Observación y Práctica Docente IV
J. Manuel Lomelí Vázquez
7
ciudad de Oaxaca, durante mis vacaciones, muchos juguetes que les regalaba a mis alumnos, que
los hacían sentirse felices, niños y niñas.
1935.- Otro año más y con el mismo ritmo de trabajo; ya contaba con dos grupos, primero y
segundo grados, Era prudente preparar el material y manos a la obra: mi pequeño plan de trabajo,
los horarios, las materias académicas, atendiendo a un grupo, dejando tareas al otro y en un
mismo salón y en viceversa, yendo de un extremo a otro. En otras actividades la acción era
mancomunada: educación física, canto, dibujo, etc. Todo marchaba normalmente.
A pesar de ello, no me absorbía el medio, como llega a suceder, para mí era una promesa
profesional, el de cumplir y servir sin presiones de autoridad alguna u ordenamiento oficial. Hubo
momentos de incertidumbre, de indecisión tal vez hasta de pesimismo, que me orillaron a serias
reflexiones, mi estancia en aquel ambiente tan desolador y monótono que espiritual socialmente
me oprimían, por suerte, todo fue olvidado. En todas las comunidades, pequeñas o grandes, el
maestro encontrará personas afines a sus ideas, a sus propósitos, sus pensamientos, así como
muchos en sentido opuesto. Difícilmente, un amigo. Un saludo, una sugerencia, una amena
conversación, son sus mejores alicientes. Este pequeño paréntesis, tiene relación con hecho que
expongo a continuación:
En no de aquellos días de muy escaso ánimo para mí, recuerdo que fue un sábado,
intempestivamente, tuve la visita del señor Agente Municipal, don Francisco Albino quien me
relató su historia diciendo: “participé en las filas de la revolución y la vida que pasé como soldado
raso, me enseñó muchas cosas, buenas y malas. Creo que ya estaba terminando cuando me
llevaron.” Le creí, porque al hablar, su voz se entrecortaba y sus ojos se cubrían de un cristalino
lagrimeó. Se había tomado sus copas. Interrumpió su plática inicial, interrogándome: “¿Sabes
fumar maestro?” –No lo acostumbro señor,- fue mi respuesta. –“¿Tomarte una copa?” Menos.
Nunca lo he hecho. Le respondí.
Prosiguió. “Debes aprender a fumar, esto es para pasar el rato entre amigos o cuando uno está
sólo o preocupado por algo” “A propósito, voy a contarte un cuento ¿quieres?” Claro que sí, le
indiqué. Bien.- Este era un joven como tú, de pocos años de edad, que se enamoró de una
muchacha y al declararle su amor, ella le dijo: “Te corresponderé, cuando seas hombre”. Esto, puso
en apuros al pretendiente, pues no alcanzaba a descifrar el contenido de aquellas palabras. Tiempo
después se entrevistó con una señora de su confianza y le pidió que lo sacara de la duda. Con una
sonrisa maliciosa, ésta le dijo: ¡Ah, que muchachito! Te preocupas por una cosa tan sencilla. Mora:
ve a la tienda y cómprate un marrasito (botella pequeña de aguardiente), una cajetilla de cigarros
con sus respectivos cerillos y cuando llegue la hora que siempre la vez, tómate uno o dos traguitos,
fúmate un cigarro de modo que el viento lleve hacia ella el olor del tabaco, acércate y dile que te
corresponda y verás que no habrá negativa de su parte. Aquel joven más que a prisa puso en
práctica lo aconsejado y cuando lo creyó prudente, se le acercó pidiéndole la respuesta, ella le
contestó “estás correspondido”, “ahora si hueles a hombre”.- Y entre risas y risas terminó el
cuento.