en tiempos pasados pecaron contra tu Hijo, nuestro Señor, y por la penitencia merecieron el perdón de los pecados que
habían cometido, me atrevo a acercarme a Él y a Ti, Señora. Porque si no hubiera sido por la penitencia, ¿ cómo se
habrían salvado los Ninivitas ? Si no hubiera sido por la penitencia, Raab, la meretriz, no se habría salvado *. Si no
hubiera sido por la penitencia, David, que, teniendo el don de profecía, el reino y la promesa del Señor, cayó en el
abismo del adulterio y del homicidio, ¿ cómo habría merecido el perdón de unos pecados tan grandes, y además
recobrar el don de profecía al mostrarse arrepentido con una sola frase ? * Si no hubiera sido por la penitencia, San
Pedro, príncipe de los apóstoles, el primero de los discípulos, columna de la iglesia, que recibió además las llaves del
reino de los cielos, ¿ cómo habría obtenido el perdón, después de que negó a Cristo no una vez, ni dos, sino hasta tres
veces ?
De hecho, llorando amargamente y derramando lágrimas mereció el perdón de un pecado tan grave y además
alcanzó un honor mayor, fue nombrado pastor del rebaño del Señor. Si no hubiera sido por la penitencia, a aquel que en
Corinto había cometido incesto, ¿cómo San Pablo habría mandado admitirlo de nuevo para que no fuera víctima de los
engaños de Satanás? *. Si no hubiera sido por la penitencia, Cipriano, que había cometido muchas atrocidades, incluso
había abierto el vientre de mujeres embarazadas y estaba lleno de toda clase de desvergüenzas, ¿ cómo habría
recurrido a buscar remedio, valientemente animado por Santa Justina? Éste, no sólo obtuvo el perdón de pecados tan
grandes, sino que alcanzó también la corona del martirio *. De ahí que yo también, animado por el ejemplo de unos
pecadores tan grandes, me acerque a Tí para implorar tu benigna misericordia y para que te dignes concederme la
protección de tu diestra y alcanzarme el perdón de los pecados de parte de nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, contra
quien yo, miserable, pequé gravemente.
Finalmente, al terminar de decir estas cosas, la santa y venerable Señora nuestra, Madre de Dios, bendita en cuerpo
y alma, que goza de la singular libertad de suplicar a aquel a quien dio a luz, que sabemos también que es consuelo de
los atribulados, compasión para los afligidos, vestido para los desnudos, báculo de la vejez, fuerte protección para los
que a Ella se acogen, que con santas y piadosas entrañas trata a todos los cristianos, le dijo: Hombre, confiesa que el
Hijo que yo dí a luz, y al que tú negaste, es Cristo, Hijo de Dios vivo, que ha de venir a juzgar a los vivos y a los
muertos; y yo también le pediré por ti para que que se digne acogerte. A lo que Teófilo contestó: ¿ y cómo voy a
atreverme a confesarlo, Señora mía, siempre bendita, yo infeliz e indigno, que tengo la boca sucia y manchada, porque
negué a tu Hijo y Señor nuestro? ¿ Yo, que no sólo fui arrastrado por las vanas apetencias de este mundo, sino que
además el remedio que tenía mi alma, me refiero a la santa cruz y al santo bautismo que recibí, lo he profanado con la
más amarga apostasía por medio de un documento con mi firma? La santa e inmaculada Madre de Dios, la Virgen María
le insistió: Tú no tienes más que acercarte a Él y confesar, porque es misericordioso yaceptará tus lágrimas de
arrepentimiento y las de todos los que con pureza y sinceridad se acerquen a Él, porque para eso, siendo Dios, se dignó
tomar carne de mi seno, sin merma de la esencia divina, para salvar a los pecadores.
