empieza a adquirir preponderancia.
Ahora, en la investigación nos interesamos por la relación de los niños con la televisión
porque veíamos que para los niños la información es un dato primero y no algo que se
agrega posteriormente a su experiencia; y por lo tanto, los niños están más
desprovistos que los adultos del vicio de la ideología o de la interpretación. La relación
de los chicos con la información se da en la conexión con la información y no por
transmisión, se da en el estar ahí y en las operaciones que se hacen para habitar esa
situación. Nuestra tesis es que el niño como usuario de tecnologías destituye la
subjetividad pedagógica. Y la destituye porque en las operaciones propias del entorno
informacional cae la posibilidad de transferir.
IV
El siglo XX construye la posibilidad de la educación a través del juego. Pero esa
construcción siempre supone que quien juega desarrolla un recurso o una potencia
que le servirá para habitar otra situación. Si jugás, te educás sin darte cuenta. Esa
tambIén es la idea de uno de los canales para chicos, Discovery Kids: mirás televisión,
pero al mismo tiempo aprendés algo. En la tradición moderna de la pedagogía, el
juego también es un recurso para educar mejor, para que la educación en lugar de ser
una experiencia que requiere un esfuerzo sea una experiencia divertida. Pero si bien
se piensa la relación educación/juego, no se piensa al juego como algo en sí mismo.
La idea de que los nenes juegan al doctor y las nenas a la muñeca, y que así se
instituye la subjetividad del trabajador en los niños y la subjetividad de madre en las
niñas, es una lectura sociológica del juego basada en la transferencia: lo que se
adquiere en el juego hoy, se transfiere luego a otra situación. También es equivalente
a otra idea, la de que el juego sirve para elaborar la angustia, es decir, que el niño le
transfiere al juego angustias internas, y así utiliza el juego como un recurso para otra
cosa. La valoración pedagógica del juego implica pensar que el juego sirve para otra
cosa —para la vida adulta o para elaborar angustias—.
La relación pedagógica entre adultos y niños funciona sobre la existencia de la
transferencia. En más de un sentido, educar es transferirle alga a otro. Y a su vez, eso
que se transfiere debe tener la cualidad de ser transferible a otras situaciones. Pero la
transferencia en cualquiera de sus modalidades —transferencia de sentido, de
recursos, de saber— se torna inviable cuando se trata de un usuario que opera en un
entorno informacional. En los aprendizajes de tipo conectivo no es posible transferir y
ofrecen una vía para pensar la destitución de la posibilidad de transferencia. Este
saber que es básicamente perceptivo, conectivo y que no requiere de la conciencia, es
un saber que no se transfiere. O al menos, que no se transfiere al modo tradicional:
por un lado, no se transfiere de una persona a otra; por otro, no es posible transferirlo
de una situación a otra.
Por el contrario, en el entorno institucional, un niño se liga con un adulto por
diferencias de saber y de responsabilidad. El niño no sabe, el adulto sí. El niño no es
responsable de sus actos, el adulto es responsable por él. Ese modo de ligar pone al
adulto en el lugar de educador. El adulto puede garantizar el proceso de aprendizaje.
El adulto, cuando el chico se aburre y no quiere seguir, está ahí para decirle “hacé el
esfuerzo, que más adelante te va a servir”. Este modo de relación es lo que en
nuestras observaciones se fue mostrando agotado. Ya no es posible transferir. Por un
lado, porque en el entorno informacional, lo que se desarrolla como destreza, lo que se
adquiere como recurso no se puede transferir. Por otro, porqué en tiempos de fluidez y
de velocidad, las situaciones cambian tanto que un recurso que sirve para hoy, no
sirve para mañana.