Así pues, sus Vidas se desarrollan narrativamente con el propósito de explicar el ethos, el carácter humano. El héroe de Plutarco es de carne y hueso y sostiene en sí mismo el combate entre la virtud y la fortuna, o, como señala Leopold von Ranke, «el conflicto entre lo general y lo personal». Sin duda fue esto lo que atrajo a una obra como esta a genios como Montaigne, Shakespeare, Quevedo o Rousseau. Pero algunas de las más interesantes vidas, como, por ejemplo, la que habla sobre Heracles y Filipo II de Macedonia, ya no existen, y de muchas de las restantes no se dispone de la totalidad del texto, de forma que existen importantes lagunas, deturpaciones e interpolaciones de escritores posteriores.
Indudablemente, Plutarco es un gran narrador; domina el sentido del misterio y de lo dramático, y su gran virtud es hacernos copartícipes de su apasionada e inagotable curiosidad, viva gracias a que sin dejar de ser un erudito reduce al mínimo toda pedantería. Carles Riba escribe así que:Ningún lector de las Vidas paralelas olvidará jamás la fuga y asesinato de Pompeyo, los pasos de César desde la última noche hasta su muerte a los pies de la estatua del magno rival, la despedida de Casio y Bruto, la vela de este antes de Filipos, el espectáculo de Antonio, vencido y herido, izado a la torre inaccesible de Cleopatra, que le aguarda para morir, el encuentro de Coriolano y su madre, la captura y muerte de Filopemen, el suicidio de Catón en un amanecer lleno de pájaros, la angustiosa huida de Cicerón, el suplicio de Agis, su abuela y su madre, y la escena, que se empareja con esta, del suicidio colectivo de Cleómenes y sus compañeros, seguido de los horrores de la venganza egipcia en sus deudos inocentes, pero también espartanamente heroicos… Alejandro domando a Bucéfalo, Arístides inscribiendo su propio nombre en la concha del rústico que quiere condenarlo, Sertorio dando una lección de concordia con el experimento de las dos colas de caballo, Agesilao montado en un bastón para divertir a sus niños, César con sus amigos en la miserable aldea alpina, donde también afirma su ambición.