas partes, caminos para ir, para volver
,
caminos para llegar caminos

para

llegar
o para perderse
.
Hay caminos que se cruzan, q
ue nunca se encuen
t
ran,
c
aminos que van a
l mismo sitio
p
or ata
jos di
f
erentes.
Ha
y
caminos invisi
bl
es,
q
ue pasan
d
e
lar
g
o, que te esperan,
caminos donde nunca has estado caminos

donde

nunca

has

estado,
c
aminos que son e
l camino
d
e siempre
.
179
Lluvia de fuego (El viaje de Xía Tenzin)
Xía Tenzin era el hermano pequeño de Jentzi y su hermana le había llevado en una tela
sobre su espalda. Cuando eran pequeños desapareció su padre y ellos sobrevivieron
al frío cuidando el rebaño de yaks. Pero con la muerte de su madre, llegó la soledad
y el hambre.
T
enzin era un
joven corpu
lento
y
, so
b
re to
d
o, a
lto: creció
h
asta
los
d
ieciséis años
como cualquier chico de su edad, pero a causa de una en
f
ermedad siguió creciendo
más
y
más, como e
l
b
am
b
ú,
h
asta que
ll
e
g
ó a a
lcanzar
los 2,40 metros
.
Le llamaban el gigante de Sakya.
C
uando eran niños les
contaron —a Jentzi y
Xía Tenzin—
q
ue su
p
a-
d
r
e

se
h
ab
ía
i
do

a
v
e
r
el mar y que nunca más
r
e
g
resó. Ahora al cabo de
ro
s años, Xia Tenzin quería
loa
cer lo mismo: ver el mar
y
,
ha
paso, buscar a su padre
.
d
e —
Aunque vivamos en las


a
ñas más altas del planeta,
mont
ae
me
d
ig
an que so
y
e
l
aunqu
er
e más a
lto
d
e
l mun
d
o,
h
om
br
aquí no pue
d
o ver e
l mar,
d
es
d
e
d
o o
ler
lo —
d
ecía.
no pue
d c
or
d
ó que Xía Tenzin
h
a-
Jentzi re
ca un
b
ru
jo, como se acos
-
b
ía visita
d
o
n

el

bet

a
n
tes

de

e
m
-
tu
m
b
r
aba

en
a
r
g
o via
je, que
le pre
d
ijo
pren
d
er un
la
y
pe
lig
roso, acci
d
enta
d
o
un via
je
lar
g
o
pero tam
b
ién
le
d
ijo
y
maravi
ll
oso,
e
esperar a que
ll
ovieran
que tenía qu
er
a partir.
[

]
mariposas pa
r e
gado el día! —dijo Xía
—¡
Ha
lle
mirando al cielo,
y
una
T
enzin
s
e dibu
jó en sus labios.
s
onrisa
s
180

181
Se le aceleró el corazó
nn

y
sus piernas le ordenaron
que se pusiera en marchh
a. Sin em
b
ar
g
o, Xía Tenzin
permaneció inmóvi
l mir
aa
n
d
o a
l cie
lo. Era una
ll
uvia
de cientos, miles de c
ool
ores, que
le
h
izo recor
d
ar
las palabras del adivino
: «Cuando lle
g
ue la lluvia de
mariposas, ponte en ma
rr
cha»
.
Entonces com
p
rendió
qq
ue había
lle
g
ado la hora: el
cc
ielo
estaba
ll
e
n
o

de

ba
n
de
er
it
as

que había transportad
o el
v
iento
y
que ahora s
aa
cudía
como si fueran cientos
,

mimi
lele
ss
d
e mariposas vo
lan
d
o.
Así pues, obedeció a
sus piernas, de
jó a su
perro, Xui, al cuidado
d
e
l re
b
año
d
e
y
a
k
s,
y

se
d
iri
g
ió a
la a
ld
ea.
Primero se
d
espi
d

d
e Do
d
e, su ami
g
o
ciego, y
d
espués se
f
ue a casa. Allí co
g
ió el morral que tenía preparado desde hacía mucho
y
volvió a
su
b
ir por e
l camino, pero esta vez para acercarse a
l monasterio,
d
on
d
e
lo espera
b
a
su
h
ermana Jentzi. Con e
l corazón aún so
b
resa
lta
d
o,
le
d
ijo:
—¡Ho
y
es e
l
d
ía! […]
Jentzi, sonriente, se
d
iri
g
ió a su
h
ermano:
—Ve, que tengas un
b
uen viaje, un viaje maravi
ll
oso. Cuan
d
o vue
lvas me contarás

