Leyendas del norte

CulturaCoahuila 1,189 views 122 slides Nov 25, 2021
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Slide Content

e|¡myeo) ap ayJou UOIZaJ e] ap
sepuaAgj A sefasuo) ‘selojsiy

historias, consejas y leyendas
de la región norte de Coahuila

{© 2021, Ediciones Linea Breve
Primera edición, noviembre de 2021

Diseño: Carlos Alfonso Flores flores
Responsable dela edición: Carlos Fores Revuea

Queda pata a rpredución ttt o prc dl contenido de
aia an à pren otontacun debe store yo estar

ÍNDICE

ACUÑA

ALLENDE

EL FANTASMA DE LAATLANO
ELTESORODE LAS CHIMENEAS.
ELTESORODE SAN MIGUEL

EL BARRIO DELHACHA
LA CORBATA.
RELATO DE UN PADRE Y UN HUO MÉDICOS.

CINCO MANANTIALES

GUERRERO

HIDALGO

JIMENEZ

MORELOS

DON ERIGMENID
LEVENDA DEL TESORO MALDITO

¡ESTALLÓ LA BOMBA!
ELJARRODE BARRO

EL TÚNEL DE LA MISIÓN DE SAN BERNARDO
EL VELADOR

LA MUJER DE BLANCO EN ESCUELA PRIMARIA
LA MIA DE LA IGLESIA

LA SOMERA

AS CADENAS EN LA PLAZA,

VICTORIA DE DORA VICTORIAN

LA CASA DEL DIABLO.

EL CARRUAJE DEL TESORO

ELCHAMO.
LA CURVA DE LAMUERTE
LOS DUENDES

LEVENDA DE LANOVIA VESTIDA DE BLANCO

José Juan Medina Zapata
José Juan Medina Zapato
José Juan Medina Zapata

¡Concepción Treviño Barrientos
Anton Corono Lozano,
Anton Corona Lozano.

Ua Toboade
Héctor Afonso Flores Faros

Moria Elena Laborde y Pérez Treviño
“Alia del Rio Herrero
Enrique Cervera López
Enrique Cervera López
Enrique Cervera López
Enrique Cervera López
Enrique Cervera López
Enrique Cervera López
Mario Elena Laborde y Pérez Treviño
Romeo Saucedo tuno

von Manvel Miranda Pacheco

Rosalía Crispin Terrazas
Rosalie Crisp Terrazas
Rosalía Crispin errozos

Héctor Afonso Flores Farias

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NAVA

LAMUCHACHA DEL ENCINO

PIEDRAS NEGRAS

CONSUELO AUNA MORIBUNDA
DESAMOR:

EL FANTASMA DE LA CALLE OCAMPO

EL VERDADERO ORIGEN DE LOS NACHOS
LAAPUESTA

LA CSA DEL DENTISTA

La km VE RO

LA MUCHACHA DE LA CASETA
LANINADELAGUA

US CUENTAS DEL ROSARIO

LOS SONIDOS DEL DEMONIO

UNA MISA PARA MAYRA.

VILLA DE FUENTE

VILLA UNIÓN

ZARAGOZA

LA VENGANZA

Eu SANTO MO JESUS DE LOS PEYOTES

ALUCINACIÓN
ANTONIO SANTOS "ELBANDIDO”
CAVANDOEN EL CAMINO

cous

ELSEÑOR DE LOS BURRITOS
LAAZUCENA

LA MURECA CLONADA

LAMIÑA CON RABIA

Romeo Saucedo tuna

Lis Toboado
Ul Toboade

Rigoberto Losoya Reyes
Héctor Afonso Fores Faros
Us Toboade

Héctor Afonso Flores Feros
Ue Teboode

Femando Gonsélez Chöver
Ula Tboode

Ua Teboode

Lila Toboodo

Uli Toboado

Ui Teboode

Héctor Afons Flores Faros

Jesús López Cneros
José Abert Galindo Galindo
Romeo Sowcedo Luna
Jesús López Gsneros
Jesús López Gsneros
ess López Cisneros
Jess López Cisneros
Jess López Ceras

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ACUÑA
José Juan Medina Zapata

EL FANTASMA DE LA ATILANO

E: una historia que ha querido perderse en los vapores de la neblina o en la
oscuridad del anochecer, pero que una buena tarde soleada de invierno,
sentado en la testerita, recordando o haciendo memoria de lo que se contaba
en el pueblo sobre aparecidos me platicó mi papá:

Hace algunos años un amigo me contó que su padre a su vez le contó que
cuando él era un adolescente para ayudar a mantener sus estudios vendía on-
das de leñas y estas consistían en tres leños de aproximadamente sesenta cent
metros de largo por ocho de diámetro.

Eran las 5:00 de la mañana del mes de diciembre de un año no recordable
y estaba él, Santiago, partiendo leña y acumulando onda tras onda para tener
suficiente y venderla en el transcurso del día, cuando se disponía a colocar so-
bre el partidor la próxima víctima del hacha de dos filos, entonces, fue enton-
ces, cuando los perros empezaron a ladrar y a aullar, un aullido largo como
cuando hay muerto tendido, gritaban horrible y levantaban la cabeza hacia la
luna, como queriendo implorar al cielo por qué se les acercaba algo que su amo
no podía ver, pero que ese otro sentido que ellos tienen les permitía percibir.
Fue entonces cuando se percató de que ladraban hacia el norte, hacia una loma
que quedaba a ese lado, cuando se acercó con el machete en mano alcanzó a
observar cómo una mujer vestida de blanco, se desplazaba cadenciosamente.
Exhibía una sedosa cabellera que la tenuidad del viento mecía sobre sus hom-
bros exquisitos.

La fresca del amanecer lo dejó pensar que era una mujer amanecida, que
venía de un restaurante ubicado por los rumbos que antes dije. Los perros no
dejaban de ladrar, mientras más se acercaba aquella mujer, los pelos se les po-
nian de punta. Se le hizo muy sorprendente que cuando se encontraba a 25 me-
tros de distancia, la piel se le pusiera chinita y una especie de escalofrió recorrió

à

por su cuerpo desde la punta de los pies hasta la frente. Pensó que la mujer
desviaría su rumbo, pues había una cerca de alambre de púas y nopales que
impedirian su camino, pero cuál fue su sorpresa que la vio atravesarlos sin nin-
guna queja de dolor, inclusive sin que se lastimara el vestido, los perros aulla-
ban haciéndose hacia atrás lentamente, casi sentándose, ellos sentían un miedo
aterrador por el rictus que reflejaban en su hocico confuso aquel invierno. Era
indudable que estaban enojados.

Él jamás soltó el machete pero tampoco tuvo miedo a la distancia de unos
quince metros. Parecía una mujer bella, con su vestido color blanco de holanes,
con la cabellera negra rizada cobijándole tiernamente sus hombros, la mitad de
su rostro se confundía entre la neblina del amanecer y la cabellera; Santiago
quiso pensar que al llegar al límite del solar ya no podría pasar pues había una
cerca con ocho alambres de púas bien estirados, los perros se acurrucaron bajo
sus piernas, uno se sentó a un lado de él sin dejar de aullar y de mirarlo, lo raro
fue que jamás intentaron atacar a aquella figura blanca. Cuando estuvo aproxi-
madamente a unos ocho metros no pudo descifrar su rostro, era una mujer, ya
no tenía duda y confirmó lo que suponía. Venía de las cantinas que estaban cer-
canas al rastro municipal; cuál fue su sorpresa que cuando se acercó al cruce de
la cerca los perros dejaron de aullar; sumisos permanecieron junto a él, quietos,
como si alguien los hubiera obligado a callar, él también quieto y ¡oh! sorpresa,
cuando llegó al cruce de la cerca, simple y sencillamente se esfumó entre la ne-
blina. Los perros se levantaron, él quiso seguir cortando leña pero sus piernas y
la fuerza de sus brazos no le respondieron. Se fue con el hacha y el machete, se
metió entre las cobijas, se cubrió y sintió que la tenía cerca, rezaba pero ya no
pudo pegar los ojos.

Esperó el nuevo día, se levantó y le platicé a su madre lo que le había pa-
sado, lo único que ella le dijo fue que estaba asustado después de revisarle las
fosas nasales. No te preocupes hijo, más tarde te llevo con doña Petra para que
te cure del susto. Esa mujer es la que anda penando por estas lomas, ya varias
personas la han visto. Si la vuelves a ver solamente reza y encomiéndate a Dios.

ACUÑA
José Juan Medina Zapata

EL TESORO DE LAS CHIMENEAS

En el año sin gracia de 1870 llegó al pueblo de Las Vacas don Agapito Coyote
que había de hacerse celebre más tarde en las crónicas de la región; con él
venía don Manuelito Llanos, ilustre e ignorado hijo de San Luis Potosí. Negrillo,
simpático y retozón, inteligente y pulido que estaba en calidad de achichincle

de don Agapito.

Llegaron en cansados asnos a la calle sin nombre, en un lugar de las Chi
meneas hasta estar frente a una casona sola, de una familia que la muerte ha-
bía acabado desde hacía unos años. Las chimeneas, legendario asentamiento
del pasado, de familias españolas que nadie ha sabido cómo llegaron hasta ese
sitio, pero lo que si saben es que en ese lugar fueron explotados por españoles,
fructíferos mantos de oro y plata. Oro y plata que procesaban en las chimeneas
y lavaban a orillas del arroyo de Las Vacas.

Ladraron los perros, se asomaron algunos ojos curiosos a los ventanales y

en breve se escuchó la voz de una mujer vociferando el ¿quién es?, contestado
por los viajeros con el “yo” seco de una voz varonil.

Empujaron e hicieron crujir el vetusto portón del solar para luego vencer
la puerta de acceso a la casona y por el ancho zaguán penetraron los visitantes,
uno detrás del otro. Algunos murciélagos se espantaron, revolotearon hasta
encontrar la salida por la puerta que habían dejado abierta nuestros visitantes,
sus sombreros se decoraron con las telarañas que atropellaron a su paso. El frío
de febrero era intenso, calaba en lo más hondo de los cuerpos. Ya era tarde y
las velas de la candelilla aún permanecían pendientes de los faldones de las ca-
sas. Revisaron a detalle cada una de las habitaciones, encontrando que eran
suficientes para pasar la noche. Aquella fue su primera noche de muchas más
que pasarían porque al correr de los días se dieron cuenta que era lo mejor que
había en ese vetusto asentamiento humano, o no quisieron encontrar una po-

à

sada. Alli, -segün ellos- estaban muy bien; tal vez porque no pagaban arrenda-
miento. Tenían que preocuparse por subsistir, amén de otros gastos. Más, la
tranquilidad les duró poco. Una noche, cuando todo parecía sosiego salió co-
rriendo Manuelito hasta llegar a la habitación de don Agapito, y para sorpresa
del primero, encontró tirado en el suelo a su compañero de aventuras. Como
pudo lo volvió a la vida, no sin antes empezar a contarle qué fue lo que le habia
pasado: mira Manuelito, ya me iba yo a acostar cuando empecé a escuchar un
zumbido como de avispas, fui y me asomé atrás de aquellas cortinas de color
negro y lo que vi entre la oscuridad y el reflejo de la luna fue la sombra de un
charro vestido de negro, traté de rezar pero se me heló todo el cuerpo, se me
puso chinito el cuero, me entró un escalofrió cuando levantó uno de sus brazos
y me hablaba que me acercara, un viento extraño voló con violencia las cortinas
y después de eso ya no supe más hasta ahorita que tú me levantaste, Y tú
¿cómo es que viniste hasta aquí o cómo te diste cuenta de cómo estaba yo?
Pues mira Coyote a mí me corrieron del otro cuarto. Cuando iba a apagar la
lámpara, salió de un rincón una voz que me decía, ¡ven!, iven!, acércate, acér-
cate, pero yo no miraba a nadie en la oscuridad, de repente una sombra de co-
lor negro, con ojos brillantes, se movió rápida, de un lado para otro, de repente
la perdí y la voz me volvió a hablar, pero ahora desde ventana, vi hacia la venta-
na y vi un charro a caballo, por fuera.

Con el paso de las semanas, tanto Manuelito como don Agapito Coyote
fueron trabando amistad con los pobladores de aquel rancho de las Chimeneas,
a tal grado que, se hicieron de terrenos de siembra a medias, es decir, ellos tra-
bajaban la tierra y al final lo que levantaran de cosecha se repartirian con el
dueño de la labor, a medias, de todo lo recogido.

Después de una buena cena, Coyote le comentó a Manuelito: ayer al me-
diodía le platiqué a don Pantaleón lo que nos pasó aquella noche, cuando se
nos apareció el Charro Negro y fíjate que me dijo que ese Charro se pasea todos
los viernes por las noches atrás de la casa, allá donde está un corral y que dicen
que es un tesoro que está enterrado en algún lugar de ese corral. Me dijo que
han visto una lumbre de color azul blanquecina, pero que ese charro no deja
arrimar a nadie, dice don Pantaleón que los que han tratado de escarbar han

ia

salido corridos, pero que por esos rumbos hay un dinero enterrado desde la
época de los españoles, y otros dicen, -me platicó- que son unas barras de plata
que hicieron con lo que sacaban de las minas que había aquí en las Chimeneas,
y que así les dicen porque los galerones que hay allá en la mota de las zorras es
donde fundian el metal y luego lo llevaban a las corrientes a lavarlo, pero sabrá
Dios si eso sea cierto o no, lo que si es cierto es que ese Charro no deja en paz
a la gente, ya vez lo que nos pasó a nosotros, y hasta dicen que por eso algunos
de los que vivieron en esta casona se murieron de los sustos. Entonces, Manue-
lito, lo que debemos hacer es ponernos a buscar ese tesoro que dicen que está
en este terreno, nada perdemos y quien quite encontremos algo. Por lo pronto
hay que buscar un espiritista y unas varas de San Ignacio para empezar cuanto
antes a buscar esas barras que dicen que están enterradas, según me dijo don
Pantaleón. Con la tranquilidad que el ranchito les daba se fueron sucediendo
los días y las semanas, mientras tanto, don Agapito como Manuelito hacían los
preparativos para iniciar la exploración de la relación como algunos de los po-
bladores le llamaban al tesoro aquel.

Las semanas pasaron, más no los sustos y las apariciones que eran más
frecuentes, a la vez que don Agapito trataba a toda costa de conseguir las varas
de San Ignacio y, sobre todo, al espiritista para que les sirviera de guía en aque-
llos menesteres de la exploración del terreno donde ellos, también creían se
encontraba el tesoro que a más de uno se le había negado, fuera por decidía o
por los sustos que les arrimaba el Charro.

Una vez conseguidas las varas de San Ignacio, y después de algo batallar
encontró al espiritista que los ayudaría para conocer con certeza los motivos de
la aparición del Charro y qué intenciones tenía aquel espíritu que vagaba en los
terrenos de las Chimeneas. Cuando caía la tarde, después de regresar de la fae-
na agrícola y terminada la cena, don Agapito le pidió a Manuel que pusiera
atención, porque le iba a platicar sus planes para los próximos días y cómo ini-
ciarían la búsqueda del tesoro.

Mira Manuelito, mañana viernes viene el espiritista, aquí a la casa para
revisarla y tratar de ponerse en contacto con el espíritu que anda vagando, y

a

decimos qué buscan esos espíritus y hasta me dijo que al ponerse en contacto
con esos espíritus les iba a preguntar si andan penando por ese tesoro, y si es
así, dónde está el tesoro, qué es lo que ellos piden para que nosotros saquemos
ese tesoro y saber dónde está escondido; me pidió que tuviera una mesa con
unas velas azules y blancas prendidas y un vaso con agua, porque según me di-
jo, que es así como se van air acercando los espíritus y para que a él se le facili-
ten las cosas, que además, como estamos muy cerca de la Semana Santa, según
lo que perciba y hable con esas almas podremos buscar el tesoro para los días
de la Semana Mayor, que es cuando los días son más fáciles para encontrar una
relación, que en esa Semana Mayor los espíritus chocarreros no tienen tanta
fuerza para hacernos daño. Así es Manuelito, que hay que estar listos para ma-
fana por la noche ya que va a estar con nosotros Melquiades el espiritist.

El viernes, poco antes del oscurecer llegó hasta la casona que habitaban
Agapito y Manuel: bueno ya estoy aquí Agapito, me gustaría que me pasaras al
cuarto donde debes tener lo que te dije que me prepararas para empezar con el
llamado a los espíritus para después salir al patio y a los corrales a ver si hay
algún tesoro en este terreno. Llegaron hasta el cuarto desocupado y tomaron
asiento en unas viejas sillas de madera y tule tanto Agapito, Melquiades y Ma-
nuelito. Melquiades empezó rezando frente a las veladoras y al vaso con agua, a
la vez que entre rezo y rezo invocaba a los espíritus. Segundos después se sintió
un viento que movió las cortinas y amenazó con apagar las veladoras. No pasa
nada, son los espíritus que están llegando, dijo Melquiades. ¡Ya están aquí!, ¡ya
están aquí!, ¡son espíritus muy pesados!

Un viento helado, tenue, cubrió el cuarto, de manera intempestiva se rom-
pió el vidrio de una de las ventanas moviendo con violencia las cortinas del
cuarto. Melquiades que estaba hincado se levantó con cierta lentitud, los ojos
cerrados, el cabello entrecano y alborotado, caminó hacia afuera de la habita-
ción. Afuera, habitaba la noche, la luz de las estrellas caía a plomo y el resplan-
dor de la luna alumbraba como sol del día. Melquiades se paseó por el terreno
y los corrales, musitando algunas frases ininteligibles, como si hablara otro idio-
ma, tenía un dialogo sospechoso. A los pocos minutos, regresó a la habitación
de donde había partido, se hincó, rezó un Padre Nuestro, luego una Ave María y
se levantó violentamente diciendo, Agapito, ya hablé con los espíritus que están

ia

El tesoro se encuentra en el centro del corral, pero antes de llegar a donde
está el entierro van a encontrar cenizas y después los huesos de un difunto, el
difunto que está enterrado solo pide que ustedes se comprometan con él antes
de que saquen el tesoro, de que le van a mandar rezar una misa y que van a
llevar sus huesos al cementerio que está aquí cerca. Dice el espíritu que hasta él
se han acercado otros espíritus y que ellos son los que se aparecen como voces
y sombras, pero el dueño del tesoro es él, es decir, el Charro que ustedes han
visto. Me dijo el espíritu que está apoderado del tesoro que una vez que saquen
los huesos, uno de ustedes vaya con ellos al panteón y los entierren, y hasta
después que hayan hecho eso y cuando ya regresen, podrán sacar todo el teso-
ro. Me dijo que él se les va a aparecer cuando estén escarbando y es cuando
ese Charro les va a hablar y ustedes se comprometerán con lo que les va a pedir
y que es lo que les acabo de decir. Ya dejé marcado el lugar donde me dijo que
está el entierro, pero como quiera, yo vengo la próxima semana que ya es la
mayor para echar las varas y confirmar el lugar exacto. Me dijo que es mucho
dinero el que está ahí enterrado.

apoderados del tesoro.

A la siguiente semana, el lunes por la tarde, regresó Melquiades dispuesto
a ubicar con las varas de San Ignacio el lugar exacto donde se encuentra ente-
rrado el tesoro. La luna alumbró la exploración que se llevó con el máximo her-
metismo y con gran sigilo. Aquí es el sitio exacto, Agapito. Está a un lado de
donde lo marque la semana pasada, Melquiades abrió un bolso de ixtle y sacó
una veladora y un frasco con agua. Miren Agapito y Manuel, esta veladora está
bendita, antes de que empiecen a escarbar la prenden y este frasco es de agua
bendita que deberán rociar en cruz y rezar un Padre Nuestro, un Credo y la ora-
ción del Tesoro que también les voy a dejar.

Hasta aquí termina mi trabajo, son cincuenta pesos y cuando lo saquen
ustedes saben si me buscan y me gratifican algo. Sigan mis indicaciones y no
tendrán ningún contratiempo. Recuerden, no debe haber envidas porque de lo
contrario ese tesoro se volverá trozos de carbón.

v

A la media noche del Jueves Santo, para amanecer el viernes, tanto Ma-

à

nuelito como Coyote se dispusieron a efectuar la excavación, Manuel cavó has-
ta que el pozo le llegaba muy cerca a la cintura, fue cuando se dio cuenta que lo
que estaba sacando eran cenizas mezcladas con tierra; sintió a la orilla del pozo
la presencia de un ser extraño. Allí estaba el Charro y con su voz entrapajada lo
llamaba; Manuel se detuvo, Agapito se quedó estático. El Charro le dijo a Ma-
nuelito que si querían sacar el dinero tenían que sacar sus huesos, llevarlos al
panteón y mandarle decir una misa. Manuel asintió con la cabeza y siguió escar-
bando mientras el Charro se quedó vigilando. Agapito escondió la cabeza entre
sus rodillas. Cuando Manuel llegó hasta unos huesos, los tomó con la pala y los
dejó cerca de donde estaba sentado Agapito y le dijo: Despierta, mira, ahí están
los huesos, metete tú y sigue escarbando, aquí apesta mucho a podrido. Agapi-
to se metió y Manuel salió del pozo, enredó los huesos en un costal de yute y se
despidió de Agapito, partiendo hacia el cementerio que estaba cercano al lugar
a cumplir con el compromiso. De regreso ya cumplida la misión llegó Manuel
hasta orillas del pozo encontrando a su compañero sudoroso a pesar del frescor
dela madrugada,

Todo en orden, Agapito. Todo en orden Manuel, a la vez que intercambia-
ban miradas. Manuel, no le avancé mucho porque tuve que quemar la tierra
por la peste que había aquí en el pozo. Sigamos escarbando que ya no falta mu-
cho dijo Agapito. Fue entonces cuando el Charro brincó el pozo con el caballo y
una serie de ruidos semejante a las cadenas que se arrastran se escuchó, a la
vez que, a lo lejos empezaron a aullar los perros del rancho, y el Charro remoli-
neaba el caballo en torno al pozo, mientras que Agapito seguía escarbando y
sacando tierra, Manuelito esparcía agua bendita a los cuatro puntos cardinales,
La luna se escondió entre unas borrascas del cielo oscureciendo aún más la no-
che. El Charro volvió a saltar el pozo hasta tres veces para luego desparecer.
Fue entonces cuando un sonido seco se escuchó, Agapito clavó el pico. Esta du-
ro, Manuel, aquí hay un cajón, alúzame con la batería, rápido. Si, mira Manuel
este es un cajón y esta grande, dame la barra para quitar las tablas. Al incrustar
la barra en las viejas tablas solo se escuchó un crujido y un chasquido con algu-
nas piezas de metal. ¡Ahí está el tesoro! y también hay unos bloques, dijo Aga-
pito con una sonrisa silenciosa. Agapito empezó a sacar a puños las monedas y
algunos trozos rectangulares que parecían metal, Una vez que acabó, Manuel lo
fue depositando en unos costales de yute, enterraron la herramienta, y los tro-

à

208 de tabla, la pala la tiraron en un mogote cercano. A mitad de la madrugada
llegaron a la vieja casona, cargaron con algo de lonche, ensillaron caballos des-
cansados y partieron hacia la salida del rancho.

Días después, cuando extrañaron a los fugaces visitantes, algunas perso-
nas los buscaron en la casona pero no encontraron a nadie, solo algunas pren-
das de vestir, una vieja estufa que les había servido para cocinar y el rescoldo
en la chimenea. Ya nadie supo de estos personajes, solo la historia, el cuento
de que habían sacado un tesoro y esto porque algunos vecinos vieron las hue-
llas del pozo que dejaron semiabierto, Solo el destino y Dios sabrán que fue y
que tanto sacaron de ese entierro, pero lo que si supieron es que ya nunca ja-
més se oyeron voces en aquella casona, el fuego azulado que miraban en aquel
lugar se apagó para siempre y el Charro Negro dejó de pasearse en las noches
lunadas.

ACUÑA
José Juan Medina Zapata

EL TESORO DE SAN MIGUEL

H ay un dicho que dice los niños, los borrachos y los locos dicen verdades,
pues de este dicho y lo que la misma gente del pueblo ha comentado por
largos años, surge lo que para unos es leyenda y otros cierto: allá en lo que fue
la majestuosa hacienda de San Miguel, en jurisdicción acúñense, había una vez
un pastor de nombre Justo, a quien en el pueblo conocían muy bien y en la ha-
cienda se habia ganado fama por su amena charla y su amplio conocimiento de
los menesteres del campo y ganado, era de estatura mediana, mirada de con-
fianza y con muy pocas letras en su cabeza, pero con firme creencia en los ava-
tares del campo y posición de los astros y las estrellas. Sabía predecir la lluvia y
hasta que nivel llegaría. Entendía el significado de los eclipses y las lluvias de
estrellas, los designios que los cometas nos deparaban de acuerdo a su color, lo
grande y la posición.

Este era Justo Molina o Justino como le llamaban. Una tarde de invierno,
que ni los astros, ni los eclipses, ni los cometas, ni las ratas le avisaron de la llu-
via, esta lo sorprendió en la ladera de una cerro cercano al Paso del Muerto y
este, cercano a la Casa Grande de la hacienda, pero lo suficiente retirado para
darse un baño y por lógica un buen resfriado. Por ello prefirió dejar, -como
buen sabedor- que las borregas que pastoreaba seleccionaran el refugio natural
para guarecerse de la lluvia que se tornaba en una aguacero. Las ovejas se des-
plazaron rápido hacia una mota de encinos y pinos de mediano tamaño. Él las
siguió. El rebaño había encontrado una cueva que no sospechaba mal augurio.
Justo, se apresuró para llegar. Pero cuál sería su sorpresa cuando al entrar a la
cueva de unos 2 metros de alto por 7 de largo, no sin que obstruyera la entra-
da.

Una vez despejada. ¡Oh Dios mío!, ¿qué es esto?, ¿qué es?, se preguntó
varias veces en voz alta, sin poder contestarse. La pared de piedra que absorbió
aquella luz. Justo, levantó su cabeza y se acercó ante la hilera de talegas. Lenta-

à

mente se incliné y tomé unas monedas entre sus manos cubiertas de callos.
Aprisioné en su pecho un puño de oro, levantó la vista hacia el techo y, ¡oh!,
¿quién pintó eso?, se preguntó. Los indios, se contestó el mismo y volvió, a ca-
llar. Se olvidó del ganado, arrojó las monedas sobre las demás y quiso salir co-
rriendo, pero alcanzó a recordar que debería llevar la prueba y regresó por ella

Minutos después Justo, estaba en la Casa Grande de la hacienda frente al
dueño, el Sr. Mayers, o el Maya como le decían los más de 1,500 trabajadores.
Patrón, le dijo, he encontrado un tesoro y quisiera... no Justo, ese dinero ahí lo
tengo guardado yo, para que los trabajadores o algún bandido que ande por
aquí, de esos que dejó Mariano García vaya a venir, me mata y se lo lleva, sin
costarle más que mi vida. Pero como ya lo encontraste tú, algún día que andes
de borracho y a todos vas a decirles, es mejor que vayas conmigo a traerlo, pe-
ro no te vayas, siéntate ahí a la orilla de la chimenea y toma unos tragos de vino
francés para que se te quite lo entumido.

El Maya, llamó a uno de sus sirvientes y este fue y llamó al doctor de la
hacienda, el doctor de la hacienda llamó a sus sirvientes para traerle medica-
mento para curar a Justo. Justo ya no salió de la Casa Grande. El Maya, esa tar-
de, dio indicaciones a los mayordomos para que se despacharan a los trabaja-
dores al pueblo a pasar las fiestas de 20 de noviembre, diles que esto se debe a
que van a venir unos compradores para hacer un negocio grande y vamos a salir
a pasear. Vienen con su familia. Que cobre allá en el pueblo, en la oficina del
Lic, Gutiérrez, a y tú también, Solo se va a quedar Justo que él conoce más estos
lugares y es muy buen cocinero. Me dejan el mejor guayín y las mejores mulas,
aquí en corral de la hacienda. No quiero a nadie aqui, esa gente es muy especial
y además necesitan descansar y divertirse.

