Republica de las drogas

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CARO, EL HOMBRE QUE COMPRÓ AL
ESTADO
Por: Humberto Padgett - septiembre 2 de 2013 - 0:00
INVESTIGACIONES, Investigaciones especiales, México, TIEMPO REAL,


Ciudad de México, 2 de septiembre (SinEmbargo).– Rafael Caro Quintero es un hombre que no sólo compró
todas las joyas, armas, vehículos y mujeres que el dinero pudo comprar. Por encima de esto, el narcotraficante
liberado semanas atrás fue un comprador de hombres. Y no de hombres comunes y corrientes, sino de aquellos
colocados en una de las áreas más sensibles del Estado mexicano durante el último período de la Guerra Fría: la
agencia de inteligencia mexicana, la Dirección Federal de Seguridad (DFS).
Los detalles de cómo el marihuanero sinaloense tasaba el valor de la conciencia de directores, comandantes y
agentes de la DFS –la versión muy a la mexicana de la CIA estadounidense, la KGB soviética y la Stasi
alemana– aparecen en el expediente del asesinato del periodista Manuel Buendía.
Caro Quintero, el narcotraficante que salió libre semanas atrás posee una poderosa relación con el primer
asesinato o al menos el más notorio homicidio de un periodista mexicano por su conocimiento de las relaciones
entre el narcotráfico y las autoridades, más precisamente aquellas que deberían combatirlo.
Los documentos obtenidos por SinEmbargo muestran que el asesinato del agente de la DEA Enrique
Camarena, en 1985, tiene como precedente el asesinato del periodista Manuel Buendía, perpetrado en 1984.
La ambivalencia de agentes-narcotraficantes adquirió mayor relevancia al interior de la Brigada Especial, el
cuerpo secreto que persiguió la guerrilla comunista. José Antonio Zorrilla Pérez, director de la DFS en los años
en que Caro Quintero adquirió la agencia mexicana, había sido secretario particular de Fernando Gutiérrez
Barrios, uno de los diseñadores de la cacería de guerrilleros durante el sexenio de Gustavo Díaz Ordaz.
El recorrido documental ofrecido para hoy y los siguientes días muestra cómo los cárteles mexicanos son
corrientes originarias de ese pacto entre contrabandistas de drogas y la policía política mexicana en tiempos del
presidencialismo mexicano, los días en que la leyenda negra del PRI asegura que nada ocurría en el país sin el
conocimiento del Presidente.

Es el relato de los días en que un grupo de marihuaneros sin la secundaria concluida refundaron la patria e
instauraron la República de las Drogas.

La organización sigue vigente para la DEA.
Caro, el hombre que compró al Estado
I. Todo lo que brilla es oro
Todo en él resplandecía. La sonrisa bajo el grueso bigote, el cuerno de chivo en las manos, la melena revuelta
bajo el sol de Guadalajara, las cadenas oro que colgaban de su cuello y las esclavas en sus muñecas. Los
pantalones de mezclilla ajustados y la camisa abierta en el pecho.
Pero lo que más relucía en ese hombre alrededor de sus treinta el 9 de febrero de 1985 era su charola, su
identificación como agente de la ley: Pedro Sánchez Hernández.
Ninguno de los dos grupos bajaría los fusiles de asalto. Las ansias por echar bala silababan como si los tiros ya
anduvieran fuera del cargador.
Dos días antes, Guadalajara se puso a punto de ebullición por la desaparición del agente de la DEA Enrique
Camarena a las afueras del consulado.
Cuando los directivos en la Ciudad de México y Washington revisaron las incontables advertencias que su
personal respecto del nuevo ascenso del narcotráfico mexicano y su carrera por la supremacía en el mercado de
las drogas de Estados Unidos, los jefes de la DEA y el FBI quitaron la atención de las peripecias de
colombianos y dominicanos y voltearon al sur.

El primer dato que brincó fue el reciente exterminio de un campo marihuana propiedad de Rafael Caro Quintero
donde se destruyó la mayor cantidad de marihuana en la historia, unas 8 mil toneladas sembradas en un terreno
de mil hectáreas atendidas por 10 mil jornaleros. El lugar, en medio del desierto de Chihuahua, era evidencia de
que el gobierno mexicano estaba más que coludido. El hallazgo pasó oficialmente a la cuenta de Camarena,
quien llegó al sitio con información del piloto mexicano Alfredo Zavala, también ausente.
Los ejecutivos de las agencias norteamericanas se encontraron también con las quejas no atendidas de sus
propios agentes de campo respecto de que en México el narcotráfico y la policía eran básicamente la misma
cosa. La desaparición ya con claro olor a muerte de uno de los suyos era demasiado y una estampida de gringos
rabiosos se precipitó sobre la capital de Jalisco, capital del narco mexicano luego de la Operación Cóndor
lanzada sobre la Sierra de Durango, Sinaloa y Chihuahua.
Armando Pavón trabajaba con toda la autoridad en Guadalajara desde la ausencia de Kiki Camarena. Era el
primer comandante de la Policía Judicial Federal y encargado de la investigación de los levantones de Enrique
Camarena y Alfredo Zavala. Con el agente muy probablemente muerto y el asunto ya manejado como de
afrenta nacional, los estadounidenses exigieron todas las garantías al gobierno mexicano de ir tras los
secuestradores de Kiki, como llamaban al carismático policía México-americano.
El Procurador General de la República, Sergio García Ramírez, emplazó a Jalisco a su mejor hombre, Armando
Pavón, cuya primera orden en el caso le fue dada el 9 de febrero de 1985. Asistiría a tres agentes de la DEA de
apellidos Aguilar, Leyva y Delgado en el aeropuerto de Guadalajara en la búsqueda de aviones propiedad de
Miguel Ángel Félix Gallardo El Padrino, jefe de la organización junto con Caro Quintero y Ernesto Fonseca.
Pavón también recibiría más personal norteamericano que aterrizaría en ese lugar durante las siguientes horas.
Pavón pidió el apoyo de otros dos comandantes de la Policía Judicial Federal y 24 policías de la misma fuerza.
Junto con los tres hombres de la DEA, el grupo se concentró en el hangar de la Procuraduría General de la
República (PGR).
–Comandante, por ahí anda un cabrón armado, dos o tres hangares para allá –susurró un operador a Pavón.
El jefe de la judicial federal ordenó al grupo desplazarse al lugar y rodearlo. Al llegar, encontraron que no era
un hombre, sino 15 y todos armados con rifles AK-47 alrededor de un jet Falcon blanco con rayas amarillas.
Cada quien apunto a alguien del otro bando.
–¡Bajen las armas, hijos de la chingada! –rugió Pavón.
–¡Bájenlas ustedes! –respondieron desde el otro lado.
Las hileras de Kaláshnikov estaban separadas por 30 o 40 metros. Con pocos recovecos sobre la pista, excepto
los disponibles por el avión, el primer disparo significaría una matanza.
Detrás, el piloto apagó los motores. Desde la torre de control se impidió el aterrizaje de un helicóptero con dos
asesores norteamericanos.
–¡Federales!
–¡Federales nosotros!
–¡Judicial Federal! –anunció uno de los agentes al lado de Pavón
–¡Dirección Federal de Seguridad! –respondieron del lado de los hombres que custodiaban el jet.

–¡Judicial del Estado! –terciaron algunos acompañantes de los anteriores.
–¡Tranquilos, tranquilos todos! Vamos a identificarnos –propuso alguien.
–¡Que se acerquen los comandantes!
Pavón relajó la guardia y caminó hacia el frente. Del otro lado, un hombre al inicio de sus treinta hizo lo mismo
y se encontraron a media pista, a un metro de distancia.
Se estudiaron como dos perros extraños. Se miden.
Revisaron las identificaciones: Armando Pavón, de la Judicial Federal, y Pedro Sánchez, de la Federal de
Seguridad.
–¡Todo en orden, bajen las armas!
Así hicieron, pero nadie abandonó sus posiciones.
Armando Pavón y Pedro Sánchez hablaron en voz baja. Nadie alcanzaba a escucharlos. Cada uno asentía
mientras el otro hablaba. Pavón diría que Sánchez le explicó que habían concluido su trabajo en Guadalajara y
volvían a la Ciudad de México. El piloto del avión dijo a otro comandante de la Judicial que en realidad salían a
Culiacán, pero en ese momento no se comentó la discrepancia o simplemente se ignoró.
Aún sobre el asfalto, la actitud de los comandantes de cada grupo se relajó hasta la risa franca. Se abrazaron
efusivamente de acuerdo al ritual mexicano: fuertes palmadas en la espalda y las nalgas bien echadas hacia atrás
para dar cabida a las barrigas. Pavón pasó el brazo por la espalda de Sánchez y caminaron hacia el hangar de la
PGR. Continuaron el diálogo durante unos 10 o 15 minutos en el segundo piso del edificio de gobierno. El
comandante de la Judicial dejó a su colega y buscó un teléfono. Discó y sostuvo una conversación telefónica de
otros 10 o 15 minutos.
Un acompañante de Sánchez mostró una identificación a nombre Jesús Gutiérrez o González, también de la
Federal de Seguridad. El resto de ese grupo pertenecía a la misma policía política o a la estatal de Jalisco.
–Que se retiren, son compañeros –resolvió Pavón con sus comandantes–. Aunque son de otra corporación –
explicó a los agentes de la DEA, quienes siguieron la escena con más desagrado que desconfianza por el ritual
del abrazo y los excesos de las joyas–. ¡Bien, todo está bien! –anunció Pavón a todos los presentes y apenas
terminó de decir esas palabras, el capitán del avión encendió la máquina; cuando echó a andar el segundo
motor, Pavón y Sánchez se propinaron una última palmada en el hombre.
Del grupo de la Federal de Seguridad, seis abordaron el avión y los demás subieron a cuatro sedanes Ford. Los
agentes de la Judicial Federal permanecieron en el aeropuerto en la búsqueda de los aviones de Félix Gallardo.
La sonrisa de Sánchez refulgió arriba de la escalinata más que todo el oro que ese hombre cargaba bajo el sol
del occidente mexicano.
***
Pavón se dirigió nuevamente al teléfono y se comunicó con un superior.
–Si quieres que aprehendamos al Cochiloco (Manuel Salcido, otro jefe del Cártel de Guadalajara) y a Caro
Quintero nos tienes que proporcionar fotografías y datos las personas. Acabamos de tener un enfrentamiento

con elementos de la Federal de Seguridad, Gobernación y Judicial del Estado –requirió Pavón ante personal
técnico del hangar a los que luego ordenó que se fueran.
En realidad sí existían fotografías. Alguien se preguntó quién era el agente Pedro Sánchez Hernández, hurgó
casi nada en los archivos de la Dirección Federal de Seguridad y encontró que formalmente ese nombre no
coincidía con la lista oficial de agentes. Lo mismo con el sujeto de apellido González o Gutiérrez.
No era difícil adivinar: el sonriente Pedro Sánchez no era otro que el (más) sonriente Rafael Caro Quintero.
¿Cómo explicó Pavón el garlito? Así se defendió el hombre de confianza del Procurador General de la
República:
“No tenía informes de que en ese avión viajara Rafael Caro Quintero y nunca lo ha visto, pues nunca nos
proporcionaron fotografía ni retrato hablado. Se identificaron como policías, se verificó el interior del avión y
los agentes de la DEA no nos hicieron saber que esa aeronave fuera propiedad de algún narcotraficante, ni que
ahí se encontraba Caro Quintero”.
El 11 de abril de 1985 el comandante Pavón fue consignado por el delito de cohecho por permitir la fuga de
Quintero a cambio de 60 millones de pesos.
El gobierno de Estados Unidos, aguijoneado al punto que el Presidente Ronald Reagan habló en un tono más
que agrio con el Presidente Miguel de la Madrid por el asesinato de Camarena, entendió el saludo de Caro antes
de cerrar la puerta del jet como un manotazo en la requemada nuca del Tío Sam.
II. Los infiltrados

Foto: Archivo de SinEmbargo
José Antonio Zorrilla Pérez nació el 15 de mayo de 1942 en Zimapán, Hidalgo, en ese tiempo un montón de
caseríos dispersos en el semi desierto mexicano que no superaba los 15 mil habitantes.
Quedó huérfano de padre a los cuatro o cinco años de edad. Comenzó a trabajar joven, hacia los 14 años, como
empleado de una juguetería. Fue mensajero, vendedor, ajustador de cuentas, líder juvenil de la Confederación
Nacional Campesina, sector agrario del PRI.

Estudió economía en la UNAM y, ya en reclusión, obtuvo el título de derecho, también por la Universidad
Nacional. Se casó a los 21 o 22 años de edad y tuvo tres hijas. Zorrilla vivía con su familia en la calle de
Teolongo, en la colonia Jardines del Pedregal. Llevado de la mano por su padrino político, Fernando Gutiérrez
Barrios, fundador del sistema de espionaje mexicano, Zorrilla alcanzó al comienzo de sus cuarenta la titularidad
de la Dirección Federal de Seguridad, la policía política mexicana que mantuvo la prioritaria tarea para el
régimen priista de aplastar la guerrilla comunista de las décadas sesenta, setenta y ochenta y para esto había un
cuerpo especial.
La Brigada Especial de la DFS proporcionaba al gobierno estadounidense el invaluable servicio de perseguir la
disidencia comunista mexicana y, tal vez más importante que esto, seguir la pista de agentes cubanos y
soviéticos. La Brigada Especial o Blanca –para establecer un antagonismo con la Brigada Roja de la guerrilla–
existió como consecuencia de la Guerra Fría y el primer interés de Estados Unidos que su patio trasero se
mantuviera, al menos, blanco. Nunca rojo.
Las señales de la connivencia entre narcotraficantes y policías –o cada cual algo del otro en mayor o menor
medida– eran inocultables. Los propios agentes de la DEA desplegados en México y particularmente en
Guadalajara mantenían el reclamo a sus jefes apostados en la Ciudad de México de desatender el problema de
las complicidades a favor de la “relación especial” con México.
En Washington parecían preguntarse: ¿Qué importa si esos muchachos de piel oscura, bigotes ralos y revólver
pronto también rompen de vez en cuando la ley para ganarse algunos dólares? Venido abajo el Bloque
Socialista, son las drogas, sin duda, el primer argumento de intervención de América en Las Américas.
José Antonio Zorrilla Pérez dirigió la DFS entre el 16 de enero de 1982 y el 1 de marzo de 1985, según consta
en los archivos de la Secretaría de Gobernación. El período coincide con el de la consolidación del Cártel de
Guadalajara, en realidad un pacto de sinaloenses que migraron a Jalisco abrumados por la erradicación de
marihuana en la Sierra Madre Occidental promovida por Estados Unidos y efectuada por México. El lapso de
tiempo también incluye los asesinatos de Buendía y de Camarena y, a pesar que ambos casos se relacionan en
un mismo expediente, el gobierno estadunidense nunca insistió en el establecimiento de la conexión.
***

El policía. Foto: Archivo de SinEmbargo

Javier Ortiz García ingresó a la Dirección Federal de Seguridad en 1982. Al poco tiempo fue nombrado agente
efectivo con su sueldo respectivo. Se le comisión como trabajador en casa de la familia Zorrilla Pérez con
funciones equiparables a las de un valet.
Ortiz García observó el gusto de su jefe por los caballos y le comentó que él mismo sabía de su cuidado, así que
el director Federal de Seguridad encargó al joven policía que montara los caballos que él no cabalgara. Zorrilla
ocupaba de una a dos horas del día en el lienzo charro de la Ciudad de México o un club hípico en El Ajusco,
aparentemente propiedad del dueño de aceites Bardahl.
Esto permitió al caballerango conocer la agenda de su jefe, misma que detalló en 1988, en los meses previos a
que el mundo se le cayera encima a Zorrilla. Durante los días de poder, el funcionario despachaba temprano en
casa, antes de salir a montar. Ortiz declaró que uno de los más asiduos visitantes era el comandante Rafael Chao
López, coordinador de la DFS en Nuevo León y Tamaulipas.
Chao López, según Ortiz García, se apersonaba cada vez con un maletín lleno de dinero, producto, según otros
agentes, de la cuota cobrada por Chao López a los narcotraficantes y polleros por pasar drogas y migrantes a
Estados Unidos. Otros comandantes destacados en otras regiones del país también entregaban cuotas del mismo
modo.
El mismo Caro Quintero dio dinero en efectivo al funcionario. Y no sólo dinero.
“Rafael Caro Quintero montó en algunas ocasiones a caballo con el licenciado José Antonio Zorrilla Pérez (…)
Al parecer se le había proporcionado una credencial como miembro de la corporación (…) Caro Quintero le
regaló un Grand Marquis gris blindado y un caballo retinto que se llevó Zorrilla al Campo Militar Uno, donde
también en ocasiones acudía a montar”, detalló Ortiz García.
Todo el asunto de Zorrilla vendría a cuento, porque fue él quien urdió el asesinato de Manuel Buendía,
periodista que, según las investigaciones, estaba a punto de publicar una relación entre narcotraficantes y
políticos y en la lista de conexiones estaría de manera estelar la que existía en Zorrilla Pérez y Caro Quintero.
***
Habló Rafael Chao López, coordinador de Tamaulipas y Nuevo León:
“Por instrucciones del licenciado Zorrilla Pérez, formalmente reunía cada mes entre los comandantes
encargados de las plazas de Monterrey, Nuevo León, y Matamoros, Reynosa, Miguel Alemán y Laredo,
Tamaulipas de ocho a 10 millones de pesos (de 1982) en efectivo. Se los entregaba de propia mano en su
oportunidad su propio despacho de la DFS. Él sabía que el dinero provenía en su mayoría de narcóticos e
indocumentados.
“Hice alrededor de 12 entregas con el sistema y la cantidad mencionadas y de forma personal a Zorrilla Pérez.
Todo esto ocurrió durante 1982 y 1983, cuando fui comandante de la zona fronteriza de Tamaulipas y Nuevo
León”.
En los expedientes penales abiertos por el asesinato del periodista Manuel Buendía y de los negocios de drogas
de Caro Quintero, Ernesto Fonseca y Miguel Ángel Félix Gallardo, existe media docena de declaraciones de
agentes de la Federal de Seguridad sosteniendo lo mismo que Chao López: José Antonio Zorrilla Pérez recibía
profusamente en sus oficinas o en su casa de la Ciudad de México que debía estar apostado mil kilómetros al
norte. El relato es el mismo: Chao López entrando con un maletín y saliendo sin él. A nadie escandalizaba la
certeza de que el portafolio fuera repleto de billetes.

Chao López no tuvo mayor problema en decir que uno de sus Gran Marquis salió del bolsillo de Caro Quintero,
no directamente a su cochera, sino a la de otro comandante de la Dirección Federal de Seguridad, Miguel Ángel
Vielma, apostado en ese tiempo en Zacatecas, amigo cercano de Félix Gallardo y uno de los relacionistas del
cártel. Vielma presentó, por ejemplo, a Caro con Chao en el bar del Holliday Inn de Mazatlán.
Continuó Chao López:
“La marihuana que se producía y empaquetaba en el rancho del Búfalo era movida hacia Torreón y Tamaulipas.
Rafael Caro Quintero arregló con Zorrilla, a través de los comandantes regionales Rafael Aguilar Guajardo y
Daniel Acuña Figueroa este negocio en la cantidad de cinco millones de dólares.
“Zorrilla Pérez extendió diversas credenciales a periodistas, personalidades y narcotraficantes como son los
casos de Caro Quintero, Ernesto Fonseca y Félix Gallardo. Considero que puede agregarse a esta lista a Rafael
Aguilar Guajardo –futuro cofundador del Cártel de Juárez–, porque a él siempre se le consideró narcotraficante,
lo que era conocido por el propio Zorrilla Pérez”.
Chao López volvió al asunto de las entregas de dinero. Aseguró que no sólo él daba en la mano maletines de
plata al jefe de la policía política, sino la mayoría de los comandantes regionales, Daniel Acuña Figueroa,
Aguilar Guajardo, Federico Castell y Tomás Morlett, este último cercano al general Arturo Acosta Chaparro,
otro perseguidor de comunistas y eventual aliado del Cártel de Juárez.
“Le entregaba a Zorrilla Pérez en forma mensual cantidades que fluctuaban entre ocho y 10 millones de pesos
de aquel tiempo, cuando un carro nuevo Grand Marquis, costaba 700 mil u 800 mil pesos”, explicó en la unidad
de medida en ese mundo.
La Secretaría de Gobernación a cargo de Manuel Bartlett –hoy senador por el Partido del Trabajo y operador del
izquierdista Andrés Manuel López Obrador– sugirió el extensivo uso de las charolas –las acreditaciones que no
eran otra cosa sino permisos oficiales para matar, robar, secuestras, traficar– para explicar la existencia de las
acreditaciones de la DFS en manos de los narcotraficantes. El 9 de abril, de ese año canceló todas las
credenciales de sus dependencias de investigación e información.
Pero no era sí. El fotógrafo de la Dirección Federal de Seguridad también fue llamado a comparecer:
“Yo fotografié a narcotraficantes para que se les otorgara su identificación de la DFS a quienes se les indicaba
que eran colaboradores, no agentes. De esto tenían conocimiento absoluto el jefe de personal y Zorrilla Pérez,
porque ellos eran quienes me ordenaban tomar las fotos”.
***
Óscar Salvador Contreras, también agente de la DFS coincidió con Chao López en que los responsables de
llevar dinero de los plantíos de marihuana y amapola a las instalaciones de la inteligencia mexicana eran Daniel
Acuña Figueroa, José Abizaid Gracias y Tomás Morlett Borges y Federico Castell del Oro.
“Las personas antes citadas entraban a la oficina del director con un portafolios y al salir ya no llevaban consigo
el maletín. Se sabía que los portafolios iban llenos de dinero e inclusive cuando llegaban dichos comandantes
las personas que estaban en el interior salían del lugar para que no hubiera nadie más en la reunión con Zorrilla
Pérez.
Los comandantes o coordinadores estatales con mayor poder eran Daniel Acuña y Rafael Chao López. Hasta el
jefe de la policía política les temía, aunque en ese momento esa parte de la maquinaria se aceitaba con dinero y
no con sangre.

Acuña obsequió un Grand Marquis gris blindado a Zorrilla que otro agente, Luis Héctor García Ruiz El Villano
recogió en el norte del país y luego condujo al Distrito Federal. Caro Quintero regaló otro al subdirector de la
DFS Ezequiel Vera.
Zorrilla Pérez recibió otro caballo educado a la escuela española, animal de raza lipizzana y domado en la
técnica tradicional española. Los caballos de estas características son símbolo de Viena, Austria.
Cuando el fuego alcanzaba a Zorrilla, su cuadra fue puesta a salvo por otro connotado y polémico funcionario
de la época. Lo dijo el agente Contreras:
“Los caballos fueron recogidos por un tráiler propiedad de Hank González y trasladados a un sitio que
desconozco, pero sé que es hijo de Hank”, dijo en referencia del patriarca del Grupo Atlacomulco, el mismo del
que desciende el Presidente Enrique Peña Nieto.

Foto: Archivo de SinEmbargo
III. Los periodistas
Manuel Buendía mantenía un cercano contacto informativo con Zorrilla, aunque su verdadera relación con esa
parte del poder era su amistad con Fernando Gutiérrez Barrios, uno de los mayores estrategas de la Guerra
Sucia. Nacido en Veracruz en 1927, Don Fernando es uno de esos políticos evocados con orgullo o lo contrario
como ejemplar del monopartidismo de la segunda mitad del siglo pasado, “un priista al que no le temblaba la
mano a la hora de gobernar”.
La columna de Buendía, aparecida en el diario Excélsior, remitía desde su nombre a un estilo aún más
generalizado de la década de los ochenta de hacer periodismo, basado en las filtraciones. El espacio informativo
se llamaba Red Privada, alusión al sistema de comunicación interna de los altos funcionarios mexicanos en
cuyas oficinas se instalaba –y aún se hace– un teléfono rojo para la conversación directa y privada.

Manuel Buendía (Tabasco, 1926) habitó su tiempo. Su asistente, presentado con la pompa de la alta burocracia
como su secretario particular, cobraba su sueldo en el Instituto Mexicano del Seguro Social, de donde se le
comisionaba, expresamente, a atender las necesidades del periodista. De Buendía se ha insistido que lo
asesinaron por la espalda, pues si su ejecutor lo hubiese abordado de frente, se habría encontrado con un hábil
tirador.
Esto es cierto.
Buendía practicaba con frecuencia, hasta dos veces por semana, en el stand de tiro de la Dirección Federal de
Seguridad. Su compañero habitual de prácticas era el jefe del aparato de espionaje y eventual asesino
intelectual, José Antonio Zorrilla Pérez, quien, dicho por el propio ex jefe de la policía política, proporcionó al
periodista un gafete de la Federal de Seguridad.
***
En 1984, Buendía mostró un creciente interés en las relaciones entre la política y el narcotráfico. En las
reuniones con sus colegas, incluidos Iván Restrepo, Carlos Monsiváis, Héctor Aguilar Camín, Fernando Benítez
y Virgilio Caballero, entre otros, colocaba el tema sobre la mesa.
¿Existen indicios de que Buendía Tellezgirón llevara a la prensa su inquietud por esos nexos?
La investigación sobre su muerte, consideró dos artículos aparecidos los días 4 y 14 del mismo mes del
asesinato en su columna Red Privada de Excélsior. Se reproducen ambas editoriales no sólo por su valor con
respecto al caso o al contexto del crimen organizado de hace tres décadas, sino por su vigencia.
Se lee en el primero:
“Nueve obispos del Pacífico Sur –regiones de Oaxaca y Chiapas– se han unido para hacer una denuncia que el
gobierno tal vez no debiera dejar sin respuesta. No es usual que estos nueve coincidan en la firma de un mismo
texto, porque en el grupo hay por lo menos dos notables protagonistas, al lado de rancios conservadores.
“Así pues, la unidad tiene en este caso un especial valor que debiera alertar a los políticos. Los obispos exponen
una gravísima situación en esta región del país a causa del narcotráfico. Una carta pastoral firmada el 19 de
marzo –y que está siendo distribuida profusamente– no coincide con los tranquilizantes informes del Procurador
General de la República, respecto al éxito de las campañas contra los estupefacientes. A una sociedad nacional,
profundamente alarmada, interesaría aclarar si alguien está metido. He aquí algunos párrafos del documento que
suscriben los nueve obispos:
“En nuestro papel de agentes de pastores que tienen acceso a los lugares más apartados de la región y que, sobre
todo, tienen acceso al corazón de nuestros pueblos, hemos escuchado el clamor angustioso que se levanta desde
las comunidades que están sufriendo los hechos de violencia ocasionados por los estupefacientes. Con base en
este clamor, tan extendido, prevemos y tenemos, no sin razón un deterioro mayor y más generalizado de la
situación social de las personas y comunidades de nuestra región por causa de las drogas.
“No es nuestra intención hacer una denuncia amarillista de los hechos y de las personas involucradas para que
luego se suscite una cacería de brujas, en la que se aprovecha la oportunidad para descabezar movimientos
populares dando rienda suelta a rencores personales o a venganzas de unos grupos contra otros. Y que al final
de cuenta no remedian nada, sino, más aún, dejan al pueblo sumido en el trauma más espantoso de su vida a
causa de la violencia irracional que todo esto provoca (…)

“Por la falta de fertilizantes y maquinaria para hacer producir mejor la tierra y por la extrema pobreza de
indígenas y campesinos, muchos han caído en manos de mafias, nacionales y extranjeras, que los convencen
para sembrar marihuana, quitando espacio a la agricultura (…)
“Hoy las cosas son aún más graves (…) La siembra de marihuana se ha incrementado en los últimos años.
Áreas cada vez más amplias de tierra se han ido incorporando al cultivo de esta hierba; no sólo de zonas
apartadas e inhóspitas, sino de incluso de lugares muy accesibles. Desafortunadamente la mayoría de ellas son
de comunidades indígenas. No podemos dejar de afirmarlo: hay un porcentaje cada vez mayor de tierras
laborables de nuestros dos estados, Oaxaca y Chiapas, que están siendo ocupados para la siembra de
estupefacientes.
“Existe una red perfectamente organizada para proporcionar semilla, el crédito, los fertilizantes y demás
insumos; para supervisar técnicamente el tiempo de siembras, de barbecho y de cosechas, e incluso para atacar
posibles plagas; para recoger el producto, empacarlo y almacenarlo. Existe también un bien equipado sistema de
transportación de hierba que cuenta con camionetas, tráileres y hasta pistas clandestinas donde bajan avionetas
particulares. Todo lo cual le da ante los campesinos indígenas una apariencia de bondad y legalidad.
“Las mafias que controlan el tráfico de la droga están perfectamente organizadas, a nivel nacional e
internacional, para asegurar sus fines. Y no se tientan el corazón para engañar, sobornar, amenazar y matar si
sus intereses así lo requieren. La siembra de marihuana y de la amapola en nuestra región no se puede explicar
si no se toma en cuenta el enrome poder que tienen estas mafias nacionales e internacionales, que pueden poner
bajo su dominio, casi absoluto, a grandes zonas de nuestra región.
“Pero tampoco se puede explicar el poder tan grande que tienen las mafias en nuestra región y la impunidad y
descaro con que actúan despreciando las leyes nacionales si no se supone que existe en este negocio
complicidad, directa o indirecta, de altos funcionarios públicos a nivel estatal y federal (…)”.
Esta es la segunda colaboración de Buendía aludida líneas atrás:
“El procurador General de la República y el Secretario de la Defensa no deberían ignorar por más tiempo la
advertencia que hicieron desde marzo los nueve obispos del Pacífico Sur, respecto al significado político que
puede tener el incremento del narcotráfico en nuestro país, específicamente en los estados de Oaxaca y Chiapas.
Tal como lo plantean –y se desprende también de otras informaciones– este asunto involucra la seguridad
nacional.
“Estos nueve dirigentes eclesiásticos coinciden con lo que saben otros observadores. Dicen que en este sucio
negocio ‘existe complicidad directa o indirecta de altos funcionarios públicos a nivel estatal y federal…’. La
lista de estos países en donde los narcotraficantes han tenido “decisiva influencia política” incluyen no sólo a
Italia, sino a otros cercanos a nosotros geográficamente y ligados por una complicada urdimbre de relaciones.
Bolivia y Colombia son dos de estos países… nadie ignora como en esos dos países los estupefacientes y la
política han ido muchas veces de la mano. Pero es en Estados Unidos donde se da el fenómeno no sólo para su
propia sociedad, sino para los países del continente, especialmente México.
“El contubernio de políticos y miembros del crimen organizado –que incluye el comercio clandestino de
enervantes– es cosa vieja en el esquema norteamericano y un pilar para la ampliación constante del mercado,
que estimula en otros territorios, como el nuestro, la producción.
“La denuncia de los nueve obispos no parece exagerada al decir que existe para México el peligro de la
interferencia extranjera en nuestros ‘asuntos patrios’ por la vía de las mafias internacionales. Más bien se
quedaron cortos. Ellos debieron haber señalado que en México ya se dio el caso de que ciertos hechos políticos,
en el pasado inmediato, fueran marcados por la influencia de un notorio traficante de narcóticos.

