Leyendas peruanas

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LA MISIÓN DEL COLIBRÍ

Cuentan que hace muchísimos años, una terrible
sequía se extendió por las tierras de los quechuas. Los
líquenes y el musgo se redujeron a polvo, y pronto las
plantas más grandes comenzaron a sufrir por la falta de
agua. El cielo estaba completamente limpio, no pasaba
ni la más mínima nubecita, así que la tierra recibía los
rayos del sol sin el alivio de un parche de sombra. Las
rocas comenzaban a agrietarse y el aire caliente
levantaba remolinos de polvo aquí y allá. Si no llovía
pronto, todas las plantas y animales morirían. En esa
desolación, sólo resistía tenazmente la planta de qantu,
que necesita muy poca agua para crecer y florecer en
el desierto. Pero hasta ella comenzó a secarse. Y dicen
que la planta, al sentir que su vida se evaporaba gota a
gota, puso toda su energía en el último pimpollo que le
quedaba. Durante la noche, se produjo en la flor una
metamorfosis mágica. Con las primeras luces del
amanecer, agobiante por la falta de rocío, el pimpollo
se desprendió del tallo, y en lugar de caer al suelo reseco salió volando, convertido en colibrí.
Zumbando se dirigió a la cordillera. Pasó sobre la laguna de Wacracocha mirando sediento la
superficie de las aguas, pero no se detuvo a beber ni una gota. Siguió volando, cada vez más alto,
cada vez más lejos, con sus alas diminutas. Su destino era la cumbre del monte donde vivía el dios
Waitapallana. Waitapallana se encontraba contemplando el amanecer, cuando olió el perfume de la
flor del qantu, su preferida, la que usaba para adornar sus trajes y sus fiestas. Pero no había ninguna
planta a su alrededor. Sólo vio al pequeño y valiente colibrí, oliendo a qantu, que murió de
agotamiento en sus manos luego de pedirle piedad para la tierra agostada. Waitapallana miró hacia
abajo, y descubrió el daño que la sequía le estaba produciendo a la tierra de los quechuas. Dejó con
ternura al colibrí sobre una piedra. Triste, no pudo evitar que dos enormes lágrimas de cristal de
roca brotaran de sus ojos y cayeran rodando montaña abajo. Todo el mundo se sacudió mientras
caían, desprendiendo grandes trozos de montaña. Las lágrimas de Waitapallana fueron a caer en el
lago Wacracocha, despertando a la serpiente Amarú. Allí, en el fondo del lago, descansaba su
cabeza, mientras que su cuerpo imposible se enroscaba en torno a la cordillera por kilómetros y
kilómetros. Alas tenía, que podían hacer sombra sobre el mundo. Cola de pez tenía, y escamas de
todos los colores. Cabeza llameante tenía, con unos ojos cristalinos y un hocico rojo. El Amarú
salió de su sueño de siglos desperezándose, y el mundo se sacudió. Elevó la cabeza sobre las aguas
espumosas de la laguna y extendió las alas, cubriendo de sombras la tierra castigada. El brillo de sus
ojos fue mayor que el sol. Su aliento fue una espesa niebla que cubrió los cerros. De su cola de pez
se desprendió un copioso granizo. Al sacudir las alas empapadas hizo llover durante días. Y del
reflejo de sus escamas multicolores surgió, anunciando la calma, el arco iris. Luego volvió a
enroscarse en los montes, hundió la luminosa cabeza en el lago, y volvió a dormirse. Pero la misión
del colibrí había sido cumplida… Los quechuas, aliviados, veían reverdecer su imperio, alimentado
por la lluvia, mientras descubrían nuevos cursos de agua, allí donde las sacudidas de Amarú
hendieron la tierra. Y cuentan desde entonces, a quien quiera saber, que en las escamas del Amarú
están escritas todas las cosas, todos los seres, sus vidas, sus realidades y sus sueños. Y nunca
olvidan cómo una pequeña flor del desierto salvó al mundo de la sequía. Recopilación:
Enrique Melantoni

LA LEYENDA DEL CONDOR
Había una vez, en un pueblo del altiplano peruano, un
hombre que amaba mucho a su hija.
La hija solía llevar a pastar las ovejas, las llamas y los
otros animales.
Todos los días venía a visitarla un joven guapo. Llevaba un
traje negro, una camisa blanca y sombrero. Al cabo de un
tiempo, el joven y la muchacha se hicieron buenos amigos.
Hablaban y se divertían, mientras los animales pastaban en
el campo. Un día el joven le dijo: “arrójame al aire y yo
haré otro tanto contigo”. Así comenzó el juego. Pero,
cuando él la alzó, ella pudo volar.

En realidad, el joven era un cóndor bajo la apariencia humana. Llevó a la jovencita al barranco y la puso en
un alto nido. Por dos meses la cuidó, ofreciéndole todo tipo de carne: cruda, asada y cocida. Un año pasó y la
jovencita se convirtió en su mujer, dándole entonces un niño.

Pero la pobre lloraba día y noche porque extrañaba mucho a su padre. Se preguntaba todos los días: “¿Cómo
puede mi padre vivir tan solo? ¿Quién lo cuidará? ¿Quién está haciendo que pasten mis ovejas y mis
llamas?” Le dijo entonces al cóndor: “¡Devuélveme a mi casa, quiero ver a mi padre!” Suplicaba y suplicaba,
pero el cóndor no le hacía caso.

Un día un picaflor llegó al barranco en busca del néctar que tanto le gustaba. La mujer, sorprendida al ver a
otro pájaro, le dijo: “Picaflor, picaflor, con tus alas pequeñitas, no hay nadie como tú. No puedo bajarme de
este nido. El cóndor me trajo a este barranco hace un año y ahora soy su mujer y éste es mi hijo”.

