Puiftl de tros monarcas
contenida indignación. Luego prosiguió, más so-
lemne esta vez.
—Sus motivos para quejarse no tienen impor-
tancia, comparados con los motivos legitimos que
tuviste con respecto a Saúl, Nunca has sido injusto
con Absalón.
David lo interrumpió con una sonrisa irónica.
—Parece que tengo el don de hacer que los an-
cianos y los jóvenes me odien sin motivo. En mi ju-
ventud, me atacaron los ancianos; ahora que soy an-
ciano, me atacan los jóvenes. ¡Magnífica proeza!
—Mi opinión —prosiguió Abisai— es que Absa-
16n no es ningún David. Por lo tanto, te pregunto:
¿Por qué no detienes su rebelión? detén a ese mise-
rable.
—Cuidado, Abisai. Recuerda que él también es
hijo del rey. Nunca debemos hablar mal del hijo de
un rey.
—Buen rey, te recuerdo que incluso una vez re-
husaste levantar la espada o la lanza contra Saúl.
Repito. Día y noche Absalón habla contra ti. Un día,
dentro de poco, levantará contra ti un ejército. Aun
més, una nación. ¡Esta nación! El joven Absalón no
es el joven David. ¡Te aconsejo que lo detengas!
—Abisai, me pides que me convierta en un Saúl
—respondió David con pesadumbre.
—No, digo que él no es ningún David. iDeténlo!
— si lo detengo, ¿todavía seré un David? Si lo
Purfil de tres monarcas
detengo, ¿no seré un Saúl? —preguntó el rey mien-
tras su mirada penetrante se fijaba en Abisai—. Pa-
ra detenerlo, tengo que ser un Saúl o un Absalón.
—Mi rey y mi amigo, a veces pienso que estás al-
go loco.
—Si, motivos tienes para pensar así —dijo David
con una sonrisa.
—Apreciado rey, Saúl era un rey malo. Absalón
es de cierto modo una juvenil reencarnación de
Saúl. Solo tú eres invariable. Tú eres siempre el pas-
torcito quebrantado de corazón. Dime sinceramen-
te, ¿qué te propones hacer?
—Hasta ahora no he estado seguro. A partir de
ahora ya lo estoy: En mi juventud no fui un Absalón.
En mi vejez no seré ningún Saúl. En mi juventud,
según tus propias palabras, fui David. En mi vejez
tengo el propósito de seguirlo siendo, aun cuando
me cueste un trono, un reino y tal vez la cabeza.
Abisai no dijo nada por un rato. Luego habló
lentamente, cerciorándose de que comprendía la
importancia de la decisión de David.
—No fuiste un Absalón; no serás un Saúl. Señor,
si no estás dispuesto a bajarle los humos a Absalón,
sugiero que nos preparemos a evacuar el reino por-
que seguro que Absalón gobernar:
—Solo tan seguro como que Saúl mató al pastor-
cito —respondió el anciano y sabio rey.
—¿Qué cosa? —pregunto Abisai sobresaltado,