BAUDELAIRE XIV “El hombre y la mar”
¡Para siempre, hombre libre, a la mar tu amarás!
Es tu espejo la mar; mira, contempla tu alma
en el vaivén sin fin de su oleada calma,
y tan hondo tu espíritu y amargo sentirás.
Sumergirte en el fondo de tu imagen te dejas;
con tus ojos y brazos la estrechas, y tu ardor
se distrae por momentos de su propio rumor
al salvaje e indomable resonar de sus quejas.
Oscuros a la vez ambos sois y discretos:
hombre, nadie sondeó el fondo de tus simas,
tus íntimas riquezas, oh mar, a nadie arrimas,
¡con tan celoso afán calláis vuestros secretos!
Y en tanto van pasando los siglos incontables
sin piedad ni aflicción vosotros os sitiáis,
de tal modo la muerte y la matanza amáis,
¡oh eternos combatientes, oh hermanos implacables!
XXIV
Te adoro como adoro la bóveda nocturna,
¡oh vaso de tristeza, oh grande taciturna!
Y tanto más te amo, cuanto más me reproches,
porque tú sola eres el lujo de mis noches.
Si pudiera añadir aún, irónicamente,
más que hay de mí a los cielos, aunque es irreverente.
Al ataque me lanzo con furores insanos
como sobre un cadáver un coro de gusanos,
y -¡oh mi cruel enemiga, oh mi bestia implacable!-
hasta esa frialdad te hace más adorable.
XXV
El universo entero meterás en tu alcoba,
mujer impura. El tedio rinde tu alma de loba.
Ejercitas tus dientes en juego singular
y un corazón al día podrías devorar.
Tus ojos, cual nocturnas galas de joyería,
o como deslumbrantes cohetes de romería,
usan con insolencia de un poder usurpado
cuya ley de belleza tú siempre has ignorado.
Máquina ciega y sorda que, con placer inmundo,
eres gran bebedora de la sangre del mundo;
monstruo, ¿no te sonrojas, no ves en el espejo
cada día tu rostro más pálido y más viejo?
La grandeza del mal de que te ufanas tanto,
¿no te ha hecho alguna vez retroceder de espanto,
cuando naturaleza, con designios sagrados,
de ti puede servirse, reina de los pecados
-de ti, vil animal- para un genio amasar?
RIMBAUD “Ofelia”
I
En las aguas profundas que acunan las estrellas,
blanca y cándida, Ofelia flota como un gran lirio,
flota tan lentamente, recostada en sus velos...
cuando tocan a muerte en el bosque lejano.
Hace ya miles de años que la pálida Ofelia
pasa, fantasma blanco por el gran río negro;
más de mil años ya que su suave locura
murmura su tonada en el aire nocturno.
El viento, cual corola, sus senos acaricia
y despliega, acunado, su velamen azul;
los sauces temblorosos lloran contra sus hombros
y por su frente en sueños, la espadaña se pliega.
Los rizados nenúfares suspiran a su lado,
mientras ella despierta, en el dormido aliso,
un nido del que surge un mínimo temblor...
y un canto, en oros, cae del cielo misterioso.
II
¡Oh tristísima Ofelia, bella como la nieve,
muerta cuando eras niña, llevada por el río!
Y es que los fríos vientos que caen de Noruega
te habían susurrado la adusta libertad.
Y es que un arcano soplo, al blandir tu melena,
en tu mente traspuesta metió voces extrañas;
y es que tu corazón escuchaba el lamento
de la Naturaleza –son de árboles y noches.
Y es que la voz del mar, como inmenso jadeo
rompió tu corazón manso y tierno de niña;
y es que un día de abril, un bello infante pálido,
un loco miserioso, a tus pies se sentó.
Cielo, Amor, Libertad: ¡qué sueño, oh pobre Loca! .
Te fundías en él como nieve en el fuego;
tus visiones, enormes, ahogaban tu palabra.
–Y el terrible Infinito espantó tu ojo azul.
III
Y el poeta nos dice que en la noche estrellada
vienes a recoger las flores que cortaste,
y que ha visto en el agua, recostada en sus velos,
a la cándida Ofelia flotar, como un gran lis.
RUBÉN DARÍO “SONATINA”
La princesa está triste... ¿Qué tendrá la princesa?
Los suspiros se escapan de su boca de fresa,
que ha perdido la risa, que ha perdido el color.
La princesa está pálida en su silla de oro,
está mudo el teclado de su clave sonoro,
y en un vaso, olvidada, se desmaya una flor.
El jardín puebla el triunfo de los pavos reales.
Parlanchina, la dueña dice cosas banales,
y vestido de rojo piruetea el bufón.
La princesa no ríe, la princesa no siente;