El picaflor le dijo a la mujer: “Escúchame, no llores, te ayudaré. Esta noche iré a la casa de tu padre y le
contaré todo. El vendrá a buscarte”. La mujer, muy agradecida, le dijo al picaflor: “Escucha picaflor, tú sabes
dónde esta mi casa. Allí tengo un jardín lleno de flores hermosas. Te prometo que, si me ayudas escapar,
todas las flores serán tuyas.”

Esa misma noche el picaflor voló al pueblo y le dijo al padre: “He visto a tu hija. Está en un nido en el
barranco, cerca de aquí. Es la mujer del cóndor, pero está muy triste. Quiere volver a casa, pero será muy
difícil bajarla. Necesitamos llevar un burro viejo”. El picaflor le explicó su plan al viejo, mientras los dos
fueron a buscar el burro.

Más tarde el padre, acompañado por el picaflor, llegó al barranco. Dejaron el burro viejo y flaco en el fondo
del barranco, como si estuviera muerto. Pasó un rato y el cóndor lo vio. Mientras se lo comía, el picaflor y el
viejo subieron al nicho y bajaron a la mujer. Después, llevaron dos sapos (un pequeño y el otro grande) y los
dejaron allí en el nido. El padre y su hija volvieron felices a su pueblo. El picaflor se fue a donde estaba el
cóndor y le dijo: “¡Oye, cóndor, no sabes que ha pasado en tu casa!” “¿Qué pasó?”, respondió el cóndor. El
picaflor le dijo: “¡Tu mujer y tu hijo se han convertido en sapos!”.

El cóndor se fue volando hacia su casa y cuando llegó, vio que ni la mujer ni su hijo estaban en el nido, sino
solamente dos sapos. Abatido, el cóndor volvió a su vida de cazador y el picaflor todavía está en la casa de la
mujer bebiendo el néctar de sus flores.

EL RIO HABLADOR

Hace mucho, pero mucho tiempo, vivía
en la cima celestial el dios sol,
conocido también como Inti. Un joven
de gran postura y sumamente
bondadoso llamado Rimac, quien de
cuando en cuando bajaba al mundo de
los humanos a contarles bellas historias,
por lo que era muy querido y
reverenciado.

Un día que acompañado de los demás
dioses miraba hacia la tierra por las
ventanas del palacio dorado, vio que los
llanos junto al mar eran azotados por
una grave sequía; las hierbas, las flores
y los árboles se marchitaban y los hombres y animales morían de sed.
Los dioses se alarmaron y acudieron al dios Inti, su padre, a pedirle que librase a los hombres de la
costa, de aquella horrenda sequía. Pero el Inti les dijo que era imposible, pues según las leyes
celestiales solo sacrificando a uno de ellos en el altar de fuego podrían conseguir agua.

Los dioses callaron, sin embargo ante la sorpresa de todos, Chaclla, la mas bella y virtuosa de las
hijas del sol, poniéndose delante de su padre se ofreció valientemente ante el sacrificio.
Rimac que adoraba a su hermana, se arrodilló implorante y pidió a Inti que lo sacrificase a él en vez
de ella, pero Chaclla, aun cuando agradecía su gesto, no aceptó aduciendo que los hombres echarían
de menos las bellas historias que aquel sabía contarles.
Mas Rímac insistió, finalmente a ruego de ambos y ante la resignación de Inti, los dos se dirigieron
al altar de fuego para el sacrificio. El dios sol pudo así hacer llover la tierra.
Agradeciendo a los cielos, los yungas, así llamados antiguos hombres de la costa, recibieron el agua
jubilosos.

Rimac y Chaclla, envueltos en infinidad de gotas caían sobre las montañas cercanas al gran valle de
Lima, y convertidos en un tormentoso río corrían, jugando y riendo, hacia el mar. Una vez allí,
elevándose en forma de nubes, persiguiéndose, llegaban al cielo para vaciarse de nuevo.
Pero eso duró solo cuarenta noches, al cabo de los cuales, Chaclla quedó convertida para siempre en
lluvia y Rimac en el mas bullicioso río de la costa peruana.
Cuenta la leyenda que quienes suelen sentarse a orillas del río Rimac y se ponen a escuchar con
atención perciben claramente el murmullo de sus aguas como se disuelve en una voz humana que
cuenta bellísimas historias de este y de antiguos tiempos, por eso se le llama “RIO HABLADOR”.
Seamos amigos, conóceme y será tuyo mi saber, cuidemos la naturaleza y el agua que es fuente de
vida y alegría en el mundo.

LA CIUDAD PERDIDA DE LOS INCAS

Todos sabemos o todos dicen, que cuando miramos a la ciudad de Machu Picchu al revés podemos
ver la cara de un inca que dicen es Pachacutec. Machu Picchu es la ciudad de pérdida de los incas,
su máximo y magnifico gobernador fue el inca Pachacutec quien impulso a que Machu Picchu fuera
un gran imperio y gran dominador de territorios de América del sur... Machu Picchu es una palabra
quechua que traducido al castellano es " Montaña Vieja" y también es una gran obra de arquitectura
e ingeniería. Machu Picchu era también denominado para los españoles " La Ciudad Dorada " o " El
Dorado" por la grandes riquezas que tenia. Machu Picchu gran ciudad que esconde grandes
misterios aún por encontrar o resolver....en cada una de sus paredes esconden una gran historia
sobre todo un imperio de grandes riquezas
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