Lo mandado fue ejecutado. Al día siguiente el guayín listo en el corral. Jus-
to a la orilla de la chimenea almorzando carne de venado, tortillas de harina y
vino francés y, por el camino, rumbo al pueble una larga peregrinación del ad-
ministrador, mayordomos, caporales, vacieros, cocineros, profesores, niños de
escuela, secretarias, herreros, vaqueros, pastores y hasta el doctor por si algún
percance pasara. En fin, desde el amanecer empezó el desfile, el transporte fue
lo de menos, el alborozo de la gente fue grande, pues les iban a pagar 10 días,
cosa nunca vista. Nadie se explicaba lo que estaba pasando. Nadie. Se hacían

à

conjeturas y se atrevieron a pensar que les estaban adelantando los crismes, es
decir, el regalo de navidad.

Allá, atrás, quedaba la hacienda, tragada por el silencio, el silencio de la
sierra, el silencio del viento, el silencio del yunque, hasta las bestias parecían
que habían dejado de respirar.

La rueda metálica de un guayín rompió el silencio. El sol alumbraba pere-
zosamente. El sol de invierno. Ya llegamos patrón, aquí hay que dejar el guayin
y tenemos que ir a pie. Apúrate, Justo, antes de que se nos vaya a hacer tarde y
se vuelva a venir el agua y el norte, le dijo el Maya.

El Maya, pensó en una buena cantidad, pero cuando lo vio no imaginó
que fuera tanto así. Fue una gran cantidad de vueltas que hicieron hasta que
agotaron el dinero, pero en el último viaje, dijo el Maya, deja algunas monedas
para que se ayude algún pastor. Pero si es suyo, patrón, como va a dejar dinero,
No Justo, este no es el mío, creí que era, pero bueno, ya lo sacamos tú y yo, va-
mos a estar en compañía. Todo lo que aquí haya también será tuyo, lo mismo,
cuando vayas al banco te van a dar lo que pidas. Bueno patrón, si es así, esta-
‘mos en compañía. Bien vamos para el rancho a dejar esta carga y mañana por la
noche nos vamos a San Antonio.

Al siguiente día partieron, Justo, el Maya, el dinero y la persona que fue
por ellos. La gente regresó del pueblo. La hacienda estaba sola. Las labores con-
tinuaron no sin antes preguntarse y comentar que lo raro de la situación es que
Justo y el Maya habían desaparecido, Después de unos 10 días, llegaron Justo y
su socio. Justo, con ropa nueva y cigarrillos americanos, Pero lo curioso es que
Justo ya no coordinaba sus facultades mentales, su comportamiento era el de
una persona con deficiencias mentales... y lo que comentaba era que él estaba
en compañía con el patrón. Desde entonces Justo dejo de trabajar. Al contrario,
el entraba y salía del rancho como si estuviera en su casa. Hacia disposiciones y
daba órdenes. Nadie, absolutamente nadie las contradecía. Él era el único que
disponía ganado a la hora que se le antojaba.

Después de San Antonio, la hacienda vio sus mejores años. A tal grado
que un comprador se le pedía que dijera, por ejemplo, cuantos caballos blancos
necesitaba, 500, 1,000 0 4,000 bestias de un mismo color no era problema sur-

à

tirlas, así como ganado vacuno, independientemente del caprino y de las ovejas
que llegaron a ascender a más de 30,000 cabezas. Los embarques a Venezuela,
con gastos pagados eran frecuentes.

Justo, mientras tanto, se paseaba por la hacienda y por el pueblo, se daba
el lujo de rentar un coche de tracción animal para ir del pueblo a la hacienda
llegaba al Banco de México y Londres, con 2 0 3 morrales de banco a solicitar
dinero. Jamás se lo negaron

Los empleados tenían la orden de que se los llenaran con monedas de cin-
cuenta centavos y de a un peso.

Así fue pasando la vida del buen Justo. Hasta que un día sus achaques fue-
ron tantos que tuvo que rendirle tributo a la madre tierra. Más Justo vivió feliz y
con las mujeres que él deseó gracias a su bondad y a su falta de letras en la ca-
beza, tal como él algún dijo en la cantina del pueblo.

ALLENDE
Concepción Treviño Barrientos

EL BARRIO DEL HACHA

ste relato lo escribí en base a lo contado por mi madre sobre la historia real

de la leyenda popular sobre El Barrio del Hacha en Allende, Coahuila. Dicho
jacal estaba ubicado en el cruce que actualmente forman las calles Arteaga y
Lerdo de Tejada en esa población. El relato forma parte de un Libro en proceso
que contendrá narraciones sobre Allende, Coahuila. El autor de los textos es
Martín Guevara Treviño.

Inicio la historia contándoles que siendo yo muy joven, allá por el año de
1957 si mal no recuerdo, existía en Allende, Coahuila un señor que se dedicaba
a recoger basura en un carretón por toda la Calle Real (la actual calle Juárez).
Este hombre llamado Nacho, se dedicaba a recoger basura entre semana, y los
domingos vendía barbacoa saliendo en un exprés -carretön-, gritando su pro-
ducto por las calles su clásico: “aquí está la barbacoa de carne gorda”, y así la
gente salía a comprarle.

De tal modo que se ganó el apodo de “carne gorda”, su aspecto era rudo,
mal encarado, de prominente bigote y sombrero de ala amplia amarillento que
algún día fuera blanco. Carne Gorda era un personaje conocido en el pueblo,
entre sus múltiples ocupaciones estaba el vender leña después de terminar con
su trabajo de recolección de basura. Era un hombre trabajador pero de caracte-
rísticas muy atrabancadas.

El día más macabro de su existencia se aproximaba a partir de que en su
pecho se anidaron sospechas de que su mujer lo traicionaba. Comenzó a anali-
zar cada conducta de su esposa, cada palabra, uniendo en esa sospecha a Salas,
su mejor amigo, un hombre que asiduamente lo visitaba.

Maquiné el plan en su cabeza, esa tarde salió como de costumbre a cortar
leña, pero en realidad se dedicó a espiar su hogar desde una distancia pruden-
te. Pacientemente y controlando su coraje observé la llegada de su amigo y có-

à

mo su mujer lo recibía encerréndose en el jacal. Corrió un lapso corto de tiem-
po en lo que Nacho acomodó las ideas en su cabeza y con furia decidida abrió la
puerta de su casa encontrando a los amantes en el lecho. Cegado por la des-
honra y el coraje de la traición el hacha que Nacho llevaba en sus manos fue a
estrellarse repetidas veces al cuerpo de su mejor amigo.

Con los ojos inyectados de cólera, cada arruga de su rostro dibujaba la ira.
Su mujer atemorizada permaneció observando el asesinato hecha un ovillo en
el rincón del jacal, sobre el piso de tierra. Nacho vio el cuerpo descuartizado de
su víctima y reaccionando con frialdad, a duras penas esconde el cuerpo inerte
de Salas bajo la cama. Amenaza a su mujer para que limpie las sábanas ensan-
grentadas y la obliga a contener los gritos de miedo.

Encerrados por horas en su jacal, limpiando el arma homicida y las cobijas
manchadas, llega la noche. Nacho exige ayuda a su mujer para acomodar el ca-
dáver en un costal. En medio de la noche ambos suben el costal al lomo de su
caballo. Así Nacho planeaba deshacerse del cuerpo tirándolo lejos de su casa.
Salió de su jacal y tomó la vereda más próxima y despoblada por el carrizal de
las acequias con la intensión de tirar el cuerpo cerca de las vías del ferrocarril,
avanzó un tramo corto cuando el costal resbaló del lomo del animal y cayó al
suelo, imposibilitado para subir el cadáver él sólo, de nueva cuenta monta al
animal y decide dejarlo ahí.

En la mañana siguiente Nacho acude en el carretón a su trabajo como si
nada hubiera pasado. Algunos trabajadores de la fábrica que tomaban la vere-
da del carrizal, descubrieron el cadáver de Salas. La policía indagó entre familia-
res y amigos, hasta que la mujer de Nacho delató los sucesos y el “Came Gor-
da” fue a parara la cárcel.

A partir de ese acontecimiento en el pueblo, el barrio donde fue el trágico
acontecimiento se ganó el mote de “Barrio del Hacha”. Se comenzó a amedren-
tar a los pequeños y adolescentes sobre fantasías terroríficas, por lo cual siem-
pre se advertía no andar de noche por aquel barrio. Con el paso del tiempo al-
gunas generaciones ignoran la razón real del nombre de ese barrio, por tal ra-
zón aquí dejo la historia. À fin de cuentas algunos creen que cuando uno mue-
re, parte de la esencia se queda en el lugar.

ALLENDE
Antonio Corona Lozano

LA CORBATA

a corbata es un trozo largo de tela, seda u otro material adecuado, en forma
de tira que se pone alrededor del cuello. Complemento de la camisa, que
cubre los botones. Símbolo de status social.

Espiridión, un viejo que estaba cercano a cumplir 90 años de edad y que
habitaba el asilo de ancianos de Eagle Pass, Texas, en el país más rico y podero-
so del mundo, platicaba como había llegado a vivir ahí. Recordaba ante María y
Armando, esposos jubilados, también viejos septuagenarios que lo habían co-
nocido al azar por visitar a los ancianos solos, que no tenían quien los viera.

Él había sido pastor en la región central del estado, su juventud y madurez
la pasó en el monte cuidando primero borregas y después cabras. El trabajo de
pastor es muy antiguo, milenario, que requiere entrega total de la persona, con
conocimiento de labores del campo y del comportamiento del ganado menor a
cuidar,

Los días de trabajo, son todos, de la madrugada hasta el atardecer y dor-
mir en el jacal junto al corral. No hay dia de descanso, las cabras todos los días
comen de los campos hierbas, arbustos y toman agua en el abrevadero, son un
tipo de ganado apreciado por los dueños de los ranchos en esta región semide-
sértica, porque las cabras comen la mayoría de la vegetación, hasta a los árbo-
les se trepan para comer y después rumiar sus hojas. Aguantando los frecuen-
tes periodos de sequía.

Decía Espiridión que para ser pastor no se necesitaba siquiera saber leer
ni escribir o tener acta de nacimiento. Bastaba con solo apalabrar con el patrón
© el encargado del rancho para que sepa si sabes el oficio.

Espiridión el pastor desde niño supo cómo eran las jornadas, la paga, las
provisiones de víveres para su manutención, que en ocasiones pasaba meses

à

lado, solo en el campo con las chivas y los indispensables perros, que no solo
acompañaban, también ayudaban a cuidar y conducir el hato de cabras.

El paso del tiempo lo habían hecho saber que cumplía cabalmente con los
tres verbos que designaban la función del buen pastor de ovejas: guardar, guiar
y apacentar el rebaño a su cargo. Como una sentencia bíblica en un oficio tan
antiguo como la prostitución y tan sufrido y mal recompensado como el mine-
ro. A pesar de todo él se sentía satisfecho de haber sido pastor de cabras, esta-
ba consiente que eran oficios a los ojos de muchos, difíciles y peligrosos, pero
indispensables para la alimentación y desarrollo de la humanidad.

Además, el caminar kilómetros diariamente en el campo lo habían hecho
respirar aire puro con olor a árboles, arbustos y flores silvestres, lo habían aleja-
do del smog de la ciudad, del tabaquismo y alcoholismo. Probablemente eso le
había ayudado a vivir sano tantos años.

Había gozado de los amaneceres con la salida del sol, de los atardeceres,
la luna llena, las estrellas, y en pocas ocasiones los cometas, como en 1986 el
esperado cometa Halley que sus antepasados le habían platicado que en 1910
había sido un espectáculo, en esa ocasión antes que saliera el sol, lo buscó y lo
encontró muy poco luminoso en el firmamento, otros cometas que le había to-
cado ver daban mejor espectáculo

El radio de transistores de pilas llegaron caros, pero con los años se abara-
taron y fue a partir de finales de la década de los años setentas un acompañan-
te inseparable de algunos pastores, Espiridión no fue la excepción. En su radio
escuchaba música y radionovelas, recordaba muy bien una que le había gustado
mucho "Porfirio Cadena el ojo de vidrio" que también escuchaba el corrido can-
tado por "Los Alegres de Terán”. El conocía mucho de víboras y las serpientes
no pican, si muerden y al ojo de vidrio le mordió y no le pico una coralillo que lo
mato, decía -el veneno de la coralillo es más mortal y rápido que la cascabel.
Tampoco creía en la leyenda contada en ranchos y pueblos de que la víbora ali-
cante a las señoras que amamantaban a los bebes esta se deslizaba y metía su
cola en la boca del bebe y ella succionaba la leche de la madre, decía las víboras
no pueden mamar cuando se alimentan, tragan a su comida,

à

El clima extremoso de esta regién no era para el tanto problema en el
campo. En la década de los años cincuenta recuerda una sequia que duré siete
años, le decían en el rancho que el Presidente de la República Ruiz Cortines de-
claré "la marcha hacia el mar", casi el ganado vacuno que manejaban los vaque-
ros desapareció, solo las cabras resistieron.

Su ocupación de pastor no impidió que tuviera mujer y familia que prime-
ro vivían en Frontera y después su hija en Monclova, ella fue la que vio por él
cuándo envejeció y ya no pudo trabajar. El acabose fue su enfermedad que ter-
mind en cirugía en el Hospital Gonzalitos de Monterrey, N.L, por no tener en su
época el beneficio del Seguro Social por su trabajo en el monte. Requirió aten-
ción de tercer nivel y dinero que no tenían él y sus familiares. Esta situación
preocupó a su hija, que veía por él. Hasta que un día le dijo -Apá, de niña me
acuerdo que mi tía abuela platicaba que usté nació en el país del norte, en un
pueblo del sur de Texas, que usté es gringo por nacimiento. Ya están investigan-
do los familiares de allá en E.UA. Todos tienen pensiones, ayudas y quien sabe
que más.

Espiridión se quedó estupefacto, en un principio no le dijo nada de ese
comentario cierto, no le importaba, no sabía dónde había nacido, muy a fuerza
sabia la fecha y el año, nunca había necesitado acta de nacimiento. Sus ochenta
años avanzaban hacia los noventa, su salud empeoraba. Una mañana su hija
llegó al cuartito que le prestaba -Apá... todo arreglado... el consulado y el con-
dado nos ayudaron usté es ciudadano americano y va a vivir en Eagle Pass, va a
contar con pensión en dólares y Medicare. Ya le conseguimos un cuartito en
casa de un paisano emigrado, y lo más importante, le va a llegar un cheque
mensual del gobierno. Yo tengo visa y lo voy a visitar de vez en cuando. ¿Qué le
parece apá?, además no está tan lejos de aquí, son aproximadamente 150 kiló-
metros esa ciudad fronteriza con Piedras Negras. -Ya ve cuantos parientes y pai-
sanos se han ido de mojados, a muchos los pescan y retachan. Usté va llegar
como todo un gringo, con papeles, porque es de allá.

Pasó tiempo para que digiriera la retahila de cosas que había escuchado
de boca de su hija y que le estaba proponiendo. A él nunca le había pasado por
la cabeza, la idea de irse a trabajar al vecino país del Norte y menos irse a vivir,
Pero tenía que hacerlo, su mujer había muerto, su hija no podía atenderlo y él

158

à

no podía ser autodependiente como siempre lo habia sido. Esto último para él
era lo més importante, Muchas veces habia cambiado de trabajo, claro siempre
de pastor, pero ahora era a fuerza y también para morir en otro lugar.

Espiridión no tenía miedo a morir. Su ocupación de pastor de cabras le
hacía tener contacto con la muerte. Una parte bien remunerada del negocio de
la cría de chivas era la venta de cabritos que abastecían a restaurantes de Mon-
terrey, N.L. y de Saltillo, para preparar el cabrito al pastor. Los ahijaderos era
un lugar donde se tenía a los chivitos los primeros días de nacidos en invierno
con piedras lajas paradas semejando una especie de pirámide y orientada para
protegerlos de los "nortazos" vientos del norte y también del que llega del este
y la gente de los ranchos llama aire o nortazo chivero, que también es helado,
proviene del norte, pero entra por el Golfo de México, matando los cabritos
que no están bien protegidos en su ahijadero.

Espiridión fue dejado en Eagle Pass, Texas en un cuartito, con una cama,
una mesa con silla, algo parecido a una estufa y un congelador. Adquirió dos
pollos que crecieron a gallos cantadores en la madrugada, para no extrañar el
rancho y el contacto con animales. En el Grocery Supermarket compraba la caja
de pollo que el mismo cortaba a su estilo y guardaba en el congelador por racio-
nes, completando su dotación de víveres con frijoles, huevos, café y harina de
maiz e ingredientes para hacer pan de maiz. Continuó como si viviera en el pa-
sado con lo que le gustaba en el campo.

Las enfermedades continuaron. Fue internado en el hospital del condado,
Su hija vino de Monclova a verlo. A ella le avisaban cuando estaba malo y deci-
dieron que no podía regresar a vivir solo, consiguiéndole lugar en el asilo de Ea-
gle Pass, en donde María y Armando lo visitaban. Ellos llegaron a conocer el
cuarto donde habitaba, porque cuando no se sentía cómodo en el asilo, por ser
planta alta, balcones y sobre todo por la comida que no le gustaba, él se regre-
saba a su cuartito.

Tuvo que regresar de nuevo al asilo. Comprendié que no podía ser inde-
pendiente y vivir solo. Gracias a esas personas que lo visitaban, María y Arman-
do, que eran con las únicas que hablaba y les pedía cosas como vitaminas y gel
analgésico para la reuma.

à

Contaba Maria que un dia de visita ella y su esposo Armando, lo encontra-
ron muy preocupado, como nunca lo habían visto. Les relataba don Espiri
Vino el enterrador de los servicios funerarios para comprar mi entierro. Prepa-
rar y comenzar a pagar todo lo de mi muerte, Les decía -a mí no me asusta, he
aprendido que aquí todo es dinero, no tuve miedo, no fue sorpresa, la enferme-
ra del asilo me había advertido que aquí así se usa. El encargado de las capillas
funerarias que daba servicio al asilo de ancianos le había hablado en buen espa-
fol. -Me dio todos los detalles, pero lo único que me tiene intrigado, preocupa-
do o no sé cómo decirles, es que mi vestuario fúnebre me va a poner corbata.
Yo nunca la usé y me preocupa cómo me veré con corbata. María le respondió -
No tenga pendiente, el próximo domingo o antes si usted quiere le traemos una
corbata, que Armando se la deje lista, con el nudo hecho y usted se la ponga y
se vea en un espejo,

n =

Pasaron los días y de nuevo visitaron Armando y María a don Espiridión a
quién encontraron serio y con la corbata en la mano. No dijo nada hasta que la
pareja de esposos le preguntaron -¿Ya se probó la corbata? Espiridiön. -Sí ya, y
pronto pasó a otro tema. Ellos querían saber más de la corbata, saber cómo se
vio en el espejo del baño, pero no dijo nada.

Al paso del tiempo pregunté por Espiridión el pastor y en forma lacónica
María y Armando me contestaron, -murió y no nos avisaron para asistir a su se-
pelio. La muerte de Espiridión el pastor transcurrió con un recorrido a la inver-
sa, igual a su nacimiento de E.U.A, a México. Un viaje en el túnel, un camino de
verde vegetación con cenizos con flores moradas nacidas después de la lluvia y
cantos de pájaros. Durante su ascenso vio el Río Bravo o Río Grande que divide
a dos países, divisó remolinos negros con personas nadando en las aguas trai-
cioneras de un río caudaloso.

Que diferente si se hubieran respetado los límites de Coahuila y Texas
cuando fueron un solo Estado. En el Río Nueces no se ahogarían tantos paisa-
nos. Espiridión siguió su camino hacia la tierra que conocía con sus chivas y pe-
rros que lo acompañaran con corbata o sin corbata.

Espiridión chance que reencame en un perro y continúe cuidando las ca-
bras. Escuchando cada vez más cercanos los cantos de pájaros cenzontle.

ALLENDE
Antonio Corona Lozano

RELATO DE UN PADRE Y UN HIJO MÉDICOS

‘oy a narrar una historia médica que aconteció en Allende y Piedras Negras

Coahuila, hace aproximadamente 30 años. Es un reconocimiento a mi pa-
dre médico el Dr. Antonio Corona de la Fuente y a una paciente femenina de
mediana edad de un pueblo de la región de los Cinco Manantiales. Un día en mi
consultorio en una clínica privada recibí una llamada de mi papá médico para
decirme que me había enviado una paciente con abdomen doloroso, pero por
indicaciones de su esposo se fue al centro de salud SSA de Piedras Negras.

Le habían dicho que no requería operación, me pidió mi papá que la fuera
a ver, me dio su nombre y afortunadamente la encontré sentada en un escalón
del exterior de urgencias con un rictus de dolor, la traslade en mi carro a la clíni-
ca, se valoró clínicamente con exámenes de gabinete y laboratorio. Le dije que
requería laparotomía exploradora urgente

Cuando llegó el marido, que trabajaba en los Estados Unidos, me pidió el
presupuesto de hospitalización, quirófano, mis honorarios de Ginecólogo, lo
correspondiente al Anestesiólogo, ayudante y al instrumentista. Me dijo que si
estaba de acuerdo que fueran mil dólares. Dado el caso urgente de la señora
paciente de mi papá acepté, aunque sacrificara parte de mis honorarios.

La intervenimos quirúrgicamente de urgencia, encontramos un quiste tor-
cido de ovario que extirpamos, solucionando su problema. Tuvo una evolución
postoperatoria normal sin complicaciones.

La dimos de alta hospitalaria. El marido llegó a liquidarme la cuenta traía
una caja de zapatos, cuando la abrió para sacar el dinero y pagarme, en esa caja
traía mil dólares en billetes de un dólar cada uno, me quede perplejo, pero pen-
sando que era el producto de su trabajo y con un gran esfuerzo ahorró para su
familia. Eso sí, me sentí muy satisfecho por haber solucionado un grave proble-
ma médico.

à

Le entregué la pieza quirúrgica -el tumor de ovario- para que lo enviara a
patologia por su cuenta.

Satisfacción de familia de médicos; padre e hijo con un recuerdo placente-
ro e imborrable.

CINCO MANANTIALES
Lilia Taboada

DON EPIGMENIO

inalizaba el Siglo XIX cuando nació don Epigmenio Guajardo en Zaragoza,

Coah., muchachote alegre, muy joven aún contrajo nupcias con una bonita
muchacha llamada Felipa Reyes, procrearon numerosa familia; doce hijos, des-
afortunadamente para doña Felipa, el carácter decidor, alegre mujeriego de su
esposo le causó mucha y grandes penas, que como buena mujer cristiana
aguantó y perdonó, pero que al final la llevaron a la tumba prematuramente.

A don Epigmenio, no se le agitó el alma; siguió su vida como había sido
siempre; mujer, rifle y caballo, desde junio y hasta mayo. Así como mujeriego,
era cumplido y trabajador, la mayor parte de la semana se la pasaba en la Ha-
cienda Milmeña de don José Ruilava, en Allende pero el fin de semana, era sa-
grado y lo dedicaba a sus hijos de los que nunca se desentendió.

Como mozo bien plantado, siempre amable, afable y cordial, era favoreci-
do con muchas amistades que conociendo su gran amor por la buena vida, se
encargaban de hacerla de casamenteros, buscaban entre la gente de su estima-
ción mujeres atractivas con la idea de que el viudito de buen ver y sin proble-
mas económicos, se entusiasmara y llevara a otra dama a la casa familiar

Muy duro resultó don Epigmenio, facilón para meterse entre las naguas,
imposible para meterse a la casa, en donde sólo sus hijos eran dueños. A todos
ayudó, los que quisieron hicieron carreras Universitarias y a los otros les apoyo
en lo que eligieron.

El tiempo se va inexorablemente. Pasados los años, un día de Todos San-
tos, estando don Epigmenio en esos momentos de duermevela, vio la imagen
de doña Felipa que con rostro adusto le decía, “Por tu vida en orden, que ya tu
momento se acerca”. Se despertó del todo, recorrió con la vista toda la habita-
ción y se encontró solo.

à

Al día siguiente, también muy de mañana sintió una presencia en su habi-
tación, abrió los ojos y cuál sería su azoro al ver ante él a doña Felipa que le de-
cía “Nunca cambiaste Epigmenio, pon en tu vida en orden, despídete de quien
debas pues no ha de finalizar el año antes de que yo venga por ti”.

Esta vez don Epigmenio, sin más demora, habló con cada uno de sus hijos,
les contó lo que estaba sucediendo y con todo el amor de padre que siempre
les había dado, se despidió de todos y cada uno

Llegó la noche del 30 de diciembre, don Epigmenio se sentía mucho más
tranquilo, sin embargo estaba muy serio, lo que no estaba seguro si era un sue-
ño o realmente su esposa había ido a avisarle de su próxima muerte. No había
terminado la noche cuando los perros empezaron a aullar y se oían muy intran-
quilas las bestias en un corral. Un frío glacial invadió la habitación y entre bru-
ma, estando el completamente despierto, vio claramente a doña Felipa, bella y
graciosa como cuando la habían conocido, que le tendió los brazos y le dijo
“Mañana, Epigmenio, será el día”.

En la mañana del dia 31 de diciembre, dijo a sus hijos que iría a despedirse
de sus compadres y cuñados Pedro e Isidro Reyes, con quienes lo unían vínculos
de afecto muy profundos. Eran las cinco de la tarde cuando se bajó del caballo
al llegar al falsete para salir al camino, sintió un gran cansancio y la vista se le
nubló, buscó un lugar donde sentarse y lo hizo en un costado de los marcos del
falsete.

Al ver la familia que no regresaba lo fueron a buscar, enconträndolo
muerto, con una gran paz en su semblanza. Doña Felipa, habia acudido a la cita.

CINCO MANANTIALES
Héctor Alfonso Flores Farias

LA LEYENDA DEL TESORO MALDITO

Ce la leyenda que un hombre que se dedicaba a la ganadería en la re-
gión norte de estado de Coahuila, específicamente en la de los Cinco Ma-
nantiales, persona ampliamente conocida por esos parajes con el nombre de
Mariano, en una ocasión se encontraba muy cerca de un lugar bastante popular
conocido como “El Llano”, pues cerca estaba el corral de sus animales. Una no-
che en la que estaba cuidando a su ganado logró ver una pequeña y extraña
lucecita, tratando de adivinar que era, por lo que lleno de curiosidad decidió
acercarse; al aproximarse al lugar de donde partía la mencionada lucecita, ésta
desapareció pero con sorpresa vio un enorme agujero en el suelo arenoso. Al
asomarse notó que había un gran jarrón. Presuroso no dudo ni un segundo de
que se trataba de un tesoro, así que de inmediato comenzó a cavar para ver si
algo más había en ese lugar.

Después de pasar horas cavando sin conseguir ningún resultado, comenzó
a oír fuertes ruidos, como galopes de un caballo, pronto esos ruidos se convir-
tieron en altisonantes palabras y maldiciones. Temeroso de lo que le pudiera
suceder, con el susto repentinamente el hombre se desmayó y cuál sería su sor-
presa al despertar y descubrir que en el agujero lo único que encontraba era
carbón.

Mariano desconsolado pero albergando aún la idea de poder enriquecer-
se con el tesoro que pensó que en ese pozo existía, durante un tiempo regresa-
ba a seguir cavando con el propósito de encontrarlo. Las consejas lugareñas ha-
blan de que en este lugar aún está el tesoro, pero que está maldito y solo podrá
sacarlo la persona elegida.

