52 CUADERNOS DE PEDAGOGÍA. Nº 419 }
– Javier (6 años) es un torbellino, desobediente y provocador.
En el cole se niega a hacer las fichas; en la consulta, no para y
responde a las preguntas antes que sus padres. Sufre impulsivi-
dad con conducta desafiante. “Desde que toma la pastilla no
tenemos niño”, afirma su madre.
– Luis (9 años) aprende con facilidad pero se distrae en clase,
llama la atención, hace el payaso: “Mis amigos hablan y yo les
contesto; entonces no escucho al profe, pero me entero igual
porque repite las cosas y después las aprendo”, explica sonriendo.
– Carmen (5 años) procede de una familia desestructurada,
con bajos ingresos y muchos problemas. En su trágica historia
vital, el TDAH “es lo mínimo que le podían poner”, asegura su
profesora, que la encuentra deprimida y con baja autoestima.
– Pedro (15 años), tras varios abandonos, fue adoptado, con
3 años, por una familia española: “En casa era una pelea conti-
nua: provocaciones, insultos; yo me irritaba, le pegaba –cuenta
su madre–. Desde de que a los 9 empezara a medicarse, no he
vuelto a ponerle la mano encima.”
– Carlos (7 años) tiene dificultades para aprender y estarse quie-
to. “No rinde”, dice la maestra. Diagnosticado de TDAH y tratado
con Rubifen, ya no juega al balón en el patio con sus compañeros:
“Se queda quieto y se aleja de nosotros”, comentan.
– Zoe (6 años) es una niña activa y charlatana que reclama
atención. Cuando sus padres decidieron medicarla, la maestra
había conseguido positivar su conducta: “Ahora no da proble-
mas y hace un trabajo más cuidado –asegura–, pero muchas
veces está apática y cansada.”
– Marta (12 años) se acaricia el cabello absorta, muy lejos de
las matemáticas. El curso pasado repitió, y este ha suspendido
todas las asignaturas. Sus padres, separados hace tres años, es-
tán desesperados. Al recibir el diagnóstico, se sienten aliviados.
– Juan Antonio (9 años) es un niño afable y tranquilo. Su maes-
tra se queja: “No lleva el ritmo de la clase y tengo 20 niños más
que atender”. El neuropediatra dictamina TDAH. Su madre no
está de acuerdo: “Es un niño normal, solo necesita más tiempo,
ir más despacio.”
Todos estos escolares comparten un mismo destino: el tras-
torno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH). Más allá
de las etiquetas, sus historias de fracaso escolar y problemas de
conducta esconden las vivencias de individuos, familias y escue-
las, con sus conflictos y dolores, y las formas en que consiguen
resolverlos.
Una epidemia moderna
Descrita, por primera vez, por el doctor George Still, en 1902,
la hiperactividad ha aumentado asombrosamente su incidencia
entre la población infantil de los países occidentales en los últi-
mos veinte años (un 300% en Estados Unidos). El Manual diag-
nóstico y estadístico de los trastornos mentales, elaborado por
la Asociación Americana de Psiquiatría, definía el TDAH, en 1980,
como un síndrome conductual heterogéneo, caracterizado por
dos subtipos de síntomas: una intensa actividad motora con im-
pulsividad (hiperactividad) y déficit de atención. Este último se
relaciona con cometer errores por descuido, no escuchar, no
terminar las tareas, no seguir instrucciones, tener dificultades
para concentrarse y distraerse fácilmente. Quienes sufren de hi-
peractividad e impulsividad se muestran inquietos y ansiosos,
hablan en exceso, se mueven constantemente, actúan sin pensar
e interrumpen a los demás. Un paciente puede enmarcarse en
un subtipo o en ambos. Los síntomas deben ir asociados a un
grado moderado de desajuste psicológico, social o educativo,
y prolongarse durante, al menos, seis meses. Los resultados aca-
démicos (especialmente suspender en Primaria) son determinan-
tes. Expertos como el doctor Russel A. Barkley consideran el
TDAH una forma de inmadurez cerebral “que afecta a la memo-
ria verbal y no verbal, la autorregulación emocional y la capaci-
dad de organización y planificación”.
Según las estimaciones, en Españ padecen TDAH entre un 5%
y un 10% de los escolares; pero algunos psiquiatras afirman que
un 75% de casos está todavía por identificar. Los movidos suelen
ser los varones y las desatentas, las niñas; los primeros cuadripli-
can en porcentaje a las segundas. Son chavales “intranquilos,
que hacen las cosas sin pensar, no aprenden, no siguen el ritmo
ni acatan las normas… Terminan creciendo en un ambiente hos-
til: riñas, castigos… Sus padres están desbordados, sus maestros
se sienten incapaces de cumplir su función; incluso sus compa-
ñeros los rechazan. Entran en una espiral de fracaso”, explica
Fátima Guzmán, presidenta de la Fundación Educación Activa.
A medida que crece el número de afectados se hace eviden-
te el desconocimiento del tema por parte de la población en
general y de los profesionales de la infancia en particular: un 60%
de los profesores confiesan no disponer de suficiente informa-
ción sobre el tema: “¿Son los tontos (lentos, inatentos) y los ma-
los (oposición, exceso de movimiento) de antes, en versión cien-
tífica?”, se pregunta Ana, maestra de Infantil.
La ignorancia y, paradójicamente, la mediatización del síndro-
me corren parejas al desconcierto, por la controversia entre los
expertos: unos defienden que se trata de una enfermedad cró-
nica, genética y hereditaria en un 70% de los casos; otros lo
consideran simplemente un conjunto de síntomas que respon-
den al mismo tratamiento: el metilfenidato, un psicoestimulante
que favorece la concentración, pero no cura, es altamente adic-
tivo y posee numerosos efectos secundarios.
Actualmente, los científicos no disponen de un examen obje-
tivo que confirme su base biológica: “Realizamos un estudio
neurológico (exploración, electroencefalograma, análisis del sue-
Infancia y trastorno