m
o

es

el
m
a
r.
Y emprendió el viaje. Un viaje siguiendo el río Amarillo hasta el mar. Un viaje lleno
de aventuras, de esfuerzo, alegría y dolor. Pasó por muchos lugares y pudo ayudar
a muchos. También fue perseguido y encarcelado. Por todos los lugares por los que
pasaba preguntaba por su padre, pero nadie sabía nada de él.
Aquí os voy a contar la aventura que él llamó Lluvia de fuego.
Había una vez un pueblo anti
g
uo
y
le
jano llamado Gu-Man
g
. Allí nunca entraba ni
la
luz
d
e
la
luna ni
la
d
e
l so
l. Sus
h
a
b
itantes apenas uti
liza
b
an ropa porque no
h
acía
ni
f
río ni calor; comían poco y se pasaban el día durmiendo. Se despertaban una vez
ca
d
a cuarenta
d
ías y, por e
ll
o, creían en
las cosas que aparecían en sus sueños y no
en
las que veían cuan
d
o
d
esperta
b
an.
182
Era una anti
g
ua le
y
enda que les
c
onta
b
a su ma
d
re
,
cuan
d
o eran niños
,

a Jentzi
y
a Xía Tenzin.
É
l lo recordó
muc
h
as veces a
lo
largo
d
e su gran
v
iaje. Se sentía como en sueños al
a
d
mirar
la Gran Mura
ll
a, a
l pasar por
c
iudades
in
c
r
e
íble
m
e
n
te

he
rm
osas

c
omo Pin
gy
ao o Xi’an, o al admirar
cascadas

co
m
o

la

de
H
ukou
. P
e
r
o
aquellos paisa
jes, aunque a veces le
c
osta
b
a creer
lo, eran comp
letamente
r
eales
.
U
n
d
ía
d
e verano, a
l atar
d
ecer, Xía
T
enzin subía una colina y se detuvo
a un
la
d
o
d
e
l camino para
d
escansar
y
contemplar la puesta del sol. Lo
rodeaban campos de arroz
y
de tri
g
o
y
a
b
a
jo, en e
l va
ll
e,
d
istin
g
uió varias
a
ldeas
.
Pero el hermano de Jentzi presintió al
g
o, al
g
o terrible; vio al
g
o, al
g
o terrible; así que
e
n un a
b
rir
y
cerrar
d
e o
jos,
le arrancó
d
e
las manos una antorc
h
a a un campesino
y
s
e dedicó a prender
f
ue
g
o a todo lo que se ponía delante. La escena solo podía ser
una pesadilla.
El campesino no consi
g
uió detenerlo: el
g
ig
ante se había vuelto loco, parecía
poseído. La velocidad de su mano
y
la
f
uerza del viento arrollador propa
g
aron
inm
ed
iata
m
e
n
te
l
as
ll
a
m
as
.
Cuando vieron el fue
g
o, los an
g
ustiados habitantes de las aldeas reco
g
ieron toda
el
agua que pu
d
ieron y su
b
ieron ve
lozmente a sus tierras a pie, a ca
b
a
ll
o, con sus
c
arros… Eran sus cosec
h
as, su supervivencia. Los campesinos i
b
an
y
venían nerviosos,
c
onfundidos, pero enseguida se dieron cuenta de que ya no había remedio: el fuego
lo había arrasado todo. Las rá
f
a
g
as de viento levantaban por los aires cientos, miles
d
e chispas y de rescoldos
.
Cuando
y
a no quedaba nada más por arder, con un viento tormentoso que traía la
ll
uvia
d
emasia
d
o tar
d
e,
los campesinos quisieron sa
b
er cómo se
h
a
b
ía pro
d
uci
d
o e
l
incen
d
io.
—He sido
y
o —reconoció Xía Tenzin
.
Los lu
g
areños se sorprendieron: primero al descubrir a aquel extraño hombretón;
d
espués porque no intentó escon
d
er su cu
lpa
y
, en tercer
lu
g
ar, más que sorpren
d
erse
se

ate
m
o
r
iz
a
r
o
n.

183

¡
Mirad el río! —les instó Xía Tenzin,
se
ñ
ala
n
do

el
v
alle

co
n
el

dedo
.
To
d
os vieron con espanto
y
con
el corazón enco
g
ido una enorme
muralla de a
g
ua. El río Amarillo
b
aja
b
a más creci
d
o y cau
d
a
loso que
en
las inun
d
aciones más gran
d
es
que recordaban; quizá al deshielo se
h
a
b
ían uni
d
o
las a
g
uas torrencia
les
d
e a
lg
una tormenta
le
jana.
En instantes,
la tromba
de
v
astado
r
a
se llevó por delante las aldeas como
si fuesen bar
q
uitos de
p
a
p
el. Fue
cuestión de se
g
undos, los su