“La corrupción es un fenómeno esencialmente político, fue incrementando durante el sexenio pasado, en una
medida en realidad incontrastable, por los intereses de ese narcotraficante que ejerció su actividad casi a la luz
pública. Pero con DURAZO [mayúsculas de Buendía] o no, la mafia internacional del narcotráfico ha
incrementado evidentemente sus actividades en México, de 1982 a la fecha, y esto como señalan nueve obispos
no se puede lograr sin complicidades internas”.
***
A fines de febrero o principios de marzo de 1984, Buendía requirió a su auxiliar la colocación de un aparato de
grabación de una llamada telefónica que tendría con Zorrilla Pérez. Fue una conversación acalorada.
Discutieron sobre algún asunto que involucraba inmigrantes cubanos y algo más que el secretario del periodista
no logró escuchar.
Lo cierto es que la relación entre Buendía y Zorrilla se cuarteaba.
El 7 de febrero de 1990, María Dolores Ávalos Viuda de Buendía atravesó una declaración más ante el juez. La
mujer dio detalles del estado de la relación entre Buendía y Zorrilla Pérez, el hombre que la abrazara ante el
cadáver de su marido asesinado.
Preguntaba el fiscal:
–Que nos diga la testigo si recuerda cuándo fue la última vez que José Antonio Zorrilla Pérez llamó al domicilio
particular de Manuel Buendía en vida este último.
–Más o menos unos 15 días antes, en la madrugada que fue antes de su asesinato.
–Que nos diga la testigo si se percató de la hora aproximada que hizo la llamada telefónica José Antonio
Zorrilla Pérez y que dice fue 15 días antes de su asesinato.
–Más o menos a las cuatro y cinco de la mañana.
–Que nos diga la testigo si se enteró del contenido de la llamada a que se ha referido a las dos preguntas
anteriores.
–Más o menos.
–Que nos diga la testigo en qué consiste más o menos.
–De lo que se puede enterar una sola persona por la otra que está en una línea que no se oye, oídas las palabras
de Manuel que le dirigió al señor Zorrilla, si repite todo lo que él dijo fue: ‘¡Retírate!… ¿Qué estás haciendo?…
¡Vete!… ¡Sal del país, estoy enterado de muchas cosas, vete!
“Manuel estaba muy molesto”, continuó la viuda, “dijo palabras altisonantes y colgó la bocina. Le pregunté de
qué se trataba. Él dijo que era el señor Zorrilla el que hablaba, que estaba en bastantes dificultades y estaba
involucrado con el narcotráfico”.
Estaba a días de su muerte. Fue asesinado el 30 de mayo de 1984 a las afueras de sus oficinas, en la avenida
Insurgentes casi esquina con Reforma.
El joven asesino calzaba tenis, vestía pantalón de mezclilla, playera y gorra: el uniforme de un espía mexicano
de la época cuando actuaba como asesino. Cuando la ejecución estaba prevista en el Distrito Federal solían traer

al policía de algún estado. Lo acondicionaban, enseñaban a tirar a la perfección en las condiciones previstas de
la ejecución y estudiaban sus reacciones ante diferentes eventualidades. El proceso era conocido por Esqueda,
un viejo amigo y enemigo reciente de José Antonio Zorrilla Pérez.
Según los resultados de la investigación, le disparó Juan Rafael Moro Ávila por órdenes directas de José
Antonio Zorrilla Pérez y acuerdo con el jefe de la Brigada Especial, Juventino Prado.
Minutos después del homicidio, la mujer de Buendía se arrodilló ante el cadáver del periodista.
–¡Manuel! ¿Ya ves? ¡Te dije que te iban a matar y ya te mataron!
Visiblemente consternado, Zorrilla tomó de los brazos a la mujer y la atrajo para abrazarla.
***
No fue la única actuación de Zorrilla Pérez. Al año siguiente fingió absoluta consternación por la muerte de un
amigo de la juventud, José Luis Esqueda, también funcionario de gobierno y quien había tenido paso por la
Dirección Federal de Seguridad.
Esqueda fungió como Coordinador para los Estados y Municipios de la Secretaría de Gobernación. En un viaje
que realizó en 1984 a Guadalajara, encontró que la ciudad estaba tomada por el Cártel de los sinaloenses y que
poco salía de su propiedad. Ciertamente no las policías municipales, estatales y los destacamentos de las
agencias federales, incluida la dirigida por su amigo Zorrilla Pérez.
Esqueda adquirió una actitud de decepción y confrontó a Zorrilla Pérez.
–¡Te voy a partir tu madre!– reviró Zorrilla mientras le apuntó con una pistola debajo de la mesa de un
restaurante.
–Pues me tendrás que mandar a matar, porque tú no tienes los huevos para hacerlo y partirte la madre conmigo–
repuso Esqueda.
En adelante, Zorrilla comisión a sus agentes para seguir e intimidar a su viejo amigo y Esqueda comenzó a
acumular información sobre el director de la Federal de Seguridad y pronto integró un grueso expediente.
Esqueda también conocía a Buendía y, según amigos, una amante y la esposa de Esqueda, entregó los papeles al
autor de Red Privada. Pero antes –y en esto coinciden los testimonios– los colocó en el escritorio de “la
superioridad”, título con que los trabajadores de la Secretaría de Gobernación se referían al secretario, a Manuel
Bartlett.
José Luis Esqueda Gutiérrez murió asesinado el 16 de febrero de 1985, nueve días después que Camarena lo
cual no fue asunto de interés de la DEA ni del FBI, aun cuando al poco tiempo de la muerte de Kiki quedó clara
la responsabilidad, al menos material, de efectivos de la Dirección Federal de Seguridad en la ejecución de su
agente.
No está clara la existencia de la lista o que esta se haya producido como consecuencia de las investigaciones
surgidas tras los asesinatos de Buendía, Camarena y Esqueda, relacionados entre sí por haber sido efectuados
por agentes de la Federal de Seguridad.
***

La investigación de los asesinatos de Buendía y Esqueda correspondió a la Procuraduría de Justicia del Distrito
Federal al tratarse de un homicidio pretendidamente cometido por la delincuencia común.
De manera resumida, la escena política en el Distrito Federal tenía en el protagónico a Ramón Aguirre
Velázquez, jefe del entonces Departamento del Distrito Federal entre 1982 y 1988.
Antes fue secretario de Programación y Presupuesto, cartera en que sucedió a Miguel de la Madrid y sucedió a
Carlos Salinas de Gortari, ambos presidentes de la República, así que Aguirre Velázquez tenía alguna
relevancia nacional. En la regencia capitalina le tocó llevar en la capital mexicana la pretendida renovación
moral convocada por De la Madrid luego del pronunciado deterioro institucional ocasionado por la corrupción
ocurrida durante las administraciones de Luis Echeverría y José López Portillo.
Los resultados de esa campaña llevaron a calificarla como simulación, mientras que en el recuerdo de la ciudad
Aguirre Velázquez aparece como un alcohólico incapaz de reaccionar tras los sismos de 1985 lo que significó el
comienzo del fin del PRI en el Distrito Federal.
De regreso al asesinato de Buendía, la hipótesis más atendida al inicio del caso consideró la responsabilidad de
un empresario alemán asentado en Durango a quien el periodista mostrara en su columna de Excélsior como un
contrabandista internacional de armas con pasado nazi. La información proporcionada por la propia Federal de
Seguridad llevó a la deportación de ese hombre quien, por cierto, sí perteneció a la SS.
Las declaraciones sobre las conexiones de ese hombre con otros nazis refugiados en América Latina componen
otra historia documentada qué contar.
Las pesquisas de la procuraduría dieron algunos tumbos alrededor de los amoríos de Buendía, la irritación de la
Iglesia más conservadora cuyas incongruencias eran tema recurrente y los grupos estudiantiles reaccionarios de
Guadalajara, otro tema común en Red Privada.
Las acusaciones contra el alemán no prosperaron y el tema fue llevado al refrigerador hasta el siguiente sexenio.
***
El intento de salida para Zorrilla fue su postulación para una diputación federal por el PRI. Renunció al cargo de
director de la DFS el 1 de marzo de 1985, pero aún en los años del descaro era demasiado costoso mantenerlo
políticamente vivo y se vio forzado a declinar sus aspiraciones políticas –y de fuero– el 24 de mayo de ese
mismo año.
Para dejar bien claro que el partido y el gobierno eran una misma entidad, la Secretaría de Gobernación explicó
la situación:
“El Partido Revolucionario Institucional informó que en razón de que con posterioridad a su postulación han
sido discutidos por la opinión pública hechos relacionados con su función anterior, sin prejuzgar dichos hechos,
procedió a aceptar su renuncia a la candidatura ya mencionada.
“Aún sin existir pruebas o elementos fundados para presumir la responsabilidad penal del ex director, los
hechos arriba referidos acreditan que le es imputable ineficiencia administrativa habida cuenta de que ejerció un
deficiente control sobre la acción de los comandantes y los agentes a que se ha hecho referencia y que permitió
el ingreso de agentes que no reunían los requisitos básicos para hacerse cargo del servicio de las funciones que
le corresponden”.

Lo que luego ocurrió fue la desaparición de Zorrilla Pérez durante casi cuatro años. La administración federal
de Carlos Salinas de Gortari y la del Distrito Federal de Manuel Camacho Solís reabrieron el expediente e
imputaron a Zorrilla Pérez, procesado en los juzgados Cuarto y Trigésimo Cuarto.
IV. Más crímenes que castigo
Si se quiere ver cómo agentes de la Dirección Federal de Seguridad vivían por encima de cualquier sueldo
obtenido con honestidad y cómo los usos y costumbres de narcos y policías eran la misma cosa en la década de
los ochenta, sólo falta ver la descripción de los objetos que llevaban consigo algunos de los cómplices del
crimen de Buendía cuando ingresaron a prisión:
*Juventino Prado Hurtado, el jefe de la Brigada Especial de la Dirección Federal de Seguridad. Tenía 37 años
en 1989, casado, michoacano, con sólo la secundaria concluida. Vivía en la colonia Clavería, una de las pocas
zonas consideradas de clase media alta de la delegación Azcapotzalco del DF. Llevaba un Reloj Rolex Oyster
Perpetual modelo GM Master automático y una cartera rota de piel café con 1 millón 272 mil pesos.
*Raúl Pérez Carmona, comandante adscrito a la Brigada Especial. En 1989 tenía 45 años de edad y estaba
casado. Es originario del Distrito Federal, con escolaridad el primer año de preparatoria. Vivía en la calle
Paseos de Taxqueña y en 1989 era subdirector operativo de la Secretaría de Protección y Vialidad del
Departamento del Distrito Federal. Reloj Rolex Oyster Perpetual modelo GM Master automático, con carátula
negra y caja y pulsera de acero y oro de 14 quilates.
*Sofía Naya Suárez, agente de la Brigada. Fue detenida mientras usaba un reloj para dama marca Rolex Cellini
con carátula negra, números romanos, caja de oro de 18 quilates y pulsera de piel. Una gargantilla planchada de
oro de 14 quilates, un anillo con un brillante corte limpio blanco, tres argollas unidas de oro combinado,
pulserita trenzada combinada de oro, anteojos de sol italianos y 53 mil 400 pesos.
***
El 31 de agosto de 1989, el juez llamó a Caro Quintero para que testificara. Con el cabello alborotado, los ojos
achinados y el bigote orgulloso, pero extraño sin llevar a la vista un solo gramo de oro, el narcotraficante se
paseó por el cubo de la rejilla de prácticas. A su lado, José Antonio Zorrilla Pérez lucía más frío.
Con tono plano, la secretaria del juzgado exhortó a Caro Quintero para que se condujera con la verdad. A lado
de la funcionaria judicial, el fiscal y el abogado del ex director Federal de Seguridad miraron al hombre
acercarse a los barrotes. La mujer le recordó que debía responder a los cuestionamientos. El sinaloense se
aseguró que lo escuchara.
–Yo ya estoy sentenciado, no quiero declarar– e incrementó el volumen de su voz– ¡Y chinguen a su madre!
Zorrilla Pérez se le acercó y le pidió hablar. Le propuso que sólo respondiera las preguntas de su defensor. Así
hizo el narcotraficante y, fundamentalmente, afirmó conocer al ex funcionario hasta el momento en que se
encontraron presos los dos en el Reclusorio Norte.
Al juez no gustó la invitación que le hizo el contrabandista y empleó el momento como un elemento probatorio
por sí mismo en términos de que, si Caro era renuente con la autoridad y condescendiente con el acusado,
existía relación anterior entre los dos –oficialmente– criminales.
El juzgador concluyó respecto de las complicidades de Zorrilla:

“Teniendo el carácter de servidor público y aprovechando su cargo permitió en el año de 1984 la siembra,
cultivo, cosecha, almacenamiento y transportación de marihuana en el rancho El Búfalo que se ubica en el
estado de Chihuahua, además extendió credenciales de una dependencia gubernamental a personas ajenas a la
misma, dedicadas al narcotráfico recibiendo por ello grandes cantidades de dinero (…)”.
“José Zorrilla Pérez se encontraba relacionado ilícitamente con narcotraficantes a quienes les había expedido
credenciales de la DFS para realizar actividades ilícitas, circunstancia que fue descubierta por el periodista
Manuel Buendía Tellezgirón (…) Concibe la idea de privar de la vida a Manuel Buendía Tellezgirón en razón
de que este había descubierto las actividades delictivas en las cuales estaba implicado”.
Recibió una sentencia de 29 años, cuatro meses y 15 días únicamente por el asesinato de Buendía que cumplirá
el próximo año, aunque podría dejar la prisión en cualquier momento al mantener su reclamo de libertad
anticipada y objetar sus padecimientos de salud al encierro.
***
¿Qué hay en la mente de un hombre que entrega su nación al narcotráfico?
Durante su encarcelamiento, el ex jefe de la policía política resolvió en distintas ocasiones los test psicológicos
de las prisiones capitalinas por las que transitó: los Reclusorios Norte y Oriente y la Penitenciaría del Distrito
Federal.
Los psicólogos que estudiaron a Zorrilla concluyeron tras analizar sus dibujos de casas y personas, de revisar las
frases con que proponía concluir ideas incompletas, de calcular sus tendencias psicopáticas, esquizoides o
histéricas:
“Estructuró una personalidad egocéntrica, lábil y manipuladora, fantaseando con gran cantidad de metas y gran
ambición para alcanzarlas (…) Busca reconocimiento y aceptación social, utiliza el mecanismo de defensa de la
fantasía para compensar modificando su relación con las figuras que le representan autoridad, logrando acatar
las normas y reglas establecidas.
“Sujeto egocéntrico, con rasgos narcisistas, sus relaciones interpersonales se caracterizan por ser de tipo
utilitario ya que busca sacar provecho de los demás aunado a que busca reconocimiento social.
“Desvirtuada introyección de normas y valores sociales, oportunista, bajo control de impulsos aunado a su
entorno laboral lo llevan a la comisión del delito. Niega su comisión”.
Zorrilla Pérez se ve más viejo de lo que es.
Ya compurgó las sentencias por los delitos de ejercicio indebido del servicio público, portación de arma de
fuego de uso exclusivo para las Fuerzas Armas y en cualquier momento quedará en libertad por el asesinato de
Buendía, único por el que se le condenó.
Es decir, el sistema de justicia mexicano lo sentenció por cometer un asesinato cometido para proteger una red
del narcotráfico, pero se negó a responsabilizarlo como un narcotraficante. No uno cualquiera, sino un
cofundador del Narcoestado Mexicano.
***

Los muertos y desaparecidos dejados por la Guerra Sucia en México es aún incierto. A pesar de los dos
sexenios de alternancia política, el priismo logró frenar cualquier llamado a cuentas al ex presidente Luis
Echeverría y a realizar un exhaustivo ejercicio de revisión histórica.
La Organización de las Naciones Unidas ha recibido 374 denuncias relacionadas con crímenes de Estado
ocurridos entre 1960 y 1980. El Comité Eureka concentra 557 expedientes de personas desaparecidas entre
1969 y 2001, de las cuales más de 530 corresponden a personas desaparecidas hasta la década de 1980.
A la vez que la Dirección Federal de Seguridad y, más específicamente, su Brigada Especial perseguían,
secuestraban, torturaban, asesinaban y desaparecían disidentes, prohijaba el establecimiento de las estructuras
del narcotráfico que se consolidaron en los actuales cárteles. Aviones para volar kilos de cocaína a Estados
Unidos, aviones para desaparecer personas en el mar.
Las alianzas de esos entre la Policía Política y el narcotráfico, en ese tiempo subordinado, sembraron el presente
del poder fáctico del crimen organizado.
Los muertos y desaparecidos ya no son asunto de cientos, sino de decenas de miles.
Todo esto en los años en que nada existía bajo el sol sin el conocimiento del Presidente de la República.
Manuel Bartlett, el secretario de gobernación en el sexenio de 1982 a 1988, egresó de la Facultad de Derecho de
la UNAM. En su examen profesional realizó la tesis “La obligación del Estado de reparar los daños que cause”.
Bartlett recibió una mención honorífica.
Tras la fundición del Cártel de Guadalajara, Juan José Esparragoza Moreno El Azul, uno de los barones de las
drogas con menor jerarquía que Caro, Fonseca y Félix Gallardo, pero con una habilidad negociadora que
recuerda a los hombres de paz en El Padrino de Mario Puzzo, convocó a los sobrevivientes antes de que cada
uno debiera cumplir con su obligatorio paso por la prisión, él incluido.
Los narcos se convencieron de que todos cabían –luego se darían cuenta y de lo peor forma que no era sí–.
Dueños de las almas de los agentes de la Dirección Federal de Seguridad que migraron a la Policía Judicial
Federal, convinieron la constitución de cuatro cárteles: Tijuana, para los hermanos Arellano Félix, sobrinos de
Miguel Ángel Félix Gallardo, y Jesús Labra; Sinaloa, encabezado por Joaquín El Chapo Guzmán; Juárez, para
Amado Carrillo Fuentes El Señor de los Cielos, y del Golfo, en manos de Juan García Ábrego con el respaldo
de Rafael Chao López.
La República de las Drogas estaba fundada. *
Mañana: ¿Qué pasa por la mente de El Azul, el capo negociador?
Fuentes:
*Causa penal 104/89 y acumulada 101/89 instruidas contra José Antonio Zorrilla Pérez, Juventino Prado
Hurtado, Raúl Pérez Carmona, Juan Rafael Moro Ávila y Sofía Naya Suárez por el asesinato de Manuel
Buendía Tellezgirón.
*Causa penal número 28/85 y su acumulada 229/85, acumuladas asimismo en las causas 190/84 y 191/84
instruida en contra de Rafael Caro Quintero y Ernesto Rafael Fonseca Carrillo y otros por los delitos contra la
salud en sus modalidades de siembra, cultivo, cosecha, transportación y venta de marihuana.

*Sentencia del Juez Primero de Distrito en Materia Penal son sede en Jalisco en el expediente 117/85 instruido
contra Armando Pavón Reyes.
*Causa 111/89 instruida en el Juzgado Cuarto Penal en el DF por el delito de homicidio en contra de Zorrilla
Pérez y Alberto Guadalupe Estrella Barrera
*Acta de la Policía Judicial de 3 de julio de 1989 glosada a la averiguación previa 2767/D/89 que dio origen a
la causa penal 137/89 del Juzgado Tercero de Distrito en materia penal en el DF
*Boletín informativo de la Secretaría de Gobernación de 3 de junio de 1985.
*Estudios de personalidad hechos a José Antonio Zorrilla Pérez entre 1989 y 2009 en las cárceles de la Ciudad
de México.

EN LA CABEZA DE JUAN JOSÉ
ESPARRAGOZA , “EL AZUL”
Por: Humberto Padgett - septiembre 3 de 2013 - 0:00
INVESTIGACIONES, Investigaciones especiales, México, TIEMPO REAL, Último minuto - 9 comentarios

Ciudad de México, 3 de septiembre (SinEmbargo).– Todos sucumben. Muchos se van extraditados a Estados
Unidos, donde el sueño de gobernar las cárceles queda supuestamente sepultado, al menos para los grandes
capos mexicanos, quienes deben ceder ese asiento a las pandillas que les distribuyeran en las prisiones o las
calles las drogas ilícitas que los llevaron ahí.
Algunos mueren atravesados por las balas de sus socios. Otros por el fuego del Ejército o la Marina. Durante el
pasado y presente sexenio no ha habido un solo cártel que pierda una de sus cabezas al fuego del gobierno
federal, aunque –y ahí están las listas de los muertos, los detenidos y los vivos– el menos tocado es el Cártel de
Sinaloa, la última casa de Esparragoza Moreno.
Todos menos uno: Juan José Esparragoza, El Azul, el mítico hombre que se ha colocado por encima de todos los
cárteles y sigue vivo y libre tras casi 50 años dentro de un negocio donde la veteranía es la excepción. En
perspectiva: cuando Esparragoza libraba tiros, organizaba cumbres y compraba policías –no tanto personas sino
corporaciones enteras– ninguno de los cuatro líderes que han dirigido a Los Zetas había nacido y ya dos están
muertos y uno preso.
Sin El Azul no podría entenderse la presente República de las Drogas.
En la cabeza de El Azul

El 6 de febrero de 1985, un grupo de agentes y ex agentes de la DFS pagados por Don Neto Fonseca se
reunieron en su casa. Al día siguiente, a las siete de la mañana, el veterano narcotraficante les ordenó ir al
domicilio de Rafael Caro Quintero El Narco de Narcos.
Se concentraron ahí en espera de órdenes. Antes del mediodía, un grupo salió al consulado estadounidense en
Guadalajara.
Horas después volvieron Fonseca y el resto del grupo con un hombre al que cubrieron la cabeza con un saco.
Fue conducido a una de las recámaras de la casa y los capos se encerraron en la habitación de Caro. Sergio
Espino Verdín recibió la orden de cuidar la entrada de la habitación donde estaba retenido el agente
estadounidense. Minutos más tarde regresó Samuel Ramírez Razo Samy a interrogar a Camarena. El asunto
giraba alrededor de la investigación llevada por la DEA y las autoridades mexicanas sobre el tráfico de drogas.
El pago por el secuestro fue de 50 mil pesos a cada uno de los cuatro agentes del servicio secreto mexicano
participantes.

Introdujeron a Fonseca en una de las recámaras de la casa, a donde entraron Caro Quintero y Fonseca Carrillo.
Samuel Ramírez Razo El Samy estuvo a cargo del interrogatorio.
La tortura fue brutal. La ejercían hombres entrenados para evitar la investigación y obtener los datos mediante
la fuerza: eran agentes de la Dirección Federal de Seguridad, la misma agencia de espionaje mexicana que
desde su más alta dirección protegía a los secuestradores de Kiki Camarena.
–¿Cómo se llama, hijo de su pinche madre? –repetía El Samy la pregunta con cierta frecuencia.
–Enrique Camarena Salazar.
–¿Sobre de quién andan, pinches culeros? ¿Quiénes están en la lista?
Los detalles serían dados al juez por Sergio Espino Verdín, ex miembro de la Dirección de Investigaciones
Políticas y Sociales, otro aparato de espionaje político del gobierno mexicano de los ochentas.
Espino Verdín llegó ahí mediante el fichaje mediado por Jorge Salazar Ortega y Javier Barba Hernández,
abogados de Caro Quintero y Fonseca Carrillo, responsable de su sueldo. Amistó suficiente con Don Neto como
para que el capo, en el velorio de un hermano que le mataron, le entregara al ex espía 500 mil pesos de la época
para repartirlos entre la tropa.
Ramírez Razo y Tejeda Jaramillo proporcionaron el resto de los detalles de ese día:
“Lo tenían en una recámara donde era golpeado por Carlos Martínez y Refugio Cuquillo. El primero lo
amordazó, le introdujo unos pedazos de trapo en la boca y le puso tela adhesiva alrededor de la boca y la nariz.
Debió morir pronto”, dijo el último.
Fonseca tuvo un mal presentimiento, como si la casa se llenara de pájaros negros.
–Compadre, necesitamos soltar al gringo –dijo Don Neto a su joven e impetuoso socio Caro Quintero.
–No puedo, compadre, porque ya lo madrearon y se está muriendo.
Ya era 7 de febrero de 1985, día en que la historia del crimen organizado cambió para siempre y, a entender por
el momento actual, también del país por completo.
Metieron a Camarena en la cajuela de un automóvil. Seminconsciente, le golpearon varias veces la cabeza con
una llave de tuercas. Ahí mismo introdujeron a Alfredo Zavala, el piloto mexicano que dio las coordenadas del
rancho El Búfalo, el mayor sembradío de marihuana de la historia y cuya pérdida enfureció a Caro al grado de
cometer el error de asesinar a un policía con pasaporte estadounidense.
Llevaron el auto a un rancho en Michoacán y lo encerraron con los cadáveres dentro en el interior un garaje que
luego tapiaron
Antes de esto. Cuando Samy abandonó el cuarto de tortura, se dirigió con la respiración entrecortada, no de
angustia sino de fatiga. Dijo a sus jefes: “El detenido manifestó que Miguel Ángel Félix Gallardo, Fonseca,
Caro Quintero, Manuel Salcido El Cochiloco y Juan José Esparragoza Moreno El Azul eran este orden las
principales personas que se dedicaban al narcotráfico nacional e internacional”.

***
Los cárteles mexicanos, a semejanza de los colombianos, conciliaron intereses comunes de narcotraficantes
identificados por razones de región o parentesco. Antes de estas agrupaciones en México, existían bandas con
mayor o menor organización fundamentalmente dedicadas al cultivo y exportación de marihuana y amapola. El
clan de Los herrera, por ejemplo, gobernó en el crimen y la ley durante años en Durango, donde alrededor de 2
mil familiares se imbricaron en el contrabando, gobiernos municipales, jefaturas policíacas.
Al otro lado de la montaña, en Sinaloa, surgieron figuras como Pedro Avilés Pérez El León de la Sierra, quien
exploró de manera anticipada, en la primera década de los setenta, con Javier Sicilia Falcón, un cubano-
americano nacionalizado mexicano, las primeras rutas occidentales del tráfico de cocaína. Avilés fue asesinado
y Sicilia preso.
Más del primero que del segundo descienden directamente Miguel Ángel Félix Gallardo El Padrino, Ernesto
Fonseca Carrillo, Rafael Caro Quintero, Manuel Salcido El Cochiloco, Amado Carrillo Fuentes El Señor de los
Cielos y Juan José Esparragoza Moreno El Azul.
Todos murieron de bala o están presos, excepto Caro Quintero, quien apenas dejó la cárcel de Puente Grande
luego de 28 años de encierro y El Azul Esparragoza.
Para colocar a las personas en contexto, en las miles de páginas contenidas en los expedientes judiciales
obtenidos por SinEmbargo sobre el estado del narcotráfico mexicano durante la década de los setenta y
ochenta, el nombre de Joaquín El Chapo Guzmán, hoy el primer narcotráfico del mundo según en el gobierno
de Estados Unidos, no aparece sino hasta después del asesinato de Camarena. Lo mismo ocurre con Ismael El
Mayo Zambada. Sólo tenía relevancia Esparragoza Moreno.
La dirigencia actual de Sinaloa, el más próspero vendedor de drogas en el mundo es un triunvirato compuesto
por El Chapo, El Mayo y El Azul, hombres con diferencias de edades de entre dos y seis años.
¿Por qué? ¿Existe algo especial en Juan José Esparragoza Moreno?
Parte de la respuesta está en el expediente integrado por el área técnica de la Penitenciaría del Distrito Federal.
SinEmbargo posee copia completa del documento, un informe confidencial con todas las evaluaciones
psicológicas, sociales, criminológicas y laborales hechas al capo durante los últimos siete años que ha estado en
prisión.
Ahí están los cuestionarios en que El Azul se describía “travieso” de niño y temeroso de no hacer de sus hijos
hombres de “vien”. O está el dibujo de un hombre con brazos enormes y deformes y trazo tembloroso, al que
inventó una historia con su letra manuscrita y poco practicada: “Esta figura es de un señor que fue quemado un
Sábado de Gloria por perverso”.
Es la historia de un hombre de 1.77 metros y atlético en su juventud. Del hijo adorado de un ganadero. De un
hombre tan moreno al que sólo le podían apodar El Azul. Que en los años 70 se integró como uno de los agentes
de la Dirección Federal de Seguridad, la policía política que, a la vez, era una especie de dependencia
controladora de la gran banda de narcotraficantes liderados entonces por Miguel Ángel Félix Gallardo, quien
reconoció el talento de un joven Esparragoza y lo eligió como su lugarteniente.
No fue su único maestro. El Azul estuvo bajo la tutela de Juan José Quintero Payán, contemporáneo de Ernesto
Fonseca, Don Neto, y anterior a Miguel Ángel Félix Gallardo y Rafael Caro Quintero. Tuvo también la
enseñanza de Pedro Avilés, El León de la Sierra. Juntos adornaron las cañadas y los cerros con plantíos de
mariguana y se convirtieron en leyendas, en letras de corridos norteños.

En 1977, el gobierno de Estados Unidos asesoró al mexicano, que utilizó por primera vez al ejército para
combatir al narco y poner en marcha la Operación Cóndor, en Sinaloa.
Félix Gallardo, Don Neto, Caro Quintero y El Azul migraron a Guadalajara, donde continuaron las operaciones,
cada vez más fortalecidas con el envío de cocaína sudamericana a Estados Unidos, bajo el amparo de la
Dirección Federal de Seguridad, de la que El Azul obtuvo una credencial que lo acreditaba como colaborador
oficial de esa dependencia gracias a la compra que los narcos hicieron de la policía política mexicana.
En 1985, la mafia sinaloense asentada en Jalisco supo que un hombre andaba detrás de ellos, Enrique
Camarena.
Los narcos lo secuestraron frente al consulado de su país en Guadalajara por órdenes de Don Neto y Caro
Quintero. Le preguntaron quiénes eran los hombres en la lista negra del gobierno estadunidense. Dio todos los
nombres. Luego lo asesinaron. La DEA reclamó cabezas.
Y el gobierno mexicano se las dio.
Antes, quizá con conocimiento de que la prisión era un mal trago insalvable, Esparragoza Moreno convocó a
una cumbre en que México quedó partido en cuatro para asuntos de narco. Sólo él podría convencer a Amado
Carrillo, sobrino de Don Neto, que mantuviera calma la antipatía que sentía por El Chapo y a este que no fuera
sobre sus paisanos, los Arellano Félix, sobrinos de Miguel Ángel Gallardo El Padrino. Que se admitiera la
personalidad de Juan García Ábrego, sobrino del legendario don Juan N. Guerra, barón del contrabando
tamaulipeco.
La división política se hizo, pero, al poco tiempo, la bandera blanca voló en pedazos al ritmo de los cuernos de
chivo.
***
El Azul entró al Reclusorio Sur del Distrito Federal a las cinco de la tarde con 15 minutos del 11 de marzo de
1986. Dio como domicilio una residencia en la calle Fuego 908, en el Pedregal de San Ángel del Distrito
Federal.
El Departamento del Tesoro de Estados Unidos, a través de su listado de personas y entidades restringidas para
operaciones financieras, identifica además cinco domicilios suyos en Tijuana.
El capo se dijo agricultor y ganadero. La Procuraduría General de la República decía que no lo era. Que
cultivaba, cosechaba, segaba, empaquetaba, transportaba, vendía y exportaba mariguana. Que era un señor de la
cocaína, negocio cada vez más boyante.
El juez lo condenó a siete años y dos meses de prisión. Caminaba con dificultad, afectado por un tiro que le
entró en el muslo derecho.
Tras los primeros exámenes de personalidad, el psicólogo Jaime Rodríguez descubrió, el 15 de abril de 1986, a
un hombre con inteligencia promedio y dotación cultural pobre.
Apenas seis años atrás, el cáncer se había llevado a sus padres, Rosario e Ignacio. Nació el 3 de febrero de
1949, aunque el gobierno estadunidense considera como fecha alterna de nacimiento el 2 de marzo de ese
mismo año. Es nativo de Huixiopa, municipio de Badiraguato, Sinaloa, en donde la tierra se hizo sierra de
amapola desde hace más de 70 años.