GUERRERO
Maria Elena Laborde y Pérez Treviño

¡Y ESTALLÓ LA BOMBA!

a primera vez que escuché sobre la bomba fue de labios de mi tía Oralia Pé-
rez, hija de tía Rosita, hermana de mi abuelo Manuel.

Estábamos ella y yo en su casa en Eagle Pass, Texas, ella frente a una
humeante taza de Folgers. Momento para intercambiar secretos, contar anéc-
dotas.

—éSabes?

Cada vez que ella pronunciaba esa pregunta sabia yo que iba a decirme
algo interesante, mis sentidos se alistaban, mis oídos se preparaban y mi ser ya
estaba desde ese momento feliz de percibir que algo fuera de lo común me di-
ría.

— ¿Sabes?

Y prosigui
plotó la bomba.

—Un día caminaba a mi casa después del colegio cuando ex-

—¿Explotó qué? pregunté incrédula, añadiendo —¿Cómo que explotó
una bomba?

Prosiguié tía Oralia: —Fue un ruido tremendo, horrible, retumbó todo, y
especificó: —En Guerrero nunca tiembla, y volvió a decir:

— ¿Sabes? —Pasó lo mismo que en el himno
— ¿En el himno? le pregunté.
—Si, aseguró, y muy seria dijo: — “Y retiemble en sus centros la tierra”.

— ¿Cuándo fue eso tía? Ella me contestó: —He de haber tenido como diez
años,

à

Ella nació en Guerrero, Coahuila, el 22 de enero 1922, ahí vivió muchos
años. Por lo que entonces intuyo que el estallido fue alrededor del año 1932.

En alguna de las muchas visitas a mis papás al rancho El Centeno, fui al
pueblo, queria yo ver al tio Lubin Hernandez Luna, con el que estoy emparenta-
da por el los apellidos Risa y Pérez, en esa época él ha de haber tenido unos
setenta y cinco años de edad, y como había sido juez de paz de ese coahuilense
pueblo, deduje, atinadamente, que él podría contarme detalles sobre eso de
“estalló la bomba”.

Le di en el mero clavo, él no solamente sabía de la bomba, sino que me
dio pelos y señales porque su abuelo materno fue uno de los protagonistas.

Debo confesar que me costó mucho trabajo conseguir la confianza del tío
Lubín, el primer día que me presenté en su casa, no fui para nada, bienvenida,
de eso ya había pasado un buen rato. Su mente siempre astuta, fresca, recorda-
ba no sólo hechos sino fechas, detalles, acontecimientos que le tocó vivir, y
otros que escuchó, y a mí me interesaba conocerlos, él era una biblioteca vi-
viente.

Con el paso del tiempo, ya había yo aprendido que debía de permanecer
callada, no hacerle preguntas, si él quería me platicaba, si no, él mismo cambia-
ba de tema, con paciencia de mi parte, muchas confidencias tuvieron explica-
ción tiempo después, todo en su momento.

Es una tarde agradable cuando llego a visitarlo, la tía Panchita me invita a
unirme a ellos, me siento en una mecedora bajo una fresca y deliciosa sombra
en la parte trasera de su casa, escucho ansiosa su relato, él empezó diciendo:

—Mi abuelo José, lo mismo que muchos otros hombres, avecindados en
el pueblo, se sumaron al ejército carrancista a las órdenes de los generales Pa-
blo González y Francisco Munguia. Era octubre de 1913, se libraba la primera
batalla de Monterrey, estaban dominando los carrancistas, pero el dia 24, llega-
ron refuerzos federales, eran 4,000 soldados, y los nuestros tuvieron que huir,

Prosiguió después de una breve pausa: —La batalla fue una carnicería,
había muertos regados por doquier, el campo de batalla cubierto de cuerpos
destrozados por las bombas.

à

El pánico se apoderó de muchos, la mayoría ahi dejaron sus vidas, la suer-
te acompañó a otros, entre ellos, dijo él, a mi abuelo José Pérez Flores que en
ese entonces tenía 40 años de edad: también regresó con vida mi padre, Cosme
Hernández Losoya, él tenía 24.

Continuó: —Mi papá contaba que al ir brincando cuerpos vio el de un ve-
cino de Guerrero, se llamaba Donaciano. En el camino de regreso al pueblo,
después de la batalla, se encontró caminando junto a José, hermano del muer-
to, éste ni siquiera sabía que su hermano Donaciano había salido de Guerrero,
creía que estaba sano y salvo en su casa, para ese entonces ya había dejado su
vida en el campo de batalla.

—Mi papá, dijo Lubín, nunca se imaginó que se casaría años después con
María de Jesús, hija de ese José.

Siguió su relato: —Pocos regresaron, los que lo hicieron estaban agota-
dos, hambrientos, sedientos, algunos heridos, la mayoría enfermos, poco des-
pués se enteraron que a los que tomaron prisioneros los ahorcaron.

—Guerrero fue diezmado en esa batalla.

Muy serio me dijo, al mismo tiempo que su vista divagaba hacia el azul
cielo por el que paseaban unas nubes en forma de algodón, —Su abuelo Ma-
nuel también participó en esa batalla, él y mi padre nacieron en el mismo año,
eran primos y también amigos.

Al fin llegó al tema que ahí me había llevado: “la bomba”.

—Aunque suene inverosímil, prosiguió don Lubín, mi abuelo José, her-
mano de Donaciano es el que levantó una bomba, la encontró en el campo de
batalla, y la trajo consigo como “recuerdo de la cruenta batalla de Monterrey”.
Pasaron los días y las semanas, los meses y los años; le encontró utilidad, la
usaba como yunque.

—Por años y años, por más de quince, dijo el tío Lubin, en ella apoyaba lo
que golpeaba, hasta jugaban con la bomba, como si fuera pelota, por supuesto
nunca pensaron que seguía “viva”, estaba activa,

à

Yo no podía pronunciar palabra, imaginándome la bomba usada como
yunque, como balón de fut.

Siguió don Lubín: —Era pasado el mediodía, de ese maldito día en el que
mi abuelo golpeó exactamente en donde no debía, el bélico aparato se activó y
estalló, todo voló en pedazos.

Unos segundos que parecieron minutos, permaneció silencioso, después
continuó: —Ellos también volaron, quedaron esparcidos en las ramas de los
árboles, el techo de la casa, el piso del patio, fueron tres, mi abuelo, mi abuela
y una nieta llamada Socorrito que jugaba afuera de la casa.

Con voz apesadumbrada terminó el fúnebre relato: —Esa bomba si cum-
plió su funesta misión más no en Monterrey, sino en Guerrero, Coahuila, las
actas de defunción asi lo certifican, fue el 27 de octubre de 1935, a las tres de la
tarde, la causa de las muertes es “bombillo de dinamita”.

Por supuesto que retumbó la tierra, como recordaba tía Oralia, en todo el
pueblo se sintió.

Descansen en Paz José Pérez Pérez, hijo de Gaspar Pérez Díaz y de Presen-
tación Pérez Herrera; Serapia Flores Jiménez hija de Faustino Flores y de Rafae-
la Jiménez, así como la pequeña Socorrito.

La batalla fue en 1914, en el mes de octubre, la bomba estalló también en
octubre del año 1935, veintiún años después.

GUERRERO
Alicia del Rio Herrera

EL JARRO DE BARRO

entados en la mesa de la cocina de mi casa, ubicada en el mismo municipio

donde ocurrieron los hechos, solo a una cuadra más “abajo” de ese lugar,
en la calle Ignacio Zaragoza esquina con Gral. Alejo González, hace alrededor de
45 años, escuchábamos mis hermanos, un poco menores, y yo lo que nos pare-
un cuento de terror que nos fue relatando mi padre, decía que cuando él
era joven y vivía a un lado de su tío Tomás Garza Cervera, propietario de una
tienda de abarrotes ubicada por la calle Lic. Raúl López Sánchez, esquina con
Manuel Acuña, lugar en donde los habitantes de Guerrero compraban su des-
pensa y también lugar en donde ocurrieron los hechos.

Mis hermanos y yo escuchábamos atentos lo que nos fue platicando mi
padre de nombre Isabel del Río Cervera

—"Cuando nosotros eran jóvenes, nos reuníamos en la tienda del tío To-
más a platicar, era una casa grande de piedra con ventanas pequeñas, que aún
existe casi igual que antes; recordaba mucho las palabras de su abuela Epigme-
nia, porque allí vivía a un lado de la tienda en la misma casa, que le decía segui-
do al tio Tomás:

—Tomás, en la ventana se asoma un hombre, a lo que el tio, después de
revisar le contestaba:

—No hay nada mamá, usted se lo imagina.

—Pero la abuela Epigmenia, insistía que por las ventanas que estaban y
aún están sobre la calle Manuel Acuña, a unos pasos del lugar donde se desa-
rrolla la historia, se encuentra un puente por donde antes corría agua; ella veía
esas siluetas muy seguido”

Seguía platicando mi padre:

— “Hace muchos años, estábamos en la tienda del tío Tomás varios cama-

à

radas de mi edad, entonces yo tenia unos 15 o 16 años más o menos, allá por el
año de 1950 o 51, alli nos reuniamos a platicar y tomarnos un refresco alrede-
dor del mostrador de la tienda; una noche en la que había llovido mucho, cuan-
do platicábamos llegó corriendo agitado un pariente -segün recuerdo de nom-
bre Javier del Rio-, todos estábamos chamacos. Agitado le dijo al tio Tomé:

—Tomás, en el puente de la acequia hay un jarro enterrado ¿No tendrá
dinero, Tomás?

A lo que el tío Tomas volteando a vernos nos dijo a todos, —¡Vayan a sa-
carlo!

—Nos fuimos varios a buscar palas y picos para desenterrar el jarro, pen-
sando que allí había dinero enterrado... ¡Pero la sorpresa fue que al empezar a
escarbar lo que encontramos fue un cráneo humano!

Al ver que era un cráneo, el tío nos dijo, —sigan escarbando, a lo mejor
allí está el cuerpo de alguna persona... y en efecto, allí había huesos de una
persona que según comentaba la gente de este tiempo, por ese lugar la habían
enterrado hacía muchos años. Con temor al recordar eso, seguimos escarbando
y a cada palada fueron saliendo más y más huesos. El tío Tomás nos dijo que los
pusiéramos en una cajita y que fuéramos al panteón a enterrar esos restos.

Cabe aclarar que en ese tiempo aún no estaba organizada la autoridad
municipal, solo existía un síndico, el presidente municipal y un policía, razón por
la que al tío Tomás se le hizo fácil daros aquella orden, pero cuando estäba-
mos haciendo el pozo en el panteón para depositar la caja con el cráneo y los
huesos que acabábamos de desenterrar, llegó el policía del pueblo que al ver lo
que llevábamos nos preguntó de dónde lo habíamos sacado y nos llamó la aten-
ción. También el tío Tomás fue citado por la autoridad que le dio una llamada
de atención, le cobró una multa, aunque por supuesto él tío le explicó cómo se
dieron las cosas.

Platicaba mi padre, que ellos desconocían lo que se tenía que hacer en
esos casos, pues antes como ahora hacer eso es un delito, ya que debe darse
parte a las autoridades para que a su vez, ellos sean quienes determinen lo que
se tiene que realizar en estos casos, También nos dijo que desde entonces su
abuela, bisabuela mía, ya no volvió a ver a la persona que según ella, veía aso-

à

marse por las ventanas que estén enfrente de la calle, a pocos metros del puen-
te donde encontraron el cráneo que parecía un jarro de barro,

El puente de la acequia sigue en su lugar, solo que ahora y desde hace
més de una década ya no corre por su cauce el agua que brotaba de un manan-
tial natural que existía metros adelante de donde ocurrieron los hechos y reco-
rria parte del pueblo.

Sin duda, nuestros antepasados tenían mucho que aportar a la cultura de
cada uno de los pueblos de nuestro país, transmitir parte de sus vivencias es y
seguirá siendo una tarea que enriquece a las nuevas generaciones, contar las
leyendas es sin duda una parte interesante y tradicional para que nuestra cultu-
ra siga viva y se enriquezca cada vez más.

GUERRERO
Enrique Cervera Lépez

EL TUNEL DE LA MISION DE SAN BERNARDO

E ntre las muchas historias que se cuentan de la Misión de San Bernardo re-
cuerdo en mi infancia que se hablaba mucho entre mis compañeros y ami-
gos, que en las noches de luna llena antes de llegar a la entrada de la Misión de
San Bernardo se aparecía un túnel que llegaba hasta la misión del San Antonio
de Valero, la que hoy conocemos como “El Álamo” en la ciudad de San Antonio,
Texas; otros sin embargo aseguraban que en realidad ese túnel cruzaba el Río
Bravo y era utilizado por los frailes franciscanos para escapar de los ataques de
los indios bárbaros que asolaban este valle; fueran verdad o mentira esas histo-
rias, siempre fue fascinante el poder escuchar esos relatos en los grupos que
animosamente gustäbamos de contar y escuchar historias, pensando e imagi-
nando si serían o no verdad.

Recuerdo algo parecido a lo anterior, contaban en esos tiempos una histo-
ria sobre el túnel que aparecía al menos una vez al año, pero no a cualquier per-
sona se le aparecía; platicaban que en noches de luna llena una vez se dejaba
ver a alguien, si esa persona alcanzaba a ver la entrada del túnel y acercarse a
él entonces podría ver en su interior un tesoro enorme de monedas y costales
con oro, sin embargo, quien entrara tendría que ser muy rápido y solo tomar lo
que alcanzara o necesitara, porque si se demoraba mucho por querer sacar to-
do el oro, entonces el túnel desaparecería y con él también quien estuviera en
su interior.

Verdadero o no, aún hay gente que cuenta sobre la existencia del túnel,
algunos con la esperanza de que tenga oro y joyas, otros con la expectativa y
curiosidad de saber hasta dónde llega, o si en verdad cruza el Rio Bravo.

GUERRERO
Enrique Cervera Lépez

EL VELADOR

TT algunos doce o trece años cuando la administración municipal em-
pezó a buscar a alguien de quisiera quedarse en las noches a cuidar la Mi-
sión de San Bernardo; no demoraron mucho en conseguirlo, recuerdo que a los
pocos días ya tenían un velador para velar por el resguardo de este antiguo y
solitario edificio. La primera noche en la madrugada, serían las 4 o 5 de la ma-
fana, se presentó en el Palacio Municipal en la comandancia y le dijo al oficial
en turno que ya no quería cuidar la Misión porque ahí asustaban.

En la mañana fue de gran asombro que la persona que habían contratado
no durara, así que de inmediato buscaron a otra persona que aceptara quedar-
se a partir de esa noche. De igual manera que el anterior, llegadas las 4 o 5 de la
mañana se presentó el nuevo velador comentándole al oficial en turno que lo
disculparan, pero que él no quería cuidar la Misión de San Bernardo, extrañado
el oficial le cuestiona el motivo a lo que esta persona le responde diciéndole,
que después de cerrar las rejas que sirven de acceso al lugar, en la madrugada
empieza a escuchar voces en el interior de la Misión, además que alguien de
alguna forma avienta piedras a donde él se encuentra, no obstante que estaba
seguro que no había nadie en el lugar, así que por esa razón mejor renuncia.

Sorprendido el oficial realiza el parte informativo de la noche asentando
en ese documento lo que se le había informado, “que se presentó el velador y
renunció porque dentro de la Misión cuando ya está todo cerrado alguien le
arroja piedras y se escuchan voces”.

No pasó mucho tiempo cuando las autoridades municipales buscaron pla-
ticar con los dos veladores que habían renunciado para tratar de que volvieran,
sin embargo de ellos dos solo uno volvió, pienso ahora que tal vez fue más por
la necesidad que por el simple gusto; entre algunas de sus peticiones fue tener
un lugar seguro alejado de la misión donde él pudiera estar en la noche protegi-

ae

à

do del frío y de la humedad, aún recuerdo un mueble estacionado a unos 60 u
80 metros de la entrada poniente de la Misión de San Bernardo, así como haber
escuchado comentar que alguien desde adentro de la misión arrojaba piedras y
que en algunas ocasiones se escuchaban voces; no sé si todavía en las madruga-
das siga pasando eso o algo parecido, actualmente se cierran las puertas de la
Misión de San Bernardo y los portones de acceso desde las 7 de la noche, ya
para altas horas de la madrugada se es imposible entrar.

GUERRERO
Enrique Cervera Lépez

LA MUJER DE BLANCO EN LA ESCUELA PRIMARIA

n la época de estudiante en la primaria del pueblo, me tocó escuchar una

historia muy singular; hoy en día aunque el edificio se ha mantenido con la
misma distribución algunos de sus cuartos, como la parte que corresponde a
los baños, se ha modificado para convertirlos en salones de clase. En mis tiem-
pos de estudiante, esos salones eran unos baños que estaban sin funcionar y
que eran utilizados como bodegas para almacenar el equipo que no servía o
algún otro utensilio o material.

Algunos de los alumnos de los grados superiores de la primaria, y por lo
tanto de mayor edad, contaban que por las noches, cuando iban a la tienda de
don Benito, al voltear a ver las ventanas pequeñas del baño del segundo piso
alcanzaban a distinguir una figura de blanco cruzar de un lado a otro; otros co-
mentaban que lo que se veía era una mujer vestida de blanco y que el lugar en
donde aparecía era en las ventanas de los salones del segundo piso; había entre
ellos el que decía que otras veces la veían en los pasillos, pero lo que nunca es-
cuché es que la mujer de blanco se apareciera en la cancha o alguna otra parte
de la escuela que no fueran las mencionadas.

GUERRERO
Enrique Cervera Lépez

LA NIÑA DE LA IGLESIA

‘on más de 250 años de existencia, en algunas partes de la construcción con

mas de 300 años de antiguedad, la iglesia de San Juan Bautista de mi pue-
blo en el que crecí, asistí al catecismo y a la misa, es un lugar que esconde algu-
nos sucesos extraños y únicos.

Entre algunas de sus historias, existe una que cuenta la gente que en oca-
siones durante el día, se ha visto a una niña de unos ocho años con un lindo
vestido que se acerca a las personas; la mayoría de las veces la gente al verla le
pregunta en donde vive, a lo que responde que cerca de la iglesia, señalando
con su manita hacia un lugar, que dice es una casa blanca. Naturalmente que
las personas voltean a donde señala, pero con sorpresa al volver la vista a don-
de la vieron por última vez, simplemente se dan cuenta que desapareció y aun-
que la busquen en las cercanías, les es imposible encontrarla, y si se dirigen ha-
cia donde señaló que estaba su casa, solo pueden encontrar las ruinas de una
construcción.

Cabe mencionar que frente de la iglesia, en lo que hoy es una explanada
de piedra laja, en aquellos años de la colonia, cercanos a los inicios de la cons-
trucción del templo, fungia como panteón del Presidio Militar, en este lugar es
donde muchos de los fundadores, militares y sus familias descansan en paz.

GUERRERO
Enrique Cervera Lépez

LA SOMBRA

H an pasado más de veinte años desde aquel suceso, tendría en aquel tiem-
po algunos ocho o nueve años si mi mente no me falla, recuerdo bien que
los nogales que rodeaban la casa ya habían tirado sus hojas; para ubicarnos en
el contexto de la historia les comento que la casa de mis padres por el lado del
comedor tienen una puerta que da a una pequeña área de cemento al lado iz-
quierdo, al salir a ésta existe una vieja noria seca y del lado derecho está la pa-
red de un cuarto formando una especie de pasillo, al final de esa pared, a unos
cuatro metros, había un cuarto de madera de dos por dos con techo de dos
aguas que se utilizaba para colocar herramienta, al final de ese cuarto mi padre
estacionaba su automóvil, un Ford Granada 77 estándar color azul, del lado iz-
quierdo por donde está la noria, a unos 20 metros había un viejo camión estu-
diantil ya sin llantas que servía más como bodega que para otra cosa, a unos
dos metros del camión corría una acequia y cruzándola se levanta majestuosa
Una vieja mora que da sombra al camión; de la mora en línea recta hacia el fon-
do del solar corría una malla para pollos, a unos cuatro metros en el frente de la
malla estaban unas varillas que se usarian para construir un cuarto y desde el
camión hasta las varillas se extendía una alfombra gruesa de hojas y trozos de
varas delgaditas de nogales que al fondo crecían, las que daban miedo en las
noches cuando se quedaban sin hojas los árboles para recibir el invierno y en
ese espacio cubiertas de esa alfombra estaban las varillas para construir un
cuarto.

Era a finales de noviembre cuando como a las ocho de la noche mi padre y
mi hermanita salieron a comprar a la tienda mientras mi madre y mi hermana
mayor (un año mayor que yo) nos quedamos viendo la televisión y esperándo-
los; para eso de las nueve de la noche escuchamos claramente que el motor del
auto detuvo su marcha, de inmediato salió mi hermana corriendo para encon-
trarlos y yo detrás de ella, de pronto al llegar frente al automóvil nos dimos

à

cuenta que no habían llegado, recuerdo que la luna pequeña en lo alto del cielo
brillaba y las estrellas relucían brillantes esa noche, nada extraño ni fuera de
lugar, por curiosidad nos acercamos, mi hermana se quedó al lado del pequeño
cuarto de madera y yo avanzo uno o dos metros al automóvil para ver si en ver-
dad no estaban; al percatarme que estaba el auto cerrado doy una media vuel-
ta y veo a mi hermana que estaba seria a punto de llorar, me acerco y le pre-
gunto qué es lo que sucede, a lo que ella me dice que ve algo rumbo a los noga-
les, al girar de nuevo para fijar mi vista a esa área noto que venía una persona
caminando encorvado... no recuerdo por qué, pero empiezo diciéndole -¿quién
es?, ¿qué quiere?; cada que le pregunto nos fuimos acercando, yo enfrente y mi
hermana atrás de mí, a un lado, así lo hicimos hasta llegar a unos 5 metros de la
mora y la persona seguía casi a la misma distancia en línea recta; para entonces
mi hermana ya estaba llorando pidiéndome que nos regresáramos a la casa, sin
embargo le dije que fuera corriendo por mamá a la casa, ella se regresó gritán-
dole a mamá, en tanto yo me seguía acercando a la figura, gritándole que quién
era y qué era lo que quería; sentía que me estremecía, me decía que algo esta-
ba mal, ya que desde que vimos la sombra caminar no se le distinguía rostro ni
nada, solo era una sombra caminando lentamente sobre la alfombra de hojas
secas, escuchaba como sus pies rompían las varas y las hojas secas todo a la luz
dela luna.

Entre mi miedo y curiosidad algo más intenso me decía que me acercara,
que tratara de ver quién era porque nada podía durar tanto tiempo, desde que
lo vimos mi hermana y yo, volteamos a donde la sombra y pudimos verla cami-
nando y al mismo tiempo, escuchamos los ruidos que hacía al caminar, parecía
que era en verdad una persona; recuerdo que en unos segundos mi madre se
acercó preguntándome que es lo que pasaba mientras mi hermana le decía llo-
rando que algo venía caminando, me preguntó mi mamá, -¿qué es lo que ves? a
los que le respondí señalando -esa persona, esa sombra que viene caminando,
¿No la ve ‘ama? Ella volteó a donde apuntaba mientras decía que no veía nada,
me pregunto qué exactamente qué era lo que veía y le respondí, -ja ese señor!
imire, como viene caminando lentamente como cansado sobre las varillas, mi
re, trae como una cadena con una bola en uno de sus pies, mire, viene llegando
a la mora! Mi madre se quedó unos segundos diciendo que no veía ni escucha-
ba nada, después de lo cual solo nos dijo que nos regresáramos, mientras yo

à

seguía observando como esa sombra sin rostro o facciones seguía lentamente
su camino, al llegar a la mora pensé que desaparecería y a tan solo un paso de
dejar atrás la mora y entrar a la acequia su figura en perfil cambio como si vol-
teara a verme y sin más, así como la vimos simplemente desapareció para ya
jamás volverse a ver.

GUERRERO
Enrique Cervera Lépez

LAS CADENAS EN LA PLAZA

Ls plaza de la cabecera municipal que era en 1703 la plaza de armas del Pre-
sidio, alberga algunas historias o muchas, lo que no sería raro por todo lo
que ha pasado en estos más de 300 años de historia, Hace unos cinco o seis
años me tocó estar trabajando en el Palacio Municipal y en ese entonces aún no
estaba el cuartel de los militares, así que se encontraban en un pequeño edifi-
cio que antes eran unos abarrotes, una tarde me acerque a saludar a los solda-
dos y se me ocurrió preguntar si alguno de ellos alguna vez habían visto o escu-
chado algo extraño, a lo que el soldado que estaba de guardia se me queda
viendo y pregunta que a qué me refiero cuando pregunté si habían visto o escu-
chado algo extraño; para serle más directo le pregunto si han visto o escuchado
fantasmas; se queda unos segundos pensando y me responde calmadamente
diciéndome que sí, que recién llegados ellos a esa casa uno de sus compañeros,
estando de guardia les aviso que escuchaba unas cadenas arrastrar y el murmu-
llo de una como voz como de mujer, su jefe militar le dijo que siguiera los ruidos
de las cadenas a lo que de inmediato el soldado procedió a cumplir la orden;
me comentó que su compañero atravesó la plaza hasta llegar al kiosco mientras
el ruido de las cadenas seguía rumbo a la calle que corre por atrás de la presi-
dencia, rumbo al Rincón del Diablo, un cruce de calles que desde pequeño co-
nozco con ese nombre. Los ruidos siguieron y se perdieron rumbo a esa direc-
ción, se regresó el soldado para reportar lo que escuchó a su jefe y siguió con la
guardia; me comentó que no solo esa vez le tocó que se haya escuchado de esa
manera, pero que de vez en cuando se perciben los ruidos de cadenas y una voz
de mujer murmurando.

GUERRERO
Maria Elena Laborde y Pérez Treviño

VICTORIA DE DOÑA VICTORIANA

M i cuerpo temblaba de pies a cabeza cada vez que alguien anunciaba:
— iLas luces, las luces, mirenlas!

Generalmente esas noches eran sin luna, los coyotes aullaban, las lechu-
zas emitían ese peculiar sonido estridente y tenebroso, la naturaleza presentía,
el corazón se me estrujaba, la piel se me ponía chinita, de gallina.

A pesar de que lo que menos quería yo ver era verlas, mis ojos no se apar-
taban de ellas, era una fila en movimiento, subían y bajaban en intensidad, co-
mo prendiéndose y apagándose, lentamente avanzaban, iban caminando en fila
india, a lo largo de alguna vereda o camino de tierra imaginario.

El paisaje coahuilense en este municipio frontera con Texas, es plano, to-
do plano, hasta el horizonte, ni montes, ni montañas, los resplandores son so-
bre todo visibles en invierno, seguramente porque los arbustos y árboles deja-
ron ya caer hojas y están ralos. El paisaje facilita el inusitado espectáculo fantas-
mal.

Las veíamos destellar desde el piso de arriba de la Casa Grande de la Ha-
cienda La Candelaria, llamada así para honrar a mi bisabuela paterna, localizada
a orillas de lo que fue el Camino Real de los Texas, en el municipio de Guerrero,
Coahuila, a ocho kilómetros del pueblo.

La casona tiene dos pisos, abajo está la cocina, el comedor, la sala, dos
recámaras, dos baños, y alacena; arriba, un balcón, un baño, y un cuarto enor-
me en donde dormíamos muchos, yo pensaba que como mi abuelo la había
construido y era general del ejército mexicano, quiso tener un grandísimo dor-
mitorio como en los cuarteles militares.

Los atónitos espectadores, permanecíamos en silencio mientras las luces
hacían su recorrido, éramos heladas estatuas vivientes que presenciábamos el

à

lento movimiento de la columna cintilante, hasta que se desvanecia, desapare-
cía, de repente, así como de la nada salían, a la nada se iban.