Entonces Teófilo, con reverencia y con toda humildad, inclinando la cabeza, a voz en grito, hizo protesta de su fe
diciendo: Creo, adoro y glorifico, como un solo Dios en la Santa Trinidad a nuestro Señor Jesucristo, Hijo de Dios vivo,
nacido del Padre de modo inefable antes de los siglos, que en los últimos tiempos se dignó hacerse hombre y concebido
por obra del Espíritu Santo, nació de la santa e inmaculada Virgen María, para la salvación del género humano. También
confieso que es perfecto Dios y perfecto hombre, que por nosotros, pecadores, se dignó padecer; ser escupido y
abofeteado, y que extendió sus manos sobre el vivificante madero, dando su vida, como buen pastor; por los pecadores;
que fue sepultado, resucitó y subió al cielo con la carne castísima que tomó de Ti y que ha de venir en su gloria para
juzgar a los vivos y a los muertos, y para dar a cada uno según sus obras, no como acusador de su pueblo, sino que
será la conciencia la que nos acuse o exculpe, según la bondad de nuestras obras, y el fuego probará de qué clase son
las obras de cada uno. Esto confieso con el corazón y con los labios; a éste honro, adoro y me abrazo. y con la garantía
de esta súplica pronunciada con toda la fuerza de mi alma, oh, santa e inmaculada Virgen, Madre de Dios, ofréceme a tu
Hijo y Señor nuestro, y no desoigas ni desprecies mi petición, la de un pecador; yo que he sido arrastrado, zarandeado y
engañado, antes bien líbrame de las iniquidades que me han aprisionado y la turbulenta borrasca en que me encuentro,
ya que desgraciadamente he sido despojado del vestido de la gracia del Espíritu Santo.Yal terminar él de decir esto, la
Santa Madre de Dios, como si aceptara de él una cierta satisfacción, Ella que es esperanza y consuelo de los cristianos,
redentora de errados y verdadero camino para los que suben hasta Ella, agua tranquila para los zarandeados por las
olas, refrigerio de pobres, aliento de pusilánimes, mediadora de los hombres ante Dios, le anunció: Por el bautismo que
recibiste en el nombre de mi Hijo, Jesucristo, nuestro Señor; y por la mucha compasión que siento por vosotros los
cristianos, fiándome de tus palabras, voy a rogarle por ti, postrada a sus pies, para que se digne acogerte.
Y después de esta visión, cuando ya había amanecido, la santa e inmaculada Virgen, Madre de Dios, se separó de él.
Teófilo, en cambio, durante tres días rezó al Señor con mayor insistencia y golpeaba la tierra con su cabeza muchas
veces, permaneciendo en el sagrado templo sin comer y derramando lágrimas; no abandonó aquel lugar, teniendo
puesta su mirada en la clara luz e inefable rostro de la gloriosa Santa María, Señora nuestra y Madre de Dios, poniendo
en Ella la esperanza de su salvación.
Por segunda vez, la protectora y piadosa consoladora de los que a Ella acuden, nubecilla resplandeciente que se crió en
el Sancta Sanctorum*, se le apareció con alegre semblante y animados ojos, y con mansa voz le dijo: Hombre de Dios,
ya es suficiente la penitencia que has hecho en presencia del Salvador de todos y Creador tuyo. A petición mía ha
aceptado tus lágrimas y ha accedido a tus peticiones, con la única condición de que cumplas hasta el día de tu muerte
todo lo que -Yo soy testigo- has prometido a mi Hijo. El contestó: De acuerdo, Señora mía, cumpliré y no descuidaré lo
que me dices, porque, después de Dios, Tú eres mi protección y mi amparo, y con tu ayuda no dejaré de cumplir lo que
he prometido. Porque sé, y lo sé bien, que Tú eres la mayor protectora de los hombres. porque, Señora mía, Virgen sin
mancha, ¿quién puso en Ti su esperanza y quedó confundido ? ¿ O quién imploró tu clemencia y se vio abandonado ?
* Por eso, yo, pecador pido también que la perenne fuente de tu bondad, tus entrañas de misericordia, se vuelquen en mi
favor, equivocado y engañado, que estoy hundido en lo profundo del fango, para que pueda recuperar de las manos del
diablo, que me engañó, aquel execrable documento de mi apostasía y aquel nefando escrito firmado por mí; porque eso
es lo que más temblor produce en mi alma mil veces miserable.
De nuevo Teófilo, llorando profusamente y lamentándose en extremo, estuvo durante tres días seguidos pidiendo a la
única esperanza de los hombres y salvación de nuestras almas, a la santa e inmaculada Virgen María, que le concediese
poder recuperar aquel funesto documento.
Pasados los tres días la santísima Virgen se le apareció otra vez en una nueva visión, mientras dormía, y le mostró el
papel firmado, enrollado como estaba, que todavía tenía el sello de cera, y se lo puso sobre el pecho. Al despertar, lo
encontró y, todo alborozado, temblaba de tal manera que por poco se le desarticulan todas las junturas de sus miembros.
Al día siguiente, que era domingo, se presentó en la iglesia en la que se hallaba el obispo con todo el pueblo y después
de la lectura del Santo Evangelio se postró a los pies del prelado y le contó toda la historia de su impiedad: cómo había
sido engañado por el judío perverso y hechicero. su negación y apostasía, así como la escritura del documento firmado
con el diablo para recobrar la vanagloria de este mundo, y también cómo, habiendo acudido a la benignísima fuente de
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