cientes
para que
la em
b
esti
d
a aca
b
ara con
todo. En
lo

alto

de

la

col
in
a

todo

ab
r
asado

y
en el valle todo arrasado. Los
campesinos se exp
licaron
lo suce-
d
id
o: Xía Tenzin, con su a
ltura, pu
d
o
distin
g
uir una nube única
y
oscura en el horizonte, el viento violento le tra
jo el
presagio del drama
y
, por último, divisó a lo le
jos lamole de a
g
ua: en el apuro, se le
ocurrió incen
d
iar
las cosec
h
as como ú
ltimo reme
d
io para prote
g
er sus vi
d
as: si veían
el fue
g
o, los campesinos subirían rápidamente a salvar sus campos. Las aldeas se
habían destruido
y
la cosecha se había perdido pero, al menos, habían sobrevivido
.
Los campesinos fueron conscientes de lo ocurrido
y
se lo a
g
radecieron a Xía Tenzin.
Pero las piernas del via
jero
y
a le ordenaban se
g
uir su camino. Se despidió entre
a
b
razos, sa
b
ien
d
o muy
b
ien que no
h
a
b
ía pregunta
d
o por su pa
d
re: esta
b
a c
laro
que no era el momento.
Caminó
d
espacio, con pesa
d
ez, se
g
uro
d
e que su via
je era comp
letamente rea
l a
pesar de que parecía un sueño
y
de que, así mismo, el mar de sus sueños estaba
cada
v
e
z m
ás

ce
r
ca
.
«Trapa, trapa…». Balanceando los brazos
y
arrastrando su cuerpo empapado, Xía
Tenzin recor
d
ó
las pa
la
b
ras
d
e
l a
d
ivino:
«El via
je será accidentado, peli
g
roso
y
lleno de imprevistos. Tendrás ale
g
rías, tendrás
tristezas; sentirás
d
o
lor, ten
d
rás esperanza; causarás sorpresa…»
Patxi Zu
b
izarreta
,
E
l maravi
ll
oso via
je
d
e Xía Tenzin, E
d
. E
d
e
lvives
,
Co
l. A
la De
lta.
184Veamos lo que trae el tiempo
(Consejo chino)
Ha
b
ía una vez un campesino c
h
ino, po
b
r
ee

y
mu
y
sa
b
io,

que traba
jaba la tierra duramente con su
hh
ij
o. Un
d
ía
el hi
jo le di
jo:
—Padre, ¡qué des
g
racia! Se nos ha ido el
caballo
.

¿
Por qué le llamas des
g
racia? —res-
pon
d
ió e
l pa
d
re—, veremos
lo que trae
e
l tiempo.
A
los pocos
d
ías e
l ca
b
a
ll
o re
g
resó, aco
mm
pa-
ñ
ado

de

ot
r
o

caballo
.
—Padre, ¡
q
ué suerte! —exclamó esta
vez el mu-
chacho—
,
nuestro caballo ha traído otro
cc
aballo
.

¿
Por qué le llamas suerte? —repus
oo
el padre—,
veamos qué nos trae el tiempo.
En unos cuantos
d
ías más, e
l muc
h
ac
ho
o
quiso montar
e
l ca
b
a
ll
o nuevo,
y
este, no acostum
b
ra
dd
o a
l
jinete, se
en
f
ureció
y
lo arro
jó al suelo. El muchach
oo
se quebró

u
n
a

p
ierna.
—Pa
d
re, ¡qué
d
es
g
racia! —exc
lamó a
h
or
aa
e
l muc
h
ac
h
o—.
¡
Me
h
e roto
la pierna!
Y el padre, retomando su experiencia
y

sabiduría, se
n-
te
n
c

:
—¿
Por qué le llamas des
g
racia? ¡Veamos lo que trae el tiempo!
El muchacho no se convencía de la

loso
f
ía del padre, sino que se quejaba en su
cama. Pocos
d
ías
d
espués pasaron por
la a
ld
ea
los envia
d
os
d
e
l re
y
,
b
uscan
d
o
jóvenes para
ll
evárse
los a
la guerra. Vinieron a
la casa
d
e
l anciano, pero como vieron
a
l
joven con su pierna enta
bl
ill
a
d
a,
lo
d
e
jaron
y
si
g
uieron
d
e
lar
g
o
.
El
joven comprendió entonces que nunca ha
y
que dar ni la des
g
racia ni la
f
ortuna
como a
b
so
lutas, sino que siempre
h
a
y
que
d
ar
le tiempo a
l tiempo para ver si a
lg
o
es ma
lo o
b
ueno.
Moraleja: lo mejor siempre es esperar el día de mañana, y confiar en que todo sucede
con un propósito positivo para nuestras vidas.

