cómo ha de ser un ciclo vital normativo, guiones que incluyen tanto elementos descriptivos (lo que es
sucede en diferentes fases de la vida) como prescriptivos (lo que deberíamos tener, cómo deberíamos
ser, etc). Así, los individuos pertenecientes a una misma cultura comparten ciertos esquemas sobre
cómo es o debería ser el desarrollo evolutivo en sus diferentes momentos, las metas que deberíamos
conseguir o a las que deberíamos aspirar. Estas metas comprenderían diferentes dominios evolutivos
(familia, trabajo, formación, etc.) y estarían vinculados, de manera más o menos estricta, a ciertas
edades o periodos de edad (ver p. ej., los trabajos de Settersen, 1997; Settersen y Hagestad, 1996a;
1996b). Una vez asumidos y elaborados personalmente, estos esquemas sirven de guía de
comportamiento que va a configurar las decisiones que tomemos. Estas metas culturales nos servirán,
además, como patrón de comparación para valorar nuestro propio desarrollo personal. Estos guiones
culturales influyen en el desarrollo, pero no lo determinan. Por una parte, son guiones flexibles (aunque
en ciertas culturas más que en otras), abiertos a cierta variabilidad y con trayectorias alternativas
posibles. En ocasiones, la transformación personal que supone interiorizar esas metas evolutivas puede
implicar conflictos entre el individuo en desarrollo y su ecología cultural. Por ejemplo, el individuo
puede querer conseguir metas no normativas, o puede aspirar a metas relevantes culturalmente, pero
no contempladas para determinado momento evolutivo. En ocasiones, a partir de estos conflictos los
esquemas culturales sobre el ciclo vital pueden a su vez cambiar históricamente, como producto de las
propias acciones intencionales, personales o colectivas, de los miembros de la cultura. De hecho, se
argumenta que estos esquemas están cambiando de manera acelerada en los últimos años, cambio que
se dirige a una mayor apertura y flexibilidad: actualmente en nuestra cultura existiría una mayor
diversidad de trayectorias evolutivas contempladas y unas normas menos estrictas respecto al devenir
evolutivo del ser humano. Por ejemplo, la gran diversidad actual de formas familiares posibles en la
edad adulta era algo no contemplado hace tan sólo unas décadas, cuando únicamente era aceptable
una sola forma de familia. De esta manera, los límites y las trayectorias posibles del desarrollo humano
están constantemente abiertas a discusión y son renegociadas culturalmente generación tras
generación. Pero la cultura no proporciona sólo normas y límites al desarrollo, facilitando ciertos cursos
evolutivos y dificultando otros. También ofrece instrumentos y posibilidades que nos permiten ampliar
nuestro horizonte evolutivo, nuestra potencialidad como seres humanos compensado o superando
ciertas restricciones biológicas.
c) Énfasis en la adaptación como aspecto clave del desarrollo a lo largo de la vida. Un último
aspecto especialmente destacado por el enfoque del ciclo vital es el papel de la capacidad adaptativa del
ser humano. El desarrollo, desde este punto de vista, no se entiende únicamente ni como el despliegue
de un programa madurativo preestablecido ni como determinado socioculturalmente. Más bien, se
entiende como un proceso activo en el que el individuo es capaz de cambiar sus propias circunstancias
y, hasta cierto punto (dentro de los límites marcados por restricciones biológicas y culturales), ser
arquitecto de su propio desarrollo. Este papel activo de la persona implica tanto responder a cambios en
las condiciones sociales y/o biológicas que se pueden producir con el paso del tiempo como,
proactivamente, generar cambios en un intento de adecuar esas condiciones a las propias preferencias
personales o estados que se desean.
4. La perspectiva del ENFOQUE TRANSICIONAL. Más del campo sociológico, ha sido resumido
por Esteban Agulló (1997) como aquel enfoque que trata de estudiar los procesos de transición
desiguales, por ejemplo entre los que alcanzan la adultez por tener trabajo, vivienda propia, pareja, etc.,
indicadores según esta perspectiva de emancipaciones que dan lugar a la adultez, frente a los que aún
no han alcanzado esta autonomía y, por lo mismo, la ansiada adultez. Transición a la adultez significa, en
este enfoque, que se ha alcanzado la autonomía y, más autonomía, es igual a más adultez.
En cualquier caso, el anterior enfoque del ciclo vital se incorpora a este enfoque, pues toma en
consideración las influencias históricas y culturales, así como la estructura estratificada de la sociedad
como configurador de las trayectorias sociobiográficas de los más jóvenes. Así, la inserción laboral es
distinta según se tenga o no estudios, pertenezca a un territorio o no (Canarias frente a Cataluña, o
Canarias frente a países Europeos, etc.) Las políticas gubernamentales de juventud y su incidencia en las
transiciones laborales suelen ser estudiadas por este enfoque. Así como otras transiciones, escolares,
afectivo- sexuales o familiares.