a quien el vencedor brinda sus hijos para que los devore; e) el
artífice de los pecados de la carne, para quienes la carne es nada, y que,
por tanto, nada puede ser para la carne, a no ser que, en verdad, sea su
creador y amo, como Dios; f) la mentira inmensa, realizada, personificada
y eterna; g) la muerte que no puede morir; h) la blasfemia que la Palabra
de Dios jamás silenciará; i) el envenenador de las almas, a quien Dios
tolera por una contradicción de Su omnipotencia, o preserva como los
emperadores romanos cuidaban a Locusta entre los trofeos de su reino; k)
el criminal condenado, que todavía vive para maldecir a su Juez y todavía
tiene un juicio pendiente, puesto que jamás se arrepentirá; 1) el monstruo
aceptado como verdugo por el Poder Soberano, y que, según la enérgica
expresión de un viejo autor católico, puede llamar a Dios el Dios del
demonio al describirse como un demonio de Dios.
Tal es el fantasma irreligioso que blasfema de la religión. ¡Fuera
este ídolo que oculta a nuestro Salvador! ¡Abajo el tirano de la falsedad,
el dios negro de los maniqueos, el Ahrimán de los viejos idólatras! ¡Viva
Dios y Su Verbo encarnado, que vio a Satán caer de los cielos! ¡Viva
María, la Madre Divina, que aplastó la cabeza de la serpiente infernal!
Así gritan al unísono las tradiciones de los santos, así gritan los cora-
zones fieles. Atribuir grandeza alguna a un espíritu caído es calumniar
a la Divinidad; atribuir realeza alguna al espíritu rebelde es estimular la
rebelión y ser culpable, al menos con el pensamiento, del delito que el
horror de la Edad Media denominó hechicería. Pues todas las transgre-
siones que, en los viejos hechiceros, merecieron muerte, fueron crímenes
reales y, en verdad, crímenes máximos. Robaron el fuego de los cielos,
como Prometeo; cabalgaron sobre dragones alados y la serpiente vola-
dora, como Medea; envenenaron el aire respirable, como la sombra del
manzanillo; profanaron las cosas sagradas e incluso el cuerpo del Señor
en obras destructivas y malévolas.
¿Cómo es posible todo esto? Porque hay un medio compuesto, un
medio natural y divino, a un tiempo corpóreo y espiritual, un dúctil me-
diador universal, un receptáculo común de las vibraciones móviles y las
imágenes formales, un fluido y una fuerza que, en un sentido al menos,
puede llamarse imaginación de la Naturaleza. Por mediación de esta fuer-
za cada aparato nervioso se comunica secretamente; de allí derivan la
simpatía y la antipatía, los sueños, los fenómenos de la segunda visión y
de la visión extranatural. Este medio universal de las obras de la Natura-
leza es el Od de los judíos y de Reichenbach, la Luz Astral de los marti-
nistas, denominación ésta que preferimos como la más explícita.
La existencia y empleo posible de esta fuerza constituyen el gran
secreto de la Magia Práctica; es la Vara Taumatúrgica y la Clave de la
Magia Negra. Es la Serpiente Edénica que transmitió a Eva las seduc-
ciones de un ángel caído. La Luz Astral calienta, ilumina, magnetiza,
atrae, rechaza, vivifica, destruye, coagula, separa, interrumpe y une todo,
bajo el ímpetu de voluntades poderosas. Dios la creó el primer día cuando
dijo: "Hágase la luz". Esta fuerza es ciega, de por sí, pero la dirigen los
16