El cocinero Máximo, que trabajó muchos años en la Hacienda, estando
alrededor de la fogata y prestándose esos momentos a los relatos, cuentos, le-
yendas, nos dijo que esas luces eran la columna de oficiales y soldados realistas
que llevaban “la caja real” la escolta que salvaguardaba al tesorero Manuel Ro-
yuela y a su familia, que en su huida hacia Texas fueron asaltados en el pueblo.

— ¿Y qué pasó con el tesoro? preguntó alguien.
—Ni idea contestó Máximo.

La historia dice que el nacido en Villa de Olmedillo, España, Tesorero Real,
Orden Española de Carlos Ill, Manuel Royuela y su familia huyeron cuando en-
tró triunfal el ejército insurgente a Saltillo, Coahuila, el 8 de enero 1811, día que
las campanas fueron echadas al vuelo y los habitantes vitorearon a los que des-
filaban, dirigiéndose al norte y pernoctando como todos los viajeros en ese
tiempo en San Juan Bautista del Río Grande, hoy Guerrero, Coahuila.

Vito Alessio Robles escribió al respecto: “Ya el juez de la población, Salva-
dor Carrasco, y el comandante de las fuerzas presidiales, Antonio Griego, esta-
ban preparados para asaltar a Royuela y apoderarse del tesoro, que ascendía a
cerca de trescientos mil pesos. Sedujeron a la mayoría de los soldados que com-
ponían la escolta y, el 16 de enero, en el momento en que se preparaba la mar-
cha para Béjar, fueron asaltados por la población en masa, quedando muertos
el alférez Elguézabal, un sargento, un comerciante y el oficial de la tesorería”

Estos hechos históricos concordaban con lo que nos contaba el cocinero
Máximo.

Al cabo del tiempo, por los relatos de los vaqueros, fui conociendo más
sobre el “tesoro real”, supongo que el tuerto Elías, al decir “su gente” se refería
a “sus familiares”.

—Los que si sabían en donde estaba exactamente el tesoro no podían mo-
ver ni un dedo, fallecieron antes de poder desenterrarlo, se llevaron el secreto a
la tumba, su gente sabía algo al respecto, pero no el lugar exacto. Pasaron va-

ia

rios días, posiblemente meses, años, antes de que pudieran tratar de encon-
trarlo. Años después cavaron, cavaron y cavaron hasta que lo encontraron.

También en esas pláticas invernales escuché por primera vez hablar sobre
Doña Victoriana, bisabuela del presidente Madero.

Victoriana Coleta Elizondo era hija y sobrina de los que apresaron al cura
Hidalgo en Acatita de Baján, ella vivió en el pueblo, y contaban que ella ponía
siempre a sus hijos a trabajar la tierra, cavando por aquí y por alla, teniéndolos
ocupados todo el tiempo, haciendo hoyos, y hoyos, y más hoyos

Llamó mi atención un artículo que leí tiempo después, de fecha febrero 24
de 1913 que salió en el Indianápolis Star, teniendo por título “Madero dedicó su
vida a México”

Cuando a un Madero se le pregunta por el éxito de la familia te lleva
orgullosamente al pasado a la buena madre de Evaristo y te cuenta que ella fue
la que inculcó en la sangre de Madero el hábito de la industria por ejercicios
que hicieron los niños haciendo hoyos y después haciendo otros para llenar los
primeros. Ella tuvo a los niños ocupados, siempre ocupados. Estos eran los días
de extrema y dolorosa pobreza. Evaristo tenía solamente nueve meses de edu-
cación escolar y con una vara aprendió a dibujar las letras en el piso de adobe
de suchoza”.

Y continúo este relato con lo que fui descubriendo a través de los años:

Nino Guevara también sabía de los soldados y de los lingotes: —"Unos sol-
dados, obedecieron órdenes de sus superiores, cavaron hondo, muy hondo, un
gran agujero, tenían que caber unas carretas, éstas llevaban dentro gran canti-
dad de cajas, en unas había monedas, en otras había lingotes de plata. Cuando
sudorosos, cansados, adoloridos terminaron esa ardua labor, allí mismo fueron
diezmados y enterrados junto con las carretas y el tesoro. Solamente los que los
mataron supieron en donde era el lugar. Los soldados cavaron no sólo la tumba
del tesoro sino la de ellos mismos”.

Años después, estando yo en Saltillo, Coahuila, tuve el gusto de platicar
con el que fuera gobernador interino de Coahuila, Francisco José Madero Gon-
zález, hijo de don Raúl Madero González y doña Dora González Sada, primos

3

à

ambos de mi abuela Esther, le comenté que me intrigaba la personalidad de su
antepasada, esa mujer que debió ser todo un personaje; profundizamos sobre
lo que había yo encontrado resultado de mis investigaciones, platicamos de la
anécdota de que la madre ponía a don Evaristo y a sus hermanos, cuando niños,
a hacer hoyos en la tierra.

Con gran sonrisa y un tajante: —Asi fue, en efecto, el descendiente directo
me confirmó la veracidad de lo escuchado, leído, investigado sobre la tarea que
doña Victoriana ponía a hacer a sus hijos.

¡Cuál no sería mi sorpresa! cuando estando yo en Villa Unión, Coahuila,
platicaba con doña Lydia Rocha, sobre el tema de que “el tesoro” fue encontra-
do, como relatan ella y su esposo en el libro sobre la historia de Villa Unión,
Coahuila, llamado: “Pasado Glorioso, Presente Olvidado”

Como en un rompecabezas, las piezas sueltas fueron encajando a la per-
fección.

Doña Victoriana estaba en la extrema pobreza, de pronto la situación fue
todo lo contrario, los hijos, sobrinos, nietos compraron propiedades, solares,
tierras, días de agua, surgieron haciendas, pastaban bestias, ganado, salieron al
extranjero a estudiar a los mejores colegios, adquirieron bases firmes para ar-
mar negocios, alguno le entraron al comercio, traficaron mercancías hacia y
desde México a los Estados Unidos de Norteamérica, fueron recibidos en circu-
los exclusivos nacionales e internacionales, se relacionaron; incursionaron tam-
bién en la política.

Encontraron los lingotes de los insurgentes, el tesoro real, lo que detonó la
riqueza de varias familias de Guerrero, Coahuila, llámense Elizondo, Madero,
Navarro, Hernández, Benavides.

Las luces siguen apareciendo, el cortejo de soldados realistas, que nunca
llegaron a Texas, deambula por esas tierras desérticas norteñas.

Doña Victoriana hizo honor a su nombre, salió victoriosa.

Hoy dia de Todos los Santos, y mañana dia de Muertos, unámonos en ora-
ción por esos soldados y oficiales que están visibles cuando aparecen las luces
para que ya descansen en Paz.

Datos históricos varios:

Manuel Royuela contrajo nupcias con María Josefa Sánchez Navarro, en Saltillo, Coahuila
el 20 de febrero de 1798.

El 16 de enero de 1811 fue asaltado en Guerrero, Coahuila, y despojado de sus pertenen-
cias, al prepararse para seguir su viaje a San Antonio de Béjar, Texas. Él, su mujer y
sus seis hijos fueron hechos prisioneros.

Dos meses después, el 17 de marzo de 1811, la Compañía de Lanceros de Río Grande y la
Compañía de Rio Grande, ambas bajo las órdenes del coronel Ygnacio de Elizondo
Villarreal, y la Compañía de Monclova, bajo las órdenes de Nicolás Máximo de Elizon-
do Villarreal, ambos hermanos, llevaron a cabo el prendimiento de los insurgentes en
AAcatita de Baján que iban al norte a comprar armas.

En el mes de julio del mismo año, el tesorero Royuela informa al Gobemador Antonio
‘Cordero y Bustamante sobre las barras de plata recogidas a los insurgentes de Baján.

A partir de 1813 vive en Río Grande, Coahuila, el realista Francisco Ygnacio de Elizondo,
originario de Pesquería Grande (Villa de García), Nuevo León, viudo de Gertrudis Gar-
cía de la Garza, contrae segundas nupcias con Romana Carrasco de Peña, ésta última
hija de Pedro Nolasco Carrasco, Juez de Río Grande, quien también formó parte del
grupo que apresó al tesorero Royuela.

Para que Rio Grande (hoy Guerrero, Coahuila), fuera independiente tuvieron que pasar
todavia muchos años después del prendimiento de Baján, no fue sino hasta el 3 de
julio de 1821, que la guarnición presidial y el pueblo se unió al movimiento de inde-
ppendencia y se pronunció por el Plan de Iguala,

Doña Victoriana, madre de Evaristo Madero Elizondo, bisabuela del presidente Francisco
‘Ygnacio Madero González, viuda de Francisco José Madero Gaxiola, quien muere de
cólera el 26 de septiembre de 1833, contrae segundas nupcias con Victoriano Nava-
rro. Ella es hija de Nicolás Máximo de Elizondo Villarreal, el que junto con su her-
mano, el Teniente Coronel Francisco Ygnacio y otros militares realistas, aprehendie-
ron al Cura Hidalgo en Acatita de Baján.

Ambos hermanos sabían de la plata recogida a los insurgentes.

Victoriosa, Doña Victoriana vivió y murió en Guerrero, Coahuila, su lápida está en el ce-
menterio.

GUERRERO
Romeo Saucedo Luna

LA CASA DEL DIABLO

| apacible pueblo fronterizo de Guerrero Coahuila, es un lugar plagado de

historias y leyendas sobre hechos sobrenaturales, este pueblo de más de
300 años de antigúedad no olvida aún uno de los acontecimientos más reales y
terrorificos sucedido en una vieja casona propiedad de una conocida familia
que ya no radica en Guerrero, construcción que es llamada ahora por muchos
de sus habitantes como: “La Casa del Diablo”.

Un cálido atardecer del otoño del 2008, nueve albañiles procedentes de
Lamadrid, Coahuila, y de Monterrey en Nuevo León, vivieron una de las más
terribles experiencias de su vida que desquicié a uno de ellos musitando sólo
“el señor está muy enojado, no quiere que entren... el señor está muy enoja-
do”, luego de que escucharan ruidos, un fuerte viento, fuego inexplicable en el
interior de la vivienda y una extraña fuerza que mantuvo a este trabajador den-
tro de una habitación de la casona donde se alojaban, pese a los esfuerzos de
su compañero por rescatarlo.

Fue un 15 de octubre, cuando tras una agotadora jornada en la aplicación
y grabado de cemento alrededor de la plaza principal del pueblo, los albañiles
que trabajaban para una constructora contratada para la obra, decidieron pre-
parar la cena antes de descansar en la casa localizada en las calles de General
Raúl López Sánchez y Ramos Arizpe.

Cuando apenas se disponían a ello, escucharon un fuerte viento que hacía
crujir la nogalera del amplio patio de la casa y unos lamentos de mujer, por lo
cual salieron alarmados para descubrir que afuera de la casa no se movía una
sola hoja ni se sentía viento.

Desconcertados por no saber qué es lo que había sucedido, escucharon
como si cayeran al suelo cazuelas y utensilios en la cocina, así como fuertes rı

à

dos similares a los que provocan las cadenas cuando son arrastradas. Rápida-
mente penetraron a la vivienda, pero todo estaba en orden.

Desconcertados, los albañiles procedieron a revisar las demás habitacio-
nes, en busca de la causa que provocaría los ruidos escuchados, pero no encon-
traron nada anormal, siguieron la revisión hasta la última habitación de la casa,
la que estaba cerrada con una vieja puerta de doble hoja de madera que no al-
canzaba a cubrir toda la entrada y tenía rendijas o hendiduras a su alrededor.

Se disponían a abrirla, cuando un fuerte ruido que los hizo suponer que el
techo de aquella habitación se había venido abajo, los desconcertó más. Ines-
peradamente, de las rendijas de la puerta comenzaron a surgir flamazos y los
ruidos se hicieron más intensos al interior, obligándolos a huir.

Minutos después, ya un poco calmados, uno de ellos de nombre Juan y
oriundo de Monterrey, decidió volver a la habitación para averiguar, mientras
otro de sus compañeros lo seguía. Pero cuando abrieron la puerta fueron jala-
dos por una fuerza extraña que los conducía al interior, A Juan, que iba adelan-
te, le fue imposible salir pese a que su compañero trataba de sujetarlo, y agota-
do por el esfuerzo finalmente este último cedió, por lo que Juan quedó en el
interior del cuarto mientras la puerta se cerraba violentamente, después se es-
cucharon gritos y ruidos en su interior, como si estuvieran lanzando muebles y
objetos.

Pese a que la puerta no tenía cerrojo, sus compañeros lucharon varios
minutos para poderla abrir hasta que lo lograron para encontrar a su amigo pa-
ralizado, hincado y sostenido del respaldo de la vieja cama, con una mueca de
terror y respirando agitadamente.

Inicialmente se le dio atención médica en el Centro de Salud del pueblo y
posteriormente fue trasladado a Piedras Negras, de donde después de revisarlo
lo regresaron a Guerrero, quienes se enteraron del insólito hecho lo llevaron a
la Parroquia de San Juan Bautista y acostándolo frente al altar rezaron por él.
“El señor está muy enojado... el señor está muy enojado”, era lo único que
aquel hombre decía una y otra vez, con los ojos desorbitados.

à

Los habitantes del centenario pueblo aunque están acostumbrados a le-
vendas e historias de hechos sobrenaturales, sabían que se encontraban ante el
mayor que hubieran vivido.

Los compañeros de Juan se fueron al día siguiente a su lugar de origen y
Juan fue trasladado a Monterrey, aún con el terror registrado en su rostro y sin
poder hablar, según los comentarios del pueblo quedo desquiciado. Nadie sa-
be, más que el enloquecido trabajador, lo qué esa tarde pasó en el interior de
la habitación.

Nadie hasta ahora ha encontrado una explicación a lo que sucedió en esa
vieja casona de casi tres siglos y cornisas en una de las cuales se lee “Gloria a
Dios en las Alturas... año 1815”... pero tampoco nadie se atreve a averiguarlo.
En el pueblo se habla de que frente a esa casa estuvo el cuartel militar en la
época en que se trataba de terminar con los indios salvajes que llegaban al pue-
blo a cometer atrocidades. Comentan que a muchos de los indios rebeldes, las
tropas los asesinaron precisamente en esa casa y por ello se cree que hay almas
en pena en ese lugar al que llaman: La Casa del Diablo.

HIDALGO
Juan Manuel Miranda Pacheco

EL CARRUAJE DEL TESORO

LE voy a platicar lo que sucedié hace algunos años, cuando un hijo mio se
encontraba junto a otros compañeros del ejido Hidalgo Dos, en la venta de
sandía y melón por la carretera federal número 2, la que comunica a las ciuda-
des de Nuevo Laredo Tamaulipas con la de Piedras Negras, carretera que pasa
muy cerca de nuestro pueblo de Hidalgo Coahuila; mi hijo nos platicó que ese
dia en el lugar donde se realizaba la venta se detuvo un grupo de norteamerica-
nos para pedir información sobre cómo conseguir los permisos para explorar y
también cómo llegar a un lugar que dijeron, se encuentra en terrenos de nues-
tro municipio, les dijeron que era un sitio ubicado cerca de una laguna y de un
cerro denominado Almud.

Intrigados por lo extraño de la información que pedían, mi hijo y otros de los
compañeros ejidatarios que allí estaban, entablaron conversación con los ame-
ricanos para saber qué era lo que buscaban explorar, o sea, cuál era el propósi
to de su visita, ya que el lugar que buscaban está localizado precisamente en los
terrenos del ejido del que formamos parte; en la plática les dijeron que ellos
contaban con indicios sobre un lugar en donde en el siglo XIX, fue enterrada
una carreta o carruaje lleno de monedas metálicas de oro, plata y otros valores;
mencionaron que esos indicios consistían en un plano en el que se detallaba el
lugar del entierro, con señalamientos precisos para su localizaci

Después de que platicaron esas y otras cosas, los norteamericanos se fueron,
mencionändoles que regresarian para realizar los trámites necesarios y así po-
der realizar la búsqueda del misterioso carruaje, y recuperar el tesoro allí ente-
rrado; sin embargo se fueron y nunca volvieron por esos lugares. Es importante
mencionar que esta historia, la de la carrteta del tesoro, es una historia que ya
circulaba ya, desde años atrás, entre los pobladores de nuestra comunidad.

¿Existirá verdaderamente ese codiciado tesoro?

JIMENEZ
Rosalia Crispin Terrazas

EL CHARRO

Qe don Arturo Rojas que hace muchos años, cuando él era un joven, él
‘en compañía de unos amigos querían ir a un baile desde la colonia Santa
Rosa a Jiménez, ya que en ese tiempo se acostumbraba irse a los bailes a caba-
llo 0a pie, sino estaba muy lejos; ese día pidió permiso a sus padres y no lo de-
jaron, pero él de todas maneras se fue con sus amigos al baile a caballo. Cuan-
do iban en camino pensando en disfrutar del baile, cuentan que vieron un jine-
te vestido de charro frente de la casa de don Cayo Lomas, creían que era don
Beto Faz, el siempre vestía traje y sombrero charro, y le dieron a correr al caba-
llo para alcanzarlo pero por más que le daban al caballo con la cuarta nunca lo
podían alcanzar, los caballos parecía que no se querían acercar, cuando llega-
ron por el camposanto, el jinete lo atravesó sin bajarse a abrir la puerta del
panteón, cuentan que al ver eso ellos de ahí se devolvieron para la casa, co-
menta don Arturo que su mamá estaba sentada afuera, en la puerta de la casa
y cuando los vio les dijo: -verdad que se les apareció algo. Después de esa expe-
riencia nunca volvieron a irse a ningún lugar sin el permiso de sus padres, cuen-
ta que nunca le vieron la cara al fantasmal jinete,

Cuenta la gente que ese mismo charro se le apareció también al hijo de
don Andrés Loera, que se llamaba Juan Andrés, que desgraciadamente hace
mucho tiempo se mató cabalgando un caballo siendo muy joven, tenía como 18
años de edad cuando se le abocano el caballo, se dice que eso pasó cuando vio
al charro que lo iba a seguir y al tratar de escapar se le atravesó a una camione-
ta que se lo llevó; es una historia muy larga y triste.

La gente dice que antes se aparecían y veían muchas cosas, pero ahora ya
no, aunque respecto a eso dice don Arturo: - “jamás salgo de noche si no salgo
con alguien”.

JIMENEZ
Rosalia Crispin Terrazas

LA CURVA DE LA MUERTE

S e cuenta la historia trágica de amor de una mujer muy bonita, que aproxi-
madamente en el año de 1986 o 1987, encuentran a una mujer en una cur-
va del camino que va al ejido El Tepeyac por la carretera estatal número 5, en-
tre las carreteras federales 29 y 2 dentro del municipio de Jiménez, aproxima-
damente como a 200 metros de la curva, en el monte, encontró un niño pastor
de El Tepeyac que cuidaba un rebaño de cabras, el cuerpo de una mujer que
presentaba quemaduras en todo el cuerpo y pareciera que la habían colgado
antes de quemarla, aterrado por la imagen el niño corrió para avisar a sus pa-
dres quienes después de ir a ver el macabro hallazgo, informaron a las autorida-
des que de inmediato empiezan a realizar la investigación del suceso, realizan
el levantamiento de los restos de la mujer; en ese tiempo había una aduana que
ya desapareció que era conocida como el RAM, se investigó a una persona de
aquellos a los que decían “los volantes”.

Se habló en ese tiempo que esa mujer había sido la querida de un señor
aduanal, se cuenta que esa mujer trabajaba en un bar en ciudad Acuña y que
era originaria de Chihuahua, se siguió investigando y se ubica el paradero de la
persona, la investigan, lo detienen y lo meten a la cárcel; a pesar del tiempo la
mamá investiga por su cuenta hasta dar con los restos de su hija y se los lleva a
Chihuahua en donde son estudiados por un médico forense informándole que
fue golpeada, ultrajada, colgada y luego se le prendió fuego para quemarla, la
mamá la empieza a reconocer por las joyas que traía y por la dentadura, le ha-
cen el estudio del ADN con resultados positivos para su identificación. Se dice
que desde entonces esa mujer se aparece en ese lugar de la carretera número

à

5, en la primera curva del tramo que va de Jiménez a San Carlos, comentan
también que con el tiempo los camioneros que llevan gente a las maquiladoras
la veían en los asientos de atrás del autobús y creyendo que se había quedado
dormida una mujer se paraban para despertarla, pero esa mujer desaparecía.

Platican que hay gente que la ha visto pidiendo un aventón, algunas gen-
tes si se paran para llevarla y cuando se regresan a donde la vieron ya no está,
otros que no se paran pero cuentan que sin saber cómo, ya va dentro del
vehículo en un lado, dicen que quieren hablar con ella y en el momento que
quieren voltear ya no la ven, por lo que sienten un escalofrío y la piel se les po-
ne chinita llenos de temor con mucho miedo. Se dice que aparte de eso, ha ha-
bido varios accidentes en los que se han matado gente, como ejemplo el de dos
personas que iban en una troca uno se mató y el otro se salvó, comentándose
que pudiera ser que quién manejaba la vio y eso ocasionó que se provocara la
volcadura; otro caso es el de un carro que manejaba un señor, en esa curva se
fue derecho, se volcó, se incendió y murió calcinado. Es por eso que a ese lugar
la gente le llama la Curva de la Muerte.

JIMENEZ
Rosalia Crispin Terrazas

LOS DUENDES

Ex: es un caso real que sucedió en una casa del rancho de Las Dos Palmas,
en la colonia Santa Rosa del Municipio de Jiménez.

El niño que siempre veía y oía cosas en su casa, es una leyenda basada en
un hecho real que pasó hace muchos años, cuentan que cuando estaba solo
escuchaba que tiraban los trastes, la ollas; también que se oía que corrían y
reían unos niños y no dejaban dormir porque hacían mucho ruido. Era muy fre-
cuente escucharlos pero en la mañana, cuando la gente se levantaba no había
nada tirado, la mamá decía que por las noches la gata era la que volvía a tum-
bar los trastes, pero el niño le decía a su mamá que no era eso, que pusiera
atención y oirá que son unos niños los que corren y ríen. Un día se quedaron a
dormir unas personas que los visitaban, por lo que tiraron un colchón de hule
en la sala y en la mañana amanecieron afuera con todo y colchón, ante eso se
preguntaban ¿quién nos sacó? Pero nadie supo explicar y nunca lo supieron;
esos visitantes de inmediato se fueron y nunca volvieron a quedarse en la casa.

Cuentan que esa casa es muy antigua está hecha de adobe muy ancho,
que ha de tener más de cien años de construida; se dice que en esa casa en
aquel entonces hacían abortos y a los niños los enterraban en las esquinas de la
casa. Fue hasta que un día su mamá llevó a un padre para que rezara, comen-
tan que el padre les dijo que se salieran y él se quedó adentro y cuando termi-
nó el padre de rezar les contó que se llevó un buen susto, preguntándoles ¿por
qué no se habían ido de esa casa?, ¿cómo han podido vivir aquí. Pensaba que
era probablemente porque el niño ya estaba impuesto a escuchar todos los rui
dos.

También la comentan de que una vez, la señora salló de noche a traer
agua y nada más saliendo se escuchó que gritó y tuvieron que ir a levantarla
poniéndole alcohol para que volviera en sí, dijo la señora que había visto una

à

cosa muy fea que se le tiré al pecho. El padre les dijo que eran las almas que
tenían que irse a descansar, desde ese entonces ese niño, que ya es un señor
mayor, todavia vive en esa casa, aunque cuenta que actualmente ya no escu-
cha nada de lo que antes oía.

MORELOS
Héctor Alfonso Flores Farias

LA LEYENDA DE LA NOVIA VESTIDA DE BLANCO

e cuenta que hace muchísimo años en Morelos, uno de las poblaciones de

la región conocida como los Cinco Manantiales en el estado de Coahuila,
vivía un joven militar que se enamoró de una hermosa joven a quien le pidió
matrimonio. Las tradiciones de la época indicaban que la futura esposa debía
permanecer en casa de los padrinos de la boda hasta que llegara el día de la
boda,

El dia anterior a esa fecha el joven militar fue comisionado para ir a una
misión que lo ocuparía unas horas, antes de marchar a su encomienda pasó a
ver a su amada para avisarle que pronto estaría de regreso para estar listo para
la boda. Lo que estos enamorados no sabían era que aquella misión acabaría
con la vida del joven militar. Al día siguiente la chica sin saber nada se viste de
blanco, con un hermoso vestido y emocionada salió de casa convencida que ese
sería el día de su boda, cristalizando el profundo amor que ambos se profesa-
ban.

Al llegar a la iglesia los familiares del novio devastados le dieron la trágica
noticia, su novio había muerto y ya no regresaría nunca más. Cuentan que des-
de ese momento la joven perdió la razón y a partir de ese día comenzó a vagar y
recorrer las calles con su vestido de novia. Esto lo hizo ininterrumpidamente
hasta el día de su muerte. Incluso en la actualidad hay quienes aseguran verla al
caer la noche, con su vestido de novia, recorriendo las calles de su amado pue-
blo, como una figura fantasmal que sin proferir sonido alguno deambula sin
rumbo mostrando su expresión de congoja y dolor.

NAVA
Romeo Saucedo Luna

LA MUCHACHA DE “EL ENCINO”

P: la norteña ciudad de Nava Coahuila, circula una historia que habla de
que en lugares cercanos a la carretera 57, que cruza por este municipio, es
frecuente ver a una muchacha hermosa que hace sefias a hombres que viajan
solos en algún vehículo, al que se para le pide que la acerque a su casa, dicién-
dole que está ubicada en El Encino, colonia un poco alejada del centro de la
ciudad y que se ubica precisamente a un costado de la carretera 57; cuentan
que después de que se sube al vehículo, cuando el conductor disminuye la ve-
locidad buscando entrara la colonia, al voltear a verla para que le indique hacia
dónde dirigirse, se dan cuenta que ella ya no está, lo que les provoca una extra-
fa sensación de terror y miedo.

Platican que esta leyenda está basada probablemente en una historia
real que sucedió en la década de los noventa, precisamente en la colonia llama-
da El Encino, en donde vivía una muchacha muy hermosa y de escultural cuer-
po, aprovechando esas cualidades que causaban la admiración de la mayoría
de los varones que la conocían o veían, su madre sin escrúpulo alguno, supo
hacer un gran negocio consistente en prostituirla, ofreciéndola principalmente
a los choferes de tráiler que por la carretera 57 pasaban.

Cuentan en Nava que un muchacho de la misma colonia, se enamoró per-
didamente de ella, buscando establecer con ella una relación a la que se opuso
la madre de la muchacha, claro que por razones económicas, si ella entraba en
una relación con el muchacho, ella perdería dinero en el negocio de ofrecerla a
los traileros.

Después de un tiempo, el muchacho desesperado por el impedimento
que la madre de la bella muchacha provocaba en su plan de acercarse y preten-
der a la muchacha, decidió que el único camino era que se fueran juntos, cuan-
do en una de las pocas oportunidades que tuvo de hablar con la joven, éste le

à

comentó su intención de que huyeran, ella sorprendida se negó a irse con él,
quizás por temor a su madre o a quizás también porque no lo quería, ante ese
rechazo el joven simplemente la secuestro pensando que ya en su compañía,
ella se convencería de seguir juntos, sin embargo la negativa de la muchacha y
su resistencia a irse provocó que él se la llevara a la fuerza en su automóvil, gol-
peándola al resistirse y abusando de ella hasta darle muerte.

Cuentan que al ser detenido confesó con todo detalle como lo hizo, por lo
que fue condenado e ingresado al penal; y que es así como a partir de esos te-
rribles hechos el espectro de la hermosa muchacha se aparece, para sorpresa y
terror de los incautos conductores que circulan por esos lugares.