Fue el séptimo de siete hermanos –cuatro mujeres y tres hombres–. Pudo ser el octavo, pero la hermana a la que
habría seguido murió al nacer. Creció, según la evaluación, en un sitio donde el objetivo era específico: “la
acumulación material de capital”.
Para el psicólogo, la madre de El Azul representó para éste una figura rígida, demandante y proveedora. Su
padre, por el contrario, fue sobreprotector y positivo. La profunda identificación con él determinó en gran
medida su destino. Fue su padre quien le llenó por primera vez la mano derecha con una pistola –“el objeto,
compensatorio de seguridad y de satisfacción viril”, escribió el analista– cuando el muchacho apenas tenía 12
años de edad.
A El Azul simplemente no le gustaba la escuela y desertó en el segundo año de secundaria. Temió y huyó de
casa. Pero Ignacio lo recibió de vuelta sin mayor trámite. Le enseñó el manejo y control de sus negocios. Lo
instó a seguir su ejemplo de hombre de empresa.
Con el tiempo, la relación se tradujo en alianza, la primera omertá de El Azul. El padre consintió más de lo
debido las travesuras de su hijo y éste guardó discreción respecto al comportamiento del primero.
Habló El Azul en el mínimo consultorio de la cárcel: “Llegué a sorprender a mi padre en compañía de algunas
mujeres. En cierta ocasión, al abrir la puerta de la bodega del establo, lo vi sosteniendo relaciones con una
mujer… Inmediatamente cerré la puerta y todo se olvidó”.
A los 16 años de edad, con la ayuda de su padre, estableció un negocio de abarrotes e inició su vida
independiente de comerciante. Luego se dedicó a la compra y venta de ganado y aves domésticas, “actividades
tempranas que mostrarían su gran motivación de logro y desempeño laborioso. No obstante, esta gran
motivación de logro e interés por la empresa, más tarde se convertirían en ambición desmedida”.
Y se hizo narcotraficante a los 22 años de edad. Su padre le daría algo más: una fortuna de 50 millones de pesos
al morir, en 1981.
***
El Inventario Multifásico de la Personalidad Minnesota (MMPI por sus siglas en inglés) es uno de los tests
psicológicos más utilizados en mundo. Se aplica desde hace décadas en cárceles del Distrito Federal.
El estudio considera tres escalas de validez y 10 clínicas. Se resuelve mediante un cuestionario con 566
enunciados, a los que la persona califica como ciertos o falsos. Las respuestas son convertidas en una serie de
números y éstos, de manera individual y combinada, transferidos a grupos de personalidad con lo que se define
el perfil básico de una personalidad. El 4 de marzo de 1986, Juan José Esparragoza resolvió el MMPI.
En más de 20 años de experiencia en penitenciarías locales, federales y capitalinas, Alfredo Ornelas ha aplicado
miles de pruebas de personalidad a criminales de todo tipo y dirigido cursos para su realización. Lo ha hecho en
penales federales y estatales. Conoce los laberintos de la mente de narcotraficantes, secuestradores,
defraudadores, lavadores de dinero, asesinos y simples ladrones de ocasión.
Es experto de la Academia Internacional de Ciencias Forenses y coordinador de estudios penitenciarios del
Centro de Estudios para la Seguridad y la Justicia.
Con la hoja de resultados de El Azul en mano, Ornelas levanta el telón y muestra la mente del narcotraficante.

Las tres escalas de validez identificadas con letras. En el caso de Esparragoza, resaltó la denominada L, en la
que obtuvo una puntuación comprendida en un rango propio de neuróticos y psicóticos. En el resto del examen,
mostró tendencias en ambos sentidos.
Luego, la escala 1 define la hipocondría y el test resuelto por el sinaloense lo pinta siempre angustiado por su
salud, sin restricción del sistema orgánico que supone enfermo. Alcanzó tal nivel en sus respuestas que podría
ser un hombre con delirio somático, “sin duda relacionado con un episodio esquizofrénico”.
En la medición 2, relacionada con la depresión, también disparó hacia arriba de lo considerado como normal.
Quienes ahí se ubican, enfrentan niveles clínicos “significativos por su importancia” y viven siempre
preocupados por minuciosidades.
Son personas ansiosas, preocupadas, con autoestima baja y pesimistas en su manera de percibir el mundo, al
menos en el momento de resolver el cuestionario. Casi siempre tienen baja tolerancia a la frustración.
Algunos ejemplos de las respuestas de El Azul:
32. Encuentro difícil concentrarme en una tarea o trabajo: Cierto.
43. Mi sueño es irregular e intranquilo: Cierto.
En el escalafón 3, histeria, mostró resultados sin significados consistentes. Pero llaman la atención algunas
respuestas:
129. A menudo no puedo comprender por qué he estado tan irritable y malhumorado: Falso, pero también
marcó, y luego borró, la opción Cierto.
141. Es más seguro no confiar en nadie: Cierto.
238. Tengo periodos de tanta intranquilidad que no puedo permanecer sentado en una silla por mucho tiempo:
Cierto.
En la medición 4, desviación psicopática, también se le consideró dentro de los límites: independiente e
inconforme, pero sin ser impulsivo ni dueño de sentimientos “inapropiados”. Enérgico, activo y –la evidencia
saca de dudas– con dificultades para aceptar las normas.
61. No he vivido la vida con rectitud: Cierto.
102. Mis luchas más difíciles son conmigo mismo: Cierto.
201. Desearía no ser tan tímido: Cierto.
249. Nunca he tenido tropiezos con la ley: Cierto (sic).
Esparragoza salió atípicamente alto en la graduación 8: esquizofrenia. Lo mismo ocurrió con la penúltima
escala, la 9: manía en una dimensión que se le puede considerar temeroso del fracaso y el aburrimiento;
hiperactivo, exagerado, competitivo, entusiasta y manipulador.
En su condición, las personas viven tensas, ansiosas, impulsivas, desinhibidas. Son lábiles, eufóricos, agresivos
e irritables. También pueden ser amistosas, agradables, inquietas, versátiles e impacientes.

Esto explica el éxito y carisma reconocido por policías, narcos y carceleros. Se les considera proclives a las
adicciones.
Y sí: Esparragoza estaba considerado en prisión como un consumidor habitual de alcohol, mariguana y cocaína.
“Existe egocentrismo. No aprecian la ineptitud de la conducta y guardan desprecio por las demás personas y
desprecio por las normas sociales y esto los lleva a problemas con las autoridades”.
En resumen, sintetiza Ornelas: “Es un borderliner, un hombre atrapado entre la neurosis y la psicosis. Es un
esquizoide”.
***
Es palabra escrita del psicólogo Jaime Rodríguez: “El sujeto se desarrolla en el seno de una familia en la cual no
se establecieron con claridad los objetivos de autoridad y las reglas que se dictaban nunca o casi nunca se
basaron en el afecto mutuo, ternura y confianza.
“No percibe ni juzga sus motivos y es incapaz de juzgar su propia conducta desde el punto de vista de otra
persona. A pesar de que esa conducta es inadecuada u hostil desde un punto de vista social, está satisfecho con
ella. Muestra pocos sentimientos de angustia, culpa o remordimiento. Carece de un objetivo definido y su
habitual estado de inquietud quizás se deba a que busca lo inalcanzable.
“La rutina le parece intolerablemente tediosa, aduciendo que a él nunca le gustó seguir una vida rutinaria en sus
actividades cotidianas, rechazando así el acatamiento de criterios funcionales establecidos por la sociedad.
Ejemplifica: ‘Siempre luché por obtener lo que poseo sin tener que rendir cuentas a nadie. Nunca me gustó la
idea de cubrir un horario rígido de trabajo (impuesto, por supuesto)’.
“Exige la satisfacción inmediata e instantánea de sus deseos, sin que le importen los sentimientos ni los
intereses de otras personas con quienes establece muy escasas relaciones emocionales o lazos afectivos estables.
No desarrolla un sentido de los valores sociales.
“Persona poco sensible que se da a los placeres inmediatos, parece carecer de un sentido de responsabilidad y a
pesar de los castigos y restricciones coercitivas que la sociedad emplea para frenar delitos repetidos, no aprende
a modificar su conducta.
“Se observa en él carencia de juicio social. No obstante, a menudo es capaz de elaborar racionalizaciones
verbales que suelen convencerlo de que sus acciones son razonables y justificadas: ‘Yo no hago mal a nadie. Al
contrario. He traído divisas al país y he creado fuentes de trabajo’.
“Los únicos ideales que posee y que destacan como objetivos definidos en su vida son aumentar la importancia
de sí mismo como individuo, lograr dinero y bienestar materiales y controlar a otras personas para lograr
satisfacciones inmediatas. Su egocentrismo lo lleva a exigir demasiado.
“El perfeccionismo, el orden, la responsabilidad, preocupación por los problemas más insignificantes es lo que
esencialmente lo caracterizan”.
***
El 9 de julio de 1990, El Azul fue trasladado del Reclusorio Sur a la Penitenciaría del Distrito Federal.

¿Cómo era La Peni en los tiempos en que El Azul estuvo preso? ¿Cómo fueron los seis años de encierro de un
capo vigente en la vida del país durante más de cuatro décadas?
El Azul vivía en el dormitorio 1, zona uno, conocida en aquel tiempo como “Beverly Hills”, la zona de
exclusividad. Habitaba solo en una celda cubierta completamente de caoba, como todas en ese espacio.
Había televisiones, videocaseteras, hornos de microondas y, poco a poco, los primeros teléfonos celulares.
Tenían inodoros con depósitos de agua, lo que aún hoy no existe en la Penitenciaría. Buenos colchones y
cobijas. En las limitaciones, vivían bien.
Lo primero que daba cuenta de ese poder era el agua. Los reos importantes tenían depósitos de líquido en cada
celda, a diferencia del resto de miles de internos a quienes el polvo del oriente de la ciudad de México aún se les
pega al sudor cada estiaje.
“Se comían mariscos. Hasta langosta. Había tanta relación con las autoridades que no se podía distinguir quién
daba la instrucción en esos tiempos: si eran los internos o las autoridades”.
No existían limitaciones para recibir a sus visitas ni para el ingreso constante de prostitutas.
El Azul quería una cárcel hermosa. Por eso, de acuerdo con los testimonios dados a SinEmbargo por custodios
de esas épocas, que piden el anonimato, promovió la construcción de esa zona, en donde hoy existe el
dormitorio 10, reservado para ancianos, discapacitados, enfermos de sida y los condenados a muerte por los
mismos reos.
También mandó a construir los frontones. Le gustaba jugar a mano limpia y con raqueta. Tenía la comisión
laboral de ser el coordinador de tenis, pero eso nunca se practicó ahí. Era frontenis. Se hacía el juego entre
custodios, internos y visitantes. Esparragoza sacaba un rollo de billetes verdes del pantalón y si estaba de buen
humor sacaba los de 100 dólares como si fueran de juguete.
Los custodios, a quienes tomó como su grupo de escoltas personales adentro, todavía añoran los tiempos de El
Azul Esparragoza. Hizo levantar una fuente que está fuera de la prisión, en el área de estacionamiento de
funcionarios. “Quería que la cárcel se viera bonita. También ordenó hacer una casita de madera para niños.
Compró columpios, sube y bajas y demás juegos. Esa área sigue ahí, aunque ya no es usada por los niños.
“Con frecuencia estaba en la dirección, entonces a cargo de Margarito Luis Pérez Ríos. Había internos que se
quedaban a dormir en la dirección. Se iban a jugar dominó o póker con el funcionario encargado, quien se iba a
dormir, ebrio o cansado, y los reos pasaban la noche en los dormitorios para las autoridades. A la mañana
siguiente, pedían de comer en la misma dirección y seguían la juerga.
“Las Navidades eran fiestas extraordinarias. Había lo que se le pueda ocurrir. Hasta restaurantes de los internos
operaban. Muchos de los internos adinerados podían salir de la prisión, no nada más El Azul. El compromiso era
que volvieran por su propio pie”.
Las cosas no eran muy diferentes para sus socios presos en el Reclusorio Norte, Caro Quintero y Don Neto
Fonseca, dueños del dormitorio 10. Había cava, jacuzzi, salón de juegos, mesas de billar.
Vale la pena decir qué clase de empleados tuvieron en prisión los jefes del hoy extinto Cártel de Guadalajara en
su estancia en las prisiones del Distrito Federal. Por ejemplo, Chávez Traconi fue el administrador de Caro
Quintero. El Traconi fue considerado como uno de los defraudadores más importantes a nivel internacional.

Excepcionalmente inteligente, dice ser abogado. Nadie lo sabe con certeza, pero nadie duda de su erudición.
Encarcelado, ha librado al menos 60 procesos, algunos iniciados en Morelos, en contra suya. Él mismo ejerció
su defensa.
“Administraba el alcohol que se consumía y preparaba las listas de las vedettes que entraban a las fiestas que se
hacían ahí mismo. Eran verdaderos autogobiernos”, recuerda otro ex guardia.
“En las cárceles, el sistema de comunicación entre internos en diferentes prisiones siempre ha sido expedito.
Cuando no existían teléfonos celulares, el contacto se hacía a través de los teléfonos institucionales, hasta del
mismo director. Claro que El Azul mantenía comunicación con Caro Quintero. Es sabido que en alguna ocasión
salió a una cumbre en representación de Amado Carrillo Fuentes, El Señor de los Cielos”.
El Reclusorio Norte estaba formalmente a cargo de Jesús Miyazawa, otro descendiente de la guerra sucia
mexicana, y de Alberto Pliego Fuentes, El Superpolicía, quien murió en prisión bajo el mote del
Supersecuestrador.
Tiempo después, ambos fueron figuras claves para entender la llegada del narcotráfico a Morelos en la época en
que Jorge Carrillo Olea, ex director de la DFS, gobernó el estado y ahí se asentó el nuevo Cártel de Juárez.
***
Existen documentos que detallan la vida de las cárceles capitalinas a principios de los años 90, cuando el capo
sinaloense fue enviado al penal de máxima seguridad de Almoloya de Juárez, hoy llamado del Altiplano.
El 11 de octubre de 1991, la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) emitió la recomendación
090/1991 al jefe del Departamento del Distrito Federal, Manuel Camacho Solís.
Las quejas de los internos incluyeron el cobro por la utilización de celdas de privilegio, en las que internos con
poder económico ocupaban hasta cinco estancias para ellos solos; el pago obligado para poder usar las
habitaciones de visita íntima, áreas de visita familiar y llamadas telefónicas; venta de reportes para acreditar el
supuesto trabajo en el interior de los centros de reclusión; influyentismo y venta de estudios técnicos de
personalidad; prostitución propiciada por autoridades; venta de drogas y alcohol, y acceso sin restricción
durante las 24 horas del día a familiares y amigos para visitar a grupos selectos de internos.
En agosto de ese año, supervisores de la CNDH visitaron todas las prisiones. En La Peni encontraron como
director a Margarito Luis Pérez Ríos, el hombre que firma varios de los documentos técnicos que avalan el
tránsito de Esparragoza por el lugar.
Los supervisores constataron el deterioro de las instalaciones hidráulicas y eléctricas, los servicios sanitarios y
las regaderas y la carencia de agua corriente para el servicio y la higiene de los internos: sólo dos horas de agua
por la mañana, dos por la tarde y dos por la noche.
La prisión tenía casi 3 mil internos, cuando la capacidad era sólo para mil 750. Muchos dormían en el piso de
las estancias y en los pasillos. El costo de las habitaciones para las visitas íntimas, en el turno matutino, era de
40 mil pesos; en el vespertino, de 50 mil, y por las noches, de 110 mil pesos de entonces.
Se consignó que los oficios de comisión laboral eran una mercancía más, lo que los reos certificaban el
desempeño de alguna actividad laboral.

En el Reclusorio Norte, los inspectores encontraron una cárcel generalmente infestada de chinches, pulgas y
ratas en casi todos los dormitorios. Los botes de basura rebosaban de botellas vacías de ron y brandy y latas de
cerveza.
Algún efecto tuvo la recomendación. En marzo de 1992 El Azul fue trasladado al penal de máxima seguridad de
Almoloya de Juárez, hoy llamado del Altiplano Número Uno. Pero las paredes de las prisiones son, para
hombres como Esparragoza, muros imaginarios. Según el FBI y la DEA, mantuvo el control de las operaciones
de su empresa desde la cárcel federal.
El Azul salió libre en mayo de 1993.
Nunca ha vuelto a prisión.

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***
El análisis de Esparragoza Morena no concluyó en las cárceles de la ciudad de México. Juan Pablo de Tavira,
ex director de Almoloya de Juárez, lo señaló a mediados de los años 90 como el principal operador y
negociador del narco en México.
“Fue el hombre de las relaciones públicas del Cártel de Guadalajara: hábil para hablar y para moverse, se le
consideraba indispensable en la mafia”, describió De Tavira en su libro ¿Por qué Almoloya?
Era cierto. En esa época, El Azul era un hombre ubicuo. Hasta se le consideró como posible heredero del Cártel
del Golfo luego de la captura de Juan García Abrego. Pero El Azul se asentó en Cuernavaca. Morelos no era una
casualidad. Era una constante. A finales de la década de los años 80, cuando el narcotráfico mexicano era
liderado por Amado Carrillo Fuentes, el crimen organizado presuntamente agasajaba al gobernador Carrillo
Olea.
A cambio, el narco logró hacer mudanza a su estado y habría utilizado las pistas aéreas para recibir embarques
de droga antes de reenviarlos a Sonora. Años después, una hija del El Azul, Nadia, fue relacionada
sentimentalmente con el entonces gobernador panista de Morelos, Sergio Estrada Cajigal.
Y, tras la muerte del Señor de los Cielos, en julio de 1997, algo quedó claro en Morelos. Había nuevo patrón: El
Azul.
En aparente retiro, a Esparragoza se le comenzó a respetar como se hace con los viejos venerables de la tribu.
También llamado Don Juan, pronto emergió entre los de su estirpe como el hombre sensato, curtido por la
experiencia, el conciliador.

Algunos años más tarde, en 2006, versiones no oficiales, pero no desmentidas, lo ubicaban como un auténtico
Don en la mafia mexicana. Y en esa calidad Esparragoza convocó a los más importantes grupos del crimen en
disputa a dejar a un lado las violentísimas reyertas internas que estaban manchando de rojo ciudades y ranchos.
Era la única figura que podía instarlos a comportarse con prudencia y pactar un reparto de territorios y señoríos.
Se formó lo que se llamó La Federación. Estaban ahí quienes eran alguien en el mundo del narcotráfico.
Como es obvio, no funcionó por mucho tiempo.
***
Esparragoza Moreno resolvió el test de frases incompletas el 17 de marzo de 1986. Es una prueba compuesta de
60 ideas que deben ser concluidas por el procesado. Indaga actitudes frente a la familia, el sexo, el concepto de
sí mismo y las relaciones interpersonales.
Textualmente, tras los puntos suspensivos, el narcotraficante respondió:
1. Pienso que mi padre rara vez… dejo de estar conmigo
2. Cuando la suerte está en mi contra… me deprimo
3. Siempre he querido que… mi familia viva bien
5. El futuro me parece… difícil
9. Cuando era niño… fui muy travieso
12. Comparada con la mayoría de las familias, la mía era… ideal
22. La mayoría de mis amigos no saben que tengo miedo de… morir
30. Mi peor equivocación fue… no estudiar
32. Mi mayor debilidad… el dolor familiar
33. Mi ambición secreta en la vida… ser un buen padre
34. La gente que trabaja bajo mis órdenes… es gente respetada
45. Cuando era pequeño, me sentía culpable de… mis travesuras
48. Al dar órdenes a otros… me porto serio y recto
53. Cuando no estoy presente, mis amigos…me admiran
Al año siguiente, Esparragoza resolvió de nuevo el mismo cuestionario.
5. El futuro me parece… muy maravilloso
20. Anhelo… llegar a viejo sin achaques

24. Antes de la guerra, yo… ignoraba los alcances que ay en la actualidad
28. Las personas con las que trabajo son… muy aceptadas
32. Mi mayor debilidad es… ser muy sensible
33. Mi ambición secreta en la vida… es llegar a ver realidad que mis hijos son gente de vien
36. Cuando veo venir a mi jefe… me pongo a sus ordenes
39. Si fuera joven otra vez… sería un atleta
40. Creo que la mayoría de las mujeres… son divinas
45. Cuando era más joven, me sentía culpable por… la ignorancia
52. Mis temores me obligan a veces a… sentirme confuso
54. Mi recuerdo infantil más vívido… un viaje a disnelandia
60. Lo peor que hice hasta ahora… es no aber terminado mis estudios
***
Una muestra de la convivencia con la comunidad política. En enero de 1995 el procurador morelense Carlos
Peredo Merlo realizó una fiesta en Cocoyoc por la boda de su hijo. Al casamiento acudieron Carrillo Olea,
entonces gobernador con licencia y testigo de honor. También El Señor de los Cielos y El Azul, según reportes
no desmentidos.
El ex gobernador de Quintana Roo, Mario Villanueva Madrid, hoy extraditado, también sucumbió a la plata del
Cártel de Juárez. El mismo Azul estableció el negocio al otro lado del país, donde coordinó el envío de coca a
Estados Unidos.
Su poder no se limitó a los civiles. El primer día del consejo de guerra que se les realizó, a fines de octubre de
2002, los generales Francisco Quirós Hermosillo y Arturo Acosta Chaparro, vestidos con sus uniformes de una
y tres estrellas, dijeron que no. Que ellos no eran empleados del Señor de los Cielos.
Ese mismo día, se leyeron los testimonios de varios testigos protegidos, algunos ligados a ellos desde los días en
que el ejército, la Dirección Federal de Seguridad, la
Policía Judicial Federal y la Policía Judicial del DF integraron la Guardia Blanca para perseguir y aniquilar
líderes guerrilleros durante los años 70.
Dos de ellos, Gustavo Tarín Chávez y Jaime Olvera Olvera, aseguraron bajo juramento que Quirós era
compadre de Juan José Esparragoza y que Acosta llamaba “m’ijo” a Amado Carrillo.
Jesús Gutiérrez Rebollo, el general al que se llamó “el zar antidrogas de México”, también sucumbió al encanto
de El Azul. El 8 de julio de 1987, la especialista María del Carmen reportó otro estudio criminológico de
Esparragoza. Habló también de la sobreprotección de su padre, quien llenó la mano de su hijo con una pistola.

“Ha incrementado de manera excesiva su ambición por el poder, ya que a pesar de poseer una cuantiosa fortuna,
heredada de su padre, la ha incrementado con las actividades del narcotráfico.
“Sus características de personalidad son de pocos sentimientos de culpa, angustia o remordimiento, con fallas
importantes en los juicios de valor. Es hostil, oportunista y, sobre todo, manipulador, ejerciendo rol de líder ante
cualquier grupo. Mantiene bajo control de impulsos. Es seductor con el manejo de poder.
“Se considera que su capacidad criminal es alta por el deseo desmedido de poder. Su capacidad de adaptabilidad
social es media, ya que ejerce la seducción y la manipulación en sus relaciones interpersonales. Su índice de
peligrosidad es alto, pues es un sujeto con posibilidades de evasión por el mismo rol de líder que maneja”.
***
Si se atiende a la vida de El Azul, el Estado mexicano está amenazado por hombres que ni la secundaria
terminaron. Ahí está él, un hombre decidido a no ir más a la escuela después del segundo año de secundaria,
clasificado por la DEA y el FBI como un pacificador en las sangrías que se hacen los cárteles mexicanos. No
sólo esto.
Es un barón de las drogas con autonomía.
“Se le ha reportado como una cabeza de la organización por sus propios méritos con conexiones independientes
con traficantes peruanos y colombianos de cocaína”, enunció el reporte Crimen Organizado y Actividad
Terrorista, elaborado por el Congreso de ese país a principios de esta década.
El gobierno estadunidense colocó una recompensa sobre su cabeza de 5 millones de dólares, lo mismo que
ofrece por la entrega de El Chapo Guzmán, quizás el capo más reputado del mundo en la actualidad. El de
México ofrece 30 millones de dólares a quien dé información que lleve a detenerlo.
También están los reportes de la justicia argentina, que lo ubican como residente temporal en Buenos Aires,
donde tejía redes de lavado de dinero y envío de cocaína hacia el norte del continente.
Hoy el Cártel de Sinaloa se despedaza. La guerra interna se declaró en enero de
2008 cuando los hermanos Beltrán Leyva se dijeron traicionados por El Chapo, a quien acusan de haber
entregado a las autoridades a Alfredo Beltrán Leyva.
Del lado del Chapo se situaron Ismael El Mayo Zambada; Ignacio Nacho Coronel, abatido por el ejército en
Guadalajara hace dos semanas, y el patriarca, El Azul.
Los Beltrán Leyva, originariamente asesinos y ajustadores de cuentas de los viejos empresarios de la droga, se
aliaron con los Carrillo Fuentes y Los Zetas, los más jóvenes y los más violentos del vecindario.
Se ha dicho que El Azul no se quedó con la última mujer registrada por los estudios psicológicos de las prisiones
del Distrito Federal. Que se unió a una de las hermanas de los Beltrán Leyva., perseguidos por el gobierno de
Felipe Calderón hasta el asesinato y la exhibición de sus cadáveres con billetes adheridos a su cuerpo con su
propia sangre.
Sólo algo es seguro. Narcos surgen y narcos sucumben.

Todos, menos uno: Esparragoza Moreno, el capo que sabe guardar silencio desde la infancia, que soñaba en
prisión con su viaje a disnelandia.
Y quizá dos. Semanas antes de la salida de prisión de su viejo socio Rafael Caro Quintero, la DEA notificó la
existencia de que el Narco de Narcos, el hombre que compró el sistema de espionaje mexicano, seguía vigente
mediante una extensa red de empresas de bienes raíces en Jalisco y de gasolineras en Sinaloa.
Que sobrevivió gracias a un viejo socio, el único que vivido completa la historia de la Nación del Crimen, un
hombre que de tan prieto que está le dicen El Azul.
Fuentes
Causa penal 82/86 instruida contra Sergio Espino Verdín
Averiguaciones previas 219/85 y 3992/85 abiertas contra Rafael Caro Quintero por el delito de homicidio
Expediente 24,394/90 abierto por la Dirección Técnica de la Penitenciaría del Distrito Federal y que incluye
los estudios psicológicos, familiares, laborales y criminológicos practicados a Juan José Esparragoza Moreno
Causa penal 82/86 abierta contra Sergio Espino Verdín por su participación en el asesinato de Enrique
Camarena
Notificación de la Oficina de Control de Bienes de Extranjeros del gobierno de Estados Unidos de 12 de junio
de 2013


CUANDO LOS TIGRES DEL NARCO SE
SOLTARON
Por: Humberto Padgett - septiembre 4 de 2013 - 0:00

Ciudad de México, 4 de septiembre (SinEmbaego).– La Dirección Federal de Seguridad (DSF) proporcionaba al
gobierno estadounidense el invaluable servicio de perseguir la disidencia comunista mexicana y, tal vez más
importante que esto, seguir la pista de agentes cubanos y soviéticos. La Brigada Especial o Blanca –para
establecer un antagonismo con la Brigada Roja de la guerrilla– existió como consecuencia de la Guerra Fría y el
primer interés de Estados Unidos que su patio trasero se mantuviera, al menos, blanco, pero nunca rojo.

Las señales de la connivencia entre narcotraficantes y policías o cada cual algo del otro en mayor o menor
medida eran inocultables. Los propios agentes de la DEA desplegados en México y particularmente en
Guadalajara, donde asesinaron a Enrique Camarena, uno de los suyos, mantenían el reclamo a sus jefes
apostados en la Ciudad de México de desatender el problema de las complicidades a favor de la “relación
especial” con México. La “relación especial” era el eufemismo por el que Washington miraba hacia otro lado si
a cambio México se mantenía, en los hechos –el discurso pudiera ser lo izquierdista que se quisiera–, opuesto al
avance comunista.
En la Casa Blanca parecían preguntarse: ¿Qué importa si esos muchachos de piel oscura, bigotes ralos y
revólver pronto también rompen de vez en cuando la ley para ganarse algunos dólares?
Venido abajo el Bloque Socialista, son las drogas, sin duda, el primer argumento de intervención de América en
Las Américas.
Rafael Chao López es uno de los más ilustres comandantes de la Federal de Seguridad que, ante la extinción de
guerrilleros qué cazar, fueron enviados tras los narcotraficantes y volvieron convertidos en ellos. Es una de las
encarnaciones más potentes de la DFS.
Los narcos tienen cierta fijación por los animales salvajes, por las fieras. El Chino Chao adoraba a los tigres,
tenía algunos como mascotas. Y también los tenía pintados por todos lados: el tigre fue el emblema de la
Dirección Federal de Seguridad, la institución por la que el narcotráfico tomó al Estado.
Cuando los tigres se soltaron

Estandarte de la Dirección Federal de Seguridad. Imagen: Especial
Poco antes del mediodía del 15 de febrero de 1983, en Nuevo Laredo, Tamaulipas, un avión de turbo-hélices
aterrizó en el Aeropuerto Internacional Quetzalcóatl sin permiso de la torre de control.
El aparato estaba secuestrado por el iraní Hussein Sheikholya, quien lo desvió de su ruta original Killen-Dallas,
Texas. El secuestrador quería ir a Monterrey, pero el combustible estaba por agotarse, así que aterrizaron en
Nuevo Laredo. En la torre de control ya había agentes del FBI, pero el iraní no quiso hablar con ellos ni con
algún otro representante de ese país.

