conmigo?”, “si nos quisiéramos, no necesitaríamos más”, “hay que ser
siempre honesto y decirlo todo”, “si un matrimonio va bien, lo sexual
va bien”, “una persona casada no necesita arreglarse”, “no me gusta lo
que… (haces, piensas, dices, pensabas, eras, eres, tienes,….)”, “ahora
es demasiado tarde”, “cuánto me pierdo por estar casado”, “¿de verdad
me quieres?”, “sólo era una broma”,… y que implican un rápido
deterioro de la relación, debilitamiento y también crisis.
Los cambios del mundo nos dejan ante un contrasentido: si nos aferramos a
la institución matrimonial, como está definida e instrumentada desde la
cultura, entonces, lo más probable es que lleguemos al aburrimiento.
Algunos autores plantean que es consecuencia de nuestra forma de vivir en
las sociedades industrializadas, una decadencia derivada del éxito
evolutivo, un producto de una conciencia cada vez más desmesurada, nunca
satisfecha, un efecto de la modernidad y de su bienestar.
El aburrimiento es un sentimiento difícil de definir,
pero hay algo seguro, nos falta incertidumbre, y nos
sobra seguridad, comodidad, conservación. El
aburrimiento como la aventura, son maneras de
enfrentar al tiempo. Es vivir la experiencia en tiempo
presente como una experiencia sin valor, es un signo
de peligro, de que algo anda mal en la relación.
Hay parejas que en el momento que desaparece el enamoramiento y todavía
no se construyó una relación de amor, caen en una situación acomodaticia
“son los ciclos naturales de las parejas”, o se instalan en la añoranza (y
también la decepción) de lo que fue, o “si nos queremos, esto pronto
pasará”, o “es el cambio a la realidad, después de la luna de miel” y así se
siguen hasta que aparece el ocio, la pérdida de la creatividad y de la
curiosidad, la sensación de soledad aunque estén mirando la televisión
juntos, la monotonía de “todos los días son iguales” aún los fines de