apartó. Lo dejé estar. Vi que pensaba que yo le haría más preguntas.
Pero consideré que era mejor no hacerlo.
En cambio, lo invité a casa para la cena del día siguiente. Había
mirado el calendario de turnos y sabía que Kennedy estaría en el bar.
Aceptó la invitación, pero parecía preocupado, como si sospechara
que yo escondía un motivo secreto. ¡En absoluto! Solo pensaba que
cuanto más tiempo estuviera en su compañía, más posibilidades
tendría de averiguar lo que estaba pasando.
Con el asesinato de Arlene, me había estado preocupando que
la gente se asustara de mí, pero mientras servía las mesas, entendí la
terrible verdad: a la gente la muerte de Arlene no le preocupaba
demasiado. Su condena la había desacreditado por completo. No era
tanto que la gente me quisiera, sino que pensaban que una madre no
debía intentar que mataran a su amiga sabiendo que la podían pillar
porque así no podría cuidar de sus hijos. Me di cuenta de que, a pesar
de haber salido con vampiros, yo tenía una buena reputación en
muchos aspectos. Era de fiar, alegre y trabajadora, y para las gentes
de Bon Temps eso contaba un montón. Llevaba flores a las tumbas de
mis familiares cada día señalado y cada aniversario de su muerte.
Además, a través del cotilleo local, se había corrido la voz de que
estaba tomando un interés activo por el hijo de mi prima Hadley, y
había una grata y extendida esperanza de que me casara con el viudo
de Hadley, Remy Savoy, porque eso sería poner las cosas en su sitio.
Eso habría estado genial..., pero Remy y yo no estábamos
interesados el uno en el otro. Hasta hacía bien poco, yo tenía a Eric y,
hasta donde sabía, Remy aún salía con la guapa Erin. Traté de
imaginarme besando a Remy y decidí dejarlo.
Todos estos pensamientos mantuvieron mi mente ocupada hasta
mi hora de salir. Sam sonrió y me saludó con la mano cuando me quité
el delantal y se lo di a India.
No había nadie en mi casa cuando abrí la puerta de atrás. Me
resultó extraño, ya que por la mañana el edificio era como una
colmena. Movida por un impulso, fui a mi habitación y me senté en el
borde de la cama junto a la mesita de noche. Gracias a la compulsiva
limpieza que había llevado a cabo los tres días de descanso, en el
cajón superior, perfectamente colocadas, estaban todas las cosas que
podría necesitar durante la noche: una linterna, Kleenex, bálsamo
labial, ibuprofeno, tres preservativos que Quinn dejó cuando salíamos
juntos, una lista de números de emergencia, un cargador de móvil, una
vieja caja de lata con alfileres, agujas, botones y clips, un par de bolis,