Exigió hablar con algún periodista mexicano para entregar sus demandas y explicar sus razones. Hábiles en la
creación de identidades, los jefes de la Dirección Federal de Seguridad confeccionaron cinco credenciales falsas
de prensa y acreditaron a cinco agentes suyos como reporteros.
Pero la argucia falló.
Una hora después de tocar tierra, el terrorista aceptó la liberación de las mujeres capturadas. La aeromoza
Kathaleen Springen explicó que luchó contra el aeropirata para tratar de desarmarlo, pero no lo consiguió, ni
con la ayuda de algunos pasajeros.
Hussein Sheikholya iba y venía por el pasillo del viejo aparato. Se restregaba la mano en la cabeza, volvía a la
cabina, se asomaba hacia la pista. No había modo de salir por ahí. Todo punto alrededor suyo era un arma
apuntando en su dirección.
El iraní entendió que el laberinto sólo tendría salida hacia Cuba, el país más antiestadunidense en la región.
Reclamó un avión. Precisó que un jet. Un jet o todos morirían. Las autoridades mexicanas reflexionaron, pero
los hombres del FBI en el sitio recordaron su máxima policíaca: con los terroristas no se negocia.
La respuesta de Hussein puso la situación en ruta de desastre: si a las cuatro de la tarde no tenía el avión de
reemplazo y abastecido de gasolina a su disposición, mataría a los pasajeros restantes en el avión de hélices.
Minutos antes de la hora, aparecieron el subdirector de la DFS, Alberto Estrella, y el comandante Rafael Chao
López, coordinador de la zona noreste de la policía política.
Estrella llegó a bordo de un jet pintado de rojo llamado “El Tigre”, símbolo y emblema del servicio secreto
mexicano que se pintaba en las oficinas de la corporación y que lucía en el fuselaje del mismo avión. Chao
López, apodado El Chino por su ascendencia asiática, llegó por carretera, procedente de Monterrey.
“El Tigre” tomó posición a un costado de la plataforma, a 300 metros del avión plagiado.
A los pocos minutos aterrizó una avioneta particular repleta de agentes de la DFS enviados desde Reynosa.
Ambas naves aterrizaron en sentido opuesto, pues el avión comercial obstaculizaba la pista.
Estrella y un agente de migración llamado Wilfrido caminaron hacia el avión asaltado con los brazos encima de
la cabeza.
El subdirector de la Federal de Seguridad se dirigió al iraní que asomaba desde una de las ventanillas de la
cabina de mando. Les apuntaba con una metralleta R-15. Wilfrido hizo las traducciones. El iraní insistió que se
le entregara un jet. El jefe de la DFS ofreció consultar con sus superiores y regresar con la respuesta.
Los estadounidenses insistían en no aceptar el intercambio, pero los mexicanos recordaron que estaban debajo
del Río Bravo y resolvieron la cesión de “El Tigre”.
–Libere a las personas, lo llevaremos a donde quiera.
El jet rojo fue reabastecido de combustible. Un agente sacó de su interior una ristra de metralletas y varias
valijas.
Hussein ordenó que se colocara una maleta con explosivos en la ruta entre un aparato y el otro. Salieron los
demás rehenes y los dos intermediarios seguidos por el iraní, que los encañonaba con la metralleta.

El avión rojo quedó frente a la cabina del avión de pasajeros, a 100 metros de distancia. El copiloto
norteamericano que volaba la nave de hélices levantó la valija con los explosivos y la llevó al interior de “El
Tigre”. Subieron Estrella, Wilfrido y Chao seguidos por el iraní.
El jet se elevó y ganó altura rápidamente. En circunstancias nunca explicadas, en el trayecto aéreo fue rendido
el iraní y llevado a la capital del país, de donde salió en absoluto silencio.
Por el estilo, la desaparición de cientos disidentes durante los gobiernos de Gustavo Díaz Ordaz, Luis
Echeverría y José López Portillo.
Los gringos estaban encantados con Chao López y con Alberto Estrella.
Un apunte sobre Estrella: el directivo federal estuvo involucrado en la muerte de José Luis Esqueda, el
funcionario de la Secretaría de Gobernación que entregó una lista de narcopolíticos al periodista Manuel
Buendía, asesinado en 1984.
***
El plagio muestra, entre otras cosas, la capacidad de los agentes de la DFS de negociar en una situación de
secuestro y coloca a Rafael Chao López en la situación de hacerlo. En un memorándum de la DFS elaborado en
1980 se apuntó:
“Asunto: comportamiento ilícito del C. Comandante de la Policía Federal de Seguridad Rafael Chao López en
la región norte de Tamaulipas”
El Juzgado Tercero de Distrito con residencia en Nuevo Laredo, Tamaulipas, en el proceso penal 143/78 dictó
orden de aprehensión en su contra por los delitos de plagio, allanamiento de morada, robo y secuestro. Estos
delitos cometidos contra diversas personas residentes de Ciudad Miguel Alemán y otras. Dicha orden de
aprehensión ha causado ejecutoria por haber sido confirmada por el Tribunal Colegiado del Cuarto Circuito.

Así era: Chao no debía explicaciones a nadie, hasta que la onda expansiva del asesinato del agente de la DEA,
Enrique Camarena.
El homicidio, decidido por Rafael Caro Quintero, el hombre para el que en realidad trabajaba Chao según la
autoridad –el comandante aceptaría ser narcotraficante, pero nunca empleado del sinaloense– ocurrió mientras
el capo operaba bajo la protección del director Federal de Seguridad, José Antonio Zorrilla Pérez.
Zorrilla Pérez suplió a Miguel Nazar Haro, quien se juega el título del policía más sanguinario en un país en que
los derechos humanos han sido un tema más que dispensable para los gobiernos, especialmente los del priismo

de los sesenta, setenta y ochenta, en que la prioridad de la policía política se centró en la persecución de
guerrilleros comunistas.
Nazar Haro era un eficaz exterminador de comunistas y Chao era uno de sus hombres más duros. Amigos
entrañables, se asociaron en el negocio de robo de autos a gran escala. Tal vez esto explique la disponibilidad de
Gran Marquis que el comandante entregaba de parte de sus narcos protegidos a los funcionarios de la Ciudad de
México implicados en la red.
Nazar, Rafael y otros agentes de la DFS, incluido un nieto de Marcelino García Barragán, a quien en el encargo
de secretario de la Defensa Nacional tocó la masacre de Tlatelolco, cometieron el exceso de llevar la industria
de hurto a Estados Unidos. Una corte en San Diego emitió una orden de captura contra Nazar.
No ocurrió nada más allá de la separación del cargo de Haro, suplido por Zorrilla: un ladrón de autos por un
narcotraficante.
El Chino

Miguel Nazar Haro. Imagen: Especial
Si se busca la perfecta síntesis entre un policía y un narcotraficante se debe buscar a Rafael Chao López, un
hombre nacido en Mexicali donde nunca dejó de hacer negocios.

Inició su carrera como policía en algún momento al inicio de los sesenta. Logró enrolarse como radio operador
de la hoy extinta Policía Federal de Caminos. Se acomodó en Los Mochis, Sinaloa, como comandante de la
Policía Municipal y continuó como agente del Servicio Secreto en Mexicali, Baja California.
Obtuvo una plaza como agente de la Policía Judicial Federal y, empujado por la ambición y llevado por su
astucia, Rafael Chao López obtuvo pronto su primera charola de comandante.
Causó alta en la Dirección Federal de Seguridad en 1978, cuando la oficina estaba a cargo de Javier García
Paniagua, hijo del general Secretario de la Defensa nacional durante la masacre de Tlatelolco y padre del agente
involucrado en el robo de autos antes mencionado.
La ruta de Chao López fue la misma que la seguida como judicial: primero agente, luego comandante. García
Paniagua lo emplazó como jefe de plaza –el término para designar así a las ciudades es de cuño policíaco y
luego de uso criminal– de Matamoros, ahí mismo donde Juan Nepomuceno Guerra vivía y gobernaba la
organización que adquiriría rango de cártel y nombre Del Golfo.
El trabajo oficial de Chao era incautar las armas de rancheros reacios a la prohibición de portación impuesta tras
la matanza de 1968 y recolectar información política.
En el mismo año de 1978 Chao enfrentó otra acusación de extorsión y secuestro, en esa ocasión de un
propietario de casas de cambio al que asesinaron. El comandante desapareció dos meses y reapareció en
Reynosa, ahora residente en esa plaza, pero a la vez encargado de Matamoros. Es decir, extorsión, secuestro y
asesinato le redituaron en un ascenso otorgado ahora por su amigo Nazar Haro.
Chao permaneció a cargo de esas dos zonas ciudades fronterizas hasta que hubo un nuevo cambio de director de
la DFS en 1982, cuando José Antonio Zorrilla Pérez fue designado como director.
Según Chao y esto lo declaró ante el Ministerio Público tres veces y lo ratificó dos más ante un juez, Zorrilla
llegó con una agenda muy claramente establecida a favor de Rafael Caro Quintero. Zorrilla emplazó sus
hombres, incluido Miguel Aldana Ibarra, jefe de la Interpol México y a quien Estados Unidos le imputaría, en
1985, cargos por el asesinato de Camarena. En tanto, Chao López fue ascendido como coordinador de zona con
sede en Monterrey y autoridad sobre Matamoros, Reynosa, Miguel Alemán y Laredo, en Tamaulipas. En todas
esas plazas fueron comisionados como comandantes personas de la confianza de Zorrilla Pérez y a quienes
Rafael Chao coordinaba bajo la supervisión de Aldana Ibarra.
Habló Chao López:

Con las experiencias anteriores en que las influencias no alcanzaron para rescatar de la cárcel agentes corruptos,
Zorrilla Pérez estableció el sistema de renuncias en blanco para llenarlas con renuncia previa al surgimiento de
un escándalo.

***
Chao refirió la aparición de tensiones entre él y Zorrilla derivadas del incremento del juego que el jefe de “los
tigres” daba a Caro Quintero, quien era uno de esos hombres que podían fascinar o crear una inmediata
irritación: fanfarrón, arrogante, magnético con las mujeres, gritón. El Chino se decía del último grupo.

Entre Caro Narco de Narcos y Félix El Padrino, existían diferencias además de la edad. Rafael vestía como un
vaquero bañado en oro y Miguel Ángel lo hacía como Caracortada en la discoteca. El joven se movía entre las
personas como si hubiera nacido propietario del mundo y el hombre maduro lo había conquistado. Uno
compraba policías, el otro se asociaba con políticos. Caro era un marihuanero y Miguel Ángel manejaba el
sector de la cocaína en la empresa.
El Chino se veía desplazado por los agentes federales colocados por Zorrilla Pérez en su zona de influencia, por
donde pasaba la droga producida en El Búfalo sin que el tránsito estuviera regulado completamente por él.
La hierba se movía hacia Torreón y Tamaulipas bajo el cuidado de un comandante de apellido Garza, íntimo
amigo de Zorrilla.
Rafael Caro Quintero, arregló con el licenciado Zorrilla, a través de los comandantes regionales Rafael Aguilar
Guajardo y Daniel Acuña Figueroa este negocio en la cantidad de cinco millones de dólares. La situación
molestó al comandante quien habría puesto su renuncia sobre la mesa de Zorrilla sin que se le aceptara por lo
que, al ser formalmente jefe de la zona, se le relacionó con el sembradío de marihuana.
En este momento, siempre según Zorrilla, pausó su trabajo en la frontera este de México con Estados Unidos y
regresó a Mexicali. Abrió un negocio llamado Distribuidora Marine, una importadora de electrónicos, licores y
regalos, fayuca pues, que internaba sin oposiciones de los agentes aduanales gracias a la credencial de espía que
siempre conservó. También poseía el restaurante El Palacio del Mandarín.
Es posible que en esa ciudad de Baja California lo haya sorprendido el asesinato de Enrique Camarena y el
piloto mexicano Alfredo Zavala, ambos responsables del descubrimiento y destrucción del rancho El Búfalo, el
gigantesco sembradío de marihuana propiedad de Caro en Chihuahua.
Chao viajó a la Ciudad de México y siguió hacia Acapulco, donde supo de la detención de Caro Quintero. La
mecha encendida ya estaba cerca de él. Los soplones le susurraban a cada paso que daba: “A ti también te tocó
uno de los Grand Marquis que anduvo repartiendo Caro”.
Chao estaba reunido con Rafael Aguilar Guajardo, futuro cofundador del Cártel de Juárez y coordinador
regional de la DFS en la porción de la frontera fuera de competencia de Rafael, es decir, de Piedras Negras a
Tijuana.

El acuerdo habría consistido en 5 millones de dólares más otro millón de dólares para Miguel Aldana cuando
Caro iba en fuga hacia Costa Rica, donde se refugió tras el asesinato de Camarena.
Algo más que se le puede atribuir a Rafael Chao López en el narcopresente: coordinaba los embarques de
marihuana de los productores michoacanos, a principios de los ochenta meros rancheros cejijuntos que se
convertirían en una célula del Cártel del Golfo. Un par de décadas después, el relevo generacional reclamó su
independencia de los tamaulipecos y fundaron La Familia Michoacana de la que se escindieron Los Caballeros
Templarios de Michoacán, grupo particularmente sanguinario.
Y es que Michoacán, el estado que hoy está en llamas y por el que se repite el discurso de la falibilidad del
Estado mexicano, tuvo décadas atrás como jefe de la Seguridad Federal a Rafael Chao López.
Ese gallo no quería morir
Si se quiere saber qué sentimientos despertaba Rafael Chao López es suficiente con leer una carta que le
escribió Leopoldo del Real Ibáñez, abogado de Juan García Ábrego.
Del Real Ibáñez, avenido en multimillonario a costa de la miseria ajena, despiadado y, a menudo, entendido
más como uno de los hombres que defendía que como el hombre de ley con el que se presentaba por los
restaurantes, hoteles, palenques y clubes nocturnos de toda ciudad comprendida entre Piedras Negras y la
Sultana del Norte, el actual territorio Zeta.
Pocos empleados de su despacho, en Monterrey, contenían el odio cuando se les pedía hablar. Por lo que decían
de él, más que el abogado del diablo, Leopoldo era el diablo mismo.
Pero hasta el diablo temía al Chino Chao.
El 29 de noviembre de 1983, Del Real escribió una carta al comandante de la Federal de Seguridad. De alguna
manera, no queda clara cuál, el litigante temía que el policía lo considerara un traidor. La redacción es una
súplica sin desperdicio para comprender cómo el narcotráfico era un poder subordinado del poder político y no
subordinante de éste como es hoy.
El documento fue confiscado por los ex compañeros de Chao López cuando la desgracia traída por el asesinato
de Enrique Camarena le mordía los talones. Años después, fue llevada en una caja con varios otros documentos
de Rafael El Chino al Archivo General de la Nación, de donde SinEmbargo los obtuvo vía transparencia.
El texto está escrito a máquina con tipografía cursiva:
Sr. COMANDANTE RAFAEL CHAO LÓPEZ
PRESENTE

La que escribo es con el fin de presentarle mis respetos y de informarle que siempre he querido ser su amigo,
desgraciadamente no lo he podido lograr.
Desde hace tiempo, he sentido admiración y respeto por su persona, pues mucho oí hablar de usted y de su
hombría.
La primera vez que lo conocí, fue en el restaurant del Hotel La posada en McAllen, después de haberle
insistido a mi amigo Jorge Canavati [actual vicepresidente de Logística Internacional del puerto seco de San
Antonio, Texas], hicimos el viaje sólo para desayunar en el hotel y que me lo presentaran, dos días esperamos
para que coincidiera con nosotros y finalmente fuimos presentados.
Después de eso lo busqué dos o tres veces con el fin de ponerme a sus órdenes y que me considerara su amigo,
pues pocas son las personas que admiro y usted era una de ellas.
Otro día se ofreció que a mí por ser defensor de Marín Arrambide y Ricardo Rodríguez Salgado [agentes de la
DFS acusados en Estados Unidos de pertenecer a una banda de robo de autos que operada por Chao López] se
me notificara el interés que tenía la oficina del fiscal en San Diego, California, de encarcelar a Don Miguel
Nazar [director de la DFS y uno de los policías más sanguinarios de México], persona muy querida por usted,
según sé. Inmediatamente y a mi propio costo hice un viaje a San Diego para reunir toda la información del
caso y hacérsela llegar a usted como lo hice, proporcionándole todo el expediente completo, además de un
traductor que lo enterara; todo esto con el único fin de que alertara a su amigo y lograra una buena defensa.
Posterior cuando rentó la finca que hoy ocupa como oficina, fui informado por las familias vecinas, como
representante de la mesa directiva de la colonia, de la peligrosidad que lo era ubicar en nuestra colonia su
centro de operaciones, pues temían represalias de guerrilleros, etc., además de temer a los tigres que tiene de
mascotas, en contra de las voluntades de los colonos, yo manifesté que usted debía quedarse por seguridad de
nuestras familias y que yo lo conocía personalmente y les hablé de su buen juicio y de su respeto por las
personas, por lo que aceptaron, agregando que yo sería conducto para hablar con usted si el hecho de que
ustedes permanecían en la colonia se volvía problema.
Hace algunos meses sucedió el desagradable incidente de Laredo.
Cuando yo hablé con usted y me dijo que era mi amigo, me sentí gustoso y tranquilo, aun cuando esos hechos
pues nunca he traficado con estupefacientes o psicotrópicos, pero yo estoy seguro de que usted me creyó y
aunque usted le costó, me dejó en libertad sin causarme daño, razón por la que quedé demasiado agradecido
con usted.
Ese día, salí orgulloso de su amistad, la que al in había conseguido después de tanto buscarla.
El día que nos sentamos juntos en los gallos, sólo me preocupé por atenderlo. Usted se acuerda de la persona
que le molestaba a la que mis empleados sacaron del lugar; luego me presentó a su hijo, el que reconocimos
bien y al igual que usted, les dije a los muchachos que siempre estuvieran pendientes de servirlos en donde los
vieran, pues usted era mi amigo y aunque a la fecha no me necesita, créalo, que de corazón estamos para
servirle siempre.
Es una vil mentira que a usted le informó Hugo Martínez, pues como ya se lo dije, lo único que siento por usted
es admiración, respeto y agradecimiento.
Es una lástima que un hombre de su categoría, se crea de chismes tendientes a mi desprestigio, motivados a
frenar mi coraje contra un periódico corrupto que mal informa a la opinión pública y usa sus páginas para
desprestigiarme; escondiendo así la cobardía de quien escribe y disfraza de noticia lo que es un coraje de
Hugo Martínez a su servidor.

Entienda, que si mi respeto por usted es mucho, el respeto por su familia es más.
Yo no tengo miedo a la muerte, esto ya se lo dije antes, lo que me preocupa es el concepto que usted tiene de
mí, puesto que como ya lo digo, yo siempre he querido ser su amigo.
Tengo un niño recién nacido que llegó al mundo en las fechas que yo andaba en Laredo. Siempre quise decirle
que sería un honor muy grande para mí que usted fuera su padrino, pero ya ve, al contrario de todo me
considera su enemigo.
Le pido una disculpa por salir armado a recibir los que venían según ellos en su nombre, pero yo recuerdo que
a usted le gustan los actos de valentía y eso me animó.
Cuando estábamos en los gallos y juntos perdimos, pues le fuimos al “malo”, usted dijo “ese gallo no merecía
morir”, se defendió como los buenos; además yo les dije que si usted me hablaba yo iba, pero con ellos no,
inclusive le estuvimos hablando en esos momentos hasta Reynosa el licenciado Chavarría y yo, para que si
usted decía que fuera, yo iba.
Lo que siempre he querido, es ser su amigo, no se deje engañar ni envenenar por personas con intereses
mezquinos, yo no tengo motivo ni coraje para ser enemigo de una persona que admiro, respeto y le estoy
agradecido.
Atentamente y en espera de que comprenda y me dé oportunidad de comprobar mi amistad.
LIC. LEPOLDO M. DEL REAL IBÁÑEZ
Los ruegos del abogado funcionaron y Chao López lo dejó vivir. Esto queda claro porque Leopoldo devino en
uno de los principales abogados del Cártel del Golfo, mano jurídica de Juan García Ábrego.
El licenciado Del Real poseía la mala habilidad de dar a pensar a los dueños de su vida que los traicionaba y así
ocurrió con García Ábrego durante los días en que los gobiernos de Estados Unidos y México se lanzaron, en
1996, contra el imperio de las drogas levantado durante el sexenio de Carlos Salinas de Gortari, a quien le gusta
decirse de Agualeguas, Nuevo León.
En enero de 1996, un hombre entró al restaurante en que Del Real comía con el jefe de la Policía Judicial de
Nuevo León y, frente a este, le disparó en la cabeza.
Secuestro Inc.

Fernando Gutiérrez Barrios y el entonces Presidente Luis Echeverría. Foto: Especial
Un personaje cercano a uno de los hombres legendarios de la seguridad en México, Fernando Gutiérrez Barrios,
afirma en entrevista con SinEmbargo que en México, básicamente, todas las organizaciones “químicamente
puras” dedicadas al secuestro se originaron en los servicios de seguridad en México.
Este hombre que trabajó en la Dirección Federal de Seguridad y quien pide mantener el anonimato, es ahora un
investigador académico. Explica la relación entre los agentes de la Guerra Sucia y los plagiarios en que unos y
otros tenían por fin la captura de una persona.
El método fue instrumentado por los primeros: la designación de un sujeto a capturar, el estudio de su rutina,
sus relaciones personales, sus antecedentes laborales. Luego, la planeación del secuestro: el momento del
sometimiento, el despliegue coordinado de los hombres participantes, el uso de un vehículo para el traslado del
punto de la desaparición a una casa de seguridad. Luego la tortura para obtener el bien deseado y finalmente la
liberación o desaparición de la víctima.
“La diferencia estriba en qué querían unos y otros. Los policías políticos querían información y los simples
secuestradores quieren dinero, pero se valen de la tortura y la mutilación para presionar la negociación con la
familia del secuestrado”.
En los ochenta, el escenario era de un subversión tendencialmente aniquilada, con reductos muy pequeños. La
Federal de Seguridad empezó a participar cada vez más en tareas de combate a delincuencia organizada,
particularmente al narcotráfico, pero no exclusivamente a ello. Esta gente realizó una gran cantidad de
secuestros extorsivos porque tenían el know how.

Por supuesto, también se internaron en el narcotráfico, porque conocían su funcionamiento y operaban al
amparo de una acreditación plenipotenciaria.
El levantón mismo es un secuestro, tiene su episodio de privación de ilegal de la libertad y tiene la extorsión en
que se presiona a una persona para actuar de cierta forma y se le impone un cierto pago. Sin embargo, no es el
secuestro convencional.
***
Existían básicamente dos grupos ligados a la inteligencia, contrapartes entre sí. Por un lado, Fernando Gutiérrez
Barrios y, por la otra parte, Jorge Carrillo Olea, originalmente militar encargado de la Sección Segunda del
Ejército y después subsecretario de Gobernación.
“El grupo de secuestradores surgió justamente con esos dos grandes protectores: Fernando Gutiérrez Barrios y
Jorge Carrillo Olea. Hablamos de los ochentas en su parte final. En esta lógica, lo que hacía mucha gente era
contratar auxiliares, llamados madrinas. Tenían gente trabajando y no me refiero directamente a ellos, sino a
comandantes cercanos, y todo lo demás. La delincuencia organizada descansa en última instancia en un margen
de protección política, policíaca ciertamente, pero en ningún lugar los policías se manda solos, siempre existe
un margen de protección política de funcionarios de alto nivel.
Los comandantes de estos grupos contrataban informalmente delincuentes como auxiliares sin percibir ningún
sueldo, pero tenían carta abierta para obtener recursos de manera ilícitos, casi siempre mediante la extorsión. Un
mecanismo frecuente de chantaje era la detención de individuos a quienes se les llenaban los bolsillos del
pantalón o la cajuela del auto con drogas y luego se les vendía su libertad.
***
Tamaulipas es un territorio pleno de estas prácticas en los ochenta –30 años después, la ciudadanía viviría en
peores condiciones de seguridad, pero en un momento ciertamente proveniente de aquél–.
“Quien cometía esto era el entonces coordinador de la Dirección Federal de Seguridad, Rafael Chao López”,
continúa el ex agente entrevistado.
Existen múltiples referencias de detenciones de personas a las que por delitos contra la salud e,
independientemente de sí era válida o no la acusación, los llevaba a casas de seguridad y torturaba. Los obligaba
a que le dieran dinero, a que vendieran ganado, que vendieran bienes para darle dinero. Chao coincidió en este
negocio y en el de la protección a narcotraficantes hasta el límite de ser uno, con otro grande la policía
mexicana, Guillermo González Calderoni, aunque este proveniente de la Policía Judicial Federal.

González Calderoni mantenía su estructura policíaca comprometida con Juan Nepomuceno Guerra, cimentador
del Cártel del Golfo desde la década de los treinta cuando contrabandeaba whiskey a Texas, producto sustituido
en los setenta con cocaína.
Hasta los años 80 la dimensión, la mayor parte de los narcotraficantes en la región noreste eran originarios del
noroeste. La situación cambió cuando el encubrimiento institucional cobijó, en esa zona del país, de manera
decidida a los tamaulipecos sobre los sinaloenses.
Cuando la Dirección Federal de Seguridad se disolvió, en 1985, por el caso Camarena, los grupos quedaron
sueltos. Algunos se integraron como madrinas a la Policía Judicial Federal y otros no, simplemente se
resolvieron a delinquir por su cuenta.
“La constante es la presencia casi sempiterna de comandantes de la policía o simples policías muchas veces en
funciones como protectores o participantes directos en la comisión de los secuestro y del tráfico de las drogas,
cuyo origen es similar en tiempo en su origen institucional”, apunta el especialista.
“Y no se manejaban solos. También podemos ver que su entrenamiento antisubversivo es en buena medida lo
que los mete en la guerra irregular que enfrentan. En la lógica de la Guerra Fría se pudiera aplicar cualquier
cuestión en función de prevenir la proliferación del comunismo: torturas, privaciones de la libertad. La idea era
identificar y se les daba ciertas cuestiones de psicología para identificar los puntos vulnerables de la gente. Esto
se puede transformar muy fácilmente en una cuestión extorsiva criminal.
“Es una constante que en la pretendida construcción de la seguridad del Estado mexicano, el efecto siempre ha
sido mucho más pernicioso. Esta gente de ahí provino. Si se analiza cuál fue el efecto de la Operación Cóndor
en Sinaloa, entre 1987 y 1981, que pretendía erradicar el narcotráfico, lo único que hizo fue racionalizarlo,
justamente, bajo la protección de la Dirección Federal de Seguridad y el Ejército”.
Uno de los personajes claves en la Operación Cóndor, quien fue coordinador de agentes del ministerio público
federal fue Carlos Aguilar Garza, luego enviado con la misma función de Sinaloa a Tijuana, donde estuvo poco
tiempo, y después fue a Tamaulipas, donde se vinculó de manera decidida con Rafael Chao López.
“Ese tipo de personajes protegieron originalmente al contrabando, pero lo potenciaron y se convierten en el
Cártel del Golfo”.
–¿A partir de qué año los miembros de la Dirección Federal de Seguridad comenzaron a secuestrar con fines
extorsivos?– se le pregunta.
–No dudaría que lo hicieran en funciones, pero de manera más clara tras la amnistía que otorgó José López
Portillo a la guerrilla, cuando se da por hecho que la subversión no es el problema más sustantivo.
–¿Desde el principio la DFS estuvo relacionada tanto con el narcotráfico como con el secuestro?
–Con el narcotráfico, el secuestro, el robo de vehículos, el tráfico de personas. Era una matriz criminal
tremenda.
–¿Podía no saber la cúpula del gobierno mexicano la pérdida que sufría de porciones de sus
instituciones?
–Los grupos que realmente se encumbraban no lo hacían solamente por su propia capacidad delictiva, y en
buena medida, porque gozaban de protección institucional. En un Estado como el que teníamos en México,

autoritario y fuertemente centralizado, con capacidad de control de todos los actores sociales, incluyendo la
delincuencia, era prácticamente impensable que un grupo se pudiera desarrollar sin esta dependencia.
–¿Y ahora?
–Dado el contexto de impunidad y que ha sido una historia larga en los servicios de seguridad en México, que
se aprecie, por ejemplo, que los grandes funcionarios en la seguridad están vinculados con cárteles u
organizaciones de esta naturaleza, los grupos intermedios, los subordinados no cuentan ahora con ningún
imperativo moral de ser honestos. Al contrario.
El ex espía refiere la repetición de errores cometidos por el Estado mexicano. El más reciente y gravoso fue el
envío, a fines de los noventa, de militares elementos del Grupo Aeromóvil de Fuerzas Especiales a la frontera
estadunidense para combatir al narcotráfico. Los militares tenían, al igual que los viejos policías de la Brigada
Especial de la Federal de Seguridad, entrenamiento contrainsurgente impartido por el gobierno de Estados
Unidos.
Pasó lo mismo: los militares se pasaron al lado al que el Estado los había opuesto. Los Zetas representan un
brinco evolutivo en la historia del narco. Hicieron del negocio de las drogas un simple departamento en una
industria que secuestra, extorsiona, piratea, trafica personas…
“El recurso específico que manejan es la violencia. En una guerra como la que estamos viendo actualmente
entre las organizaciones, si fuera financiada únicamente por la propia droga, llegaría el momento en que dejaría
de ser negocio. Se guerrea para ganar, no para seguir guerreando. La lógica en que se sigue incorporando mucha
gente a los sicariatos es bajo la premisa de que se les permite participar en otro tipo de actividades ilícitas por su
cuenta”.
***
Al Chino no lo consignaron por decirse comprador de policías, enlace entre narcotraficantes y directivos de la
Dirección Federal de Seguridad, jefe de una enorme banda de robo de autos, extorsionador ni asesino.
Luego del homicidio de Camarena, el gobierno de México fue tras él por presión del gobierno de Estados
Unidos, cuyas cortes en California y Texas recordaron que, desde 1981 y antes tenían asuntos pendientes con El
Chino.
Tan es cierto que Estados Unidos volteaba hacia otro lado tratándose del comandante de la DFS, que el 30 de
septiembre de 1982, la propia policía política emitió el reporte de la devolución de vehículos robados en
Estados Unidos.
La entrega la hizo, en acto oficial celebrado en Reynosa, Chao López a Edward Sanders, jefe del departamento
de Vehículos Robados de Texas. En el memorándum de la oficina mexicana se leen las palabras de Sanders:

Pero mataron a Camarena. La persecución contra el perseguidor llegó hasta la casa de Chao de la calle Laja, en
el Pedregal del DF, residencial de lujo en el que también tuvieron sus casas los ex miembros de la DFS y

narcotraficantes José Zorrilla Pérez y El Azul Esparragoza, así como los ex presidentes Carlos Salinas de
Gortari y Ernesto Zedillo.
Encontraron 10 pistolas escuadras y revólveres, una caja fuerte con dos pistolas de colección marca Colt y dos
escuadras marca Beretta .9 mm. Las armas pertenecían a las diferentes oficinas de la DFS ubicadas en las
ciudades fronterizas por las que pasó. Se las quedó simplemente porque la agencia desapareció y ya no había a
quien devolver el armamento. En total, eran 35 armas. En Mexicali aseguraron negocios de contrabando
Los gobiernos de Estados Unidos y México pronto se dijeron sorprendidos con la existencia de dos casas a
nombre de Chao López en McAllen, Texas, con valor de un millón de dólares, valor incompatible con el
modesto sueldo de un policía mexicano. Peor aún si se consideraba otra casa en San Diego y una más en
Morelia, Michoacán.
Y consideraron que Chao López podría estar detrás de la matanza en San Fernando –el mismo pueblo de
Tamaulipas en que los Zetas asesinaron a cientos de migrantes en 2010– de cinco policías judiciales, madrinas y
soplones.
Y se descubrieron que las pistas clandestinas de aterrizaje situadas en la Laguna Madre, Soto La Marina, Valle
Hermoso, Reynosa, Laredo y otros municipios tamaulipecos conectaban a narcotraficantes simples y llanos con
narcotraficantes formalmente empleados por la agencia mexicana de espionaje.
Y se encontraron con que su mansión de Matamoros, a nombre de su esposa y equipada con una gigantesca
antena de radio, era a la vez la comandancia regional de la Federal de Seguridad y centro de acopio y
distribución de marihuana y cocaína. Y las conexiones de Chao López con los intermediarios de Hidalgo y
McAllen y otras varias ciudades texanas.
***
Rafael Chao López fue defendido con éxito por el abogado Américo Delgado de la Peña, litigante a favor de
todo el narcotráfico mexicano, desde algunos de los Arellano Félix hasta otros de los Beltrán Leyva, pasando
por Juan García Ábrego.
En su libro Los narcoabogados (Debolsillo, 2007), el periodista Ricardo Ravelo anota la plegaria musitada por
Américo en cada uno de los juicios que llevó para sacar de prisión a los hombres por cuyos negocios decenas de
miles han muerto de la peor manera posible:
“Dios mío: Tú has puesto a estos hermanos bajo mi responsabilidad y cuidado. Tú bien sabes lo que puede la
justicia, Tú eres la sabiduría y la vida.
“Auxíliame para que acierte en lo que debo hacer. En tus manos, Señor, pongo mis esfuerzos. Que el Espíritu
Santo me ilumine en cada instante de mi vida.
“Dame Tú la luz para que ésta sea la que me guíe en todo momento.
“Haz que tu voz impregne la mía cuando alegue en un tribunal.
“Líbrame de todos los obstáculos para obtener la libertad de mis hermanos.
“Amén”.

