a los porqueros clásicos: los muchachos andaban siempre con libros, siempre
estaban pensando en las raciones, en sus manos había lápices y cuadernos, en las
puertas de las jaulas, inscripciones, en todas las esquinas de la porqueriza,
diagramas y reglas, cada cerdo tenía su cédula. iQué de cosas se podía ver en
aquella porqueriza!
Al lado de la capa superior había dos amplios grupos próximos a ella, su
reserva. Por una parte, eran antiguos y aguerridos colonos, excelentes trabajadores
y camaradas, que, sin embargo, no poseían dotes visibles de organizadores,
muchachos tranquilos y fuertes como Prijodko, Chóbot, Soroka, Leshi, Gléizer,
Schnéider, Ovcharenko, Korito, Fedorenko y otros muchos. Por otra parte, estaban
los pequeños de la generación creciente, el auténtico relevo, que ya ahora
enseñaba sus dientes de futuros organizadores. Por su edad, no podían empuñar
todavía las riendas del poder y, además, los puestos de mando estaban ocupados
por los mayores, a quienes ellos querían y respetaban. Pero, al mismo tiempo, los
pequeños ofrecían muchas ventajas: habían conocido más jóvenes el sabor de la
vida de la colonia, habían asimilado sus tradiciones con más profundidad, creían
más intensamente en el valor indiscutible de la colonia, y, sobre todo, eran más
cultos, la ciencia tenía entre ellos más raíces. En parte, eran nuestros viejos
conocidos: Toska, Shelaputin, Zheveli, Bogoiavlenski y, en parte, nombres nuevos:
Lapot, Sharovski, Románchenko, Nazarenko y Véxler. Todos ellos eran los jefes y
los activistas futuros de la época de la conquista de Kuriazh. También ahora se les
elegía frecuentemente jefes de los destacamentos mixtos.
Los grupos enumerados de colonos constituían la mayor parte de nuestra
colectividad. Estos grupos, por su entusiasmo, por su energía, por sus
conocimientos y experiencias, eran muy fuertes, y los demás colonos podían
solamente ir a su zaga. Para los propios colonos, la parte restante podía dividirse
en tres grupos: el pantano, los pequeños y la chusma.
En el pantano entraban los colonos que no habían sobresalido en nada,
inexpresivos como si ellos mismos no estuvieran seguros de ser colonos. Hay que
decir, sin embargo, que del pantano salían continuamente personalidades notables
y, además, que el pantano era un estado temporal. Durante algún tiempo estuvo
compuesto en su mayoría por educandos de la segunda colonia. Pequeños,
teníamos unos quince; para los colonos eran materia prima, cuya función principal
consistía en aprender a limpiarse las narices. Por lo demás, tampoco los pequeños
tendían a una actividad sobresaliente y se contentaban con los juegos, los patines,
las lanchas, la pesca, los trineos y otras pequeñeces. Yo estimaba que tenían razón.
En la chusma había cinco muchachos. Aquí entraban Galatenko,
Perepeliátchenko, Evguéniev, Gustoiván y alguno más. Fueron calificados así por
decisión unánime de toda la sociedad, una vez evidentes los vicios que poseía cada
uno de ellos: Galatenko era tragón y perezoso; Evguéniev, un charlatán epiléptico y
embustero; Perepeliátchenko, un ser endeble, quejica, pedigüeño; Gustoiván, un
santurrón idiotizado, medio tonto, que rezaba a la Virgen y soñaba con el convento.
Los representantes de la chusma lograron, con el tiempo, librarse de alguno de
esos defectos, pero esto tardó bastante.
Así era la colectividad de los colonos a finales del año 23. Desde el punto de
vista exterior, todos los colonos, salvo rarísimas excepciones, tenían un aspecto
gallardo y alardeaban de apostura militar. Teníamos ya una magnífica formación,
que precedían cuatro cornetas y ocho tambores. También contábamos con nuestra
bandera, una hermosa bandera de seda, bordada igualmente en seda, regalo del
Comisariado del Pueblo de Instrucción Pública de Ucrania el día de nuestro tercer
aniversario.