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otros, alguno de los cuales permanece aprisionado en la
materia y compele al individuo a convivir con ellos y a
soportarlos. Mas ellos se apartan - inmediatamente- del que
ha logrado la gracia de Dios. Y en ello consiste doblemente
la razón y el modo de regenerarse. Por lo demás, hijo mío,
mantén tu paz y ruega a Dios en silencio. De ese modo, la
gracia no cesa y sigue asistiéndonos. Por tanto, alégrate, hijo
mío, y sé purificado por el poder de Dios y el conocimiento
del logos. Que por el divino conocimiento puedas llegar
hasta nosotros, porque cuando esto ocurre, queda barrida la
ignorancia. El conocimiento del gozo viene también a
nosotros, y toda pesadumbre se aleja merced a esa alegría.
Yo invoco la temperancia --el autodominio- al cual sigue
siempre el contentamiento. Es la más dulce virtud la que
otorga ese poder. Dejemos que ese contento anide en
nosotros y la intemperancia desaparecerá. Con respecto al
cuarto tormento, invoco la continencia, el poder adve rso a la
concupiscencia. Este paso, ¡oh, hijo!, es el firme y estable
fundamento de la justicia. Sin esfuerzo, se advierte cómo ella
barre todo lo inicuo y nos justifica. Así desaparece, ¡oh, hijo!,
toda injusticia. El sexto poder que yo llamo existente en
nosotros, es el que nos imparte la comunión y es el opuesto a
la codicia; cuando la avaricia -el egoísmo-- desaparece,
atraemos la verdad, y cuando esto ocurre, la falsedad y la
decepción se desvanecen . Advierte, pues, ¡oh, hijo!, de qué
modo el bien se completa con la verdad y, como
consecuencia, todo rencor se aleja de nosotros, y en esa
verdad unida al bien, se juntan la vida y la luz. Y ahora, que
acaben todo tormento y toda lamentación causados por la
oscuridad evocada. Que al ser barridas, todo lo demás
desaparecerá.
Así que merced a Su Gracia, has obtenido el contacto
con la divinidad. En adelante, pues, llénate de alegría,
¡Oh, hijo! Recibe mi paz, y ruega a Dios en silencio.
De ese modo, su gracia no se apartará de ti. Regocíjate ahora,