Glosario
a cal y canto. abarca.
Ca
lza
d
o rústico (cu
b
re
la p
lanta
y
dedos del pie; se ata con cuerdas
a
l to
b
ill
o).
achaparrado.
Ba
jo
y
anc
h
o, rec
h
onc
h
o.
aferrar.
A
g
arrar, co
g
er
.
agazaparse.
Escon
d
erse encogien
d
o
e
l cuerpo.
ahuyentar.
Hacer huir, espantar, ale
jar
.
alambique.
Aparato que sirve para
d
es
-
tilar o
p
urificar un lí
q
uido.
altercado.
Di
scus

n
fue
r
te

o
vi
o
le
n
ta
.
andurriales.
Lu
g
ares fuera del camino.
antídoto.

S
ustancia que contrarresta
los

e
f
ectos

de
l v
e
n
e
n
o
.
arcilla.
Tierra de
g
rano mu
y


no que
empapa
d
a en agua es mo
ld
ea
bl
e.
artilugios.

A
paratos o mecanismos
poco perfeccionados.
atenazado.
Paralizado
,
inmovilizado.
atusar.
Arreg
lar
ligeramente e
l pe
lo con
la mano o el
p
eine.
aullar.
C
h
ill
ar,
g
ritar
.
bajel.
Barco,
b
uque.
bandadas. Grupo de aves que vuelan
juntas
.
barbilampiño.
Hom
b
re que no tiene
b
ar
b
a, o tiene poca.
bayas.
Frutos carnosos
,
sin hueso
,
con
p
e
q
ueñas semillas rodeadas
p
or la
p
ul
p
a.
blandir.
M
o
v
e
r
u
n
a
rm
a

u

ot
r
a

cosa

co
n
m
o
vimi
e
n
to

te
m
blo
r
oso.
bogavante.
Anima
l marino mu
y
pareci
-
d
o a
la
lan
g
osta.
botarate. Atontado
,
cabeza loca.
bruma.
Nie
bl
a, especia
lmente
la que
se

fo
rm
a

sob
r
e

e
l m
a
r.
bufón.
Pa
y
aso, persona que se dedica
a divertir
y
hacer reír
.
cachivaches.

U
tensi
lios rotos o arrinc
o
-
na
d
os por inúti
les.
cadalso.
Lu
g
ar
d
on
d
e se e
jecuta
la
pena
d
e muerte.
candor.
In
g
enuidad, inocencia.
185
186cansino/a.
Lento,
p
erezoso, tardo
.
capital ingente.

R
iqueza inmensa o
mu
y

g
ran
d
e
.
carpa.
Pez
d
e a
g
ua
d
u
lce.
carrasca.
Árbol parecido a la encina.
catalejo.
Aparato para ver
d
es
d
e
le
jos.
chamuscado.
Q
ue
m
ado

o

tostado

su
-
per

cialmente.
chirigota.
Br
o
m
a.
circunspecta.
Q
ue

actúa

co
n
se
ri
edad

y pru
d
encia
.
confirmación.
Rati

cación, demostr
a
-
c

n
.
conmiseración.

C
ompasión que se
s
iente ante e
l ma
l a
jeno.
consecutivas.
Se
g
ui
d
as.
constelada.
L
lena, cu
b
ierta.
contundente.
T
otal
m
e
n
te

co
nv
e
n
c
ido
.
cornete.

C
uerneci
ll
o.
cosacos.
Ha
b
itantes
d
e un anti
g
uo pue
-
bl
o
d
e
las estepas rusas.
cúpula.

C
ubierta semies
f
érica de un
ed
ifi
c
io.
D.E.P.
Descanse en paz.
daga.
Arma
bl
anca
d
e mano
d
e
h
oja
corta y ancha.
despojos.

S
o
b
ras o resi
d
uos
.
devorado.
Comido, consumido, traga
-
do

co
n
a
n
s
ia
.
echar pestes.
Que
jarse
d
e a
lg
uien o
d
e
a
lgo.
enarbolar.
Levantar a
lg
o con
lo que se
a
m
e
n
a
z
a

a

ot
r
o.
energético.
De la ener
g
ía.
engreído.
Vani
d
oso, presumi
d
o
.
enigmática.
Mi
ste
ri
osa
.
ensimismamiento. R
esultado

de

co
n
-
c
entrase en sí mismo
y
ais
larse
d
e
l
e
xter
ior
.
escamotear.
Robar, disimular, en
g
añar,
o
cu
ltar, escon
d
er
.
escarlata.
Ro
jo,
g
ranate.
escuálido.
Mu
y

d
e
lg
a
d
o, esque
lético.
esfumar.
Desvanecerse, eva
p
orarse.
espécimen.
Mo
d
e
lo, ejemp
lar
.
espeluznado.
Estremecido
p
or el mie
-
do.
esperpento.
Persona o cosa mu
y

