“(...), nuestro sistema educativo suele ser terriblemente rutinario. No sólo se repiten
lugares, horarios y profesores, sino que se repiten también gestos, consignas, formas
de hacer, formas de memorizar, formas de evaluar”
(3)
.
En mayor parte nuestros estudiantes encuentran única variación en un día escolar es la
asignatura más entretenida o la profesora más simpática. El resto es inexorablemente
rutinario. Se copia dictados, se transcribe fórmulas, se lee textos, se repite fechas o
principios, se aprende de memoria, se pasa en limpio, se guarda silencio, se espera el
toque de la campana o timbre.
La rutina escolar mata la creatividad, la curiosidad, las ganas de descubrir; adormece los
sentidos, embota eso que el catecismo católico llama potencias del alma (memoria,
entendimiento y voluntad). En donde, el mayor desafío de todo educador/ra, es el de
“romper la rutina”, para proporcionar a los estudiantes nuevos campos de exploración,
nuevas temas de reflexión, renovados para los sentidos y para la curiosidad.
¿Cómo enfrentar ahora?
A continuación tenemos algunos elementos:
a. El educador/ra debe asumir el rol de observador, para conocer a sus estudiantes:
sus diferentes vocaciones, aptitudes, personalidades, preocupaciones,
inquietudes, entornos familiares y sociales.
b. El rol de educador es inseparable al de una clara conciencia respecto al
contexto: humano, geográfico, cultural, económico y social en el que se produce
el proceso educativo.
(3)
Puente, Rafael. Innovación Educativa, módulo 8. Ed. FEJAD-UNED, La Paz-Bolivia 2000. p. 25.