PIEDRAS NEGRAS
Lilia Taboada

CONSUELO A UNA MORIBUNDA

E n un centro hospitalario de esta ciudad allá por los años setenta, llovía in-
tensamente y dentro del nosocomio sufriendo de terribles dolores en el
vientre causados por células cancerosas, se encontraba una señora, las drogas y
los medicamentos ya no surtían efecto, pues el cáncer había hecho metástasis y
los angustiados familiares, sabían que la muerte de su pariente era cuestión de
minutos.

Los desgarradores gritos de la paciente invadían el hospital. Una de sus
hijas desesperada ante tanto sufrimiento, buscaba la forma de darle a su madre
unos segundos de calma, sabiendo que su madre siempre había sido muy pia-
dosa, decide hacer venir a su sacerdote

Pide a las trabajadoras sociales que le proporcionen el teléfono de la igle-
sia más cercana, habiéndolo obtenido llama, pues no quería separarse de su
madre y a esa hora de la noche no se encuentra quien pueda llevarla a buscarlo
personalmente, y pretender ir a pie con las condiciones climatológicas de ese
momento, le tomaría demasiado tiempo.

Por el auricular escucha una voz masculina que le contesta después de
una larga espera, todavía adormilado el interlocutor se identifica como sacerdo-
te y la joven le hace saber la necesidad de su presencia para confesar a una mo-
ribunda. El sacerdote le responde no puedo ir porque está lloviendo mucho,
pero que rezará por la señora para que Dios perdone sus pecados.

La joven insiste de la necesidad de su presencia, aduciendo que los docto-
res decían que su madre no alcanzara a ver la luz del nuevo día, y el sacerdote
como respuesta cuelga el aparato del teléfono. La joven se queda anonadada
todavía con el auricular en el oído, no pudiendo creer lo que está pasando. De
pronto escucha una voz varonil, no es la misma que había contestado ante:
mente, que le hace saber el gusto de que ella no haya colgado el teléfono, pues

re

à

él se enteró de alguna manera de la urgencia de tener un sacerdote al lado de
su madre, por lo que partirá en breves segundos para estar cerca de ella y con-
fortarla.

La joven le insiste en que no tarde, pues teme que no alcance a llegar a
tiempo, a lo que el sacerdote le da la seguridad de que llegará a tiempo pues el
templo en donde él está se encuentra muy cerca del hospital, le pide que crea
en él. La muchacha se dirige a la puerta para esperarlo y mientras lo hace da
gracias a Dios por no haberla abandonado.

A muy poco tiempo ve la figura de un sacerdote que se acerca al estar jun-
tos se identifican y van presurosos al lado de la enferma. En cuento el padre se
acerca a al lecho de la señora, es notorio como el sufrimiento por el dolor que
ella sentía va menguando hasta alcanzar la total calma. Al cabo de algún tiempo
sale el padre y le dice a la jovencita que su madre quiere despedirse de ella y
entra, se abrazan y la señora muere sin reflejar dolor alguno, en santa paz.

En esos momentos de despedida, la generalidad de los seres humanos
perdemos la conciencia del tiempo y el lugar y la jovencita no fue la excepción.
Cuando al fin retomó la conciencia de la realidad, inmediatamente buscó al sa-
cerdote para darle las gracias por su muy oportuna ayuda, sin poder encontrar-
lo. Preguntó si alguien lo había visto y la respuesta fue negativa.

Se hicieron los arreglos para el funeral y una vez concluido, la joven buscó
en las parroquias más cercanas al sacerdote, como no sabía su nombre daba su
descripción, pero en ninguna le supieron dar razón de quién se trataba.

Al fin llegó a la Iglesia de Guadalupe en donde fue atendida por el respon-
sable, que con gran calma escuchó la historia y le dijo que de acuerdo a como
ella lo describía, por su forma de hablar, su sonrisa complaciente y su gran pa-
ciencia, se debería de tratar de un sacerdote que había estado oficiando por
muy poco tiempo en la Iglesia, allá por los años cuarenta, que desgraciadamen-
te no conocía su nombre pero que se hablaba de él refiriéndolo por la extrema
bondad que había mostrado en el poco tiempo que había vivido en esta ciudad.

El sacerdote quedó intrigado de quién se podría tratar, pues era poco pro-
bable que el padre aquel hubiera estado en la iglesia, pues no residía en la po-
blación y podría darse el caso que hubiera regresado de visita aunque nadie en

ia

la residencia sacerdotal lo hubiera visto. Después de un largo tiempo le llegaron
los informes que esperaba, pues aunque no conocía con certeza el nombre del
sacerdote que había concurrido al llamado de la moribunda, presumiendo que
pudiese ser el ausente, sí sabía las fechas aproximadas de su estancia en la ciu-
dad, y se dio a la tarea de localizarlo,

El padre en cuestión había sido trasladado a la ciudad de Morelia Michoa-
cán, después había contraído un mal que lo había llevado a dar el paso que to-
dos irremediablemente daremos, Había sido enterrado en su tierra natal. El Pa-
dre Francisco, encargado de la Iglesia de Guadalupe, dio de rodillas gracias al
cielo por haber permitido que regresara aquel bendito sacerdote a proporcio-
nar la tranquilidad espiritual que la pobre enferma necesitaba.

PIEDRAS NEGRAS
Lilia Taboada

DESAMOR

or la calle Jiménez entre Galeana y Cuauhtémoc, existió un tendajo dedica-

do a la venta de petróleo atendido por una mujer de edad avanzada, cono-
cida entre los vecinos con el nombre de Apolonia. Desde muy temprano atendía
a los clientes que regularmente acudían en los años 60 del pasado siglo por el
combustible esencial en la vida familiar para su uso en la cocina y lámparas, y
muy apreciado en invierno para alimentar los muy usados calentadores cilindri-
cos que se colocaban en las diferentes habitaciones de la casa para alejar el te-
rrible frío.

Poco se sabía de doña Apolonia, callada y discreta, poco afecta para hacer
amistades; atendía diligentemente a sus clientes y vecinos, siempre se le veía
sola, a pesar de que cuando llegó al barrio, lo hizo con dos niños, los que dadas
las penurias con que tenían que vivir, muy jóvenes abandonaron el hogar en
busca de mejores oportunidades, se fueron a buscar un sueño y su madre todos
los días, cuando cerraba el expendio de petróleo, se sentaba en la puerta de su
humilde casita como esperando el retorno de los ausentes.

Recibía noticias de sus hijos, al principio con bastante regularidad, le plati-
caron que habían conseguido trabajo en California y que pronto mandarían por
ella, luego se fueron espaciando las cartas, le avisaron que se había casado uno
de ellos y el otro ingresado al ejército y le explicaban las muchas razones que
les habían impedido llevarla a su lado. Doña Apolonia todo lo disculpaba, atri-
buyendo el alejamiento a la gran distancia que los separaba. Viejecita y encor-
vada, callada y triste, siguió atendiendo su expendio en forma regular.

Un día las clientes habituales al llegar a comprar su petróleo, encontraron

cerrado, mucho les extrañó, porque doña Pola, como la llamaban carifiosamen-
te era muy madrugadora, como sabían que vivía sola fueron a la puerta de su

casita, de la cual era aparte el expendio, y como en esos tiempos se estilaba no

à

cerrar las puertas, penetraron en sus habitaciones y la encontraron apacible-
mente acostada en su cama, como si estuviera dormida, sobre la mesita de no-
che una fotografía de ella y sus hijos que amarillaba por el tiempo; simplemente
durante la noche, había pasado de la presencia de Dios a la convivencia total
con Él.

No se comentó mucho y solo entre los mayores, así que la muerte de la
señora pasó desapercibida. Corría el año de 1975 o 77, por ese tiempo se cele-
braría la boda de Pepe Barajas por todo lo alto, estaban invitados los grandes
amigos y personas muy connotadas dentro de la sociedad nigropetense. Poste-
rior a la ceremonia se celebraría una rumbosa recepción en los salones de
“Caballeros de Colón”. El día del feliz acontecimiento la conmoción se notaba,
Linda, Lila y Mariana, amigas de toda la vida, se preparaban alegremente para
asistir a la fiesta y lucir en todo su esplendor su juvenil belleza.

Todo transcurrió sin incidentes desagradables, pero ya estando en el sa-
lón de Caballeros de Colón. Lugar arque habían concurrido con el permiso de
sus padres, decidieron ir a otra fiesta que se celebraba en el salón del Club de
Leones, a la que no habían sido invitadas, que se ubicaba muy lejos y a la cual
sus padres no les habrían permitido ir solas.

Bendita juventud que no mide las consecuencias de sus actos y en ocasio-
nes, con resultados graves. Por no estar avanzada las noches la avenida Carran-
za se encontraba muy concurrida en el momento que abandonaron la fiesta en
Caballeros de Colón para dirigirse al Club de Leones, en donde fueron recibidas
con muestra de alegría por ser personitas muy conocidas y apreciadas.

No paraban de bailar y el tiempo se les fue sin darse cuenta la hora que
era. Los padres de las tres jovencitas les habían concedido permiso de llegar a
sus casas a las 1:30 horas cuando muy tarde, y al consultar la hora, se dieron
cuenta que ya casi estaban al límite. Teniendo padres severos, emprendieron el
retorno al centro, para poder cubrir en menor tiempo la distancia se quitaron
los zapatos. Al llegar a la calle Jiménez las tres tuvieron la sensación de ser ob-
servadas y al voltear en la cerca adjunta al Tendejón de doña Pola, la vieron con
las manos en ese movimiento tan particular que se hace cuando se llama a al-
guien, envuelta en una bruma blanca y parecía que flotaba.

à

Había algo tan extraño en la expresión de su rostro y en su actitud, que a
las chicas se les erizo el pelo, al grado que una de ellas a la que le habían coloca-
do una placa dental provisional, se le cayó y ni hizo el intento de recogerlo, las
tres corriendo se refugiaron en la casa que les quedaba más cerca. De ahí dos
llamaron a sus respectivos padres para que fueran a recogerlas.

Cuando tuvieron a sus padres cara a cara les relataron su experiencia que
a los padres les pareció una excusa para justificar el haber concurrido a una
fiesta a la que no les habían otorgado permiso y por haberse pasado de la hora
que les permitieron, por lo cual fueron reprendidas y castigadas haciéndoles
hincapié en que no pudieron ver a doña Pola porque ya había muerto.

NOTA, los nombres de las tres jovencitas fueron cambiados para su pro-
tección, ya que todavía residen en este puerto fronterizo.

PIEDRAS NEGRAS
Rigoberto Losoya Reyes

EL FANTASMA DE LA CALLE OCAMPO

Ex leyenda nace en la década de 1960, cuando una familia muy humilde,
arrendó una vivienda en la muy antigua calle de Ocampo Sur, antes llamada
Calle del Comercio en la población fronteriza también conocida como “La Puer-
ta de México”: Piedras Negras.

Esa familia era muy numerosa, tenían nueve hijos y la mayoría excepto los
pequeños, asistían a la escuela primaria, cuando se acostumbraba a asistir por
la mañana y por la tarde. Por las tardes, doña María aprovechaba un momento
de soledad para remendar la escasa ropa de los niños, zurcir un botón, o levan-
tar el dobladillo a una falda, total nunca le faltaba que hacer, Cuando lograba
ahorrar algunos dólares, cruzaba el puente para ir de compras a Eagle Pass, a
comprar tela para confeccionarles los vestidos a sus niñas, en una vieja máqui-
na de coser que usaba de preferencia en las tardes, cuando los niños estaban
en la escuela. Una tarde de tantas, mientras trataba de insertar el hilo blanco
en el ojal de la aguja de su máquina de coser, sintió una extraña presencia, de
reojo alcanza a ver una silueta humana trasparente que corría y se escondía de-
trás de un gran cortinaje. Por un momento pensó que era uno de sus hijos, que
se quedó escondido para no ir a la escuela y le grita:

-Ora verás, ya te vi, no te escondas, mugroso muchacho, te voy a dar un
chanclazo por no ir a la escuela. Sal de ahí. Pero el niño no salió... Le intrigó no
escuchar ninguna respuesta, por lo que se levanta, hace a un lado la silla, se di-
rige lentamente al lugar para sorprenderlo. De un solo movimiento retira la cor-
tina y nada, no había ningún niño. Un escalofrío recorrió su cuerpo hasta el últi-
mo cabello de su cabeza. Esa extraña aparición la asustó, tanto que quería salir
corriendo de ahí, pero recordó a su bebé que dormía en su recamara, en una
desgastada cuna de madera, repintada en color crema.

Por la noche, cuando el padre regresó de su trabajo, la asustada mujer le

à

narró lo que había sucedido, al terminar, el hombre de baja estatura y regorde-
te, la increpó diciéndole, -Pero vieja, a lo mejor fueron tus imaginaciones.

-¿A ver, dime, qué viste exactamente?

La señora angustiada, respondió con la mirada fija en la pared, tratando
de olvidar esa imagen.

-Era como un muchacho, de unos quince años, sin camisa, pantalón ne-
gro, y muy bien peinado, hacía atrás, su cabello lisito, lisito, así, como tú te pei-
nas. Con el peinado hacia atrás... La charla terminó al escuchar a los niños que
estaban pidiendo de cenar. Don Gregorio y su esposa se olvidaron del asunto y
se dispusieron a ir a la cocina.

Un día, don Gregorio llegó a su hogar a media noche, y esa extraña pre-
sencia volvió a manifestarse cuando el pobre hombre entró a la cocina, y al jalar
la cadena para encender el foco, que colgaba de una calavera, miró esa figura
masculina en un rincón de la cocina cerca de la puerta que comunicaba al patio
trasero de la vivienda. Se quedó helado, sin saber que hacer...estupefacto co-
menzó a vociferar todo tipo de maldiciones y de pronto, la aparición desapare-
ció.

Al día siguiente, durante el desayuno, y delante de toda la familia presen-
te, narró lo sucedido en la noche anterior: -Me llamó la atención que estaba
muy bien peinado, hacia atrás, como en los años cincuenta, así como se peina-
ba mi papá cuando era joven. Uno de los muchachos, el mayor para ser exacto,
sin alcanzar a comprender lo importante de la charla, y con un tono burlón, ex-
clamé:

-Bueno pues vamos a llamar al fantasma “El Peinado” ...doña María, lo
regañó diciéndole: -jÄndale, a ver si no se te aparece, por burlarte de él!

La aparición de “El Peinado”, se hizo muy común tanto que doña María
llevó un sacerdote para que bendijera la casa, pero de nada sirvió. La presencia
sobrenatural del “Peinado”, continuaba, hasta que el matrimonio decidió aban-
donar esa vivienda y se mudaron a otra por la calle Hidalgo.

Meses después estando don Gregorio en el Mercado Zaragoza, y por aza-
res del destino, se encontró con un antiguo conocido, ya muy ancianito y le pre-

à

guntó que donde vivía, don Gregorio le comentó que tenia poco de haberse
cambiado porque en la antigua casa se aparecía un fantasma, y el anciano, le
preguntó el santo y seña de la vivienda de la calle Ocampo. Al escucharla res-
puesta, tomó muy lentamente un banquito de madera y se sentó. Le comenzó a
narrar que en esa vivienda en los años treinta un joven de quince años se había
suicidado, se colgó de un marco de madera de su habitación. Se había enamora-
do de una jovencita muy bonita, pero los padres de ella al enterarse del noviaz-
go la enviaron a la ciudad de México, a casa de unos familiares para alejarla del
joven. El pobre muchacho quedó totalmente destrozado. La tristeza lo fue con-
sumiendo poco a poco, dejó de comer y por las noches gritaba y gritaba,

Un domingo, cuando sus padres regresaron de misa, lo encontraron colga-
do de un marco de madera de su habitación. Nada se pudo hacer por él. Fue
sepultado y la familia se mudó a otra vivienda.

PIEDRAS NEGRAS
Héctor Alfonso Flores Farías

LA VERDADERA HISTORIA DEL NACHO

[is Nachos son ese típico platillo que podría ser una comida o una botana
que la comes en casa, en un restaurante, en el cine y otros eventos; es de-
dir, su sencillez al prepararlos, los convierte en un alimento que puede reinven-
tarse con el simple hecho de adicionar algún ingrediente.

Como la mayoría de las historias sobre el origen de un platillo, los nachos
nacieron del ingenio e improvisación de una persona y aunque hoy existen di-
versas versiones de estos, todas coinciden en el ingrediente estrella: totopos o
tortillas crujientes.

El origen de este platillo se remonta al año de 1943 en la ciudad fronteriza
de Piedras Negras, Coahuila, por lo que esta botana popular de Estados Unidos
tiene su origen en la gastronomía mexicana.

Según cuenta la historia, el origen de los nachos se dio cuando un grupo
de mujeres, esposas de militares, entraron a un restaurante y pidieron una bo-
tana,

En ese momento, la cocina contaba con pocos ingredientes, así que a Ig-
nacio Anaya García, se le ocurrió preparar algo nuevo: doró en aceite algunas
tortillas con forma de triángulo, les puso queso Wisconsin, chiles jalapeños y los
horned.

Como era de esperarse, el resultado fascinó a las comensales. No está
cien por ciento claro cómo se les atribuyó el nombre de nachos; algunos apun-
tan a que fue gracias al grupo de señoras, aunque también pudo haber sido por
los otros miembros del restaurante o incluso fue obra del mismo Ignacio, el ca-
so es que a este platillo, primo lejano de los chilaquiles, se llamó “Nacho's Spe-
dial”,

Basta recalcar que la palabra “nacho” es el diminutivo del nombre Ignacio,
un nombre muy común en México y en los países de habla española, y ese nom-
bre es precisamente el de aquel chef chihuahuense nacido en el año de 1895,
pero arraigado en Piedras Negras Coahuila y quien mientras trabajaba en esta

à

norteña ciudad coahuilense, frontera con Eagle Pass, realizó este platillo que ha
trascendido las fronteras y los años.

La popularidad de la comida mexicana es un hecho y uno de los snacks
favoritos son los nachos, ya sea con queso, guacamole o con carne, este es uno
de los platillos preferidos por los estadounidenses en actividades masivas de
entretenimiento, como el Super Tazón de futbol americano.

Alo largo de la historia, los nachos han cruzado la frontera de México ha-
cia otros países, conquistando a más paladares. Actualmente, este platillo cuen-
ta con diversas versiones, pues literalmente se les pueda adicionar lo que cada
persona quiera.

Por eso no es de extrañar que estos triangulitos mexicanos hayan conse-
guido tener un día señalado en el calendario, ya que el 21 de octubre se celebra
el Día Internacional del Nacho. Y por si no lo sabías, el título del que más se
enorgullece la ciudad de Piedras Negras, en Coahuila, México, es el de “Cuna de
los Nachos”.

En un 15 de agosto del año de 1895, nació Ignacio Anaya García, un coci-
nero mexicano que sin tener idea de su trascendencia creó en Piedras Negras el
platillo, o mejor dicho, la botana llamada “Los Nachos”, la más reconocida de
nuestro país a nivel mundial.

PIEDRAS NEGRAS
Lilia Taboada

LA APUESTA

E xiste aún en la esquina que forman las calles de Zaragoza y Allende una se-
ñorial y soberbia casa de piedra.

Esta casa tenía estancias lujosamente amobladas y alhajadas. Había en
ellas comodísimos sillones en damasco rojo y amarillo, grandes cortinones de
gruesos terciopelos, bufetes para los pies acolchonados y finamente tomeados,
biombos de lacas y sedas de colores. Enormes arañas de muchas velas, cuyas
luces arrancaban de los almendrones de cristal iridiscencias multicolores. Büca-
ros de cristal, vasos de talavera siempre rebosantes de flores, tibores de china
en los que volaban pájaros fantásticos entre extrañas flores azules, amarillas y
rojas. Esta era la casa que habitaba la familia, de la que era hija predilecta Bea-
triz.

Reunidos en tan agradable tertulia, se encontraban en el Casino, un grupo
de alegres hijos de muy principales sefiores de la ciudad. Como en toda conver-
sación de jóvenes, la plática cayó en el tema de la belleza de las damas de la
localidad, todos en la mesa, dejaron saber encomiosos comentarios sobre la
natural gracias y belleza de Beatriz, a la que pretendía Luis Zamarripa.

Entre ellos se encontraba Pedro Mendoza, joven alocado y mujeriego que
no conocía freno a sus deseos ni aceptaba oposición alguna a ellos. Todo cuan-
to se le antojaba tenía que conseguirlo. Así que al oír ponderar con tantas admi-
ración la belleza de la dama, a quien no había visto desde hacía muchos ayeres,
por haber regresado recientemente de Zacatecas en donde su familia tenía ne-
gocios, y dada su condición, no podía soportar que nadie hablase en su presen-
cia de mujer alguna. Hizo apuesta que el conquistaría a la hermosa antes que
nadie.

Tenía Beatriz, un rostro resplandeciente lleno de finura y bondad, de ca-
minar erguido entre fulgores de joyas, rubia melena en rizos que caían graciosa-

à

mente sobre sus hombros y grandes y expresivos ojos negros sombreados por
largas tupidas pestañas.

Todos los intentos que habían hecho Pedro para acercarse a la hermosa,
habían resultado infructuosos, pues la familia conocido su fama, se guardaban
muy bien de que él se acercara y cuando la damita acudida al Casino o a la Igle-
sia, siempre lo hacía muy bien custodiada por sus padres, a los que acompaña-
ba indefectiblemente Luis, que ya había sido aceptado como novio oficial de
Beatriz.

Una noche, en que Pedro rondaba las calles por la que estaba ubicada la
mansión de Beatriz, observó que se abría la puerta lateral y por ella aparecían
un sirviente con un farol en la mano y tras de él gallardo y serio el padre que
llevaba delicadamente del brazo a la joven, que aunque velada, se adivinaba su
hermosura y señorío, detrás de la joven, iba Luis.

Se acercó al grupo y saludo a su amigo. Este no contesto el saludo y siguió
de frente, como si no hubiera escuchado nada. Se adelantó Pedro y lo encaró,
recordándole la apuesta con que lo había retado y a la que él no había contes-
tado, diciendo que venía dispuesto a ganarla esa misma noche.

Se sacaron las armas pero Pedro fue más rápido y mató a Luis, el anciano
señor, se interpuso entre el truhán y la bella, pero fue abatido. Al ver muertos a
sus dos contrincantes, tomó en brazos a Beatriz, que se había desmayado y la
colocó en la litera de un carro que ahí se encontraba, ordenó al cochero que
abandonara el coche, y tomando las riendas de los caballos despareció en las
sombras.

Era ya de madrugada cuando Pedro casi llegaba a Morelos llevando a Bea-
triz apretada contra su pecho, pálida y descompuesta. La infeliz no tenía aliento
més que para suspiro y las lágrimas caían calladamente sobre sus mejillas.

En Zaragoza tenía Pedro una propiedad y hasta ahí condujo a la raptada
jovencita. Lo que había sido un capricho, una apuesta, se había convertido en
un amor verdadero. Él que siempre había hablado a las mujeres en tono domi-
nador, suplicaba ahora humildemente un poco de cariño que ella le negaba ta-
jantemente.

à

La negativa de la joven le exasperó, levantándose iracundo para acercarse
a ella, Beatriz tomó un cuchillo que estaba cerca y apuntó a su propio pecho,
diciendo que si se atrevía a dar un paso más, se quitaría la vida inmediatamen-
te. Empezó la dama a caminar hacia la puerta, salió por ella y comenzó a correr
por el camino tratando de llegar a una encrucijada en la que, a un lado, se halla-
ba una pequeña cruz de madera. La tomó en sus manos y la colocó frente a su
pecho, rogando a Dios la salvara de ese trance.

Pedro loco de deseo, sin hacer el menor caso a las súplicas de Beatriz, qui-
so arrancar la cruz sus manos, pero al hacerlo, la cruz se hundió en la palma de
su mano como si fuera de hierro candente, produciéndole una espantosa que-
madura, que le hizo trastabillar, al recobrar el control, buscó a Beatriz, mas la
dama se había desvanecido en el aire

Nunca más se volvió a saber de ella, pero en ciertas fechas, en la casa pa-
terna aún se puede escuchar una voz femenina y leves pasos de una sombra
que recorre el caserón.

PIEDRAS NEGRAS
Héctor Alfonso Flores Farías

LA CASA DEL DENTISTA

oy les platicaré una historia que escuché en la fronteriza ciudad de Piedras
Negras y que es conocida como la Leyenda de la Casa del Dentista.

Cuentan que en esa población vivía un dentista muy reconocido en la re-
gión gracias a la excelente calidad de los trabajos que a sus pacientes realizaba.

Habitaba una casa en la que moraba también su señora madre, mujer ya
de avanzada edad que en ocasiones le ayudaba recibiendo a los pacientes que
atendía allí mismo, en su casa.

El odontólogo era naturalmente el orgullo de su madre, profesándole un
gran cariño y devoción, con los escasos ingresos producto de su trabajo médico,
cubría ajustadamente los gastos de su hogar, eso sí, siempre mostrando una
sonrisa,

El dinero que ganaba no era suficiente para tener su propio consultorio ni
tampoco contratar a una asistente, es por eso que su madre le permitió montar
un consultorio en su casa y le dijo que ella sería su recepcionista.

Algunos de sus compañeros dentistas y amigos eran recibidos por ella
siempre que iban a visitarlo para saludarlo o bien a consultarle algo relacionado
ala profesión.

Así fue durante muchos años, hasta que un día el dentista le comentó a
uno de sus pacientes que su madre ya tenía mucho tiempo de haber muerto,
pero que para él era muy normal ver su espíritu rondar en la casa.

Claro que el atemorizado paciente, después de escucharlo, deseo que
pronto terminara el trabajo que le estaba realizando para poder alejarse de ese
lugar; naturalmente que de inmediato lo platicó a sus familiares y allegados, así
que pronto toda la población sabía de tan espeluznante tema, naturalmente

à

que desde ese momento las visitas de sus pacientes y conocidos fueron escasas,
todos temían ir a la casa del dentista y ser recibidos por la extraña mujer,

Una noche unos jóvenes se encontraban platicando sobre esa historia en
una cantina, al calor de las bebidas los amigos retaron al que no creía la histo-
ria, a ir a esa casa para enfrentar al espíritu de la mujer.

Envalentonado, hizo una cita con el doctor y de inmediato se fue a verlo;
cuentan que estuvo unos minutos tras la reja esperando a que alguien abriera.

Sin aparente razón, su piel se comenzó a erizar y tuvo una gran sensación
de miedo.

Del fondo de la casa salió una anciana que se acercó lentamente a la reja,
el joven se quedó paralizado, aunque quería mover sus piernas y salir corriendo
no podía hacerlo, mientras tanto, la mujer abrió la puerta y sin decirle nada, le
indicó el camino para llegar con el dentista.

El joven se encaminó hacia la casa hasta encontrar al dentista con quien
platicó brevemente, después de lo cual salió apresuradamente con la vista fija
en la puerta.

Corrió a la cantina para contar lo sucedido a sus amigos, pero casi se infar-
ta cuando los amigos le dijeron, que fue hace muchos años cuando la mujer an-
ciana murió, y que su hijo el dentista, se suicidó de tristeza.

Lo que había visto el joven era a dos espíritus encerrados en una vieja casa
abandonada de Piedras Negras.

¿Te gustó la historia?, pues así como esta existen muchas en nuestros
pueblos.

PIEDRAS NEGRAS
Lilia Taboada

LA DAMA Y EL NIÑO

H ay en la calle de Morelos, entre Terán y Allende, una bella y señorial man-
sión, fueron dueñas de ella dos ancianas señoritas que se entregaban con
fervor a los rezos. Corrían los tiempos de la Reforma, monjas y clérigos andaban
a salto de mata y las buenas señoras accedieron a refugiar a unas monjitas. Re-
zadoras y pias, monjas y damas pasaban el tiempo entre oraciones, bordados y
pasteles deliciosos.