f
ea o
ri
d
ícu
la; mamarrac
h
o.
estameña.
Tejido de lana sencillo y or
-
r
d
in
a
ri
o
.
estentóreo.
Se dice de voz mu
y
fuerte
o
r
etu
m
ba
n
te
.
estratagema.
Acción en
g
añosa para
c
onse
g
uir a
lg
o.
estrategia.
Plan o habilidad para diri
g
ir
un asunto hasta conseguir el

n pro
-
pues
t
o
.
186

18
estridente.
Ensordecedor, destempla
-
do.
estupefacto.
Asombrado,
p
asmado,
sor
p
rendido.
evasivamente.
De
jando de lado la di
-

cu
ltad
.
extravagante.
Fuera
d
e
lo común, ex
-
cesivamente ori
g
ina
l.
exuberante.
A
b
un
d
ante
y
apreta
d
a
.
fascinar.
Encantar
,
atraer irresistibl
e
-
m
e
n
te
.
fechoría.
Travesura
,
trasta
d
a
.
follaje.
Con
junto
d
e ramas
y

h
o
jas
d
e
los ár
b
o
les y p
lantas.
frac.
Tra
je de etiqueta masculino que
tiene
p
or detrás dos faldones.
fragante.
D
e olor agradable y suave.
fruición.
Goce, p
lacer,
d
e
leite
.
fusta.
Láti
g
o que se usa para estimular
a
l
as

caba
ll
e

as
.
galeón.
Em
b
arcación
g
ran
d
e
d
e ve
la
y

remo usada en los si
g
los
XV
a
V
X
VI
I.
galimatías.
Con
f
uso, embrollado, enr
e
-
dado
.
gola.
A
d
orno
d
e
l cue
ll
o
h
ec
h
o
d
e tu
l
y

enca
jes.
gramófono.
A
p
arato
q
ue re
p
roduce
los sonidos que están en un disco g
iratorio.
gramola.
Modalidad de gramó
f
ono.
guadaña.
I
ntrumento para se
g
ar mie
-
ses
.
guarda.
Ho
ja que se pone al principio
y
a
l fin
a
l
de

u
n li
b
r
o

a
l
e
n
cuade
rn
a
rl
o.
guarnecido.
Adornado, embellecido.
horca.
Instrumento para
d
ar muerte a
los con
d
ena
d
os, co
lg
án
d
o
les por e
l
cuello
.
idólatras.
Q
ue

ado
r
a
n
a
í
do
los
.
incensario.
Braserillo con cadenillas
y

t
apa para quemar
y
esparcir incie
n
-
so.
incienso.
Resina que pro
d
uce un o
lor
a
r
o
m
át
ico

al

a
r
de
r.
increpar.
Reñir con severi
d
a
d
, repren
-
de
r.
inexorablemente.
In
e
vi
tab
le
m
e
n
te
.
intransitable.
De di
f
ícil paso.
izadas.

S
u
b
id
as
.
jactancia.
Or
g
ullo, presunción.
jubón.
Camisa a
justada al cuerpo que
cub
r
e

desde

los

ho
m
b
r
os

hasta

la
c
in
tu
r
a
.
juegos malabares.
Jue
g
os
d
e
d
estreza
(l
anzar a
l aire o
bj
etos
y
reco
g
er
los).
levita.
Vestidura masculina de eti
q
ueta,
más lar
g
a
y
amplia que el frac.
longaniza.
Em
but
ido
r
e
ll
e
n
o

de

ca
rn
e
de

ce
r
do.
mala crianza.
M
ala

educac

n.
18
malandrín.
Malvado,
p
erverso,
p
ersona
de
m
al
vivir
.
mandarín.
Hombre que
g
obierna una
ciudad o administra la
justicia (en
China
)
.
mastuerzo.
Ma
jadero, mentecato, i
n
-
se
n
sato.
mellar.
H
ace
r h
e
n
d
idu
r
as

e
n
e
l

lo

de

u
n
a
rm
a
.
mentecato.
Insensato, atonta
d
o, maj
a
-
de
r
o.
modoso.
Que se comporta bien
y
es
educado.
mole.