Los oficios o los rezos de Américo Delgado tuvieron éxito, aunque no tanto con respecto a sí mismo. Fue
asesinado en agosto de 2009 en su oficina de Toluca, en el Estado de México.
Chao López tuvo un fugaz tránsito por el Reclusorio Oriente y luego se esfumó. Dicen que lo mataron, dicen
que está vivo y envejeciendo en su taller mecánico de Cuernavaca, Morelos.
Y es difícil pensar que Chao siguiera al Dios al que se encomendaba Américo. El Chino Chao adoraba los
tigres. Los tenía en el patio de su casa que, a la vez, era el cubil de la Dirección Federal de Seguridad.
Cosa curiosa: décadas después, pero en las mismas ciudades del Tamaulipas ardiente, Heriberto Lazcano El
Verdugo, líder de Los Zetas y de cierta forma su descendiente, tenía el mismo encanto por los tigres, a los que
alimentó con sus enemigos durante la conformación de la Nueva República de las Drogas. *
Fuentes:
Versión pública del expediente integrado por la Dirección Federal de Seguridad de Rafael Chao López;
documento resguardado en el Archivo General de la Nación y obtenido vía Ley de Transparencia y Acceso a la
Información Pública.
Declaración de Rafael Chao López contenida en el acta de la Policía Judicial de 3 de julio de 1989 y que se
encuentra glosada a la averiguación previa 2767/D/89 que dio origen a la causa penal 137/89 del Juzgado
Tercero de Distrito en materia penal en el DF.
Entrevista con un ex agente de la DFS y del Centro de Investigación y Seguridad Nacional.
Revisión penal 382/90 realizada por el Segundo Tribunal Colegiado en Materia Penal del Primer Circuito
respecto de las acusaciones de delitos contra la salud realizadas contra Rafael Chao López.


LA GRAN TRAICIÓN: LA INTELIGENCIA EN
MANOS DEL NARCO
Por: Humberto Padgett - septiembre 5 de 2013
Ciudad de México, 4 de septiembre (SinEmbargo).– Si se revisan los expedientes abiertos por el Ejército
Mexicano contra sus efectivos levados por el narcotráfico, se crea la idea de que los cárteles desarrollaron la
habilidad de infiltrarse hasta uno de los órganos más sensibles del Estado, en el centro neurológico de la
institución de las armas, su sistema de inteligencia.

Si se observan los documentos iniciados por el sistema de justicia civil contra los agentes policíacos, se piensa
que los narcotraficantes invadieron áreas tan delicadas como la Dirección Federal de Seguridad, el servicio
secreto mexicano durante los años de la Guerra Fría.
Pero si se analizan los expedientes particulares de los hombres que vendieron trozos del Estado y los legajos de
quienes los compraron, se concluye que la filtración fue en el sentido contrario: los hombres de las armas
infiltraron al narcotráfico no favor del interés público, sino del suyo propio.
La bola se fue pa’ Juárez
CONSEJO DE GUERRA
Con la cara rígida, perfectamente rasurada sobre los uniformes tapizados de insignias, los generales reunidos el
10 de julio de 2006 en Consejo de Guerra en El Salto, Jalisco, se preguntaron:
“¿Es el sargento segundo escribiente Marcelino Alejo Arroyo López culpable de que, perteneciendo a la Oficina
de Inteligencia Antinarcóticos de la Secretaría de la Defensa Nacional, haberse incorporado a la organización
criminal Cártel de Juárez, del cual era el dirigente, cabecilla o jefe narcotraficante Ismael Zambada García El
Mayo Zambada y otros individuos, intermediarios de Arturo Hernández González El Chaky, quien dirigía una
de las células del cártel también denominado La Empresa, con la intención de realizar labores de
contrainteligencia?”.
Los militares ya habían hojeado el grueso legajo de la causa penal 2491/2005, el expediente con decenas de
declaraciones, partes policíacos de investigación e intervenciones telefónicas. El mismo documento que da
santo y seña de cómo el Cártel de Juárez y sus ex socios del Cártel de Sinaloa infiltraron al ejército y del que
SinEmbargo posee copia.
Arroyo López habló. Se defendió.
Los generales lo escucharon y luego respondieron su propia pregunta.
***
El sargento Arroyo López causó alta el 21 de noviembre de 1987 como policía militar.
En enero de 1990 tomó una vacante en la Policía Judicial Militar. Inició como cabo policía militar, siguió como
agente con el mismo rango y, poco después, lo ascendieron a sargento segundo escribiente. Estuvo en esa
corporación hasta septiembre de 1995.
“No sé si por selección o azar me enviaron junto con otros nueve elementos de la Policía Judicial Militar a
causar alta en el Centro de Inteligencia Antinarcóticos (CIAN). Efectivamente he recibido dinero a cambio de
información que sustraía de la Oficina de Inteligencia Antinarcóticos donde laboro para hacerla llegar a una
organización dedicada a dar seguridad a narcotraficantes”.
Arroyo nunca efectuó curso alguno de inteligencia. Y así quedó directamente subordinado al CIAN,
dependiente de la secretaría particular del Secretario de la Defensa, entonces Enrique Cervantes Aguirre,
designado por el Presiente Ernesto Zedillo.

Marcelino Arroyo coincidió en el CIAN con Pedro Bárcenas, Capitán Perico, de quien se hizo compadre y
quien luego desertó para integrarse al Cártel de Juárez. Aunque no se tienen datos detallados de cómo ocurrió,
lo cierto es que Arroyo se convirtió en informante del crimen organizado. Y justo por estar en esa oficina fue
blanco de los esfuerzos por comprarlo. No fue nada difícil.
Arroyo operó en una rústica estructura de inteligencia en que los reportes eran entregados por escrito, a manera
de informes o, en casos de emergencia, dictados por teléfono a Bárcenas. Éste informaba a Francisco Tornez
Castro El Pancho, quien reportaba a Arturo Hernández González El Chaky, jefe de sicarios de Amado Carrillo
El Señor de los Cielos.
El sargento segundo escribiente obtenía información cuando los analistas del CIAN le comisionaban recabar
datos de domicilios, números telefónicos fijos o celulares, vehículos. Tras clasificarla, la entregaba a su
contacto.
¿Qué clase de información entregaba el sargento Arroyo al narcotráfico?
***
Mes y medio antes de la detención de Arroyo, el cártel se inquietó. Se rumoraba de una andanada de cateos a las
casas del Mayo Zambada en Culiacán, Sinaloa.
–¿Sabes si hay personal trabajando en Sinaloa? –preguntó Perico a Arroyo.
–Sí. Hay una base de trabajo de aquí, de la oficina (del Distrito Federal), en Sinaloa. Va un capitán al mando –
respondió el militar activo.
–¿Cómo se llama?
–Es un capitán segundo de zapadores.
–¿Es el que lleva el asunto del Chaky?
–Ese asunto lo lleva el teniente de arma blindada de apellido Ornelas.
–¿Quién está de jefe de cubículo del Cártel de Juárez.
–El capitán Ornelas.
Perico aseguró que buscaría al capitán encargado de la investigación en Sinaloa para sobornarlo. Arroyo no
supo más. No debía saber nada más. Era sólo una de varias piezas.
El flujo de datos era permanente. Nombres de adversarios o socios de Juárez eran entregados en condición de
incógnita a los militares y volvían al cártel con domicilios, números telefónicos y detalles de las investigaciones
en su contra.
Otro ejemplo. A Perico le urgía tener información sobre un capitán aviador diplomado del Estado Mayor
infiltrado por el Cártel de Juárez, pero integrado a otra célula. Competencia interna. Arroyo escuchó
atentamente en la oficina. Se encontró con el tema y anotó todo en una libretita.

Reportó: “Me dijo que la revisaría con su patrón, pero que lo más interesante para ellos era toda la información
relacionada con el Cártel de Juárez y, particularmente, con El Chaky”.
Era una maraña de espías contra espías. En otra ocasión, Arroyo López fue buscado por Perico. Le advirtió
sobre un teniente de infantería que anteriormente estuvo en el CIAN. Le describió su auto y domicilio. Se
debían cuidar de él: estaba empleado por otro cártel.
Bárcenas también proporcionó dos sobrenombres: El Yeyo y El Chacho, gente de Osiel Cárdenas Guillén,
entonces capo del Cártel del Golfo. Había guerra. El tamaulipeco había mandado matar al Chaky. Y esos apodos
eran dos de los sicarios que iban tras la vida del jefe de sicarios de Juárez, cabeza de la red de informantes de
Amado.
El sargento Arroyo nunca conoció personalmente al Chaky, excepto por las referencias que de él hacían Pancho
Tornez y Perico como “el patrón”. Arroyo, en el escalafón más bajo del cártel, cobraba directamente de la mano
de Capitán Perico en las estaciones del metro Panteones, Normal o Cuitláhuac.
Él mismo dio los detalles: “En tres años recibí dinero en 25 ocasiones. Las cantidades iban desde 500 a mil
dólares”.
Así de barato.
***
¿Ante la deslealtad a las armas había lealtad al narcotráfico? En su declaración ante el Ministerio Público
Militar, Arroyo López deja claro que tampoco. El sargento también actuaba como correo para la entrega de
sobornos a otro militar antinarcóticos, Pedro González Franco, quien causó baja de esa área por reprobar un
examen de polígrafo –se entiende que Marcelino sí aprobaba ese filtro de seguridad– y, en vez de despedirlo, se
le trasladó a la Zona Militar de Toluca, en el Estado de México.
Pero los sobres a su favor seguían llegando. Pedro Bárcenas Perico recomendó a Arroyo quedarse con el dinero.
“Me dijo que yo aportaba más datos para la organización y que tenía derecho a cobrarlo”, se justificó el
sargento segundo.
Los beneficios que dio Arroyo fueron más allá de la entrega de datos. También participó en el reclutamiento de
más informantes. Uno de ellos fue el propio González Franco, a quien se reclutó por tener acceso a información
del Cártel de Tijuana.
El CIAN se divide o dividía en módulos de análisis para cada cártel de las drogas.
A González Franco le pidieron antecedentes de Fabián Martínez El Tiburón, jefe de los Narcojuniors, cuerpo de
sicarios y contrabandistas de clase media y alta reclutados por los Arellano Félix durante la década pasada. El
Chaky “se lo quería chingar”, aclaró González Franco al ministerio público.
“En otra ocasión que regresé a Tijuana, el sargento Marcelino me dijo que Pedro (Perico) le había comentado
que necesitaban información del Metro. Después regresé a mi base en Tijuana y por esas fechas agarraron a
Alcides Ramón Magaña, narcotraficante del Cártel de Juárez”.
El Metro, quien a la muerte del Señor de los Cielos se apoderó del control del tráfico en la región sureste del
país, fue detenido en 2001.

“(Luego) me dijo Perico que su compadre Pancho, Francisco Tornez, me mandaba dinero. Sacó un periódico
que llevaba doblado con 5 mil dólares y que era por el trabajo para que aprehendieran al Metro. Un premio para
nosotros, ya que con la captura del Metro se les había quitado un peso de encima”.
La Procuraduría General de la República (PGR) emitió un boletín de prensa cuando, en 2007, el traficante fue
condenado en definitiva a 47 años de prisión en 2007:
“Con esta sanción (…) Durante la administración del presidente Felipe Calderón, el gobierno de México
refrenda su compromiso de aplicar la ley con todo vigor y energía en contra de cualquier manifestación de la
delincuencia organizada”.

EL INGENIERO AGRÓNOMO
El asunto de los espías del cártel de Juárez detonó el 19 de octubre de 2001, cuando una patrulla del ejército
circulaba por un camino de terracería en el municipio de Cosalá, Sinaloa.
Los soldados observaron dos camionetas, una Suburban roja y GM negra granito, ambas con vidrios
polarizados. Las siguieron y en segundos el seguimiento se hizo persecución. Quienes llevaban las camionetas
frenaron en seco, las abandonaron y huyeron a pie.

Los militares revisaron los vehículos y encontraron 60 mil 400 dólares y 34 mil 400 pesos. También un anillo
de oro blanco con nueve incrustaciones de piedras preciosas, una pulsera de oro de 14 kilates, dos bolsas con 34
gramos de cocaína y nueve estuches para el polvo o periqueras.
Tres cuernos de chivo, una pistola Colt con las cachas grabadas con figuras de tiburones y cientos de balas.
Siete teléfonos celulares y uno satelital. Y documentos a nombre de Jerónimo López Landeros.
La camioneta negra granito, que resultó blindada, era propiedad de Javier Torres Félix. Su esposa se presentó al
Ministerio Público para reclamar la devolución del vehículo y aseguró que su marido era agricultor y ganadero.
Torres Félix era un viejo conocido de la policía. En la tierra del Mayo se le tenía como su lugarteniente y sólo
fue asunto de revisar los expedientes.
A finales de mayo de 1997, Torres Félix fue detenido en Cancún, Quintana Roo, con otros tres traficantes y 380
kilos de coca empaquetada en plástico transparente y hule amarillo. Sin embargo, Torres Félix resultó absuelto,
salió de prisión al año y reanudó la operación para los Carrillo Fuentes en un momento en que, debe quedar
claro, personajes hoy identificados plenamente en el bando de Sinaloa, mantenían operación para Juárez.
Esto, antes de dos hechos fundamentales para el presente del narco mexicano: la muerte de Amado Carrillo y la
fuga de Joaquín Guzmán Loera, con quien luego se alinearía El Mayo Zambada y Juan José Esparragoza
Moreno El Azul, entre otros.
Como con cualquier trabajo, una de las ventajas de ser un narco viejo es ir y venir por los cárteles con una
gruesa agenda de contactos en el bolsillo.
***
Vale la pena comentar, al menos de manera resumida, el perfil de Javier Torres Félix, uno de los más reputados
sicarios al servicio de los capos de Sinaloa, incluso antes de la existencia del cartel propiamente establecido.
Por eso y porque era el hombre sentado a la derecha de El Mayo.
Segundo de cinco hermanos, El JT nació el 19 de octubre de 1960. Abandonó la escuela en el segundo año de
primaria y más o menos por ese tiempo comenzó a trabajar en el campo. A los 17 años ya inhalaba de la cocaína
que luego vendería por toneladas. Como todos los narcotraficantes sinaloenses de la época, se presentaría como
agricultor y ganadero.
En 1984, a sus 24 años de edad fue aprehendido en Sinaloa por el rapto de su novia. Meses después quedó en
libertad.
Seis años más tarde, ya estaba formalmente instalado en el narcotráfico. Según la indagatoria de la Procuraduría
General de la República (PGR), en 1990 era el operador de Manuel Salcido El Cochiloco, colocado en la
segunda línea de mando del ya extinguido Cártel de Guadalajara, liderado por Rafael Caro Quintero, Ernesto
Fonseca y Miguel Ángel Félix Gallardo.
En junio de 1990 el JT fue detenido por el Ejército en Mazatlán, Sinaloa, en posesión de más de 800 kilos de
mariguana y cuatro rifles AK-47, por segunda vez fue encarcelado. Un año después quedó en libertad.
Desde 1992 la DEA lo ubicaba ya como lugarteniente del Mayo Zambada.

Volvió a prisión en 2005. Fue internado en el Reclusorio Norte, la misma cárcel que años antes albergara a Caro
y a Don Neto. Ahí coincidió con José Alberto Márquez Esqueda El Bat, ex jefe de sicarios del Cárrtel de
Tijuana y enemigo suyo a muerte. La cercanía de ambos ocasionaba la inmediata sensación de muerte.
El JT compartió dormitorio con Carlos Ahumada Kurtz, el empresario que destapó los videoescándalos. En una
ocasión, durante un carcelazo o depresión relacionada con el encarcelamiento, Ahumada lloraba de manera
desconsolada.
–Ya, cabrón, no llores– decía el sicario en cuclillas frente un anafre en el que cocinaba. Visto en esa posición,
quedaban al descubierto las cicatrices en la coronilla de la cabeza por el implante de cabello que se hizo.
Pero el complotista de Andrés Manuel López Obrador no podía contener el llanto.
–Mira, tranquilo, te hice una quesadilla– extendió El JT la tortilla doblada con queso adentro.
Curioso detalle proveniente de un hombre cuya personalidad le fue advertida a su juez:
“Esquizo-paranoide con características antisociales: sujeto impulsivo con conflictos con la figura de autoridad,
suspicaz, manipulador, racionalista y egocéntrico. No aprovecha la experiencia siendo híper vigilante (sic) ante
cualquier amenaza percibida manejando ideas megalómanas de logro y realización personal con los que encubre
sentimientos de minusvalía”.
***
En junio 2001, agentes de la Federal de Investigación que dieron seguimiento al caso y fe de los objetos
encontrados en las camionetas de Cosalá reportaron otras cantidades de dinero: 70 mil 400 pesos y 20 mil
dólares.
Reiteraron que entre los documentos encontrados, entre estos la licencia de conducir a nombre de Jerónimo
López Landeros, cuya fotografía era la imagen del Mayo Zambada”.
No fue el único papel con el pseudónimo del Mayo.
Se encontró una tarjeta blanca enmicada impresa con la oración “H. Ayuntamiento del municipio de Durango
1998-2001” y un escudo. Tenía escrito a máquina:
“El portador de la presente, Ing. Agrónomo Jerónimo López L me ha sido recomendado ampliamente, por lo
que pido a los elementos de la dirección de Seguridad Pública de Vialidad que, en caso de cualquier incidente
en que se vea involucrado, antes de proceder en su contra, se comuniquen con el suscrito”. Lic. Raúl Obregón
A. (director general de la Policía Judicial del estado), una firma ilegible, un sello en color azul y en la parte
inferior un lema: “Durango, tarea de todos”.
***
Otro hallazgo importante fue el de los teléfonos celulares, propiedad de Javier Torres Félix, el segundo del
Mayo Zambada en ese momento.
Uno de los números mantenía comunicación con otro a nombre de Karla María Monge Corral, con domicilio en
apartado postal 28, Culiacán, Sinaloa, propiedad del gobierno del estado de Sinaloa.

Desde este teléfono, a su vez, se establecía contacto frecuente con un teléfono fijo registrado a nombre de María
Teresa Zambada Niebla, hija del Mayo, en la colonia Colinas de San Miguel, en Culiacán.
También por las conexiones telefónicas se ubicó otra casa en Las Quintas, misma ciudad, a nombre de Miriam
Patricia Zambada Niebla y Mónica del Rosario Zambada Niebla. Los policías vigilaron, preguntaron a los
vecinos y pronto apareció el nombre Ismael Zambada Niebla El Vicentillo.
En esta casa había alrededor de 15 vigilantes y desfile permanente de las Suburban, las Gran Cherokee y las
Cheyennes sin placas, nunca detenidas por los retenes semifijos de la Policía Ministerial, la Policía Estatal
Preventiva y Policía Inrtermunicipal.
Todas las residencias quedaron bajo vigilancia. Los agentes anotaron:
“El 3 de junio de 2002 arribó un convoy de las Bases de Operaciones Mixtas Urbanas, así como un vehículo
Hummer del ejército mexicano y cuatro patrullas de la Policía Ministerial, Estatal y Preventiva. Del domicilio
salió un hombre de 28 años y 1.75 metros. Moreno claro, complexión regular y cabello corto. Platicó con los
elementos y luego regresó a la casa. La patrulla se fue”.
También se vigiló al menos una casa a la que vieron llegar, en una Ford Lobo Harley, a Édgar Guzmán López,
hijo del Chapo Guzmán. Se le siguió al Tec de Monterrey, unidad noroeste, en donde estudiaba.
Los mismos teléfonos incautados dejaron bien clara la relación entre El Mayo Zambada y El Chapo Guzmán.
Las llamadas de uno de esos aparatos conectaba con Griselda López Pérez, entonces esposa del Chapo y socia
de restaurante de comida china en la calle Álvaro Obregón del centro de Culiacán.
Los federales siguieron las pistas de los teléfonos. Encontraron uno más en la colonia Las Flores, en Ciudad
Lerdo, Durango. Pero esta línea estaba desviada a otra casa en la misma ciudad a donde llegaba un hombre al
que todos reverenciaban y llamaban El General.
Otros teléfonos registraban comunicación con varias casas de Culiacán y la empresa Nueva Industria de
Ganaderos de Culiacán, con domicilios en Carretera Internacional Norte 1207, Venadillo, Mazatlán, cuya
principal accionista es Rosario Niebla Cardoza, ex esposa del Mayo Zambada.
“La señora Ana María Zambada García –hermana del Mayo– registra comunicación con el número telefónico
perteneciente a Karla María Monge y, a su vez, éste con el que está a nombre de José Luis Castro Soto,
personas que registra comunicación con el ingeniero Domingo Silva Monter”.
El ingeniero Silva sería pieza clave en la investigación para desarticular a los infiltrados. Silva vendía equipo de
comunicación e intercepción de llamadas directamente al cuerpo de seguridad del Mayo. A la vez, tenía relación
con la célula de contrainteligencia compuesta por militares y ex militares subordinados al Chaky.
Tras los seguimientos que se hicieron de los teléfonos de Torres Félix y las casas con que mantenían
comunicación, la policía federal dibujó la red completa.
La descripción del hombre de 28 años coincidía con la del Vicentillo, primogénito del Mayo, cuya primera
esposa e hijas fueron ubicadas perfectamente de manera física en ese momento y luego ubicadas por agencias
mexicanas y estadounidenses como principales lavadores de dinero del capo sinaloense. Estaba dada la
posibilidad de capturar a familiares del Chapo presuntamente participantes de sus actividades ilegales.
EL CAPITÁN PERICO

Si es cierto lo dicho por Iván Castro Sánchez o Pedro Bárcenas –las autoridades civil y militar creyó en su
declaración del 13 de octubre de 2002–Comandante Perico, conoció en la neblina de tabaco y sudor del bar
Pacinco, en el Distrito Federal, a un hombre que lo llevó ante Francisco Tornez.
Pancho y Perico compartían un par de cosas: ambos habían pertenecido al ejército, los dos se hacían pasar aún
por capitanes y los dos tenían modos de vender inteligencia militar al narco.
Perico compraba la información a los militares del CIAN que luego entregaba los datos a Pancho Tornez. Al
inicio de la relación recibía 2 mil o 3 mil pesos; al final, hasta 2 mil dólares por reporte.
Las relaciones descritas por el militar desertor abarcaban generales. Uno de ellos fue Guillermo
Álvarez Nahara, ex director de la policía judicial federal.

“Lo fui a ver en compañía de Venancio Bustos, ex militar –también con pasado en Inteligencia Antinarcóticos
del ejército–, y Carlos Águila, agente federal de investigaciones en activo. Fuimos a ver al general, porque
existe el rumor que lo iban a nombrar titular de la PFP. Lo visitamos en sus oficinas ubicadas a un lado del
Banco del Ejército, pero el general nos dijo que ni siquiera sabía la existencia de ese rumor.
“También recibo llamadas a mi celular de Adrián y El Brandon, quienes trabajaron anteriormente en el Centro
de Inteligencia y Seguridad Nacional (CISEN)”.
Otra muestra de que Perico no sólo incorporó militares en activo a las filas de Juárez es Rubén Escalante
Camarillo El Lobo, quien inició carrera en las armas en 1993 asignado como auxiliar de administración en el
Campo Militar Uno de la Ciudad de México, donde conoció a Marcelino Arroyo López y a Perico.
En 1996, El Lobo se empleó en una empresa relacionada con recursos humanos que era propiedad de la familia
de Miguel de la Madrid como chofer escolta de los hijos del ex presiente –uno de ellos, Enrique, fue designado
por el Presidente Enrique peña Nieto como director general de Banco Nacional de Comercio Exterior–. Perdió
el trabajo el día en que la familia ex presidencial dejó México y se asentó en Europa.
Lobo ingresó al CISEN como agente investigador. Salió en 2000 de manera directa a la Policía Federal
Preventiva donde estuvo adscrito como suboficial, hasta su detención, en octubre de 2002, a la Dirección
General de Operaciones Especiales.
Desde ahí sirvió al Cártel de Juárez. Formalmente apoyaba el cumplimiento de órdenes de aprehensión del
fuero común y del federal. Entre las revelaciones aportadas por El Lobo están los detalles que aportó sobre un
cateo masivo previsto por la PFP en Culiacán.
Perico fue también quien advirtió de la inminente persecución contra Javier Torres Félix, a quien se le imputó
una masacre de 12 personas en Sinaloa.
Las infidencias de los militares no sólo actuaban a favor de la seguridad de los líderes del Cártel de Juárez.
Perico declaró que Arturo Hernández González El Chaky ofrecía dinero por la muerte de Osiel Cárdenas
Guillén, el ex capo extraditado del Golfo.
En la libretita con espirales de Perico, los policías encontraron un par de direcciones Paseos de Churubusco y
Polanco, en el Distrito Federal. En ambas se leía un nombre, escrito con su propia mano: Osiel. Los domicilios
eran las oficinas de Cárdenas Guillén en la capital. Le fueron proporcionados por Marcelino Arroyo y
terminaron en manos de Francisco Tornez.
Otro nombre investigaba Perico en la red de infiltrados. Le fue anotado por Francisco Tornez en un trozo de
papel de estraza: “Jerónimo López Landeros Mayo”, uno de los seudónimos con que las agencias
estadounidenses identifican al Mayo Zambada.
EL CAPITÁN PANCHO

Francisco Tornez Castro también se llamó Víctor Manuel Llamas Escobar. Pero le gustaba más ser el Capitán
Pancho.
Ingresó al ejército mexicano en el complicado 1968, año de la represión en Tlatelolco, y causó baja en 1975 con
el grado de sargento primero, cuando se adhirió al grupo ENLACE –así lo identificó en su declaración– como
miembro de la Policía Judicial de Guerrero.
En ese grupo, puntualizó, participaban elementos de la PGR, la Policía Judicial Militar, la Policía Estatal de
Guerrero y la Dirección Federal de Seguridad. Su función era combatir los restos de la guerrilla de Lucio
Cabañas, muerto en 1974.
Pancho entró por recomendación de un general sin mayor trascendencia y recomendado por el entonces teniente
coronel Arturo Acosta Chaparro, director de la Policía Judicial y Seguridad Pública en Guerrero durante los
años de la Guerra Sucia.

ENLACE, pues, fue una denominación de la Brigada Blanca. A Tornez le tocó seguir al segundo en mando
después de Lucio Cabañas. Al año y medio dejó la Brigada Blanca de manera formal y se convirtió en policía
judicial de Durango gracias a la recomendación, esta vez, del propio Acosta Chaparro.
Como judicial de Guerrero conoció a los hermanos Gustavo, Alfredo, Manuel, Otoniel Tarín Chávez, todos de
la máxima confianza de Acosta Chaparro. También a Germán Bello Salgado, sargento segundo del ejército
quien, al poco tiempo se convirtió en comandante de la Dirección Federal de Seguridad (DFS).
Cuando la DFS desapareció en 1985, tras el asesinato del agente de la DEA Enrique Camarena por órdenes de
Ernesto Fonseca –bajo cuyas órdenes inició carrera en el narcotráfico El Mayo Zambada–y Rafael Caro
Quintero dadas a agentes y agentes de la misma policía política, el comandante Bello se mudó con mismo cargo
a la Policía Judicial Federal hasta 1997, cuando fue dado de baja por un delito no especificado en el expediente
de la justicia militar.
Ese mismo año era ya “el secretario particular del Chaky”, según Pancho Tornez quien, para hablar con el jefe
de sicarios del Señor de los Cielos, antes debía hablar con Bello y a éste le reportaba toda la información
recolectada por la red de militares, agentes del CISEN, de la Federal Preventiva, de la Fiscalía de Delitos contra
la Salud y de las judiciales estatales a los que Juárez tuvo en su nómina entre mediados de los noventa y
mediados de esta década.
“También conozco a Juan Parra Cortés. Es mi amigo y me presentó a Perico. También fue quien me consiguió
la credencial de la Secretaría de la Defensa que me acredita como policía judicial militar. Es amigo del general
Acosta Chaparro.
“Y a Jaime Delgado. Es subsecretario de Seguridad Pública en Acapulco, Guerrero, ya que fue chofer de Acosta
Chaparro y es a quien llamo para cuestiones de licencias y trámites administrativos”, declaró Tornez ante el
ministerio público federal.
***
El Capitán Pancho vivía bien, al menos a su entender. Tenía dos mujeres con relaciones fijas lo que, explicó
Perico, le impuso la necesidad de tener dos nombres.
Nunca dejó de presentarse como capitán del Ejército, aun cuando ni sus novias lo vieran alguna vez
uniformado. Decía estar comisionado en alguna operación que le imponía dejar el uniforme en el clóset. Tenía
cuatro casas en Cuernavaca, otra rentada en el DF y un departamento también alquilado en la ciudad de México
y cuatro vehículos, incluidos una camioneta 4×4 y un Trans Am.
Empleaba una cocinera de Guerrero y su chofer era un ex militar dado de baja por violación sexual.
El Capitán Pancho tenía su caballo en el club hípico de Santo Tomás Ajusco, donde también solía montar el
director de la Dirección Federal de Seguridad comprado por el narco, José Antonio Zorrilla Pérez, y era
propietario de un rancho de borregos.
Pero Pancho era sobre todas las cosas un hombre de relaciones. Entre sus amigos estaba Julián Marín Ávila, jefe
de la policía motorizada de Seguridad Pública de Chilpancingo, Guerrero.
“Me ayudó a causar alta en esta corporación como oficial comandante, donde recibo un sueldo de 4 mil pesos
mensuales sin acudir a trabajar. Mi amigo Julián Marín se encarga de que me pasen lista. Únicamente me
presento en las quincenas para cobrar mi sueldo.