Una noche estaban las monjas rezando en la amplia estancia que usaban
como oratorio, cuando entró una señora alta, vestida de negro; llevaba en una
mano una vela encendida. Se arrodilló silenciosa entre las monjas, no se lo ve la
cara por el amplio y espeso manto que la envuelve. En el dedo anular de la
mano derecha brilla con luces esplendentes, un gran diamante cuadrado engar-
zado con primor en un aro de oro blanco. Termina el rezo, la dama se levanta y
tal como entró, paso a paso de va. Las monjas pensaron que era un familiar de
las damas que las asilaban.

A la noche siguiente, a la hora del rezo, vuelve a entrar la erguida dama de
negro, la vela encendida en su mano derecha, hace que el anillo en su dedo,
derrame luces irisadas en la habitación. Esta vez lleva en el brazo izquierdo un
pequeño bulto, lujosamente envuelto. Entra en silencio, sale callada y se le oye
suspirar. Sus pasos son leves, inconsistentes y más parece deslizarse sobre el
piso que caminar.

A las monjas les empezó a extrañar esa enlutada mujer. Les preguntaron a
las señoras de la casa quienes dicen que mantienen cerrada la casa y que nadie
entra y sale fuera de ellas y las criadas. Esa noche las dueñas de la casa, van cu-
riosas a la hora del rezo de las monjas para ver a la dama enlutada.

Ella aparece como siempre, sembrando el desconcierto en las señoritas de

la casa, nadie acierta a moverse y al terminar el rezo, se levanta la enlutada que
15%

à

al llegar a la puerta, levanta la cara, es una cara pálida por la que se ven correr
dos hilos de lágrimas, un viento helado envuelve a todas en la habitación y la
dama abre el manto y en su regazo ven a un hermoso niño dormido. Con la
mano derecha les indica que la sigan y después de recorrer el corredor, entra a
una estancia que por muchos años ha estado cerrada. Aun antes de que las se-
foritas adquirieran el inmueble, esa habitación ya estaba en desuso,

La chapa estaba entrecruzada de telarañas. Buscan la llave, forcejean para
abrir la puerta, que por fin se abre, dejando oír rechinidos en los goznes. Un ai-
re denso cargado de ranciedad hiere el olfato, ahi en un rincón está la enlutada,
señalando con su enjoyada mano un sitio.

Al otro día, se sabe en donde hay unas monjas escondidas por lo que és-
tas salieron huyendo y con ellas las timoratas señoritas, por miedo a la pena
que el gobierno había prometido para aquellos que ocultaron a monjas o sacer-
dotes.

Nada se pudo hacer por el alma de la dama enlutada, pues las señoritas
en su premura con nadie hablaron. Más tarde la casa se vendió y dicen que aún
hoy, se siente una presencia y hay quien ha visto a una enlutada dama que sale
y entra en ese cuarto, o que se pasea rígida y lenta por los corredores.

PIEDRAS NEGRAS
Fernando González Chávez

LA MUCHACHA DE LA CASETA

Ex historia me la platicó un amigo mío, lo interesante de ella es que él la
vivió en carne propia; estamos hablando de un hecho sucedido a mediados
de la década de los noventa en las cercanías del CBTIS 34 de Piedras Negras.

Cerca de la entrada principal de esta escuela, a una cuadra hacia el po-
niente, sobre la calle Juan de la Barrera, a la altura de donde se forma una y
griega al inicio de la avenida Tecnológico, se encuentra un área verde con forma
de triángulo en la que alguna administración municipal construyó una caseta
policiaca, construcción sencilla que alojó durante algún tiempo a elementos po-
liciacos para la vigilancia de este sector.

Me platicó Arturo que no obstante que ya había escuchado historias de
que en ese lugar se aparecía una mujer, una madrugada, la del día de la gradua-
ción, al pasar en su carro cuando se dirigía a su casa después de terminar el bai-
le de esa escuela preparatoria, que se realizó en el Club Campestre, llamó su
atención una muchacha que pareciendo venir de la caseta, le hizo señas para
que se parara, al hacerlo la muchacha se acercó al auto para pedirle que si le
podía dar un aventón a su casa, porque ya era tarde y no contaba con dinero
para llegar.

Viendo Arturo que la muchacha no estaba de mal ver y queriendo ayudar-
la y entablar plática para conocerla más, accedió a llevarla invitándola a abordar
su carro en el asiento del copiloto; la joven subió y le dijo hacia dónde dirigirse
para llegar a donde se localizaba presuntamente su casa, después de escuchar
las indicaciones inició la marcha tomando rumbo hacia el sector en donde estu-
vo mucho tiempo el rastro.

En el trayecto, busco entablar conversación con la muchacha que se man-
tuvo en silencio, si acaso interrumpiéndolo solamente para indicarle por donde
conducir el auto hacia su casa; infructuosamente Arturo buscó provocar la pläti-

à

ca, esfuerzos a los que tuvo como respuesta solo el inquietante silencio mien-
tras ella mantenía fija la vista hacia el frente cubriendo con su cabello las faccio-
nes.

La oscuridad cubría las despobladas calles por las que transitaban, ya en
los límites de la zona habitada señaló un desvío por una brecha indicando con
su mano una lejana luz que se advertía a lo lejos; fue en ese momento en que
Arturo mientras conducía cuidándose de no caer en algún pozo o golpear una
piedra, de reojo y con sorpresa en la penumbra solo rota por momentos con los
reflejos de las luces del auto, creyó ver que el bello rostro de la muchacha había
desaparecido, percibiendo en su lugar una espantosa cara; producto de la sor-
presa de lo que creyó ver o de lo que vio, apresuró la marcha para pronto llegar
al lugar que le había indicado,

Pronto llegó al lugar, parando el auto frente a la oscura construcción que
al fundo de un corto camino se veía, ya sin ninguna luz que la alumbrara, la mu-
chacha sin voltear a verlo se bajó diciéndole que si podía esperarlo unos minu-
tos para regresar con él, de inmediato se encamino rumbo a la construcción,
mientras ella eso hacía, Arturo movió el auto para ponerlo con dirección contra-
fía y prepararse para regresar, terminando la maniobra volteó sorprendiéndose
de no ver a la muchacha, no obstante que la distancia de la construcción era tal
que sería imposible que ella la recorriera en el tiempo que él movía al auto.
Desconcertado y temeroso por lo que estaba sucediendo, viendo la oscura bre-
cha por la que llegaron estuvo aún unos minutos con el motor encendido y ar-
mándose de valor emprendió una rápida partida, recorriendo presuroso el ca-
mino que le parecía interminable.

Toda esa noche la pasó en vela pensando en lo que había vivido, al día si-
guiente platicó a sus amigos lo sucedido, acordando varios de ellos que cuando
él quisiera lo acompañarían para visitar la casa esa a la que había llevado a la
muchacha y en la que supuestamente vivía; Arturo decidió que era necesario ir
de inmediato al lugar, el grupo subió al carro dirigiéndose a esa casa, después
de recorrer el largo camino llegaron para descubrir incrédulos y con terror que
la construcción eran solo las ruinas de una vivienda que tuvo mejores tiempos.

PIEDRAS NEGRAS
Lilia Taboada

LA NIÑA DEL AGUA

E xiste aún a la fecha una casita de sencillas líneas, puerta central flanqueada
por dos enrejados ventanales, soleada y pulcra, al observarla se encuentra
en ella la simplicidad graciosa que da su limpio trazo. Ubicada en la calle Améri-
ca entre Centenario y Reyes, albergó a una familia clase media. El padre, traba-
jador de la empresa Altos Hornos, dejaba a la madre el cuidado y la educación
de los críos. Los dos mayorcitos concurrían a una escuela que se encontraba
muy próxima a su domicilio y la más pequeña, a la que llamaremos Lolita, ha-
biendo nacido con muchos años de diferencia de sus hermanos, quedaba en
casa con su madre, empleaba el tiempo jugando en el pequeño y acogedor jar-
dincito lleno de rosas rojas, blancas y amarillas. Esta encantadora morochita,
grandes y expresivos ojos color del tiempo y ensortijada cabellera color miel,
siendo la más pequeña de la familia gozaba de esos grandes privilegios que se
dispensan a los bebés y se daba la libertad de corretear a su antojo sin restric-
ción de horarios.

Llena de vitalidad, graciosa, incansable y traviesa, traía de cabeza a la fa-
milia con su constante ir y venir. Con esa audacia que los bebés de tres años
tienen por su inconsciencia del peligro, la niña se lanzaba en aventuras que no
pocas veces le ocasionaron heridas de poca gravedad. Los padres decidieron
levantar una pequeña cerca al frente de la casa para impedir que rapazuela sa-
liera de los linderos del hogar, pues sabían de su energía y su falta de temor.
Por esa prevención, los adultos se sintieron confiados y relajaron el cuidado que
tenían sobre la pequeña, que al ver limitados su terrenos de juegos, empleaba
el tiempo en el jardín jugando con agua, ocupación que le resultaba muy satis-
factoria, por lo que iba dejando escapar al viento el encantador sonido que sólo
tiene la risa de un niño y con su innata alegría llenaba de encanto a quienes la
escuchaban.

Buen cuidado se tenía, de mantener la puerta de la reja bien cerrada,

Fer

à

pues Lolita ya habia intentado en varias ocasiones ir a reunirse con sus herma-
nos a la escuela a la que concurrían, bien apercibidos estaban todos de que por
ningún motivo el pasador debía quedar abierto, no importaba si se iba a tardar
© no, el cerrojo debía quedar cerrado.

Nada había que turbara la paz y el contento de aquella familia, la bendita
paz que se vive en la provincia mexicana y permite gozar de inefable tranquili-
dad en las tardes de verano, disfrutar en el porche de la compañía de los veci
nos y amigos en agradable e intrascendente conversación, llenándose del deli-
cioso aroma de la flor de la madreselva y sorbiendo lentamente una tacita de
buen café acompañado de hojarascas

Los hermanitos van a la escuela, la madre se entretiene en las labores del
hogar mientras la pequeña en el jardín juega dejando escapar el agua de la lla-
ve, el padre laborando en la planta, todos en sus actividades cotidianas estaban
muy lejos de adivinar como la existencia puede pasar de la tranquilidad al dolor
en cuestión de segundos,

Alguien, en algún momento olvida cerrar el pasador de la puerta de la re-
ja, ¿a quién se puede culpar?, ¿a los niños que en su apresuramiento por llegar
a tiempo a la escuela olvidaron dejarlo puesto?, ¿al padre que por la premura
se olvidó de hacerlo?, ¿a la madre que no tuvo la precaución de ir hasta la
puerta a revisar que el pasador estuviera en su sitio? o ¿al cartero? Infortuna-
damente siempre es más fácil culpar a quien sea, para no sentir que la culpa
nos destroce el alma. El hecho es que la puerta estaba mal cerrada.

Lolita en su deambular por el jardín, encontró el pasador abierto, como ya
lo había intentado en otras ocasiones salió a la calle, pero esta vez nadie lo no-
tó, se encaminó hacia donde todos los días veía que lo hacían sus hermanitos y
con su energía habitual se fue diligente a reunirse con ellos. Caminó por la ace-
ra hasta llegar a la avenida y sin ninguna precaución empezó a cruzarla sin per-
catarse que se acercaba un automóvil cuyo conductor no pudo evitar golpearla,

La pequeñita, quedó sobre la calle ensangrentada e inerme, su infantil y
hermosa vida quedó suspendida en forma tan cruel. Todos quedaron conster-
nados, amigos y vecinos, la triste noticia fue la comidilla por largo tiempo. Los
padres afligidos y llorosos, cambiaron de domicilio, sabiéndose más tarde que

à

se habian ido radicar a Monclova, a donde al padre le dieron cambio de plaza y
no se volvió a saber de ellos.

La casa fue vendida y todo con el tiempo se olvida o pierde actualidad. Los
vecinos dejaron de hablar del terrible accidente y se ocuparon de las nuevas
noticias. Sin embargo en la casa que Lolita había habitado con su familia se em-
pezaron a dar extraños fenómenos.

Cuando la luz del dia empieza a pardear y los ánimos se serenan, se escu-
chan apagadas risas tanto dentro de la casa, como en el jardín, en algunas ma-
drugadas se oye claramente un llanto que solo puede provenir de un niño pe-
queño y muy frecuentemente hasta la fecha, sin ninguna explicación y sin hora-
rio, se escucha agua que corre y al acudir a verificar la fuente del sonido, se en-
cuentra la llave del jardín fluyendo, sin que haya mediado una mano humana
para abrirla.

PIEDRAS NEGRAS
Lilia Taboada

LAS CUENTAS DEL ROSARIO

ivía don Chuy, en la calle Mina, entre Cuauhtémoc y Galeana, en una senci-

lla casa en dos pisos, viejecito amable y generoso, encorvado caminaba,
apoyado sobre un palo que le servía de bastón. Frugal en su alimentación y muy
aseado en su persona. Todas las mañanas, salía muy temprano a barrer el fren-
te de su construcción y de su boca salían buenos días Dios le guarde, con afable
naturalidad

Todas las tardes, al pardear las luces del día, se sentaba sobre un sillón
frailero en el portalito de su casa a leer su libro de oraciones y luego, ya en las
sombras, lentamente iba pasando por sus dedos las cuentas negras de un gran
rosario. Si alguien acudía a él en busca de remedio por necesidades económi-
cas, siempre encontraba respuesta; por un módico interés sobre la cantidad
prestada. Decian, que en esa forma había amasado una gran fortuna. Y esa fa-
ma empezó a correr, aumentada y adornada por quienes la iban repitiendo.
“Que si era un usurero, que cobraba enormes intereses, que pedía costosas jo-
yas y propiedades en prenda, y que de no recibir el pago de préstamo en la fe-
cha acordada, se quedaba con las garantías, dejando en la miseria a muchos”.

No había nada más apartado de la realidad, cierto es que prestaba dinero,
como cierto que cobrara interés, pero nunca se pudo decir que hubiera abusa-
do de la necesidad de nadie, ni que exigiera pago por lo que el deudor no tenia.
Grande era su corazón, tan grande como su generosidad. Hacía caridades anó-
nimas, de esas de las que no se entera la mano izquierda de los que hace la de-
recha. Parte de su pequeño capital, provenía de unas tierras que había recibido
en herencia y él había vendido, depositando su dinero en buenas inversiones en
dólares, y de la pensión que recibía como empleado que había sido de Ferroca-
rriles.

Discreto y piadoso, repartía entre los más necesitados lo que pudiera cap-

à

tar de sus negocios y con mansa pena se enteraba de lo que las lenguas
nes y murmurantes se encargaban de difundi

Llegaron unos hombres del sur con la intención de realizar el sueño ameri-
cano, intentaron por varios días cruzar las aguas del traicionero Río Bravo, des-
pués de mucho batallar, lograrlo vano resultó, pues fueron descubiertos y de-
portados. No hay que decir, que el poco patrimonio que poseían se agotó com-
pletamente. Vencidos y hambrientos empezaron su peregrinar por las calles de
la ciudad pidiendo ayuda, no trabajo, con la excusa de retornar a su lugar de
origen

Así llegaron a la casa de don Chuy, que en esa época, se encontraba aleja-
da del centro y por ser la calle, tranquila, silenciosa y de poca circulación; se
prestaba para anidar en espíritus perversos, malas intenciones. Tocaron a la
Puerta y se encontraron con un anciano afable que aceptó darles aguas frescas,
alimento y un poco de efectivo. Se marcharon después de ingerir el sustento,
pero se quedaron rondando. Discretamente, empezaron a indagar quien era y
que tenía el anciano que les había bondadosamente tenido la mano.

La gente comunicativa, que nunca falta, les comentó lo que se decía de la
riqueza secreta de don Chuy. Así que se acercaron nuevamente a él, con actitud
hipócrita y mal intencionada, se ofrecieron a hacer pequeñas reparaciones que
la casa pedía a gritos y que obviamente necesitaba, por un modesto pago y un
lugar donde dormir, mientras juntaban lo necesario para sus pasajes. El anciano
señor aceptó.

La intención de los tunantes era esperar el momento oportuno y salir de
pobres. Al principio todo fue mieles y dulzura, barrieron, escombraron, lavaron
fingiendo gran agradecimiento, alegría y contento. Cuando todo descansaba en
hondo reposo, quedamente, se deslizaron entre las sombras, llegando a la habi-
tación donde el anciano descansaba confiado. Taparon su boca, lo levantaron
con violencia, profiriendo soeces palabras y amarrándolo a una silla, le advirtie-
ron que si pedía auxilio, inmediatamente lo asesinarian.

Le exigieron, les dijera en donde se encontraba el supuesto tesoro en jo-
yas y dinero, que la gente decía tenía escondido, el pobre hombre les replicó
que todo lo que tenía estaba a la vista, que había un poco de dinero en un ca-

à

joncillo de su escritorio, pero era todo. Empezaron a propinarle fuertes golpes y
él solo repetía una y otra vez lo mismo. Les ofreció que les podría conseguir
més dinero si le permitían ir a finiquitar unas inversiones y a cambio de eso, les
rogó, que pusieran en sus manos su rosario de grandes cuentas.

Uno de ellos, se condolió y puso el rosario entre sus manos. Pero los otros
no aceptaron el ofrecimiento y tornaron a propinarle tremenda paliza. El pobre
inocente se encomendaba a Dios pasando por entre sus dedos las negras cuen-
tas de madera de su rosario, pidiendo el perdón para aquellos descastados, que
estaban muy lejos de merecerlo.

La golpiza impía que aquellos canallas le propinaron aunada a su edad,
minaron completamente su resistencia y envuelto en el dolor que insensibiliza,
se alejó de la vida, pasando las cuentas de su rosario. Los tunantes al ver el re-
sultado de felonia, envolvieron el cuerpo en la sobrecama y amparados por la
oscuridad, lo desaparecieron, y ellos con él.

A los vecinos mucho les extraño no verlo al día siguiente y como no se le
conocía familia se avisó a las autoridades, entraron a la casa y encontraron sal-
picaduras de sangre, pero nunca fue encontrado el anciano ni su cuerpo.

Al tiempo que empezaron a escuchar extraños sonidos y una voz apagada
que parece que dice oraciones. Los sonidos son muy semejantes al que hacen
dos maderas pequeñas al ser pasadas de un lado a otro. En otras ocasiones, a la
pardeante oscuridad del ocaso, se ve una neblinosa figura en el portal, sentada
con algo que parece un libro en las manos, o cuando hay completo silencio, pa-
sos tímidos acompasados de un apoyo que recorren la casa.

PIEDRAS NEGRAS
Lilia Taboada

LOS SONIDOS DEL DEMONIO

lenos de ilusiones y esperanzas contrajeron matrimonio María y Juan Reta-

na, ella alegre emprendedora, llena del placer de vivir. El buen hombre, muy
apreciado y respetado por todos los que lo rodeaban. Ebanista de profesión, de
sus manos salían primores, así que gracias a su numerosa clientela, en muy po-
co tiempo pudieron adquirir un terreno de muy aceptables propiedades, en la
calle de Elpidio Barrera, casi a entroncar con la carretera al municipio de Gue-
rrero.

En la parte frontal, a pie de carretera, edificaron una bella casita, cómoda,
fresca y limpia. En la parte de atrás, en el fondo doña María, pidió a su esposo,
le construyera unos chiqueros para la cría y venta de marranitos. El maestro
Juan, siempre amoroso, accedió y no solo construyó las porquerizas, sino adqui-
rió un semental y marranas para iniciar la cría.

Inútil es repetir, que dado el carácter emprendedor y amable de doña Ma-
ría, al poco tiempo ya el negocio de los animales era un éxito. Ella dedicada su
tiempo al hermoseamiento de su hogar, ya plantado un rosal por aquí, otro por
allá, árboles para sombra, árboles frutales, y sobre todo el cuidado de su primo-
génito, que era alegría y el orgullo de su esposo,

Todo se desarrollaba plácida y tranquilamente, pero a poco que el niño
nació, se empezaron a percibir extraños fenómenos, algunas noches de gran
oscuridad, oscuridad completa que solo se observa fuera de las ciudades, se
veían pequeñas llamitas que brotaban del suelo y se elevaban ondulantes, a no
más de cincuenta centímetros, perdiéndose, esfumándose de pronto. Hay
quien escuchaba, entrada la tranquilidad del ocaso, susurros ininteligibles, vo-
ces apagadas e inclusive, sobre el polvo suelto en que convierte el sol de verano
la tierra norteña, huellas de pisada extrañas.

Una madrugada de un Verano agobiado, durante la canícula, estando en

Fog

à

reposo la familia Retana, doña Maria se sobresaltó al escuchar unos fuertes gru-
fiidos que creyó provenían de semental, que pudiera haberse salido de su tro-

ñ
chil porque alguien hubiere dejado mal cerrada la puerta. Al sentir tan cerca de
la casa los gruñidos y estando está muy cerca de la carretera, el marrano no
tendría nada que lo detuviera y se saldría, corriendo el peligro de perderse. Se
sentó a la orilla de la cama y procedió a ponerse rápidamente los zapatos para
salir a encerrar al animal. De pronto sintió una agobiante sensación de ser ob-
servada, volvió los ojos hacia la puerta, que se encontraba abierta dejando ver
la alambrera como único obstáculo a salvar para entrar a la casa; fijó la vista en
la alambrera y con grandes ojos llenos de terror, observó la figura de un hom-
bre que tenía abiertas las manos y colocaba las palmas sobre la alambrera, incli-
nado hacia adelante hasta casi tocar con la nariz la tela, un rostro de color inde-
finible, sobre la cabeza ancha y chata una cabellera larga de oscuros pelos en-
marañados, nariz ganchuda, enorme boca, por los labios entreabiertos asoma-
ban unos dientes amarillosos y largos son dejar de emitir largos, recios y roncos
gruñidos. Pero los ojos, que nunca olvidara doña María, encendidos como car-
bones, fijos sobre el niño que descansaba plácidamente,

Sin poder articular sonidos, solo acertó casi paralizada de miedo, a tomar
rápidamente al niño entre sus brazos y a tratar de despertar al maestro Juan
que rendido por la jornada diaria, dormía a pierna suelta. Cuando el hombre
por fin abrió los ojos, la horrible presencia ya había desaparecido.

Después de la escalofriante experiencia ya doña María no tenía paz, el
contento había huido de su lado y las horas del día estaba expectante en el cui-
dado del bebé. Al principio el maestro Juan no le dio gran importancia al asun-
to, aduciendo que era muy probable que su esposa todo lo hubiera soñado. Pe-
ro al ver que ella iba perdiendo la alegría que la caracterizaba, tuvo la determi-
nación de alejarse del lugar en dónde ella era tan poco feliz.

Adquirió una propiedad por la colonia Buena Vista, no tan grande en di-
mensiön como la que tenían, pero de muy buen tamaño, dado que no era una
colonia muy poblada.

A la mayor brevedad, se construyó un lindo chaletito de ladrillo, portal al
frente, amplio y bien ventilado. Doña María se sentía nuevamente llena de

à

brios y la sonrisa no se borraba de su bella cara morena. Sus grandes ojos ne-
gros recobraban la chispa de alegria con que ella coqueta los iluminaba. Se sen-
tía nuevamente libre y sin sobresalto.

Sin embargo, por la premura de salirse de la casa que tanto temor le cau-
saba, no se tuvo la precaución de bendecir la casa que iba a ser su nuevo hogar.
No transcurrió mucho tiempo, cuando el fenómeno se empezó a repetir, los
gruñidos se escuchaban apagados y lejanos,

El maestro Juan y doña María, acudieron a la iglesia de San Juan a consul-
tar al padre Gilberto, y después de oírlos pacientemente se ofreció a ir a bende-
cir su casa. Tomó en sus manos su libro de oraciones, hisopos y agua bendita, y
acompañado del matrimonio abandonó la iglesia para dirigirse al hogar de la
familia Retana.

Al llegar a ella ya se encontraban esperando los familiares más cercanos
de la pareja y el resto de la familia Retana, se procedió a la bendición. Y cuando
Dios entra todo el mal sale. Pararon gruñidos y sonidos por fin se vieron libera-
dos de aquellos que les quería dañar.

Desafortunadamente los que moren esa propiedad poseída, que aun a la
fecha permanece más tiempo desocupada que ocupada, pues dice, quien lo ha
vivido, que en el patio trasero, en noches sin luna, una mujeruca encorvada co-
mosiete, de risa cascada y silbante, canosa pelambre y escasa y pabiluda, ros-
tro arrugado como papel estrujado y hedionda a mugre, baila girando en un pe-
queño círculo; los que la han visto dicen que un aire gélido les enfrían la nuca,
les entumece el cuerpo y pone velocidad a sus pies. Al otro dia a la luz del sol,
puede observarse en el lugar donde vieron danzar a la bruja, la hierba aplastada
como si algo o alguien hubiera pasado repetidamente sobre ella, formando un
pequeño círculo.

PIEDRAS NEGRAS
Lilia Taboada

LA MISA PARA MAYRA

xiste en Piedras Negras lo que es hoy una vieja construcción fue en los años
50 y 60 hospital del IMSS, pero al ir pasando de manos, ha sido destinado a
diferente giros.

En el siglo pasado habitaba la familia González, habían llegado de Torreón
y se habían asentado desarrollando su oficio de comerciantes. Prósperos y adi-
nerados, agradables y generosos, fueron bien recibidos. Dos niñas, adolescen-
tes ambas, formaban parte de la familia. Mayra la mayor, alumna aventajada,
inocente, sencilla y sensata, era el orgullo de sus padres. La menor, chispeante,
alocada y romántica, entraba como torbellino a donde se paraba. Mayra y “la
Beba” causaban admiración por su belleza y la calle por donde vivian se encon-
traba muy frecuentada por galanes.

Todos los domingos, la familia entera concurría a misa del medio día en la
Iglesia de Guadalupe que celebraba Monseñor Jáuregui, después de comer, se
autorizaba a las jovencitas para ir con sus amigas al jardin. Don Alberto Gonzá-
lez era un hombre respetado y temido por el celo que manifestaba en el cuida-
do de sus hijas, así que las jovencitas se portaban recatadamente en esos pa-
seos, para no disgustar a su padre,

Llegó a la ciudad un joven apuesto y bien plantado, moreno, con grandes
bigotes que hacían contraste a unos ojos azul acerado, de mirada cálida e invi-
tadora. ¿Quién era este hombre? Se decía que venía del sur a iniciar un nego-
cio. Gastador y elegante tenía una hábil manera de atraer a la gente. Una blan-
ca y perenne sonrisa, levantaba incendios de amor en las jovencitas casaderas
que lo veían.

La Beba, paseando por el jardín conoció a Francisco de Córdoba. Sus ojos
se encontraron, y al romántico carácter de la joven, entró por anchas puertas el
caballerete, Buscaba encontrarse con ella como por casualidad, dirigiéndole

158

à

encendidas promesas con miradas lánguidas. La niña bien se guardaba de no
comentar nada en su casa, dado el carácter celoso de su padre. Pero a hurtadi-
llas y amparada por las sombras se encontraba con el galán a las orillas del río.
Para seducir a la joven no había estrella que no bajara Francisco, ni promesa
que no hiciera, Pero lo fácil causa tedio. Al poco tiempo el truhán ya estaba
nuevamente en pie de caza.

Una tarde Mayra acompañó a su señora madre a encargar una misa a las
Santas Ánimas del Purgatorio, por una merced que le habían dispensado. A la
salida del templo pasaba Francisco, cedió el paso caballerosamente a las damas
para que pudiera abordar su carro, y lanzó a Mayra una mirada larga y cálida
Así empezó el asedio a la plaza, envío de flores, notitas por medio de celestinas
que se prestaban a ello, atenciones y acercamientos a don Alberto con el pre-
texto de negocios. Labioso y enredador muy pronto conquistó el afecto y la
consideración del comerciante que lo empezó a invitar a su casa y lo hizo su
amigo personal.