G
ran masa.
morada.
Vivien
d
a,
lu
g
ar
d
on
d
e se vive
.
mugre.
S
uciedad
.
non fuyades.
No huyáis
.
nudosa.
Q
ue

t
ie
n
e
n
udos
.
obsoleto.
Anticua
d
o.
ondear.
M
o
v
e
r
se
h
ac
ie
n
do

o
n
das
.
orfebre.
Quien traba
ja en la fabricación
d
e o
b
jetos artísticos con meta
les no
-
bles
.
palpar.
Tocar con
las manos para reco
-
nocer o examinar a
lgo.
papel de guardas.
Papel que ponen
los encuadernadores al principio
y
al

n
a
l
de
l
os
li
b
r
os.
parentela.
Con
junto
d
e
los parientes o
f
amiliares de al
g
uien.
percatarse.
A
d
vertir a
lg
o, notar a
lg
o.
periquete.
Brevísimo espacio
d
e tiempo
.
perturbado.
Trastorna
d
o, c
h
a
la
d
o.
perverso.
Malvado, depravado.
plagada.
L
le
n
a
.
plenilunio. L
u
n
a
ll
e
n
a
.
pócima.
B
eb
ida
m
ed
ic
in
al
de
sabo
r
de
-
s
agra
d
a
bl
e.
polaina. Especie de media que cubre la
pierna
h
asta
la ro
d
ill
a.
presagio.
Señal
q
ue anuncia un suceso
futu
r
o
.
prodigio.
Suceso extraor
d
inario que no
t
iene exp
licación razona
bl
e.
proverbio.
Sentencia o refrán popular
q
ue cont
iene una enseñanza.
púrpura.
Color ro
jo subido que tira a
v
io
leta
.
quebrar.
Romper a
lg
o
d
uro o rí
g
id
o en
t
r
o
z
os
.
quimeras.
Ilusiones, ensueños.
ralo/a.

Q
ue sus componentes están
más se
p
arados de lo normal.
redoma.
Vasi
ja
d
e vi
d
rio anc
h
a en su
f
ondo que va estrechándose hacia la
boca.
remusguillo.
Inquietu
d
suave —como
v
iento
f
río— que se tiene por al
g
una
cosa
.
188

renqueante.
Como de co
jo, tamba
-
lea
n
te
.
repletas.
M
u
y
llenas, rebosantes.
rescoldo. Brasa menu
d
a res
g
uar
d
a
d
a
por
la ceniza.
ristre.
Hierro
d
e
l peto
d
e
la arma
d
ura
do
n
de

se

afia
nz
aba
l
a
l
a
nz
a
.
romaza.
H
ier
b
a común en España,
d
e 6
a

8

c
m
de

a
ltu
r
a
.
ronronear.
P
roducir el
g
ato una espe
-
cie de ronquido para mani
f
estar que
está a gusto
.
rubricados.
Firm
ados
.
rufián.
Hom
b
re
d
esprecia
bl
e, sin
h
onor,
que vive de en
g
años
y
estafas.
rulo.
Riz
o

de

cabe
ll
o
.
sigilosamente.
Q
ue

actúa

s
il
e
n
c
iosa
-
mente, con
d
iscreción o si
lencio.
siniestro.
Amenazado, trá
g
ico.
sollozo.
Movimiento convulsivo respira-
torio que sue
le acompañar a
l
ll
anto.
sopesar.
Ca
lcu
lar
las venta
jas e incon
-
v
enientes de un asunto
,
decisión
,

etc
.
sumirse.
Concentrarse
,
abstraerse.
sumo.
Arte marcial de ori
g
en
japonés.
talud.
Inclinación de un terreno, cuesta
.
tamarindo.
Árbol (ori
g
inario de Asia)
g
rueso, alto,frondoso
y
con flores
a
m
a
rill
as.
tener malas pulgas.
T
ener mal humor
,

irri
ta
r
se

co
n
fac
ili
dad
.
tremolar.
On
d
ear, mover, a
g
itar.
tripulación.
Personas
q
ue van en una
em
b
arcación para su manio
b
ra y ser
-
v
icio.
tromba.
Gran canti
d
a
d
(
d
e a
g
ua) que
s
e precipita violentamente.
tumulto.
Alboroto que provoca la mul
-
t
itud
.
vuestra merced.

U
sted
.
yacer.
E
sta
r
ec
h
ado

o

te
n
d
ido
.
zafarse.
Escaparse, evitar
h
acer a
lgo.
zarpar.
Levantar e
l anc
la para que e
l
barco empiece a navegar
.
zozobrar.
Peli
g
rar la embarcación por
la fuerza e irre
g
ularidad de los vien
-
t
os.
18
1


profesor puede realizar con al
g
unos textos que fi
g
uran en este libro. Pretenden ser ideas
sobre cómo acercar el texto a los alumnos
y
cómo avivar su deseo lector, sin recurrir a
trabajos de Lengua.
No quisiera que esta relación se convirtiera en «lo que tiene que hacer el profesor», pues
es él quien conoce a sus alumnos
y
sabe qué hacer en cada caso para que
g
ocen
y
sientan
deseos de leer, de aprender.
U
P
e
d
ir a
los a
lumnos
q
ue o
b
serven
la cu
b
ierta
d
e
l lib
ro, rea
liza
d
a
p
or Juan Ramón A
lonso,
y
debatir sobre ella en clase:

¿
Les
g
usta? (explicar por qué sí o por qué no).

