Cuando tomamos como unidad a la proposición nos limitamos a simbolizarla con una
letra, v. g. P, Q, R, S, T, etc. Sin embargo, lo que hace verdadera a la proposición es su
contenido, contenido que surge de la alianza del sujeto y el predicado. Por ello, la lógica
amplia su capacidad de expresión con el fin de descomponer la unidad mínima de la
información en otras unidades que por sí mismas no tienen sentido sino únicamente
cuando forman parte de una proposición. A estas proposiciones analizadas las llamamos
proposiciones categóricas (siguiendo la tradición aristotélica).
Ellas están compuestas de sujetos que simbolizamos mediante letras minúsculas, v. g. a,
b, c, d, e, f, g, etc. Sus predicados son simbolizables mediante letras mayúsculas tales
como F, G, H, I, J, etc. Los predicados siempre acompañan a los sujetos y éstos últimos
pueden estar delante o detrás de ellos, v. g. F(a), G(b), etc. (primera forma) o c(H), d(I),
etc. (segunda forma) pero en esta oportunidad haremos uso de la primera forma. SI digo
que Juan es ingeniero, puedo escribir, según la lógica proposicional: p, pero según la
lógica de predicados: I(j) y leerlo como j es I, es decir, Juan es ingeniero. Además de estos
símbolos tenemos a los cuantificadores universal (todos o ningún) o particular (algún,
cierto número). Si digo que algunos ateos son inmorales, puedo escribir, x(Ax &
¬Bx) y leerlo como existe un x y x tiene la propiedad A pero no la propiedad B, donde la
propiedad A es la de ser ateo y la B es la de ser moral.