Eclipse
Stephenie Meyer
Le supliqué a mi padre que se vendiera en atención a Jacob. Después de todo, él
había invertido semanas de trabajo en ambas motos y merecía algún tipo de
compensación, ya que si hubiera sido por Charlie, habría tirado la moto a un contenedor.
Y probablemente después le habría prendido fuego.
—Ah, sí, claro. Como si yo pudiera hacer eso. Es tuya, no mía. De cualquier modo, la
conservaré hasta que quieras que te la devuelva.
Un pequeño atisbo de la sonrisa que yo recordaba jugueteó con ligereza en las
comisuras de sus labios.
—Jake...
Se inclinó hacia delante, con el rostro de repente lleno de interés, sin apenas
sarcasmo.
Creo que lo he estado haciendo mal hasta ahora, ya sabes, acerca de no volver a
vernos como amigos. Quizá podríamos apañarnos, al menos por mi parte. Ven a visitarme
algún día.
Me sentía plenamente consciente de Edward, con sus brazos todavia en torno a mi
cuerpo, protegiéndome, e inmóvil como una piedra. Le lancé una mirada al rostro, que
aún seguía tranquilo, paciente.
—Esto, yo... no sé, Jake.
Jacob abandonó su fachada hostil por completo. Era casi como Inibiera olvidado de
que Edward estaba allí, o al menos como estuviera decidido a actuar así.
—Te echo de menos todos los días, Bella. Las cosas no son lo mismo sin ti.
—Ya lo sé y lo siento, Jake, yo sólo...
Él sacudió la cabeza y suspiró.
—Lo sé. Después de todo, no importa, ¿verdad? Supongo que sobreviviré o lo que
sea. ¿A quién le hacen falta amigos? —hizo una mueca de dolor, intentando disimularla
bajo un ligero barniz bravucón.
EI sufrimiento de Jacob siempre había disparado mi lado protector. No era racional del
todo, ya que él difícilmente necesitaba el tipo de protección física que yo le pudiera
proporcionar, pero mis brazos, atrapados con firmeza bajo los de Edward, ansiaban
alcanzarle, para enredarse en torno a su cintura grande y cálida en una silenciosa
promesa de aceptación y consuelo.
Los brazos protectores de Edward se habían convertido en un encierro.
—Venga, a clase —una voz severa resonó a nuestras espaldas—. Póngase en
marcha, señor Crowley.
—Vete al colegio, Jake —susurré, nerviosa, en el momento en que reconocí la voz del
director. Jacob iba a la escuela de los quileute, pero podría verse envuelto en problemas
por allanamiento de propiedad o algo así.
Edward me soltó, aunque me cogió la mano y continuó interponiendo su cuerpo entre
nosotros.
El señor Greene avanzó a través del círculo de espectadores, con las cejas
protuberantes como nubes ominosas de tormenta sobre sus ojos pequeños.
56