¿
Hubieran ele
g
ido al
g
una otra para poner en la portada?
¿
Cuál?

¿
Qué les su
g
iere?,
¿
les recuerda o comunica al
g
o
?
U
P
re
g
untarles si la ilustración que acompaña a tal o cual narración o poesía (ele
g
ir la que
o
s parezca apropiada para este e
jercicio) les parece adecuada
y
por qué.
U
P
lantearles que imaginen que son un escritor y van a escribir un libro
:


¿
Qué tema esco
g
erían?
¿
Dónde transcurriría la acción?
¿
Para qué público lo escribi
-

a
n
?
– ¿Qué
d
ib
ujante
les gustaría que
lo i
lustrara? ¿Cuántas páginas ten
d
ría?
U
E
n
t
r
a
r
e
n
u
n
cue
n
to
(pp. 6-11): en el co
f
re de los piratas de la lectura había muchas pie
-
d
ras preciosas, se podría pre
g
untar:
¿
de qué color son las amatistas, las esmeraldas, los
t
opacios...? ¿Cómo se
ll
aman
las pie
d
ras
d
e co
lor rojo?... Esta activi
d
a
d
está re
laciona
d
a
c
on los minerales
y
suele
g
ustarles conocerlos, por lo que se podría aprovechar esta le
c
-
t
ura para enseñarles al
g
unas piedras que existan en el laboratorio de Ciencias Naturales.
U
T
rócolo, un duende de imprent
a
(pp. 17-21): aprovechando esta lectura podemos hablar
d
e los árboles
g
enealó
g
icos
y
hacer el de Trócolo. Despues podrían realizar el árbol
ge
-
n
ealó
g
ico de su familia.
U
C
ómo se hace un libr
o
(pp. 24 y 25): una actividad relacionada con la elaboración de un
libro puede ser visitar una imprenta.

11
U
Por qué leer
y
r
Los

lib
r
os

so
n

(p. 26): se pue
d
e
h
acer un concurso
d
e es

g
anes so
b
re
«Lectura» o
d
e «E
l
lib
ro
y

los
lib
ros».
U Los
lib
ros nos
d
an pista
s
(pp. 27-32): en este re
lato aparecen a
lgunos nom
b
res
d
e autores
y
de títulos de obras sin autor. Podemos repartirlos entre los alumnos para que busquen
datos de los escritores nombrados e indi
q
uen
q
uiénes son los autores de las obras cit
a
-
das
. En
co
n
c
r
eto
:

Buscar datos de Chesterton, Ed
g
ar Allan Poe, A
g
hata Christie, Mi
g
uel Arteche, Ale
ja
n
-
dro Casona, Luisa Josefina Hernández, Alan Sillitoe, A. J. Cronin
y
Rosamel del Valle
.

Indicar quiénes son los autores de:
E
l Poema del Mío Cid
,
La isla del tesor
o

y

Ta
r
as
B
u
lba.
Esta actividad se puede hacer en la biblioteca del centro escolar
.
O
tro tipo de actividad que se puede realizar es hacer pre
g
untas acerca de lo se dice en
e
l
te
x
to
:
– ¿
Q
uién es Frigga
?

¿
Cómo es el cuadro del que habla el texto?
– ¿Quién es Sherlock Holmes
?
U El Belén que puso Dio
s
(pp.40-44): escenificar el texto. Aprovechar esta actividad para ex
s
-
plicarles cómo se monta una obra de teatro: escenario, tramo
y
as, actores, vestuarios, apu
n
-
tador, director, técnicos de luces, sonido, etc
.
U El
due
n
de

de
l
a

ñ

(
pp. 60-65): realizar un
jue
g
o de ima
g
inación continuando el relato:

¿
Dónde está el duende
?

