“El árbol filosófico.” Profa. Valentina Troche Bersanelli.
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Reflexionamos largamente, sobre la existencia, lo que somos y lo que no somos
nosotros. Es decir, la relación entre el hombre y el mundo exterior. Ese mundo que
percibimos gracias a los sentidos y al pensamiento. Ese mundo del cual formamos parte,
pero que no somos nosotros.
Surgió con mucha fuerza la pregunta: ¿entonces, qué somos? ¿Somos nuestro cuerpo,
o tenemos un cuerpo? Es en el cuerpo, dónde se pueden dar las emociones, por ejemplo:
la risa (cómo había sucedido en la clase), también el llanto, la alegría, o el dolor. Pero, a
su vez precisamos de nuestra conciencia para percibir dichos estados.
Los estudiantes, no quedan satisfechos. Vuelvo a preguntar, entonces: ¿qué somos
realmente? Esta mezcla de carne, piel, y huesos con conciencia de sí misma. Pero, ¿cuál
es el propósito de nuestra existencia? ¿Hay algún propósito?
Suena el timbre. Y la pregunta queda sin responder, de todos modos hubiese sido
imposible responder. No tenemos, ni desde la filosofía, ni desde la ciencia, ninguna
respuesta definitiva, única y acabada. Si no más bien tentativas de respuestas diversas.
Les robé unos pocos minutos del recreo para darle un cierre a la pregunta. Lo que
quedó plateado fue solo un eco del pensamiento de Sartre: “el hombre inventa al
hombre”, y es así que el ser humano debe darle un sentido a su propia vida, y a la
humanidad entera. Aunque la existencia siga siendo un misterio para todos.
Conviértete en quien eres.
Comenzamos la clase con la lectura del siguiente texto de Nietzsche, que hace
referencia a su teoría del eterno retorno:
“¿Qué ocurriría si algún día o alguna noche, un demonio llegara a ti, en lo más solitario de tu soledad, y
te dijera: "deberás vivir la vida, tal como la vives, una e innumerables veces más; y no habrá nada nuevo
en ella, sino que tendrás que volver a sentir cada dolor y cada gozo, cada pensamiento y cada suspiro,
todo lo indescriptiblemente pequeño y grande de tu vida, todo, en la misma sucesión y secuencia, incluso
esta araña, esta luz de luna entre los árboles, aun este momento y a mí mismo. El eterno reloj de arena de
la existencia se da vuelta una y otra vez y tú con él, ¡oh, mota de polvo! ¿No te arrojarías acaso al suelo y
rechinarías los dientes y maldecirías al demonio que así te habló? ¿O experimentarías una tremenda