Palatina, capilla situada en el centro de la planta baja del palacio real y a escasas
estancias de la cocina en la que el muchacho aprendió a preparar una especie de
pilaf árabe con mucho azafrán y el pasticcio, una feliz combinación de pollo,
almendras, pan, pistachos y alcaparras.
Esta isla pertenecía a Aragón, reino muy consolidado, pero en Sicilia, su
estancia era siempre corta por ser lugar de paso de las embarcaciones venecianas,
siempre enemigas de Génova.
En Barcelona, por el contrario, nunca tenían prisa, todos los mercaderes
eran bienvenidos y las transacciones estaban debidamente garantizadas por las
tropas del mencionado reino, al que también pertenecía.
Aragón era una sociedad compleja en la que convivían armónicamente los
árabes, que desencauzaban los ríos en acequias, convirtiendo estepas en vergeles
(Quien no tiene moros, no tiene oros): los judíos, gentes de libro y que se
dedicaban a los oficios, al comercio y a las transacciones económicas y mercantiles
y los cristianos, hombres de armas e imperios, muy dados al amor cortés,
trovadores y herejes.
A menudo recordaban, de este país, la ginestada, una crema de arroz,
azafrán y leche de almendras, y la costumbre muy exportada de cocinar las aves
con cítricos y perfumar los platos con agua de flores y mezclas prohibitivas de
especias remotas.
Enrique de Avis, llamado El Navegante y hermano del rey de Portugal,
había iniciado la construcción de la Ciudad del Infante , hoy Sagres, en el
extremo suroeste de la península Ibérica, donde reunió a experimentados
astrónomos, geógrafos, cartógrafos y navegantes convirtiéndose en polo de la más
elevada tecnología para la navegación y cartografía de la época. Su impacto en la
Historia Universal es inmenso. La escuela de Sagres consiguió numerosos y
significativos avances técnicos y científicos para las artes de la navegación. Los
descubrimientos impulsados por el infante fueron la base para el posterior
desarrollo del imperio colonial portugués. También Cristóbal Colón fue alumno
en esta escuela.