EXPLICACIÓN DE SU CONTENIDO
Dicen que nuestras raíces conforman una parte importante de nuestra identidad y con esto me estoy refiriendo a la
familia, amigos, al hogar... pero ¿será posible conservar estas raíces si nuestro pensamiento no es capaz de ubicar ese
hogar? ¿y si además éste ha sido olvidado a la fuerza porque el dolor de ser desterrado ahoga lo más íntimo del ser?
Esta es la primera reflexión que viene nuestra mente tras la lectura del poema de Alberti, ese gran escritor andaluz,
gaditano -y con esto llamo la atención sobre esas raíces que mencionaba más arriba-, autor de la Generación del 27 que,
al igual que muchos de sus amigos, se sintió en la obligación de olvidar a los suyos y comenzar de nuevo, si esto es
posible, en otro lugar, pues la ideología, los principios, la defensa de estos a veces hacen arriesgar lo que más
apreciamos.
Me llama la atención cómo, y así refuerzo esa importancia que le daba al comienzo del comentario, Alberti se dirige a su
tierra, como a una amada escondida a lo largo del poema hasta el final de este, en donde se nos desvela tras un “lo que
era mío” y que ahora intenta ser sustituido por un “tú”: Roma, a la que también ama pues no puede entenderse otra
cosa si leemos detenidamente el poema.
Alberti, a lo largo de todo el soneto, va desgranando, como pedazos de su historia, todo aquello que olvida a la fuerza,
que abandona, pero como aseguraba más arriba, el dolor se calma al ser Roma la que lo acoge, la que lo debe curar en
su dolor por lo que la carga de una gran responsabilidad como se aprecia en los dos últimos versos: “dame tú, Roma, a
cambio de mis penas/ tanto como dejé para tenerte”.
Y ¿qué abandonó Alberti? ¿Es una tierra sin más? Con singular destreza, como si de un pintor se tratara, nos va
aportando pinceladas de todo ese grato recuerdo partiendo de lo más general en la primera estrofa: España, sus
bosques, todos sus recuerdos de juventud que abandonó con el destierro; atraviesa tal vez en la segunda estrofa algún
amor, el sentimiento del amigo abandonado, el dolor de la guerra... Para llegar a su tierra más cercana, a la más sentida,
a la que no puede olvidar como no se olvida el azul del mar en un día radiante de verano. Es ahí donde se va revelando
su Cádiz natal y que es tan sentido como la más querida de las personas y escondido tras ese “dejé de verte”, porque
con ello lo dejó todo... Eso me hace sentir sus palabras.
Para terminar una idea, una reflexión: ¿es justo que algunos no puedan habitar su país? ¿Qué estamos haciendo para
evitar que aún sean muchos los exiliados, los “sin tierra”? ¿Somos capaces de perdonar, de olvidar, de aceptar a otros
como son? Me entristece pensar que no es posible... El peligro más grande del hombre es el propio hombre y es
lamentable que heridas como la que inspira el poema sigan abiertas o nos empeñemos en conservarlas así. ¿No será
mejor comenzar de nuevo? Lo vivido nos enseña, nuestra historia nos forma y debemos aprender que la intolerancia
destruye la sociedad.