Así, utilizaba a la vista una pistola escuadra grande de cargo en su calidad de comandante de la policía de
Chilpancingo y se ocultaba una pequeña calibre .25.
“Marín me invitó a financiar la campaña política de su compadre Gonzalo Gallardo como candidato del PRI a la
presidencia municipal de Copala, Guerrero. A cambio me daría todas las obras públicas de ese municipio.
Aporté 300 mil pesos”, confesó Pancho Tornez 12 de octubre de 2002.
Ante la perspectiva del gran negocio de ser contratista de gobierno, Tornez compró maquinaria para la
construcción.
Pero Gonzalo Gallardo perdió. En aquel momento. Hoy es el alcalde de Copala.
No hay espía sin libretita. La de Tornez era de una agenda dorada con el logotipo de Mexicana de Aviación. Los
nombres en el cuadernillo incluían a Agustín Montiel López, ex director de la Policía Judicial en Morelos, y a
Humberto Fernández, custodio de la penitenciaría de Cuernavaca.
Otro apunte decía simplemente “Granados”.
El ex militar perseguidor de comunistas explicó: “Corresponde al general Luis Enrique Granados Alamillo. Lo
conozco porque fue mi comandante en la brigada del ejército en 1970; a la fecha le sigo hablando, porque fue
mi padrino de bodas”.
Granados fue cuarto paracaidista en la historia de la aviación mexicana y amigo personal de otro general, Mario
Arturo Acosta Chaparro.
***
Los contraespías eran espiados. Entre mediados de septiembre y mediados de octubre de 2002, la Agencia
Federal de Investigación interceptó cientos de llamadas entre Perico y Pancho Tornez, entre éste y Germán
Bello, así como de personajes secundarios.
Una de las intervenciones registró el diálogo entre Capitán Perico y Capitán Pancho, Francisco Tornez sobre
dos colombianos de quienes habían hablado en conversaciones anteriores.
Perico: Son dos hermanos. Te voy a platicar de dónde procede este pedo. ¿Te acuerdas que hace como mes y
medio o dos meses agarraron a dos viejas en un avión con 2 millones de dólares?
Pancho: Ajá.
Perico: Al parecer una era vieja de este cabrón. Y estos güeyes están relacionados con una organización que
está trabajando en Hermosillo, Sonora. ¿Te acuerdas que me habías dicho que había unos güeyes muy bravos,
que estaban ahí?
Pancho: Ándale, sí.
Perico: Estos güeyes son, pero resulta que de este lado todo el pedo lo hizo la AFI. Pero ahorita están
relacionando a estos dos cabrones con El Minino –como en clave se referían al Azul; en otras ocasiones, en
referencia a la misma persona, la transcripción consigna el apodo de Mi Niño.
Pancho: Sí.

Perico: Entonces están movilizando gente, porque son más de 200 casas de estos güeyes.
Pancho: ¡Hijo de la chingada! ¿Tanto?
Perico: Doscientas veintitantas, ¿eh? No están encausadas todas, porque, pues tú sabes, el pinche MP no
autoriza o el juez no autoriza los cateos ni nada.
Pancho: ¡Ajá!
Perico: Entonces mira: el nombre es Juan Diego Espinoza Ramírez y su hermano Mauricio con los mismos
apellidos –y repite para que Tornez tome nota.
Pancho: Ajá.
Perico: Bueno, la esposa de Juan Diego se llama…
Pancho: Sí…
Perico: Sandra…
Pancho: Sí…
Perico: Ávila.
Pancho: Sí…
Perico: Beltrán –pronunció el ex militar el nombre de la Reina del Pacífico.
Pancho: Sí…
Perico: Esta pinche vieja está atorada. Se sabe que todas las casas son de ella. Están a su nombre y tiene varios
nombres. Pero yo los sacaría ya. Estos cabrones estaban trabajando sin pedo alguno y andaban muy recio…
Pancho: Muy recio.
Perico: Al primer güey, a Juan Diego, le dicen El Tigre.
Pancho: ¿Entonces cuando empiezan?
Perico: Los asuntos ya empezaron, pero hay muchos pendientes que tiene que avalar el juez. No es tan fácil,
pero están esperando.
Pancho: Bueno.
Perico: A todos los relacionan con El Mayo Zambada.
Pancho: ¡Hummmmu! Te encargo mucho. Estate al pendiente, estate al pendiente de los otros asuntos.
Perico: Sí. Y lo que sigue es Guadalajara.

Sandra Ávila Beltrán, sobrina del viejo capo Miguel Ángel Félix Gallardo, y su novio El Tigre –a quien conoció
por medio de Ignacio Coronel, el único capo de Sinaloa muerto durante los últimos tres sexenios– serían
capturados hasta finales de septiembre de 2007 en el centro comercial de San Jerónimo, en la Ciudad de
México.
***

La Agencia Federal de Investigación grabó una llamada entre Francisco Tornez Capitán Pancho y el
Comandante Bello.
Pancho: ¿Dónde anda ese hombre?– preguntó por el Chaky.
Bello: No está ‘orita.

Pancho: Mire, pa’ que tome nota, a ver si estos muchachos son de la empresa.
Bello: Permítame…
Pancho: Juan Diego Espinoza Ramírez El Tigre y su esposa Sandra Ávila Beltrán. Al parecer a ella ya le
hicieron su fiesta. Y el hermano de Juan Diego es Mauricio.
Bello: ¿Cuándo le hicieron la fiesta?
Pancho: No se sabe, pero a estos dos se la van a hacer mañana o pasado en Hermosillo y de ahí se vienen a
Jalisco. Ya están los muchachos allá para llevar a cabo la pachanga. Entonces los muchachos quieren saber si
son gente de allá, de la misma empresa de nosotros o no, para que dejen trabajar a estos muchachos.
Bello: ¿Entonces van a hacer la fiesta en Hermosillo y Guadalajara?
Pancho: Entonces, pero los están relacionando con gente del Minino. Al parecer sí, pero ellos quieren saber,
porque quieren meter trabajo ellos. Ya están allá y van con gente de la AFI.
Bello: ¿Ah sí?
Pancho: Y quieren saber si son gente de la familia, si es la empresa, pues, ¡para que les avisen ustedes que les
van a hacer su fiesta! Y si no son, pues callados van a trabajar.
***
Pancho: Aquí los muchachos se van hoy y mañana se van muchos guachos. Puros de inteligencia… militar. Yo
ahorita acabo de hablar con el capitán que va al mando.
Bello: ¿De hoy y mañana sale gente o llega gente?
Pancho: ¡Llega genta allá ya pa’ reventar! Hoy y mañana, porque el lunes van a reventar. Una de las casas que
van a reventar… está la señora del Mayo. ¡Sáquenla!
Bello: ¿Entonces es el domicilio de la señora?
Pancho: Sí, uno de los domicilios, ¿se acuerda de los tres domicilios que le mandé?
Bello: Mmmjm. Pero no dicen qué domicilio es…
Pancho: ¡No! ¡No! ¡No dicen!
Bello: Permítame tantito, que estoy cuadrando aquí bien.
Pancho: ¡Sí, sí! Y van a reventar el lunes. ¡El lunes!
Bello: ¡El lunes!
Bello: ¿La esposa del Nino (sic), verdad?
Pancho: ¡Sí! Bueno, yo acabo de hablar con el capitán. Ahí le va el nombre del capitán que va al mando. Va el
capitán Ornelas. Yo ya hablé con él y me dijo que nos dan chance de abandonarlo todo. Pero va reforzado por el

general brigadier, anótelo ahí, director de la Policía Judicial Federal Militar (se omite nombre). Este general
llegó la semana pasada de un curso en Colombia.
Bello: ¡Uhmmmm!
Pancho: Entonces al tiro, porque vienen bien reforzados. Van perros, ¡no hay tregua aquí! ¿Eh? Ahorita con el
único que pude hablar fue con el capitán. Me mandó a llamar tempranito.
Bello: ¡Uhmmmm!
Pancho: Me dijo: “Mira, quiero que lo hagan hoy mismo, que abandonen todo, porque no sea que el pinche
general se vaya a calentar y quiera empezar a catear desde el domingo, desde mañana”.
Bello: ¡Hey!
Pancho: Pero él mismo va a trazar la gente para que no se catee mañana, se catee hasta el lunes, pero dijo que
no quiere que corramos riesgos. ¡Trata de hacerlo hoy mismo, cabrón!
***
Marcelino Arroyo fue quien informó de que su oficina había colocado vigilancia al capitán Salvador Ortega
Barrera, piloto de la Fuerza Aérea adscrito a la Dirección de Erradicación de la PGR.
Salvador también colaboraba, aunque en otra nómina, para el mismo Cártel. Ortega Bernal, según el conjunto
de declaraciones, proporcionó la primera alerta a Javier Torres Félix, lugarteniente del Mayo Zambada, de que
ocurriría una andanada de cateos a casas de su propiedad en Culiacán.
El asunto trascendió y fue motivo de otra conversación entre Pancho y Bello.
Pancho: Ustedes deben tener un amigo, gente del Mininio.
Bello: ¡Sí!
Pancho: Un capitán piloto aviador de la Fuerza Aérea…
Bello: ¡Ajá!
Pancho: Salvador Ortega Bernal. Le doy todos los datos. A este capitán le agarraron la llamada dando
información a la gente de allá. ¡Cuidado! Ya le pusieron cola y se lo van a chupar.
Pero quienes tardaron años en ser “chupados” fueron los hijos del Chapo y del Mayo, cuya red de lavado de
dinero, encabezada por sus hijas se vigente hasta hoy, según la DEA.
EL INGENIERO
Domingo Silva Montaner, ingeniero de profesión, dedicó toda su vida al espionaje. Primero lo hizo para la
Dirección Federal de Seguridad (DFS), la policía política que desapareció cientos de disidentes y guerrilleros
durante los 70, y luego para el Cártel de Juárez.

Uno de los teléfonos encontrados en las camionetas de Cosalá mantenía comunicación con otro celular de la
zona metropolitana de la Ciudad de México a nombre suyo con domicilio en la colonia Portales del DF, que
coincidía con la dirección de la empresa Enlaces de Comunicaciones.
Los agentes federales de investigación también probaron su relación directa con la empresa Comunicaciones
Culiacán. Y, para entonces, ya estaba relacionado mediante intercepciones telefónicas con Germán Bello,
secretario particular del Chaky y Pancho Tornez.
“Por medio de las investigaciones realizadas se sabe que el Ing. Domingo Silva es quien proporciona asistencia
técnica y el equipo de comunicaciones a Ismael Zambada por medio de sus empresas”, reportaron los policías.
Domingo Silva era una parte fundamental en la organización de inteligencia del cártel, tanto que los infiltrados
recibieron la consigna de ubicar su expediente en la PGR y desaparecerlo.
Según Francisco Tornez, la averiguación previa estuvo disponible gracias a una agente del ministerio público
federal de nombre Leticia Gutiérrez, quien solicitó 30 mil pesos por entregar el documento.
“Le llamé al Chaky para comentarle de esta situación. Me contestó el comandante Germán Bello y me dijo que
los mandara a la chingada, porque ellos tienen gente más cercana que podía conseguir el expediente”, declaró
Tornez.
EL DISCÍPULO DEL DIABLO

El Chaky se deslumbró con el poder de las insignias: barras y estrellas y estriadas de cinco picos en las
sobrehombreras, aunque las veía generalmente bordadas en negro, porque eran vestidas con el uniforme de
campaña. Y la campaña era la persecución de los guerrilleros dispersos en la montaña de Guerrero.
Arturo Hernández González, un muchachito acapulqueño medio desarrapado de 10 o 12 años, no podía más que
maravillarse por esos años, la primera mitad de la década de los 70, ante el paso desafiante de los jefes
militares.
Uno de ellos, al que lavaba el auto en la comandancia de la Policía Judicial de Guerrero, lo adoptó. En ese
tiempo, el militar llevaba dos estrellas doradas. Era teniente coronel. El tiempo le traería la estrella plateada y
solitaria sobre el escudo nacional, seña distintiva de un general brigadier: Mario Arturo Acosta Chaparro.

En esos años, el jovencito también conoció a unos hermanos que serían definitivos en su vida de apellidos Tarín
Chávez.
Uno de ellos, Manuel, trabajó en 1972 como ayudante de la Policía Judicial de Chihuahua. Tres años después,
entre 1975 y 1981, causó alta en la Policía Judicial de Guerrero como jefe de grupo bajo las órdenes de Acosta
Chaparro, padrino de su hermano Ezequiel. Otros dos hermanos suyos, Otoniel y Gustavo, estuvieron en la
misma corporación con igual asignación, pero comisionados por la Policía Judicial Militar.
“Estuve asignado a un grupo que combatía las células guerrilleras directamente con el general Acosta Chaparro,
a quien frecuento todas las veces que vengo a la Ciudad de México”, declaró Manuel Tarín en abril de 1989.
Pocos años después, su hermano Gustavo se convertiría en testigo protegido y uno de los principales acusadores
de los generales Acosta Chaparro y Francisco Quirós Hermosillo en los procesos que se le siguieron por la
matanza de disidentes políticos y por narcotráfico.
Manuel Tarín y Arturo González se odiaban como sólo pueden quienes bien se conocen. En 1975, el lavacoches
se convirtió en chofer de la familia del primero, hasta que Arturo y una hermana de los Tarín Chávez se
enamoraron. La muchacha resultó embarazada.
Manuel relató el momento:
“Mis hermanos Gustavo y Otoniel lo golpearon. Lo amarraron y lo colgaron en los separos de la Policía Judicial
de Acapulco. Abogó por él su madre, que en realidad era su hermana mayor. También Acosta Chaparro, que en
ese tiempo ya era mayor”.
El honor se resarció en el altar. Pero sólo el de la familia. Según Manuel Tarín, desde el día de la boda entre su
hermana y el sicario, éste la golpeó hasta el momento de su separación.
De aquellos años y de su inclusión al mundo compartido entre narcotraficantes, policías y anticomunistas
Arturo González El Chaky recordaría una estampa:
“Conocí a Juan José Esparragoza Moreno El Azul cuando trabajé en la Dirección Federal de Seguridad. Estaba
en Tuxtepec, Oaxaca. Ahí se sembraba marihuana. El Azul llegaba con mucha gente en camionetas y él también
sembraba. El comandante de la Federal de Seguridad, que entonces era Tomás Morlet, les daba chance para la
siembra”.
En 1985, el comandante de la región norte de la agencia de la Dirección Federal de Seguridad y narcotraficante
confeso, Rafael Chao López, señaló a su compañero Tomás Morlet como uno de los comandantes que con
regularidad entregaban dinero del narcotráfico al director de la agencia mexicana de espionaje en ese momento,
José Antonio Zorrilla Pérez, encarcelado por el asesinato del periodista Manuel Buendía y vendedor de
protección a Rafael Caro Quintero.
Tomás Morlet fue uno de los hombres que abrieron la conexión entre la DFS y el futuro Cártel de Juárez, en
primera instancia. Se asoció con Rafael Aguilar Guajardo, ex comandante de la corporación de inteligencia y
cofundador del Cártel de Juárez desde donde operó un equipo de contrainteligencia implantado en el CISEN.
Tomás murió como uno de los jefes de sicarios del Cártel del Golfo.
***

La siguiente viñeta de la vida del Chaky existente en el expediente de los narcoespías militares le coloca, a
principios de los 90, como integrante del Grupo Palma de la Policía Judicial Federal, creado por la PGR en
1987, y Guillermo González Calderoni, quien luego vendería protección al Cártel del Golfo.
El quinteto de Los Tigres del Norte incluyó en recopilación de sus 20 Corridos Prohibidos, las canciones Pacas
de a Kilo, Jefe de Jefes y Gabino Barreda. Y El Discípulo del Diablo, dedicada a Guillermo González
Calderoni.
“En 1994 conocí a Amado y Vicente Carrillo Fuentes en una carrera de caballos en la ciudad de Chihuahua”,
declararía el propio Chaky.
Sin embargo, Pancho Tornez describió al Chaky tiempo antes, en 1991, volcado a la riqueza, olvidado el
aspecto costeño, vestido como vaquero del norte. Un servidor de Juárez.
Admitió que recibía tráileres cargados de cocaína o marihuana en Durango para escoltarlos con dos o tres
vehículos de la de la caseta de Cuencame, Durango, a los límites de este estado con Chihuahua.
El propio Arturo explicaría su apodo:
“Tengo como apodo El Muñeco, aunque alguien después de una fiesta me dijo que me parecía al Chuky –
palabra transformada en Chaky por la repetición– y así se me quedó de apodo. Soy adicto desde hace muchos
años a la cocaína”.
***
El Señor de los Cielos murió y se convirtió para siempre en leyenda de la mafia. Falleció en la mesa del
quirófano, en 1997, cuando cuatro cirujanos plásticos se afanaban en transformar todos sus rasgos. El Chaky,
presumió la PGR, asesinó a los médicos, segmentó los cuerpos y los sumergió en un tambo de cemento y dejó
los cadáveres en la Autopista del Sol.
También se le atribuye el asesinato de 10 pistoleros rivales en Ciudad Juárez a quienes habría enterrado en el
Rancho La Campana.
Se le acusó del asesinato de Carlos Ventura Moussong, hombre de confianza de la DEA, aprehensor de Ernesto
Fonseca, Caro Quintero, El Azul Esparragoza y el ex Gobernador de Quintana Roo Mario Villanueva. El agente
del MP le preguntó sobre el asunto.
“Con el comandante Ventura Moussong tuve gran amistad”. Tanta que, según él, le avisó cuando un amigo lo
quiso delatar en la PGR. Traicionado, El Chaky ordenó la muerte del soplón.
“Se anda diciendo que yo lo mandé a matar. Esto es falso y explico por qué: cuando detuvieron a mi sobrino,
me dijeron que lo había detenido Ventura Moussong. Y sí dije: lo voy a matar. Pero Ventura me mandó a decir
que él no había sido, que conocía a Jorge desde pequeño y que él no me haría algo así. Y ahí quedó todo”.
El Chaky dio detalles de su personalísima nómina. La que le mantenía salvo en Gómez Palacio los años que ahí
vivió. Había un policía municipal, quien lo alertaba de la presencia de policías extraños a cambio de 4 mil o 5
mil pesos.

Habló de Víctor Blancas, comandante de la Policía Judicial Federal en la misma ciudad, encargado de avisar
cuando la policía no comprada se le acercaba demasiado. “A este sujeto yo mismo le daba cada vez 5 mil
dólares”.
Cuando la Policía Judicial Federal se convirtió en la Agencia Federal de Investigación, reclutó al agente federal
de investigación Néstor Tobías de la Cruz a quien se retribuía con 3 mil o 4 mil dólares cuando avisaba de
operativos.
En la oficina de Gómez Palacio tenía un hombre, sólo identificado como Amado, a quien daba 8 mil o 10 mil
pesos por cada línea segura que desviaba: se contrataban líneas telefónicas a registrarse en un domicilio, pero se
desviaban a otro para que no fueran ubicables.
Y habló de sus cuñados, los Tarín Chávez. Los que lo colgaron con el cuerpo hinchado de tanta tunda en los
separos de Acapulco. Apuntó especialmente a Gustavo, convertido en testigo protegido y principal acusador de
Acosta Chaparro.
“Efectivamente conoció a Amado y a su hermano Vicente, con quienes trabajó. Pero no le tienen confianza,
porque asesinó a su hermano”. (El fratricidio entre los Tarín fue el mismo argumento invocado por Acosta
Chaparro para denostar las palabras de Gustavo cuando le tocó turno de ir al banquillo).
Lo detuvieron con su sombrero y sus botas. Traía documentación de su deportación de Estados Unidos por estar
en ese país sin papeles. Se sentía mal por su hipertensión y el dolor que le recordaba una vieja lesión en la
pierna izquierda. Al final de su declaración, el Chaky buscó la influencia de su pasado.
“Mi conducta puede ser avalada por los generales Mario Arturo Acosta Chaparro y Francisco Quiroz
Hermosillo”.
EL GENERAL
¿Quién era Mario Arturo Acosta Chaparro Escapite en Guerrero, en los mismos años en que los narcotraficantes
relacionados con él iniciaron su desarrollo empresarial hasta ser hoy los capos, los fundadores de la República
de las Drogas? ¿Qué cimientos hubo para que ese estado sea zona de guerra de los cárteles modernos?
El espionaje de Estado es un sistema que por naturaleza se espía a sí mismo. Acosta Chaparro fue seguido con
atención por la Federal de Seguridad y se escribieron decenas de reportes sobre sus actividades policíacas en
Guerrero, en esos años gobernado por la familia Figueroa. Uno de ellos, Rubén, candidato en 1974 a la
gubernatura del estado, fue secuestrado por la gente de Lucio Cabañas.
Luis Echeverría, identificado como colaborador directo de la CIA, pero también amigo cercano de Rubén
Figueroa, enfureció y lanzó a “los tigres” en su contra. El maestro guerrerense se convirtió en una de las
prioridades de Acosta Chaparro, en ese momento con grado de teniente coronel del Ejército, y ese mismo año,
en diciembre, fue cazado y su cadáver fotografiado con sus captores alrededor a manera de muestra del trofeo
conseguido.
Acosta se convirtió en una especie de policía plenipotenciario. En algún momento de 1976 ya era director de la
Policía y Tránsito de Acapulco y fue nombrado, a la vez, jefe de grupo de la Policía Judicial del estado en este
puerto. En la época, el cultivo de marihuana y amapola a gran escala era extendida por los narcos sinaloenses
hacia el Pacífico Sur.
Respecto al nombramiento, el órgano de vigilancia de la Secretaría de Gobernación anotó:

“Se ha rumorado insistentemente que esta actitud del gobernador del estado Rubén Figueroa Figueroa se debe a
que uno de sus hijos fue secuestrado, indicando que con esta acción el mencionado mayor se encargará de las
investigaciones al respecto”.

Con frecuencia, Acosta enfrentó acusaciones por las desapariciones ocurridas en Guerrero. En noviembre de
1976, el militar retuvo a ocho policías de Acapulco. La detención fue pública y las familias de los uniformados
reclamaron la entrega de los detenidos, quienes permanecieron en calidad de desaparecidos durante un mes. La
presión creció y el responsable de la Brigada Blanca en el sitio los debió presentar:
“Estaban sujetos a investigación por delitos cometidos contra la sociedad”, legisló Acosta al momento. A
continuación lo designaron jefe de la Policía Judicial de Guerrero, encargo que incluía mandato sobre todas las
demás policías, es decir, también la de Tránsito y Seguridad Pública.
Acosta Chaparro pertenecía, al mismo tiempo, a la DFS. Su desempeño le llevaría a llevar el cargo de Jefe del
Departamento de Asuntos Exteriores de la Dirección Federal de Seguridad. En otras palabras: discutía y
acordaba con funcionarios de otros países asuntos relacionados con la contención “del terrorismo”, término ya
utilizado desde entonces.
Llama la atención un diagnóstico político de Guerrero realizado por la Dirección Federal de Seguridad, en que
consignan las otras actividades de Acosta Chaparro, además de integrante de la Brigada Blanca o Especial.
Tiene fecha de 14 de mayo de 1976:
“El mayor Arturo Acosta Chaparro es atacado por sus manejos turbios que le reditúan fuertes sumas de dinero
al mes, comentándose que tiene protección incondicional del Lic. Rubén Figueroa Alcocer, hijo del gobernador
del estado –y futuro mandatario del mismo, responsable político de la matanza de Aguas Blancas”.
***
¿Cómo operaba Acosta la contrainsurgencia? De acuerdo a los documentos recabados de los archivos de la
DFS, el militar también desarrollaba tareas de propaganda.
En 1977, las organizaciones sociales de Guerrero acusaban la desaparición de 150 personas a causa de su
posición política. A principios de marzo, convocaron a una concentración en el puerto de Acapulco para el día
cuatro de ese mes y reclamar la presentación de sus compañeros y el freno a la persecución.
En la víspera de la manifestación, la patrulla 105 de Policía y Tránsito de Acapulco, a cargo de Acosta, repartió
un volante que, en síntesis, decía:
“¡La hora de iniciar la guerrilla urbana en Guerrero ha llegado!
“Brutalmente soberbio ha regresado el burgués José López Portillo (Presidente de México) después de su
entrevista con (Jimmy) Carter (Presidente de Estados Unidos) que sostuviera en los Estados Unidos y aquí en
Guerrero han radicalizado sus procedimientos los defensores del sistema capitalista encabezados por el oligarca
monopolista y explotador Rubén Figueroa.
“¡Te invitamos al mitin más violento que se haya realizado en Acapulco! ¡Debemos desenmascarar a todos los
peleles del régimen!

“El 4 de marzo es el día fijado para iniciar la guerrilla urbana en el puerto. Estamos estrechamente unidos con
nuestros heroicos compañeros de la Liga Comunista 23 de Septiembre (…) Estamos dispuestos a que renazca la
acción armada que dejaron trunca nuestro héroes Genaro Vázquez Rojas y Lucio Cabañas Barrientos.
“¡Los comunistas te convocamos a la revolución armada! ¡Con el fusil en la mano salvarás a tus hermanos!”.
***
El 14 de marzo de 1972 fue secuestrado Cuauhtémoc García Terán, hijo del cafeticultor Carmelo García
Paniagua por la Brigada Campesina de Ajusticiamiento del Partido de los Pobres que comanda Lucio Cabañas.
Los guerrilleros solicitaron 3 millones de pesos de rescate, no dar aviso a las autoridades y publicar el ideario de
la agrupación. El 8 de junio de ese mismo año García Terán recuperó su libertad una vez que su familia pagó
500 mil pesos en efectivo y 800 mil pesos en documentos.
El siguiente reporte de la Dirección Federal de Seguridad da cuenta de cómo se operó el rescate. Es, también un
indicio del supuesto manual de operaciones para la captura de los comunistas. Un ex agente del servicio secreto
mexicano explicó que las técnicas del secuestro en México devienen de las tácticas empleadas por la Dirección
Federal de Seguridad.
El informe, fechado en Acapulco el 15 de abril de 1972. Está firmado por el capitán Luis de la Barreda Moreno,
director de la DFS y hombre de todas las confianzas de Fernando Gutiérrez Barrios. De la Barreda fue un
hombre a quien el primer –o penúltimo–gobierno panista intentó llevar a prisión por la desaparición del activista
Jesús Piedra.
El texto se transcribe a continuación:
Con motivo de que los secuestradores de Cuauhtémoc García Terán dirigieron a la familia de éste el cuarto
comunicado, la Comandancia de la 27 Zona Militar elaboró la siguiente directiva:
Misión.
Efectuar operaciones a partir de las siete horas del 15 de abril de 1972 sobre el camino de Atoyac de Álvarez-
El Paraíso con el fin de localizar a los secuestradores y proceder a su captura o exterminio y rescatar al joven.
Concepto de la operación.
a) La efectuará el persona del 50 Batallón de Infantería, reforzado con personal de los 27 y 48 Batallones de
Infantería ayudados por el personal de la Dirección Federal de Seguridad y de la Policía Judicial del Puerto
de Acapulco.
b) A partir de las 7 de la mañana del 15 de abril se despacharán diez patrullas motorizadas en el tramo
comprendido entre San Andrés de la Cruz-El Paraíso, con cinco patrullas en cada uno de los sentidos de dicho
camino con el fin de hacer presión sobre los elementos maleantes obligándolos a colocar señalas o actuar en el
tramo comprendido entre Atoyac de Álvarez-San Andrés de la Cruz.
c) Las patrullas se moverán en cada sentido con un intervalo de tres kilómetros entre cada patrulla a partir de
las siete de la mañana del 15 de abril de 1972 hasta las tres de la tarde del 17 de abril de 1972.

d) El tramo entre Atoyac de Álvarez-San Andrés de la Cruz deberá quedar totalmente despejad9o de toda
vigilancia ya sea por parte de las tropas como de otras fuerzas de seguridad.
e) Una vez que salga de Atoyac el coche VW color amarillo, el cual irá equipado con una estación de radio
PRC77, le precederá a una distancia de un kilómetro un vehículo civil con un pelotón de fusileros vestidos de
civiles manteniendo una velocidad igual a la que se desplaza el VW.
f) La retaguardia del coche VW a una distancia de un kilómetro se desplazará a otro vehículo civil y con otro
pelotón de fusileros en la misma forma que antecede al coche.
g) Cada uno de los vehículos que transporte a los dos pelotones deberá ir equipado con una estación de radio
PRC77 manteniendo la comunicación con la estación que se transporte en el coche VW.
h) Una vez que el coche durante su recorrido llegue al lugar en donde se encuentra la señal convenida de
inmediato lo reportará el personal que se transporte tanto a su vanguardia como a su retaguardia mediante
una señal convenida.
i) Al recibir el personal la señal del coche de inmediato desmontará de su vehículo e iniciará su desplazamiento
hacia la dirección en que se encuentre el coche, moviéndose a campo traviesa como eje de la carretera y
desplegados.
j) A partir de las 9 horas del 15 de abril se establecerá una vigilancia discreta con personal de la Policía
Judicial sobre el domicilio de Carmelo García con la misión de interceptar cualquier otro comunicado que
pudieran enviar los secuestradores.
k) El comandante del 50 Batallón de Infantería mantendrá una reserva móvil en condiciones de acudir al punto
que se requiera en el menor tiempo posible.
l) Se establecerá en forma escalonada y a una distancia convenientes estaciones de radio fijas para
complementar la comunicación entre los elementos participantes.
m) En caso de haber detenciones, los detenidos serán interrogados por los agentes de la Dirección Federal de
Seguridad, capitán Acosta Chaparro y agente Bravo, así como por el comandante de la Policía Judicial de
Acapulco, Wilfrido Castro y el jefe de grupo Isidoro Galeana Abarca.
El anterior instructivo es firmado por el general de división Joaquín Solano Chagoya.
***
Ya nada se escribió de la suerte de los guerrilleros secuestradores. La rutina era torturarlos, golpearlos.
Y los hombres de la DFS sabían golpear. Los entrenaba el hombre mejor preparado para esto, quizá el mejor
karateka en la historia de México, un médico que se volvería, décadas después, en un funcionario crucial en el
tema de las drogas.
Quizá el destino de los “subversivos” fue el del avión Aravá, perteneciente a la Defensa Nacional y desde el
cual en los setenta se lanzaron al mar guerrilleros sin vida. Hablaría de la aeronave el general Francisco Quirós
Hermosillo, jefe de la Brigada Especial, dependencia dedicada a trabajos contrainsurgentes, y mancuerna de
Acosta en los asuntos de la Guerra Sucia y del narcotráfico también:

“Estaba a disposición de la brigada (Blanca) que comandaba”. La tripulación del Aravá fue detenida en
noviembre de 1979 por transportar droga de la base militar de Pie de la Cuesta, Guerrero, a Laredo, Texas.
El primero de diciembre de 1984, la DFS estaba particularmente atenta a los rumores relacionados consigo
misma. Se discutía en corredores y se insinuaba en columnas periodísticas la sustitución de su director, José
Antonio Zorrilla Pérez, ya sujeto de sospechas por su colaboración con Rafael Caro Quintero y el asesinato del
periodista Manuel Buendía.
Los rumores tomaron forma en un memorándum redactado por el agente de la DFS adscrito a Acapulco,
Guerrero, quien redactó:
“En el Hotel Las Brisas –cuartel y despacho de uso frecuente de Acosta– de este puerto, el teniente
oficinista encargado del departamento de seguridad de dicho hotel manifestó que debían prepararse para
trasladarse a la Ciudad de México ya que el coronel paracaidista Mario Arturo Acosta Chaparro será
próximamente director Federal de Seguridad (…)”.
***
El Frente Estatal contra la Represión en Guerrero acusó a Acosta Chaparro de ser responsable de dos
desapariciones en las que intervino personalmente. El organismo, apoyado por investigadores de la Universidad
Autónoma de Guerrero ofreció en julio de 1981 un listado de oficiales y civiles integrantes de la Brigada Blanca
responsables de secuestros y detenciones ilegales en ese estado, Oaxaca y Morelos. Fueron mencionados los
hermanos Tarín Chávez, Francisco Barquín y el policía estatal Isidro Galeana Abarca al que acusaron del
“secuestro de 10 personas”.
Guerrero estaba demasiado harto de Arturo Acosta Chaparro, a quien el cambio de sexenio, a favor de Miguel
de la Madrid, no le llevaría hacia arriba en su carrera política. Los propios reportes de la DFS señalaban su
enriquecimiento inexplicable, la extorsión como forma habitual de comportamiento de sus policías y los
constantes señalamientos de su protección al narcotráfico.
Al siguiente año, ya fungía en Veracruz, en similares tareas antiguerrilleras.
El 7 de julio de 1982 fue nombrado como director de la policía de Coatzacoalcos, Veracruz, al mayor Gustavo
Tarín Chávez por orden del director de Seguridad Pública de Veracruz, el teniente coronel Mario Arturo Acosta
Chaparro. Tarín fue nombrado además delegado del Quinto Distrito, que comprendió la supervisión de todas las
policías preventivas del sur del estado.
Tarín, pues, era un hombre cercano a Acosta, lo suficiente como para decir, 18 años después, que su general era
un hombre del Cártel de Juárez.
EL KARATEKA
El 27 de julio de 1977, Manuel Mondragón aparecía en los informes de la Dirección Federal de Seguridad
como presidente de la Federación Mexicana de Karate. El médico cardiólogo e internista era seguido desde años
atrás por la policía secreta.
En esa fecha, el actual Comisionado Nacional de Seguridad envió una carta a la propia DFS en que expuso su
preocupación por la falta de regularización de algunas escuelas de karate.

