Matías D. Ráez Ruiz
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Para que la venerada imagen pudiera ser vista a todas horas desde la calle, el Obispo Suárez
mandó abrir un hueco con una reja, entre la portada y el contrafuerte de la esquina, del cual aun quedan
huellas visibles...
(LS, 1929)
LA PROCESIÓN CELESTIAL:
(LS 1913, 18, 23, 29)
En la época de la procesión celestial, el arrabal era inseguro. La contracerca que pusieron los
cristianos tras la conquista que iba desde la Puerta Noguera hasta el Campillo de S. Antonio (actual Plaza
de los Jardinillos), pasando por Adarves Bajos, Puerta del Ángel, Portillo de San Jerónimo y Puerta Barrera,
era traspasada con relativa frecuencia por los moros; pero tras la llegada de la Virgen, nunca más fueron
rebasadas.
Martín Ximena Jurado (1615-64) relata cómo en la primera mitad del siglo XV, los moros hacían
incursiones esporádicas en Jaén. La visión de unos testigos en la noche del 10 de junio de 1430 (habían
despertado por causas diversas como ruido, sed, ladridos, etc.) fue analizada por el Obispo de la Diócesis,
Gonzalo de Zúñiga (el obispo soldado), quien después de oírlos, interpretó que la Virgen ampararía a las
tropas cristianas.
Por su parte, Ximenez Patón describió a principios del siglo XVII, el inicio de la Procesión desde el
interior de la Catedral y dice: “... La cual procesión iba hacia la Capilla de San Ildefonso, y habían salido de
la Santa Iglesia Mayor... donde dicen que vieron que, a la imagen de Nuestra Señora (de la Antigua) que
está en el Retablo principal entre la custodia y Verónica, la que había venido del cielo le dio muchos besos y
abrazos”
Se trata de historia y no de leyenda, pues existen numerosos documentos de la época que lo
acreditan. Así lo transcribe D. José Chamorro en su “Guía artística monumental de Jaén”, recopilando lo
trascrito por Cazabán en su revista “Don Lope de Sosa”
"El día 10 de junio de 1430, poco antes de la media noche, en medio de una claridad maravillosa,
no de candelas, sino celestial, bajó la calle Maestra del Arrabal (C/Ancha), siguió por detrás del cementerio
(Plaza San Ildefonso) y llegose hasta las espaldas de la Capilla un maravilloso cortejo.
Lo abría siete cruces que llevaban mancebos barbirrapados; un grupo de personas con trajes
talares; una dueña más alta que todos, que, pareciendo estar en estrado o trono, caminaba de su pie,
llevando en su brazo derecho un niño; un hombre a su lado, muy semejante a la imagen de San Ildefonso
en el altar de su Iglesia, y a su otro lado una dueña; dos centenares de hombres y mujeres y cien guerreros
armados, haciendo sonar las armas. Blancas las vestiduras de mancebos, de hombres, de mujeres, de la
dueña y del santo. Blanca la falda de la Señora y la toca y la diadema, en la que brillaba divina pedrería.
Blanco el Niño, y blancos los pañales. La procesión blanca, defendida por los armados de la fe, pasó por las
calles solitarias. A espaldas de la capilla de San Ildefonso, en el Altozano, se detuvo la procesión y, era
tanta la gente que en la procesión venía, que el Altozano estaba lleno.
Había en el muro de la Iglesia un altar revestido de paños blancos y rojos al que iluminaba la luz
celestial que despedía el cortejo; luz que daba a las casas y a los tejados de ellas, claridad de medio día. La
divina Señora ocupó un sitial brillante y reluciente como plata y sentáronse, a izquierda y derecha de ella,
las mujeres y los hombres que daban compañía. Y otros hombres permaneciendo en pie, cantaban loando a
la Reina de los Cielos. Y el hombre que a San Ildefonso semejábase, mostraba abierto un libro ante los ojos
de aquella Señora, de cuyo rostro y del de su Hijo, hacía claridad que no era de sol, ni de luna, ni de
candelas, sino resplandor nunca visto.
En punto de la media noche, las campanas de la torre de la Catedral y las de San Ildefonso, San
Bartolomé, San Lorenzo, Santa Cruz, San Andrés, San Miguel y la Magdalena, tocaron a Maitines. El muro
y los contrafuertes de la Capilla de San Ildefonso mostraron de nuevo la pátina oscura de sus piedras, y las
calles del Arrabal quedaron otra vez en el seno de las sombras.
Al día siguiente del Descenso de Nuestra Señora, refirieron visto el milagroso suceso, Pedro, hijo de
Juan Sánchez (casero de la mujer de Raúl Díaz de Torres), y Juan, hijo de Usanda Gómez, los cuales
dormían en casa de Alonso García, a espaldas de la Iglesia; María Sánchez, mujer de Pedro Hernández,
moradora en la calle Maestra del Arrabal, y Juana Hernández, casada con Aparicio Martínez, que habitaba
cara al cementerio del templo.
El honrado y discreto varón Juan Rodríguez de Villalpando, Bachiller en Decretos, Provisor, Oficial y
Vicario General del Obispado, por el muy Reverendo Don Gonzalo de Zúñiga, Obispo de Jaén, hizo
comparecer a los que vieron el prodigio, ante los Notarios Juan Rodríguez... el 13 de junio de 1430,
haciendo información de la cual se guarda una antigua copia en el Archivo de la Virgen.