Beba tornó su carácter, de ser persona alegre y locuaz, en taciturna y me-
lancólica, con lágrimas prontas en sus bellos ojos, grandes ojeras los circunda-
ban y la tristeza era su dueña. Parecía que lo único que le causaba placer era
malquistarse con su hermana e ir contra la autoridad de sus padres. Doña Elva a
fuerza de cariño logró arrancar a la Beba el motivo de su rebeldía. Grande fue
su consternación a la confesión de su hija. Como decir a don Alberto que su pe-
queña estaba embarazada y que terminantemente se negaba a decir el nombre
del pérfido abusador.

En el entorno, las apariencias reemplazan a la realidad, los secretos de
honor deben permanecer ocultos. La Sociedad perdona todo, menos el escán-
dalo. Se decide mandar a la deshonrante jovencita a un rancho por el rumbo de
Saltillo, para que por allá conciba y desaparezca la prueba de su pecado. Que-
dando el secreto del embarazo solamente en los padres y desconociendo total-
mente el nombre del causante de tan grande vergüenza.

Al cínico galancete le vino de perlas el alejamiento de Beba, porque eso le

daba oportunidad de acercarse a Mayra, que alentado por sus padres pronto
estableció un compromiso formal con Francisco. Que lejos estaba la fam

à

González de saber la gran desgracia que se cernía sobre ella.

Todo se encontraba ya preparado para la tan esperada boda. Como se
enteró la Beba de ello, eso nunca se sabrá. La víspera se presentó ante su her-
mana y frente a sus padres, pronuncio el nombre tan esperado. Al escucharlo
don Adalberto, enfurecido tomó un arma y salió en busca de Francisco para la-
var con sangre su honra, Pero nunca falta quien ande de oficioso y así el pillo
pudo poner los pies en polvorosa y desapareció,

Al día siguiente, la mañana de su boda, Mayra fue encontrada pálida e
inerme sobre su cama, se había suicidado dejando solo un recado en donde pe-
día una misa por la salvación de su alma. El recado no se encontró y se dijo que
Mayra había muerto del corazón. Los padres regresaron a Torreón y la Beba ya
en extrema gravidez, fue encontrada en la calle sin sentido y conducida al hos-
pital cercano, en donde falleció, Había cambiado tanto su apariencia que resul-
tó irreconocible y fue enterrada junto a su hijo nonato como desconocida en la
fosa común. Solo tenía en su mano fuertemente cerrada en el momento de ser
hallada con una nota que decía, “digan una misa por el descanso de mi alma”.

Pasaron los años, todo parecía haberse olvidado, pero en el hospital em-
pezaron a ver, no todos ni siempre, una blanca, lánguida y vaporosa mujer em-
barazada, que con voz queda trémula y suplicante, rogaba se hiciera una misa
para Mayra. Dicen que hasta hoy, aun en ciertas fechas, rompen la tranquilidad
de la noche sollozo apagados que provienen del caserón y se ve como entre
bruma, una figura que se pasea por el interior y se pierde en las sombras. Tran-
seúntes trasnochadores, han visto atravesar por los huecos de diferentes venta-
nas una sombra que emite largos y hondos suspiros.

VILLA DE FUENTE
Lilia Taboada

LA VENGANZA

Iba Cárdenas, de 18 años, larga y rizada cabellera castaña que dejaba al

viento, boca carnosa y ojos pizpiretos que dejaban adivinar promesas, de
curvas turgentes que asomaban generosamente de entre sus ropas, alegres,
cantadora y coqueta. Él Wilfredo Silva, vaquero de profesión, morocho, no muy
alto, tranquilo, de pocas palabras, a sus 30_años esperaba una esposa que le
diera familia y tranquilidad.

Decidieron radicar en Piedras Negras y se establecieron en lo que hoy se
llama Prolongación Juárez en Villa de Fuente, un poco antes de pasar los rieles
del ferrocarril. Al principio del matrimonio, todo era miel sobre hojuelas, nacie-
ron dos niñas, que llenaban de felicidad al matrimonio.

Sin embargo, algo empañaba su felicidad, fuera el carácter excesivamente
extrovertido de Elba, sea la inseguridad que sentía Wilfredo por la diferencia de
edades, él empezó a sentir los vanos fantasmas de los celos y los malos acuer-
dos que se toman oyéndolos. La razón se le nublaba y el entendimiento se le
oscurecía, cuando la veía reír y platicar con algún conocido.

La mayor de las niñas tenía 4 años y la pequeña 2 cuando Elba empezó a
tornarse mal humorada con las pequeñas y a tener continuas discusiones con
Wilfredo, por cualquier nadería dando un portazo salía de la casa para retornar
mucho tiempo después, y al preguntarle donde había estado, contestaba ama-
blemente que había ido a caminar para serenarse.

Cada vez las dificultades eran más grandes y más violentas y Elba le repro-
chaba que la tuviera muy abandonada, que no la comprendía, que ella era muy
joven para nada más estar encerrada y rompía en llanto. ¡Qué no hacía Wilfre-
do para consolarlai Se sentía culpable de la infelicidad de su esposa que él atri-
buía a la diferencia de edades.

à

No faltan almas caritativas, preocupadas del prójimo; alguien en algún
momento, le dijo a Wilfredo que debería de tener más cuidado con su esposa,
porque en cuanto el partía dejaba a las niñas solas y que ellas salían de la casa
agarraditas de la mano, caminaban hasta los rieles y luego retornaban hasta
que Elba regresaba muy entrada la tarde. Que si se lo decían era por su bien y el
de las niñas, porque les daba coraje que ella fuera tan ligera como el viento.

Empezó a vigilar todos sus movimientos, cualquier acción la consideraba
sospechosa y todo lo veían raro. Empezó a tener continuas y dolorosas vigilias,
enredado en mil perplejidades. Decidió decirle que iba a ir a Saltillo a un encar-
go que su patrón le había encomendado y que tardaría 2.0 3 días en volver.

Salió muy temprano y se quedó en las cercanías para poder observar los
movimientos de Elba. Ella se acicaló, se perfumé, y salió de la casa con rumbo
desconocido. Wilfredo regresó a su casa y comenzó a romper todo lo que a su
paso hallaba, al tirar una cajonera, de la parte de debajo de uno de los cajones
cayó un sobre que contenía unas hojas escritas con la caligrafía de Elba, al reco-
nocer la letra, abrió la carta y al leerla, su rostro se tornó lívido, los ojos se le
llenaron de lágrimas y la desesperanza le rompió el alma. Elba le escribía a un
tal Darío Trueba, diciéndole lo infeliz que era en su matrimonio, le reprochaba
su alejamiento y le confirmaba la paternidad de las dos niñas.

Cegado por el dolor, ciego de ira, tomó a las dos pequeñas, las subió a la
camioneta y se fue directamente a las vegas del río Bravo. Alli las llevó entre sus
brazos y se adentró en la corriente. Nadie los vio hundirse. Los cuerpos de las
niñas nunca fueron encontrados y el de Wilfredo fue hallado muchos días des-
pués, atorado entre la vegetación de la orilla, todos dieron por hecho que había
tratado de internarse a los Estados Unidos y perecido en el intento, y así los co-
municativos confidentes limpiaban su conciencia.

Aun a la fecha, en ciertos dias aún se ve a las dos niñas, que agarradas de
la mano, salen de un punto donde debió haber la construcción, llegan hasta los
fieles y sin cruzarlos tornan a su punto de partida.

25003

VILLA UNION
Juan Manuel Miranda Pacheco

EL SANTO NIÑO JESUS DE LOS PEYOTES

| Santo Niño de Jesús de Peyotes, es una imagen que es venerada desde

que fue establecida la Misión del Dulce Nombre de Jesús de los Peyotes,
llamada así por la imagen de un niño que fue traída desde España en el año de
1698, cuando que se fundó la misión por el reverendo padre fray Bartolomé
Adame, religioso franciscano europeo de la provincia de Jalisco, quien lo colocó
en ese sitio poniendo bajo su protección esa nueva población de indios que vo-
luntariamente, de acuerdo a las crónicas pidieron el bautismo. Entre varias na-
ciones o tribus de las que aquí se congregaron, la más numerosa fue la de los
indios sijames, que permanecieron siempre fieles y fueron los únicos que avisa-
ron procedieron con lealtad en la sublevación general que hubo de los indios
pacíficos de otras misiones.

Era la época de la evangelización de los indígenas que eran dueños de las
vastas extensiones de tierra, proceso que sirvió para que cambiaran su condi:
ción de nómadas a pobladores sedentarios fundadores de misiones, en torno a
las que se fueron formado los pueblos.

El nombre de Peyotes le fue dado por una planta así llamada, que abunda
en esa región, que es útil tanto para usos medicinales, como también es perni-
ciosa por los elementos alucinógenos que contiene, los grupos indígenas acos-
tumbraban sacar de ella un brebaje que los hacía muy activos y les daba forta-
leza, además los privaba del uso de la razón y juicio en sus mitotes y festivida-
des. De este cactus, el peyote, se obtiene la mescalina una droga alucinógena.

Cerca del lugar que ahora ocupa la población de Villa Unión, existe una
serie de elevaciones redondeadas de no más de 300 metros de alto, lugar que
es llamado el Lomerío de Peyotes, por la abundancia que en ese lugar hay del
peyote, allí nace y crece de manera natural.

à

El Santo Niño de Peyotes es una escultura tallada en madera de caoba de
fines del siglo XVII, su capa pictérica imita al marfil, esto indica que es una obra
típica dentro de la época virreina, es una imagen muy venerada por los habitan-
tes de ese lugar y miles de personas que viajan desde lejanos lugares para visi-
tarlo, pedirle favores o pedir salud, éxito o alivio y consuelo para sus penas,
ellos a cambio dejan como testimonio ofrendas personales, como las trenzas de
sus cabellos, fotos y cartas de agradecimiento, o bien le ofrecen caminatas des-
de la vecina población de Allende a su santuario, cuyo recorrido es de 18 kilé-
metros.

Cuenta la leyenda que en la iglesia de la Misión del Dulce Nombre de Je-
sús de los Peyotes, estaba la estatuilla en un nicho, de donde desaparecía y
después ser encontrada de pie; habiéndose repetido este hecho varias veces,
entendieron los frailes que era voluntad divina que se le hiciera una iglesia en
este lugar. Actualmente el nicho existe a un lado del santuario del Santo Niño.

El 25 de diciembre de 1900, el templo sufrió un incendio devastador y el
Santo Niño fue rescatado del fuego en perfectas condiciones. Después de que
se han realizado diferentes modificaciones en diferente época, en la actualidad
el templo es una edificación de piedra y está formada por dos cuerpos y una
torre que aloja las campanas, rematando su cúpula con una cruz. Existe sobre
ese mismo lugar, un secreto a voces entre los habitantes del pueblo, que ha-
blan de la existencia de un túnel en el interior de esa edificación.

ZARAGOZA
Jesús López Cisneros

ALUCINACIÓN

S: solicita la colaboración de una persona que posea una cámara Kilian. Si,
de esas que tienen la cualidad de fotografiar vibraciones o el espectro de
cosas que fueron y dejaron su imagen plasmada en el espacio que ocuparon en
el pasado lejano o reciente.

Para muchos esto les parecerá una locura, pero no, en este tiempo esto ya es
posible. Lo anterior viene a colación por un caso que sucedió recientemente en
Zaragoza en el que fue protagonista un frondoso y cementerio árbol de la varie-
dad del encino, que como un monumento se erguía solitario en un pequeño
llano situado en la confluencia de un camino que conduce a Puertas Coloradas y
una acequia regadora del Agua de Olivares.

Pues bien, este encino desapareció una noche y al inquirir la causa solo
encontraron un pozo enorme por donde se hundió en la tierra sin quedar nada
a la vista, por lo que se infiere que este abismo no tiene fondo, pero si tiene re-
lación con algo que nos sucedió hace ya varios años en este mismo lugar; hecho
que no tiene explicación normal porque sería semejante a un sueño o a una vi-
sión por el calor.

La historia es esta: yo en aquel tiempo fabricaba con lámina algunas cosas
y el señor David Dovalina me encargó un canal bebedero para gallinas, era para
una granja que tenía cerca de Puertas Colorada. Una vez que estuvo terminado
le avisé para que pasara a recogerlo, cuando llegó lo acomodamos por seccio-
nes en su troca, Rogelio mi hijo mayor, que apenas era un niño, y yo nos aco-
modamos con rumbo a Santa Fe, por la carretera a Morelos. Llegamos al letrero

à

que dice Puertas Coloradas y alli abandonamos la carretera. Serian las once de
la mañana cuando llegamos a una acequia con agua y sin puente, con una cerca
de alambre que corre paralela a la acequia y al cruzarla ahí estaba en el mismo
llano del cuento, la blanca y reluciente capilla de mármol más hermosa que he-
mos visto en la vida, con sus puertas y ventanas abiertas, toda llena de luz.
pero vacía sin muebles y sin altares, con dos torrecillas al frente también de
mármol blanco y en su jardin dos pequeños cipreses franceses.

Fue un regalo a la vista que no volvimos a ver en el regreso, porque en su
lugar solo hallamos unos mezquites raquíticos en el mismo llano. Nos detuvi-
mos y caminamos sobre el lugar sin encontrar nada. David solo se rió y nos dijo:
“yo paso por aquí todos los días y ni siquiera he visto un jacalito”. Y pensar que
estaba solo a veinte metros de distancia del camino y como a un kilómetro de
distancia de la carretera

ZARAGOZA
José Alberto Galindo Galindo

ANTONIO SANTOS “EL BANDOLERO”

n cuanto, en dónde habia nacido, como es natural ahora nadie lo reclama, y

lo que no es novedad es que su acta se hubiera perdido como todo lo de-
mas que quemó la Revolución; no mucho se sabe cuándo no se quiere recordar,
aunque sí es el lugar la ciudad de Zaragoza, ahí mecieron su cuna y los Santos
son de por ahí, si el día se ha perdido al año pudo haber sido 1889 o por ahí,
aunque a veces la historia ocurre. después de quien lo haya leído y puede un
dato tener, esperemos que así sea, y esto se llegará a esclarecer, para el caso es
lo mismo pues, para más mal que bien, aquí nació “el Bandido”

Y así fue, para mal sino de los demás, Antonio de joven, con el revuelo y
alboroto de la Revolución se da de alta, se incorpora al movimiento, aunque no
sé de qué o de cuántos méritos o privilegios se requerían para obtener un grado
militar, lo cierto es que apenas empieza y ya ostentaba el grado de coronel, y
no sería el único de Zaragoza con la misma suerte pues casi al mismo tiempo su
primo Dolores Torres amanece con el mismo grado de coronel, ambos eran por
lo pronto de filiación Carrancista y militaban bajo las órdenes del general Pablo
González, muchos otros de aquí mismo, quizás sin saber se unirian a su tropa,
por llamar de algún modo aquel puñado de hombres que los jalaba una aventu-
ra que se llamaba “Revolución”... Zaragoza dio muchos militares, generales y
mayores pero esta historia no trata de ellos y más merecen una página de oro
que aparecer en esta historia que está manchada de sangre, la Revolución tenía
una causa que sien el camino se perdió, no fueron culpables todos...

Era audaz y atrevido querido entre las mujeres y temido por los hombres,
que eso se entiende, buen caballo, pistola, carabina, despego por la vida, de
palabra fácil, medio bien vestido, coronel y buen “Bandido”, era la época de los
romanceros bandidezcos de los corridos, de los que dormían de día y asaltaban
por la noche, nunca en el mismo lecho, más bien sin techo, a la luz oscura de las
estrellas que siempre engañan, trastocado las figuras, pero ellos que bien se las

à

sabían y de eso se aprovechaban, como se puede atrapar a alguien que vive
pensando en el mal por quien vive en el bien, “la lumbre se apaga con lumbre”.

De entre sus fechorías se cuentan asaltos, robos y asesinatos, toda una
ficha y perseguido pero sin ganas de alcanzarlo, si acaso, era él quien los alcan-
zaba.

Eran los tiempos que el dar la hora era un lujo y en otros ahi rayaba su
desgracia, pues no era difícil adivinar que si alguien sabía que día sería el últi-
mo, eran ellos los bandidos.

Antonio tiene ganas de pegarle al tren, me lo ha dicho varias veces, pero
como le llega si el “Pagador” siempre viene requetebien vigilado, pos no sé, pe-
ro tú Mariano y yo vamos en la bola y ni como rajarnos, al menos que ya te
quieras pelar pa'l infierno, po's no pero, sssh ahí viene - ¿qui'ubo peladitos ya
están listos?

El tren que robaron no era “el Pagador”, había sido una locura, una forma
de molestar, de probar lo que podían hacer si se lo proponían, aquel vagón del
tren llevaba pianos de marca alemana muy finos, 11 pianos, robarlos, bajarlos,
cargarlos en carretas, huir, esconderlos y después venderlos, ¡vaya hazaña!
Aunque solo fuesen pianos, para alguien eran su tesoro, y ¿qué autoridades ha-
bia que un robo que se lleva tanto tiempo en realizar no se dieran cuenta? Y no
es ni cuento, en Zaragoza aún existe uno de esos pianos, de los otros se decían
que los dejaron escondidos en una cueva por el río San Rodrigo, misma que era
la guarida de Antonio Santos, ahí se cuenta que llevaban un músico de Piedras
Negras vendado de los ojos para que le tocara, otros día lo regresaban, él era
quien contaba de la cueva y que vio los pianos. Otro de los pianos lo tuvo el
bandido en su casa, bajando la calle de las Lilas rumbo al río, esa casa allá por
los treintas llegó a ser cantina con mujeres alegres, por el ruido que de ahí pro-
venía le llamaban “el zumbido”.

De sus fechorías, ciertas o no, producto de la imaginación, creación de la
mala fama, pleitos, robo de ganado, ultrajes, abusos de su autoridad como co-
ronel que ya ni era, agregar a esto el más grave, el de asesino, y esta es la histo-
ría contada y vuelta a contar...

Sucedió cerca de la hacienda de San Fernando un día de labores como

à

tantos otros, cuando a lo mejor por un camino solitario venia sin prisa un sefior
montado a caballo, con su hijito de siete años montado en ancas, venía tranqui-
lamente, sin prisa, disfrutándose hijo y padre, se divisaba la puerta cortada por
la sombra que dividía la hacienda de San Fernando con la de la Esmeralda, al
llegar a ella, como de entre la nada, tapado por la luz del sol que daba de frente
y encandilaba igual que tapa la oscuridad de la noche, apareció Antonio acom-
pañado de varios hombres, y el motivo, según cuentan, no era suficiente para el
precio que cobraba, pero lo cobraba, “un Bandido” desalmado, aparecieron las
palabras, se acabaron los qui‘ubos, las calentó el sol, subieron de tono, aquel
hombre por valiente que fuese, andaba solo, ¿qué puede hacer un niño?, y me-
nos cuando se encuentra ante el oculto libro del destino y de hombres despia-
dados, de esto al crimen anticipado, todo pasó en unos instantes, se ensañaron
con él, le cortaron la palma de los pies y lo hicieron que caminar sobre ramas y
espinas, lo torturaron hasta que ya desfallecido, sangrante, “el Bandido” sacó
su reata ajustando un nudo y la paso inmisericorde por el cuello de aquel infeliz
ajustándola con fuerza, como si fuerza le quedara para soltarse, sin detenerse
un instante, como con prisa de cometer aquel pecado, aventó la punta por enci-
ma del travesaño que estaba sobre la puerta, le estiró hasta que el cuerpo se
elevó del suelo, y la amarrö de la cerca dejándolo colgado, ahora sí, sin valor de
voltear a verlo, a él mismo la sangre le había huido de su rostro, es el defecto
del cobarde.

Entre la confusión hienesca, el niño asustado pero sin perder tiempo,
guiado por el instinto y de algún ángel, logró huir en el caballo galopando hasta
la hacienda -jestän matando a papá! ¡Están matando a papäl, llegó gritando
ahogándose en sollozos; peones, mozos, caporales, mujeres, todos corrieron a
su encuentro y la indignación crecía a la par con el relato, conocían de sobra la
maldad que encerraba el corazón de Antonio Santos.

Sin embargo en aquel tiempo la justicia humana no pudo hacer nada, fal-
taban elementos, la Revolución los había hecho fríos ante la muerte siempre
que fuera ajena y aquel asesino siguió libre y seguramente haciendo de las su-
yas, mediando tan solo el tiempo que ablanda al hombre con su paso, cuando
se pierden las fuerzas aparece el arrepentimiento.

En el corazón inocente de aquel pequeño se plantó la semilla del odio y de

Folk

à

la venganza, ese sentimiento que no se apaga, que se arrastra hasta después de
ser logrado, que duele por siempre porque no cura, ni alivia, ni se alcanza; su-
cede pero no logra, no llega al alma del vengador que vive con esa sombra, que
si acaso conforma al pueblo y se convierte en leyenda, en historia,

Los años anduvieron y con todo el dolor que se arrastra sin padre, aquel
niño se convirtió en hombre, Mediaban dos décadas desde aquel trágico día,
nunca había perdido la huella ni desconocido el paradero del asesino de su pa-
dre, para él los días tenían exactamente 24 horas, las esperas siempre son lar-
gas, tomó su pistola y la cargó minuciosamente, se la puso al cinto y desde Zara-
goza se dirigió a la ciudad texana de Del Rio, en donde ya viejo, cansado y enfer-
mo vivía Antonio Santos “el Bandido”.

Muy de madrugada se puso en camino, al pasar por San Fernando se de-
tuvo donde estuvo la puerta que él mismo de joven, había tumbado tratando
de borrar al testigo inerte de aquella infamia, y le rezó a su padre y también a
su alma.

Cruzó rancherías, ríos, arroyos y al fin, como a las diez de la mañana, divi-
só el Puente Internacional llamado entonces “Puente de las Vacas” o “Paso de
las Vacas”. Como si algún ángel extraño lo llevara de la mano, no tardó mucho
en saber en dónde estaba, Unos amigos le informaron que ciertamente lo aca-
baban de ver entrar a cierta peluquería, dándole las señas de cómo llegar.

Esa misma mañana ya habían puesto sobre aviso a “el Bandido”, cuidado
Antonio por ahí anda un muchacho preguntando por ti, ¡bah!, pues que me siga
buscando, que tanto pueda querer que no le pueda dar, dijo con desdén.

Así acariciando su arma, lentamente encaminó sus pasos hacia aquella
peluquería, palpando el momento, para él tan esperado. Cuando entró, Antonio
pudo ver el rostro en aquel muchacho el del padre; después de las primeras pa-
labras y como antesala de la muerte se hizo un silencio tan denso que hubiera
podido tajarse con un cuchillo, un silencio arrebatado por seis tiros de pistola, la
última visión de Antonio habían sido el hueco del cañón y la llama viva de los
ojos de aquel muchacho que vengaba la muerte de su padre...

Esta Historia leyenda de mi pueblo no termina con las doce campanadas
que dieron en la Iglesia de Guadalupe, en el barrio de San Felipe del Río, ni con

Trost

à

la muerte de un carrancista, de un revolucionario, de un ladrón, de un asesino;
sino que trasciende los mismos umbrales de lo desconocido, se trata de una
confesión tomada de un libro que por ahora omitiré el nombre del mismo, esto
quedará a manera de epílogo, son palabras del mismo Antonio dictadas desde
el más allá, donde el tiempo de detiene.
Queridos míos:
El que a hierro mata a hierro muere. Esta es una suprema verdad; no olvi-
do lo que fui ayer y sé lo que hoy soy. Ayer cobarde y malvado, hoy tímido,
sufro el pecado abrumador, terrible, de una falta que se ha convertido en
una maldición que degenera a mi espíritu.
Maté, maté sin piedad, sin pensar que desalojaba la felicidad de un hogar
y ultrajaba el honor y el orgullo de los que mañana, convirtiéndose en ven
gadores, escupirian toda la furia de su alma en el monstruo desolador,
destructor de su sonriente felicidad, en la frente del bárbaro, que sin hacer
eco de las leyes de amor que deberán unirnos en la tierra, ¡había muerto
su padre!
¡Santo Dios! ¡Era justo! Alguien debería llorar la ausencia, alguien dejaría
en temprana edad de llamarme padre, para decir cadáver; aquel adagio
negro y verdadero tendría en mí su cumplimiento.
Las brumas de una tenebrosa noche cayeron congelantes sobre mi espíritu
y anidan aún en mí. ¿Se romperá la gruesa cadena de mis sufrimientos?
Orad por mi.
Antonio Santos

Repito; cada espiritu se identifica en si mismo y se lleva consigo lo que en
el mundo fue.

Arrepiéntete de la maldad, ódiala y después de estudiar estas comunica-
ciones, predica a los hombres sobre el mandamiento del amor y envía desde tu
alma una oración en favor del espíritu de Antonio.

ZARAGOZA
Romeo Saucedo Luna

CAVANDO EN EL CAMINO

n Zaragoza circula una historia que habla de este suceso extraño ocurrido

hace años en la carretera que comunica a esta ciudad con la de Morelos y
Allende del estado de Coahuila, se comenta que en la casa de una familia zara-
gocense el abuelo sufría de una enfermedad que lo mantenía postrado en ca-
ma, una cálida noche en un fin de semana su padecimiento se agravó, razón
por La que decidieron llevarlo urgentemente al hospital más cercano, que se
localiza en la vecina ciudad de Allende, ante esa situación realizaron el traslado
del abuelo ya adentrada la noche en un automóvil en el que se dirigieron hacia
el hospital por la carretera de Zaragoza a Morelos, acompañaban al enfermo en
el vehículo tres de sus familiares, todos mayores de edad; el conductor atento
al camino y tomando las precauciones necesarias era acompañado en la parte
delantera de carro por una familiar.

Platican que cuando pasaban por el lugar llamado Santa Fe, la mujer y el
conductor pudieron ver cerca de los portones de entrada a ese lugar, a un se-
for que hincado parecía que estuviera cavando en la tierra, extrafiados comen-
taron entre ellos esa situación ya que eran las tres de la mañana, sintiendo al
momento de alejarse del lugar un escalofrío en el cuerpo que les erizó la piel.

Por fin llegaron al hospital en donde el abuelo fue atendido y debido a lo
delicado de su salud, los médicos decidieron que permanecería internado para
observación y que el personal médico vigilara su estado. Por esa razón se que-
daran en el lugar, en espera de la evolución médica del abuelo; estando en la
sala de espera comentaron la extraña imagen del señor que habían visto cavan-
do en la tierra a un lado de la carretera, al escuchar eso la hija del paciente que
por haber ido en la parte trasera del vehículo cuidando del abuelo no lo vio, les
comentó que en ese mismo sitio, en el Santa Fe, en donde lo habían visto a ese
señor, hace años un maestro atropelló y dio muerte a una persona que cami

3

à

naba con su hijo y desde ese entonces es mucha la gente que dice haber visto
por la noche a un señor caminando con un niño o escarbando en la tierra,

Intrigados por los comentarios, en la tarde cuando pudieron regresar a
Zaragoza, pararon en el lugar en donde vieron al señor para revisar si había se-
ales de que hubieran hecho alguna excavación recientemente, para su mayor
sorpresa se dieron cuenta de que no exista ninguna huella de hubieran cavado
ali.

ZARAGOZA
Jesús López Cisneros

COLÁS

Te los días a las 9 de la mañana salía de su casa, según él a trabajar. Su
trabajo consistía en tocar un acordeón por lo que cobraba diez centavos
por pieza. Siempre traía consigo una copalita de coñac, entre pieza y pieza se
echaba su farolazo, sus lugares de trabajo eran las cantinas y a veces en una
banca de la plaza, ahí daba su concierto. La gente lo consentía porque además
contaba historias y chistes y también información.