Escribió a Fernando García Paniagua, en ese momento director Federal de Seguridad, y dueño de otro dato
interesante en su biografía: fue hijo del general Marcelino García Barragán, secretario de la Defensa Nacional
en medio de la matanza de la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco.
Mondragón fue al grano en la misiva: “El propósito de esta comunicación es reiterar a la Dirección federal de
Seguridad nuestro vivo deseo de continuar otorgándole la colaboración y asesoría técnica en materia de karate,
tae kwon do, kung-fu y artes marciales semejantes y afines y, en consecuencia, recibir el apoyo de ese
prestigiado organismo para el mejor cumplimiento de los estatutos, normas y reglamentos de nuestra
Federación”.
Dicho de otra manera: el cardiólogo e internista Mondragón y Kalb enseñaba cómo golpear y defenderse a
algunos de los agentes responsables de cientos de desapariciones forzadas, ejecuciones extrajudiciales,
encarcelamientos por delitos del orden político, secuestros, violaciones y torturas ocurridas durante la Guerra
Sucia de los setenta.
***
Dos años después, en 1984, Mondragón lucía un nuevo sombrero. El procurador general de la República, Sergio
García Ramírez, lo designó coordinador social. Eran años en que la función pública y, en particular, la
administración de la justicia, acumulaba un claro rechazo social.
El narcotráfico estaba asentado en Guadalajara y la nómina de agentes de la DFS y de la Policía Judicial Federal
pertenecía, en buena medida, a los capos Miguel Ángel Félix Gallardo, Ernesto Fonseca Carrillo y Rafael Caro
Quintero. Tanto, que ambas corporaciones desaparecieron años después por esta causa. El retrato documental
más puntual de la connivencia de autoridades hacia criminales organizados de esos días está plasmada en el
libro Desperados. Los caciques de la droga, los agentes de la ley y la guerra que Estados Unidos no puede
ganar, de Elaine Shannon (Lasser Press, 1989).
El médico aseveró el 12 de mayo de 1984:
“El procurador general de la República se ha preocupado por hacer valer la justicia y aplicarla con neutralidad y
honor por medio de la consulta popular (…) En México ya se inició la reforma de la justicia y demanda social,
pues se han preocupado las autoridades competentes de quitar los velos de misterio a las policías del Ministerio
Público Federal, como son la Policía Judicial Federal y como auxiliares a los policías judiciales de los estados,
ya que se ha puesto un hasta aquí a los malos representantes de la ley sea cual fuere su jerarquía. Las puertas de
la inconformidad de las injusticias están abiertas para el diálogo y pueden exponerse con libertad los atropellos
en la importación de esta”.
El período que contiene las palabras del funcionario público es considerado, junto con el sexenio de Felipe
Calderón, como el de mayor abuso a los derechos humanos cometido por las policías en su persecución o
simulación de esta a la delincuencia.
La administración de Enrique Peña Nieto mantiene la misma política de combate al crimen organizado: poca
atención al factor social del problema, perseverancia en la prohibición del consumo y construcción de resultados
en función de detenciones y abatimientos de capos.
Mondragón, el mismo hombre que enseñó a los viejos perseguidores de comunistas y fundadores del
narcotráfico moderno, es uno de los primeros responsables de la política antinarco.
CONSEJO DE GUERRA II

Arroyo López llegó el domingo 13 de octubre de 2002 a la Oficina de Inteligencia Antinarcóticos, en el sexto
piso de la Secretaría de la Defensa Nacional. Llevaba una mochila negra con un fólder con pagos y una agenda
electrónica Olivetti.
Súbitamente, se encontró rodeado por hombres vestidos como él. Sólo él gesticulaba la sorpresa. En su propio
lenguaje, el compartido con militares infiltrados, ex militares volcados con franqueza al narco y simples narcos
se lo estaban “chupando”.
Un coronel le tronó en la cara:
“¡Usted ya chingó a su madre!”.
El sargento segundo escribiente había declarado antes de la instauración del consejo de guerra en su contra:
“Efectivamente he recibido dinero a cambio de información que sustraía de la Oficina de Inteligencia
Antinarcóticos donde laboro para hacerla llegar a una organización dedicada a dar seguridad a
narcotraficantes”.
Tras su juicio, el 10 de julio de 2006, se instauró el Consejo de Guerra en su contra.
“¿Es el sargento segundo escribiente Marcelino Alejo Arroyo López culpable de que perteneciendo a la Oficina
de Inteligencia Antinarcóticos de la SEDENA haberse incorporado a la organización criminal Cártel de Juárez
(…) con la intención de realizar labores de contrainteligencia (…)?”.
Los militares, al menos un general y ninguno con menor rango de coronel, se respondieron a sí mismos. El
rostro perfectamente rasurado. El tono invariablemente marcial. En quince letras resumieron que el narcotráfico
había tomado por asalto no a todo al cuerpo del ejército, sino su parte más delicada, su inteligencia:
“Sí, por unanimidad”. *
EPÍLOGO
Arroyo López dijo en su defensa que fue entregado a autoridades civiles de la UEDO, mismas que oficialmente
aparecen como responsables de su detención. Aseguró que, bajo la supervisión de un coronel de Artillería de
Diplomado de Estado Mayor y un mayor de Zapadores, fue torturado mediante asfixia y amenazas de muerte o
daños a su familia durante días en las mismas instalaciones del Ejército.
Pero el sargento segundo escribiente Arroyo López fue condenado por un juez militar a 23 años y 4 meses de
prisión el 11 de julio de 2006 por delitos contra la salud en su modalidad de colaboración al fomento y
delincuencia organizada. Un juzgado civil lo dejó a salvo de las acusaciones de lavado de dinero.
También se le impuso una multa de 11 mil 922 pesos, se le dio de baja y se le inhabilitó para pertenecer al
ejército durante los siguientes diez años. Fue preso en la prisión federal de Almoloya de Juárez, hoy llamada del
Altiplano, a donde también llegó El Chaky.
A mayor jerarquía, más impunidad, parece ser la lección del caso de los infiltrados. El Chaky fue absuelto en
definitiva por narcotráfico y una acusación por delincuencia organizado. Otra acusación por este último delito
continúa en trámite y fue condenado con 10 años de cárcel por lavado de dinero. No hay más en su contra.
En septiembre de 2000, los generales Francisco Quirós Hermosillo y Mario Acosta Chaparro fueron
encarcelados en el Campo Militar número acusados de narcotráfico, asociación delictuosa, por presuntos
vínculos con el Cártel de Juárez.

Atravesaron su consejo de guerra con cinco generales. También del asesinato de un número no determinado de
guerrilleros, entre 1975 y 1979. Se presume que pudieron ser alrededor de 143 víctimas. Fueron de sentenciados
el Día de Muertos de 2002 a 15 y 16 años de prisión por el delito de narcotráfico. En el deshonor, se les
arrancaron las insignias que maravillaran al Chaky.
Quirós Hermosillo murió de cáncer y en el deshonor. Acosta Chaparro fue exonerado de todas las imputaciones
en 2007 y quedó en libertad. El 23 de abril de 2008, vivió su ceremonia de retiro. Fue condecorado por 45 años
de servicio “con patriotismo, lealtad, abnegación, dedicación y espíritu de servicio a México y sus
instituciones”.
Murió hace un par de años de un tiro que le dieron en el abdomen en la colonia Condesa del DF. En el ambiente
de los servicios de inteligencia se decía que Acosta Chaparro había vuelto a la operación, ahora en asistencia a
un gobierno surgido del PAN.
Y sigue libre El Mayo Zambada, dueño de militares y asesinos. Un capo por cuya entrega el gobierno mexicano
ofrece 30 millones de pesos y el estadounidense 5 millones de dólares. Un hombre que infiltró la inteligencia
militar, cuyos agentes le dieron la libertad a cambio de mil dólares.*
Fuentes:
*Causa penal 2491/2005 llevada por el Tribunal Superior de Justicia Militar
*Expediente 564/05 abierto por el Juzgado Tercero de Distrito en Materia de Procesos Penales abierto contra
Javier Torres Félix
*Causa penal 99/2002-D del Juzgado Tercero de Distrito con Sede en Culiacán, Sinaloa, abierta contra
Domingo Silva Monter
*Expediente integrado por la DFS a partir de actividades y análisis de Mario Arturo Acosta Chaparro.
Documentos depositados en el AGN y obtenidos mediante la Ley de Transparencia y Acceso a la Información
*Expediente integrado por la DFS a partir de actividades y análisis de Francisco Quiroz Hermosillo.
Documentos depositados en el AGN y obtenidos mediante la Ley de Transparencia y Acceso a la Información
*Expediente integrado por la DFS a partir de actividades y análisis de Manuel Mondragón y Kalb.
Documentos depositados en el AGN y obtenidos mediante la Ley de Transparencia y Acceso a la Información


CUATRO POLICÍAS QUE VENDIERON SU
ALMA AL CRIMEN
Por: Humberto Padgett - septiembre 6 de 2013 - 0:00
Destacadas, México, TIEMPO REAL, Último minuto - 1 comentario

Ciudad de México, 7 de septiembre (SinEmbargo).– Si vale tomar por muestra a cinco policías que participaron
de diferente manera, aunque en un mismo tiempo, el del autoritarismo priista, en la entrega del Estado al crimen
organizado, se puede entender que la República de las Drogas fue fundada por hombres cercanos a la locura,
por sujetos que al mismo tiempo que perseguían sin tregua a la disidencia comunista y prohijaba no sólo el
narcotráfico, sino también el secuestro, la extorsión…
En conclusión, al mismo tiempo que los hombres de acero del autoritarismo mexicano cedían porciones a los
intereses estadunidenses.
Si se atiende a los criterios teóricos utilizados en todo el mundo para definir las estructuras del crimen
organizado, se debe entender que el gobierno mexicano funcionó como un gran Cártel precedente a este
momento de 75 mil muertos en menos de siete años y porciones enteras de México entregadas al miedo.
¿Cómo eran aquellos hombres que vendieron su alma por un puñado de dólares? ¿Qué había en su interior que
los hacía distintos?
En el conjunto de documentos obtenidos por SinEmbargo inquietan varios datos, pero vale la pena adelantar
uno: a principios de los ochenta, el jefe de la Brigada Especial, el cuerpo más especializado dentro del aparato
de inteligencia mexicana no sobrepasaba la educación secundaria y poseía un coeficiente intelectual inferior al
promedio. Este es uno de los hombres que tuvo la autoridad para entregar el país al narco.
Todos ellos son una metáfora del sistema político mexicano y se su policía durante los años del
monopartidismo: autoritaria, contradictoria, narcisista, iletrada, sociópata, corrupta, cruel, folclórica,
tragicómica, bruta y fantasiosa hasta el infinito.
¿Qué tanto sabían las más altas autoridades de la relación entre sus policías y los delincuentes? Esta
investigación está basada en el seguimiento que el aparato de espionaje hizo de sus propios policías
perseguidores de rojos.
Y el partido político que lo construyó todo está de vuelta en el poder.

Cuatro policías que vendieron su alma (y la del
Estado) al crimen organizado
El Negro

Arturo Durazo. Foto: Cuartoscuro
Existe una ficha descriptiva elaborada por la Dirección Federal de Seguridad (DFS), órgano encargado,
primero, de la represión de la disidencia comunista y luego de combatir al narcotráfico.
El memorándum fue elaborado en 1976, año de sucesión presidencial en México y de auge de la Operación
Cóndor o Trizo, así llamado por los estadunidenses en alusión al “triángulo de oro” de la amapola y la
marihuana en la frontera de Sinaloa, Durango y Chihuahua, es decir, una tri-zone. El operativo fue presentado
como un primer gran esfuerzo de colaboración para la erradicación de los sembradíos de enervantes.
El año de 1976 también posee relevancia en términos de que las guerrillas mexicanas aún representaban un
tema de primer orden en los criterios de seguridad nacional de ambos países.
Y la ficha de la DFS elaborada en 1976 respecto de Arturo Durazo Moreno dice así:
“Fue primer comandante de la Policía Judicial Federal y jefe de seguridad de la campaña electoral de José
López Portillo a la Presidencia de la República. Durante este último cargo fue acusado por tráfico de cocaína
ante la Corte del Distrito de Miami, Florida, el 29 de enero de 1976.
“Sin embargo, por influencias del candidato el caso fue cerrado”.

***
El Negro nació en Cumpas, Sonora, el 18 de octubre de 1920. De ahí su otro apodo: El Moro de Cumpas, uno
que sería de poco conocimiento porque, en realidad, era así como le gustaba ser llamado a Arturo Durazo. Su
familia arribó a la Ciudad de México en el intento de dejar la pobreza y se asentó en la colonia Roma. Ahí
conoció al hombre de su vida, José López Portillo.
Estudió en la Escuela Superior e Comercio y Administración en el Instituto Politécnico Nacional. Trabajó en el
Banco de México de 1944 a 1948, año en que descubrió que su verdadera vocación no era contar dinero ajeno.
Obtuvo una plaza de inspector de Tránsito del DF de 1948 a 1950. Pronto, El Negro Durazo comprendió que
eso de parar autos conducidos por borrachos no era lo suyo e ingresó a la Dirección Federal de Seguridad,
órgano de espionaje político así nombrado por el Presidente Miguel Alemán (1946-1952) en los años de la
posguerra mundial y el inicio de la Guerra Fría.
El sonorense quedó asignado al Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México y es, hace 60 años que
Durazo Moreno emprendió, desde su investidura policíaca, la primera organización criminal de la que se tenga
registro de este funcionario público representativo de la corrupción mexicana. Se sabe que realizó negocios
ilegales porque la Dirección Federal de Seguridad se seguía a sí misma y siguió los pasos del Negro.
Durazo creó una policía privada a la que denominó Promociones Aeronáuticas Gubernamentales y Privadas,
encargada de investigaciones, transporte de fondos e intermediario para solucionar “conflictos” entre empresas,
áreas y autoridades federales.
Puso al frente del negocio a un capitán del Ejército y utilizó como guardias a los miembros de la misma Policía
Judicial Federal a su cargo. Empresarios de la terminal aérea se quejaron de que la empresa del Negro Durazo
no era más que un establecimiento de extorsión profesional creado desde la autoridad.
El Negro era duro como una piedra y el ascenso de López Portillo lo arrastró hasta convertirlo en su jefe de
escoltas durante su candidatura presidencial. Al asumir la Presidencia, López Portillo designó como Jefe de
Gobierno del Departamento del DF a Carlos Hank González, quien designó a Durazo como director general de
Policía y Tránsito del Distrito Federal donde creó la Dirección de Investigación para la Prevención de la
Delincuencia (DIPD) y nombró como su titular al temible coronel Francisco Sahagún Baca.
Este último fue integrante de la Brigada Especial o Blanca en el apogeo de sus actividades “antiterroristas”,
como se llamó a la persecución de la disidencia política.
El órgano, también de acuerdo a documentos de la Federal de Seguridad, tuvo una dirigencia compuesto por
altos funcionarios de distintas policías. Participaban Salomón Tanús, jefe de la Policía Judicial del DF;
Francisco Sahagún Baca, jefe del Servicio Secreto, la policía política del DF; Luis de la Barreda Moreno y
Miguel Nazar Haro, de la Dirección Federal de Seguridad, y, del Ejército, Francisco Quirós Hermosillo, jefe de
la Policía Judicial Militar, y Mario Arturo Acosta Chaparro, jefe de la Brigada Especial.
Ninguno de los funcionarios integrados en esta particular liga de la justicia estuvo exento de recibir dinero del
narcotráfico o de beneficiarse de alguna de las formas del crimen organizado.
***
Mil novecientos ochenta fue el año de la locura.

Durazo Moreno fue nombrado el funcionario más destacado de 1980 y precandidato a la gubernatura de Sonora,
su estado; durante la precampaña inauguró en Cumpas, su pueblo natal, un museo temático de su propia vida.
El jefe de la policía iba y venía por todos lados con un mariachi creado dentro de la policía: policías cantores
vestidos de charros con entallado uniforme azul cuya canción más entonada era “El Moro de Cumpas”.
En esos años, el priista –concretamente apoyado por la Confederación Nacional Obrero Patronal– Durazo
Moreno extendió sus recursos para la persecución de la Liga Comunista 23 de Septiembre hasta Sonora. Uno
de los guerrilleros de este grupo y de ese estado era Jesús Zambrano, hoy presidente del Partido de la
Revolución Democrática y, cosas de la política, colaborador cercano del régimen presidencial priista.
¿Qué tan crítica era la prensa respecto a los excesos del Moro de Cumpas? Un fotógrafo de la fuente policíaca
de los años de Durazo platica de las reuniones en casas custodiadas por los oficiales.
“Las mesas que no estaban repletas de botellas de coñac lo estaban de cocaína. Había mujeres disponibles, pero
no eran prostitutas normales, eran internas de los módulos para mujeres de las cárceles”.
Terminada la fiesta cerca de la mañana, los periodistas en evidente incapacidad de ir por sus propios medios a
casa, eran llevados por patrulleros, quienes iban con la consigna de dejar al reportero dentro de su cama. Al
mediodía, con la cabeza a punto de estallar, el redactor o fotógrafo revisaba junto a la puerta de su casa y ahí
estaba ya la nota redactada o la imagen impresa, invariablemente dedicada al valor y profesionalismo de
Durazo.
“En una ocasión me robaron la cámara. Hablé con el secretario particular de Durazo, di los detalles del equipo,
el sitio y el auto de donde la sacaron y a las dos horas, en mi casa, se estacionó una patrulla, bajó un policía y
me dio la misma cámara en el mismo estuche.
En los medios de comunicación, uno de los pocos y claros detractores suyos fue Manuel Buendía, asesinado
años después por otro narco-policía, José Antonio Zorrilla Pérez.
Respecto del control que la policía del DF tenía del robo en la Ciudad de México, el caso más relevante y que
está por ser llevado al cine en un trabajo de documentación y esfuerzo fílmico excepcional, fue el de la llamada
Cuarta Compañía, en que una banda de ladrones de autos de Gran Marquis, el objeto del deseo de esos años.
También existe un documento formulado el 25 de enero de 1985 por la Dirección de Investigaciones Políticas y
Sociales, otro cuerpo de inteligencia de la Secretaría de Gobernación. Es muestra de cómo el mantenimiento en
el monopolio de un delito por parte del crimen organizado, aunque se exprese como delincuencia común, robo
en este caso, implica sistemas de control basados en la violencia. Refiere las órdenes dadas por Rogelio Herrera,
un hombre que “se ostentaba” como mayor del Ejército y que fungía como jefe de batallón –figura
desaparecida– en la delegación Álvaro Obregón.
Es letra oficial:
“Herrera notificó a un promedio de 700 policías que estuvieran alertas para en caso de represalias por parte de
los asaltantes ya que a partir de la fecha todo individuo que cayera en los separos de la DIPD lo iban a matar,
según palabras textuales del mencionado oficial y decisiones del ex titular Durazo Moreno, que fueron
comunicadas verbalmente a todos los batallones además de haber sido aprovechadas por la desparecida DIPD
para cometer múltiples crímenes.
“Se hace notar que tales medidas de Durazo Moreno para desaparecer a asaltantes fueron aceptadas plenamente
por el ex Presidente José López Portillo”.

Es decir, serían sujetos de ejecución extrajudicial sólo quienes llegaran a los separos, no los que, en su caso,
fuesen simplemente arrestados o ni esto, que robaran al amparo de la policía.
¿Y los cuerpos de los ladrones? Un ex funcionario de la Penitenciaría del Distrito Federal, relata la existencia de
separos que funcionaron como salas de tortura y confinamiento tanto de asaltantes que trabajaban sin el permiso
de la Policía, como de disidentes políticos, particularmente de la Liga Comunista 23 de Septiembre.
“No sólo funcionó el Campo Militar Uno ni sólo se arrojaron cuerpos al mar. En la Peni había una fundidora de
acero. Seguro que hay comunistas mezclados con el fierro utilizado para las bancas de los parques del DF”.
Pero cuando Durazo estaba en los cuernos de la Luna nadie veía nada.
El Negro Durazo era designado funcionario público del año un día y hombre del año al siguiente. Elevado a
doctor honoris causa o emplazado por la Federal de Seguridad a recibir alguna comitiva de policías soviéticos,
nombrado alcalde honorario de San Antonio, Texas, condecorado por la ciudad de Los Ángeles, referido por el
FBI como muestra del valor policíaco y, para no seguir mucho más con este tema, “el consejo consultivo de la
International Narcotic Enforcement Officers Association le otorgó el asiento número 10, entre 75 que
componen dicho consejo”, escribió Manuel Buendía.
Algunos desaparecidos

***
Otra ficha respecto a Durazo Moreno ésta elaborada durante la administración de Miguel de la Madrid Hurtado
abunda sobre El Moro de Cumpas en los años del remolino de premios y reconocimientos:
“Contacto de Diana Fernández Huesca, conocida traficante en drogas y prostitutas elegantes. Se dijo de él que
fue chofer de la señora Dolores Olmedo –filántropa y coleccionista de arte– y que junto con ésta transportaba la
droga.
Los primeros ataques en su contra provinieron de la extinta revista DI, dirigida por Arturo Martínez Nateras,
disidente del partido Comunista Mexicano, y patrocinada por Fernando Gutiérrez Barrios. Manuel Buendía fue
otro de sus detractores impugnadores. Invariablemente respondió a todos estos que le hacían los mandados y
que se los pasaba por debajo de las piernas. Soportado, pero jamás aceptado en el ambiente político de su época.
Los honores que recibió en el sexenio anterior no fueron por su capacidad, sino por el temor que inspiraba su
cercanía con el primer mandatario. En el medio militar causó malestar su designación como general de
división”.
En la tarjeta formulario con el historial personal de Durazo, elaborada por los servicios de inteligencia
mexicana, se indica en el apartado siete su relación “con factores reales de poder y grupos de poder económico
de la iniciativa privada”.
“Se le vincula con Emilio Azcárraga Milmo, Miguel Alemán Velasco y Gastón Azcárraga Tamayo, entre
otros”. En sus nexos con escritores, periodistas e intelectuales que lo promovieran políticamente se identificó,
como su “amigo personal” a Víctor Payán. En el informe se le calificó como alcohólico, prepotente, agresivo y
dado a hacer gala de sus influencias. El formulario de identidad de la DFS era tan detallado que en el rubro de
imagen personal se daba espacio a la existencia de amantes. En el caso de Durazo se identificó a Laura Arroyo,
ex jefa de edecanes de López Portillo, aunque en otras informaciones confidenciales se menciona como una de
sus parejas fuera del matrimonio a la vedette setentera Olga Breeskin.
Durazo y Sahagún Vaca fueron implicados en el asesinato de 14 colombianos que aparecieron en el Río Tula a
quienes antes organizaran en una red de delincuentes. El 29 de junio de 1984 fue detenido por agentes del FBI –
la misma agencia que le celebrara años atrás– a su arribo de Puerto Rico procedente de Brasil.
Existen, pero son pocos las extradiciones hechas de Estados Unidos a México para la entrega de grandes
criminales. Se lee en el reporte de resultados de 1986 presentado por el Procurador General de ese país.
“El año también quedó marcado por la extradición de los Estados Unidos de figuras notorias, incluyendo a
Francesco Pazienza, reputado como el mayor artista del fraude y la extorsión que se hacía pasar como un alto
miembro del gobierno de Italia. Se entregó a Yugoeslavia a Andrija Artukovic y a Israel a Ivan Demjanjuk,
ambos indiciados como nazis criminales de guerra.

“También se otorgó la extradición a México de Arturo Durazo Moreno, ex jefe de la Policía de la Ciudad de
México acusado de correr la mayor porción del crimen organizado en su tiempo”, enunció oficialmente la
mayor autoridad de administración de Estados Unidos, socio de México en el combate a las drogas.
¿Por qué tardó tanto la entrega de Durazo, más aún si se atiende que había caído en la desgracia, que su
protector político estaba defenestrado y que su caso sustanciaba el discurso de la “renovación moral” convocada
por el Presidente Miguel de la Madrid?
Un memorándum de la Secretaría de Gobernación fechado el 27 de marzo de 1985, cuando bullía el país y la
relación con Estados Unidos por el asesinato del agente de la DEA Enrique Camarena, apunta que el Partido
Mexicano de los Trabajadores preparaba una denuncia penal contra Durazo por su implicación en el tráfico de
drogas en vinculación con Sam López, ex Procurador de Justicia de Nayarit. Y Nayarit es, hasta ahora, zona de
influencia de los narcos sinaloenses.
El aparato de inteligencia obtuvo con anticipación la demanda y advirtió sobre sus términos:
“Por tal motivo la Procuraduría General de la República no insiste en la extradición de Arturo Durazo Moreno,
a quien el FBI tiene sometido a intensos interrogatorios desde hace tres meses donde ha relacionado en el tráfico
de drogas a altos funcionarios del actual régimen tales como Antonio Toledo Corro, Miguel Ángel Godínez
Bravo –militar de ala dura y jefe del Estado Mayor Presidencial durante el gobierno de José López Portillo,
diputado federal, comandante de regiones militares–, a funcionarios de la Secretaría de la Reforma Agraria, del
Ejército y otros.
“De esta manera el gobierno mexicano no puede exigir la extradición del personaje de referencia ni exigir
respeto a la soberanía., libertad e independencia de México, pues el actual gobierno ha solapado y protegido a
traficantes locales y del exterior”.
Durazo fue procesado y condenado sólo por los delitos de amenazas cumplidas y acopio de armas prohibidas.
Se le dictó auto de formal prisión dos años después. La le
Salió libre en 1992. Murió un día caliente y húmedo de agosto del 2000. Parecía el preámbulo de la muerte del
viejo sistema político mexicano. Pero no. Sólo murió El Negro.
Lo despidieron con su música favorita. Entonces se atisbó lo que había a la entrada del infierno: un mariachi de
ex policías interpretaba “El Moro de Cumpas”.

Sérpico
Que le dijeran Sérpico le infundía placer.
Explicaba su parecido con Al Pacino en el filme dirigido en 1973 por Sidney Lumet: tirando a estatura baja,
bien parecido, el cabello largo, la barba crecida. Un policía irreverente e indomable con look de hippie en
Nueva York, ciudad devorada por la corrupción hasta que él, Frank Sérpico, guerrero solitario, pone alto a la
podredumbre.
Curiosa identificación para un agente de la policía secreta mexicana a quien tocó disparar al periodista Manuel
Buendía cuando éste obtuvo una relación de altos funcionarios del gobierno trabajando en complicidad con los
grandes narcotraficantes.
Juan Rafael Moro Ávila nació en Puebla el 18 de febrero de 1953. Es descendiente de Maximino Ávila
Camacho, hermano del presidente de México entre 1940 y 1946 y la figura de mayor jerarquía política en
México simpatizante del nazismo.

