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tantos otros, cuando a lo mejor por un camino solitario venia sin prisa un sefior
montado a caballo, con su hijito de siete años montado en ancas, venía tranqui-
lamente, sin prisa, disfrutándose hijo y padre, se divisaba la puerta cortada por
la sombra que dividía la hacienda de San Fernando con la de la Esmeralda, al
llegar a ella, como de entre la nada, tapado por la luz del sol que daba de frente
y encandilaba igual que tapa la oscuridad de la noche, apareció Antonio acom-
pañado de varios hombres, y el motivo, según cuentan, no era suficiente para el
precio que cobraba, pero lo cobraba, “un Bandido” desalmado, aparecieron las
palabras, se acabaron los qui‘ubos, las calentó el sol, subieron de tono, aquel
hombre por valiente que fuese, andaba solo, ¿qué puede hacer un niño?, y me-
nos cuando se encuentra ante el oculto libro del destino y de hombres despia-
dados, de esto al crimen anticipado, todo pasó en unos instantes, se ensañaron
con él, le cortaron la palma de los pies y lo hicieron que caminar sobre ramas y
espinas, lo torturaron hasta que ya desfallecido, sangrante, “el Bandido” sacó
su reata ajustando un nudo y la paso inmisericorde por el cuello de aquel infeliz
ajustándola con fuerza, como si fuerza le quedara para soltarse, sin detenerse
un instante, como con prisa de cometer aquel pecado, aventó la punta por enci-
ma del travesaño que estaba sobre la puerta, le estiró hasta que el cuerpo se
elevó del suelo, y la amarrö de la cerca dejándolo colgado, ahora sí, sin valor de
voltear a verlo, a él mismo la sangre le había huido de su rostro, es el defecto
del cobarde.
Entre la confusión hienesca, el niño asustado pero sin perder tiempo,
guiado por el instinto y de algún ángel, logró huir en el caballo galopando hasta
la hacienda -jestän matando a papá! ¡Están matando a papäl, llegó gritando
ahogándose en sollozos; peones, mozos, caporales, mujeres, todos corrieron a
su encuentro y la indignación crecía a la par con el relato, conocían de sobra la
maldad que encerraba el corazón de Antonio Santos.
Sin embargo en aquel tiempo la justicia humana no pudo hacer nada, fal-
taban elementos, la Revolución los había hecho fríos ante la muerte siempre
que fuera ajena y aquel asesino siguió libre y seguramente haciendo de las su-
yas, mediando tan solo el tiempo que ablanda al hombre con su paso, cuando
se pierden las fuerzas aparece el arrepentimiento.
En el corazón inocente de aquel pequeño se plantó la semilla del odio y de
Folk