Se llamaba Nicolás pero todos le decían Colds. Vivía solo en un jacalito he-
cho de caña. No tenía familia y nadie supo nunca de dónde llegó, pero él se ves-
tía elegante y con corbata. Jamás se le oyó maldecir ni quejarse de algo y así
como vino, así se fue, en el más absoluto misterio sin despedirse de nadie.

¿Quién vino por él?, ¿quién se lo llevó? Porque además Colds estaba com-
pletamente ciego. Era común verlo blandiendo su bastón y avanzar rápidamen-
te con su acordeón en bandolera y al mismo tiempo, con el bastón defenderse
de los perros que lo perseguían.

ZARAGOZA
Jesús López Cisneros

EL SEÑOR DE LOS BURRITOS

Ilé en el patio de aquella casa había una higuera como un dosel; ahí vivió

bajo su sombra una familia que ya no es. Todos murieron uno por uno,
todos se fueron para no volver; de fatiga, ella de angustia, ellos de miedo, de
hambre y sed.

Los recuerdos con mucha pena porque su vida no pudo ser más desgracia-
da. Mucha pobreza y tanta tristeza no puede haber, Llegaron de muy lejos en
un carretón que tiraban dos burritos, más otro burrito que iba detrás acompa-
ñando de un perro muy flaco.

Llegaron de noche y acamparon en un terreno baldío que está frente a
nuestra casa y que es propiedad de mi papá. Al amanecer nos encontramos con
esa novedad; el sol comenzó a calentar y ellos estaban a cielo abierto sin ningu-
na protección. Mi mamá y mis hermanos llevaron comida y agua.

Como en el fondo de ese terreno había una acequia por la que corría agua
y en sus orillas había árboles, entre ellos destacaba una enorme higuera. A mi
mamá se le ocurrió que ahí podían los forasteros protegerse del sol mientras
conseguían algo mejor. Para referirnos a ellos, comenzamos a decirle El señor
de los burritos, y así se les quedó.

Mi madre se encargó de convencer a mi padre para que los dejara insta-
larse bajo la sombra de la higuera. Eran cinco por todos: el papá: don Manueli-
to, la mamá doña Teresa, una niña de 8 años y dos niños Juan y José de 6 y 4
años. La niña se llamaba Gabriela; ellos nunca nos pidieron algo a pesar de que
carecían de todo. Yo diría que eran orgullosos si no hubieran sido tan amables.

Desde la ventana de mi dormitorio yo los veía trajinando haciendo no sé
qué cosa, desde el amanecer hasta por la noche en que todo quedaba en silen-
cio y en paz, alumbrados solamente por el débil resplandor de una lámpara de

à

petréleo que colgaba de una rama de la higuera que se maneaba por el viento
produciendo sombras que semejaban fantasmas y hacían que mi fantasía se
desbocara. Mi madre les regalo ropa y algunos cobertores tratando de hacer su
vida más agradable.

Mi padre empleó en su rancho a don Manuel, pero seria por el hambre o
por la debilidad que él no pudo desempeñar ningún trabajo pues se desmayaba
con el menor esfuerzo.

Así fue que comenzó a reparar zapatos, llevando y trayendo por las casas
a reparar. Y por un tiempo parecía que su vida cambiaba y hasta hablaron de
conseguir una cabaña. Pero hay gente a las que el destino les cierra todas las
salidas y esta gente era una de esas.

Una noche que contentos se disponían a celebrar, hicieron una cena con
panes de maíz y carne asada que alguien les regalo. El olor característico de es-
te manjar al cocinarlo me hizo pensar que estaban de fiesta y me sentí feliz por
ellos. Así pensando en mis vecinos, me dormí. Tranquila toda la noche, soñé
bonito, hasta que mi madre me vino a despertar y a darme la triste noticia: Jo-
sé, el más chiquito de los niños estaba muerto. Rápido salte de la cama y me
puse encima una bata, llame a mamá y no me contestó, corrí hacia la puerta y
vi que todos, inclusive mi padre, estaban reunidos bajo la higuera. Ansioso y
llorando llegue hasta ellos, solo para comprobar que en efecto el niño había
muerto durante la noche, víctima al parecer de una congestión, pues tenía su
boquita repleta de comida.

Mi padre se hizo cargo de todo lo relacionado con el funeral menos el
transporte del cuerpo al camposanto, pues don Manuel que ya se sentía mejor,
insistió en ser el quién llevara a su hijo en el último viaje, en un carretón; y a:
se hizo, siendo acompañado por el perro, su familia y algunos vecinos que a pie
caminaron detrás del cotejo, más por curiosidad que por sentimiento, pues co-
ri un rumor salido no sé dónde, de que el señor de los burritos era en realidad
un fugitivo o un ladrón que se había robado una mujer y joyas, que aunque fue
detenido para investigarlo, nadie se presentó a acusarlo ni la autoridad le pudo
comprobar nada, por lo que fue liberado y viendo su extrema pobreza las auto-

à

ridades le ayudaron con algunos trastos de cocina y una casita de lona con el
permiso de mi padre se instaló junto a la higuera.

Y el tiempo pasó; ellos hicieron de la higuera su hogar y solamente cuan-
do llovía o hacía frío, se metían bajo la lona como último recurso. Él siguió con
sus zapatos y con su miedo, ella con su altivez y orgullo, que nosotros acepta-
‘mos como dignidad en su pobreza,

Un día el señor no se puedo levantar de su petate; mucha debilidad y do-
lor se lo impedían y si ya ganaba poco, ahora tirado, no ganaba nada. Su situa-
ción se tornó más dificil

Ella depuso su altivez y aceptó con dignidad la situación, y sin pedir la
ayuda que generosamente mí madre le brindaba .

Y así siguieron, cayendo y levantándose, haciendo suyo el adagio que di
ce: si el hambre me tunba el orgullo me levanta, pero el orgullo no pudo levan-
tar al señor de los Burritos que se hundía más y más en la inconciencia, en ese
sopor denso y frió que es la antesala de la muerte.

Una noche que se sentía morir, vino doña Teresa a pedir a mis padres que
por favor le hicieran una visita a su esposo, que estaba muy grave y quería pla-
ticar con ellos, según él, de algo importante. Nunca supe que platicaron, pero a
partir de esa noche hubo cambios muy notables, como el de los burritos que
fueron a parar a la pasta grande del rancho, dizque porque no había quien los
atendiera y podían morir de hambre y ahora a mi padre le pusimos El Señor de
los Burritos, aunque se defiende diciendo que no son de él, que solo los tiene
encargados mientras que el dueño se repone, pero nosotros sabemos que eso
ya noes posible, que solamente un milagro puede salvarlo.

Otro cambio fue el del carretón, que ahora está bajo techo en el galpón
del corral. Algo muy de platicar es que doña Teresa aceptó venir en el día a ayu-
dar a mi mamá con unas costuras, se divierten platicando en el portal y le ayu-
da a cocinar. Doña Teresa quiere tanto al carretón que todos las tardes antes
de irse a su casita de lona pide permiso para ir al corral a ver el mueble, lo revi-
sa, lo acaricia y le habla como si estuviera vivo; a veces pienso que esta mujer
está loca de tanto sufrimiento, la compadezco y la justifico, Ella se despide del

ia

carretén prometiéndole venir a verlo mafiana y se marcha con la cena para los
suyos.

El señor ya casi no come y está cada día más débil; para esta pobre familia
su horizonte se cierra cada vez más. Hoy por la mañana, doña Teresa le platicé
a mamá que unos hombres asustaron a la niña, que se la iban a robar, solo que
despertó y pudo gritar, dejándola tirada fuera de la lona. Mi madre le propuso
que vinieran a. vivir a la casa pero doña Teresa no aceptó, alegando que no
quería dar tantas molestias, y el asunto se olvidó, aunque la niña seguía asusta-
da y no podía dormir por las noches por el miedo que sentía, pero a pesar de
todo siguieron ahi bajo la higuera hasta que un dia don Manuel se murió, mien-
tras una violenta tormenta se abatía sobre la Tierra.

A través de los cristales de mi ventana vi como doña Teresa corría entre la
lluvia con rumbo a la higuera para proteger a sus hijos; vi como la casita de lona
volaba por el viento junto con árboles destrozados por la furia del tornado y
después todo se borró; solo se veía agua y más agua que golpeaba la ventana.

Llegó la noche y con ella la incertidumbre de la desgracia de aquellos se-
res indefensos por los que yo estaba llorando y no podía más que pedir a Dios
protección en su infortunio. Me dormí a pesar del ruido de los relámpagos.
Cuando desperté por la mañana corrí a la ventana; ya no llovía pero ¡Dios
Santo! no había árboles ni casita de lona; la higuera tampoco estaba, ahí solo
era una llanura cubierta de agua furiosa que arrastraba consigo árboles y algu-
nos animales muertos rumbo al río.

Hace ya diez días que dejó de llover y la tierra aun es puro lodo, unos
hombres con máquinas grandes buscan, aunque sin éxito, cadáveres humanos;
dicen que no hay, que se fueron por el río, que solo encontraron a una mujer
viva abrazada de un peñasco, que está loca, dice incoherencias y pregunta por
su marido, por sus dos hijos y está en un hospital.

Por los datos, mi madre dice que es doña Teresa y por la tarde mi madre y
mi padre irán a buscarla con las autoridades que se hicieron cargo de ella, por-
que siendo una desconocida para los demás solo ellos podrán recogerla. Estoy
ansioso por saber si es doña Teresa para conocer por fin que secretos encierra
en su vida y la de don Manuel.

à

Han pasado seis dias desde que mis padres fueron al hospital y compro-
baron que si es doña Teresa, pero ella no los reconoció. Después de otros st
días por fin recobra la memoria y preguntó por ellos. Y es por eso que están
aquí dos señoras enviadas del hospital, para pedir que pasen por ella, Mientras
mi padre, que ahora es el Señor de los Burritos se fue al rancho a pedir que los
busquen, pues después de la tormenta no los han visto y temen lo peor. La se-
fora ya está en casa, agobiada por la pena de haber perdido a todos sus seres
queridos en una sola noche. Llora a cada momento y solo se consuela con el
carretón, con el cual se pasa horas revisándolo.

Platica mucho con mi mamá y en confianza le dijo que no se llamaba Te-
resa que su verdadero nombre es Elena Yaraví y que antes de fugarse con don
Manuel, que era un chofer de su papá, vivían en Salamanca, Guanajuato,

Diez años tenían de haberse fugado con todo y una vagoneta, la que se
les desbieló en General Cepeda, un pueblo del estado de Coahuila, donde nació
la niña. Ahí cambiaron la vagoneta por un exprés y una mula. En ese lugar tam-
bien, estuvieron a punto de cortarles la fuga y se ocultaron en una rancheria
cercana a Lamadrid donde vivieron algunos años.

Ahí nació Juan y después decidieron seguir al norte, pues su meta era la
Unión Americana, donde ya los esperaban los padres de Manuel. Nunca usaron
transportes públicos por miedo a ser apresados, pues en su fuga ella se llevó
una fortuna en joyas y monedas de oro, propiedad de sus padres y sus demás
hermanos la reclamaban.

En Celemania nació José y ahí también les robaron la mula, viéndose obli-
gados a vender el exprés y a comprar un carretón y unos burros, siendo por eso
que llegaron aqui en esas condiciones. Lo extraño del carretón es que tenía dos
ejes, uno de hierro y otro falso de madera como un adorno, -luego dicen que
las mujeres son débiles-. Diez años se tardaron para llegar hasta aquí; diez años
luchando contra la mala suerte, para venir a perderlo todo en una noche.

Aquí en Zaragoza, Coahuila, estos hechos fueron en parte verídicos y su-
cedieron en una casa que ya no existe, pero estuvo justo donde están ahora las
bombas del agua potable, a orillas de la acequia del vallado, por donde salía el
camino que en aquel tiempo conducía a la viña.

Zul

à

A esta sefiora, dofia Elena Ygarabi vinieron sus padres a recogerla desde
Salamanca Guanajuato y así recuperaron toda la fortuna que su hija les había
robado y que estaba oculta en el eje falso del carretón que ella tanto cuidaba.

A orillas de la acequia del vallado estuvo la higuera bajo la cual vivió con
su marido y su hijos. De su recuerdo solo quedó un collar de perlas que a mi
madre le regalaron cuando se fueron.

ZARAGOZA
Jesús López Cisneros

LA AZUCENA

E n las estribaciones de la Serranía del Burro, en la parte correspondiente al
estado de Coahuila, cabalga un solitario jinete. Lo acompaña su perro, hijo
de lobo norteño. Ambos, perro y jinete, tienen en su actitud la garra, la paz y la
seguridad de los que están acostumbrados a vivir en esta soledad aparente.

Avanzan siguiendo un curso de agua, que discurre entre barrancas, peñas
y desfiladeros. No tienen prisa por llegar a algún lado. El sol proyecta hacia ari:
ba sus luminosos rayos, que mezclados con la sombra de la montaña, se va vol-
viendo penumbra,

La noche se viene encima y él busca un lugar apropiado para pasar la no-
che. Desmonta y enciende una pequeña fogata donde prepa café, asa carne
para él y para el perro y junta leña para mantener la fogata toda la noche si es
necesario. Después de cenar prepara su rifle, un 410 recortado; lo abraza con
las piernas atravesado y se dispone a dormir con el perro lobo siempre alerta.
Solo se escucha el ruido del agua entre las peñas el maullido lejano de los rinte-
les o las onzas reales. No puede dormir y piensa recordando que hace ya varios
días que cabalga por la serranía.

Ha sido comisionado para investigar algo que no tiene explicación normal
y que ha sido reportado por los trabajadores del rancho La Azucena. Esta re-
gión no tiene caminos, solo veredas, pero se ha perdido ganado y han sido avis-
tadas por las noches luces muy poderosas recorriendo el monte, pero no dejan
huellas.

Confundido ya no quiso pensar y se quedó dormido. Despertó deslumbra-
do por una luz intensa que iluminaba el monte, y alcanzó a ver desde ahi una
laguna que formaban las aguas del arroyo salvaje que venía siguiendo. En sus
orillas, unos hombres armados con sierras de esas que sirven para cortar árbo-
les, cortaban vacas vivas y las empacaban en cajas especiales que ahí estaban

ia

apiladas. Asombrado buscaba alguna nave o camión pero no vio nada. En me-
nos de una hora empacaron todas aquellas vacas y se fueron... pero ¿en
qué? Él solo vio que las apilaban y se apagó la luz. Todo quedó en silencio. En-
tonces él despertó como de un sueño y pidió el auxilio del ejército y policías
especiales a los que llamó con su poderoso aparato de comunicación, los que
acudieron en helicópteros. Ese mismo día lograron detener a dos jovencitos
con armamento de alto poder, que dijeron eran cazadores deportistas. Se iden-
tificaron plenamente pero no pudieron explicar porque tenían tanta carne de
vaca y por eso fueron arrestados, por matar a una vaca.

Su testimonio o aseveración de lo que vio la noche anterior no pudo ser
comprobado, porque no encontraron sangre de las vacas que el vio sacrificar
de manera tan cruel, aserrándolas vivas. Tampoco encontraron pisadas huma-
nas, ni de animales, ni marcas de llantas, ni nada que pareciera sospechoso.
Bueno ni la hierba estaba marchita o aplastada por mal trato. Confundidos se
limitaron a tomar fotografías de la laguna y la hondonada situada al pie de la
montaña, tomando como fondo la misma montaña que le dicen del Burro.

Los helicópteros se elevaron volando rumbo a ciudad Acuña, llevando
consigo las fotografías como única prueba testimonial y a los dos jovencitos
arrestados por matar a una vaca.

El policía rural y su perro siguieron su vida habitual, vigilando el monte,
Los jóvenes fueron liberados por una dama que vino de Chihuahua piloteando
su propio avión y se llevó consigo a los muchachos, cumpliendo con todo lo que
le pidieron y ostentándose como representante de una compañía dueña de La
Azucena, predio en el que está enclavada y forma parte la laguna en cuestión.

El tiempo pasó y no se pudo resolver el misterio. Hoy aquel policía rural
es el jefe del destacamento que vigila día y noche las estribaciones de la sierra.
En su oficina destaca una fotografía ampliada en la que aparecen tres platillos
voladores u ovnis alineados en tierra, perfectamente estacionados en la orilla
de la laguna. Invisibles para el ojo humano, pero no para la cámara fotográfica
que los captura con su lente para rayos infrarrojos.

Esto provocó que el gobierno federal se hiciera cargo del caso y mandara
gente preparada para efectuar un contacto con estos seres misteriosos y al

ey

à

mismo tiempo un campamento militar que patrulla la región hasta el Río Bravo.
Pero hasta ahora solamente sus luces potentísimas es lo único que por las no-
ches se dejan ver, bajando o subiendo la sierra.

¿En dónde se meten”, ¿Hasta dónde se van?, ¿Para qué se llevaron las
vacas cortadas?, ¿Quiénes son ellos?, ¿De qué viven? Son muchas preguntas...
a ver quién las contesta.

ZARAGOZA
Jesús López Cisneros

LA MUÑECA CLONADA

omienza a oscurecer en una ribera del Rio Bravo; la luz se va difuminando

lentamente, mezclándose con las sombras que del oriente avanzan sigilo-
sas, hasta pintar con su negrura todo vestigio de luz. Yo sigo sentado en el mis-
mo lugar completamente inmóvil; un silbido se escucha en la lejanía y su eco se
multiplica a lo largo del río. Algo que no puedo definir flota en el ambiente,
como una presencia invisible, como un silencio aterrador que sobrecoge mi al-
ma, Siento mi corazón que late desbocado; quiero correr y no puedo moverme,
como si estuviera soldado a la piedra donde estoy sentado, Solo mis manos
vuelan hacia el crucifijo que traigo en el pecho y que mi madre me dio antes
de partir, lentamente como si despertara de un sueño. Siento correr por mi
cuerpo un calorcito que va calmando mis miedos y mi angustia. Al invocar a
Dios y recordar a mi madre ya no me siento tan solo aunque la oscuridad es
tan densa que no veo mis manos enfrente de mí, el silencio ya no es igual. Se
escucha el ruido que hace el agua al fluir entre el carrizal, el croar de las ranas y
el canto de algunos pájaros nocturnos.

Son las tres de la madrugada y la luna ya viene levantándose por el orien-
te. Su luz atravesaba y hace que los árboles se vean como fantasmas, eso me
recuerda que debo aprovechar lo que queda de la noche para meterme al agua
y pasarme al otro lado. A punto de tirarme al río, oí un ruido tras de mí en el
camino, que me puso en guardia y decidí ocultarme por miedo a un asalto, ya
que es muy común que a los ¡legales como yo los maten para robar lo que uno
trae para gastos y los tiren a | rio.

Desde mi escondite y a la luz de la luna pude ver que era un carro patru-
llero, del cual se bajaron dos hombres que hablaban en inglés; como yo no sé
ese idioma no supe que decían, pero si vi que de la cajuela posterior bajaron un
carrito de los llamados diablos y un bulto sin forma que acomodaron en dicho
carro. Luego entre los dos procedieron a empujarlo hacia el río. Por un momen-

à

to no los vi entre las yerbas altas y por el ruido que hacian parecia que pelea-
ban; luego silencio, un cuchicheo seguido de un splash como de algo que cayó
al agua y en estampida los dos hombres corriendo llegaron al carro y en él se
fueron tan rápido como si el diablo los fuera persiguiendo. Yo también corrí
pero hacia el río, llegando a tiempo para ver que el bulto se movía y alguien
gritaba pidiendo auxilio.

Saqué mi navaja que siempre traigo en el cinto y me lancé al agua para
cortar la tela que la envolvía; por su voz supe que era una mujer la que estaba
envuelta como momia y que por haber caído en un barranco lleno de agua en
una parte no muy profunda del río, se salvó de morir ahogada, según la inten-
ción de los que la fueron a tirar, los que por el miedo que traían no se cerciora-
ron que el fardo no se había hundido; como tampoco supieron que yo estaba
ahí esperando para salvar a esa desconocida, como si Dios y el destino se hu-
bieran confabulado en esta más que extraña manera de unir en la misma sen-
da a dos desconocidos.

Cuando rasgué la tela que la aprisionaba, dura como una lona, vi que te-
nía sus manos atadas en la espalda, con la misma cuerda que ligaba sus tobillos.
¡Dios, cuanta crueldad!, pensé, al mismo tiempo que la levantaba en mis brazos
para depositarla en tierra firme. Temblaba de frío y lloraba en silencio. Vi que
todavía era una niña y sin quererlo pensé en mi hermanita Irene que se quedó
llorando cuando me vine.

Como seguía temblando de frío la cubri con mi chaqueta y pensé en mi
situación. El sol estaba a punto de salir y yo tenía que estar en determinado lu-
gar a las 10 de la mañana, pues ahí quedaron de recogerme unas personas,
Volví donde la niña estaba y la encontré ya calmada. Le ofrecí una barra de cho-
colate, pues no tenía otra cosa que darle y le pregunté su nombre. Me contestó
que no tenía otra cosa más que un número o matrícula: H2C23; no tenía padre
ni madre ni familia y siempre vivió en un laboratorio de donde la robaron unos
hombres que la tuvieron presa en una jaula como si fuera un pájaro. No sabía
dónde estaba ni de dónde venía y decidí cargar con ella hasta donde me llevara
la suerte y me la llevé de mojada a los Estados Unidos presentándola como mi
hija con todas las personas que conocí y con las que tenía que convivir. Le puse
por nombre la Muñeca, porque eso era en realidad: una niña muy hermosa.

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En Estados Unidos yo me dediqué a las labores del campo; durante algún
tiempo vivimos en un rancho cercano a la comunidad de Spotford, en Texas.
Ella nunca fue a la escuela por miedo a la deportación. Yo cuando menos tenia
minombre y mi país, pero ella ni eso. Para mis patrones ella era mi hija a la
que se le murió su madre al nacer ella. Con esa historia inventada pudimos vivir
algún tiempo, porque después nuestra estancia en esa región se hizo insosteni-
ble, por las murmuraciones de la gente que querían saber de qué familia prove-
nía la madre de mi hija y nos fuimos a San Ángelo, también en Texas.

Otra vez trabajé como tractorista en el Rancho del Dorado. Pasaron los
años y mi hija en lugar de crecer y convertirse en mujer, se marchitó. Comencé
a llevarla con doctores con la esperanza de que recobrara su salud y su loza-
nía

Pero todo esfuerzo resultó en vano. Mi hijita se marchitaba rápidamente
y tuve que pedirle auxilio al gobierno. Un médico de San Ángelo, dijo que tenía
algo así como vejez prematura. Otro médico de Ozona, nos denunció como
portadores de un germen capaz de infectar a toda la región y nos fuimos a Mid-
land. Con mi nifia toda cubierta de feas verrugas en su cuerpo y su rostro.

Sus piernas, antes hermosas y sus brazos blanquísimos, están ahora cu-
biertos de pelo blanco largo y fino como de chivo. Para salir a la calle tene-
mos que cubrirla toda para evitar que se apene.

Este médico de Midland es un especialista en hormonas y admite que él
no puede atender a mi niña, Habla de cosas que no entiendo; de genes, de la-
boratorios, de robos, de cosas que nada más él sabe y que sucedieron hace va-
rios años.

Hoy se reunieron varios médicos, hombres y mujeres y hasta algunos p
cías. La verdad estoy asustado; no sé qué hacer ni a quién acudir. Estoy solo, no
sé dónde tienen a mi hija y no me permiten verla, Me la quitaron para prote-
germe, no sé de qué. Sospecho que soy prisionero, pues siempre hay un policía
en la puerta de mi dormitorio y si salgo me sigue a donde quiera que vaya. Pe-
ro, necesito trabajar y así no puedo hacerlo; ya no tengo dinero y trato de ha-
blar con el policía, pero no pudimos entendernos por el idioma; a señas le expli-
co mi problema y poco después me visita una persona que sí habla español.

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Siento un gusto enorme al tener con quien hablar y lo acoso a preguntas.
¿Dónde está mi hija?, ¿la van a curar?, ¿ha preguntado ella por mi?, ¿ya pode-
‘mos irnos? El nada contesta; me mira curioso y asombrado, en silencio me tien-
de su mano despidiéndose y al mismo tiempo me entrega un sobre con papeles
adentro y se marcha llevándose consigo al guardia que me vigilaba y que tanto
me hacía rabiar.

Una vez ya solo en mi cuarto me dispuse a descubrir el misterio que ence-
rraba la vida de mi hija y cuál era el motivo por el que me la quitaron, ni siquie-
ra en mis negras pesadillas me hubiera imaginado tanta maldad hecha por los
hombres en aras de la ciencia, en una carta tratan de explicarme la verdad, me
dicen que ella no tiene padre ni madre que no es humana que es un producto
de un laboratorio instalado en Rochester, Nueva Jersey y fue robada por una
secta religiosa para destruirla,

Dios quiso que yo pudiera evitar su muerte y sin saber, cuidarla, atenderla
y llevarla hasta ese doctor de Midland que en su tiempo formó parte del equipo
y conocía el secreto del número H2C23 y aunque lo dieron por perdido, él supo
reconocer los síntomas que no eran fallas, y sí cambios esperados, ellos se la
llevaron no sé a dónde y yo estoy de nuevo en Zaragoza con mis familiares, que
no creen lo que les cuento pero que bien disfrutan del dinero que me dieron
por cuidados y atenciones y por haberla sacado del río, no puedo olvidar a mi
niña y no sé dónde buscarla, sólo me consuela ir al mismo lugar del río en don-
de aquella noche la encontré,

Sé que está viva en algún lugar del mundo y estoy tratando de ubicarla
con el pensamiento, en el que vivirá para siempre mi muñeca clonada.

ZARAGOZA
Jesús López Cisneros

LA NIÑA CON RABIA

M iercoles, amanece Dios en medio de una ominosa calma; tranquilo desa-
yuno un par de huevos con chorizo y además café. Por la entrada del
taller se oye el ruido del motor de un camión que viene entrando, luego se de-
tiene y se apaga el motor. Con la taza de café en la mano me dirijo al taller para
atender al cliente visitante que resulta ser Chemín o Fermín Rivera que trajo su
camión Internacional sin puertas a que le repare el radiador. Después de los
saludos de rigor me preguntó por la salud de Dorita, una vecina de 12 años que
fue mordida por un perrito que le regalaron y que sospechan que tiene rabia,
por lo que la tienen vigilada día y noche. No terminamos de hablar cuando vi-
mos mujeres que corrían y una de ellas gritó — “Se soltó la muchacha con ra-
bia”, y se encerraron en sus casas. La hija de Fermín se lo llevó en su carro y yo
me dispuse a trabajar. Vi a una mujer corriendo y pensé que era una vecina
asustada, hasta que la oí lanzar gritos y chillidos espantosos, solo viéndolo pue-
de uno creer cómo este flagelo puede transformar a una dulce criatura en una
pesadilla horrible, la vi correr en varias direcciones y a pesar de que me oculté,
me descubrió y corrió hacia mi llorando, de un salto me subí a la cabina del ca-
mión de un tubo metálico y dispuesto con pesar a destruirla pues yo la cono:
desde chiquita y me resistía a aceptar el drama que estaba viviendo.

Dos hombres a caballo trataban de lazarla y la distrajeron un momento
que yo aproveche para entrar a mi casa y cerrar con llave todas las puertas. A
través de la reja metálica de la ventana de la sala, la vi toda llena de lodo y san-
gre aporreándose a mordidas con los perros, a los que fue necesario sacrificar.
Fue aquí en este patio y entre los perros donde lograron lazarla sus hermanos,
controlándola para poder llevarla a su casa en medio de dos caballos, la sujeta-
ron de un árbol para que no causara más daño y ahí murió; dicen los que saben,
entre dolores espantosos.

¡Qué Dios nos libre de esa maldición!