Moro Ávila creció en la colonia Del Valle del Distrito Federal con una hermana, un medio hermano y sin
relación alguna con su padre, un comerciante de quien su madre se divorció cuando Juan Rafael tenía dos años
de edad y por la cual, la familia salió de su estado natal.
Su madre se volvió a casar cuando él tenía nueve años y en la entrevista realizada en la prisión, refiere que el
trato con su padrastro era bueno, igual que el ambiente familiar.
A pesar de la armonía, Moro Ávila decidió independizarse a los 15 años. Salió de casa a “correr mundo”, solía
decir, aunque mantuvo un fuerte lazo con su familia, especialmente con su madre.
Aunque omitió dar los detalles económicos de su familia cuando estaba detenido, aseguraba venir de una
familia con “excelente” solvencia económica, lo que hizo que su madre dispusiera de la mayor parte de los
medios económicos para la defensa legal durante los días del asesinato de Manuel Buendía y la supervivencia
durante los años en prisión.
Juan Rafael disfrutaba hablar de sí mismo y resulta imposible encontrar una referencia negativa de su persona,
así que de sí mismo se refería como un alumno de excelencia que terminó su carrera de piloto aviador en “las
mejores escuelas”.
Relataba una infancia con ocasionales trabajos de peón pagados en el rancho de los abuelos en Puebla y poco
después de ayudante de mecánico.
En el aura de peligro en que gustaba representarse se decía corredor profesional de motocicletas desde los 16
años de edad. A la carrera de piloto aviador, se sumó su incorporación como agente federal a los 25 años,
trabajo que dejó perseguido por las sospechas de su participación en el asesinato de Buendía, aunque él
explicaba su baja para seguir un carrera como doble cinematográfico y actor. En la cárcel dedicaba horas a
relatar el desfile de los famosos por los Estudios América, Churubusco y Televisa y a detallar sus campeonatos
obtenidos en karate y judo.
Sérpico se casó por primera vez a los 24 años de edad con una mujer de quien se divorció 11 meses después del
enlace. Contrajo nupcias nuevamente a los 29 años de edad con una azafata del Distrito Federal con quien tuvo
dos hijas. El matrimonio se diluyó nuevamente y el ex policía inicio una tercera relación de unión libre con
una mujer 20 años menor que él, quien los visitaba constantemente en el reclusorio en visitas íntimas.
Vivía en un departamento propio en la Colonia del Valle, con una vida acomodada que le permitían sus ingresos
de 6 millones 500 mil pesos al mes, tenía excelente relación con su mujer y sus hijas, a quiénes les pasaba
pensión alimenticia.
Hacia los 16 años de edad, Rafael Moro fumó marihuana por primera vez y comenzó a tomar experiencia sexual
con prostitutas. Negaba ser consumidor de bebidas alcohólicas, pero en el expediente en que se le relaciona con
el asesinato del periodista son recurrentes las versiones de sus novias de cómo se convertía en un toro con las
banderillas en el lomo luego de pasar una tarde y su noche aspirando cocaína.
Una de ellas fue la Princesa Yamal, una vedete uruguaya que incursionó con poco éxito en el cine de ficheras
de la época.
***

El periodista Manuel Buendía. Foto: Especial
La versión admitida por el juez de causa –esta investigación periodística no halló documentos de ningún tipo
que sostengan alguna de las otras hipótesis– apunta a que José Antonio Zorrilla Pérez vendía protección al
Cártel de Guadalajara, específicamente a Rafael Caro Quintero a quien le entregó credenciales de la Dirección
Federal de Seguridad, lo que constituía una autorización para hacer lo que fuera.
Un amigo convertido en lo contrario de Zorrilla, José Luis Esqueda, descubrió la complicidad y entregó
documentos que probaban estos nexos al periodista Manuel Buendía, quien murió antes de publicarlos, el 30 de
mayo de 1984. Meses después Esqueda también sería asesinado.
Según Juventino Prado El Diablo, en ese momento jefe de la Brigada Especial, el jefe de la policía política le
llamó a su despacho el mismo 30 de mayo de 1984 para decirle “es necesario ponerle en su madre a Buendía” y
que requería alguien de absoluta confianza.
Prado propuso a Buendía por su habilidad con la motocicleta y Zorrilla pidió que le presentaran al agente,
reputado además por sus roces con la farándula. Moro se sorprendió, pero aceptó el encargo. Cumplió la orden
hacia las seis de la tarde, cuando el periodista salía de su oficina, en Insurgentes casi esquina con Reforma.
Moro Ávila aseguró que él no disparó, que en todo caso él habría recogido a un compañero suyo designado para
jalar el gatillero, un agente federal apodado El Chocorrol, quien no hizo mayores aclaraciones pues fue
asesinado. Y también lo mataron Zorrilla Pérez y Juventino Prado para cortar de tajo ese cabo suelto.
Moro Ávila fue condenado. Se supo entonces que Sérpico tenía otro apodo, bastante menos glamuroso: Canito.
Sérpico o Canito pasó los siguientes 28 años de su vida en la cárcel.
***
Moro Ávila realizó varias ocasiones las pruebas psicológicas mientras estuvo recluido. En enero de 1998, casi
13 años después del asesinato de Buendía, la batería de estudios arrojó las siguientes conclusiones:

“Juan Rafael es una persona egocéntrica, perseverante con sentimientos de auto importancia y de dominio
formados por una fantasía ilimitada de logros. Busca constantemente la admiración de los demás debido a su
tendencia exhibicionista utilizando la manipulación para llamar la atención. Cuenta con capacidad para
reconocer el pensar de los demás y de esta manera utiliza sus aptitudes para lograr ser líder de grupos y
posiblemente manejo de masas.
“Es explotador y pretencioso, con falta de empatía debido a que se centra en sí mismo, encubriendo su
dependencia. Es racionalista, idealista, siendo su capacidad de organización y planeación lógica. Aprovecha los
recursos y aptitudes buscando el perfeccionismo. Se muestra obsesivo, perseverante, dinámico, práctico. Trata
de verse a sí mismo y de parecer ante los demás como una persona virtuosa cubriendo sus faltas socialmente
inaceptables.
“Trata de manipular su imagen mediante la sobre afirmación y se muestra confiado en sí mismo utilizando la
racionalización como medio de defensa (…) Aprovecha los recursos y sus aptitudes para adaptarse al medio; no
obstante suele ser manipulador, obsesivo y con capacidad de liderazgo.
“Debido a que es una persona que encubre sus emociones, manipuladora, con facilidad de palabra, inventivo
con facilidad para el liderazgo y posible manejo de masas encubriendo sus verdaderos intereses. Padece
trastorno de la personalidad narcisista”.
***
En prisión, Sérpico formó una banda de rock llamado Delincuencia Organizada. Estuvo preso en el Reclusorio
Norte, la misma cárcel a la que llegaran en 1985 Ernesto Fonseca y Rafael Caro Quintero, los hombres que ese
año compraron las almas necesarias para que Sérpico –la fantasía incorruptible de un policía corrupto–
asesinara un periodista que, según los expedientes, estaba a nada de publicar cómo la mafia y la policía secreta
mexicana eran más o menos la misma cosa.
Sérpico estuvo en el módulo de máxima seguridad desde su ingreso al Reclusorio Norte y no tenía limitantes
para desplazarse en su interior, pues incluso el auditorio de la cárcel servía para los ensayos del grupo.
Durante su estancia en el reclusorio, nunca recibió ninguna sanción, pero los psicólogos reportaron que su
encierro le causaba depresión. No llevaba a cabo ninguna actividad debido a las medidas de seguridad de la
misma prisión.
Sus fantasías en el ambiente actoral y en el mundo de las pasarelas se vieron claramente reflejadas en las
pruebas psicológicas aplicadas:
“Este es un chico que siempre soñó con ser un músico famoso y piloto y todo lo logró porque a sus 4 años de
esas empezó a aprender a tocar el piano, pues la guitarra y a los 14 ya tenían un grupo de rock, tocaban bien
pero no eran famosos como él soñaba. Después se volvió famoso pero no como músico sino como
motociclista…
“Él quería ser militar, pero encontró su destino en la policía judicial federal combatiendo la droga y la guerrilla.
Pero años después decidió renunciar y dedicarse a la música. Logró hacer 30 películas de cine, telenovelas,
comerciales y teatro.
“Ahí conoció a la mujer de su vida, una modelo que le cayó del cielo… todo iba bien hasta que llegó un día la
policía por él acusado de un crimen que él no cometió… pasó muchos años en prisión injustamente por un
asunto político”, escribió atrás del dibujo de un hombre al que tenía que invitarle una historia.

***
Sérpico relataba lleno de orgullo el día en que el militar, siendo Gobernador de Puebla, se acercó a un grupo de
trabajadores de Luz y Fuerza del Centro inconformes en protesta por sus condiciones de trabajo.
–¿Quién es el líder aquí?– preguntó Maximino Ávila Camacho.
–Yo soy, señor–dio un paso al frente un hombre con vestido con el uniforme caqui.
Maximino se llevó la mano a la cintura, sacó la pistola de la fornitura, encañonó al trabajador en el pecho y
terminó el conflicto laboral con el movimiento de un solo dedo.
A Maximino se le debe la constitución de un poderoso grupo político que tuvo entre sus más reputados
miembros a Gustavo Díaz Ordaz, también poblano, también represor, también un furioso anticomunista, pero no
filo nazista, como Maximino sí lo fue así como incendiario de pueblos y permisionario de que su tropa
perpetrara violaciones tumultuarias durante la Guerra Cristera (1926-1929).
Algo tiene la palabra Sérpico o tal vez el personaje que tanto gusta para cubrirse con ella a policías avenidos en
asesinos y torturadores. En Argentina, durante la dictadura de 1976 a 1983, Ricardo Miguel Cavallo usó ese
nombre para torturar, violar y asesinar a la oposición socialista en el país sudamericano. A diferencia del
Sérpico mexicano, el argentino logró mantenerse libre durante un par de décadas hasta que reapareció en
México como beneficiario del gobierno panista de Vicente Fox.
Juventino
El Diablo es michoacano. Fue el mayor de 10 hermanos y le tocó sacar adelante a la familia cuando a su padre
se lo arrebató un infarto. Juventino tenía 10 años y a los 16 ya era pintor. Se empleó como obrero, auxiliar de
intendencia, checador de tiempo en una fábrica, mensajero y, sin que al menos lógica pueda explicarlo, policía
federal de seguridad.
No existe rastro alguno de su preparación como policía.
Se convirtió en comandante al poco tiempo y, aún más lejos del sentido común, se le designó jefe de la Brigada
Especial, un cargo que solía recaer en la responsabilidad de los militares. Juventino apenas había concluido la
secundaria y, a sus 33 años de edad, era responsable del órgano más sensible de la inteligencia mexicana, el
reducto en que el Estado se consideraba en capacidad de decidir si admitía que las personas vivieran o no de
acuerdo a sus filiaciones políticas.
Así es el hombre que manejó esos controles:
“Juventino es Prado es una persona que se caracteriza por mostrar una imagen adecuada de sí, buscando el
reconocimiento y la admiración para compensar la baja autoestima que posee a nivel inconsciente, siendo
susceptible a la crítica y al rechazo debido a la inseguridad que posee.
“Se limita a asumir convencional y parcialmente parámetros establecidos sin modificar sus esquemas cognitivo-
conductuales ya que tiende a asumir roles que le permiten el manejo de poder y el uso de la ventaja que tiene
con los demás, subyaciendo su baja tolerancia a la frustración y el control de impulsos que tiende a bajar, al
igual que requiere controles y límites externos para mantenerse funcional.

“Es un hombre con ideales, deseos y necesidades que desea cubrir de manera inmediata y con un mínimo de
esfuerzo. Socialmente es inconstante, superficial evasivo, siendo sus lazos afectivos limitados y pobres.
“Debido a su búsqueda de sensaciones y de reconocimiento social, tiende a relacionarse con grupos
criminógenos debido a su baja autoestima (…) Por lo común no conoce a sus víctimas ni planea el delito sino se
limita a cumplir órdenes; es un sujeto de dirección y subordinación. Coeficiente intelectual por debajo de la
media”.

El Charro del Misterio
Alfredo, hijo de Sabino Ríos y María Damiana Galeana, nació en Arenal de Álvarez, Guerrero, el 28 de octubre
de 1950. Un año después, Sabino murió y María arrastró a su hijo único y su miseria absoluta a la ciudad de
México. La mujer se hizo costurera y el niño creció hasta medir un metro 90 centímetros. La nariz, la boca y los
cabellos se le engrosaron al grado que sólo le cupo un apodo: El Feyo.
En 1969, bajo las insignias de sargento segundo de la Brigada de Fusileros Paracaidistas –los duros muchachos
anticomunistas– del Ejército mexicano, Alfredo Ríos Galeana recomendó a su sobrino Evaristo Galeana Godoy
El Tito para que ingresara como policía militar. En 1972 El Tito entró en el Segundo Batallón de Radiopatrullas
del Estado de México (Barapem), creado por el entonces gobernador Carlos Hank González, al tiempo que el
sargento Ríos Galeana utilizaba sus blasones para robar automóviles.
Hank González, patriarca del Grupo Atlacomulco, del que desciende el Presidente Enrique Peña Nieto, abrió la
puerta de Ríos Galeana.
La banda era pequeña, la integraban otros dos o tres militares de bajo rango que se reunían a beber en las
cantinas de El Molinito, colonia popular de Naucalpan invadida por prostitutas, travestis y vendedores de droga
visitados por la soldadesca del Campo Militar Número Uno.
En las cervecerías de El Molinito, Ríos Galeana, el Tito y los suyos planearon el robo de 15 autos en las
colonias Polanco, Lomas de Chapultepec y Las Águilas. Los revendían en el estado de Guerrero. En octubre de
1974, Ríos Galeana fue detenido por el Servicio Secreto del Distrito Federal y consignado por robo, asociación
delictuosa y portación de arma de fuego. Fue preso en la vieja cárcel de Lecumberri y luego trasladado al
Reclusorio Oriente. Fue liberado el 4 de diciembre de 1976.
Como si los antecedentes penales se hubieran esfumado de su historial o gracias a un supuesto pacto con el
Servicio Secreto del Distrito Federal, Ríos Galena se hizo comandante de la policía de Santa Ana Jilotzingo y le
ofreció al Tito el puesto de subcomandante. El Feyo se convirtió en 1978 en patrullero del Segundo Barapem en
el Estado de México, al que luego comandó. Así vigilaba los bancos mexiquenses sin causar sospecha, diseñaba
sus robos y dirigía a ladrones y policías (Ríos Galeana se convirtió en la síntesis más acabada de ambos).
Amaba los autos. Volaba en un Valiant Super Bee. Para entonces se le contaban al menos 21 atracos
principalmente en los estados de Hidalgo, Puebla y México.
Julio Cervantes Sánchez, otro de sus socios, entró en 1974 al Segundo Batallón de la Policía Militar con base en
el Campo Militar Número Uno y luego fue enviado a la Sección de Policía Militar del Heroico Colegio Militar.
Allí permaneció hasta 1983, cuando fue detenido en Cortazar, Guanajuato. Participó con Ríos Galeana,
entonces parapetado en el nombre de Luis Fernando Berber, en 32 asaltos a bancos, tiendas de la Compañía
Nacional de Subsistencias Populares (Conasupo), supermercados, casas particulares, tiendas de ropa y oficinas
de gobierno.

El 26 de agosto de 1979, la DFS –la policía política del régimen priista extinguida en 1985– tuvo conocimiento
“confidencial” de que Ríos Galeana estaba escondido en Jilotzingo, Estado de México, en la casa del ex
presidente municipal Víctor Aceves Rojas. Éste, como alcalde en funciones, ordenó a Ríos Galeana asesinar a
dos hombres. Y el 26 de agosto de 1979 dio avisó a la DFS de que Ríos Galeana estaría en un palenque de feria.
No como espectador. Ríos Galeana, ex paracaidista militar, ex policía, ladrón, líder, bígamo y asesino, también
era cantante. Se hizo llamar el Charro del Misterio, y de sí mismo dijo tener “la voz que canta al corazón”. El
hombrón, con la papada replegada, hacía pucheros y entristecía los ojos para cantar, como es debido, las
canciones de Javier Solís.
En un cofre de vulgar hipocresía
ante la gente
oculto mi derrota
payaso con careta de alegría,
pero tengo por dentro el alma rota.
[…]
Payaso,
soy un triste payaso
que oculto mi fracaso
con risas y alegría
que me llenan de espanto.
Hombre costeño, Ríos Galeana hablaba con acento del norte y al cantar domaba ese potro que normalmente lo
hacía tartamudear. Cantaba en ferias pueblerinas y en cantinas de la ciudad. Una fue La Taberna del Greco, en
avenida Juárez frente al Hotel del Prado. Sus amores también fueron del ambiente, entre ellas una mujer que
trabajaba en el restaurante Los Tres Caballos, cerca de la esquina de Tlalpan y Taxqueña. Algunos vasos
grabados con el nombre de ese lugar se encontraron junto con varias botellas de coñac, la bebida favorita del
Feyo, en la primera casa que le ubicó la policía en la colonia San Pedro de los Pinos. Era galante y caballeresco.
En el robo de un banco en Ixtapaluca había una mujer embarazada en la fila, congelada por el susto. Cuando
Ríos Galeana tuvo el dinero de la bóveda, tomó un fajo y se lo dio a la mujer. Advirtió al cajero: “¡Si se lo
quitas, vengo y te parto tu madre!”.
En 1981, en un gesto de humor absolutamente involuntario, Arturo El Negro Durazo Moreno designó a Ríos
Galeana, especie de John Dillinger a la mexicana, como el “enemigo público número uno” del país. Ordenó su
persecución a la División de Investigaciones para la Prevención de la Delincuencia (DIPD) bajo el mando del
coronel Francisco Sahagún Baca, torturador y miembro de la Brigada Blanca, cuerpo persecutor de la disidencia
política. Se envió la filiación del ladrón a todas las policías del país. Un perfil de viso psicológico elaborado por
la DFS del Feyo lo describe:
“Es temerario. Amedrenta fácilmente y confía en lograrlo. Nunca demuestra miedo. En los asaltos, en
ocasiones, no saca su arma. Permanece mucho tiempo en las oficinas asaltadas, que generalmente regresa a
asaltar. Es vanidoso y ególatra. Demuestra mucha seguridad en sí mismo y en su grupo. Se siente protegido por
las autoridades. Es vengativo y galán. Impacta al personal femenino. Es criminal y sanguinario. Mata por
placer. En infinidad de enfrentamientos con las autoridades ha matado muchos policías y no le importa que
maten a sus compinches. Es frío y calculador, mientras no se le provoque es pacífico. Cuando se le provoca o se
le entorpece mata, destruye”.
***

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A fines de agosto de 1981, Sahagún Baca logró la captura de Ríos Galeana y otros cuatro miembros de la banda.
Los ladrones fueron entregados a las autoridades de Hidalgo, el estado más golpeado por la pandilla y donde,
según los propios funcionarios, gozaban de más protección policiaca. Fueron presos en la cárcel de Pachuca.
El 19 de diciembre de 1981, alguien desde afuera de la cárcel pasó un mástil de siete metros para antena de
televisión relleno de cemento. Apoyaron la pértiga en el muro norte del reclusorio y por ahí escalaron Ríos
Galeana, Eduardo Rosey Lara y Leonardo Montiel Ruiz el León, acusados de homicidio, robo, asociación
delictuosa, daño en propiedad ajena, lesiones, amenazas, injurias, golpes, acopio de armas prohibidas, asaltos
bancarios y otros.
Quedó atrás, presa, Yadira Berber Ocampo, pareja de Ríos Galeana señalada como su cómplice. Después
asesinaron a los dos custodios que los habían ayudado en el escape. La policía fue tras una amante de El Feyo
en Tepeji del Río, Juana Sánchez. La mujer reconoció que el ladrón había pasado por su casa en la mañana,
pero, como si presintiera la tormenta, se fue casi de inmediato.
No sólo varios guardias de seguridad estaban en la bolsa del asesino, ladrón y cantante. Agustín Hernández,
juez 2 de lo penal en el estado de Hidalgo, recibió dinero suyo para no ejecutar una solicitud de exhorto girada
por la Procuraduría General de Justicia del Estado de México. Además trabajaba con el agente de la PJF –ya
también desaparecida por insalvable– Ricardo Campos Ayala.
Se refugiaron con Silvano Garza Dávila en un edificio de la colonia Panamericana, al oriente del Distrito
Federal. Recibieron armas, dinero y planearon los siguientes asaltos.
Algunas sucursales, como la del Banco Continental de Tlalnepantla, Estado de México, y de Banamex en
Tepeapulco, Hidalgo, fueron visitadas en tres ocasiones. Las autoridades calcularon que el monto robado, sólo a
Banamex –entonces propiedad del gobierno, como toda la banca mexicana– rebasaba los 50 millones de pesos,
y que la banda la conformaban de 15 a 20 personas.
La hermana de un policía reportó que fue “contratada” por la DFS para asistir, cerca de Zempoala, Hidalgo, a
una reunión en la hacienda de un militar no identificado. En el sitio la mujer reconoció a Ríos Galeana y su
banda. Jugaban póker y apostaban con puños de dinero. La mujer elaboró un croquis para llegar al sitio. Otra
vez el general Arturo Durazo estuvo a pocos metros del sargento desertor Ríos Galeana. Pero se le escurrió.
Luego, la DFS supo que Ríos Galeana vivía con una prima o hermana de alguno de sus lugartenientes,
posiblemente el León o Mateo Ugalde Ruiz. Tampoco. El Feyo también era adivino y escapista.
En el asalto al banco de El Oro, Estado de México, los bandidos encerraron en la bóveda a los clientes y al
personal. Uno de los empleados tenía una navaja de bolsillo y el gerente logró desarmar las perillas de
combinación dentro de la bóveda. En 30 minutos todos habrían muerto por asfixia. En la Comisión Nacional de
Fomento Minero, una oficina de gobierno, Ríos Galeana mató a cuatro policías después de emborracharse con
ellos. A todos dio tiro de gracia.
En 1982, la DFS tenía la certeza de que Ríos Galeana operaba con protección de las autoridades de Hidalgo:
En los asaltos anteriores a 1982, Alfredo Ríos Galeana se mostraba violento y sanguinario. Se le comprobaron
más de 16 muertos entre policías y civiles. A partir de enero de 1982, Ríos Galeana ha cambiado totalmente su
forma de operar, ya que se volvió más consecuente y más cínico. Por su estatura y complexión se siente dueño
de la situación. Sólo amenaza una vez y guarda su arma. Se hace acompañar de Leonardo Montiel Ruiz y

Eduardo Rosey Lira. También forma parte del grupo Mateo Ugalde Ruiz, de quien se sabe es un gatillero y
funge como muro de contención. Este sujeto quiso pertenecer a la policía judicial de Hidalgo, pero fue
rechazado.
El 1 de abril de 1982, Ríos Galeana asaltó la sucursal Tepeapulco y se llevó un millón 44 mil 275 pesos. Pero el
dinero no fue suyo. Entre los billetes había fajillas trampa que explotaron y esparcieron gas lacrimógeno y tinta
roja que inutilizó los billetes. Con la cara convertida en una máscara de lágrimas y mocos, los ladrones huyeron.
Regresaron el 8 de julio de ese mismo año. Se llevaron un millón 548 mil pesos, esta vez limpios.
A principios de 1982, Ríos Galeana obtuvo una cita con el cirujano plástico Ignacio Arámbura Álvarez. El
ladrón fue al consultorio de la calle Tuxpan número 46, despacho 204, en la colonia Roma. En mayo ya tenía
nueva nariz. Un año después el mismo médico adelgazó sus labios. Continuó el tratamiento con masajes de
ultrasonido en la boca en el Hospital Metropolitano. Pagó 100 mil pesos por ambas operaciones. Remató la
mudanza con permanente en el cabello. Entonces se fotografió para hacer la portada de su disco en el que se
llamó Alfredo del Río. No huía del “enemigo público número uno”; escapaba del Feyo.
En diciembre de 1983 fueron detenidos el León, Eduardo Rosey Lira, Ismael Jacinto Dávila, Alberto Juárez
Montes, Lauro Rodríguez Velázquez y Francisco Vera Montiel.
Ríos Galeana se tomó un descanso hasta que sus socios se fugaron en octubre de 1984. Leonardo Montiel estaba
urgido de trabajo. Tenía un buen plan, presumió con su mirada de reptil prehistórico: el asalto al Banco de
Cédulas Hipotecarias (BCH). La fuga había enriquecido a la banda y sumó a los fugitivos Gilberto Ornelas
García y Salvador Ornelas Rojas el Pariente. También se integró Jaime Maldonado García el Jimmy, que no era
un ladrón, sino un custodio que apoyó la fuga.
“Los maleantes que desean pertenecer a la banda de Ríos Galeana son seleccionados minuciosamente por él,
exigiéndoles que reúnan determinadas características y una misma ideología, como son las de representar una
actitud temeraria y agresiva, con antecedentes penales y de cierta peligrosidad, independientemente de ser
astutos e inteligentes. Leonardo Montiel Ruiz es el más agresivo del grupo”.
El 8 de noviembre de 1984, entraron a las oficinas administrativas del diario Excélsior. Amarraron a los
empleados y los tendieron sobre el piso bocabajo. Se llevaron 35 millones de pesos de la empresa y varios
objetos de los trabajadores. No sólo les gustaba el dinero. Una semana después asaltaron la compañía
electrónica Clarión. Se llevaron 481 autoestéreos con valor de nueve millones de pesos y 1.7 millones de pesos
en efectivo de la caja fuerte. El método también era flexible. Ríos Galeana tocó la puerta del banco BCH, el
sitio propuesto por Montiel y, cuando el guardia abrió, lo desarmó y amagó. Preguntó por las llaves de la
bóveda y sobre la manera de desactivar la alarma. El policía no sabía. Le ató las manos y lo llevó al interior de
las oficinas para que le mostrara el sistema de alerta, pero no pudieron desactivarla. Bajo el escándalo de la
sirena hicieron un boquete en la pared de 50 centímetros por 40 centímetros con esmeriladora, martillo y cincel.
Montiel Ruiz y Ríos Galeana entraron por el agujero. En el interior, cortaron las bisagras de la caja fuerte con
esmeriladora y con una barra de hierro hicieron palanca. Desprendieron la puerta 25 centímetros y en este
espacio introdujeron un gato de tijera con el que desprendieron la puerta. Sacaron 236 millones de pesos en las
mismas bolsas del banco.
Alfredo Ríos Galeana también se llamó Luis Fernando Gutiérrez Martínez, según el reluciente título de su casa
con su fotografía que lo acreditaba como ingeniero civil egresado de la Universidad Autónoma Metropolitana.
Lo compró en 100 mil pesos a principios de la década de 1980 en Puebla. Cursó parte de esa ingeniería y usó el
título para justificar su dinero. Su otro seudónimo conocido fue Fernando Berber. Y con ambos nombres falsos
se casó por el civil y por la Iglesia.
El 18 de enero de 1985, la policía detuvo nuevamente al León. Confesó la serie de asaltos, el nombre de sus
cómplices y la ubicación del cuartel general, en la calle de Enrique Rébsamen. Ahí arrestaron a Jacinto Garza

Dávila, Eduardo Rosey Lira y Gustavo Alberto Juárez Montes. Admitieron haber participado en varios asaltos a
bancos, residencias de Puebla, Ferrocarriles Nacionales en Pantaco, así como al Centro de Desarrollo del
Ambiente y Ecología. Mataron un policía, hirieron a otro y lesionaron a una empleada.
Ríos Galeana cayó al poco tiempo. En su captura participó el policía judicial federal Miguel Silva Caballero El
Chicochangote, quien años después sería involucrado en el asesinato del cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo.
El Negro Durazo no participó en el arresto de “el enemigo público número uno”. El ex policía y ex general –por
designación de su amigo José López Portillo– estaba preso también.
En 1985, al Feyo se le seguían dos procesos por asociación delictuosa, seis por robo calificado, lesiones contra
agentes de la autoridad, daño en propiedad ajena, tres homicidios calificados, disparo de arma de fuego, disparo
de arma de fuego contra agentes de la autoridad, lesiones calificadas y evasión de presos. No por mucho tiempo.
El 22 de noviembre de 1986, Ríos Galeana caminó por los túneles oscuros habitados en esos días por prostitutas
y vendedores de drogas que comunican el Reclusorio Sur con sus juzgados penales. El reo llegó a la rejilla de
prácticas del juez 33. Por el otro lado, el de la calle, llegaron seis hombres y una mujer. Esperaron al Feyo.
Cuando Ríos Galeana apareció, el Marino sacó una granada –le encantaban las granadas–, mordió la espoleta y
arrojó la piña hacia el muro. Ríos Galeana comprimió su metro 90 centímetros de estatura y sintió la lluvia de
piedras y polvo alrededor. Cuando la neblina se disipó, el Charro del Misterio había desaparecido.
Al poco tiempo volvería a la prisión. Pero sólo afuera de ésta. Rescató al Marino durante un traslado del
Reclusorio Norte al Oriente. En el ataque a la camioneta aparecieron nuevos rostros, nuevos gatillos. Uno fue
Juan Carlos Díaz Hernández El Jarocho, compadre y socio de Héctor Peralta Vázquez El Papis, pistoleros de
los secuestradores Andrés Caletri y Marcos Tinoco Gancedo El Coronel.
Tras el rescate del Marino, el camino de Ríos Galeana tomó otra dirección. En el Lago de Guadalupe,
Cuautitlán Izcalli, el ladrón fue rebautizado al cristianismo y se hizo llamar Arturo Montoya. Volvió a cantar.
Ya no a las mujeres, sino a Jesucristo. Vivía de administrar dos autobuses. Se hizo predicador, hablaba de la
fidelidad matrimonial, forjó congregaciones de cristianos, se enlodó los zapatos para llevar a donde fuera la
palabra del Señor. A mediados de 1992, la sombra de Alfredo tocó la aureola de Arturo. El diario La Prensa
recordó que el bandido andaba por ahí, impune. Huyó a Estados Unidos. Vistió de charro otra vez. No era más
El Charro del Misterio. Era un mariachi de Dios.
Reconozco Señor
que soy culpable.
Sé que fui
pecador imperdonable.
Hoy te pido Señor,
me vuelvas bueno,
porque tengo un amor
limpio y sincero.
Y si voy a seguir
siendo igual que antes fui
no la dejes venir
a llorar junto a mí.
De lo malo de ayer
hoy me arrepiento
es por eso que vengo
hasta tu templo.
Hazme bueno Señor
te pertenezco,

soy tu hijo también
y lo merezco.
En junio de 2005, un vecino habló a la policía de Los Ángeles y develó el pasado de Ríos Galeana. Pidió
recompensa. El enemigo público número uno estaba de vuelta en una cárcel mexicana. Luis, el mayor de los
hijos de Arturo Montoya, dijo: “El hombre que la justicia persigue ya murió”.
Y es que la historia también es un asunto de perspectiva política.
Carlos Hank González, gobernador del Estado de México, fundó la policía política mexiquense donde se creó El
Enemigo Público Número Uno Alfredo Ríos Galeana. Carlos Hank González, regente del Distrito Federal, hizo
jefe de su policía Arturo Durazo Moreno El Enemigo Público Número Uno.
Y Carlos Hank González, hombre del PRI que participó directamente en la creación de uno y otro, posee una
enorme estatua. Está colocada en el bello Paseo Tollocan de la capital del Estado de México, Toluca, ahí donde
el actual Presidente de México ha estado para rendirle culto.

Alfredo Ríos Galeana (julio 2005). Foto: Cuartoscuro

Fuentes:
Arturo Durazo MorenoConjunto de documentos integrados respecto de Arturo Durazo Moreno por la Dirección Federal de Seguridad y la Dirección de Investigaciones
Políticas y Sociales de la Secretaría de Gobernación.
Juan Rafael Moro Ávila:
Estudios psicológicos, criminológicos, laborales y sociales hechos durante su internamiento en las cárceles.
Causa penal 104/89 y acumulada 101/89 instruidas contra José Antonio Zorrilla Pérez, Juventino Prado Hurtado, Raúl Pérez Carmona, Juan Rafael Moro Ávila y Sofía
Naya Suárez por el asesinato de Manuel Buendía Tellezgirón.
Juventino Prado:
Estudios psicológicos, criminológicos, laborales y sociales hechos durante su internamiento en las cárceles.
Alfredo Ríos Galeana:
Causa penal 16/85 instruida por el Juzgado 29 de lo Penal por los delitos de robo, asociación delictuosa, lesiones y daño en propiedad ajena.
Causa penal 129/83 instruida contra Ríos Galeana por los delitos de homicidio, asociación delictuosa, robo, lesiones y portación de arma de fuego reservada para uso
exclusivo del Ejército, Armada y Fuerza aérea instruida por el juez 4 de Distrito del Distrito Federal, Gilberto Chávez Priego.
Causa penal 129/83 instruida por el Juzgado Cuarto de Distrito en Materia Penal.