Alex y yo estábamos en cuclillas, buscando gusanos morados, cuando oí un chapoteo fortísimo detrás
de mí. Me volví rápidamente y me quedé boquiabierto al ver al monstruo.
—¡Alex, mira!
Ella también se dio la vuelta y soltó un sonido como de silbato: «¡xiiiii!», sólo que esta vez no reía.
Dejé caer el gusano que levaba y di un enooooorme paso hacia atrás.
—¡Pa… parece un corazón humano gigante! —exclamó Alex, y tenía razón.
El monstruo avanzó chapoteando hacia nosotros por la hierba. Se acercaba como una pelota de playa
descomunal, más alta que Alex y que yo. ¡Casi tan alta como la puerta del garaje!
Era rosa, estaba mojado y palpitaba. BRUM BRRUUM BRUMMM. Latía como en corazón.
Tenía dos diminutos ojos negros que brillaban y miraban al frente. Encima del amasijo de baba rosa
me pareció ver serpientes enroscadas, pero cuando me fije bien descubrí horrorizado que no eran tal
cosa, sino gruesas venas moradas, arterias recogidas en un nudo.
BRRUUUM BRUM BRUMM. El monstruo siguió palpitando y avanzando.
—¡Aaaah! —grité al ver el rastro pegajoso de baba blanca que la criatura iba dejando en la hierba.
Alex y yo retrocedíamos con pasos de gigante porque no queríamos dar la espalda a aquella criatura
asquerosa.
—¡Ah, aah, aah! —solté un alarido de terror. ¡El corazón me latía a cien por hora!
Di otro paso hacía atrás y luego otro. Mientras retrocedía vi cómo, en medio de la criatura, se abría
una grieta. Primero pensé que la masa de baba rosa se estaba resquebrajando, pero a medida que la raja
se volvía más grande, caí en la cuenta de que me encontraba enfrente de su boca.
La boca se abrió más y más, ¡tanto que podía tragarse a una persona entera! Entonces, de ella cayó
pesadamente una enorme lengua morada, que hizo un PLAF mojado al golpear la hierba.
—¡Aaaaaaah! —volví a gritar. Se me retorció el estómago y estuve a punto de vomitar lo que había
comido.
La punta de la lengua tenía forma de pala, una pala gruesa, pegajosa y morada, ¿quizá para arrastrar a
la gente hasta la boca?
De la boca del monstruo cayó baba espesa y blanca.
—Está… está babeando… —dije, atragantándome.
—¡Corre! —exclamó Alex.
Me di la vuelta, tropecé y me caí al borde de la calle, y aterricé sobre mis codos y rodillas. Miré
atrás y vi que aquella boca rosa y babeante se abría más y más, mientras la lengua me envolvía… y me
arrastraba… me arrastraba hacia la boca.