¿
Qué hace el duende?
A
demás, podemos hacer una lista de palabras que empiezan con eñe,
y
otra de palabras
que tienen eñe.
U La
b
ata
ll
a contra e
l d
ra
g
ó
n
(pp. 71-74): en esta
lectura se
h
ace una minuciosa
d
escripción
de cómo es el dra
g
ón. Proponerles que lo dibu
jen. Otra actividad que puede plantearse
es escribir un relato paralelo, ima
g
inando que el perro que acompaña a Juanolo en vez
de esconderse en un a
g
u
jero, se comporta de forma fiera
y
valiente.
U Al final del bloque 7 (p. 82), explicarles que ha
y
muchas frases hechas
y
refranes en nue
s
-
tro folclore
p
o
p
ular. Pro
p
oner
q
ue cada alumno bus
q
ue cinco en su casa. Des
p
ués se re
a
-
lizará con todos un «Libro de refranes
y
frases hechas». Su
g
erirles que pueden consultar
en libros
y
pre
g
untar a personas ma
y
ores que conozcan.
U
G
oewín, e
l h
a
d
a ver
de
(
pp. 83-89): esta
lectura pue
d
e
d
ar
lugar a
h
a
bl
ar
d
e
la contamin
a
-
ción
y
los incendios:
¿
cómo se producen los incendios?,
¿
cómo se pueden evitar? Pensar
las consecuencias de un
g
ran incendio
y
exponerlas en clase.
U
M
alos tiempos para
f
antasma
s
(pp. 94-100): esta historia está sin terminar. Max y su abue
-
la regresan a su casa después de
f
racasar al intentar asustar a los policías. ¿Qué harán
ahora? Dejar volar la imaginación e inventar un

nal. Este trabajo puede realizarse en
pequeños
g
rupos de 3 o 4 alumnos.
1U
El
ú
ltimo vam
p
ir
o
(
pp
. 117-123):
d
es
p
ués
d
e
leer este texto,
p
ro
p
oner
les rea
lizar una
d
es
-
c
ripción del castillo Alucad en un día de sol espléndido
y
buena temperatura,
y
en un día
d
e tormenta con frío, ra
y
os
y
truenos.
U
E
l aprendiz de ma
go
(pp. 128-132): comentar esta lectura planteando pre
g
untas:
– ¿Qué
f
unción puede tener ese «reloj» que ve Max al entrar en la casa del mago?

¿
Por qué el ma
g
o Au
g
ust J. Medardus ha puesto su esquela en el periódico
?
U
E
n el bloque 13 (pp. 140-151) las lecturas de piratas están redactadas con mucho sentido
d
el humor. Se aconseja hacer una puesta en común, contando cada uno con espontane
i-
d
ad lo que más
g
racia le ha hecho. Si se crea un buen ambiente podremos reírnos todos
.
U
E
l
g
ig
ante Zo
n
(pp. 152-157): proponer qué otro título pondrían al relato. Este e
jercicio
d
ebe hacerse después de leerlo con atención. También podríamos pensar qué vehículo,
o
medio de desplazamiento, le proporcionaríamos al
g
ig
ante Zon para que pueda vi
g
ilar
c
on e

cacia el bosque, ahora que ha perdido una bota.
U
¿Eran molinos o eran gigantes?
(pp. 159-161): antes de leerlo conviene explicar a los
?
a
lumnos quiénes son Don Qui
jote
y
Sancho Panza, así como quién escribió este libro de
a
venturas en el que aparecen, llamado El in
g
enioso hidal
g
o Don Qui
jote de la Mancha.
También se puede representar el suceso de los molinos de viento
.
U
U
na visita nocturn
a
(pp. 163-169): para motivar
la curiosi
d
a
d
d
e
l a
lumno —antes
d
e iniciar
la lectura— podríamos pararnos en el título
y
pre
g
untar:
¿
qué su
g
iere?,
¿
quién puede ser
e
l visitante?, ¿de dónde viene?
U
El
agui
luc
h
o
d
e Nan Sing
h
(
pp. 173-178) y
L
luvia de
f
ueg
o
(pp. 180-183): con estas
lecturas
s
e podría establecer un diálo
g
o para descubrir los valores que contienen. De este modo,
a
demás de enseñarles a respetar la opinión de los demás y a saber argumentar la propia,
e
staremos haciéndoles pensar sobre lo leído.
U Tras leer el libro, se puede pedir a los alumnos que di
g
an cuál ha sido el poema que más
les ha
g
ustado
y
por qué.
U
P
edirles que realicen una ilustración o ima
g
en para acompañar el poema ele
g
ido.
U
L
eer en voz a
lta a
lguna poesía y enseñar
les a
d
ar
le entonación y ritmo. Ayu
d
ar
les a per
d
er
e
l miedo a equivocarse.
U
L
lenar el corcho de la clase con «Nuestros poemas preferidos», aportando uno cada
a
lumno y hacer una

esta: los tres o cuatro más votados serán recitados de memoria, con
un vestuario adecuado, con acompañamiento rítmico a base de instrumentos (realizados
c
on materiales de desecho) y ambientando la clase con ilustraciones sobre el tema.
U
E
scribir un poema. El pro
f
esor dará tres o cuatro temas (relacionados con las lecturas re
a
-
lizadas)
y
cada alumno ele
g
irá el tema que más le inspire
.
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